Gustavo se deja caer sobre el diván. ¿Qué si se
acostara? Cerrar los ojos y que el mundo se detuviera. ¿Cansado? pregunta Ana María. Es
más que eso contesta él estoy…desarmado.
Interesante adjetivo; explíqueme, por favor. Gustavo se reacomoda. Logré que Joaquín, mi paciente nuevo, me transmitiera las palabras
exactas que su padre le dijo: ¨tan pelotudo como siempre¨; cuando lo escuché,
algo fuerte me pasó; lo primero que pensé fue en Nacho; me pregunté si alguna
vez lo había insultado. ¿Y qué se contestó? Quizá por dentro pero jamás lo
verbalicé. ¿Y su padre? Gustavo la mira, las cejas levantadas. No la entiendo. Le estoy preguntando si
alguna vez su propio padre lo insultó. La sonrisa de Gustavo es solo una
mueca. No expresamente, que yo recuerde.
¿Y por dentro? Creo que al menos una vez por día piensa que soy un pelotudo confiesa
Gustavo y la estantería que durante la tarde sintió que se removía, ahora, definitivamente,
cae sobre él. ¿Usted se siente un
pelotudo? Ya sé que no lo soy pero
cada vez que mi padre no queda conforme con alguna tarea que me haya encargado,
me siento así, o al menos, tengo la certeza de que él lo está pensando. Se instala un largo silencio. Gustavo está seguro de que es a Ana
María a quien le corresponde hablar por eso la mira y espera. Hasta que
finalmente llega la estocada. Entonces,
¿por qué sigue trabajando para su padre? Yo no trabajo para él se defiende
Gustavo trabajo en la fábrica. ¿Son
socios? Él niega con la cabeza. ¿Quién
le paga? Gustavo calla. En consecuencia, usted es empleado de su
padre. Gustavo experimenta una repentina ira. Le gustaría pegarle,
desarmarle su sonrisa de estrella de cine. Trata de encontrar un argumento que
le demuestre que está equivocada, que la pelotuda es ella. Como no lo encuentra
admite tiene razón, soy un pelotudo que a
los treinta y cinco años sigue dependiendo de su padre. ¿Considera que no tiene
otra posibilidad? Antes de que naciera Nacho trabajaba desgrabando clases;
obvio que eso no era suficiente para mantener una familia. O sea que supone que
Nacho, que le fue impuesto por Cecilia, es el responsable de su falta de
autonomía, que no está mal en sí misma, en tanto no le originara conflicto,
cosa que, acabamos de comprobar, sí le sucede. Gustavo calla. Crece la
bronca hacia su mujer. Mi exmujer, se corrige. Comprendo perfectamente que en la situación de emergencia el trabajo en
la fábrica haya parecido la única salida; lo que no tengo tan claro es por qué,
catorce años después, sigue allí. Gustavo siente un mazazo. Una vergüenza
profunda. Busca argumentos que va descartando de a uno. Porque soy un pelotudo admite al fin. Al final su padre tenía razón dice ella, se incorpora y decreta es todo por hoy. Gustavo cree que no
logrará incorporarse. Inspira profundamente y se para. Ya en la calle, repara en
que no se despidió. Después de la
humillación a la que acaba de someterme ella no merece mi mano, piensa. Y luego
se corrige: mi mano no la merece a ella. Sale. En la esquina busca el celular y
escribe: Estoy yendo para allá.
Novela por entregas. Gustavo está iniciando su carrera de terapeuta. Miércoles a miércoles, su propia vida y la de sus cinco pacientes se va modificando. ¿Los acompañamos?
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