Sesiones de Daniela

Miércoles 1 de agosto de 2012
Jean, zapatillas, sonrisa triste en la cara lavada. El pelo lacio y pardo.  Como un gorrión, diría Serrat. Atraviesan el escritorio. Ya en el consultorio Gustavo le señala el diván. ¿Me siento? Siempre que quieras podés acostarte responde él. Ella niega enérgicamente con la cabeza y se ubica. Gustavo, enfrente, le sonríe. Toma una ficha y una birome. Daniela, ¿no? Sí, Daniela Godoy. ¿Edad? Veintiséis años. Mientras sigue aportando  los datos que le solicitan, ella cruza y descruza los dedos. Una y otra vez. Terminado el interrogatorio y luego de unos segundos de silencio Gustavo pregunta ¿por qué viniste? Estoy mal responde ella sin mirarlo. ¿Mal por qué? Algo no anda bien con mi hijo ¿Cuántos años tiene? Dos, dos años y cinco meses. Contame un poco pide Gustavo y como ella calla él intenta ¿vos no andás bien con él? Ella endereza bruscamente la espalda. Él no anda bien conmigo lo corrige. ¿Y cómo es eso? No me deja que lo toque, que lo abrace, algo le pasó de repente. ¿Por qué decís de repente? Antes no era así. ¿Antes cuándo? busca Gustavo precisiones. Cuando era chiquito. ¿Y ahora es grande? Ella cabecea, sonriendo, pero luego se le endurece el gesto. Cambió mucho luego del año y medio. ¿Hubo alguna situación familiar coincidente? Daniela niega con la cabeza y agrega ya le dije, fue de repente. ¿Solo cambió con vos? No entiendo. ¿Con el padre sigue siendo afectivo? Con el padre nunca fue afectivo, bah, el padre tampoco nunca fue afectivo con él. ¿Con vos tampoco? El rostro de Daniela se ilumina. Conmigo es un dulce. ¿Se llevan bien entonces? En líneas generales, digamos que sí. ¿Y en líneas particulares? Ella ladea la cabeza y afirma el problema es Lucas. Sí, me comentaste que por eso habías venido. El problema entre nosotros es Lucas precisa mientras busca algo en su cartera. Parece una chiquilina, piensa Gustavo. Difícil imaginársela con una criatura a cargo. Daniela extrae un paquete de pastillas. Se me seca la garganta se justifica y ofrece ¿quiere? Él hace un gesto negativo. Cuando la ve nuevamente concentrada le pide hablame sobre Lucas. Como ella calla, la mirada en la alfombra él se rectifica hablame de lo que quieras.  Ella se endereza y lo mira él es lo que más quiero en el mundo. Gustavo opta por el silencio, se recuesta en su sillón y le sonríe. Luego de un buen rato ella cuenta ayer herví una  calabaza, la pelé y la metí en la procesadora. Él la escucha, extrañado. En cuanto apreté el botón escuché un aullido de animal; fui corriendo al cuarto del nene; Lucas, tirado en el piso, se tapaba los oídos con las dos manos; quise abrazarlo pero él me empujó, con tanta fuerza me empujaba, como si me odiara. Se queda callada, la vista perdida. ¿Entonces? pregunta Gustavo cuando percibe que ella ya no hablará.  Entonces corrí hasta a la cocina y tiré del cable del aparato; mágicamente los chillidos pararon. Daniela, de nuevo, calla; los labios apretados, la vista en la ventana. Daniela, ¿qué pasó después? Ella lo mira, se pasa la lengua por los labios y cuenta cuando volví al cuarto, Lucas había sacado todas las zapatillas del placar y las estaba poniendo en fila, una recta perfecta; ni me miró se echa el cabello hacia atrás con las dos manos justo en ese momento oí que se abría la puerta de calle; era Ariel que desde el living me preguntaba qué había para la cena. ¿Le contaste? ella sonríe displicente que había pollo con puré de calabaza. Gustavo va a repreguntar cuando mira su reloj. Junta ambas manos y se oprime los nudillos. ¿Te parece que la sigamos el miércoles que viene a la misma hora? propone. Ella asiente con la cabeza y se incorpora. Parece cohibida. Nunca hice terapia, ¿se paga cada vez o por mes? al fin pregunta.

Miércoles 8 de agosto de 2012
Anoche me desperté sobresaltada sigue diciendo Daniela me levanté a oscuras y fui al cuarto del nene, fue….sobrenatural cobija la cara entre las palmas de la mano y calla. Así, sin mirarme, trata de describirme todo lo que viste pide él. El velador daba una luz muy tenue, entre amarilla y rosada, un cono luminoso en la oscuridad, podía ver las partículas de polvo flotando Gustavo retiene la respiración, la voz de ella es un susurro estaba descalza, sentía el piso frío bajo los pies, me apreté los brazos con las manos. Luego de unos segundos de silencio él pregunta, tan suavemente como puede ¿Y Lucas? Los bracitos en alto, en puntas de pie, daba interminables vueltas alrededor de su mesa; lo llamé, le hablé, pero no me veía, no me escuchaba, parecía un duende en su piyamita con patas, entonces…. ¿Entonces? Me arrodillé y lo abracé, recién ahí me miró, me empujó y se acostó en su cama; me quedé así, sentada en la alfombra al lado de su cama, no sé cuánto rato hasta que lo escuché a Ariel. ¿Te llamaba? Ella cabecea y, con tensión en la voz, contesta roncaba. Gustavo se toma su tiempo antes de preguntar ¿cómo te sentiste? Desolada contesta ella, apretándose las sienes con los índices y luego lo mira ¿qué piensa de mi hijo? ¿Qué pensás vos? Hay algo que anda mal contesta ella. ¿Qué dice el pediatra? Que tengamos paciencia, que ya va a madurar. ¿Dice alguna palabra? Ella sacude la cabeza. Ni siquiera mamá. Él teme que Ana María lo objete, él es el terapeuta de ella, no del nene, pero arriesgándose dice creo que deberían hacer otra consulta. ¿Conoce a alguien? pregunta ella, con tanta entrega en la voz que Gustavo se conmueve. Entonces, sabiendo, de nuevo, que no debe,  busca en la agenda el teléfono del pediatra de sus chicos. Es el mejor. ¿Es muy caro? averigua ella. No te preocupes dice él sabiendo que llamará a Grieco y le explicará la situación. Excelente profesional y mejor persona.

Miércoles 15 de agosto de 2012
Daniela, el abrigo puesto, muy seria informa ayer tuvimos la cita. Qué velocidad, Gustavo sabía que Grieco no iba a fallarle. ¿Cómo les fue? Pregunta.  Daniela amaga con abrir los labios pero las palabras no salen de su boca. Permanece inmóvil, congelada piensa él, el aire se pone denso. Él carraspea. Ella se cubre el rostro con las manos. Daniela dulcifica la voz qué les dijo. Ella se descubre, lo mira fijo y sin manifestar emoción alguna, apagada, relata en cuanto entramos, el doctor Grieco  pidió desde el escritorio, ¨Lucas, alcanzame la pelota¨, pero el nene ni lo miró, entonces el pediatra se paró, se agachó, se acercó y se la volvió a pedir, pero nada; después Lucas se sentó en el suelo, sacó todos los autitos del canasto y los puso en fila, el hombre se arrodilló, sacó uno y le dijo ¨qué te parece si con este vamos a pasear; Lucas se lo arrancó y lo devolvió a la fila; cuando el hombre insistió, el nene pegó un grito, el médico volvió al  escritorio, nos preguntó mil cosas, dio vueltas y vueltas, nos aclaró que no era un especialista y después nos recomendó uno. Daniela se sirve un vaso de agua, lo toma con parsimonia. Recién entonces emitió la sentencia dice al fin. ¿La sentencia? Daniela, la vista perdida en los jacarandás, informa forzando la dicción  síndrome a precisar del espectro autista. La puta que te pario, piensa Gustavo y como no puede decirlo pregunta ¿a quién les recomendó? Al doctor Álvarez  Campos los ojos de Daniela de pronto vivos ¿lo conoce? Gustavo asiente, va a contarle que lo tuvo de profesor en la facultad pero cambia de idea. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta.  Daniela lo mira hasta que, como si la hubieran golpeado en el abdomen, se dobla sobre sí misma. La cabeza sobre las rodillas. Gustavo se para y se sienta a su lado. Le pone una mano sobre el cabello. Ella, entonces, solloza.

Miércoles 22 de agosto de 2012
Cada vez que Gustavo ve a Daniela, renueva su percepción inicial. El pajarito pardo cantado por Serrat. Conseguí un turno con Álvarez Campos para el lunes que viene informa ella ni bien se sienta. Tuviste suerte comenta Gustavo hay gente que debe esperar meses.  En realidad el doctor Grieco me lo consiguió. El incondicional Grieco, piensa Gustavo, llamaré para agradecerle. Estoy ansiosa, hace tanto que debería haberme dado cuenta admite ella. Te diste cuenta la tranquiliza él por eso viniste aquí buscando ayuda. Ella sonríe, como un sol, detrmina Gustavo.  ¿Cómo está tu marido? Negador, dice que están todos locos, que solo quieren sacarnos plata, que ya madurará. Quizás comparte la opinión  de tu pediatra. De mi anterior pediatra anuncia con energía no quiero verlo más; me hizo perder tanto tiempo. Me gustaría que me contaras más sobre tu relación con Lucas. Lo amo dice ella  y lo que me pone peor de todo es que él no se deja querer mira el piso por eso todavía lo amamanto; tiene dos años y cinco meses y todavía lo amamanto Daniela hace una pausa y agrega es el único momento en que se deja acariciar. ¿Precisás justificarte?  Ella se ruboriza, más aún cuando él le pregunta ¿Ariel está en desacuerdo? No lo tolera explica ella solo lo amamanto cuando  él no está. ¿Sí en presencia de otros? Tampoco ella sacude la cabeza y se detiene quizás esperando más preguntas. Luego, bajando la vista, agrega me da vergüenza. Él espera unos segundos antes de decir quizás la vergüenza se deba a que percibís que seguir amamantándolo responde a una necesidad tuya; habría que analizar cuáles son las necesidades de tu hijito; sería bueno que pudieras charlarlo con los profesionales que lo atenderán. ¿Usted cree que lo estoy perjudicando? No estoy diciendo eso le aclara estoy intentando que pensemos juntos por qué te escondés para amamantar a tu hijo. Ella oculta la cara en el cuenco que forman sus manos. Le miento hasta a mi mamá. ¿En qué consiste tu mentira? Le dije que ya no le doy la teta; cuando cumplió dos años se lo dije.  Daniela ella se descubre y lo mira ¿por qué seguís amamantándolo? Es mi bebé dice casi en un susurro. Tal vez seguir dándole la teta ha sido tu manera de poder creerle al pediatra la mirada de Daniela clavada en él  en la medida en que lo consideres un bebé se atenúa tu preocupación porque no hable. Los ojos de ella se llenan de lágrimas. Daniela y cuánto le cuesta decírselo  Lucas ya no es un bebé. Ella llora, mansamente llora.

Miércoles 29 de agosto de 2012
Hace rato que Daniela describe con detalle la entrevista con Álvarez Campos. La infinita cantidad de pruebas que le hicieron al nene. Estuvimos más de cuatro horas con distintos profesionales;  ya nos trazó un plan de acción: psicólogo, fonoaudióloga, psicopedagoga informa. Tiene un equipo excelente acota él.  Sí, ya me lo dijo parece molesta ojalá pudiéramos atenderlo con él. ¿De qué depende? Daniela lo mira. De la plata, por supuesto mira el piso la entrevista la pagaron mis viejos. Él lo evalúa y luego dice hay un recurso. Daniela gira la cabeza. ¿Cuál? Él sabe lo que va a provocar pero debe decirlo. Por el tratamiento de ella, además. El certificado de discapacidad. Ella lo mira. Como un perro apaleado, lo lamenta él. Ariel no va a querer dice luego de un rato. ¿Y vos sí?  Es que Lucas no es discapacitado  busca en su billetera, saca una foto y se la entrega.  Mírelo. La carita redonda, un flequillo espeso y oscuro, los ojos transparentes de tan claros. Qué lindo chico comenta. Él quisiera decirle que con esa cara no puede ser un caso grave, que lo detectaron a tiempo, que lo van a poder curar. ¿Les confirmó el diagnóstico? pregunta. Ella guarda la foto, asiente con la cabeza y lo mira.  Los ojos de Lacán. ¿Cuál? Para qué me pregunta si ya lo sabe. Para que te escuches dice con infinita pena. Vengo para sentirme mejor no para que me torture y ni siquiera parece enojada. Gustavo sí que está enojado, decididamente no sirve para esto. Quedan en silencio. Largo, denso. ¿Pudiste solucionar el  horario del trabajo? pregunta al cabo Gustavo.
Miércoles 5 de setiembre de 2012
Le hice caso dice Daniela. Gustavo sonríe ¿desde cuándo doy órdenes? El jueves pasado fui a Ramsay; el trámite ya está iniciado. ¿Fuiste con Ariel? No quiso acompañarme contesta bajando la cabeza. O no pudo aclara él. Ella se encoge de hombros. ¿Cómo te sentiste? Aliviada. ¿Aliviada? Basta  ya de tapar las cosas, de cerrar los ojos lo mira, casi sin pestañear mi hijo es autista y usted tiene razón, si no puedo decirlo no lo voy a poder ayudar; es mi hijo, lo amo, no lo cambiaría por otro y voy a luchar con todas mis fuerzas para sacarlo adelante. Gustavo quisiera levantarse y abrazarla.  Te felicito dice sos la mamá que tu hijo necesita. Me sirvió ver a tantas mujeres que están en la misma que yo, porque había algunos padres pero casi todas eran mujeres, mujeres con sus chicos, pobres, algunas ricas, cómo nivela el dolor; charlé con varias mientras esperaba por horas;  no será el grupo de apoyo que nos sugirió Álvarez Campos, pero le aseguro que la espera me fue útil, no soy la única, ni siquiera soy la que está peor; una mujer me contó que el marido la dejó cuando supo que la nena era Down,  y ella estaba ahí, sola, pero estaba ahí. A Gustavo le duele recordarle vos también estabas sola. Ella se queda mirándolo. ¿Le transmitiste a Ariel todo esto que me estás contando?  Daniela sacude la cabeza y dice no lo necesito. ¿Tan segura estás? Soy capaz de ocuparme sola de mi hijo. Del hijo de ambos. Él no lo quiere afirma ella.  ¿No lo quiere porque es autista? Él no quería que naciera confiesa. Gustavo experimenta una extraña conmoción.  ¿Por qué? pregunta, sobreponiéndose. Recién nos habíamos casado; además a él nunca le gustaron los chicos, menos todavía los varones. ¿Por qué te embarazaste, entonces? Ella lo mira, sorprendida. La culpa fue de él. ¿Cómo ocurrió?  Daniela se toma unos minutos antes de contestar  yo le había avisado que iba a suspender las pastillas; si era él quien no quería tener hijos no me parecía justo tener que seguir intoxicándome yo. ¿Y él qué opinó? Se enojó, claro, odia los preservativos; optó por acabar afuera. ¿Entonces? Un día no pudo. Siempre podía y un día no pudo comenta él mirándola de pleno. No quiero seguir hablando del tema dice ella ya para qué. Gustavo se sirve un vaso de agua, le ofrece pero ella niega con la cabeza.  O sea que él tuvo la culpa porque no logró controlarse, hombre de poco control  retoma Gustavo. No, Ariel es demasiado controlado, en todo. Daniela ella lo mira ¿qué fue lo que pasó? Ahora sí ella se sirve agua y bebe con lentitud.  Luego deposita el vaso sobre la mesita y dice yo lo trabé con las piernas. ¿Porque querías que te hiciera un hijo? Creo que nunca me perdonará dice ella, agarrándose la cabeza. En consecuencia, la responsabilidad  del embarazo no fue de él, sí la del sexo, si no recuerdo mal las leyes de la genética;  Daniela ella lo mira  la culpa del autismo no es de ninguno de los dos, son cuadros que ocurren. ¡Pero él no lo quiere! Daniela llora. Se abraza a sí misma y llora. Él puede escuchar su congoja. Daniela, vamos a tener que dejar decide. Ella toma un pañuelo de la caja,  se limpia los ojos y se levanta. Antes de cerrar la puerta él le oprime el brazo. Ella sonríe, con infinita tristeza, piensa él, y gira hacia el ascensor.

Miércoles 12 de setiembre de 2012
Daniela se sienta en el diván, la vista en la alfombra. Luego de un silencio prolongado Gustavo pregunta ¿cómo estás hoy? Ella se toma unos segundos y dice tengo que decirle algo. Te escucho. No voy a seguir viniendo informa ahora sí mirándolo. Él siente una puntada en algún lugar de sí mismo. Falló, otra vez falló, con Daniela también falló. La perdimos, había dicho Martina de Cecilia. Si ya ahí la había corregido internamente, ahora no le queda más remedio que admitir la perdí, a Daniela también la perdí. Se quiere ir de ahí. O echarla en ese mismo instante. Que se corte la luz. Un temblor de tierra. No tener que contarle a Ana María que una paciente lo dejó. Que los pacientes también lo abandonan. Inspira profundamente, exhala con lentitud y propone me gustaría que me contaras por qué mientras se clava las uñas en las palmas apretadas. Mi mamá me dijo que no puede seguir cuidando a Lucas, después de dar mil vueltas y excusas terminó confesándome que le da miedo, su único nieto de dos años le da miedo. Él podría proponerle que viniera con el nene, por qué no, sería interesante pero sabe que Daniela, como su madre, también está buscando excusas, la abuela no debe ser la única posibilidad de dejarlo por una hora, una vez en la semana.  Aceptá tu fracaso Gustavo, se dice. Entonces la mira con atención. Daniela está pálida, ojerosa, desencajada. Gustavo logra apartarse de su propia frustración y piensa en ella, sabe por propia experiencia qué difícil es enfrentar a un analista para interrumpir un tratamiento, intentará hacérselo lo más fácil posible. Le sonríe ampliamente. La cara de Daniela, como en automático, se distiende. Lo de mi mamá me mató, era la única en quien me podía apoyar; estoy sola con mi hijo. Está Ariel le recuerda él. Ella agita la cabeza. Con todo lo demás sí, pero no con el nene. ¿Con quién lo dejaste? Con mamá, con quién si no. Te lo cuida ahora para que puedas despedirte. Ella lo mira con extrañeza. No, un rato no tiene problema, a lo que no está dispuesta es a seguir haciéndose cargo del nene cuando voy a trabajar, todavía no puedo creer que mi madre tampoco lo quiera a Lucas. Gustavo entrecruza los dedos, gira los pulgares. Me parece, Daniela, que estás confundiendo las cosas, que tu mamá haya decidido que no tiene fuerzas para ocuparse de su nieto, no significa que no lo quiera. Ella frunce el ceño. ¿Las madres de todas tus amigas se hacen cargo de los nietos mientras sus hijas trabajan? Daniela se queda pensativa. ¿Cuántos años tiene tu mamá? Sesenta y dos. ¿Siempre te cuidó el nene? Ella hace un gesto afirmativo. ¿No te parece que una mujer de esa edad tiene derecho a estar cansada luego de cuidar dos años a una criatura todas las mañanas de su vida? Pero yo se lo llevo.  ¡Menos mal!  Daniela sonríe.  Él la mira con intensidad y le repite  que tu madre se anime a decirte que ya no tiene fuerzas físicas o anímicas no significa que no quiera al nene, de lo que viene dándote muestras hace dos años y medio. La sonrisa de Daniela, se extiende, la cara se le ilumina. Me parece que no es tu mamá el motivo por el cual decidís interrumpir el tratamiento arriesga él. Ella se pone seria de repente. Sí, si mi mamá no quiere Gustavo sonríe con intención y ella se rectifica no puede y continúa cuidarme más al nene yo no voy a poder seguir trabajando, imposible dejarlo en una guardería, y si no puedo trabajar, vamos a tener que ajustarnos con los gastos, sobre todo ahora que, más allá de la ayuda del certificado de discapacidad, deberemos afrontar el tratamiento de Luquitas. ¿Entonces? Entonces no voy a poder seguir pagándole. Gustavo siente que sus pulmones se dilatanInspira profundamente. Hubieras empezado por ahí dice. Ella lo mira extrañada ¿y por dónde empecé? pregunta. El cerebro de Gustavo trabaja a mil. ¿Vos quisieras seguir con el tratamiento? Claro contesta Daniela este es el único lugar donde no necesito mostrarme fuerte, nunca dejaré de agradecerle que me haya… obligado Daniela sonríe a reconocer que mi hijo es autista y que me haya impulsado a que  buscara ayuda,  al menos me deja encaminada. Yo no te estoy dejando la corrige él, emocionado. Bah, cuestión de palabras. De palabras se nutre este tratamiento. Yo no te estoy abandonando le repite él y tu madre tampoco. Los hechos pesan más que las palabras dice ella. A él se le aparece el rostro de su mamá. Si hay algo en lo que nunca pensó la vieja fue en la plata. Se queda en silencio un largo rato. No me parece que sea el momento indicado para interrumpir el tratamiento; no te preocupes por el dinero, me lo pagarás cuando puedas. Daniela arquea las cejas Mil gracias, Gustavo, pero me parece que no corresponde. La imagen de su madre troca en la de Ana María. Él tampoco sabe si corresponde. ¿Vos soportarías contraer una deuda?ambos sabemos que precisás ayuda. Siempre evité contraer deudas, me pesan demasiado, pero lo intentaré.  ¿De acuerdo entonces? pregunta Gustavo mirándola fijamente. De acuerdo contesta ella sonriendo Dios lo puso en mi camino.

Miércoles 19 de setiembre de 2012
Daniela comenta que cambió de opinión, y cuando Gustavo ya está pensando: de nuevo, se va, agrega no voy a dejar el trabajo. ¿Cómo es eso? inquiere, aliviado. Mi mamá me contó que se había quedado muy mal, pero que las fuerzas no le daban; dijo que teníamos que encontrar una solución porque era imprescindible que yo siguiera trabajando; mientras tanto, mi jefe me hizo llamar, dijo que lamentaba muchísimo que me fuera, que cuál era el motivo; le conté que no podía estar fuera de casa tanto tiempo porque tenía un hijo autista, así se lo dije, nadie del trabajo lo sabía; me pidió que se lo dejara pensar y al día siguiente me ofreció trabajar tres días desde casa y dos en la oficina sin modificarme el sueldo; le di pena concluye. ¿Pena? pregunta Gustavo debés ser una empleada muy eficiente, seguramente confía en que trabajarás de manera responsable, aunque nadie te esté controlando. Daniela hace un gesto despectivo y comenta en cuanto se enteró, mamá ofreció ocuparse de Lucas los otros dos días y que, de última, si la situación se le ponía muy difícil, ella se encargaría de contratar a alguien para que la ayudara; recién ahí tomé conciencia del sacrificio que había hecho durante dos años y como me resistí a su propuesta, repitió que era imprescindible que yo trabajara; finalmente acepté, tiene razón. ¿No podrían vivir solo con el sueldo de tu marido? pregunta Gustavo. Sí contesta ella deberíamos ajustarnos en muchas cosas, por eso te había dicho de dejar la terapia, pero sí, podríamos, Ariel tiene un buen sueldo y un trabajo muy estable en una empresa importante. ¿Por qué, entonces, sería imprescindible que trabajaras? Eso lo dijo mi mamá le aclara Daniela pregúnteselo  ella. ¿Y por qué te parece que puede haberlo dicho?  Ella eleva los hombros, sin embargo, al cabo de un rato contesta creo que tiene miedo de que mi marido me deje. ¿Tu mamá te hizo algún comentario al respecto? averigua. No, pero estoy segura de que lo piensa. ¿Y por qué tu marido habría de dejarte? Por Lucas contesta ella con energía mamá sabe que Ariel no lo quiere. ¿Tu madre te lo comentó? No, pero es fácil darse cuenta. Gustavo se queda reflexionando y luego comenta es interesante, ponés en la cabeza de tu mamá tus propios pensamientos; me parece que sos vos la que teme ser abandonada. Daniela se queda en silencio un largo rato y luego comenta cuando estuve en Ramsay vi varias mujeres que habían sido abandonadas. Sí  recuerda Gustavo comentaste la de la chiquita Down. Lucas solo me tiene a mí  dice Daniela con convicción yo debo ser capaz de cuidarlo y de mantenerlo. Lucas no te tiene solo a vos la corrige él tu madre lo cuida desde que nació y, que yo sepa, Ariel sigue estando a tu lado. Pero no al lado del nene aclara ella elevando la voz. ¿No contemplás la posibilidad de que Ariel, como tu madre, pueda estar asustado, de que pueda sentirse torpe, incapaz de saber cómo actuar con Lucas? arriesga Gustavo. Daniela endereza la espalda. Nunca me lo había planteado admite.  Antes de que comenzaran las dificultades con el nene, ¿tu marido se hacía cargo de él? Ella niega con la cabeza. Yo siempre fui muy obsesiva con Luquitas confiesa recuerdo que cuando Ariel quería tenerlo en brazos me preguntaba ¨¿me lo prestás?¨  Gustavo se sirve agua. Parece que consideraras que solo es hijo tuyo dice.  Él nunca lo quiso se justifica Daniela. A lo mejor nunca le permitiste que lo quisiera dice Gustavo y experimenta una extraña opresión. Ella lo mira, las cejas muy arqueadas. ¿Dejas al nene con Ariel? pregunta Gustavo mientras se oprime con un dedo la boca del estómago.  Ella baja la vista. ¿Nunca? insiste él. Bueno, sí, cuando me baño. ¿Qué podría pasar si los dejaras a solas?  Daniela no contesta. ¿Tenés miedo de que Ariel le haga daño al nene? Ella chasquea con la lengua. Mire las cosas que dice. ¿De qué tenés miedo, entonces? No sé dice ella y cierra los ojos un instante. ¿Me querés hablar de tu padre? y ante el silencio de ella insiste ¿se ocupaba de vos?  Ella se lleva una mano a la frente. Luego de un rato cuenta mi papá era alcohólico, pero hace más de veinte años que no bebe una gota; mi mamá está muy orgullosa de que él haya podido superarlo; mis padres se aman, todavía se aman. ¿Tenés hermanos? No, tuvieron miedo de reincidir; dice mamá que papá tenía terror de que yo naciera defectuosa. ¿Desde cuándo era alcohólico?  Poco después de que se casaron a mi padre lo despidieron, se angustió mucho y empezó a beber; para colmo yo decidí nacer, pobre mi mamá, la debe haber pasado demasiado mal. Mientras ella saca un paquete de pastillas del morral Gustavo piensa que seguramente el alcoholismo era anterior, causa del despido, no consecuencia. ¿Le tenías miedo a tu papá? Ella calla. ¿Te pegaba? Mi mamá  no lo hubiera permitido. Daniela se oprime la boca del estómago, cierra los ojos. ¿Te sentís mal? pregunta Gustavo. Es el dolor de siempre, no tiene importancia contesta ella. ¿Lo consultaste con el médico? Sí, alguna vez, gastritis. ¿Y te duele más cuando te pones nerviosa? Puede ser contesta ella. ¿Querés un té? ofrece él, sintiéndose absurdamente culpable. No, gracias, ya va a pasar. Gustavo permanece en silencio, reflexionando. No puede equivocarse. Daniela  dice al fin no necesitás defender a Lucas de Ariel como suponés que tu mamá te defendió de tu papá; el autismo de tu hijo no tiene nada que ver con el alcoholismo de tu padre; mirame ella lo obedece tu historia es otra; no obstaculices la relación de Ariel con el nene; Lucas lo necesita. Los ojos de Daniela se empañan. Me da tanta vergüenza dice. ¿Qué te da vergüenza? Daniela se incorpora. No me siento bien dice prefiero irme. Gustavo también se para. Cuando están en la puerta, él la toma del brazo y le ofrece si necesitás hablar conmigo no dudes en llamarme. Gracias dice ella muchas gracias y cuando intenta sonreír le ruedan dos lágrimas.

Miércoles 26 de setiembre de 2012
Hablé con mi mamá informa Daniela luego de un rato. ¿Sobre qué? indaga Gustavo. Sobre mi papá; me contó de nuevo toda la historia de Alcohólicos Anónimos; ellos lo salvaron. ¿Cuál es la relación de tu padre con Lucas? Daniela lo mira, parece desconcertada. ¿Mi papá?, ya sabe cómo son los hombres con los chicos. ¿Cómo son? Distantes, diría yo. ¿Tu mamá nunca le pidió que la ayudara a cuidar a Lucas? Con respecto al nene, mi mamá es como yo, solo confía en ella. ¿No será que vos sos como tu mamá? ¿Cuál es la diferencia? dice ella con un gesto despectivo. Me parece que en tu familia, la distancia de los hombres con los niños está determinada por las mujeres. Por algo será se justifica ella. ¿Por qué? Ayer mi mamá me confesó el motivo por el que llevó a mi viejo de las orejas a ALANON bajo amenaza de dejarlo si se resistía. Daniela calla. Luego de un rato Gustavo pregunta ¿cuál fue? Un sábado mamá hizo horas extras en el trabajo; cuando volvió, a la noche, me encontró parada en la cuna, agarrada de los barrotes, roja de tanto llorar, los pañales y las sábanas empapados; mi papá se había ido; en la heladera estaban todas las mamaderas que mamá había dejado preparadas. ¿Qué tiempo tenías? Casi un año. ¿Recordás algo? Por suerte, no. A lo mejor sí, por eso no te animás a dejar al nene con tu marido.  Daniela se cubre la cara con ambas manos.  ¿Cómo te llevás ahora con tu padre? Muy bien pero…  ¿Pero qué? Pero distante  contesta ella, sonriendo.  ¿Y con tu mamá?  El rostro de Daniela se transforma, se dulcifica. La amo dice.

Miércoles 3 de octubre de 2012
Estuve pensando en lo que me dijo comenta Daniela. ¿Con respecto a qué? A cuánto dificulté  la relación de Ariel con Lucas. ¿A qué conclusión llegaste? Recordé los primeros meses del nene; lo veía tan frágil que me parecía que Ariel era demasiado torpe para sostenerlo, tenía miedo de que se le cayera. ¿De que lo tirara? aventura él ¡Gustavo, no insista! eleva Daniela el tono de voz. ¿En qué te parece que estoy insistiendo? Ella frota con la palma de una mano el dorso de la otra. En que yo tenía miedo de que Ariel le hiciera algo. ¿Y era así? Daniela se abraza a sí misma.  Sí dice llorando. ¿Porque lo habías obligado a ser padre? Ella asiente con la cabeza.  ¿Seguís teniendo miedo? No dice entre hipos estaba loca. Estabas asustada Gustavo dulcifica la voz tu papá te hizo daño pero eso no implica que Ariel vaya a dañar a Lucas, tampoco que tu propio padre pueda ahora dañarlo; estaba enfermo, Daniela, y hace años que ya no lo está; quizás los  cuatro, tu mamá, tu papá, Ariel y vos, puedan sostenerse para ocuparse juntos de Lucas; un chiquito con autismo requiere mucha atención, es demasiado para una mujer sola. Aunque los sollozos de ella no se detienen, a Gustavo, ahora, no le duelen, sabe que es para mejor. Daniela debe desprenderse de su coraza de autosuficiencia para poder aceptar la ayuda. La deja llorar sin intervenir.  Cuando la ve calmada pregunta ¿el nene comenzó el tratamiento? El lunes vino a casa la fonoaudióloga, una chica joven como yo. ¿Lo dejaste solo con ella? Sí, después de un ratito me hizo salir; yo estaba segura de que Lucas iba a hacer un berrinche, pero no, se ve que está acostumbrada a tratar nenes así.  ¿Cómo te sentiste? Fue muy raro; me dieron ganas de llorar. ¿Por qué? Daniela  oculta el rostro entre las manos. Su voz apenas se escucha al decir  me sentí desplazada, yo llevaba dos años y medio intentando conectarme con mi hijo y ella, de la nada, fue aceptada; me dio rabia, dolor y rabia se descubre la cara y lo mira ya sé que es un disparate pero es lo que sentí. Es muy valioso que puedas reconocerlo Gustavo le sonríe ¿cuándo empieza con la sicóloga? Mañana. Me gustaría que le preguntaras qué opina sobre el amamantamiento. No hace falta responde ella y mirándolo fijo comenta hace dos semanas que lo desteté. Él se aclara la garganta.

Miércoles 10 de octubre de 2012
Daniela está comentando que fue al cumpleaños de la sobrina de Ariel.  Es muy duro enfrentarme con chicos de la edad de Lucas; cuando mis amigas me invitan no voy,  este era de la primita, no podía dejar de ir. ¿Cómo estuvo el nene? pregunta Gustavo. En su mundo pero bien, tienen un jardín enorme y habían alquilado un centro de juegos inflable y a Lucas le encanta trepar, tiene mucha destreza, aprendió a caminar a los diez meses; fue agotador porque no se bajó del juego ni un minuto; en un momento mi cuñada me pidió que la ayudara a repartir los panchos; no tuve más remedio que decirle que sí; le pedí a Ariel que lo vigilara; tardé un montón; cuando llegué Ariel no estaba; empecé a buscar a Luquitas pero no lo encontraba, era un mar de chicos; no lo podía creer, al nene no se lo puede dejar un minuto solo; no te explico la desesperación que me agarró; me enojé con vos, yo tenía razón. ¿Por qué? pregunta él ¿Ariel había abandonado al nene como tu padre te había abandonado a vos?  Daniela sonríe y agita ligeramente la cabeza. Entonces escuché un silbido: era Ariel desde el fondo;  fui corriendo y lo encontré hamacando a Lucas. Ella se cubre la cara con las manos.  Para colmo dice luego de un rato le tendí los brazos para sacarlo de la hamaca pero Lucas me rechazó; ¨andá a charlar un rato tranquila¨, me ofreció Ariel, ¨yo me ocupo del nene¨. ¿Te fuiste? Sí, llorando contesta ella, mirando el piso. Lo importante es que te fuiste.

Miércoles 17 de octubre de 2012


Empecé a trabajar desde casa informa Daniela. ¿Cómo te resulta? No fue fácil comenta ella mientras saca una pastilla del paquete creí que iba a poder hacerme cargo del nene mientras trabajaba pero tenía que interrumpir a cada rato; ahora está viniendo mamá; prepara la comida, le cambia los pañales, atiende a la fonoaudióloga; cuando el nene se pone difícil me avisa y en un ratito lo soluciono; no sé qué haría sin ella. ¿Te envían todos los profesionales a tu casa? pregunta Gustavo, sorprendido.  Solo la fonoaudióloga, la sicóloga, no. ¿Lo llevás vos? Daniela se ruboriza ligeramente, baja la vista. No puedo porque es el día que voy a la oficina; lo lleva Ariel; la mujer nos pidió que evitáramos los cambios. ¿Lucas ofrece resistencia a ir con el papá? Para nada,  me contó mi mamá que en cuanto aparece Ariel a buscarlo, se arrima y le tiende la manito; los lleva mi papá en el auto y después los pasa a buscar, y los acerca a casa.  Gustavo la observa, en silencio, sonriente. ¿Por qué me mira así?  pregunta ella, arreglándose  el cabello. ¿Seguís pensando que estás sola para ocuparte de tu hijo?

Miércoles 24 de octubre de 2012
Daniela entra radiante, las mejillas sonrosadas. Arrebolada, define Gustavo. ¿Sabe cuál fue el regalo del día de la madre? comienza la sesión. Él, sonriendo, niega con la cabeza. Lucas me dijo mamá informa, se echa el cabello hacia atrás y continúa me contó Ariel que hace semanas que vienen practicando, en el auto de papá, cuando lo lleva a la sicóloga; él le puso el paquete entre las manos y el nene vino caminando, todo durito y me lo entregó; Ariel, mirándolo, le dijo ¨feliz día mamᨠy Luquitas, los ojos en los labios del padre, repitió ¨mamá¨. Gustavo necesita tragar saliva. No lo podía creer, todavía no puedo creerlo; no solo que mi hijo haya podido decir una palabra sino que el padre se la haya enseñado se le llenan los ojos de lágrimas cada vez que pienso en eso me conmuevo  Gustavo le tiende la caja de pañuelos perdóneme, ya debe estar aburrido de mis lágrimas; pero si usted tiene carilinas debe ser porque no soy yo la única que llora. Desde luego que no comenta Gustavo y no necesitás disculparte, celebro tus lágrimas, ellas te permiten expresar tus emociones. Lo mejor de venir acá es que ante usted puedo desarmarme. Es muy interesante lo que decís; en ciertas oportunidades moviendo una pieza equivocada puede  lograrse que un rompecabezas recupere la armonía original. Daniela busca una pastilla en su bolsillo y se la coloca en la boca. A veces se me seca la garganta explica. ¿A veces cuándo? Daniela se queda reflexionando. Cuando estoy mucho en lo que digo concluye y rápidamente añade Lucas está mejor; hace menos berrinches, más allá del ¨mamᨠsonríe con dulzura parece que está intentando empezar a comunicarse; ayer me tomó de la mano y me llevó hasta la heladera; antes solo lloraba y me correspondía a mí decodificarlo. Parece que la apertura de tu hijo hacia la comunicación impulsa la tuya. ¿Por qué lo dice? Por como te expresás hoy. Daniela se queda mirando a través de la ventana un largo rato. ¿En qué pensás? pregunta Gustavo. Nunca se lo comenté dice bajando la vista pero desde que comenzaron los problemas con el nene perdí todo deseo sexual; al principio Ariel insistía pero hace unos días me di cuenta de que ya ni lo intenta. ¿Y cuándo reparaste en ello? La otra noche; después de mucho tiempo me sentí excitada las mejillas se le colorean pensé que si se acercaba lo iba a aceptar; pero no se acercó; y a la noche siguiente tampoco. ¿Intentaste tomar la iniciativa?  Daniela parece sorprendida no, en nuestra pareja no funciona así. ¿Y quién puso las reglas? Ella se encoge de hombros. Nadie, así se fue dando. Si no hay un estatuto que lo prohíba dice él sonriendo nada impide que puedas modificarlas. Se me pasó por la cabeza que pueda andar con otra mujer. ¿Le comentaste algo? ¡No!, ahora que está mejor con el nene, no quiero provocar nada que pueda alterarlo. Me gustaría que me contaras cómo se han relacionado sexualmente desde que conformaron la pareja. Nunca tuvimos problemas al respecto cuenta ella aunque tampoco fue el centro del vínculo; yo diría que nuestros encuentros han sido castos. Curioso adjetivo asociado al sexo; ¿Ariel fue el promotor de ese tipo de relación? ¡No!, fui yo admite ella pero él siempre me respetó, a mí no me gustan las cosas raras. Y en los últimos meses no te gustaron ni siquiera las cosas castas. No se ría de mí dice ella me da mucha vergüenza hablar de esto. Quizá consideraste que no estaba bien que una madre preocupada por su hijo disfrutara sexualmente. Puede ser  admite ella. Tal vez ahora, que sentís que tu hijo va progresando te das permiso para gozar. Sí, pero ahora Ariel no quiere. ¿Qué podría pasar si fueras vos la que tomara la iniciativa?  Daniela se queda mirándolo. Se sorprendería mucho. ¿Se disgustaría? No, qué va dice ella sonriendo. Gustavo se incorpora. Dejemos acá indica.

Miércoles 31 de octubre de 2012
Lucas dice agua informa Daniela pronuncia clarito; me dijo la fonoudióloga que cree que va a aprender a hablar; ahora lo sigue mucho al padre; cuando quiere algo, viene y lo agarra de la mano; Ariel lo entiende bastante. No tanto como a vos. ¡Soy la madre! dice ella e inmediatamente, mirando la alfombra, informa ¿a qué no sabe a dónde lo invité a mi marido? Gustavo eleva los hombros y cejas. A un hotel  mira a Gustavo y sonríe ante su expresión de sorpresa  fue su cumpleaños sigue explicando y le dije que tenía un regalo especial para él, Como yo no manejo lo fue guiando, el no entendía nada; cuando llegamos, creyó que le estaba haciendo una broma y se río; todo estuvo a punto de fracasar porque me ofendí y me dio una vergüenza tremenda; pero finalmente, entramos; le juro que nunca hicimos el amor así; en ese ámbito yo me sentía otra; cuando se cumplieron las dos horas la llamé a mi mamá y le pregunté si me bancaba otro rato; pasamos la tarde completa hablando y abrazándonos, con Lucas dando vueltas, hace dos años que no podemos estar tranquilos; cuando le dije que había pensado que tenía otra le agarró u ataque de risa; fue hermoso. Gustavo la observa: ella está hermosa. Sonrosada, los ojos brillantes. Ariel propuso que repitiéramos la experiencia al menos una vez por mes; es maravilloso sentirse la amante de tu marido busca una pastilla en la cartera, se abraza con ambos brazos y dice gracias, sin usted no hubiera descubierto que era capaz de tomar la iniciativa. Sus palabras caen sobre Gustavo como un bálsamo.

Miércoles 7 de noviembre de 2012
Lucas tuvo un accidente informa Daniela en cuanto se sienta. ¿Qué pasó? pregunta, alarmado, Gustavo. Mordió una copa y la rompió. ¿Se lastimó mucho? Bastante, le tuvieron que suturar la lengua contesta y calla. Luego de un rato Gustavo propone. ¿Me querés contar más? Ella se cubre la cara con ambas manos. Fue espantoso; por primera vez en años fuimos a almorzar afuera con el nene, un restaurante chiquito, muy tranquilo, cerca de casa; todo marchaba bastante bien, Ariel estuvo en la vereda con el nene hasta que trajeron la comida, le pedimos papas fritas que le encantan y las puede comer con las manitos; yo le había llevado su vasito de plástico, por supuesto, pero en un segundo me sacó mi copa y la mordió; escuché el ruido y cerré los ojos; cuando los abrí la sangre le salía a borbotones; Ariel atinó a sacarle los vidrios de la boca; los del restaurante llamaron al SAME que llegó rapidísimo; Ariel le sostenía una servilleta contra la boca y las tenía que cambiar enseguida porque se empapaban; finalmente lo llevaron al Hospital de Niños, lo cosieron y ya está mejor; un par de puntos nada más, no sé cómo podía salir tanta sangre de un corte tan chico. ¿Cómo actuó Lucas? No me quiero acordar; aullaba; cuando lo bajaron de la ambulancia no lo podían controlar entre dos y ni siquiera tiene tres años; tuvieron que operarlo con anestesia general. Gustavo le sirve agua y espera que se tranquilice un poco antes de preguntarle ¿y cómo te sentiste vos? Horrible; no supe cómo enfrentar la situación, no sé qué hubiera hecho sin Ariel; si por mí hubiera sido, mi hijo habría muerto, me paralicé. Dejaste de ser un adulto comenta Gustavo. Sí, era una nena aterrorizada. Pero estaba Ariel. Sí, él lo salvó. Y te contuvo a vos. Sí, creo que nunca lo quise tanto; lo admiré, además; fuerte pero dulce; y yo no serví para nada. ¿Te escapaste corriendo? Ella lo mira con intensidad. ¡¿Qué está diciendo?!, en cuanto salió de la anestesia la única que logro tranquilizarlo fui yo; hasta se dejó abrazar. Daniela ella lo mira no gastes energía retándote porque necesitás toda la posible para seguir adelante, seguramente no es fácil el posoperatorio. ¡No!, me tomé licencia, hay que darle de comer cosas frías a cada rato para aliviarle el dolor; hace días que casi no duermo. ¿Y todavía te sentís culpable? Ella  amaga con replicar pero luego se encoge de hombros y sonríe.

Miércoles 14 de noviembre de 2012
¿Cómo está Lucas? pregunta Gustavo cuando Daniela, ya sentada, lo mira. Mejor, por suerte, ya casi no le duele. ¿Y cómo estás vos?  Ella eleva los hombros. No sé, no me entiendo, no soy la misma. ¿La misma que cuándo? Que antes del accidente; algo me pasó. Gustavo recuerda la sesión pasada. Daniela había manifestado una aguda culpa. Me está matando la culpa explica ella como si hubiera podido leerle el pensamiento.  ¿Qué es lo que te hace sentir tan mal? Ya le expliqué, no pude hacerme cargo de mi hijo. Me gustaría que trataras de precisarme tus sensaciones. Cuando lo vi aullar en la ambulancia; todas mis ilusiones volaron de golpe; qué tonta, porque el nene estaba un poco mejor yo ya fantaseaba con que se habían equivocado con el diagnóstico; los vidrios me estrellaron en la realidad. Asumir esa realidad es lo que estamos trabajando en este espacio, y no es tarea fácil. Las lágrimas comienzan a deslizarse por las mejillas de Daniela. Ella no parece percibirlas. Él le alcanza la caja de pañuelos de papel. Minutos después, Daniela, la mirada perdida, estruja los restos del pañuelo entre las manos. Lo peor fue cuando le agarró el ataque al bajar de la ambulancia dice parecía poseído, ese no es mi hijo, me decía yo. ¿Sentiste rechazo por él? Daniela cierra los ojos y asiente con la cabeza. Uno es responsable de sus actitudes no de sus sentimientos acota Gustavo vos no abandonaste a tu hijo; a pesar del rechazo que estabas experimentando fuiste capaz de confortarlo. El llanto de Daniela regresa. ¡¿Por qué yo no puedo tener un hijo normal?! Que Lucas sea autista no significa que vos no puedas tener un hijo normal. La mirada de Daniela se hace viva. Hace rato que le estoy dando vueltas al tema de tener otro hijo pero no me animé a decírselo a nadie porque ya sé que me dirán que estoy loca; siempre soñé con tener al menos cuatro hijos, por eso me apuré en quedar embarazada;  y ahora el autismo del nene me obliga también a renunciar a mis proyectos; venía bien y me desequilibré, estoy asustada. Gustavo le apoya una mano en el antebrazo. Tranquilizate, no estás loca. ¡Sí, es eso justo lo que siento! , y trato de disimular para que Ariel no se dé cuenta.  Gustavo tiene una intuición. ¿Querés que te acompañé la próxima sesión? ¿Se puede? contesta ella mirándolo a los ojos. Se puede todo lo que contribuya a ponerte bien. Ella inspira hondo. Le voy a preguntar dice. Gustavo sonríe. ¿Le tengo que avisar? No hace falta contesta él vos sos la protagonista; este es tu espacio.

Miércoles 21 e noviembre de 2012


Este es Ariel indica Daniela desde el palier. Adelante, mucho gusto le tiende la mano Gustavo. Es un muchacho delgado, apenas más alto que ella, de facciones delicadas y ojos claros. Gustavo recuerda la foto de Lucas. Sí, el chiquito se parece mucho al padre. Daniela se ubica y le hace un gesto al marido. Él se sienta a su lado. Parece cohibido.  Gustavo  sonríe y le pregunta ¿cómo estás? Daniela me pidió que viniera¿Vos querías venir? Ariel echa una rápida mirada a su mujer y luego mira a Gustavo. No mucho contesta sonriendo. ¿Entonces por qué estás aquí? Dani nunca me pide nada; si lo hizo será porque es importante para ella. ¿Te explicó por qué? Ariel niega con la cabeza. Daniela, me gustaría que le comentaras a tu marido lo que estuvimos charlando la sesión pasada. Mejor no dice ella creo que no fue una buena idea que Ariel viniera. Pero ya estoy aquí, qué precisás de mí. Daniela se retuerce las manos. ¿Me vas a contar de una vez por todas? No puedo contesta ella mirando el piso. Entonces me voy dice Ariel levantándose tuve que pedir permiso en el trabajo para venir. Daniela no emite sonido. Gustavo se incorpora y lo acompaña hasta la puerta. Perdoname pide el muchacho me saca cuando se congela. Gustavo le tiende la mano, sonriendo. Cuando vos quieras podés acompañarla le sugiere, resaltando el vos. Cierra la puerta y regresa al consultorio. Daniela sigue en la misma posición. Gustavo recuerda las palabras del marido. Sí, está congelada. ¿Qué te paso? le pregunta, luego de un rato. Usted pensará que soy idiota. Pienso que estás aterrada la corrige él. Ella se abraza a sí misma. Daniela, ¿de qué tenés tanto miedo? Luego de un largo silencio ella contesta no sé y comienza a sollozarGustavo siente un fuerte impacto. Pierde la noción del tiempo. Algo trascendental está operando dentro de él. Cuando vuelve en sí, ella lo está mirando, ya calmada. Parece extrañada. Todo lo que hemos hecho hasta el momento son emparches dice Gustavo te propongo que empecemos de nuevo, de otra manera; que indaguemos en tu infancia con detalle y profundidad; solo así podrás conocerte; si no, seguiremos a ciegas la mira con intensidad ¿estás dispuesta?, no va a ser fácil. Ella, desencajada, asiente con la cabeza.

Miércoles 28 de noviembre de 2012


Cuando llega, agitado, se encuentra a Daniela en la entrada. Perdóneme, llegué antes se disculpa ella. Perdoname vos por las idas y venidas dice él mientras abre el ascensor. Ambos se sientan. Espero que todo esté bien dice ella. Él duda. ¿Corresponde dar información? Tengo a mi hija internada. ¿Algo grave? Esperemos que no. Lo lamento dice ella de veras, no me imaginaba que tuviera hijos. ¿Por qué no? No sé, es raro imaginarle una vida fuera de estas cuatro paredes. A él ya se le ha ocurrido una pregunta cuando recuerda la propuesta de la semana pasada: desde el principio, a fondo. ¿A qué se dedican tus padres? averigua. Daniela lo mira, los ojos de par en par. ¿Por qué me pregunta eso? Vamos a tratar de averiguar juntos de quiénes venís. Yo ya conozco mi historia. ¿Cómo la conociste? Daniela se queda pensando. No sé, supongo que a través de mamá. O sea que lo que sabés es lo que tu madre te contó. Claro reconoce ella. Retomemos mi pregunta, ¿qué hacen tus papás? Mi mamá está jubilada y papá es electricista. ¿De qué trabajaba tu mamá? Era enfermera. ¿Con quién te quedabas cuando tu mamá trabajaba? Daniela se queda mirándolo. No sé, nunca lo pensé. A lo mejor te quedabas con una abuela, o con una tía. Daniela agita la cabeza. Quizá te quedabas sola. Como tocada por un rayo, Daniela se abraza con ambas manos. ¡Mi mamá nunca me hubiera dejado sola! De acuerdo, no. Gustavo le ofrece agua. Daniela la rechaza. Él toma. El otro día comentaste que cuando tu mamá trabajaba los sábados, te dejaba con tu papá. Solo sé que me dejó esa vez. ¿Y con quién creés que te dejaba el resto de los sábados? Otra vez con lo mismo, no sé. ¿Desde cuándo era alcohólico tu padre? Ya le dije, poco después de que se casaron. Entonces, cuando tu mamá te dejó con él, sabía que te estaba dejando con un hombre alcohólico; seguramente eligió pensar que no te iba a pasar nada porque ella necesitaba ir a trabajar. ¿Adónde quiere llegar? A que ese miedo que te asaltó aquí el otro día, ese miedo que tu marido dice que te congela, el mismo que te incapacitó el día que se accidentó Lucas, el que te impedía dejar a tu hijo con Ariel quizá provenía de esas largas horas que pasabas con un hombre que no se podía hacer cargo de vos, de ese padre del cual tu madre no pudo protegerte. Las lágrimas avanzan por las mejillas de Daniela, silenciosas. ¡Ella no tenía la culpa! No estoy juzgando a tu mamá, solo estoy tratando de que juntos podamos reconstruir cómo te sentías. Tu papá, ¿alguna vez le pegó a tu mamá? ¡No!, ¡a ella no le pegaba! ¿Y a quién si no?, ¿a vos? ¡No! Daniela solloza papá no me pegaba. Gustavo calla y la deja llorar. Una inmensidad después informa ya es la hora, te veo el próximo miércoles. Daniela se incorpora, trastabilla y se agarra del brazo de él. Gustavo le oprime la mano.

Miércoles 5 de diciembre de 2012

¿Su hija ya está bien? pregunta Daniela, no más entrar. Mejor, por suerte. Ella pasa y se ubica. ¿Cómo anduviste esta semana? pregunta Gustavo. Como si caminara unos centímetros sobre el suelo. ¿Podrías explicármelo? Una sensación muy extraña; me hice cargo del nene, trabajé, me acosté con Ariel, pero una parte de mí vibraba en otra dimensión; como si me hubiera quedado colgada de la infancia; esta semana estuve caminando por allí pero no logré recordar nada. ¿Alguna percepción difusa? Sí, la sensación de estar alerta; creo que siempre estoy alerta; no sé cómo no me di cuenta antes de lo de Lucas, me falló el sensor. No estoy de acuerdo, percibiste la dificultad pero el pediatra lo desestimó, y aun así, viniste aquí buscando ayuda; recuerdo ahora tu fantasía de que Ariel te engañaba, podemos pensarlo que fue un producto de tu estado de alerta. Sí admite ella nunca puedo terminar de relajarme; hasta mi sueño es muy liviano, Ariel dice que no se puede dar vuelta en la cama sin que yo me incorpore inmediatamente. ¿Cuándo es preciso estar alerta? Ella lo mira con ntendidad. Se toma unos segundos  antes de contestar frente al peligro, supongo. Suponés bien, entonces, ¿cuál es el peligro que permanentemente te ronda? Ninguno concreto pero siempre hay infinitos peligros. Y cuando detectás el peligro, ¿actúas con eficiencia’ Daniela se queda pensando. A veces  contesta luego de un rato otras me paralizo. Como cuando se accidentó el nene. ¡No me haga acordar!  Quizá cuando te quedabas a solas con tu padre, por más que estuvieras alerta, no era mucho lo que podías hacer por protegerte. ¿Usted cree que me papá me pegaba? No sé si te pegaba pero es seguro que la niña que eras captaba su violencia interior. Papá siempre está a punto de estallar. ¿Cómo te das cuenta? Porque se le hinchan las venas del cuello. Daniela se agarra la cabeza con las dos manos. ¡Me daban tanto asco!, creía que se iban a reventar y que la sangre saldría a chorros. Asco y miedo. Sí, me daba terror; se contenía, como ahora, pero yo no sabía si se iba a contener. Casi siempre se contenía. ¿Qué querés decir? ¿Nunca te pegó? ¡Cómo me iba a pegar si era mi papá! ¿Porque era alcohólico? Daniela se dobla sobre sí misma como si la hubieran trompeado en el abdomen. Solloza. Tu papá no te va a pegar más, nadie volverá a pegarte, Daniela, sos una mujer fuerte, capaz de huir de quienes te dañan, ya podés defenderte. De a poco ella se va tranquilizando. ¿No se lo contabas a tu mamá? Pobre mamá, que iba a hacer, tenía que trabajar, además papá no me pegaba insiste ella. Ahora sos madre, ¿dejarías a Lucas con un hombre alcohólico? ¡No!, por supuesto que no. ¿No pensás que esa nena además de miedo debe haber sentido bronca ante la imposibilidad de su mamá de defenderla? ¡¿Qué quiere de mí?! pregunta ella, porque primera vez agresiva. Que puedas reconocer en vos ese miedo y esa rabia acumulada que no te permiten descansar en paz. ¡Yo los amo a mis viejos! Nadie te niega ese sentimiento, tus padres deben haber hecho lo mejor que pudieron arrastrando sus propias historias; no te estoy pidiendo que los juzgues sino que los admitas tal cual son; en algún momento de tu infancia tu padre te aterrorizó y tu madre no pudo protegerte, pero vos los quisiste y podrás seguir queriéndolos a pesar de eso; viviste cientos de cosas buenas con ellos, que siguen a tu lado, apoyándote, pero lo que sucedió, sucedió y no alcanzarás la paz sin admitirlo. Me voy informa Daniela cuando logra serenarse. Cuando están en la puerta Gustavo le recuerda. Si me necesitás, llamame. Siempre lo necesito aclara ella antes de darse vuelta.
Miércoles 12 de diciembre de 2012
Daniela, vestidito de verano, parece una adolescente. ¿Cómo está su hija? le pregunta antes de sentarse. Mucho mejor, esta mañana le dieron el alta. ¡¿Qué hace usted acá?!  Gustavo se siente repentinamente culpable. Está con la madre se justifica, momento en el que descubre que si Cecilia siguiera en Chile, él hubiera tenido que dejar de trabajar.  ¿Por qué le pareció tan lógico que fuera ella quien pospusiera sus obligaciones? Porque, encima, a ella le gusta trabajar, reconoce él. Sí comenta Daniela los hombres tienen dos lugares en el cerebro, uno para el trabajo y otro para los hijos; las mujeres no tenemos esa posibilidad, los hijos nos invaden todo. Gustavo está a punto de contestarle cuando recuerda que no está allí para debatir ideas. Explicame cómo es eso; ¿no hay nada que puedas hacer sin transportarlo a Lucas? Daniela asiente con la cabeza. Así es, exactamente; el hijo es una mochila que las madres nos ponemos al hombro cuando nacen y de la cual no logramos desembarazarnos jamás. Se desembarazan en el parto. Ella sonríe. Estás equivocado, el parto no rompe nada; absurdo pensar en que separan algo cuando cortan el cordón; a veces me entra una angustia profunda, quisiera por un segundo olvidarme de que tengo un hijo, prescindir internamente de él, pero no lo logro: necesitaría cortar el cordón inmaterial que nos mantiene ligados pero no sé cómo hacerlo; es abrumador. Sin embargo un par de sesiones atrás comentaste que deseás tener otro hijo. La cara de ella se ilumina. Claro, no hay nada que el ser humano busque más que la intensidad. ¿Aunque traiga aparejada el dolor? La intensidad es el dolor mismo; no puedo explicarle; el parto es la síntesis; un dolor desconocido, de otra dimensión, que te obliga a replegarte, el mundo deja de existir, los otros no existen, solo existe ese dolor que te animaliza hasta que, en un instante, se rompen las compuertas, te inunda una energía cósmica y ya no sos una mujer, sos una hembra que grita y empuja hasta que tu cuerpo se abre para parir a tu hijo. Gustavo queda sobrecogido por la intensidad del relato brotando de esa mujer de menos de cincuenta kilos. ¿Cómo pueden pretender que yo no quiera otro hijo? Otro parto no es lo mismo que otro hijo. No, es solo el comienzo; nací para esto, Gustavo, no tengo la menor duda. Él intenta asimilar lo descripto a los partos de Cecilia pero no lo logra, ¿Quién fue tu obstetra? pregunta. Quien iba a ser, dirás, porque parí a mi hijo sola; cuando llegué al sanatorio subí a la habitación a esperar a que la partera, que estaba en camino, llegara; me quedé sola  mientras Ariel terminaba con los trámites; me acosté en la cama hasta que el dolor me obligó a bajar y a ponerme en cuatro patas; después perdí la noción de todo, cuando la partera entró, Lucas ya estaba prendido de la teta; después ella me ayudó a subir a la cama y se ocupó del cordón y de la placenta; cuando llegó el médico todo había terminado. ¿El bebé estaba bien? No se preocupe, Gustavo, no es de ahí el autismo: el test de Apgar le dio 10 hace una pausa y luego agrega no le comenté que Luquitas progresó mucho; hace una semana que duerme de un tirón, parece menos tenso. ¿A qué lo atribuís? Yo también dormí mejor, me dijo Ariel que un par de veces se levantó para ir al baño y que yo no me di cuenta. Te repito la pregunta, ¿a qué lo atribuís? Ella se queda un rato en silencio. ¿Supone que tiene algo que ver con lo que trabajamos acá? inquiere luego. Gustavo sonríe y gira ambas palmas hacia arriba. Varias veces durante esta semana me propuse hablar con mi mamá, pero no me animé; veo la ternura con que trata a mi hijo y me pregunto si también conmigo fue así, ¿cómo reclamarle a estas alturas que no me haya protegido de mi viejo? No se trata de reproches sino de aceptación de la realidad; lo que ocurrió, ocurrió, y aunque no le permitas acceder a la conciencia, desde la oscuridad sigue actuando; a lo mejor a tu madre le alivia hablar de lo que, de alguna manera, debe constituir un peso para ella. Daniela apoya la cara entre las manos. No quiero dañarla. Me parece que para tu mamá será un regalo saber que podés amarla sin necesidad de tergiversar la verdad. Puede ser comenta Daniela  le prometo que lo intentaré. No te confundas, Daniela, no lo harías por mí sino por vos. Ya lo sé admite ella sonriendo pero usted me da fuerzas. Te veo el miércoles determina Gustavo levantándose.

Miércoles 19 de diciembre de 2012



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