Yima Santa Cruz
A mis tres hermaos
Uno recordaba una línea de acontecimientos y fechas,
desde donde uno se encontraba en aquel momento y hacia atrás. Es decir, una
línea temporal (…) cuando se llegaba a la infancia ya no había línea; entonces,
más bien aparecía un paisaje de acontecimientos, era imposible recordar el
orden, su cronología, tal vez, éstos no siguieran orden alguno, sino que
estaban dispersos, como sobre una planicie.
PETER HOEG
Los
fronterizos
PRETERITO
PERFECTO SIMPLE
.
Francisco levantó la vista del libro. Un esfuerzo
leer con tan poca luz. Lo apoyó a los pies de la cama y se incorporó. Controló
el goteo del suero y la mascarilla del oxígeno. Ya las dos de la mañana. Quizás
Valeria estuviera en lo cierto: su presencia allí no tenía razón de ser. Su
madre no había abierto un ojo ni movido un músculo en toda la noche. Francisco
alisó las sábanas, apartó ligeramente la silla de la cama, recuperó el libro y
volvió a sentarse. Libro que depositó sobre su pantalón arrugado. Una masa de
horas, indiscriminada, agobiante. Su madre había empezado a sentirse mal el día
del cumpleaños de la nena. Náuseas que se fueron transformando en vómitos
incoercibles sin que los médicos entendieran qué estaba pasando. Radiografías
de aquí, análisis de allá. Todo encuadrado en la burocracia resultante de su
condición de jubilada. Cada práctica médica se realizaba en un lugar
diferente, en horarios imposibles que nunca eran respetados. Recuerda con
precisión la primera visita al gastroenterólogo. Cuando llegaron, la sala de
espera estaba repleta. Decenas de representantes de la tercera edad sentados, una al lado del otro, en
lamentable exposición. Pasen y elijan su anciano favorito. Se ubicaron
entre ellos. Después de media hora Francisco comenzó a impacientarse. A las
cinco tenía que retirar a los chicos del colegio. Le preguntó a una viejita con
bastón sentada a su derecha a qué hora la habían citado. 15 y 30. Algo
no andaba bien. Le preguntó, entonces, a un hombre gordísimo instalado al lado
de su madre. 15 y 30. Se paró y, recorriendo la sala, repitió
infinitamente la pregunta. Increpó,
furioso, a la secretaria ¿por qué todos 15 y 30? Es la hora en que llega el
doctor fue la lacónica respuesta y ante la cara desorbitada de Francisco
agregó además, ellos no tienen nada que hacer. Hubiera querido
trompearla pero tuvo que conformarse con solicitar el libro de quejas. Se
acercó a su madre y sin explicaciones la agarró del brazo, la izó y pese a sus
ruegos, la arrancó del consultorio, descargando la indignación contra la
puerta. Un vía crucis. Encima, escuchar las protestas de Valeria contra
sus hermanos. Un diálogo entre las enfermeras, a viva voz, en el pasillo, lo
despegó de sus pensamientos. ¿No podían tener más cuidado? No. En el transcurso
de esas semanas había llegado a la conclusión de que la mayor parte de los
profesionales de la salud perdían de vista que el objeto de sus
manipulaciones eran seres de carne y hueso. Cada estudio había representado
para Francisco una odisea. Dar mil vueltas hasta conseguir estacionar justo enfrente.
Subir a buscarla. Tocar el timbre y esperar, con el corazón galopando por causa
de la demora, que le abriera. Más deteriorada, más sucia que el día anterior. Comprobar que cada vez le costaba más
movilizarla. ¿Podía la artrosis avanzar tanto en veinticuatro horas? Subirla al
ascensor pensando que tenía que conseguir una empleada. Llegar a la planta baja
diciéndose que ya hacía una semana que se lo había propuesto. Mientras la
arrastraba hasta la puerta decidir que la situación ya había llegado al límite,
su madre no podía estar sola ni un día más. Luego montarla en el asiento
rogando llegar a destino sin que vomitara. Francisco se daba cuenta ahora,
mientras seguía sosteniendo el libro cerrado sobre las piernas, que en esos
momentos no le había quedado espacio
para preguntarse qué habría estado pensando ella, transportada como un objeto,
quizás consciente del fastidio de su hijo, luchando contra las náuseas.
Náuseas, él sí que sabía de náuseas.
Cerró los ojos. Otra vez pensando en sí mismo. Inspiró profundamente. Mirá
todos los trastornos que te causo se disculpaba permanentemente su madre y él no había buscado
palabras para confortarla. Hasta el día en que, después de suspender una reunión
importante, llegó al hospital con los zapatos nuevos vomitados y la enfermera
les comunicó que el ecografista había tenido que retirarse, Francisco estalló. Minutos
después los médicos se arremolinaron y lo que parecía imposible se produjo:
placas y análisis encadenados en el mismo momento, en el mismo lugar. Francisco
se encendió de rabia, ahora al lado de su madre inmóvil, al recordar al
traumatólogo blandiendo la radiografía junto a la camilla al tiempo que decía con
estas rodillas, que se despida de volver a caminar. Y así fue. Cuando le
comunicó que habían decidido internarla, su madre se limitó a encoger los
hombros. Francisco no se atrevió a leerle la mirada. La dejó allí. Sola. Llegó
a su casa y presionado por Valeria, llamó a Alicia. Si puedo mañana me doy
una vuelta, fue su respuesta. El ruido de la puerta abriéndose lo
sobresaltó. Un camillero que seguramente había arribado al lugar equivocado
porque, sin excusarse, cerró con brusquedad y desapareció. Era él mismo que le
había recomendado a la enfermera que tuvo que contratar para que acompañara a
su madre. También tuvo que pagar la diferencia para que la trasladaran a una
habitación inLdividual. Él iba un par de veces por día, pero permanecer más de
diez minutos le resultaba intolerable. Le habían tenido que poner pañales y de solo
recordarlo, las náuseas lo amenazaban. Su madre había sido la estampa misma del
pudor. Impensable verla ni siquiera en camisón. Tal vez desconectarse fue el
único recurso que había encontrado para poder sobrellevar tamaña humillación.
Porque hacía unos días que al intentar que su madre tomara la cuchara su
impaciente mamá, comé obtuvo un ¿para qué?, que fue lo último que
escuchó de ella, y fue también la última vez en que su madre movió alguna parte
de sí misma. Los médicos resolvieron la situación fácilmente: no quiere
comer igual suero. Recién ayer había conseguido que la viera un neurólogo
que después de revisarla y comprobar que pese a la inmovilidad conservaba los
reflejos, indicó una tomografía de cerebro. Francisco sintió que esa noche sí
debería quedarse. ¿Por qué hoy? había preguntado Valeria. Y aunque no lo
sabía, se encontró justificándose con el estudio que le harían en cuanto
amaneciera. Además, le vendría bien estar solo. Hacía semanas que se había
transformado en una máquina que intentaba, a duras penas, conciliar
obligaciones. Estaba cansado, demasiado cansado. Se reacomodó.
Se despertó sobresaltado. Las cuatro de la mañana.
Se paró. El goteo del suero era normal. Se acercó a la cama y reacomodó la
mascarilla. Su madre abrió los ojos. El corazón de Francisco se aceleró. Ella
lo miró. ¿Qué había en esos ojos? Él le apoyó la mano en la frente. Dos
lágrimas pesadas rodaron por la cara de la madre. Dios, ¿había estado consciente durante esa eternidad de horas muertas?
La mascarilla comenzó a agitarse. Hecho un impulso, se la quitó. Su madre movió
los labios, resecos por el oxígeno. Francisco buscó un algodón en la mesa de
luz, lo embebió en agua y se lo acercó a la boca. Ella lo buscó con la lengua.
No tenía la dentadura. Hubiera querido golpearla para devolverla a las
tinieblas pero se encontró prometiéndole ya va a estar todo bien, mamá.
Ella, los ojos fijos, ladeó casi imperceptiblemente la cabeza y emitió un
sonido desarticulado. Lo invadió un terror irracional. Tranquila, mamá.
Su mano volvió a la frente. Los sonidos se arrastraban indescifrables,
guturales, pero en los ojos de su madre
había una intención. Estaba seguro. Hubiese necesitado ser sabio y solo se le
ocurrían tonterías. Su madre inspiró hondo y logró articular prometeme… ¿Qué, mamá, por favor qué? Esto no podía estar pasándole.
Quería escapar. Que alguien viniera a salvarlo. Valeria, Horacio murmuró
mientras humedecía los labios de su madre que continuaba esforzándose. Después
cerró los ojos, tal vez vencida. Francisco se apartó de la cama. El estómago
revuelto. Se acercó a la ventana y apoyó la frente sobre el vidrio. Un hombre
cruzaba la calle. Instantes después regresó junto a su madre, que seguía con
los párpados cerrados. Estoy aquí, ¿me escuchás, mamá? Le apretó ambas manos con fuerza sin
obtener respuesta. Entonces volvió a ajustarle la mascarilla. Después se sentó
en la silla, se apretó a sí mismo con los brazos cruzados, bajó la cabeza e,
involuntariamente, comenzó a balancearse. Para adelante, para atrás.
La pasaron a una camilla y de la camilla a una
ambulancia. Francisco con ella por la calle todavía oscura. Era la primera vez
que se subía a una ambulancia. La sirena no sonaba, qué extraño. A Camilo le
hubiera gustado estar allí, en su colección de autitos la ambulancia era la
preferida. Ahí estaba él, acompañando a su madre mientras pensaba en su hijo.
Su madre y su hijo. Cerró los ojos hasta que lo sorprendió el chirrido de una
frenada. Recién entonces juntó coraje para mirarla. Parecía dormida. La bajaron
con brusquedad. Vio como la cabeza le retumbaba sobre la almohada. Luego la
metieron atada, en un tubo que comenzó a girar. Por favor, mamá, no te
despiertes. A la tarde le dieron los
resultados. Un cerebro acorde a su edad. El hemograma perfecto, el pulso
parejo, la respiración, ya sin oxígeno, normal. Nada de que preocuparse. Que
los médicos dijeran lo que quisieran: su madre se estaba muriendo. Y él sabía
que no la iba a poder acompañar.
Acercó al oído su reloj. La pila no se había
detenido, lo que estaba detenido era el tiempo. Miró a su alrededor. A pesar
del trajinar de médicos y enfermeras, estaba solo. Le dolía el alma, ontológico
término que lo remitía, casi con exclusividad, a los labios de su madre. ¿Era
el alma ese hueco delimitado por las costillas transformado, ahora, en un punto
de dolor? Y no era la misma categoría de dolor que recorría su columna, sus
huesos todos. Al cerrar los ojos sus otros sentidos se exacerbaron y el rodar
de las camillas se transformó en estruendo, el olor a sopa y a desinfectante en
provocación. Volvió a abrirlos. Tomó de pronto conciencia de lo absurdo de la
situación. Estaba sentado esperando que muriera su madre. Sentado en el duro
banco del pasillo porque tenía la certeza de que si ella intentaba de nuevo
hablarle el sistema nervioso de él iba a estallar. Logró serenarse. Quizás los
médicos tenían razón y era él el loco. Sí, seguramente era así y no había nada
que esperar. Entraría a buscar sus cosas. Empujó la puerta con cuidado y,
conteniendo el aliento, de puntillas, se acercó a la cama. Su madre parecía
estar esperándolo porque en cuanto lo percibió abrió los ojos, movió los labios
y, cuando Francisco estaba a punto de escapar, la madre, con los ojos abiertos,
mirándolo, dejó de respirar.
Un ruido lo sorprendió. La puerta frente a la cual
aguardaba se abría. Francisco miró a su alrededor, ansioso. Hubiera querido
pedirle al hombre corpulento que se acercaba que esperaran unos minutos pero no
se atrevió. Le llamó la atención que no tuviera uniforme. Hacía días que estaba
rodeado de uniformados. El hombre lo condujo por el pasillo hasta que chocaron
con una camilla tapada con una sábana inmaculadamente blanca. El hombre la
descorrió. Francisco tragó saliva y miró a su madre. Un alivió comprobar que le
habían cerrado los ojos. La observó con atención. La piel amarillenta, el
cabello pegoteado a la cabeza, profusión de arrugas alrededor de los párpados,
de la boca, un rosario de manchas marrones salpicando el rostro, un hilo de
baba en la comisura de los labios agrietados. En eso se había transformado su mamá.
Sin poder soportarlo, cerró los ojos. Y, entonces, detrás de las pupilas se le
superpuso otro rostro. Se resquebrajaron una a una las capas que recubrían a esa anciana que no era su mamá y
la piel se estiró hasta restablecer su tersura, los ojos se deshicieron del
velo que los cubría, recuperaron sus contornos nítidos y comenzaron a brillar,
la boca volvió a ser su boca y los labios pintados de rojo estallaron en
carcajadas. Esa risa se le adentró, hasta colocarse en el centro de su ser.
Recobrar la deslumbrante madre de su infancia lo descontroló. Casi corrió por
el pasillo. Atravesó la puerta. Valeria ya estaba allí. La abrazó. Ella lo
apretó fuerte. Un punto de apoyo; en la vida, hijo, todo se reduce a
encontrar un punto de apoyo.
¿Oscuro o claro? ¿herrajes dorados o plateados?
fíjese, aquel, por una pequeña diferencia, es notablemente superior, observe el
lustre. Ojalá hubiera dedicado tanto tiempo a elegirle un
vestido, un regalo. Ni hablar de la cantidad de dinero. Qué más daba. Porque se
pudriría tanto en uno como en otro. No obstante, se encontró intentando
recordar la madera preferida de su madre. Y no se permitió elegir el más
barato. Su mamá no merecía el peor cajón.
Francisco, sentado en otra silla dura, de alguna
manera seguía esperando. Y ahora era la mezcla del olor a flores y a cigarrillo
lo que provocaba su malestar. Apoyado en la pared, entornó los párpados. Hasta
que percibir una respiración a su lado lo obligó a abrirlos. Sin saber por qué,
se incorporó. Quizás solo por buena educación, porque una vez que se encontró
de pie se le terminaron las intenciones. Me acabo de enterar dijo
Guillermo. La expresión de sus ojos increíblemente verdes lo condensaba.
Guillermo era como un gato. Libre, seductor y profundamente egoísta. Sin
embargo, Francisco no lograba tenerle rencor. Su hermano estaba demasiado
desligado de todo y de todos como para ser juzgado con las mismas leyes que se
aplicaban al resto de los mortales. Francisco sin decir una palabra, lo abrazó.
Guillermo le palmeó la espalda y luego de un instante se apartó, giró sobre sí
mismo, en silencio, y se alejó. Francisco, con un solo movimiento, se dejó caer
sobre la butaca. Escondió la cabeza entre las manos. Así quedó, hasta que unos pasos le anticiparon la
cercanía de su mujer. Se descubrió la cara. Valeria se sentó a su lado y le
tomó la mano, gesto que en lugar de aliviarlo, aumentó su angustia. Apretó los párpados y cuando los abrió
comprobó que Alicia estaba atravesando la puerta. La esperó de pie. Ella caminó
hacia él, imponente pese a ser tan menuda. De negro. Aunque siempre vestía de
negro. Cómo fue preguntó mientras lo besaba en la mejilla. Francisco se
encogió de hombros. ¿Sufrió? Alicia se sentó junto a él y le pasó el
brazo sobre el hombro como si fuera una criatura. Francisco no recordaba la
última vez que habían estado tan próximos. Instantes después percibió la
rigidez de ambos cuerpos. Porque su
familia de origen no había sido afecta a los contactos. Sin saber tampoco cómo separarse permanecían
en silencio. Le quedaba claro que a Alicia solo le daba lástima la lástima del
hermano menor. El hermanito. El cuerpo se le aflojó. Cerró los ojos y se
entregó al contacto.
Qué distinto el velorio de su padre. Francisco no
había podido encontrar un lugar en medio de la caravana de gente importante que
Alicia recibía con un aplomo admirable,
a pesar de que él sabía lo que había significado para su hermana esa
pérdida. Aplomo que también Guillermo supo demostrar. Francisco había vuelto a
ser el nene menor. Nunca consiguió sentirse un hombre frente a su padre. No
creía que hubiesen compartido una sola conversación que rozara los sentimientos
ni que su padre se hubiera interesado por alguna de las decisiones importantes
de su vida. Tenía la certeza de haber sido el menos querido de los tres. Quizás
el desconsuelo que experimentó ante su muerte más que por su pérdida fue por no
haberlo tenido nunca tanto como lo había necesitado. El intolerable dolor de
saber que no era protagonista del dolor.
Un deudo secundario.
Absurdo pero rotundo: los tres no estaban velando a
la misma madre. Francisco ya estaba acostumbrado a sentirse hijo único. La
hermana había decidido que el bienestar de la madre no era asunto que le
competiera. Alicia la llamaba para el
cumpleaños y para el día de la madre. Se reunían para Navidad. Pero de
responsabilidades, nada. Un día, ante un pálido reclamo, Alicia había
sentenciado mirá, Francisco, lo lamento por lo que a vos te toca, pero yo no
pienso hacerme cargo de mamá y ahí había concluido la conversación. A
Guillermo ni siquiera le había planteado el tema. Y Francisco, de alguna
manera, los habilitaba. Pese a las discusiones posteriores con Valeria, que no
entendía nada del vínculo entre ellos. ¿Sabés lo que son tus hermanos?, dos
vivos, eso es lo que son. Por eso, además de por los chicos, había
preferido que Valeria se fuera. Lo único que le faltaba era que el velorio se
transformara en una batalla verbal entre sus hermanos y su mujer. Ya con qué sentido.
La madre solía utilizar a Francisco para enviarles recados o para averiguar lo
que a sus primogénitos no se animaba a preguntar. Cualquier gesto que de ellos
procediera se convertía en una fiesta. Motivo por el cual Francisco se había
alegrado del par de fugaces visitas de Alicia al hospital. Sin embargo,
Guillermo no había ido, ni una sola vez había ido. Estaba tan enredado en sus
pensamientos que solo descubrió a Horacio cuando le habló. Se abrazaron
apretada y largamente.
La noche transcurrió lentísima. Valeria, pese a sus
indicaciones, apareció a las tres de la mañana con un termo y con su chocolate
favorito. Era curioso, el sentimiento predominante ante las muertes cercanas
era la vergüenza por sus necesidades vitales. Se convencía, entonces, de que no
podía tener hambre, sueño, sed. Pero fue tal la insistencia de su mujer que
terminó mordisqueando la tableta. Flanqueado por Valeria y por Horacio, vio
llegar el amanecer. A gatas contestaba y hasta le molestaba escucharlos
charlar. Su mujer y su mejor amigo tan próximos y sin embargo tan ajenos a sus
necesidades. Había una porción de sí mismo inmune a los acercamientos. Una
cáscara que al tiempo que lo aislaba le daba forma, evitando que se derramara. Como
la valva de un molusco. Buscando alivio en el movimiento se acercó al
cajón. Miró a su madre. Dentro de unas horas se acabarían, para siempre, las
posibilidades de observarla. Nunca había
reparado de dónde procedían las orejas de Luciana, la impecable curvatura de la
frente de Camilo, las cejas de Tobi. Jamás la había examinado tan intensamente.
Solo a alguien muerto o dormido se lo puede contemplar así. Se concentró
en la boca. Tanto que le pareció que los labios se despegaban. Huyó como del
diablo, y se reubicó junto a su mujer que dormitaba. Francisco entornó los
párpados. El chocolate le había caído mal, empezaba a tener náuseas. Y en esa
oscuridad privada descubrió que era huérfano. No por ser adulto dejaba de ser
huérfano. Se le ablandaron las costillas de desvalimiento. Valeria se reacomodó
y le apoyó una mano sobre el muslo. Francisco la tomó y con delicadeza palpó
los nudillos, delineó las uñas ovaladas, perfectas. Entre miles, aun a oscuras,
podría reconocer esos dedos. Ambos aumentaron la presión del contacto.
Con la luz del amanecer hizo su aparición una
anciana sacada de un libro de cuentos. Impecable cabello blanco, pañuelo de
seda anudado al cuello, zapatitos con
tacón, cartera colgada del codo. Le costó reconocer en ella a Delia. También su
abrazo lo conmocionó. Muchas horas de la vida de su madre se habían llenado con
las interminables conversaciones telefónicas con Delia, sobre todo cuando las
piernas les empezaron a fallar. Ella los necesitaba tanto, nunca aprendió a estar sola. Tu madre te
adoraba, siempre fuiste la luz de sus ojos. Mientras la ayudaba a subir al
taxi, una última frase Elisa fue una mujer excepcional, vos fuiste el único
que supo valorarla.
El frío de la muerte se encarnizó con los vivos. Los
huesos transformándose en escarcha a medida que bajaban escaleras y recorrían
galerías. Advirtió que, salvo los suegros de Alicia, no había representantes de
la generación de su madre. Una comitiva cercana a los cuarenta enterrando a su
mamá. Se felicito por no haber dejado que fueran los chicos. Además del frío
lacerante y del deseo de aliviarles dolores, no tenía espacio para ellos. Demasiado
hijo como para tener que ocuparse de ser padre. Parado frente al nicho
calibraba el tamaño de su angustia. Hacía tiempo que ya no precisaba a su
madre, que no ocupaba en pensar en ella más que un par de segundos diarios. Sin
embargo un agujero se le instalaba en las entrañas. Y así como al nacer su
primer hijo había descubierto que ya no ocupaba la punta de la rama,
ahora, al tocar por última vez el cajón
elegido con tanto esmero, supo que su árbol genealógico se quedaba sin raíz.
Bruscamente se cerró la tapa del nicho. Le entregaron una tarjetita. Galería
28, fila 4, 375. El nuevo domicilio de su mamá. Supo que jamás la
visitaría. Se aparto del grupo y salió. El viento arreciaba. Temió salir
volando. Sin raíz. Horacio se acercó y lo sujetó del brazo. Un punto
de apoyo.
Llegó y sin posibilidad de contener las preguntas de
los chicos, se dio una ducha y se acostó. Despertó, horas después, empapado.
Fue hasta el baño y vomitó. Se acostó nuevamente. Valeria le acercó una
buscapina y un termómetro. Treinta y nueve. Sin embargo, amaneció sin fiebre. Vamos a dar una vuelta te va a hacer
bien distraerte. Con qué fuerzas. Valeria salió con los chicos. Al
anochecer, cuando regresaron, él seguía en la cama.
Tuvo que levantarse y enfrentar de nuevo
obligaciones y rutinas. Todo agravado por el descalabro provocado por los días
de hospital. En el estudio los problemas lo esperaban en fila y los chicos,
como respuesta al primer abandono al que los había sometido, todavía más
demandantes que de costumbre. Se sentía fagocitado. Todos intentaban
acompañarlo pero él no se animaba a confesarles que lo agobiaban. Precisaba
estar solo. Revivir sus últimos instantes de hijo. Como si solo así pudiera
prolongar la vida de su madre unos instantes más. Porque ya lo había
experimentado con su padre: cada minuto que transcurría iba borrando, lenta
pero inexorablemente, las huellas. Y el olor de la ropa se iba diluyendo, el
recuerdo del sonido de la voz se iba opacando. Hasta que, en un proceso que
quizás demandara años, los últimos átomos de un muerto desaparecían el primer
día transcurrido sin que nadie, aunque fuese durante la milésima de un segundo,
lo recordara. Por omisión, cómplice uno de la muerte.
Después de
dejar a los chicos en el colegio, tras días de postergaciones, se dirigió al
departamento. Subió hasta el cuarto piso y tocó tres timbres. Durante unos
segundos quedó inmóvil esperando los pasos desparejos, el ruido de la mirilla.
Avergonzado, miró a su alrededor. Buscó en el bolsillo la llave que su madre
había marcado con esmalte de uñas. Un corazoncito rojo. Desde abajo de la
puerta lo asaltaron multitud de papeles amenazantes y antes de agacharse supo
que serían los dueños de muchas de sus horas. Impuestos, expensas, reuniones de
consorcio, notas del sifonero. Por suerte las persianas habían quedado
levantadas y se colaba el sol. Sin
sacarse la campera, se desplomó sobre un sillón, añorando la sonrisa con que se
iluminaba el rostro de su madre cuando lo veía llegar. Se reclinó sobre el
respaldo. Acudió a su boca el sabor del infaltable té con que ella intentaba agasajarlo. Agua pura en
porcelana. Por que nunca te pedí que lo
hicieras más cargado. Francisco se tocó las mejillas sorprendido: él jamás
lloraba. Las lágrimas se fueron transformando en sollozos, que lo sacudieron,
haciéndolo temblar.
Le tomó otros cuantos días juntar fuerzas para
regresar. Recorrió en cámara lenta los ambientes atiborrados. La madre nunca
había querido deshacerse de sus muebles y a medida que las mudanzas la habían
ido privando de metros cuadrados, los objetos se fueron concentrando. Pasó un
dedo por la biblioteca. Pese al aparente orden resultaba claro que hacía mucho
más de un mes que nadie limpiaba. Fue a la cocina a tomar agua. Sacó de la
alacena un vaso tan engrasado que tuvo que lavarlo. Con jabón blanco porque su
madre siempre había sostenido que el detergente le estropeaba las manos. Abrió
la heladera. Enfrentarse con los restos de huevo pegoteando la huevera fue la
confirmación. Él había supuesto que su madre estaba en condiciones de llevar
adelante esa casa y era obvio que no había podido. Él no había registrado las
condiciones reales en que había vivido su mamá. Siempre demasiado apurado, visitas
de médico decía ella. Solo para recoger un impuesto o
dejarle dinero. Porque los almuerzos en el comedor atestado de muebles habían
quedado atrás. Rememoró con nostalgia las cintas argentinas del 25 de mayo, los
churros del 9 de julio. El vermut
servido en el bar, Camilo agitando las piernas en los bancos altísimos
tomando granadina con pajita en una copa de cristal. Pero a medida que su
familia crecía fue resultando más fácil tocarle el portero eléctrico y venirla
a buscar. Casi todos los domingos. Aleatoriamente cuando faltaba Carmen. Aunque
en el último año habían ido prescindiendo de su ayuda. Demasiada carga para su
artrosis los tres nietos. Me contó mi Luciérnaga que el sábado están de
casamiento, ¿querés que me quede con los chicos? No hace falta, Valeria combinó con Carmen. Pero para mí es un gusto.
No, mamá, está todo arreglado. ¿Querés traerme a alguno? Por favor, no
insistas. ¿Ya ni para cuidar una criatura sirvo? Volvió al living. Sentado
en el sillón intentó recorrer con disciplina los empolvados estantes de la
biblioteca. Príncipe y mendigo, Sandokán, El pequeño lord, Corazón, Peter
Pan, La colina de los conejos. Se incorporó y se acercó a uno de los
estantes más altos, colmado de maltrechos libros de lectura. Upa,
Cogollitos, Pininos. Tomó uno. En la primera hoja una redonda cursiva
infantil germen de la inconfundible caligrafía de su hermana. Alicia
Cristina Castillo. 3ro A. Lo hojeó. Retratos y frases enérgicamente
tachados. Yo amo a Evita. Yo amo a Perón. Sonrió descubriendo qué
antigua era la vocación política de su hermana. Devolvió el libro al estante y
tomó otro. Pasó los dedos por el lomo desnudo surcado de hilos. Moroso, palpó
las esquinas redondeadas, los cantos raídos. Desde las yemas le subió
algo indefinible. Abrió el libro al azar. Un
señor lavando un auto. Lo cerró con violencia y lo abandonó sin guardarlo.
Se puso la campera y salió. Desde el ascensor le avisó a Marcela que iba para
el estudio.
No tuvo buen día. Un cruce de palabras con el dibujante.
Un presupuesto rechazado. Para ventilarse fue a comer en el bar de la esquina
pero le sirvieron un bife que resultó de cartón. Lo abandonó sobre el plato y
fue a dar una vuelta. Desazón decía su mamá. Hasta que las yemas de los dedos le enviaron texturas
ajenas al bolsillo. Recordó un artículo que comentaba que cuando a una persona
le cortan una mano, por cierto tiempo experimenta percepciones que parecen
provenir de ella. Francisco se detuvo. Sacó las manos del bolsillo y se las
miró. Y de pronto se dio cuenta de que estaba en la mitad de la calle, que la
gente caminaba sorteándolo y que él se miraba las manos. Las regresó a los
bolsillos. Tenía náuseas. El bife, seguramente.
Mientras cenaban Luciana comentó la manzana me
ayudó. Camilo acotó una fruta es una cosa, no puede ayudarte. Valeria
salió al cruce a mí fue una pera quien me ayudó. Mujer e hijos trenzados
en una fragorosa competencia verbal sobre la molestia de los dientes flojos,
los métodos para lograr que se cayeran, el caudal de la sangre, el monto de las
compensaciones. Francisco, suspendido, se escrutaba. Presionó la lengua contra
los incisivos, pero lo único que encontró fue resistencia. Su lengua solo
registraba resistencias, virgen de otras sensaciones. Los envidió. Luciana,
reafirmada, preguntó y a vos, papi, ¿alguna fruta te ayudó?
Intentó leer pero no pudo concentrarse. Una molestia
difusa le recorría el cuerpo. Apagó la luz, y se acomodó de cara a la pared.
Valeria entró al cuarto, a oscuras, y se acostó a su lado. Segundos después
Francisco reconoció en la espalda los pechos de su mujer, rodillas calzándose
en el hueco de las propias, una mano rodeándole la cintura. Pudo percibir su
morbidez, su tibieza. Morbidez y tibieza que tenían el poder rotundo de
provocarle una inmediata erección. Cualquiera otra noche. Porque esa, en lugar
de girar y comenzar con la fase dos del rito, Francisco intentó regular el
ritmo de la respiración. Lisa y llanamente, no encontró mejor remedio que
hacerse el dormido.
Iba tan ensimismado que no tuvo reflejos suficientes
para evitar el impacto. El suelo quedó tapizado de hojas que aunque no eran
suyas se agachó a recoger. Momento en que se encontró con su obstáculo humano que
se había agachado con idénticas intenciones. Recién entonces se miraron.
Café mediante, anécdotas del secundario fueron
surgiendo sobre la mesa como dados arrojados desde un cubilete que iba pasando
de mano. Ricardo agregaba un detalle a las imágenes evocadas por Francisco, este
precisaba un nombre o una fecha a las aportadas por el primero. Hasta que
Ricardo se retrotrajo al primario qué quilombo se armó cuando agarré uno de los gatos que
siempre merodeaba por la escuela y lo largué en el aula; la señorita Susana
casi se desmaya; me suspendieron una semana, vos todos los días me alcanzabas
las tareas hasta casa, ¿te acordás? El cerebro de Francisco en blanco.
Ricardo insistía ¿y cuando tu mamá nos llevó a dar una vuelta para probar el
auto que se había comprado? no tenía techo y todos nos miraban; cuando mi vieja
se enteró casi me mata, la tuya era la única madre que manejaba; a veces te dejaba arrancar el auto y todo;
cómo te envidiábamos; siempre fuiste el mejor, yo era un animal, si me habrás
soplado en las pruebas. Jirafa seguía, sin reparar en que hacía rato que
parloteaba solo. Porque Francisco no
tenía ni la menor idea de qué hablaba su amigo. Si le daba crédito a lo
que estaba escuchando, tenía que aceptar que otro sabía sobre él más que sí
mismo. Una angustia insidiosa. Ricardo continuaba pero Francisco solo en parte
lo escuchaba. Tratando de extraer de las neuronas alguna imagen contemporánea a
las que le evocaban. Tan inútil como intentar responder sobre el capítulo trece
de un libro que no alcanza la docena.
Finalmente Jirafa pareció advertir su silencio che, ¿qué te pasa? Francisco
se encontró confesándole lo que siempre
había ocultado, a capa y espada, ante padres, hermanos, mujer, hijos y
amigos. No recordaba nada de su infancia. Nada de nada.
Ricardo lo escuchó en silencio y se quedó
reflexionando. ¿Te acordás de mi hermana?
preguntó al cabo de unos instantes. La imagen difusa de una
adolescente acudió a Francisco que asintió. Es psicoanalista y en este
momento está terminando su tesis, que trata justamente sobre las amnesias; si
querés le pregunto, a lo mejor puede ayudarte.
Francisco esperó hasta el postre para comentar el
encuentro con un compañero del secundario. Los chicos se rieron con la
usurpada anécdota del gato. Cuando Valeria preguntó ¿volverán a verse?
Francisco recién reparó en que no le había pedido el teléfono. Se dio un
interminable baño de inmersión. Con éxito, porque cuando se metió en la cama,
Valeria ya dormía. Él apagó de inmediato el velador. Amnesia. Amaneció
con náuseas.
Dejó a los chicos en el colegio y se dirigió al
trabajo, el informativo de las ocho y treinta en la radio del auto. ¿Cómo se
llamaba la hermana de Jirafa? se preguntó en voz alta, intempestivamente.
Cuando se quiso acordar estaba por Cabildo. No tenía el menor registro de cómo
había llegado hasta allí. Arrimó el auto a la vereda, las sienes palpitándole,
asustado. Arrancó, dobló por Federico Lacroze y retomó Cabildo, en
dirección contraria. Las nueve ya. Manejó prestando mucha atención. Al llegar,
por fin, al estudio, Marcela le comunicó que había llamado su hermana. Francisco
le pidió un té digestivo. Mientras lo revolvía, discó el número del despacho de
Alicia. Hay que iniciar la sucesión.
Los trámites lo desesperaban. Le dio carta blanca. Para algo ella vivía rodeada
de expedientes. Como papá.
Fue a buscar a los chicos al colegio, los dejó
frente a la puerta, Cuando estaba por arrancar Carmen lo detuvo. El
señor Ricardo le dejó este teléfono. Antes de agarrar el papel, Francisco
por fin recordó Claudia, se llamaba
Claudia.
Mientras decidía qué hacer, barajó los sobres sin
abrir apoyados sobre el escritorio. Miró los remitentes. Uno le produjo un
pellizco interno. Sobre los pulgares el mentón, la punta de los índices
sosteniendo la cabeza, cerró los ojos. Amenábar. Imágenes que sin llegar
ya se alejaban. Se los restregó. Al abrirlos miró por la ventana. Anochecía. Se
quedó unos instantes inmóvil y después agarró el teléfono. Cuando cortó, en el
tubo quedó la huella de su mano.
Un beso sin sustancia en los labios de Valeria. Las
preguntas de rutina, mientras de la cacelora ascendía un promisorio aroma. Él eligió contestar me llamó Alicia por
la sucesión. Desde arriba la vocecita de Tobi. Cuidame la salsa que voy a ver
qué quiere el nene. Francisco depositó las carpetas sobre la mesada
y tomó la posta. Por lo visto y por suerte Carmen no había comentado el llamado
de Jirafa. Levantó la cuchara de madera y probó el tuco.
Quince minutos eran demasiados para simular que
miraba vidrieras. Moría por un café. Veneno para su gastritis lo había
alertado el médico. Si vos dejás, te
prometo que yo no fumaré nunca fue él único recurso que el miedo de sus
catorce años había encontrado para convencer a su madre internada por un
principio de enfisema. Para justificar el repentino rechazo a los cotidianos
cigarrillos compartidos en el baño del colegio, había inventado una alergia en
la que finalmente terminó creyendo. Mamá dijo sin darse cuenta. Entró a
la confitería de la esquina. Desde la boca del estómago le subió un malestar
ajeno al café.
Cuando
el ascensor se detuvo no le quedo más remedio que salir. Se secó las manos en
el pañuelo y tocó el timbre. Instantes después escuchó el repiqueteo de unos
tacos altos que se iban acercando. Si la memoria, y de eso se trataba, no lo
traicionaba, había sido una chiquilina flacucha y con aparatos. La puerta se
abrió. Los años habían completado su desarrollo y corregido todos sus defectos.
PRETÉRITO ANTERIOR
La
entrevista se inicia en el mismo tono de la conversación telefónica. Beso en la
mejilla, tuteo. Ninguna referencia al pasado compartido. Sin embargo, en la
inmediata cordialidad, el tácito reconocimiento de que no son por completo
desconocidos. Claudia le explica que como Ricardo te habrá contado está
completando su tesis sobre las amnesias. Francisco solo carraspea. Ella
lo mira fijo un instante y luego continúa la amnesia disociativa,
específicamente, es una incapacidad para recuperar información personal
importante, la cual es demasiado generalizada para considerarla un olvido
normal, digamos que es una falta de memoria autobiográfica; una persona puede
experimentar un conflicto interno tan insoportable que su mente es forzada a
escindir lo inaceptable; no obstante, la información olvidada sigue influyendo
sobre el comportamiento; ¿continúo? Francisco sentado en el borde de la
silla, bebe las palabras, casi anulando la respiración para escucharla mejor y
aunque quisiera decirle que sí, que por favor no se interrumpa, solo asiente.
Claudia sonríe perdoname, cuando comienzo no puedo detenerme y lo
mira el tema me apasiona; hace una pausa y modifica la inflexión de la
voz por lo que conversé con mi hermano y lo poco que me comentaste por
teléfono, creo que esta entidad te calza de perillas, de todos modos hay una
batería de pruebas que deberían confirmármelo. Francisco se decide a hablar
¿y si así fuera? Claudia se apoya en el respaldo del sillón, cruza las
piernas y la pollera trepa sobre sus rodillas, descubriendo los muslos, las
medias negras hay diferentes métodos para intentar recuperar la memoria, que
incluyen hasta el uso de fármacos. El rostro de Francisco se tensa y agita
la cabeza involuntariamente. No te asustes, lo que yo propongo es mucho
menos cruento de nuevo Claudia sonríe
hace años que vengo trabajando en la exposición del paciente a
referentes concretos de su pasado él
levanta las cejas objetos, fotos, personas, ámbitos sobre todo; lo que más me interesa es lo que
denomino el “elemento topográfico”, escenarios donde transcurrieron los hechos olvidados; para
facilitar el trabajo suelo aplicar técnicas de hipnosis. ¿Hipnosis? tantea
Francisco inquieto. Ella ignora sus temores y sigue
explicando la mayor dificultad es destrabar los primeros recuerdos, luego es
habitual que estos vayan surgiendo espontáneamente en los momentos menos
esperados; lo que hay que tener en cuenta es que las memorias recuperadas a
veces no reflejan acontecimientos reales; de todos modos el hecho de completar las lagunas, aun con
inexactitudes, contribuye a reforzar la
identidad descruza las piernas, apoya las manos en las rodillas y adelanta
el cuerpo hacia él que, instintivamente, se echa hacia atrás. Francisco, qué opinás pregunta y su mirada es tan intensa que a él le duele.
¿Qué
novedades? Obviar la entrevista hubiera cambiado la carátula
de omisión por la de ocultamiento. Es largo, después de comer te cuento.
La cara de sorpresa de Valeria mientras él enfilaba hacia la escalera. Media
hora después Francisco, sentado a la mesa, observaba a sus hijos. Con
detenimiento. Tobi, en la silla alta,
aprovechando que su madre estaba en la cocina, metía las manos en el
puré de calabaza y con cara de suma satisfacción se chupaba los dedos uno por
uno, mano tras mano. Los cachetes transformados en engrudo naranja. Francisco
se encontró deslizando un pulgar interrogativo sobre las yemas restantes. Como
la lengua con los dientes flojos, reparó en que sus manos eran huérfanas de
pastosidades. Valeria regresó con una fuente y al ver el enchastre puso el
grito en el cielo. Francisco, intempestivamente rugió dejalo. La escena
se congeló. Valeria parada, los mayores con los cubiertos suspendidos, Tobi con
los dedos culpables en la boca. Cuatro pares de ojos desorientados sobre
Francisco. Dejó la servilleta sobre la mesa y se levantó. El estómago dado
vuelta.
Estaba
arropando a Tobi cuando lo sobresaltó la voz de Valeria desde la cocina.
Francisco besó al nene y, pese a sus
protestas, bajó. Dos tazas sobre la mesita del living. Valeria esperándolo en
el sillón apoyada sobre un codo, las piernas recogidas, la otro mano sobre los
tobillos. Una posición tan suya. Su voz sonó crispada ¿se puede saber qué
mosca te picó? Francisco se ubicó en el sillón de enfrente. Cruzando los
antebrazos sobre las rodillas separadas, mirando el piso, la espalda combada,
ante una Valeria que lo miraba desorbitada, confesó su ocultamiento de años. Amnesia
disociativa.
La
tensión entre ambos solía incrementar la calidad de los encuentros. Y esa noche
no necesito que Valeria se le aproximara para abrasarse. La tomó sin pedir
consentimiento. Se internó en ella con desesperación. Como si aventurándose en
su matriz pudiera encontrar todo lo que de sí mismo había perdido. Acabaron
juntos. Valeria se desprendió del abrazo y rodó hacia su costado. Instantes
después su respiración se hizo más lenta, acompasada. Francisco hubiera
necesitado reclinarse sobre sus pechos para escucharle el corazón. Fuerte y
rara necesidad de escuchar un corazón de mujer que disciplinara el suyo. Que lo meciera. Para
adelante, para atrás.
Tengo que retirar a los chicos del colegio.
Avanzo por la calle en patineta. Me deslizo con facilidad. Llego a la estación
y voy a la boletería. Una adolescente me da un cartón que dice Mar del
Plata-Luján. Sobre las vías avanza un auto rojo muy antiguo con capota negra
que hace mucho ruido. Le hago señas pero no se detiene. Le pregunto a un hombre
que lleva una caña de pescar si esta es una estación de trenes. Me dice que sí
pero que las vías están muertas. Llega un colectivo destartalado de la línea
515 y me subo pero me dicen que mi boleto es para un vagón de traje. Me bajo.
Voy corriendo a la boletería desesperado porque sé que los chicos están en
peligro. Le pregunto a la adolescente que ya es una mujer por qué me dio para
un tren de traje si yo le había pedido para el que saliera primero. Le digo que
por su culpa perdí a mis hijos, inexorablemente. Le grito. Ella me dice que lo
siente mucho por mí. Le pido que me acompañe. Vamos caminando de la mano. Ella
detiene un auto. Yo subo. Ella le dice al remisero: saque ya mismo a este
hombre de aquí. El coche arranca. Sé que es julio. Abro la ventanilla y agito un pañuelo azul. En el momento en que despertó, sobresaltado,
recordaba el sueño con exquisita precisión. Apretó los párpados para no
perderlo porque tenía la certeza de que su pasado y su futuro estaban metidos
allí. Hasta que la presión en la vejiga se hizo insostenible. Tuvo que abrir
los ojos y encender la luz. El sueño comenzó a desvanecerse. Los cerró
bruscamente pero fue inútil. Cuando por fin llegó al baño a gatas consiguió
orinar. Tenía taquicardia. Recorrió los dormitorios de los chicos. Tapó a Tobi y cuando estaba destapando a
Camilo, sepultado bajo su acolchado, recuperó
una frase. Vía muerta. Se le oprimió la garganta. Fue hasta el
living, se recostó en el sofá y
encendió, sin sonido, el televisor.
Después de un rato lo apagó. Quedó reflexionando sobre la propuesta de
Claudia hasta las cinco de la mañana.
Estaba
en el estudio, intentando terminar un presupuesto pese a los bostezos, cuando
Marcela le pasó un llamado de Valeria. Con solo dos horas de sueño
reunirse a conversar era casi el peor de los programas. Sin embargo, el horno no estaba para bollos.
En cuanto el mozo depositó ante ellos pan y manteca, Valeria atacó más lo
pienso y más me indigno, en quince años no encontraste el momento para
comunicarme que tu infancia era un agujero negro; no sé cómo no me di cuenta,
no puedo creerlo. Él la interrumpió lo único que no necesito es que me
retes. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas y retiro la mano que él
intentó tomarle. La llegada del mozo con las bebidas fue un alivio. Cuando se
alejó, Valeria, ya repuesta, preguntó ¿qué pensás hacer? Él le explicitó
la propuesta de Claudia. A pesar de que Valeria se mostró interesada, Francisco
percibió su velada hostilidad. El mozo trajo las papas soufflé. Mientras decía gracias
acudió a su mente la palabra nevada. Papas nevadas.
Horas
después, Horacio pasó por el estudio.
Francisco tuvo ganas de comentarle a que no sabés con quién me encontré pero
una cosa llevaría a la otra y no estaba en condiciones de escuchar los reclamos
de Valeria trasladados a los labios de su amigo. Estaban charlando de política
cuando Horacio lo sorprendió decime, ¿por qué tus hermanos no se ocupaban de
tu vieja?, Adriana me lo preguntó en el entierro y no supe qué
contestarle. Aunque era un buen pie
para confesarle su ignorancia de años Francisco solo contestó no estoy de
ánimo para hablar de mi mamá. Horacio cabeceó y reanudaron la conversación
interrumpida. Su amigo se fue y lo dejó a solas con la necesidad de decidirse.
El planteo de Claudia había sido claro: ambos se precisaban. A ella, para
redondear la tesis, le hacía falta solo otro caso. Él precisaba recuperar su
infancia para restablecer el sentido del yo. Arancel cero. Como
anillo al dedo topa con toparías tal para cual un roto para un descosido.
Pero Francisco tenía miedo.
Nuevamente
el taconeo acercándose a la puerta. Claudia lo besa en la mejilla y lo hace
pasar. Francisco piensa que aun a oscuras la estela de su perfume le
señalaría el camino. Se ubican como en la anterior ¿sesión? De nuevo medias negras, otra pollera corta.
¿Cuándo
se inició la sensación de extrañeza? Francisco reflexiona
durante unos instantes y luego comenta no sé si tiene relación, justo hoy se
cumple un mes del fallecimiento de mi madre. De qué murió pregunta Claudia. Una lesión en el píloro provocada por los
inflamatorios que tomaba a mansalva por su artrosis contesta él. No
parece causa suficiente insiste ella. Fue un paro cardiorrespiratorio, en realidad. Ella
no ceja sí, pero provocado por qué él
levanta los hombros o sea que desconocés el motivo de la muerte de tu
madre. Francisco queda en silencio y recién descubre que desde el primer
vómito, él supo que su mamá se había quebrado. Punto de no retorno. Mamá se
dejó morir afirma de pronto. ¿Vos querías que tu madre se muriera?
Sobre llovido, mojado. A Alejandra, su cuñada que
vivía en Estados Unidos, la tenían que operar de un tumor en la mama dentro de
quince días. Y estaba sola, con los dos nenes chiquitos, además. La otra
hermana, Carolina, con cinco hijos a cargo, el último un bebé. Valeria era la
única posibilidad y luego de muchas deliberaciones decidió que iría. Solo el
amor por su hermana podía lograr que se planteara separarse de los chicos por
primera vez. Además, no es momento para dejarte. Como si también pasara
por ella regular el momento en que las desgracias se presentaban.
Claudia deja la libreta sobre la falda y se
desabrocha el primer botón de la blusa. Francisco también tiene calor. Se saca
el suéter y se acomoda el cabello. ¿Profesión? continúa ella. Arquitecto.
¿Y a qué te dedicás? Francisco se relaja y arranca ni bien me recibí comencé a trabajar en uno de
los estudios más importantes de Buenos Aires
y me pusieron a diseñar los
primeros edificios gigantescos con piel de vidrio; me pagaban muy bien y
fui escalando posiciones, hasta que después de un par de años entré en crisis;
un buen día fui a trabajar y al sentarme frente al papel de calco descubrí que
me había quedado en blanco; estuve una tarde completa incapaz de trazar ni una
línea; y pateé el tablero, a pesar de las discusiones con mi mujer. Ella lo
interrumpe ¿estás casado? mientras
libera el segundo botón. Sí,
hace como quince años él se
apresura a continuar a pesar, te decía, de que a mi mujer le agarró el
ataque, al día siguiente presenté la renuncia; en el estudio no podían creerlo,
ofrecieron duplicarme el sueldo, la posibilidad de asociarme; pero fue un basta
para mí; pocas veces en mi historia me sentí mejor conmigo mismo que cuando
salí de ese mausoleo, metí mis cosas en el auto y me instalé en la Confitería de las
Artes; pedí un café y saqué una hoja, me acuerdo como si fuera hoy: bueno
Francisco, ahora qué querés hacer me pregunté; tuve una revelación: yo quería
arreglar casas viejas, casas con huellas del paso de generaciones; detesto esas
casas elegidas por catálogo, que parecen haber sido depositadas por una grúa
gigantesca sobre un césped de utilería, envueltas para regalo con papel de
celofán; cuando me topo con escaleras de mármol, molduras, azoteas, escondrijos, siento que eso es lo mío y
cuando meses después consigo que una casa arruinada adquiera el confort de la
modernidad conservando su esencia, siento que esa es la única manera que tengo
de luchar contra un supuesto progreso que para mí no es tal concluye satisfecho, seguro
de haberla impresionado. Claudia anota en la libreta y él está orgulloso
por eso se descoloca cuando ella acota quince años de matrimonio, casi un
prodigio en nuestra época. A él le molesta el comentario y necesita
justificarse para mí no entra en la
categoría de lo posible pensar en romperlo. Ella levanta la vista de la
hoja para preguntarle ¿se llevan mal? Él cabecea para nada, vivimos
en armonía. Ella ladea la cabeza y sonriendo añade curiosa manera de
calificar un vínculo amoroso. Francisco se siente torpe y está por decirle
que jamás discuten cuando Claudia relee lo escrito, levanta la mirada y le
pregunta ¿hiciste terapia alguna vez? No, creo que a la vida hay que
abarajarla como viene y tratar de amigarse con lo que a uno le toca; me parece
una puerilidad suponer que haya alguien con poderes para organizar nuestro
transcurrir; creo que es una suerte de religión de los ateos supuestamente
progresistas contesta
Francisco recuperando su autoestima, pero ella se la baja de un hondazo entonces,
¿por qué estás acá? Intenta defenderse Ricardo me comentó de tu
tesis mientras descubre que está
iniciando una terapia. Es loable que entregues tu tiempo para colaborar con
el trabajo de una desconocida. Él no sabe qué decir. Ella lo mira con
insistencia. Él se reacomoda en la silla. Ella no. El silencio es cada vez más
tenso y él sabe que ella no lo romperá. Creo que necesito ayuda por fin
dice y se da cuenta de que le duele que ella lo considere un desconocido.
Hasta las desgracias tenían beneficios secundarios.
Valeria estaba tan preocupada por la hermana y tan ocupada buscando la mejor
manera de paliar su ausencia en la facultad y en el hogar, que no le quedaban
demasiadas energías para estar pendiente de él. Y menos aún para rencores. ¿Cómo
te fue? le preguntó distraída mientras confeccionaba con letra de maestra
una larga lista de números telefónicos. Nada por el momento, está
recopilando datos; hasta que terminemos con esto, entrevistas de admisión las
llama, iré dos veces por semana. Francisco se sorprendió de ver surgir un Guillermo
de las manos de su esposa. ¿Y después? siguió inquiriendo Valeria sin
mirarlo. Francisco se preguntó cómo resultaría vivir sin ella.
Controló la lista de los mandados elaborada
por Valeria. Iba a tomar el teléfono, obediente, cuando decidió que le daría
una sorpresa. Cuando llegó, las oficinas de Alicia eran un enjambre de
clientes, papeles y empleados. Tuvo que
recordarle a la secretaria quien era. Perdóneme, no lo reconocí, tome
asiento que ya lo anuncio. ¿Necesitará Tobi alguna vez ser anunciado ante
Luciana? pensó mientras se
retiraba. En cuanto regresó al estudio sonó el teléfono. ¿Por qué te fuiste?
fueron las primeras palabras de la gran abogada. No quise importunarte
contestó él, intentando sonar displicente.
No digas tonterías, ¿necesitabas algo? Cómo confesarle que había
tenido ganas de verla. Valeria tiene que hacer el poder dijo. Cuando cortó, la opresión en el pecho
no había disminuido. Porque tengo en el alma cicatrices, imposibles de
olvidar.
La lapicera de ella se desliza sobre la libreta
cuando comenta sin mirarlo qué valiente tu mujer. No entiendo dice
él desconcertado. Debe estar muy segura de sí misma para dejarte solo
durante un mes. Francisco necesita pensar qué responder pero ella lo interrumpe
sonriendo admisión terminada; prepárese, señor, porque el rescate de su
memoria acaba de empezar. Francisco descubre que cuando ella sonríe
francamente se le hacen hoyuelos.
Concluido el trámite, Alicia los invitó a tomar algo
enfrente. Francisco observó a su esposa y a su hermana. Envidiaba la capacidad
de las mujeres de comunicarse a pesar de las discrepancias. Él sabía que su
mujer juzgaba a Alicia, fría y egoísta.
Intuía que Valeria había bajado varios puntos en la estima de su hermana cuando
decidió, hijos mediante, relegar su hasta entonces exitosa profesión.
Mirándolas charlar, tan animadas, parecían harina del mismo costal.
Francisco notó que hacía días que las frases hechas acudían a sus labios. Almas
gemelas. Sacudió levemente la cabeza. Valeria y Alicia charlaban. ¿Habrían
conversado alguna vez sobre él? ¿Cuánto
le importo a mi hermana? De pronto sintió que iba menguando sobre la
silla. Soy invisible. Después de un largo rato Alicia pareció reparar en
su existencia ¿querés otro té?
Francisco se mira en el espejo. Abre la boca.
Se pasa un dedo por los dientes. Patina. Los raspa con la uña. Se arregla el
cabello. Ya tiene algunas canas. Se abrocha el saco y luego se lo desabrocha.
Controla el reloj. La puerta se abre. Sale del ascensor.
Solo los he visto juntos en la foto de mi
bautismo contesta él. ¿Por
qué se separaron? Alguna vez escuché a mi madre diciendo “por esa mujer”. Ella aclara cuando un
matrimonio se rompe no es por culpa de “esa
mujer” y se agacha a recoger la suntuosa lapicera plateada. A través del
escote de la blusa de seda, Francisco ve el nacimiento de sus pechos. Redondos,
voluptuosos. Mirámela a la flacucha, piensa. Ella, ya reubicada, lo
observa, como esperando una respuesta. Sí, estoy seguro, en más de una
oportunidad la escuché hablar de “esa mujer” repite él, turbado, sin saber
si su reafirmación viene al caso. ¿Nunca
le preguntaste a quién se refería? Él niega con la cabeza ¿ni a
tu papá? Él niega por segunda vez ¿por qué? Él se toma unos segundos antes de arriesgar supongo que porque
presentía que no querían hablar de eso. Ella es una percutora ¿tu
madre tuvo otra pareja? Parece
que no entendieras se impacienta él no conservo recuerdos de mi época
del primario, ni de la anterior; en cambio, a partir de los doce años,
todo se ve absolutamente nítido. ¿Te pasó algo a esa edad? Él
recurre al humor a lo mejor me golpée
la cabeza para intentar disipar la
inquietud por eso quedé tonto, además
inquietud que rápidamente se transforma en sorda angustia. Llegó el
momento de hacer todas las preguntas que te has guardado durante tantos años.
La angustia de él ya no es sorda ¿querés que golpeé la puerta de los nichos?
Un presidente no hubiera tomado tantos recaudos para
delegar por unos días el poder. La agenda de Francisco quedó tachonada de
obligaciones: reuniones de padre, visitas al dentista, el taekwondo de Camilo,
las clases de danza de la nena. Francisco, responsable casi exclusivo de los
traslados escolares, estaba desentendido de todo lo demás y nunca hubiera podido
imaginar que fueran tantas las tareas que Valeria sobrellevaba. Con la
perfección que la caracterizaba. Su familia funcionaba como un reloj de
precisión. Lo asustó saber que, por un mes que esperaba no se extendiera, sería
el único responsable de darle cuerda. Francisco se encontró pensando que tendría que cambiar los horarios de terapia.
Se ubican en sus respectivos lugares. Curiosa
semisonrisa de Claudia, enigmática la califica Francisco. Mona Lisa
la de mística sonrisa. Él cruza los
brazos y su mirada vaga, sin detenerse. Resulta obvio que ella está esperando
que empiece a hablar pero él no sabe si
corresponde que le recuerde mañana Valeria se va. Cree entender que el
trato solo incluye el pasado. Qué podría importarle a Claudia que él esté asustado
porque mañana Valeria se va. ¿Nada por decir? indaga ella y él se
sobresalta. Las palabras se le atoran en la garganta. Ella lo sorprende ¿alguna
vez te hipnotizaron? él cabecea ¿querés que lo intentemos? Él traga
saliva y asiente con el mentón, casi imperceptiblemente. La sonrisa de
ella ahora es decidida y regresan los hoyuelos aflojá los brazos. Él
está arrepentido. Atemorizado. Ella no parece notarlo o lo nota y no le
importa, tiene sus propios objetivos piensa
Francisco mientras ella le ordena cerrá los ojos, inspirá, exhala,
concentráte en el ritmo de tu respiración, inspirás, exhalás, cada vez más
lento y más profundo, inspiración, exhalación, todo sigue estando bajo tu
control; los relojes se invirtieron y el tiempo y el espacio caminan hacia atrás,
muy despacio, dejate flotar en algún lugar, concentrate pero no te esfuerces,
un lugar, buscá un lugar, tu lugar. Francisco se siente peculiarmente
tranquilo. Está con Claudia, en el consultorio y tiene la clara noción de que todo depende de su voluntad. Aprieta fuerte los párpados. Un lugar.
Inspira con tanta profundidad que la respiración se le detiene. Percibe la mano
de Claudia sobre su antebrazo y siente vértigo. Imágenes que se acercan solo
para alejarse. Espacios, ámbitos, vacíos y llenos, alturas y proporciones.
Aires, olores, texturas. Ni un rostro. Hasta que blancos y negros se abalanzan
sobre él. Blancos y negros que se van geometrizando hasta transformarse en
rombos enlazados, alternados. No hay duda: eso es un piso. Vacío y brillante.
Se endereza en la silla, asustado, y espontáneamente abre los ojos. Mal don.
Las imágenes desaparecen. Vuelve a cerrarlos y aunque intenta relajarse es
inútil: un desierto, yermo, opaco, silencioso. Un agujero en su interior crece
y crece, succionándolo. La mano en su antebrazo aumenta la presión. Abrí los
ojos, Francisco, ya es suficiente. Él obedece. Ella está frente a él,
sonriéndole. La paz regresa. Está a punto de tomarle la mano cuando ella la
retira.
Partieron los cinco para Ezeiza. Cuando llegó el
momento de la despedida Tobi se aferró al cuello de su mamá. No hubo manera de
convencerlo. Francisco tuvo que desprenderle los bracitos a la fuerza. Ante los
alaridos de Tobi, Luciana, que ya se había despedido tranquila, se sumó al
concierto. Con Tobi en los brazos
retorciéndose y pateándolo, y la nena restregando la cara mojada contra la manga de su saco, Francisco solo
pudo agitar una mano mientras Valeria, desencajada, se alejaba caminando hacia
atrás. Ni mimos ni palabras alcanzaron para tranquilizarlos. Callate, tarada
fue la única ayuda que aportó Camilo. Francisco, pese a los principios de
Valeria, debió apelar a prosaicas golosinas que por supuesto tuvo que
triplicar. Consiguió, por fin, meter a su diezmada familia en el coche. Camilo
le preguntó puedo ir adelante y él
asintió con el consiguiente berrinche de la nena. Francisco logró convencerla
de que a ella la precisaba atrás, para cuidar a Tobi. Qué ruido hace este
auto informó el copiloto lo tendríamos que cambiar. Los autos no
importan intervino Luciana
hay que usarlos hasta que no den más. Vos callate que no sabés nada. Sí, papá
lo dijo, se lo dijo a mamá. Sos una mentirosa. Preguntale a mamá, ya vas a ver.
No puedo, tarada, ¡no te das cuenta de que mamá se fue! ¡Mamá!, ¡mamá!
recomenzó Tobi con un chupetín en la mano. Francisco, apretando fuerte el
volante, buscó, en medio de los bocinazos, un lugar donde detenerse.
Transpiraba. Para ese entonces Tobi ya había modificado su discurso ¡papá,
papá!
Los mayores excitados, Tobi haciendo pucheros, una
proeza lograr que se acostaran. Después de una ducha se desplomó en la cama.
Estiró al máximo brazos y piernas. Todo mal tiene un beneficio secundario. ¿Cuánto
hacía que no podía despatarrarse a su antojo? Apoyó la cabeza sobre las manos
cruzadas y sonrió, ligeramente culpable.
Salió de la obra y se subió al auto. Manejando
pensó en sus hermanos. El tema del pasado siempre había sido tabú entre los
tres y Francisco no sabía si el tácito
acuerdo respondía a motivos que formaban parte de todo lo olvidado. Al llegar a
su casa encontró titilando el contestador. Quería saber cómo se fue Valeria
y cómo quedaron los chicos Francisco empezaba a sorprenderse cuando el
mensaje continuó con respecto a la sucesión, yo ya consulté con un par de colegas de mi absoluta
confianza pero hay que decidirse, llamame por favor.
Los tres
no velamos a la misma madre pero los tres la
heredaremos en idéntica
proporción ponderó Francisco
mientras masticaba y se sintió mezquino. Al fin de cuentas, quizás siendo igualmente injusto, a él le
había tocado la tercera parte de su papá.
De los bienes de papá se
corrigió. Guillermo hizo uno de sus impecables chistes y Francisco, abandonando
elucubraciones, rió. Los tres rieron. Un
bife en cada plato. Una única fuente de papas fritas. Guillermo, sin consultarlos, le indicó al
mozo nosotros compartiremos un panqueque de manzana y para la señora un
café, bien cargado por favor. La
imagen del padre reemplazó a Guillermo. Ese almuerzo ya había existido.
El panqueque se extinguía sin que Francisco se
hubiera animado a encararlos. Tragó el último bocado. Les quiero hacer una
pregunta arrancó con
torpeza ¿por qué se separaron papá y mamá? Francisco interceptó un cruce
de sorprendidas miradas. No está en los planes de mi día hablar del tema
se escabulló Alicia. Y menos en los míos se sumó Guillermo llamando al
mozo. Francisco se sonrojó. El mozo llegó con la cuenta y Guillermo metió la
mano en el bolsillo hoy invitó yo. Se despidieron hablando de abogados y honorarios como si la
pregunta nunca hubiese existido. Sí, evidentemente él había atentado contra
algún remoto pacto que ellos habían demostrado saber defender. Se sintió ligado
a sus hermanos como nunca. Tres en uno. Uno en tres.
Alejandra internada, esperando que mejorara el
hemograma para encarar la operación. Valeria ya en funciones, su eficiencia
desplazada de hijos a sobrinos. Te
extraño dijo ella y él contestó mecánicamente yo también. Mientras
el teléfono iba pasando por los tres pares de manitos Francisco evaluó que
Valeria estaba a mucho más de los veinte mil kilómetros que indicaba el
mapa. En otra dimensión, a años luz de
su piso damero. Involuntariamente retuvo la respiración. Mañana vería a
Claudia y todavía no había cumplido con las indicaciones. Horas después,
acostado en el centro de la cama, se dispuso a
hacer los deberes. Respiro hondo, intentó relajarse. Sin embargo,
ninguna imagen acudió a su mente. Dependo
de su voz.
Llegó al estudio y, decidido, tomó el teléfono ¿sabés
la dirección de la casa en que nací? El tono de Alicia fue zumbón ¿a qué
viene tu súbito ataque de curiosidad?
Francisco se sorprendió de su propia brusquedad ¿la recordás o no?
La palabra se le deshacía en la boca como un
bombón de chocolate. La pronunció una y otra vez. Y se le aparecieron rostros
pronunciándola. Su madre, su padre, Alicia, sus abuelos. Rostros que serios,
muy serios, abrían la boca de la cual salía la palabra, una y otra vez.
Francisco agitó levemente la cabeza. Le avisó a Marcela que salía a almorzar. Amenábar.
Las manos caprichosas y las calles cortadas
parecían oponerse a su reencuentro con el 515. Harto de dar vueltas estacionó
el coche, resuelto a caminar. Finalmente llegó. Un petit hotel de los que
amaba. Se acercó a la puerta y rodeó la reja con la mano. Y fueron mil contactos.
Esa reja reconocía su mano y su mano reconocía la reja. Se apartó y caminó
hasta el cordón de la vereda para ampliar el conjunto. Fue insuficiente. Cruzó.
Ahora sí. La puerta de rejas y dos ventanas bajas. Otras tres en el primer
piso. Persianas metálicas, cortinas velando su curiosidad. Cerró los ojos.
Siguió viendo el frente pero en otros colores, otras las baldosas de la calle,
distintos los autos circulando. El pulso se le aceleró. Cruzó y tocó el timbre
con energía. Luego de unos segundos se abrió el postigo tras la reja. Una
anciana se asomó por la rendija. Buenos días, perdone la molestia; yo nací
aquí; mi madre murió hace poquito y tengo una gran necesidad de volver a ver la casa. La mujer
sosteniendo el postigo con firmeza contestó vuelva mañana por la mañana
cuando esté mi hija y se disponía a cerrarlo cuando Francisco la detuvo ¿le
puedo hacer una pregunta? Pregunte,
hijo. En algún lugar de la casa, ¿hay un piso a cuadros blancos y negros? La
viejita sonrió y abrió el postigo francamente ¿este?
Ahora parate ordena ella y él desconcertado obedece cerrá los ojos, aflojá los
hombros. Luego de unos segundos de un silencio tan profundo que él puede
escuchar las dos respiraciones, ella determina el piso damero está bajo tus
pies. Él siente que cae, parado cae, el vacío lo chupa, siente pavor hasta
que, violentamente, vuelve a afirmarse. Los
hombros contra la pared, el cuerpo proyectado hacia delante, las manos hacia
atrás, sosteniéndose una a otra. Los ojos muy abiertos, como si solo aumentando
su circunferencia pudiera absorber lo que estoy viendo. No veo lo que estaba
viendo. Busco indicios. Los labios fruncidos, minimizando la boca. Los cachetes
colorados. Me enternece el contraste entre la profundidad de la mirada y la
humedad de los labios frescos. Boca de leche, ojos de pozo. Quisiera abrazarme.
Me escondo entre las manos y espiando a través de las rendijas de los dedos
sudados me arriesgo a atravesar el piso en damero. Mi certeza es absoluta:
tengo que no estar. El corazón me late fuerte. Un pie en un cuadro blanco, el
otro en uno negro. Zapatitos de charol, medias con pompones. Avanzo muy despacio pegado a la pared hasta
que alcanzo la alfombra. La alfombra sofoca mi existencia. Estoy salvado. He
descubierto la única manera de sobrevivir. Francisco abre los ojos.
Instintivamente se mira los pies. Los zapatitos de charol trocados en
mocasines. Los contempla con atención. Marrones, cuarenta y dos. Debajo de la
suela de goma, una mullida alfombra blanca.
Salió del consultorio desvalido. Necesito que me abracen. Valeria
ausente, los chicos en el colegio, improbable que sus deseos se hicieran
realidad. Tendría que visitar a mi hermana se rió de sí mismo. Decidió ir al estudio caminando, quizás el
aire frío lo energizara. Estaba a pocas cuadras cuando resolvió que pasar por
el negocio de Horacio sería mejor
programa. En cuanto lo vio, su amigo abandonó a la cliente que estaba
atendiendo y con sus pasos largos se dirigió hacia él. Una sonrisa de oreja
a oreja. Viejo, me salvaste, esta bruja me tenía las bolas por el piso,
vamos a tomar algo. La empleada heredó a la mujer y salieron juntos. ¿Cómo te trata la
soltería? preguntó Horacio minutos
después mientras revolvía un café. Francisco le contó que todo transcurría con bastante normalidad.
Valeria dejó todo tan
organizado que por momentos parece estar sentada a la mesa con nosotros. No me extraña acotó burlón Horacio. Además, la familia ayuda; el
domingo Moira llevó a los dos mayores al cine; sin Valeria para retarme ni Luciana para ponerse celosa me
empaché de mimar a Tobi; te diría que, en líneas generales, los chicos se la
bancan mejor de lo que me imaginaba; sí, están bien. ¿Y vos? preguntó
Horacio mientras le hacía señas al mozo ¿ya superaste lo de tu vieja? Otra
vez la charla dando pie para blanquear amnesia y terapia. Del trabajo a casa
y de casa al trabajo, como diría el general arrugó Francisco
tengo demasiadas obligaciones para ponerme a pensar. Horacio cerró el
encuentro comentando me encargó Adriana que te preguntara qué querés que les
cocine el domingo. Francisco se desdobló. A una parte suya solían hacerle esa
pregunta. La otra contestó canelones, tu mujer es la única que los
prepara casi iguales a los de mamá.
Llegó a su casa demolido, se sacó los zapatos y
se desplomó sobre la cama. Me pasó una topadora por encima. Claudia y el
piso damero le resultaron tan lejanos como si hubiera transcurrido un mes desde
que me despedí de ambos. Repitió me despedí de ambos y le rugió
en las vísceras una necesidad infinita.
Escuchó entonces un llanto apagado. Aguzó el oído. Tobi. Seguramente los
hermanos lo habían estado molestando. Maldiciendo se levantó, descalzo. Lo
encontró en su cuarto, sentado en el piso, el dedo en la boca, sollozando. Hijito,
¿qué te pasó? El nene levantó hacia él unos ojos tristísimos. Francisco se
acuclilló en el piso. ¡Mamá! dijo Tobi entre hipos. Francisco se sentó y
lo tomó en brazos. Sin intentar siquiera consolarlo lo apretó fuerte. Cómo
paliar con palabras la necesidad infinita de Tobi de estar con su mamá.
Después de la vorágine que significaba lidiar
con la leche, los guardapolvos y las mochilas, desayunar en el bar de la
esquina del estudio era un lujo casi asiático. Se ubicó en la mesa de siempre y
el té con leche, las medialunas y el diario llegaron sin necesidad de ser
pedidos. Recorrió los titulares sin prestarles mayor atención. Zumbando en su cabeza el piso y la voz
que lo había parado sobre él. La decisión fue súbita. Llamó al mozo.
A las nueve y media se encontró tocando el
timbre. Una mujer de su edad entreabrió la ventana. Perdóneme, ayer estuve
aquí, una señora mayor me dijo que volviera en este horario; mi pedido podrá
parecerle insólito pero necesito ver esta casa. Ante el interrogatorio de
Francisco la mujer le contó que vivía allí desde que era niña y que solo habían
hecho las reformas imprescindibles a las casas, como a las personas, hay que
aceptarlas tal cual son; cambiar una ventana
provoca lo mismo que una cirugía estética, la nueva nariz no armoniza
con el tamaño de la boca. Francisco se sorprendió, era como escucharse a sí
mismo. Se lo pido por favor, preciso entrar; dígame cuáles son sus
condiciones, estoy dispuesto a pagar. La mujer rió francamente hombre,
qué desesperado está. Francisco insistió quisiera poder explicarme, yo
no recuerdo mi infancia y pienso que volver a ver esta casa me ayudaría, qué
puedo hacer para que me crea tanteó en los bolsillos mire, este es mi
documento. La mujer cerró el postigo, abrió la puerta ha dado con la
persona indicada, todos dicen que soy una inconsciente pero yo confío en mi
intuición e hizo un gesto invitándolo adelante. Los zapatos de
Francisco reconociendo el piso. Un pie en las blancas, un pie en las negras.
Al fondo una puerta vidriada a través de la cual se adivinaba un patio
interior; a la derecha tres escalones, una puerta tallada y dos pequeñas
ventanas con vitraux. ¿Puedo? preguntó Francisco, la mano en el
picaporte. Recórrala como quiera, tómese su tiempo. La puerta rechinó.
Ante sí el enorme hall con piso de roble de Eslavonia; al frente una soberbia
escalera de madera; a la derecha una puerta y una arcada que comunicaba con la
sala. Allí más vitraux, molduras en las paredes, lámparas y adornos en
profusión. Acostumbrado por su profesión, Francisco trató de prescindir de los
objetos: necesitaba recuperar la cáscara. Caminó en círculo y salió buscando la
otra puerta. Un escritorio. Se acercó a
la biblioteca empotrada con puertas de vidrio y la palpo. Salió. A la izquierda del hall otra arcada
comunicaba con el comedor. Lo atravesó y llegó a un pequeño hall al que
volcaban un baño de visitas y otra escalera, metálica y angosta esta. En la
pared, un armario que le llamó la atención. Siguió avanzando hasta
alcanzar un pasillo distribuidor. A la izquierda un dormitorio y a la derecha,
con salida hacia el jardín, la cocina, con piso de granito original, mesadas de
mármol, muebles de madera. Volvió al pasillo. Avanzando y de nuevo a la
derecha, el enorme comedor diario y
conectada, perpendicularmente, la sala de estar, abierta al frente al patio, al
fondo al jardín. Salió. Entre una araucaria y una higuera, un rectángulo de
lajas rodeado de bancos. Al fondo dos
habitaciones; al frente, el baño de servicio calzado en la cocina. Volvió a
entrar. Atravesó la sala de estar, el patio, el piso en damero y llegó al hall. Frente a él la escalera con
camino de terciopelo rojo, sujeto con varillas de bronce. Subió agarrándose del
pasamanos tallado. Su anfitriona detrás. Arriba un espacioso hall distribuidor.
A la izquierda, dos dormitorios que daban a la calle, separados por un baño
majestuoso: bañera con patas, inconmensurable lavatorio, balanza de pesas
amurada a la pared. Enfrente una habitación cubierta de placares y a la
izquierda otra, enorme, que daba a la terraza.
Unos escalones y otra terracita con una pérgola. Desde la terraza salió
por otra puerta hacia una minúscula cocina adonde desembocaba la escalera
interna. En ese distribuidor tres puertas. Un baño, una habitación absurdamente
pequeña y otra más grande ventaneando sobre el jardín. Se sintió mareado, le
faltaba el aliento. Aunque no hubiese sido su casa lo habría deslumbrado, un
vértigo saber que había comenzado a vivir deambulando por allí. Se despidió tan
aturdido que ni dio las gracias. Subió al auto. Un semáforo lo detuvo frente a
una florería. Estacionó, bajó y encargó dos docenas de rosas. ¿A nombre de
quién? Reparó en que no lo sabía. Escribió sobre la tarjeta que le
ofrecían: Señora del 515, en deuda eterna, el niño que fui.
Imposible esperar veinticuatro horas. Por
primera vez, quizás violando reglas nunca estipuladas, la llamó. Recurrió
a la imagen de una olla a presión para
describirse. Ya en el estudio, siguiendo las instrucciones de Claudia, se sentó
ante la mesa de dibujo, le pidió a Marcela un té, eligió una hoja grande y un
lápiz de los blandos. Trazó, acariciándolas, cada una de las líneas que
delimitaban los confines de sus recuerdos. Seis años de facultad y más de
quince de carrera hallando justificación en la plasticidad y precisión con que
iban surgiendo los contornos de cada habitación. A medida que podía plasmarlas
recuperaba sus destinos. Armario de los guardapolvos, dormitorio de
los abuelos, cuarto de planchado, baño de la tía. Supo que había compartido
con Guillermo el desmedido dormitorio que daba a la terraza. Cuando terminó las
plantas, decidió tomar ambiente por ambiente. Cerró los ojos y trató de
evocarlos en tres dimensiones. Poco a poco los fue poblando. Muebles,
alfombras, adornos, colores. Su mano dibujaba como en trance. Al fin del día
había conseguido bosquejar elementos diversos de casi todas las estancias.
Cuando miró el reloj, juntó los papeles en una carpeta y se encaminó hacia su
casa. Los chicos esperaban.
Las instrucciones de Valeria habían abarcado
cada uno de los treinta días que duraría su ausencia. Carmen había preparado
tortilla de espinaca y Tobi se negaba a comer, los bracitos cruzados, la boca
apretada con fuerza. Los mayores masticaban resignados. Francisco enfiló hacia
la cocina. Regresó con pan lactal, jamón y queso y distribuyó los víveres sobre
la mesa. Yo también reclamó
Camilo. Se encontró confeccionando sándwiches a cuatro manos.
Todo era algarabía, carcajadas. La tortilla, a medio comer, durmiendo en los
platos. Sonó el teléfono. Seguro que es mamá dijo Luciana con cara de
pavor. Él se incorporó a atender. Carolina recabando información sobre sus
sobrinos. Al escuchar a los chicos peleando en la cocina, Francisco tuvo que
cortar abruptamente. Cuando llegó, Camilo intentaba abrir el freezer mientras Luciana lo tironeaba del brazo. Qué
está pasando aquí y él mismo se sorprendió al descubrirse gritando.
Carmen dijo que hoy tocaba fruta se
justificó Luciana mientras
Camilo, aprovechando el descuido de su hermana, concretaba su objetivo. ¿Si
lo comemos del pote? sugirió la nena ya olvidado todo buen propósito la abuela siempre nos dejaba. Pusieron el envase sobre la mesita del living,
los cuatro rodeándolo, arrodillados. Las cucharas ya rozaban el fondo cuando
Camilo, con la cara chorreando chocolate, reflexionó para algunas cosas es
mejor que no esté mamá. Cuando los
supo acostados Francisco se dio una ducha y se
metió en la cama, con la carpeta que había traído del estudio. Encendió
la radio. Luego de un par de compases reconoció a Brahms. Un placer ser
autónomo a la hora de dormir. Para
algunas cosas es mejor que no esté mamá. Abrió la carpeta. Distribuyó los dibujos cara abajo sobre la
colcha y sacó uno al azar. La cocina. Fijó la vista con intensidad. Abrió y
cerró los ojos varias veces. Sintió olor a sopa. Y cuando creyó que las imágenes
se precipitarían, todo desapareció. Exhausto, colocó los papeles sobre la
mesita y apagó la luz.
Sos chiquito y estás en la cocina, aspirá con
fuerza, profundamente, así, muy bien, es ese olor y ya no es vago, es muy
intenso, tan intenso que te marea, ¿lo sentís? Él asiente con los ojos cerrados y le cuenta mamá me
lleva alzado y me para en la puerta de la cocina. Mi silla alta volvió. Me
suelto y corro hacia ella, ebrio de felicidad. A pocos centímetros me detengo.
El olor de la paja recién cambiada me da arcadas. Es mi silla pero no es mi
silla. Mamá me alza y me sienta. Me
revuelco, lloro y pataleo. Intento pararme y mamá me ata con el cinturón. Hay
olor a sopa y a paja. Me pone el babero. La cuchara choca con mis dientes. Doy
vuelta la cara. Me presiona los cachetes, la boca no me hace caso y se abre.
Tres cucharadas, cuatro, cinco. Hasta que vomito sobre el plato con patitos. La
cuchara recoge el vómito tibio y lo devuelve a mi boca. Son letras, es sopa de
letras. Ya no me resisto. Termino mi sopa. Mamá me seca las lágrimas con el
babero, me lo saca, desata el cinturón, me da un beso y me baja.
Mientras Claudia relee lo que acaba de escribir, Francisco siente de nuevo olor
a sopa. Está por alertarla, cuando al cerrar los ojos aparece bajo sus codos
adolescentes la mesa de Jirafa. Los abre, desconcertado. ¿Algo nuevo? pregunta
Claudia con la Mont Blanc suspendida
en el aire. Y él niega. Mostrame lo que dibujaste ayer ordena. Francisco, dócil, despliega ante ella las
láminas. Claudia elige una y se la tiende cuarto matrimonial había
puesto él en una esquina. Solo había logrado dibujar una cama, más por
suponerla que por recordarla. Observá
el dibujo, concentrá tu atención en no pestañear, respirá lentamente, así, muy
bien, no parpadees, como si quisieras descifrar un dibujo en 3D.
Se hizo de noche. Por la ventana se cuela un
reflejo. Tengo sed. Me trepo a la baranda de la cuna. Me bajo con cuidado. Me
acerco a la cama de Guillermo. Le toco la cara pero no se despierta. Tengo
mucha sed. La lucecita del pasillo está encendida. Camino despacio, los pies
descalzos. La puerta está entreabierta. Me asomo. La luna baña la cama. Papá
está arriba de mamá y la empuja y la empuja. Mamá se queja. Quisiera ayudarla
pero tengo miedo. Me doy vuelta y me escapo corriendo. Me acerco a la cama de
Guillermo. Lo toco de nuevo pero no lo llamo porque no lo quiero
despertar. Me trepo a la cuna como puedo
y me tiro sobre el colchón. El corazón me hace tac, tic tac. Las palpitaciones lo aturden. Estoy acá dice
ella chasqueando los dedos. Aunque ya se sabe nuevamente adulto, Francisco
sigue teniendo miedo. Entreabre los ojos, cauto. Vislumbra algo azul. ¿Estás
bien? le pregunta Claudia. Él la mira. Ella le sonríe. El vestido es azul.
Llegó diez minutos antes. Se apoyó en el respaldo
del auto y cerró los ojos. Una olla a presión. Intentó concentrarse en
la melodía interna. Odió el tránsito,
los bocinazos. Miró el reloj. Cerró el auto y bajó. Parado ante la puerta esperó a que los chicos salieran.
Enjambres de madres cotorreaban a su alrededor conspirando contra las notas
difusas que llegaban solo para irse. Francisco intentaba identificarlas
pero se le escurrían. Qué sabés de Valeria le preguntó una de las
cotorras. Pestañeó, sobresaltado. Antes de que pudiera reaccionar se vio
sepultado por las mochilas de sus hijos.
Mientras iban en el auto Luciana contó estoy enojada con la maestra porque
la prueba estaba perfecta y me puso un nueve Francisco escuchaba distraído todo
porque marqué el sujeto en rojo y la muy boba lo quiere en azul Como tocado por un rayo Francisco exclamó
triunfal ¡el amor es azul! La nena lo miró desconcertada. Cómo
explicarle. Entonces se inclinó hacia atrás y le tiró de las trenzas, el buen
humor súbitamente recuperado. ¡Papi, que me despeinás!
Cumplió sin ganas pero con dedicación su ritual
de padre. Se disponía a acostarse cuando la melodía volvió a azuzarlo. Bajó y
se instaló frente a la computadora. Escribió en la ventana del buscador el
amor es azul. Operaciones cibernéticas mediante logró escuchar el tema por
la orquesta de Paul Mauriat. Varias veces lo escuchó. No era esa la versión que
repiqueteaba en sus oídos. Siendo las dos de la mañana decidió acostarse. Love
is blue
Estaba en la casa de música, revolviendo
cassetes viejos, cuando sonó su teléfono. Alicia reclamando títulos, impuestos,
escrituras que urgían para la sucesión. Los requerimientos de su hermana
recordándole que era un hombre grande con demasiadas obligaciones como para
entretenerse rastreando la discografía de su adolescencia. Guardó el teléfono y
salió. Con las manos vacías. Se las miró. Estaban sucias.
Regresó del estudio temprano y se puso ropa
cómoda. Papá, ¿adónde vas? lo detuvo Camilo cuando estaba abriendo la
puerta. A la casa de la abuela, a buscar unos documentos. ¿Te puedo
acompañar?
Entrar con Camilo fue un impacto. Siempre había
tenido la sensación de que no podía compatibilizar los roles. El Francisco que
había sobrellevado el vínculo con su madre no parecía ser el mismo que le
tocaba a sus tres hijos. Y se sentía tan molesto si su madre lo sorprendía
tirado en el piso jugando con los chicos,
como cuando debía conversar con ella frente a alguna cabecita curiosa. Qué
raro es tocar las cosas de la abuela sin pedirle permiso. La frase dio en
el blanco. Así se sentía cada vez que abría un cajón, tocando a su madre sin
permiso. Varios minutos después otro comentario de Camilo papá, ¿no te
parece que la abuela está acá, mirándonos? Aunque Francisco encontró
enseguida la escritura, la caja de los impuestos resultó un embrollo. A medida
que intentaba ordenarla aumentaba su agitación. En su interior bullían imágenes
que no se decidían a salir. Sintió que Claudia era la única que poseía la
llave. Que sepa abrir la puerta. La voz de Camilo ahora desde el
dormitorio lo apartó bruscamente de sus pensamientos hay una bolsa grande
con libretas en la cómoda, ¿qué hago? Demasiado para sus fuerzas. Hoy sí
que no. Dejala ahí que ya es tarde; andá a lavarte las manos y vamos.
Los chicos ya dormidos, abrió sus mails. No
te imaginás lo que me encariñé con mis sobrinos, parece que los hubiera visto
crecer, como bien dicen la sangre es más espesa que el agua. Valeria, daba
indicaciones, averiguaba, recordaba cumpleaños. Aun a la distancia seguía
intentando controlar todo y a todos. Preguntaba, además, por la terapia. Con
insistencia. Él no tenía ganas de contarle y solo le dijo va avanzando.
Hizo luego el reporte diario y concluyó yo también te extraño. Cumplido
su deber marital, abrió el buscador. El amor es azul. Desechó el
material escuchado la noche anterior y luego de investigaciones varias se
enteró de que el tema había sido
estrenado en el festival de Eurovisión. Bajó el video. Vicky Leandros, por
Luxemburgo. Una chiquilina de quince años. La tela liviana del vestido de
cuello Mao, pollera a la rodilla, anunciando los pequeños senos. Mangas largas
ensanchándose en la muñeca, zapatos con taquitos anchos, pelo lacio con
flequillo, ojos muy pintados. La adolescencia compartida con esa desconocida le
dolió en la piel. La chiquilina saludó y empezó a cantar doux, doux,
l’ amour est doux. Ahora sí, esta era la versión. Cuando llegó al bleu, bleu, l’amour est blue el alma se le desarmó y Francisco tuvo que
cerrar los ojos. Cuando los abrió Vicky bailaba. Los brazos extendidos, los
codos fijos, solo manos y antebrazos girando lentamente. Y en el delicado meneo
de la cadera, toda la sensualidad del mundo. A Francisco se le secó la boca, el
cuerpo ardiendo. Apagó la computadora y fue a acostarse. Como antes, no tuvo
otro recurso que aliviarse con las manos.
En cuanto Marcela salió hacia el banco,
Francisco se instaló frente a la computadora.
El nuevo milenio no era su época. Su estética era la de Vicky no la de
Madonna. La clave está en el deseo mucho más que en su satisfacción. Con
la música sonando obstinadamente, cerró los ojos. Entonces pudo verse junto a
un wincofon. Pantalón far west,
mocasines, pulóver bremer escote en V sobre una camisa escocesa. Era
obvio que observaba algo. Sin embargo, como le había sucedido días atrás sobre
el piso damero, era incapaz de detectar qué estaba mirando con tanta intención.
No logré recordar nada más, es increíble,
porque en cuanto salí de la casa las imágenes se me agolparon, hubiera
necesitado transmitírtelas en ese preciso instante comenta Francisco. ¿Querés que te acompañe? ofrece
ella. Él la mira desconcertado ¿harías eso por mí? pregunta incrédulo y
en cuanto se escucha sabe que se equivocó. Tan expuesto como un molusco sin
su valva. Ella le contesta lo
haría también por vos.
Salió del estudio rumbo a su casa pero a mitad
de camino recordó que había quedado en llevarle a Alicia la documentación. Tuvo
que dar un par de vueltas para estacionar, en medio del tránsito complicado del
regreso a casa. Subió, buscó la caja de los impuestos y salió. Cuando
estaba en el ascensor, ya bajando, advirtió en que en todo el trayecto no había
pensado en su mamá. Había estado en el departamento de su madre, revisando sus
cosas y sin embargo no se había acordado de ella. Anclado en el azul de la
adolescencia. Esa noche se sentó de nuevo frente a la computadora. Se conectó
con Valeria y luego, con Vicky.
La secretaria lo esperaba preocupada. El lunes
se iniciaba una refacción y estaban en veremos. Francisco le indicó que
contratara un volquete y que llamara al corralón para encargar los materiales.
Después fue hasta el baño solo buscando un pretexto para cerrar la puerta al
regresar. El plano parecía escurrirse bajo sus ojos. A media mañana Marcela le ofreció un té que él
rechazó. Mariposas en el estómago decía su mamá. Hizo un esfuerzo
y logró concentrarse. Cerca del mediodía, el teléfono tío, tengo la tarde
libre, ¿qué te parece si retiro a los chicos del colegio? El poder de las
palabras. Tío. Más de veinte años y seguía conmoviéndolo. La
confirmación de la existencia de un lazo que a través de Moira lo ligaba a
Alicia. Su sobrina era un sol. Francisco sos mi sol. Sacudió la cabeza y
siguió trabajando.
Sonó el portero eléctrico. Atiendo yo dijo
Francisco interceptando a una sorprendida Marcela. Frente al espejo del ascensor
se arregló el cabello y se ajustó el cinturón. Enderezó el cuello de la camisa
y al hacerlo percibió que la carótida le latía más de la cuenta. Respiró hondo.
Cerró la puerta del ascensor y giró. Claudia estaba de espaldas y el viento le
alborotaba el cabello. Le vent. Francisco reparó en que era la primera
vez que la veía en el exterior. Se quedó quieto, a unos pocos pasos,
observándola. Arriba de uno tacos
altísimos las piernas perfectas. Tobillos
de galgo pensó. La pollera angosta adherida a las caderas,
ofrendándolas. Cuando ella giró, él apuró el paso y abrió la puerta. A
pesar del frío era un hermoso día de sol. Se inclinó para besarla en la mejilla
y la olió.
Acababan de arrancar cuando Para Elisa irrumpió
en su teléfono. Me olvidé el trabajo de Sociales arriba de la mesa, si no lo
entrego me ponen un uno. Hijo,
estoy trabajando y sin el auto. Claudia le hacía señas. Papá, ¡por
favor! Él tapó con la mano el aparato.
Te llevo ofreció ella. Un
absurdo. Pasar por su casa, retirar el trabajo, ir al colegio, dejárselo al
nene. Todo con ella, manejando en silencio. La cara de alivio de Camilo yo sabía que
no me ibas a fallar. De la escuela directo a Amenábar. Ella resultó mejor
chofer porque sin dar una vuelta de más, estacionó frente al 515. Bajaron. Contemplaron
la fachada como si fuera un templo, durante un largo rato. Luego se acercaron a
la entrada dispuestos a espiar. En pésimo momento porque se abrió la puerta y
la señora casi se los lleva por delante. No pude resistir la tentación de
echarle otra mirada se excusó Francisco. Sus rosas todavía están
preciosas, no se hubiera molestado; tengo que contarle un secreto: me emocionó;
espero que mis declaraciones no le traigan problemas con la señorita. Francisco
recorrió nuevamente la casa. Claudia lo seguía en absoluto silencio. Mientras Francisco inspeccionaba
las distintas estancias las imágenes se le agolparon. Increíble que en décimas
de segundo cupieran caras, sentimientos, voces. Su cerebro, a punto de
estallar, trataba de atrapar las escenas que llegaban y se esfumaban sin que él
lograra asirlas. Tenía clara conciencia de que cada nuevo recuerdo tenía el
poder de borrar uno anterior. Mientras bajaba la escalera se recitaba los
reyes la tortilla el kiosco los dientes en un desesperado esfuerzo por
detener la hemorragia de su infancia. Sin darse cuenta ya estaba afuera.
Mientras el auto rueda él cierra los ojos y
trata de contabilizar las escenas, pero a medida que lo hace se le van
borrando. Un tesoro compuesto de oro líquido se le escurre entre los dedos al
tiempo que lo quema. El auto se detiene y él desciende sin fijarse en dónde
está. Ella lo hace entrar a un ascensor del que segundos después lo saca. Le
abre una puerta y lo conduce hacia el diván. Acostado, los ojos cerrados, deja
que las imágenes salgan por su boca. Un ventrílocuo del ayer.
La
tía trajo de estados unidos unas botellitas con un líquido marrón que se llama
cocacola y es muy dulce y muy rico. Cada domingo Guillermo y yo compartimos
una. A mí no me da asco tomar de la misma
pajita porque se toma con pajita pero a Guillermo sí por eso él toma primero por eso y porque es más grande. Cuando empieza
a tomar yo tengo miedo de que se pase de la rayita y siempre se pasa un poco y
eso me hace enojar pero después es mejor porque yo tomo y él ya no tiene nada.
Me gustaría llevarla al colegio para mostrársela a los chicos porque no me creen nadie en la
argentina tomó nunca cocacola solo Guillermo y yo. La tía trajo montones de
cosas maravillosas algunas me las mostró pero otras no quiso y las guardó. Francisco se reacomoda. Ella carraspea. Él
continúa. Estoy frente al ropero de la tía. Sé que no lo tengo que abrir
pero lo abro. Me sacude el olor a nuevo y
a plástico. Me descompone de felicidad. Hay muchas cajas. En el estante
de arriba veo el camión más maravilloso que nunca haya existido. Es verde.
Cierro rápido la puerta. Miré y estuvo mal pero no toqué. Francisco
abre los ojos. Se incorpora desconcertado. Está temblando. Tranquilo,
Francisco, todo está bien y yo estoy acá le llega una voz desde sus
espaldas. Él vuelve a acostarse. Los párpados le pesan. Tiene que cerrarlos. La
manzana es roja, lustrosa, perfumada. Clavo mis dientes con regocijo. Disfruto
del ruido. Es dura jugosa. Muerdo de nuevo y siento algo raro. Aparto la manzana
de mi boca. La manzana está sangrando. Tardo un segundo en entender que la
sangre me sale a mí. Escupo. En el piso, entre trozos de manzana mordisqueados
y coágulos de sangre descubro mi primer diente. Lo agarro y corro hacia mamá. La lengua de Francisco presiona, buscando
oquedades. Hasta que encuentra el agujero. Me lavo los dientes con cuidado
porque todavía me duele. Voy a mi cuarto. Sobre la mesa de luz está mi diente.
Entra mamá. La hice para vos me dice y me da una almohadita con bolsillo. Tenés
que poner en el bolsillito el diente dice mamá los ratones se lo van a llevar y
te van a dejar a cambio una moneda. Pongo el diente en el bolsillo. Mamá me
arropa me dice que sueñes con los
angelitos me da un beso y apaga la luz. No tengo sueño. Cuándo vendrán los
ratones. Si me despierto mientras me están cambiando el diente capaz que se
enojan y no me dejan nada. Y si me muerden. Y si me tocan la cara con la cola
cuando buscan en el bolsillo. Enrique me dijo que no te hacen nada. Capaz que es solo uno. Seguro que mi ratón va
a ser bueno como el de la lámina del libro. No sé si el mío será Pérez para mí
que se llama Pepe. Sí, Pepe. Francisco aprieta fuerte los párpados.
Despertáte dice mamá tenés que ir al jardín. Me siento y me restriego los ojos.
Cómo se portaron los ratones pregunta sentada en mi cama. Entonces me acuerdo
de la almohadita. El corazón me hace ruido. Meto la mano en el bolsillo. Por qué
tenés esa cara me pregunta Alicia desde el marco de la puerta. No hay
nada digo con un hilo de voz. Fijáte bien dice mamá. Abro el bolsillo y miro.
Hay un papelito doblado. Seguro que Pepe me avisa que no me dejó nada porque el
otro día me hice pis en el jardín. Agarro el papelito y lo desdoblo. Es un
billete. Un billete de cinco pesos porque los números sí que me los sé. Qué
adinerado que estaba Pérez dice Alicia sonriendo. Mi ratón se llama Pepe le
digo. Ah sí me pregunta mamá y me abraza. Yo le tiro los brazos al cuello. Alicia se va. A Alicia no le gusta que la abrace
a mamá. Un silencio abrumador se instala. Silencio burlado luego por un
leve crujido que Francisco atribuye a las medias de seda. Cruzó las piernas
piensa. Ligeramente alterado, continúa. Le
muestro mi agujero a papá y él me dice que se llama portillo y que los ratones
también me dejaron algo en casa de los abuelos. El viaje se hace larguísimo
pero al fin llegamos. Los abuelos y la tía me besan y me felicitan y yo no me
animo a preguntar dónde está lo que me trajo Pepe aunque a lo mejor en este
barrio trabaja un hermano. Francisco vení dice papá. Entramos todos al
escritorio. Entonces veo al camión verde. Las lágrimas me corren por los
cachetes. La tía dice le gusta tanto que se emocionó. La odio a la tía. Y a
Pepe también. Para mí Pepe se murió. Francisco empuja de nuevo la
lengua contra los dientes. Ya no están flojos. Las lágrimas empiezan a resbalar
por sus mejillas. Sentáte le dice Claudia tendiéndole un pañuelo de
papel. Él obedece. Las lágrimas siguen deslizándose, silenciosas. Ella se
incorpora y se sienta a su lado. Estoy muy cansado dice. Acostáte
sugiere Claudia. Él ansía acostarse pero tiene miedo entonces le pide no te vayas. Acostáte tranquilo insiste ella me
quedo aquí, con vos. Él se acuesta. Ella le toma la mano. Él cierra los
ojos. Están sentados alrededor de la mesa. Mamá toca la campanilla. Llega
Rosa. Empieza a levantar los platos vacíos y cuando llega junto al mío duda. La
miro implorante. Me hace un pequeño gesto con las cejas y lo agarra. Deje Rosa
dice mamá. Francisco comé tu tortilla me ordena con su voz. Sé que estoy
perdido. Pincho un pedazo y me lo meto en la boca y la acelga me da arcadas. No
empecemos me reta mamá. No martirices al pobre chico dice Alicia. Ya mismo vas
a acostarte dice mamá furiosa pero más con Alicia. Me levanto en silencio.
Salgo del comedor y llego hasta el pie de la escalera. Está oscuro y no alcanzo
hasta la llave de luz. Me agarro del pasamanos y subo, escalón a escalón. Llego
arriba. Me pego a la pared y avanzo lentamente. El corazón me late como una
bomba. Llegó a la puerta del cuarto de Alicia.
Sigo. La puerta del baño. Sigo. La puerta del cuarto de mamá. Sigo. Casi no
tengo miedo. Llego hasta mi puerta. Tanteo buscando la manija. Abro. Avanzo
hasta mi cama y por suerte encuentro la perilla del velador. Me saco la ropa y
me pongo el piyama. Tengo ganas de hacer pis pero no me animo a ir al baño. Me
meto en la cama. Si dejo el velador
encendido mamá me va a retar. Saco una mano fuera de la colcha y apago. Me tapo
hasta las orejas. Hoy no voy a rezar. Francisco abre los ojos y la ve. Ella
le sonríe y aumenta la presión del contacto. Francisco siente una columna de
aire tibio que le corre por dentro. Quisiera quedarse así eternamente. Él ahora
observa la mano de ella, las largas uñas pintadas de rojo, los anillos. Porque tiene
varios anillos. Los contempla con atención. Ninguno es una alianza. Levanta la
vista y la mira, ahora a los ojos, con intensidad. Claudia le suelta la mano y
se incorpora. Vamos a dejar acá, ya fue demasiado por hoy indica y no
sonríe. Luego lo acompaña hasta la puerta. Francisco se inclina y la besa en la
mejilla. Tiene un impulso. Le aprieta fuerte ambos hombros dice gracias y
sale rápido.
Milanesas con puré y flan decía la lista, los
chicos contentos. Terminaron de cenar y Francisco les contó que había ido a
visitar la casa de su infancia. Lo acribillaron a preguntas. Lo sorprendió la
agudeza de sus observaciones. Acostó a Tobi y cuando fue a darle un beso a
Camilo lo encontró sentado en la cama, muy serio. Parecés un señor, ¿en qué
estás pensando? Le revolvió el pelo,
todavía mojado y se sentó a su lado. Cuando ustedes se mueran, ¿qué va a
pasar con esta casa? Esta casa será de los tres contestó Francisco
desconcertado la venderán y cada uno recibirá su parte; a ver, ¿qué
porcentaje te correspondería? Camilo contestó no seas hincha, papá,
el treinta y tres con treinta y tres por ciento pero después agregó que
no se podía vender la casa porque en los marcos de las puertas están las
rayitas que hacés cada vez que nos medís. Resolvió, entonces, que les
compraría a sus hermanos el sesenta y seis con sesenta y seis por ciento
restante para que cuando fueran a visitarlo pudieran ver la casa sin
pedirle permiso a un extraño; porque esta casa no es lujosa como la que vos
tenías pero igual es grande y linda y
está llena de sol y a mí me encanta. El cuerpo de Francisco se estremeció
de amor y como no supo decírselo lo abrazó. ¿Ya te acostumbraste a no tener
mamá ni papá? le preguntó Camilo separándose. Francisco, mientras intentaba
aflojar el nudo en la garganta, tuvo cabal registro de que era la primera vez
que conversaba con su hijo de igual a igual. Ni mayores ni menores, solo dos
seres sensibles, inteligentes, buscando comunicarse. Pienso tanto en ellos
que los tengo más presentes que cuando todavía estaban acá. ¿El abuelo nos
quería? interrogó Camilo intempestivamente y Francisco descubrió que pese a creerse tan próximo había estado muy
ajeno al crecimiento interno de su hijo no era como la abuela, él nunca nos
venía a visitar; me gustaba su casa porque en un hueco en un placard, la gruta
lo llamaba, tenía golosinas, revistas,
libros y podíamos agarrar lo que
quisiéramos sin abusar, como él nos decía; un día me regaló el ajedrez, yo era
chiquito y el abuelo me regaló un ajedrez; me explicó cómo se movían las piezas
y yo le dije que había entendido pero era mentira Camilo hizo una
pausa cuando me salen mal las cosas,
¿vos me querés igual? Doce años de
incondicional amor no habían alcanzado para desterrar la inseguridad que
quizás le había transmitido a Camilo con los genes. Sabio, necesito
ser sabio. No, te quiero más el
nene lo miro inquisitivo porque
cuando te equivocás es cuando más me precisás. Camilo se escurrió dentro de
la cama tengo sueño, hasta mañana, papá. Tan valioso y tan frágil, como
todo niño. Francisco, apagó la luz y mientras salía del cuarto, se sintió, él
también, imprevistamente frágil. Cada
centímetro de piel precisando ser tocado. La ausencia de contacto hacía
peligrar su existencia, su continuidad.
Desayunó en el bar pero no logró pasar de la
primera hoja del diario. Zozobraba. Fue al estudio. La inquietud, de tan
punzante, lo inhabilitaba. Buscó en la billetera. Se sentó frente a la
computadora, puso la tarjeta sobre el teclado y transcribió con cuidado la
dirección. Asunto. Francisco dudó. ¿Necesidad?, ¿urgencia? Decreto
de necesidad y urgencia. Adelanto de horario por fin se decidió.
Francisco, más cobarde que sus manos, las dejó deslizarse por el teclado. Envió
el mensaje sin atreverse a releerlo. Necesitaba caminar.
¿Llamó alguien? preguntó en cuanto regresó al estudio. Horacio
y la licenciada Ordóñez. Francisco trató de controlar la sonrisa que como
una burbuja ascendía desde su abdomen.
Miró a través de la ventana. A pesar de que venía de la calle, recién notaba
que había sol.
Una hora después, Francisco sube. Está por
llegar y aunque ansía llegar tiene miedo. Últimamente suele tener miedo. Como
de costumbre, y Francisco comprende que ya es una costumbre, el repiqueteo de
sus tacos la antecede. Se pregunta si alguna vez se los sacará. Le resulta
absurdo imaginarla en zapatillas. Descalza sí. Todo o nada. Los pies de ella no tienen otra opción. Mientras él
divaga la puerta se abre. ¿Cómo estás?, me preocupaste ella se eleva levemente sobre sus tacos y lo besa
en la mejilla. Como la aureola a los santos, su perfume la rodea. La beatifica.
Francisco se da cuenta de que hoy le cuesta mucho pensar con claridad. Ansioso,
algo me bulle por dentro, y solo vos podés domar mis recuerdos. Ella
frunce el entrecejo tus recuerdos son solo tuyos, no te confundas; ya se
destrabó la inhibición, si de veras te lo proponés, las imágenes acudirán
prescindiendo de mí. Francisco necesitaría decirle que cada vez menos puede
prescindir de ella pero no dice nada y espera. Parado espera. ¿Te querés
acostar? Él se acuesta y sin verla la escucha, bebe sus instrucciones
Francisco tengo que hacer un trabajo para el
colegio y necesito que resuelvas unas pruebas
vení sentáte acá me dice Alicia y señala su escritorio en el que hay un
libro gordo que tiene un ojo en la tapa del que salen rayos y lo abre. Aquí hay
un rectángulo al que le falta una ventanita la ves me pregunta hago que sí con
la cabeza mirá aquí hay un montón de
ventanitas distintas y me las señala con el dedo tenés que decirme cuál te
parece que completa mejor la figura fijáte bien porque voy a anotar la primera
que digas y no te podés arrepentir estás listo pregunta sí le digo y aprieta un
reloj que cuando se lo compró me contó que se llama cronómetro y hace un ruido que me pone nervioso. Miro bien y como
el rectángulo es a cuadros y solo hay una ventanita con cuadros se la señalo y
le pregunto está bien y ella me contesta no te puedo decir porque es una prueba y da vuelta la hoja. Hay
otro rectángulo que es rayado y abajo hay muchas ventanitas rayadas y me fijo
bien y elijo la ventana con rayas más gruesas porque son más parecidas. Da
vuelta otra hoja y en la primera fila hay un cuadrado rojo grande un círculo
azul chiquito y un triángulo mediano verde
y en la segunda fila un cuadrado azul mediano un triángulo rojo chico y
un círculo verde grande y en la tercera hay un triángulo azul grande y un
círculo rojo mediano y por supuesto que falta el cuadrado verde chiquito y se
lo digo y da vuelta la hoja.
Francisco está demasiado cansado de pensar. Por eso abre los ojos, sin embargo,
luego de unos instantes, aun contra su voluntad, tiene que cerrarlos. Los
párpados son como la tapa de un cofre buscando proteger un tesoro. Escucha ruidos. Son los camellos que
están comiendo el pasto. Si estoy despierto no me van a traer regalos. A lo
mejor igual no me traen porque no soy tan bueno. Si no me traen voy a decir que fue porque
estaba despierto. Pero voy a mentir. Y si miento no me van a traer nada. Si me traen esta vez prometo que no me voy a
tocar más que no voy a abrir la heladera sin permiso. Ya no escucho ruidos me
parece que se fueron. Me voy a fijar si me trajeron algo pero no voy a mirar lo
que me trajeron porque eso está muy mal. Bajo la escalera con mucho cuidado. Por
suerte dejaron una luz encendida. Allá están
los zapatos de Guillermo y tienen un paquete enorme. Los de Alicia también. Se
llevaron los míos. No, ahí están, abajo de la mesa pero me pusieron una caja
chiquita y cuando la vean todos se van a dar cuenta de que me porté mal. Agarro
el paquete de Guillermo que es muy pesado y lo pongo en mis zapatos. Total
después le voy a dar a él lo que me tocó a mí que le tocaba a él. Francisco
presiente que algo anda mal. Se aclara la garganta y, angustiado, prosigue.
Guillermo me sacude y me dice apuráte que vinieron los reyes. Me levanto descalzo y voy. Alicia está
sacando un par de patines profesionales de su gran paquete. Guillermo abre el
suyo que es el mío. Grita de alegría. Es el reloj que yo tanto quería. Agarro
el mío que es el suyo en realidad. Ya no es pesado qué raro. Desato el moño y
rompo el papel. Es una caja y la abro. Me late fuerte el corazón. Total
Guillermo ya tiene mi reloj. Qué te regalaron pregunta mamá y se sonríe raro. Busco
entre los bollos pero solo hay papel. Me escapo corriendo. Qué le pasó al enano
alcanzo a escuchar que dice Guillermo. Me meto en la cama y me tapo la cabeza
con las cobijas. No me voy a levantar nunca más. Francisco tiene
tanta vergüenza que quisiera taparse. Era tonto afirma y sabe que está
colorado. No eras tonto, eras chiquito dice ella no se daban cuenta
de que eras tan chiquito. Pero él sabe que no alcanza con ser chiquito. A
los tontos no se los quiere. Por eso busca y piensa. Hasta que se encuentra con su hermana que empezó un curso de arte
y se compró un libro y ahora me enseña. Dice que todos son impresionistas no
hacen bordes pintan con manchitas y
trabajan al aire libre. Me muestra láminas me tapa el título y tengo que
adivinar. Tiene mucha paciencia porque a veces me equivoco. Me gustan los cuadros
pero no me gusta que se ría cuando pronuncio mal porque tienen nombres
rarísimos no son de acá son de francia. El que sí se ríe cuando pasa es
Guillermo se ríe y dice estás entrenando al mono sabio para el circo porque
siempre me dice mono sabio. A veces me parece que me tiene rabia. Francisco la escucha estornudar. Qué raro
ella también estornuda. Está por decirle salud pero no puede porque
justo Alicia lo llama desde el escritorio. Estas son mis compañeras del
curso me dice. Todas que son como seis me dan besos y quisiera limpiarme los
cachetes mojados pero no lo hago porque mamá siempre dice que eso no corresponde.
Francisco me pide mostráles a las chicas todo lo que te enseñé. Tengo que hacer
los deberes digo porque además es cierto. Es un ratito dice después te ayudo.
No te hagas rogar me pide una rubia gordita. Vení dice Alicia mientras abre el
libro en la primera hoja contáles quién lo pintó y por suerte es una bailarina
de las lindas así que estoy seguro y digo delgas. Muy bien me felicita y da
vuelta la página y es de ese que pinta señoras y nenes y digo renuar y también
estoy seguro porque me encanta. Y esta me pregunta y hay una bailarina mala de
las que no se pueden nombrar y lo sé pero no quiero decirlo porque cuando lo
digo Alicia siempre se ríe pero insiste dale que lo sabés sí que me lo sé porque es el enano renguito y
me animo y digo tulo sotrec y por
supuesto todas se ríen y la gorda rubia dicen cállense. Y esta dice otra que no
es rubia pero que también es gordita y es la cama del loco de la oreja y digo
vangoj vicente y todas hacen ah pero una
flaca y anteojuda dice claro se los sabe de memoria porque es muy chico y no
los puede reconocer. Alicia pone la cara que le pone a mamá y dice mi hermano
es superdotado te lo digo yo que le hice un test. La otra saca de su bolso un
libro el doble de gordo que el de Alicia y dice te apuesto cinco pesos a que no acierta diez de diez.
Francisco dice Alicia mostrále a esta quién es mi hermano. Las manos me
empiezan a sudar y me quiero escapar. Dejalo pobrecito dice la rubia no lo
presiones más y Alicia dice ni que le fuéramos a pegar es un juego Francisco no
importa si te equivocás. Pero yo sé que sí le importa por los cinco pesos
además. La anteojuda abre el libro por la mitad. Es una bailarina buena y aunque
nunca la vi digo delgas y sé que está bien tuve suerte para empezar. Abre en
otro lado y aparecen unos zapatos viejos que no conozco pero como solo un loco
puede pintar zapatos digo vangoj vicente y Alicia me remueve el pelo que es lo
que hace cuando me quiere así que seguro que acerté. Ahora me toca un cogotudo
que cogotudos nunca vi pero cogotudas sí y digo modi nosecuanto y me la dan por
buena y la flaca agarra el libro y busca y hay una borracha tan triste que debe
ser de tulo sotrec y ya no se ríen cuando lo digo y después hay mujeres en una
playa rosa y eso solo puede ser de goguén que era amigo del loco y después se
peleó y ahora me pasa volando una con gabriela de renuar y otra que ya conocía
de manet y una muy fácil con serpientes
de rusó. Ya está dice la rubia pero la flaca dice falta una y busca y busca y
elige una del final. Y me muestra un paisaje que son los más difíciles. Me
quedo callado y no vuela una mosca. Hay cuatro casitas y arbolitos sin hojas y Alicia sabe que esta nunca en mi vida me la
vi y me pone la mano sobre el hombro y me dice no importa Francisco estoy
orgullosa de vos estuviste genial. Las manos me chorrean y tengo miedo de mojar
el libro. Alicia me empuja con suavidad anda a hacer los deberes yo después te
ayudo. Me paro y la cabeza me da vueltas porque yo una vez vi unas casas
parecidas pero eran dos y llego a la puerta pongo la mano en la manija y Dios
me llena la boca y grito pizarrón camilo pizarrón camilo. Y se me doblan las
rodillas.
Francisco, caminando tras ella observa las
paredes buscando indicios. El consultorio es tan endiabladamente distinguido, como
ella piensa, que no deja espacio para ninguna marca personal, ni siquiera
una foto. La seguimos mañana dice Claudia y él sale. El ruido
de la puerta cerrándose lo deja inerme.
Ya no había quien le
marcara líneas de conducta, quien decretara, con certeza que de tan absoluta se
hacía sospechable, qué prohibir, qué prodigar, cuánto, cómo y hasta dónde.
Valeria nunca había dejaba resquicio para improvisaciones. La solución precedía
al problema. Alzálo, dejála, bañálo, leéle, retála, preguntále. La lista
de indicaciones con que había tratado de cubrir cualquier tipo de contingencia
que pudiera producirse durante su ausencia era casi pueril. Los primeros días
Francisco la consultaba con frecuencia, acercándose a ella con tanto respeto
cual si fuera la Biblia.
Sin embargo, a medida que entraba en contacto real con
sus hijos Francisco descubría que eran mucho más complejos de lo que Valeria
consideraba. Y, en tanto les daba aire, manifestaban su espíritu crítico, la
agudeza de su sensibilidad. Durante esos diez días había charlado con ellos más
que en los diez años anteriores. Los había apretujado, los había consentido, se habían divertido juntos. También por
primera vez habían conseguido descontrolarlo. Y
les había gritado y se había arrepentido y les había pedido perdón.
Francisco se preguntó ¿alguna vez me habrá gritado mi papá? Volvió a
verse frente al kiosco con Guillermo. A lo mejor esas cuarenta y tres revistas
habían sido las responsables de que jamás hubieran podido cumplir con las
expectativas de su padre. Dios te salve Alicia, llena eres de gracia.
Ayer, cuando salí de aquí, me sentí
repentinamente en paz, dormí como hacía días que no lograba hacerlo comenta él entusiasmado. Señal de que hay
que recomenzar dice ella y Francisco la mira sorprendido ¿por qué otros
lugares ha transcurrido tu infancia? Él siente que el pecho se le junta con
la espalda y se avergüenza de haber sido tan ingenuo, lo único que le importa a
ella es que sus recuerdos broten del elemento topográfico. Francisco se
quiere ir, por primera vez quiere irse. Para Elisa. Él atiende. ¿A
qué hora vas a venir?, necesito
que me ayudes con la tarea. Él aprovecha y le informa mi hija me
reclama. Ella también se para y junto a la puerta le indica pensá en lo
que te pregunté. Él dice no te preocupes, ya sé que tu tesis urge y
no la besa. La puerta se cierra tras él. De ella solo queda el perfume.
En cuanto lo escucha, la chiquilina aparece en el living y se le
para delante, los brazos en jarra ¿será posible?, hace como dos horas que te
espero. La réplica de Valeria en miniatura le causa tanta gracia que la
agarra por la cintura y la hace girar. El revuelo atrae a Tobi. Desde los
dormitorios llega la voz de Camilo papá, ¿me trajiste la revista? Esto
es lo que justifica su existencia. Más
allá de Valeria pero gracias a ella. Mientras sigue revoleando a Luciana con
Tobi colgado de los pantalones recuerda un incidente. Se habían mudado hacía un
par de días. Estaba solo con Luciana, dándole la papilla, cuando la beba
manoteó y el plato se estrelló contra el piso. Ni una fruta en la heladera.
Luciana empezó a llorar. Francisco, a través de la ventana, vio el bananero.
Alzó a la nena, salió al jardín y arrancó una banana del árbol. Entraron. Dejó
a la nena en la sillita alta y peló y pisó la banana. Le agregó azúcar. Cuando
estaba cargando la primera cucharada, dudó. Era una banana rara, más chica,
moteada. Luciana retomó el llanto con tanta intensidad que él olvidó sus
escrúpulos. El plato quedó vacío y la nena contenta. Media hora después Luciana
vomitaba. Francisco, alarmado, la estaba limpiando cuando sonó el teléfono. Teníamos
unas iguales en el jardín pero mamá nos decía que eran venenosas fue
el feliz comentario de Horacio. Francisco cortó y con la nena en brazos
salió al jardín. Allí mismo, junto al árbol, comió dos bananas. Minutos después recuperó la lucidez y llamó al pediatra. He comido bananas de esas
a reventar y todavía duro informó
Grieco. Cortó y se abrazó a Luciana. Dos sobrevivientes. La voz
de la nena lo sobresalta ¡basta, papá, estoy mareada! Mientras la está
bajando Luciana reclama no me salen los problemas con fracciones, ¿vos te
los sabés? Francisco piensa que él jamás ha sido imprescindible para su
padre.
Recién había hablado con Valeria. Alejandra ya
había vuelto del quirófano. El médico afirmaba que todo había salido bien pero que habían tenido que extirpar los
ganglios. Las voces de sus sobrinos, como fondo, a través del teléfono. No era
fácil lo que su mujer estaba atravesando. Le tocó bailar con la más fea ponderó
y se sintió agudamente culpable. Mientras Valeria se codeaba con la muerte
él se entretenía buceando en su interior. Quizás nunca en la vida había
dedicado tanto tiempo y tantas energías a ocuparse de sí mismo. También pensó
que había podido hacerlo gracias a la ausencia de Valeria. Sí, había
sido un día complicado. Con Claudia había estado casi grosero. Repasó la
despedida. Había estado muy grosero.
Fue a la cocina y se preparó un té pero la inquietud era insobornable.
Minutos después estaba frente a la computadora. Asunto: Perdón.
Cuando cliqueó en enviar las sienes le latían. Antes de apagar la
máquina reiteró los videos. Fou, fou, l’amour est fou.
Sentado frente a la mesa de dibujo, revisaba
las libretas que había descubierto Camilo. Eligió una de las más viejas.
Acarició la tapa ajada. Enfrentarse con la caligrafía de su madre lo conmovió.
La letra era como ella, rotunda, abierta,
expresiva. Buscó en la A.
Le tomó un segundo reírse de sí mismo. Su madre no los habría
agendado como abuelos. La A
le brindó a cambio Augusto. En qué circunstancias habría ella trazado
esa dirección, prueba irrefutable de que los destinos de ambos se habían
separado. 3 de febrero. Algo tímido se agitó dentro de Francisco.
Barrio de Belgrano, caserón de tejas. Si obviaba el par de rascacielos y el
incesante tránsito, el tiempo parecía haberse detenido. No necesitó mirar las
chapas para reconocer la casa que creía no recordar. Estilo inglés, verja de hierro, entrada de
autos terminando en garaje y muchas
ventanas. En una de ellas un cartel: En venta, visitar con personal de la
firma.
La señora controló ampulosamente la hora en
clara muestra de impaciencia. Francisco iba a decirle que esperaran otros cinco
minutos cuando vio que un taxi se detenía frente a ellos. La puerta del auto se
abrió y lo primero que asomó fue un zapato de gamuza verde musgo enfundando un
pie inconfundible. Luego descendió ella, trajecito sastre, blusa de seda,
envuelta en su olor. La mujer de la inmobiliaria abrió la puerta de la reja y luego la de entrada.
Ingresaron a un recibidor. Los ambientes vacíos conservaban las marcas de
clavos y cuadros. Al frente, la arcada que comunicaba con un enorme salón.
Hacia la derecha la escalera y el comedor, y paralelo a todo su largo, un
pasillo desproporcionadamente ancho, al que daba el baño de visitas y que
comunicaba con la cocina. Subieron por una escalerita angosta hacia el área de
servicio: el lavadero, dos piezas, un baño y una terraza atravesando la cual accedieron a una habitación
gigantesca y de allí a un hall distribuidor al que se abrían un baño señorial y
otros tres dormitorios. Descendieron por la escalera principal, de madera
tallada, y reingresaron para inspeccionar el sótano donde estaba instalada la
caldera. La señora los invitó a conocer
el garaje. No, no hace falta se apresuró a contestar Francisco y,
mientras la mujer cerraba las ventanas, recorrió nuevamente el dilatado pasillo.
Salieron caminando uno al lado del otro, en silencio, hasta que Claudia, ya en
Cabildo, lo sondeó. Es absurdo que
pretenda que las casas me hablen cuando debería obligar a hablar a los seres
humanos dijo él. Si la visita sirvió para eso me quedó más que
satisfecha Claudia se detuvo y miró su reloj no podremos ir al
consultorio, en media hora tengo una cita aquí cerca; mañana trabajaremos
fuerte, no te desanimes, algo lograremos recuperar. Francisco no estaba preparado para prescindir
de ella en los próximos minutos. Por culpa de una cita. Su cuerpo y su
alma eran una oquedad que necesitaba ser llenada. Te invito a tomar un café propuso
y después trató de justificarse ya
que tenés que esperar ella lo miró sorprendida prometo que no tendrás
que trabajar dijo él simulando poner
un cierre en su boca. Ella sonrió y se le iluminaron los ojos. Bleu comme le
ciel qui joue dans tes yeux.
Francisco aspiró con fuerza, el aroma del café
lo embriagó. El sabor de lo prohibido. ¿Te arreglás bien con los chicos? abrió
la conversación Claudia, marcando las
reglas del juego: tiempo presente, modo indicativo. Ella acotó a la respuesta de Francisco las criaturas
siempre nos sorprenden, por eso son tan maravillosas. Él se animó ¿tenés hijos?
Ella miró el reloj y dijo me voy volando, se
hizo tarde. También era tarde para él sin embargo se quedó. Allá su
gastritis, necesitaba otro café. Apoyado en la ventana la vio cruzar Cabildo,
casi corriendo pese a los tacos finitos. Comme l’eau, comme
l’eau qui court, moi, mon coeur court apres ton amour.
Francisco escuchó
con placer el retumbe de sus pisadas sobre la pinotea. Observó luego la marca que iban dejando los
zapatos sobre el polvo. La trayectoria es la curva que se obtiene al unir
los puntos que el móvil va ocupando a medida que transcurre el tiempo
absurdamente le dictó la remota cinemática. A medida que transcurre
el tiempo se repitió y luego solo el tiempo. ¿Le parece que el piso se
podrá salvar? indagó la señora de Urquijo. Francisco aseguró con
esfuerzo todo puede recuperarse.
Me saqué un diez en las fracciones comentó Luciana
orgullosa mientras cenaban. Se lo habrá sacado papá corrigió Camilo. Vos qué te
metés, papi no me las hizo, me explicó se defendió la nena. Mientras la
discusión amenazaba prolongarse al
infinito Francisco se planteó si alguno de sus hijos pensaría soy el menos
querido de los tres. Peor vos que siempre te olvidás las cosas y te
las llevan alegaba Luciana. ¿Era mensurable el cariño que se sentía por los
hijos? Upa, papá reclamó Tobi, la cara sucia de puré. ¿Cómo se había
bajado de la silla? Francisco, alarmado, lo alzó. Con la otra mano buscó una
servilleta.
Sus piernas no merecen un pantalón piensa Francisco en la silla y luego se
rectifica soy yo el que no merezco verme privado de sus piernas. ¿Qué
estás pensando? pregunta Claudia y él instintivamente levanta los hombros
rogando no ponerse colorado. Vení
conmigo ordena ella. Él la sigue, estupefacto, hasta el pasillo
que conduce al baño. Paráte en el medio, extendé los brazos hasta que
tus manos toquen las paredes, ahora presioná porque tenés que apartarlas, el
pasillo es ancho, demasiado ancho y vos sos chiquito y te gusta estar acá sigue hablando ella mientras las
paredes se alejan de las manos de Francisco que ya no alcanza a tocarlas.
Siente un ruido que no puede descifrar. Rítmico e incesante. Aguza los oídos.
Ahora sí, es la abuela que cose a máquina en el pasillo. Sostiene la tela
con las dos manos y la va deslizando
debajo de la aguja que se mueve con mucha velocidad. Es muy peligroso pero la
abuela sabe, sabe todo, todo lo de la
casa. Te estoy haciendo una camisa porque
tenés toda la ropa a la miseria dice y yo le pregunto te puedo ayudar.
Ella me indica paráte a mi lado ahora poné un pie en el pedal apretálo así muy bien de nuevo más
rápido para adelante para atrás qué
fuerte es mi Paquito. La abuela silba y yo la ayudo. Para adelante, para atrás.
Francisco amaga abrir los ojos pero Claudia ordena no, todavía no, sentáte
en el piso, así, muy bien; la abuela dice que tenés la ropa a la miseria; pensá
en tu ropa, las camisas, los pantalones, los zapatos, los calzoncillos, las
medias, el abrigo Francisco hace una mueca es el abrigo entonces, ¿qué
pasa con tu abrigo, Paquito? Está roñoso. Este sobretodo está roñoso
dice Alicia no sé cómo no te da vergüenza decíle a mamá que lo lleve a la
tintorería. Entra papá a buscarme pero Alicia dice con esa facha no puede ir al
cine. No importa vamos que se hace tarde dice papá. Igual tengo calor digo y me
saco el sobretodo y me agarro de su mano. Francisco grita Alicia pero yo no la escucho
porque ya salimos. Hace mucho frío. En el remis está Guillermo que pregunta y a
este qué le pasa que tiembla como una mariquita. Qué rápido pasa el tiempo piensa Francisco porque ya es domingo
otra vez y llego con un bleicer azul que me aprieta. Y tu sobretodo dice Alicia.
Mamá lo llevó a la tintorería contesto. Era hora dice y sale y entra Guillermo y me dice qué
te pasa que te disfrazaste de tripa. Tripa tripa grita Guillermo. Quisiera ser
un cuchillo para cortarle la lengua. Viene la abuela y pregunta qué pasa.
Entonces corro y la abrazo. El bebé el bebé corea Guillermo. Basta dice la
abuela. Francisco nota que
la abuela huele como Delia. A violetas. Y también nota que suena el timbre.
Chau grito y cuando estoy abriendo la puerta de calle aparece mamá con mi
sobretodo y dice no podés salir así hace un frío terrible y sin que me pueda
resistir me lo pone, lo abotona hasta arriba y me besa. Entro al auto y papá me
hace preguntas y yo le contesto cortito. No tengo calor pero sudo y la ropa se
me pegotea al cuerpo. Llegamos. Justo cuando me estoy desabotonando el sobretodo apurado
entra Alicia. No era que mamá lo había llevado a la tintorería pregunta. Sí
pero se ensució de nuevo le contesto y aunque no quiero se me empiezan a salir
las lágrimas. No llorés Francisco dice
Alicia la culpa es de mamá. La abuela desde la cocina grita Paquito vení que te preparé buñuelos. Primero me meto en
el baño y me lavo la cara para que la abuela no se ponga triste. Francisco
percibe que el olor a violetas se va transformando. Toma cuerpo, densidad, color. Es el olor de su mamá que le pregunta cómo
te fue. Bien contesto. Cómo están tus hermanos. Muy bien digo. Claro ellos
estarán contentos allá pura farra. En realidad más o menos digo. Les pasó algo
me pregunta preocupada. No, están lo más bien digo. Y tu sobretodo pregunta
mamá. Lo perdí contesto. Y me lo decís así como si me sobrara la plata claro
para vos todo es muy fácil. Francisco cansadísimo, intenta dormirse. Está por lograrlo cuando el timbre tintinea. Chau digo abriendo la puerta. Mamá se acerca
con el bleicer pero yo digo no hace frío y salgo corriendo. Papá ya abrió el remis. Mamá se queda en el
marco de la puerta y levanta una mano y
papá también qué raro nunca se saludan. Ya en el auto pienso que en cuanto
entremos voy a rescatar el sobretodo
y a la hora de la siesta lo voy a
tirar en el baldío. Por fin llegamos y papá abre y yo dejo mi bolsito y voy
corriendo hasta el cuarto de Guillermo. Cierro la puerta y busco debajo de la
cama pero no lo encuentro. Abren sin golpear y yo me levanto como flecha.
Alicia trae mi sobretodo adentro de una flamante bolsa de nailon. Decíle a mamá
que era así de fácil dice y cuelga la percha en el ropero y sale. Por suerte
viene el verano pienso. Francisco siente mucho calor. Se pone la
mano en el cuello y se afloja la camisa. Le duele el cuerpo. Me duele el
cuerpo dice. Claudia lo ayuda a levantarse, lo conduce de la mano hasta el
diván y le dice estás adentro del garaje, ya sé que no te gusta sin
embargo ahora estás en el garaje él cierra los ojos y justo llega Guillermo
y le cuenta que leyó un libro sobre Houdini y que ahora tiene que practicar los
nudos vení me dice y me mete en el garaje.
Para mí que era una broma termina él y siente una mano sobre la cabeza. Levantáte,
Francisco, es suficiente. Él se incorpora y, sin pensarlo, se sacude el
pantalón. Está temblando. ¿Te sentís mal? pregunta ella. Tengo frío.
Ella ofrece ¿querés un café? Francisco, atónito, asiente. Ella va hacia
la cocina y aunque él quisiera seguirla sabe que no corresponde. Entonces se
sienta y contempla su entorno. Por primera vez, se da cuenta, observa todo con
ojos de arquitecto. Impecable, quizás demasiado impecable. Ella desde la cocina consulta vos le ponés
tres, ¿no? Él repara en que ella registró que él le pone tres. Minutos
después Claudia reaparece con dos jarritos sobre la bandeja. Él se pregunta si
ella también tendrá frío. Claudia se sienta frente a él, rodea la taza con
ambas manos y comenta qué sesión, yo también necesitaba un café. Francisco
nunca había pensado que ella, tan imperturbable, experimentara emociones
trabajando porque para ella es un trabajo reflexiona cobra por esto. El
café está caliente, caliente y demasiado dulce, douce est ma vie, ma vie pres
de toi. Enseguida recupera la línea de pensamiento a mí no me
cobra y se obliga a añadir porque le sirve, le sirve para la tesis. Permanecen
un largo rato en silencio. Por la ventana del consultorio ven el anochecer.
Hasta que Claudia se levanta y enciende la luz el lunes me viene mejor a la
mañana, ¿podrás? Francisco, desolado, descubre que recién es viernes.
Paráte ahí me ordena Guillermo y señala una columna
de metal. Me apoyo me pone las manos para atrás y me las ata del otro lado de
la columna y lucha y resopla un rato largo hasta que dice ya está ahora tenés
que intentar soltarte y se aleja. No te vayas le pido yo no sé lo que tengo
hacer. Probá me dice enseguida vuelvo. Trato de mover las manos. Con el dedo
grande alcanzo a tocar una punta de la soga y tiro las manos hacia fuera porque
pienso que a lo mejor no ató el nudo pero sí lo ató. Empiezo a transpirar. Me
duelen las muñecas. Guillermo grito y no me contesta. Espero un rato y vuelvo a
llamarlo pero Guillermo no viene. El garaje está cada vez más oscuro. Grito
Guillermo Alicia papá abuela y nadie me escucha porque la puerta está cerrada.
Está casi oscuro. Pateo el piso estoy
empapado. Ya está oscuro del todo. Al rato aparece Guillermo che qué te pasa a
qué viene tanto escándalo dice. Desatáme le digo furioso me duele todo el
cuerpo. Si querés te leo el libro donde
Houdini explica como liberarse dice. Lo único que quiero es que me desates ya
mismo. Está bien dice Guillermo mientras enciende la luz si te das por vencido
te desato esperáme que voy
a buscar con qué. No te vayas le pido. Tenés miedo me pregunta sonriendo y
sale. Un rato después vuelve con la cuchilla de la cocina y se coloca a mis
espaldas. Siento el filo en las muñecas
y le grito estás loco me vas a cortar las manos. Su cabeza reaparece frente a
mí lo odio nunca odié a nadie tanto en la vida. Te estás poniendo histérico si
te viera Houdini y después me avisa voy a buscar otra cosa y sale y cierra la
puerta. Tarda bastante vuelve con una caja de fósforos y se pone a mis espaldas
y dice voy a quemar la soga. Estás loco me vas a quemar grito. Se aparece ante
mí. Quién te entiende querés que te suelte o no. Le voy a contar a papá a mamá
a los abuelos al cura digo. Parála enano porque te voy a dejar atado para toda
la vida concentráte y hacé lo que te digo girá la muñeca derecha. Cuál es la
derecha pregunto y ya casi la voz no me sale. Esta bruto me dice y me la
toca ahora levantá los codos agarra la
punta del piolín con la otra mano tirá para atrás y para abajo. No puedo digo.
Calláte y no te desconcentres dice ahora volvé a bajar los codos separá las
manos hace fuerza. Mis manos están libres y no puedo creerlo. Enano sos un
campeón estoy orgulloso de vos.
Guillermo me revuelve el pelo y me ofrece hoy te regalo mi parte de la coca. Para
mí que lo hizo de broma.
Se despertó a las siete. Intentó dormir otro
rato pero le resultó imposible. Saber que era sábado, el lugar de alegrarlo lo
agobiaba. Cuarenta y ocho horas por delante cuyos exclusivos destinatarios
serían los chicos. Y lo que según sus
cánones debería constituirse en el mejor de los programas, le supo como una
piedra colgada del cuello. No estaba en condiciones de atender a nadie, era él
quien precisaba ser asistido. Soy un estuche. Dentro, necesidades,
intensas pero difusas. Le recorrían la
piel y, al tiempo, atravesaban la epidermis aventurándose hasta la médula, la
médula de los huesos pensó.
Era una necesidad que arrancaba del pasado. La voz de Tobi lo estampó en el
presente papá, ¡pis!
El almuerzo en lo de Horacio y Adriana contribuyó a paliar el día. Más allá de los
canelones, la charla con su amigo lo alivió. Mientras los seis chicos jugaban,
Francisco se había animado a blanquear la terapia y, lo que era aún más
importante, el motivo por el cual la había encarado. A diferencia de Valeria,
Horacio, aunque se mostró muy sorprendido, no le hizo reproches. ¿Cómo está
Claudia? fue lo primero que preguntó.
Bien contestó Francisco extrañado de que recordara hasta el nombre. No te hagas el boludo, me refiero a cómo
está físicamente y sus manos modelaban curvas. Francisco se quedó
reflexionando, cómo hacer un juicio objetivo. Linda, se puso muy linda consiguió decir luego de descartar magnética, elegante,
sensual, distinguida. Me lo
imaginaba, esa borrega prometía tener buen lomo, mi olfato siempre fue infalible; decí que
Adriana ya me había enganchado que si no… Las carcajadas de Horacio. Cómo
podemos ser amigos siendo tan distintos pensó Francisco. Adriana se acercó
con una bandeja y dos tazas ¿en qué andan ustedes? Otras dos tazas. Horacio,
revolviendo el café preguntó ¿está casada? Francisco fue parco solo
sé que tiene una hija de ocho años porque esa conversación ya estaba
fastidiándolo. Cuidáte recomendó Horacio, jocoso. Francisco, irritado,
luego de controlar la lejanía de Adriana le aclaró no te preocupes, no soy
como vos. Porque odiaba las bromas idiotas de su amigo. Odiaba, sobre todo,
su falta de escrúpulos. Adriana no lo merecía y él no se merecía a Adriana.
¿Cómo andan tus náuseas? le preguntó Adriana, intempestivamente y
Francisco descubrió, extrañado, que habían desaparecido. Camilo dijo papá
vamos y él olvidó divagaciones y empezó a recolectar chicos y bártulos.
Estaban en la puerta cuando Francisco al
fin se animó Adriana, vos que guardás todo, a lo mejor podés ayudarme. Al
llegar a su casa fue derecho al galponcito del fondo y desempolvó el wincofón.
Pantalón far
west, mocasines de Guido, pulóver Bremer, camisa escocesa.
Francisco seguía viéndose sin poder descifrar qué estaba observando.
Camilo descalzo y en piyama entró con un
dedo entre las hojas de su Harry Potter inaugurando la mañana del
domingo. Vengo a leer con vos informó y al ver que Francisco apresurado apagaba
el tocadiscos le preguntó qué estabas escuchando. Una canción de mi adolescencia contestó
Francisco ligeramente molesto. Qué raro acotó Camilo ubicándose en el
lado de Valeria. Francisco le acomodó las almohadas. Luego se recostó junto a
él y cerró los ojos. Ponéla, papi, no me molesta Camilo desdobló la
punta de la hoja señalada era linda además. Linda, tan linda.
Al mediodía llamó Alicia invitándolos a tomar
el té. En cuanto transmitió la propuesta los chicos empezaron a los saltos.
Amaban a sus primos adolescentes; los admiraban sobre todo. Francisco se
preguntó si él también había admirado a su hermana más de lo que la había
amado. Ella, ¿lo había amado tal cual era o había fabricado un niño al que
poder admirar? Francisco descubrió que no tenía ganas de ir a merendar. No
obstante lo cual, a las cinco de la tarde tocó,
puntual, el timbre. Luciana sostenía, orgullosa, un paquete de facturas.
La conversación de Alicia no presentó fisuras. De política nacional a
internacional, de economía a policiales. Ridículo hablarle del sobretodo, de
los impresionistas, del oso que Susi mimaba.
Francisco, mirándose en el espejo, tararea. Bleu,
bleu. Piensa si debería comentarle a Claudia su nueva obsesión. Para
qué a ella solo le interesa el
elemento topográfico. El ascensor se detiene y él sale. Llegó el lunes y
sin embargo no está contento. Tiene bronca.
Ayer fui a la casa de mi hermana dice intentando apartarse del pasado pero
Claudia no se lo permite ¿le comentaste tus recuerdos? Ni un solo
milímetro le permite y él, demasiado irritado para hablar, niega con la cabeza ¿cómo te sentiste junto a ella? él levanta
los hombros, despectivo me parece que hoy estás enojado, con ella también. Francisco
siente ganas de trompearla. Tengo ganas de trompearla se dice
sorprendido. Quedáte donde estás pero intentá relajarte. Él no le va a
dar el gusto, él no es un perro amaestrado. Se endereza en la silla. Cerrá
los ojos dice ella pero él los abre aún más. Ella lo mira fijamente y él le
sostiene la mirada. ¿Querés un café? ofrece y él se descoloca. Ella va
hacia la cocina. Regresa enseguida y toman el café en completo silencio.
Francisco siente que la bronca se le disuelve al mismo tiempo que el azúcar
en el café. Minutos después ella le quita de las manos el pocillo vacío y
lo coloca sobre la bandeja. Cuando regresa de la cocina ordena acostáte en
el diván y él, domado, acata cerrá los ojos Francisco siente en su
brazo un golpeteo rítmico, quiere despegar los párpados para ver con qué le
está pegando pero no lo obedecen estás enojado con Alicia, con ella todavía
no te amigaste; pero ella te quiere, ella también te quiere. Francisco
registra el también y quiere preguntarle sin embargo ya no puede porque el
golpeteo lo aturde y además Alicia le está hablando. Mirá lo que te compré.
Colgado de una percha que dice casa braulio hay un traje gris. Antonio y yo te
queremos llevar al teatro colón a ver el lago de los cisnes y nunca tenés nada
decente que ponerte. Me hace probar el traje y dice te queda fantástico. Entra
la abuela con otra percha. Esta camisa era de tu padre y te la achiqué dice
sacáte los zapatos Paquito que el abuelo te los va a lustrar buena falta les
hace. Guillermo va pregunto. Es un bruto dice Alicia a él dale river no colón.
Boca la corrijo. Es lo mismo dice y está contenta. Francisco ve el traje,
la camisa, los zapatos, preparados arriba de la cama y empieza a ponérselos hasta
que Alicia lo toma de una mano y Antonio
de la otra. Hay mucha gente luces
trajes sombreros perfume. Nos acomodamos
en el palco que nos consiguió papá. Parezco un duque. Apagan las luces. Francisco escucha la música, las bailarinas
parecen cisnes de veras y cuando Alicia pregunta te gustó asiente con la cabeza. Vos siempre tan
expresivo qué te pareció el argumento insiste. Si le digo que no lo
entendí va a pensar que soy un tonto con
todo el trabajo que se tomó para traerme entonces digo interesante. Tenés razón este
hermano tuyo es un fenómeno se ríe Antonio yo ni me enteré de qué se trataba.
Si serás ignorante le dice Alicia pero
está radiante siempre con él está radiante. Francisco está fundido. Necesita dormir. Empieza a
sacarse la ropa con cuidado cuando Alicia entra sin tocar la
puerta. El traje queda acá dice y lo agarra lo cuelga en una percha y se lo lleva. Me
quedo en medias y calzoncillo. Ya soy
grande y no me gusta que me vea así. Francisco abre los ojos.
Inmediatamente se reanuda el golpeteo, ahora en la pierna. Es una varita. Una varita recorriendo su
muslo, su rodilla, llegando hasta el empeine. Incorporándolo frente al
espejo. Todo me queda chico y parezco un payaso. Lo mejor es el pantalón marrón
opina mamá y después me dice tenés que avisarle a tu padre. Voy hasta el teléfono.
Me atiende Alicia y yo le digo avisále a papá que el domingo no venga a
buscarme porque es la comunión de Clarita. Qué lástima te iba a llevar al san
martín a ver a maria elena guolsh dice y
después me pregunta qué te vas a poner.
Un pantalón marrón que me queda fantástico digo. Francisco siente pena. De sí mismo siente
pena. Quisiera detener las imágenes pero lo arrastran, lo sojuzgan y suena el
timbre y mamá me dice andá a abrir. Voy y espío por la mirilla y abro y Julio dice hola Francisco esto lo
manda la señorita Alicia y me da una percha concluye Francisco .
Del consultorio fue directo a lo de su madre.
Dejó el auto mal estacionado y subió. Ya no había posibilidad de reproches ni
de reclamos. No solo para preguntas está el nicho cerrado pensó y
también pensó que sus hermanos todavía vivían.
Cuando abrió la puerta lo abrumaron muebles y objetos de los que tendría
que deshacerse. Quién si no él. Pero en ese momento estaba absolutamente
discapacitado para ocuparse de su hemisferio izquierdo. Invadido por el otro,
el emocional, buscó en placares y estantes, aumentando aún más el caos. Hasta
que encontró la caja con las fotos. Al salir se miró en el espejo del ascensor.
Tenía la ropa a la miseria.
Estoy recortando animales de una
revista para pegarlos en el bloc el nene que me regaló el abuelo. Entra Guillermo y
me dice dentro de un rato va a venir papá y te va a invitar a la cancha pero yo
quiero ir solo con papá así que vas a decirle que no tenés ganas de ir
entendiste bien y no se te ocurra contarle que yo te comenté nada. Entonces
entra papá y con su sonrisa luminosa dice tengo una sorpresa para vos Francisco.
Acababa de regresar del estudio, los chicos peleando entre sí para acaparar su
atención, cuando sonó el teléfono. ¿Cómo te trata mi hermanita? se
presentó Jirafa. Francisco recién advirtió que debería haberlo llamado y no
tuvo más remedio que invitarlo a tomar un café. Terminaría mal si seguía
tomando café. El café es el
menor de los riesgos evaluó.
Estaba cenando con sus hijos la sopa de arroz
indicada por Valeria. Francisco aspiró profundamente y el olor le llegó más
allá de la nariz, hasta las vísceras. Tuvo que cerrar los ojos. Papi, ¿qué
te pasa? preguntó Luciana, siempre atenta. No puede contestarle porque está
sentado al lado de Jirafa. Suena el timbre y minutos después una adolescente de
jumper gris, medias tres cuartos y pelo recogido pasa ante ellos sin saludar,
deja libros y carpetas sujetos con un elástico sobre el sofá y desaparece por el pasillo cerrando la
puerta tras de sí. ¿Y esa quién es? pregunta Francisco. ¿Quién va a
ser, imbécil? ¡mi hermana! Francisco se da cuenta de que hace mucho que no
va a lo de su amigo porque a la nena flacucha y con trencitas ahora se le
levantan las tablas del jumper. Arriba, por delante; abajo, por detrás.
Instantes después reaparece, sin corbata, la camisa arremangada, el pelo
suelto, oliendo a jazmines y se sienta frente a él. Francisco, ¿te acordás
de Claudita? pregunta la madre con el cucharón alzado frente al plato de su
hija. La chica lo mira sonriendo con desenvoltura pese a sus aparatos y él
observa que se le hacen hoyitos. Para mi mamá siempre seré Claudita dice
meneando la cabeza, provocadora. Mirámela
a la flacucha piensa Francisco y tiene, por suerte debajo de la mesa, una
tímida erección. Luciana insistió papá, ¿qué te pasa? Por aquí todo bien le
escribió a Valeria aunque no puedas creerlo ayer Alicia nos invitó a tomar
el té, Nicolás no estaba pero Moira se lució con los chicos. Llamaron de la facultad, ya te extendieron la
licencia. A Lulú se le cayó otro diente, no te preocupes que Pérez ya está
preparado. Camilo se sacó diez en un
oral de sistema nervioso, la maestra me comentó que un médico no lo hubiese
explicado mejor. Tobi se pilló dos veces. El trabajo sin novedades. Me alegra
que Alejandra se esté recuperando. Besos para todos. Te quiero. Yo. Después
se acostó. Puso bajito el disco y rememorando la sopa tuvo otra erección. Ahora
poderosa.
Lo miro a Guillermo que parpadea rápido
entonces digo gracias papá prefiero quedarme. Él me pregunta sorprendido por
qué y yo le explico tengo que pegar todas las figuritas que recorté. A estos
chicos quién los entiende dice papá fastidiado y se van sin saludarme. Me
parece que se enojó conmigo. Suerte que
la abuela me preparó mucho engrudo.
Mientras subía recordó un comentario de Claudia
las memorias recuperadas a veces no reflejan acontecimientos reales y en
lugar de plantearse si habrían existido el garaje, la cancha y el sobretodo se
inquietó pensando que tal vez había inventado la sopa de arroz.
Francisco abre la caja y desparrama fotos sobre
el escritorio. Separá las del colegio ordena Claudia. Alicia, Guillermo
y él, alternándose. Este soy yo. De un lado la foto grupal, del otro el
primer plano de un niño con delantal blanco y
moño a lunares.
La inútil sesión solo tuvo dos réditos. Para
ella, comprobar, satisfecha, que él solo respondía al elemento topográfico. Para él, haber gozado durante cincuenta
minutos del espectáculo del corpiño color malva insinuándose a través del
encaje blanco de la blusa.
¿Te bancás el celibato? le preguntó Horacio
y ante el silencio de Francisco insistió ¿le das mucho a las manos? Mirá
que sos boludo intentó él defenderse quizás temiendo que su amigo pudiera descubrirle en la cara quién
era su fuente de inspiración.
Fue a la cocina a
buscar el salero. Cuando regresó, se detuvo a unos pasos de la mesa. Contempló
a sus hijos. Piyamas, el cabello mojado, parloteando con la boca llena. Tan
endiabladamente vitales que Francisco tuvo miedo.
Su secretaria intentó que entrara en razones. La señora del petit hotel está con el herrero y necesita decidir el diseño de
las rejas. Decíle que confíe en su
buen gusto Marcela lo miraba, disgustada y si no, aconsejála vos
dijo Francisco cerrando la puerta tras de sí. Arrancó con el motor
aún frío. Minutos después tocaba el portero eléctrico. La esperó en el coche. Buen momento para un cigarrillo pensó.
Pocas veces en su vida había atravesado una
situación tan ridícula. Buscando con su analista colegio para nuestros hijos. Si no hubiera estado tan
conmocionado se habría reído. A través del vidrio de la puerta pudo contemplar
las salas llenas de pequeños con delantal a cuadritos. Después se dirigieron
hacia el patio de la primaria. Era la hora del recreo. Una bandada de pibes
gritando, riéndose, corriendo. Las blancas palomitas. Como con la bomba
neutrónica las aulas, aunque vacías, exhibían las características de sus
ocupantes. Les mostraron un salón con
gradas. El aula de ciencias naturales. Salieron. Él se disponía a
invitarla a tomar un café cuando ella dictaminó vamos al consultorio.
Francisco comprobó, alarmado, que estaba muy decepcionado. Tenía una
gran decepción.
Claudia, señalando
un almohadón sobre el piso, le ordena sentáte.
Francisco obedece. La sensación de que las piernas le sobran. Claudia lo
percibe y le indica sentáte como un indio. Él la obedece, en todo la
obedece. Mientras ella habla la
voluntad de Francisco se va achicando. De pronto se siente molesto.
Tiene urgentes ganas de orinar. Levanto la mano y la señorita me
pregunta Francisco qué querés. Puedo ir al baño pregunto y ella dice saben bien
que al baño se va en el recreo ya no son bebés pueden esperar. Sigo plegando el
papel glasé metalizado. Tengo muchas ganas de hacer pis. Junto fuerzas y levanto de nuevo la mano.
Francisco ahora qué te pasa dice la señorita y yo le pregunto puedo ir al baño.
Los chicos se ríen y la señorita ordena silencio y por suerte toca la campana. Nos levantamos
agarramos las bolsitas del perchero
guardamos los útiles y salimos.
Frente al aula formamos fila tomando distancia y me parece que no
aguanto más. A una orden de la maestra avanzamos. Mientras camino el pis va
corriendo por mis piernas hasta que
llega a mis medias a los zapatos al piso. Señorita Francisco se hizo pis dice
Adrián. Los chicos se ríen y se detiene la fila. Qué vergüenza Francisco un
chico grande dice la señorita cállense y avancen. En la puerta está Alicia que
se acerca se agacha para darme un beso y me pregunta cómo te fue y yo le digo
lo más bien. Alicia me mira mejor y dice Francisco qué pasó con tus medias y yo
le contesto sin mirarla abrí la canilla del patio y me salpiqué. Estás
seguro me pregunta y justo Enrique se
acerca y dice es cierto yo lo vi. Alicia sonríe mueve suavecito la cabeza y me tiende la mano. No quiero a
volver a la escuela nunca más. Llegamos a casa. Alicia abre y yo corro hasta mi
cuarto. Cierro la puerta. Me saco el delantal tan rápido que arranco dos
botones. Me saco los zapatos las medias el pantalón el calzoncillo abro el segundo cajón y busco
un calzoncillo limpio y cuando me lo estoy poniendo se abre la puerta.
Claudia le aprieta el hombro y él abre
lentamente los ojos. Se pasa la mano por la cara y comprueba que la tiene
mojada. Alarmado, se mira la entrepierna. Ella le alcanza un pañuelo de papel.
Él lo agarra. Quisiera ser como Peter Pan piensa. Se para farfullando
pretextos, tiene que irse, está tan avergonzado. Antes de cerrar la puerta ella
le roza la mejilla con extrema suavidad. Doux.
Ya en el bar, esperando a Jirafa, se le ocurrió
avisarle a Horacio. Quizás su presencia ayudara. Media hora después los tres
revivían anécdotas. Hasta que, pese a los esfuerzos de Francisco, el presente
se montó sobre la mesa. ¿Cómo va tu tratamiento? preguntó Jirafa. Increíble,
recordé un montón de momentos de mi infancia atinó a decir. Estaba
seguro afirmó Ricardo con énfasis mi hermana es un fenómeno. Horacio
acotó me comentó nuestro común amigo, que tu hermanita, por si fuera poco,
no está nada mal mientras diseñaba
nuevamente curvas en el aire. Francisco tuvo ganas de matarlo.
Ojo, que con la analista no se jode le advirtió jocoso Jirafa además
acordáte que vos estás casado. ¿Ella no? preguntó Horacio. Francisco
retuvo la respiración. Se separó hace años, una historia bastante
desgraciada Ricardo de repente se echó atrás si Claudia se entera de que
estoy ventilando sus intimidades frente a un paciente me castra cabeceó
indicándolo a Francisco cuando se vaya este te cuento.
Por qué te estás cambiando enano pregunta Guillermo
y yo mientras termino de subirme el calzoncillo que encima se enrolla le
contesto sin mirarlo me salpiqué con una canilla. Ahora lo llaman canilla dice
divertido no te habrás hecho pis y yo niego con la cabeza y él me provoca vamos enano confesálo te
hiciste pis y a mí me da furia y me abalanzo sobre él y trato de golpearlo. Guillermo
me embroma bueno bueno se enojó el enano que hace pis. Las lágrimas me resbalan
estoy transpirado y pateo y manoteo al aire. Guillermo levanta el brazo para atajar mis golpes y me amenaza parála que
voy a tener que devolvértela. Entra mamá y pregunta qué está pasando aquí. El
enano está furioso porque se hizo pis le cuenta. No lo mortifiques más ordena mamá. El bebé
siempre necesita que lo defiendan se burla Guillermo mientras sale. Yo me quedo
solo con mamá que se agacha y me abraza. Yo no porque soy piterpan y me fui
volando.
Alejandra ya en su casa. Valeria alternándose
entre hermana y sobrinos. Por momentos siento que no soporto más, pero ya
sabés como soy, rápido me recupero. Vaya si Francisco conocía la
resistencia de Valeria, su voluntad a toda prueba. Tu mujer vale oro solía
decirle su mamá cuidála que otra así no vas a encontrar. Francisco se
descubrió pensando que Valeria era tan perfecta que a veces daba trabajo
quererla. Apagó la luz. De a poco se adormeció. Tanto que creyó que ya estaba
soñando.
Francisco quiere demostrarle que no la
necesita. Que a veces no la necesita. Que a veces tanto no la necesita.
Carraspea y le informa anoche recordé.
Mirá lo que compré dice Guillermo y me muestra
un sacapuntas en forma de elefantito. Es
japonés me explica y yo le pido me lo dejás tener. Solo un rato porque se puede
romper y es el único que existe en el país. Lo sostengo sobre la palma de la
mano y lo toco con mucho cuidado. Es gris tiene orejas enormes un poco más
oscuras dos ojitos muy negros y un agujero para meter el lápiz. Dámelo me dice
te voy a mostrar cómo funciona. Obedezco y Guillermo pone un lápiz rojo en el
agujero y gira al elefante con movimientos cortos y firmes y después saca de
adentro un lápiz con la punta más afilada que haya existido jamás. Pasan muchos días y no me animo pero ahora
Guillermo está sentado frente a su escritorio y yo doy vueltas a su alrededor hasta que él
explota y me grita se puede saber qué cornos te pasa. Puedo llevar el
elefantito a la escuela le pido con un hilo de voz. Qué dice Guillermo no te
escucho. Que si puedo llevar el elefantito al jardín repito muy fuerte ya está
ya me animé. Estás loco dice Guillermo. Te juro que lo voy a cuidar como un
tesoro por favor prestámelo. No sé lo tengo que pensar dice Guillermo y yo le
ofrezco si me lo prestás te doy mi alcancía. Está bien pero no quiero nada dice
me gustaría verle la cara a Adrián. Yo después te cuento. Hecho campeón dice y
chocamos las manos.
Estoy en el tranvía con Alicia como todas las
mañanas. Adentro de la bolsita a cuadritos celeste y blanca envuelto en la
servilleta que me hizo la abuela está el elefantito. Alicia me deja tirar del
cordel del tranvía que para y nos bajamos. Camino por la calle una mano en la
mano de Alicia y la otra sosteniendo con fuerza mi bolsita. Nunca tuve tantas
ganas de ir al colegio. Cuando llega la hora de la merienda abro la bolsita y saco el mantelito y le digo
a Enrique mirá lo que traje y desdoblo la servilleta. Un elefante dice Enrique
y qué. No es un elefante común fijáte bien es un sacapuntas. Un sacapuntas no
puede ser dice Enrique y entonces le muestro el agujero y los ojos se le abren
como uvas y los otros chicos se acercan. Ahora les voy a mostrar como funciona
digo y saco el lápiz que me preparó Guillermo para la demostración y lo meto y
empiezo a mover el elefante con movimientos cortos y firmes. Todos se quedan
callados hasta que digo ya está y saco el lápiz y es impresionante porque
parece un clavo de filoso y Adrián me pide dejáme probar pero yo le digo no
puedo porque sos muy chico y podés romperlo. A qué viene tanto revuelo nos reta
la maestra y yo escondo rápido el elefante porque está prohibido traer juguetes
al jardín. Cada uno se sienta en su sillita y
saco mi alfajor y lo como y nunca
fui tan feliz. Cuando suena la campana descuelgo la bolsita del perchero me la cuelgo del codo y ocupo mi lugar
en la fila. Tomamos
distancia y esperamos que la directora nos diga hasta mañana niños y cuando lo
dice nosotros le cantamos hasta mañana señorita y salimos. Estoy primero en la
fila porque soy el más petiso papá dice que el también era chiquito y que
después creció. Las mamás se van acercando de a una y nos retiran de la fila.
Llega Alicia me da un beso y me agarra de la mano. Yo me suelto y le digo
espera un poco y abro la bolsita porque le dije a Enrique que afuera se lo dejaba
usar. Meto la mano y no encuentro nada duro. Saco el mantel y la servilleta se
cae al suelo y la bolsita queda vacía. Me sudo todo. No puede ser digo. Qué
pasa pregunta Alicia. El elefantito no está le contesto sin poder creerlo.
Alicia agarra la bolsa la da vuelta sacude el mantel y la servilleta y no
cae nada el elefante desapareció. Las
lágrimas me brotan a borbotones. No llores dice Alicia ya lo vamos a encontrar.
Me agarra de la mano y entramos al colegio. Me doy vuelta y me choco con los
ojos de Enrique que parece que se le salen. Alicia habla con la portera y nos
deja pasar al aula. Alicia se agacha y busca debajo de las mesitas. Yo lloro
desesperado. La portera trae la escoba y barre toda el aula si lo encuentro te
lo guardo dice y me pellizca el cachete. Entra la maestra y Alicia le cuenta.
Eso pasa por traer juguetes al colegio encima me reta. Alicia me da la mano y
dice Francisco vamos. Yo no quiero pero me tironea. Salimos a la calle y ya se
fueron todos. No puedo parar de llorar. Alicia se agacha y me abraza y después
me alza y yo me aferro a su cuello y escondo la cabeza y le digo yo a casa no
vuelvo. No digas pavadas dice y para un
taxi y subimos y me siento a su lado y me apoyo en su falda y ella me acaricia
la cabeza. Llegamos a casa. Alicia pone la llave en la cerradura y justo cruza
Guillermo y pregunta a este qué le pasa.
Escondo la cabeza en la pollera de Alicia que dice le robaron el elefantito.
Aprieto fuerte los ojos porque no quiero escucharlo.
Francisco concluye de hablar, orgulloso de
haber podido mantener la emoción a raya. Que Claudia guardara sus pañuelos, no
volvería a pasarle, se lo juraba, él no era Tobi. Ella queda en silencio un
rato largo, mientras él mira por la
ventana simulando indiferencia. Seguís sin poder decírselo afirma ella. Francisco siente que los ojos se le llenan de
lágrimas. Simula un estornudo, mira el reloj y se levanta. Se me hace tarde anuncia.
Vamos campeón los hombres no lloran dice
Guillermo y me tira del pelo pero despacito contame qué cara puso el tarado de
Adrián. Me aparto de la pollera de Alicia y le cuento casi revienta de la
envidia. Seguro que te lo robo él dice Guillermo y me empuja el hombro pero
suavecito. Entramos los tres. Me gustaría poder decirles cuanto los quiero.
Los pasos no retumban porque ahora el piso está
lleno de bolsas de arena, de cemento, de
cal. Francisco está eufórico, como
siempre que inicia una obra. El rescate acaba de empezar. Es más que euforia. Está excitado.
Es el primer día de clases y estoy contento
porque papá me compró útiles nuevos y
Alicia me forró los cuadernos rivadavia con un papel araña que recién salió y
que se llama plastificado entonces suena la campana y una maestra que no
conozco dice formen fila aquí cuarto A y estoy yendo cuando viene la señorita
Susana y dice Castillo venga lo cambiaron al B y me agarra de la manga y yo
siento que me corre la transpiración y
le pregunto por qué y la señorita me dice son las órdenes que me dieron y me
lleva hasta la fila de cuarto B y me pone delante de todo porque sigo siendo el
más petiso y cuando me doy vuelta todo
el A me está mirando entonces busco a lo lejos y veo a mamá que me hace señas y
yo digo señorita quiero hablar con mi mamá pero ella me contesta ahora no ya
van a tocar el himno y es cierto porque empieza el oíd mortales pero yo no
canto y la miro a mamá que levanta las cejas.
Estaban cenando cuando Luciana dejó el tenedor
suspendido y preguntó ¿la extrañás a mamá? Francisco quedó inmovilizado
hasta que Tobi salió en su ayuda ¡mamá, mamá! Francisco se levantó y lo
agarró en brazos. Camilo también colaboró siempre tan tarada, lo hiciste
llorar. La nena, la pregunta olvidada, le tiró la servilleta por la cabeza más
tarado serás vos. Con Tobi colgado del cuello Francisco se interrogó cuánto
la extraño mientras Camilo y Luciana se corrían por el living. Quiero
irme de aquí se permitió reconocer.
Nos hacen pasar al aula que no es un aula común
porque no tiene bancos tiene gradas y por supuesto me toca la primera fila y
soy el tercero empezando de la punta al chico que tengo a mi derecha lo conozco
del patio al otro nunca lo vi y la
señorita Susana se para en el frente y dice bienvenidos niños este año
trabajaremos juntos quiero presentarles
a un alumno nuevo Castillo por favor póngase de pie y el que conozco del patio
me tira de la manga y me dice paráte y yo me paro y sé que tengo la cara roja y
encima los de atrás protestan no lo veo no lo veo entonces la señorita dice
adelante Castillo y me hace una seña y los dos chicos de la punta se paran y me
dejan pasar y yo salgo de la fila y avanzo hacia el frente y además de colorado
sudo y la señorita dice les presento a Francisco y miles de ojos me miran y
escucho risitas y murmullos y la señorita ordena silencio y después dice
Castillo deseo que se encuentre cómodo entre nosotros ahora vuelva a su lugar y
yo subo a mi escalón los dos chicos se paran de nuevo y después nos sentamos
los tres y el de la derecha dice me llamo Horacio y entonces la señorita ordena
alumnos saquen el libro de lectura y como se escucha el ruido de todos los
portafolios abriéndose ella pide silencio niños y saco mi libro y Horacio me
dice qué buen forro dónde lo compraste y el de la izquierda también lo mira y
la maestra indica abran el libro en la página cinco y hay ruido de hojas y la
maestra ahora grita silencio y después pregunta quién quiere leer y como nadie se ofrece dice voy a tener que
elegir y nos mira a todos y después dice Castillo póngase de pie y como yo me
quedo sentado Horacio me tira de la manga y yo no puedo creerlo debe ser una pesadilla y la maestra repite
Castillo lo estoy esperando y yo me paro sí pero para decirle con un hilo de
voz no voy a leer y ella me dice no lo escucho y se me va todo el miedo y solo
me queda una rabia gorda y digo fuerte no voy a leer y ella me mira fijo hasta
que Horacio se para y pregunta puedo
leer y la señorita duda y al fin le hace una seña y a mí me dice Castillo
siéntese luego hablaré con usted y Horacio comienza yo adoro a mi madre querida
yo adoro a mi padre también ninguno me quiere en la vida como ellos me saben
querer y la señorita lo felicita y él se sienta y yo pienso que por suerte Alicia
me dio una hoja de papel plastificado de repuesto.
Bajo la ducha Francisco pensaba en el vínculo
entre sus hijos. Recordó las palabras del pediatra cuando, años atrás, le habían planteado su inquietud por lo mucho
que se peleaban. En mi experiencia las peleas entre chicos inmunizan contra
las distancias entre grandes comentó el médico y ante la cara de
sorpresa de ellos agregó cuando no se aprendió de pequeño que las infinitas
peleas devienen en infinitas reconciliaciones, se temen tanto los
enfrentamientos que, con tal de evitarlos, se reprimen por igual opiniones y afectos.
Las palabras de Grieco cobraban ahora real magnitud. Francisco siempre
había evitado el más mínimo choque con sus hermanos. Más
vale poco que nada. Ya en su cuarto, encendió el wincofón. Cuando
apoyó la cabeza sobre la almohada, la imagen se reiteró. Él estaba junto al
tocadiscos y observaba. ¿A quién? Cerró
los ojos y ahora sí. A pocos metros de él, una chica bailaba. Los
pequeños pechos levantando el vestido azul con brillitos en el cuello, apenas
unos centímetros sobre las rodillas. Las medias transparentes ofreciendo las
piernas ya impecables sobre los discretos taquitos. Tobillos de galgo pensó.
El pelo largo, negro, lacio, brillante, oscilando al compás de la música. El
lento giro de manos y antebrazos, los codos fijos, los brazos extendidos, los
hombros impulsando el movimiento. Y en el delicado meneo de la cadera toda la
sensualidad del mundo. Francisco, el corazón aleteándole, apagó el tocadiscos y
se desplomó sobre el colchón. Evocó la imagen y logró repetirla. Una película
muda. Apretó los ojos hasta que le dolieron. El sonido irrumpió, estrepitoso. Noche
en la ciudad, sábado, gente que viene y que va. El dolor bajó a los
testículos.
Suena la campana y la maestra dice niños pueden
pararse silencio por favor salgan en orden y cuando llegamos al patio me arrimo
a la pared y se me acerca un chico alto que dice hola me llamó Ricardo pero
todos me dicen Jirafa y yo me presento soy Francisco y el sonríe y me dice ya
nos dimos cuenta y tengo miedo de ponerme de nuevo colorado y él me pregunta
por qué te pasaron y yo le contesto no sé y él averigua eras de los burros y yo
niego con la cabeza pero él insiste te portabas mal y yo tengo que negar de
nuevo mientras veo que se acerca otro chico y como se nos queda mirando Jirafa
le pregunta qué te pasa Rafa tenemos monos en la cara y Rafa contesta quería
ver de cerca al nuevo y me palmea el brazo viejo se la hiciste gorda a la ceño
seguro que todavía está violeta de la rabia y Jirafa dice es un grande y me
pasa la mano sobre el hombro entonces suena la campana y formamos fila y
entramos al aula y me siento en mi lugar
que es al lado de Horacio.
Antes de salir controló el correo electrónico. Alejandra
no está bien, ayer amaneció con mucha temperatura y decidieron internarla para
hacerle estudios. La tuve que dejar sola porque no tenía qué hacer con los
chicos. Brian se durmió llorando, pidiendo por la mamá; me acordé tanto de Tobi. No sé cuánto voy a resistir, los extraño más
de lo soportable. Perdoname, no estoy en un buen día. Esta noche llamaré por
teléfono alrededor de las ocho, que estén todos, por favor. A medida que
leía, el estado de ánimo de Francisco se iba deteriorando. Un anzuelo enganchado
al alma lo jalaba hacia abajo. En un instante sus modestas preocupaciones
rebajadas a la categoría de boludeces. Agradecía que todavía no
existieran máquinas que le permitieran a Valeria conocer los desfiladeros por
donde caminaban los pensamientos de su marido. Ella horadada por el dolor, la soledad, las
responsabilidades y él dedicando tiempo y energías a meditar sobre las
exigencias de Alicia, el egocentrismo de su madre, la indiferencia de su padre.
Ojalá hubiera sido solo eso. Horas de su vida escuchando a Vicky. Prefirió no
pensar en Claudia. Además se le estaba haciendo tarde. Apago la computadora y
partió.
Suena la campana y salimos de nuevo al recreo
justo cuando aparecen los del A y Claudio me pregunta che Francisco por qué te
cambiaron y yo le digo no sé y Adrián dice por algo será y me dan ganas de
trompearlo entonces lo veo a Enrique y me acerco y le digo viste lo que me pasó
y él mira el piso y en eso Horacio me
hace señas y yo voy y me pregunta si
quiero cambiar figuritas y le digo bueno
y también está Jirafa que averigua tenés la treinta y cuatro y por
suerte la tengo y se la cambio por la
diecisiete que es la única que me falta para completar la página y me pongo
contento pero lo sigo mirando a Enrique
que mira el piso.
Francisco recuerda al Tribunal de Osiris. Para
alcanzar la salvación eterna el peso del corazón del difunto debía ser menor
que el de una pluma. Mientras el ascensor sube Francisco siente que el suyo es
cada vez más pesado. Ammit lo devorará con su cabeza de cocodrilo. ¿Cómo
estás? lo saluda Claudia y cuando él se dispone a hablarle de Vicky, de Los
Náufragos, de Ammit y de su culpa ella le pregunta ¿recordaste algo más?
Mamá se
inclina y me da un beso y me pregunta cómo te fue. Bien le digo mientras dejo
arriba del sofá la valija nueva que es de cuero y tiene dos bolsillos con
hebillas. Qué pasó que te cambiaron de curso averigua y yo le contesto la maestra no sabe. Mañana iré al colegio y
hablaré con el director dice mamá un alumno brillante como vos pasarlo al B
dónde se ha visto debe haber un error no te preocupes que ya se va a solucionar
y si hace falta le diré a tu padre que vaya
siempre a un hombre le hacen más caso y además tu papá es diputado y si
no voy a hablar con la madre de Enrique ella es la presidenta de la cooperadora
y tiene mucha influencia. Entonces entiendo y le digo dejá mamá ya me hice de amigos y además la señorita
Susana es muy buena y pienso que a Enrique lo veré en los recreos porque ahí la
mamá no se da cuenta.
Francisco piensa que la relación con sus
recuerdos es la misma que se establece con el presente; está uno tan imbuido del mismo que se carece de la capacidad de
analizarlo. No había reparado en lo que Claudia le está marcando,
la madre de Enrique, tal vez la punta del iceberg. Mientras él reflexiona ella
continua hablando en lo que a mi tesis se refiere, el trabajo está
terminado; gracias a tu colaboración y ella sonríe ya pude encontrar
pruebas fehacientes de que los ámbitos fueron decisivos en el proceso de
recuperación de tu historia. Él no puede creer lo que está escuchando ¿me
estás despidiendo? logra articular y el rencor le estrangula la voz. En
las últimas sesiones me limité a
escucharte dice ella ya se destrabó el mecanismo de represión,
ahora todo depende de vos, mi presencia quizás sea hasta contraproducente. Francisco
se da cuenta de que su autonomía fue un error fatal y se enfurece no me
tomes de boludo, ya obtuviste lo que
buscabas y ahora mi minúscula historia te aburre; lamento no haber podido
ofrecerte al menos un incesto. Suena el portero eléctrico y Claudia se
incorpora llegó otro paciente. Él
también se para no podés dejarme así. Claudia se acerca a la puerta el
lunes lo charlamos. Francisco sale sin despedirse y baja por la escalera
porque el ascensor ya está subiendo y él no quiere cruzarse con el otro paciente.
Llega a la calle y empieza a caminar. Sin rumbo determinado camina.
En cuanto entró a su casa Camilo apareció
corriendo recién llamó mamá. Francisco miró el reloj: ocho y media. Que
estén todos, por favor había pedido Valeria y a él se le había borrado de
la cabeza el horario del llamado, la salud de su cuñada, la angustia de su
mujer, Valeria misma. Osiris sería inclemente. Intentó comunicarse de inmediato
pero no lo logró. Mientras la comida se calentaba fue al videoclub con Tobi a
devolver una película. Regresaba cuando, desde la esquina, vio a Luciana tras
la reja, esperándolo. Apuró el paso. ¿Qué hacés afuera? la retó. Llamó
la tía Carolina, ¡es urgente! Alarmado, buscó el teléfono. Su cuñada iba a
pasar una semana al campo e invitaba a los chicos, Francisco dudó pero Carolina lo tranquilizó
alegando Tobi me quiere mucho,
no va a extrañar. Francisco se imaginó a sus hijos trepando a los
árboles, andando a caballo, cazando mariposas, correteando con sus primos tras
un cuis. Además, los mayores acababan de rendir los exámenes bimestrales. No
había mucho que pensar. Les pregunto a ellos y te llamo enseguida
Francisco al cortar agregó gracias desde ya, me encanta que los quieras
y pensó que Alicia nunca los había llevado de paseo. La respuesta fue obvia:
saltos, gritos, planes. Tobi, sin entender demasiado, disfrutando del entusiasmo general. Cenó con
los chicos incapaz de seguir el hilo de la charla entrecruzada, superpuesta,
excitada. Preparó con ellos las mochilas y los mandó rápido a la cama. Intentó
de nuevo comunicarse con Valeria. Como no lo logró le escribió un mail
excusándose y se acostó. Recién al apagar la luz recordó la sesión. Claudia
había sido clara, ya no lo necesitaba, se había agotado su utilidad. Sintió un
dolor tan punzante que inspiró profundamente intentando aliviar la presión en
los pulmones. Junto con el aire se coló el Francisco adolescente junto al wincofon.
Está mirando a Claudia y nota que su vestido es azul. Entonces, mientras ella
sigue bailando, él busca un disco, se afana, necesita encontrarlo a tiempo. Con
los acordes finales de Los náufragos, alcanza a ponerlo en el pick up.
Claudia se aparta de su compañero de baile y se arrima a la mesa. En cuanto
suena la primera nota, Francisco se acerca rogando que no le ganen de mano.
Llega junto a ella cuando Vicky arranca con doux, doux, l‘amor est doux. ¿Bailás? pregunta y ella asiente con la cabeza.
Él la toma de la cintura y ella se apoya en su hombro, las manos enlazadas.
Gradualmente él va disminuyendo las distancias hasta que puede sentir sobre su bremer la
presión de los pezones. Francisco espera a que Vicky repita bleu, bleu, l‘amour est blue y le susurra algo en el oído con el corazón
hecho una orquesta. ¿Cómo? pregunta ella apartándose ligeramente. Él,
con el alma en la boca, repite qué coincidencia pero Vicky ya canta gris,
gris, l’amour
est gris. No te entiendo dice
Claudia. Entonces él le dice nada,
no importa. Cuando la canción termina. Francisco se desprende y se aleja
sin mirarla. Pleure mon coeur quand tu n’es plus la. Humillado, atrozmente dolorido. La
imagen se deshace. Veinticinco años después la certeza de Francisco es
absoluta: nunca en la vida deseó tanto a una mujer.
Mientras manejaba dictaminó la vida no es
justa. Valeria lidiando con Alejandra mientras Carolina se iba de
vacaciones. Era evidente que en cada familia había leyes implícitas que
determinaban los roles, leyes incomprensibles para los de afuera. Cuando llegaron ya estaban todos embarcados.
La camioneta de sus cuñados parecía una pajarera y allí depositó a sus tres
pajaritos munidos de respectivas mochilas. Un revuelo de gritos, carcajadas,
ladridos y empujones. Solo falta Pepe lamentó Camilo. Francisco envidió
la infancia que estaban viviendo sus hijos. Qué ilógico, la envidia era un
sentimiento que él asociaba a la parte mezquina de su ser, esa de la que se
avergonzaba. Que sus hijos le despertaran sentimientos mezquinos era algo
inadmisible. Por lo visto, no era tan íntegro como siempre había creído.
Los chicos habían dejado un tendal. Recogió
peluches y pijamas pero cuando iba a estirar las colchas decidió cerrar las
puertas de los dormitorios. Se sacó los zapatos y se tiró sobre la cama. No
recordaba cuánto hacía que no estaba solo en esa casa. Evocó una tarde en
Madrid, cuando era muy joven. Por una serie de imprevistos había tenido que
separarse por unos días de sus compañeros de viaje. Mientras caminaba por la Gran Vía pensaba que no
había nadie que supiera dónde estaba en ese instante, nadie que tuviera manera
de comunicarse con él. Había experimentado una salvaje sensación de
libertad. Hubiera querido desnudarse
para comprobar su invisibilidad. Un átomo vagando en el cosmos. La situación
actual era más modesta pero igualmente disfrutable. Para inaugurar el
anonimato, buscó el libro de turno e invirtió unos minutos localizando el punto
donde había interrumpido la lectura. Valeria se fastidiaba con él, no entendía
porque no usaba los miles de señaladores que le había ido regalando. Él
proponía excusas que soslayaban la verdad: buscar la palabra abandonada era su
única manera de leer. El rastreo de las páginas precedentes le permitía retomar
la atmósfera del libro antes de embarcarse en la lectura lineal. Encontró el renglón
cuarto de la página treinta y cinco y leyó un par de hojas hasta que se dio
cuenta de que no tenía ni la menor idea de lo que acababa de leer. Depositó el
libro sobre la cama. Trató de pasar lista a las actividades que sus hijos le
impedían realizar: dormir la siesta, escuchar música a todo volumen, caminar
desnudo por la casa, comer en la cama, masturbarse con tranquilidad. Y no se le
ocurrían muchas más. Se alarmó: era demasiado peligroso tener tanto tiempo
disponible. Como si una biblioteca entera se hubiera desplomado sobre él, se
sintió sepultado por sus temas pendientes. Analizándose ahora, descubría
que hacía semanas que su pensamiento era fragmentario, trunco. Dedicaba horas a
sentir algo con exquisita precisión y sin embargo, instantes después escindía
lo experimentado y saltaba a otro tema. Como un estudiante que pese a saber
cada bolilla no logra recordar el programa en su integridad. Las cosas parecían
existir en diferentes dimensiones. Cómo podía ser que hubiera vivido con tanta
intensidad su reencuentro con la
Claudia adolescente y que horas después, frente a la adulta,
lo olvidara por completo. Francisco dudó, ¿había vuelto a verla después de
haber bailado con ella? El tiempo dejó de ser lineal. Hacía poco, tomándoselas a Camilo, había refrescado
las conjugaciones verbales. Una parte de su vida transcurría en presente
coexistiendo con varios pasados
diferentes. Pretérito perfecto, imperfecto, pluscuamperfecto, anterior.
Multitud de vidas simultáneas. Él era el nene al que obligaban a comer tortilla
y era el padre que liberaba al nene de comerla; era el escolar conminado a leer
en alta voz, el angustiado analfabeto y
el padre leyéndole a Tobi. Vomitaba sopa
y disfrutaba de la sopa de arroz. Era el paciente de Claudia y el adolescente
que se le declaraba con torpeza. Alicia le hablaba de sucesiones en un palco
del Colón. Guillermo lo ataba mientras comían panqueques. Era el padre de sus
hijos y el hijo de sus padres. Se preciaba de su incondicional fidelidad y sin
embargo no extrañaba a su mujer. Sintió como una bofetada. La madre del
borrego. Cómo podía haberse hecho tanto el imbécil. Se incorporó en la cama
súbitamente y se lo dijo con todas las palabras. Estoy loco por Claudia.
Al atardecer, luego de haber escuchado música a
todo volumen, comido en la cama, dormido la siesta, caminado desnudo por la casa y haberse
masturbado con toda tranquilidad invocando las piernas de Claudia, seguía
tirado sobre el colchón revuelto y era tanta la inquietud que por fin entendía
a los consumidores de ansiolíticos. Su cabeza era un remolino y ya no encontraba qué hacer. Se levantó y fue
hasta la computadora. Jugó un par de solitarios que estuvieron lejos de
devolverle la paz. Entonces abrió su correo y cliqueó en nuevo. Asunto: Otra
vez perdón. Cuando miró por la ventana ya estaba oscuro noche en la
ciudad, sábado. A intervalos de media hora revisó, sin suerte, su casilla
de mail. La noche ya es día, y yo sin dormir.
Ni bien despertó se acercó a la computadora.
Bandeja de entrada. Dos mensajes nuevos. Uno, como siempre, de Valeria. Ante el
otro, el pulso se le aceleró. No te preocupes, no me ofendí, mañana lo
charlaremos. Solo dos líneas empujándole el espíritu hasta el piso. Cómo
llegar a mañana. Iba a abrir el mail de Valeria cuando sintió que no le
interesaba lo que su mujer tuviera para contarle. No le interesaba nada de
nada. Estaba invadido por Claudia, por una atroz necesidad de Claudia. Una fiera enjaulada. Se duchó, se puso
lo primero que encontró sobre la silla y salió. Subió al auto. Cuando se quiso
acordar estaba junto al monumento al Cid Campeador. Qué hago yo en Caballito.
Recién cuando el auto de atrás le tocó bocina descubrió adónde iba. Idas,
vueltas y preguntas al fin llegó. Arengreen
1001. Francisco podría haber hecho el plano de esa casa de esquina de una
planta. Como si él mismo acabara de construirla. Estaba parado, observándola,
cuando salió un viejito con una bolsa de compras en el codo. ¿Buscaba algo? preguntó.
Él se acercó y le tendió la mano. Buenas tardes, mi nombre es Francisco Castillo,
viví en esta casa cuando era un niño. El hombre lo miró con cierta
desconfianza ¿y en qué puedo ayudarlo? Me gustaría echarle un
vistazo, si para usted no es molestia. Luego de una larga negociación que
incluyó la descripción minuciosa de la prefabricada que había en la terraza el
hombre por fin se decidió pase, no más, disculpe, está un poco revuelto;
desde que murió mi mujer, mañana hace dos años y tres meses, me resulta difícil
mantener todo en condiciones. Una ancha puerta de entrada con vidrios con
visillos los condujo a un pequeño hall al que daban dos habitaciones. Luego un
patio central que articulaba dos dormitorios, la cocina y el baño. Todo lleno
de muebles deteriorados y de olor a gato. Del patio saliendo una escalera
caracol que conducía a la terraza. Francisco recordó a Amenábar y se acongojó. ¿Cuánto hace que
vive aquí? preguntó. Más de treinta años, se la compré a una
señora que la tenía preciosa, con unos muebles que eran de llamar la atención;
me parece que la estuviera viendo, toda una dama
Es mi cumpleaños y los chicos vinieron a tomar la leche y
estamos en mi cuarto armando una pista de autos gigante con todas mis maderas cuando
suena el timbre y al rato mamá empuja la puerta entreabierta y dice Enrique
Claudio los vinieron a buscar y yo estoy sentado en el piso y me doy vuelta y
la miro tiene un vestido negro con un cinturón muy ancho y dorado y un collar de perlas y tacos
altísimos y la boca pintada de rojo y los aros de perla también la miro
demasiado y ella se da cuenta y me sonríe y yo me levanto rápido porque me da
vergüenza y vamos todos al comedor y las
madres están paradas cerca de la puerta y mamá les pregunta quieren un poquito
de torta y antes de que le contesten va
a la mesa y corta dos porciones de la torta en forma de ocho que me mandó la
abuela y agarra las servilletas y las cucharas y vuelve con su sonrisa y yo la
miro y miro a las otras madres con los zapatos bajos y las carteras colgadas
del codo y no son como la mía como que brilla mi mamá.
Ya en el auto no se decidía a arrancar. Hasta
que, de repente, su angustia cedió. Sonrió solo. Recién entendía por qué había
ido. Sin darse tiempo a recapacitar buscó su teléfono.
Francisco atendé dice mamá y me pasa el tubo
porque ahora tengo cuatro y ya aprendí a hablar por teléfono y me lo pongo en
la oreja y digo hola y la abuela dice qué quiere que le prepare mi Paquito
papas rellenas le pido porque con la abuela no me da vergüenza y me imagino las
papas doraditas con el queso que se derrite y se me hace agua a la boca y
quiero que sea domingo y le pregunto
puedo pedirte algo más y mamá me reta Francisco no seas pedigüeño entonces
yo digo me equivoqué abuela ya no quiero los buñuelos de banana y ella se ríe y
me dice entonces no habrá buñuelos para mi Paquito y yo igual me pongo contento
porque sé que no es verdad a veces la abuela miente pero si miente ella eso no
está mal la abuela no hace nunca nada mal.
Mientras el ascensor sube Francisco recuerda el
parto de Tobi. Valeria había llegado al sanatorio con dilatación completa.
Mientras los médicos se preparaban la partera le ordenó aguante, todavía no.
Así se siente Francisco, a punto de estallar. Toca el timbre y ella abre la
puerta, le da un beso y le indica acostáte. Él, aliviado, se deja caer
sobre el diván.
Papas nevadas concluye Francisco y ahora, al entenderlo,
experimenta una necesidad infinita de
estar con su mamá. Cuando salga de aquí pasaré a verla piensa y cuando
lo termina de pensar se da cuenta de su error y recién entiende en la piel que
su madre está definitivamente muerta y se llena de culpa. No le cumplí confiesa y
Claudia le dice no te entiendo.
Entonces Francisco le cuenta que están en
la puerta del 515 y que su madre le entrega las llaves a un señor. Se
dan la mano y mamá sube al remís y se sienta a mi lado. Arrancamos y mamá se
pone a llorar y llora tanto que le digo te prometo que cuando sea grande voy a
ser rico y te la voy a comprar. Mamá me abraza y llora todavía más fuerte y
Alicia le dice tranquilizáte no te das cuenta de que es una criatura y la está
pasando muy mal. Entonces me salen las lágrimas. Guillermo dice che enano los
hombres no lloran y yo trato porque encima me va cargar pero no puedo. Alicia
me seca la cara con un pañuelo. Cuando lleguemos a la casa nueva te presto la
máquina de sumar dice Guillermo y desde el asiento de adelante me revuelve el
pelo. Y Francisco nuevamente trata pero no puede y se da cuenta de
que es inútil que siga refaccionando casas, es Amenábar la que anhela, la que
nunca podrá alcanzar, porque no solo ambiciona la casa, ambiciona lo que él fue
allí adentro y lo que allí dentro fueron con él todos los demás. Claudia se
acerca al diván y, como Alicia, le tiende un pañuelo. Él se seca los ojos y
luego, agotado, los cierra. Aprieta el bollito de papel que lentamente cobra
textura, consistencia. Es un repasador. Pongo agua en la pava y trato de encender la
hornalla con un fósforo que se llama fragata pero no puedo. Enciendo otro y
casi me quemo los dedos pero igual no puedo. Entonces me doy cuenta de que está
cerrada la llave del gas y la abro y pruebo de nuevo y tengo suerte. Busco el
saquito porque ahora el té viene en saquitos y preparo la bandeja con un
mantelito como me enseñó mamá y agarro un limón y lo corto y me corto un dedo
pero poco entonces voy al baño y saco una curita del botiquín. Cuando vuelvo el
agua ya hirvió y eso está mal. Pongo el agua que hirvió en la taza y el saquito
adentro y abro la lata de los amaretis para las visitas y coloco tres en un
platito y pienso qué más falta y me acuerdo y busco la servilleta más chiquita
y salgo con la bandeja. Golpeo la puerta y mamá dice qué querés y yo le pregunto puedo pasar y ella me dice
espera un segundo y yo pienso que el té ya debe estar helado. Escucho pasá y
abro la puerta y veo a mamá sentada en la cama con su robe. Feliz día de la
madre digo y dejo la bandeja sobre su falda. El mantelito está todo chorreado.
Mamá me abraza y dice Francisco sos mi sol no sé qué haría sin vos. Suena el
teléfono y mamá me pide atendé rápido seguro son tus hermanos y yo corro y
atiendo. Hola Francisco está tu madre y yo grito mamá es Germán mientras tapo
el tubo con la mano como me enseñó la abuela. Mamá grita decíle que después lo
llamo. Cuando vuelvo al dormitorio mamá está intentando tomar el té y le corren
las lágrimas. Yo le digo tengo una sorpresa y ella se seca la cara con la palma
de la mano. Voy a mi cuarto y cuando vuelvo ya se lo tomó todo. Entonces le
alcanzo el boletín que dice Francisco Castillo tercer grado tercer bimestre
primer puesto en el cuadro de honor. Mamá deja la bandeja sobre la cama y me
felicita y me da un abrazo. Justo suena el teléfono y la cara le brilla y me
pide de nuevo andá a atender y yo voy
corriendo porque seguro son los chicos. Con la familia López preguntan y yo
contesto equivocado y corto. Quién era averigua mamá ansiosa y yo repito
equivocado y los ojos se le llenan de nuevo de lágrimas y una cae sobre mi
boletín. No te olvides de llamarlo a Germán le recuerdo y agarro el boletín
y salgo. Encima me borroneó dos diez concluye
Francisco. ¿Qué pensás sobre lo que me contaste? pregunta
Claudia y él es bruscamente instalado en el presente. Es curioso, una vez que
transmite sus recuerdos se escinde de ellos, se absuelve de analizarlos. ¿Me
escuchaste? insiste Claudia y él se ve obligado a contestarle se
confirma lo que siempre sospeché, el distanciamiento fue decidido por mis
hermanos; y nada más, tanta conmoción no me sirvió para nada más. Termina
de decirlo y se da cuenta de que le está dando pie para que ella vuelva a
sugerir el fin del tratamiento. En un instante el pasado deja de importarle y
recupera el estado de la noche anterior. Muere por ella. Me parece que te
salteaste un dato interesante Claudia lo aparta de sus elucubraciones y
Francisco no sabe de qué le está hablando. Ella, obviando su silencio, agrega nombraste
a un tal Germán. Él pretérito prefecto simple de nuevo en acción, él no
puede abarcarse y, no obstante, algo tiene que decir ¿sí?, no tengo la menor
idea de quién puede haber sido. Ella acota alguien a quien tu madre apreciaba.
Él sorprendido le pregunta ¿por qué lo suponés? Y ella contesta porque
consideraste que charlar con él podría aliviar el dolor de tu mamá. Francisco
admira su perspicacia. Germán. Quién sería Germán. Trata, desesperadamente de
recordar algo. Si no, tendrá que levantarse e irse. Porque no es tan ruin como
para inventar. Germán. Sin que ella
se lo indique inspira y exhala.
Mamá me pone el pantalón nuevo y me peina con
gomina y me dice vamos a ver el desfile. Vienen los chicos pregunto y ella me contesta iremos los dos
solos. Me da pena por Guillermo porque a él le gustan mucho los desfiles pero
por Alicia no porque a ella le aburren hasta
los de modas. Mamá tiene un vestido negro y un sombrero con tul y está
linda muy linda. Esperamos un rato largo
en la esquina hasta que levanto la mano y el taxi para y nos subimos. Me gusta
cuando el chofer baja la banderita me arrodillo en el asiento y miro por la
ventanilla. Mamá va fumando porque ahora fuma a mí no me gusta que fume pero no
le digo Alicia sí le dice y a mamá le molesta que Alicia le diga. Por fin
llegamos mamá paga y el chofer sube de nuevo la banderita que es roja y nos
bajamos. Hay mucha gente y vamos a una esquina y nos quedamos parados mientras
mamá fuma otro cigarrillo hasta que se acerca un señor y mamá dice qué
casualidad y le da la mano con el guante negro que también es de tul. Este es
Francisco dice mamá y yo miro para arriba y veo que el señor parece un muchacho
y me sonríe y dice yo me llamo Germán. Caminamos por la calle y nos acercamos a
una fila de personas que están de espaldas y de repente se escucha un tambor y
siento el ruido de los pies de los soldados y lo único que veo es ropa. Querés
que lo alce le pregunta el señor a mamá y ella dice bueno y el señor me sienta sobre sus hombros
y es un señor muy alto así que ahora veo lo más bien. Me gustan mucho las botas
y los sombreros parecen mis soldaditos de plomo. El señor me agarra los dos
pies con las manos los pies no los zapatos será para que no me caiga. Mamá a mí
no me habla porque estoy muy alto pero habla mucho con el señor qué suerte que
se encontraron. El desfile es muy largo y me duele la cola de estar así sentado
y me aburro y me parece que no va a terminar nunca y además tengo sed y ya no
me gusta que el señor me tenga alzado pero me aguanto. Por fin termina y me
baja y me cuesta caminar porque se me durmieron los pies. Esperamos en
una esquina hasta que pasa un taxi y lo para el señor porque mamá no se acuerda de que soy yo el
que siempre lo paro. El señor le da la mano y le dice a mamá después te llamo y
a mí chau pibe y subimos al taxi. Mamá está colorada y los ojos le brillan se
ve que el desfile le gustó. Cuando bajamos me dice mejor no cuentes nada porque
Guillermo se va a poner celoso y después te va a fastidiar. A mí me gustaría
contarle para que le dé envidia pero no se lo voy a contar para que no le dé
pena y porque me pidió mamá. En cuanto entramos Guillermo pregunta adónde
fueron y mamá le contesta al centro a ver vidrieras y me guiña un ojo. Yo no le
guiño porque todavía no sé y además porque
tengo un poco de rabia. Por lo del taxi.
¿Ahora sabés quién era Germán? dice Claudia cuando se asegura de que él ya no
seguirá hablando. Un muchacho que encontró en el desfile contesta
Francisco, de repentino mal humor. ¿También de adulto vas a seguir creyendo
que el encuentro fue fortuito? Él se está enojando el encuentro no tuvo
nada de malo. Ella no parece notarlo e insiste ¿tampoco que tu mamá te
hiciera mentir? Él se defiende yo no dije nada. Ella no ceja te
cambio la pregunta, ¿tampoco te llama la atención que tu madre decidiera
mentir? Y él se enfurece basta, Claudia, terminemos con esto, me hace
mal; no me importa el desfile, ni Germán, ni nada que haya decidido olvidar. La
mirada de ella se le incrusta ¿podés decirme entonces por qué domingo al
mediodía estás acá? Él quisiera
confesarle porque estoy loco por vos pero se calla, debe ser
cauto, cualquier error puede ser fatal. Perdoname le dice al cabo de un
rato y baja la vista porque ya no soporta esa mirada tenés razón y
controla el reloj se hizo tardísimo y
amaga incorporarse pero ella con un gesto lo detiene no tanto como para que
dejemos sin aclarar cuál ha sido el rédito de esta experiencia. Francisco
está desesperado y busca, al menos, una tregua tengo un día muy difícil, te
ruego que hablemos del tema en otra oportunidad ella ladea la cabeza y lo
mira y él decide jugarse el todo por el todo además estoy muerto de
hambre, ¿vos ya almorzaste?
Salgo del colegio y veo a mamá que me dice hola
Francisco y yo le pregunto pasó algo porque ella nunca me viene a buscar y me
contesta el día está tan lindo que sería un pecado encerrarse a cocinar te
invito a almorzar y caminamos por la vereda al sol y los grupos de chicos se
van dispersando y al fin llegamos al bar nevada y nos sentamos en la barra
agarramos la lista hecha a mano y mientras la estudiamos el mozo se acerca y
mamá le dice tráiganos un menú del día que por suerte es milanesa con papas suflé y budín de pan la bebida
aparte y como el mozo levanta las cejas mamá le aclara lo vamos a compartir y
para tomar pregunta el señor y mamá le contesta una jarra de agua. El mozo trae
los vasos y la jarra y brindamos y los bancos son altos y yo enrosco los pies
al caño y mamá se ríe con su risa.
Están parados en la esquina. ¿Qué tenés
ganas de comer? pregunta él. Algo
liviano porque estoy a dieta dice ella.
No sé por qué, estás espléndida. Me estás dando la razón, cuando un
hombre nos ve espléndidas es porque estamos gordas dice ella y su sonrisa es irresistible tendré que duplicar mis horas
de gimnasio. Francisco se da cuenta de que ella dijo hombre y
le aclara no pienso discutir con vos, a esta altura de mi vida ya aprendí
que toda discusión con una mujer está perdida de antemano y comienza
a caminar conozco un lugar que hace unas ensaladas espectaculares, para que
tu conciencia no se aflija, digo. Si le pongo mayonesa, ¿me voy al infierno? pregunta
él, ya instalados frente a respectivos platos llenos de verde. Vos te vendés
como santo así que no creo que te permitan la entrada. Él se acuerda de
Osiris y dice cómo te gusta pelear conmigo mientras oprime el pote de
mayonesa. Ella es una saeta me parece que últimamente sos vos el que
necesita pelearse. A él se le para el corazón, se equivocó, otra vez se
equivocó hagamos las paces dice. Ella entonces le pregunta por los
chicos y él le cuenta que se fueron felices y le confiesa que le dolió
un poco no vislumbrar en ellos ni un poquito de tristeza por dejarlo. Ponéte
contento, eso significa que tus hijos se sienten seguros de sus afectos, que
saben que siete días de lejanía no los ponen en peligro. Él va a dar un
paso importante, por eso toma un trago de soda antes de preguntarle ¿y tu
hija? Ella, bruscamente, cambia la inflexión de la voz hace una semana que está en Necochea, con el padre tan
bruscamente que él insiste en el flanco herido ¿y el colegio? Ella
trastabilla falta; si el padre se decidió a verla eso es lo único
importante. Él sigue investigando ¿hace mucho que se separaron? Ella
mira el mantel Rocío no tenía dos años y él dice qué chiquita con
tanta genuina empatía que es como una llave que la abre no sabés cómo lo
extraña; cada vez que su padre se va Rocío llora una semana entera y ni
siquiera puedo prometerle que pronto volverá a verlo. A él se
le escapa por eso te decía yo que no entraba en la categoría de lo posible
pensar en separarme, me resulta inconcebible imaginar que mis hijos puedan
sufrir por mi culpa. Ella dice mejor cambiemos de tema, no es agradable
escuchar que la nena sufre por mi causa. Perdoname dice él midiendo el
tamaño de su traspié y no sabiendo cómo repararlo pregunta ¿querés un
postre? Ella niega con la cabeza ¿un
café? Ella vuelve a negar y Francisco descubre que se acaba el plazo
que le concedieron pedí la cuenta dice ella confirmándoselo. Ella
abre la cartera y él, ofendido, dictamina como Guillermo hoy invito yo y
piensa que el adverbio de tiempo es superfluo. Salen y él ruega que ella no
haya traído el auto. Cuando la ve buscar las llaves confirma la inexistencia de
Dios. Claudia dice te espero mañana en el consultorio a la hora de siempre. Y
los adverbios siguen trayéndole problemas porque sabe que ese siempre está a
punto de convertirse en nunca, en nunca más. Se sube al auto y empieza a dar
vueltas.
Llegó a su casa cerca de las ocho. Los ladridos
sostenidos del perro le recordaron que no le había dado de comer. El
contestador titilaba. Papaá papaá ¿estás por ahí? mi amor es la segunda vez
que te llamo en cuanto puedas comunicáte necesito saber qué novedades hay de
los chicos queríamos invitarte a almorzar Adriana preparó canelones papi papaá se ve que no estás habla Guillermo me
dijo Alicia que los chicos se fueron voy a andar cerca de tu casa y pensaba
darme una vuelta querido de nuevo soy yo llamáme Francisco habla Carolina necesito
saber si puedo darle a Tobi un antihistamínico porque lo comieron las hormigas
¡papá te llamamos mil veces y no nos contestás! ¿se puede saber dónde te
metiste? Sin saber por dónde empezar, Francisco se dejó caer sobre el sillón.
Pepe seguía ladrando.
Pese al cansancio no lograba conciliar el
sueño. Necesitaba encontrar una estrategia que le permitiera prolongar el tratamiento
porque le resultaba inconcebible aceptar que no iba a verla más. Francisco
intentó entenderse. Independientemente de las decisiones y los deseos de
Claudia, qué pretendía él. ¿Había modificado su opinión sobre la
indestructibilidad del vínculo matrimonial? No. ¿Había dejado de considerar a
la infidelidad como uno de los pecados capitales? Tampoco. Entonces, cómo
conciliar su cataclismo interno con sus convicciones morales. No solo estaba
caliente con Claudia, la cosa iba mucho más allá. No encontró otro verbo que
reflejara mejor lo que le estaba pasando: la necesitaba. Era una
necesidad primaria, insoslayable, elemental. Privado de ella no era capaz de
respirar. No seas imbécil, se dijo ya estás demasiado grande para
jugarla de Romeo. Intentó reposicionarse. Si a los quince había sido capaz
de olvidarla cómo no podría hacerlo ahora con una mujer y tres hijos a los que
no podía traicionar. Se alivió. Quizás solo era una calentura producto de
veinte días de forzada abstinencia. Apagó la luz.
Qué estás haciendo me pregunta mamá y yo desde
el piso le contesto un rompecabezas entonces ella dice no lo veo y yo le explico es que lo di vuelta
porque del otro lado es muy fácil este Francisco dice mamá me toca la cabeza y
después me ofrece querés acompañarme a
ver casas yo me paro de un salto y le pregunto nos vamos a mudar y ella me
contesta no todavía hijo y los ojos se le ponen tristes en cuanto podamos y
entonces qué casa vamos a ver le pregunto para distraerla vení que elegimos una
me contesta y vamos al comedor y mamá abre la razón donde hay muchas columnas
que se llaman clasificados y me lee flores peti hotel en tres plantas cuatrocientos
veinte metros cuadrados cubiertos amplia y suntuosa recepción cinco dormitorios y yo digo esa traéme la guía peuser me pide
mamá y se la traigo y la miramos juntos y después dice mirá este colectivo nos
acerca. Me arrodillo en el asiento y voy mirando por la ventanilla y juego a mi
juego que es contar todas las casas sin saltearme ninguna y cuando digo diez en
esa voy a vivir cuando sea grande y voy a invitar a toda la familia a muchas
fiestas distintas porque seguro que no se van a querer encontrar ocho nueve
diez qué desgracia justo viene a tocarme la única fea de la cuadra pero capaz
que si la pinto mejora y si la pinto y mejora lo puedo invitar hasta a papá.
Anómalo empezar el día sin luchar contra chicos
y leche chocolatada. Chancho pancho gancho rancho pensó y después pensó
que estaba pensando pavadas porque todavía no había conseguido decidir qué
haría con Claudia. Un par de lindas piernas envueltas en perfume francés no
eran suficientes para poner en peligro todo lo que había construido. Registró
luego que su planteo era deshonesto porque partía de suponer que su vínculo con
Claudia solo era imposible debido a su
noble renuncia obviando el hecho de que era ella la que había sugerido poner
fin a la relación. El pulso se le agitó. Tanto que se cortó mientras se
afeitaba. Tenía que inventar algo. Conseguir una prórroga. Una quincena, una
semana, un par de días.
Arquitecto,
el señor Horacio en el teléfono
le avisó Marcela. Decíle que estoy
ocupado, que luego lo llamó fue su visceral indicación mientras miraba un
papel que no leía. Cuando la puerta se cerró tras su asombrada secretaria,
Francisco se reclinó en el sillón. Veinticuatro
horas.
Ya instalados, ella lo mira sonriendo. Es más
que linda. Es bella. Ella es bella. Mella, sella, paella piensa él y
ella interrumpe sus divagaciones como te adelanté el viernes Francisco
parpadea creo que los objetivos que nos propusimos al iniciar ella
sonríe aun más este trabajo y surgen sus hoyuelos están ampliamente
cumplidos, al menos desde lo que a mí me toca ella lo mira, ahora
seria, y él se aterroriza no sé qué opinarás vos. Él necesita pensar
pero ella lo presiona ¿se cumplieron tus expectativas? Él siente mi
vida pende de un hilo y sabe que tiene que contestar algo entonces dice sí
y no y ella lo mira con gesto interrogante y ante el silencio de él le pide explicáte. Francisco piensa sabio,
necesito ser sabio y declara nunca me imaginé, te soy sincero y
Francisco sabe que en esencia no lo es que serías capaz de despertar mis
recuerdos, sin embargo lo lograste ella amaga hablar y él le hace un gesto sí,
fuiste vos la responsable y ahora me decís que ya puedo arreglarme solo y eso
no es cierto ahora sí que él es
sincero, no puede de ahí que no se cumplan mis expectativas intenta
desesperadamente dar una vuelta de tuerca en realidad estoy peor que al
principio porque ahora recuerdo cosas pero estoy seguro de que todavía no
recordé lo fundamental. Ella, enfática, dice estoy de acuerdo, tu
proceso recién empieza, tendrás que invertir toda tu energía en seguir
pensando, vuelvo a decirte que el mecanismo de represión cayó, ahora solo es
cuestión de tiempo. Y vos no tenés más tiempo para mí, claro para tu tesis
alcanza y ya me dedicaste demasiado y a Francisco se le enciende una luz pero yo estoy dispuesto a pagarte como
no se había dado cuenta antes. El gesto de ella es severo me estás
ofendiendo. Él comprende que se equivocó y trata de reparar su error por
qué habría de ofenderte este es tu trabajo y no pretende seguir robándote
horas. Ella se toma unos segundos y luego, categórica, afirma mirá,
Francisco, yo soy ante todo una profesional, y cuando percibo que mi trabajo se
vuelve contraproducente soy la primera en dar un paso al costado él la
mira, desolado si preferís seguir teniendo a alguien que te acompañe en el
proceso puedo recomendarte un par de colegas de mi completa confianza, de hecho
ya pensé en algunos, porque luego de que termines con la captura de información
tendrás que afrontar la dura tarea de procesarla. Él le reclama ¿y por
qué no podés ayudarme vos? Un tratamiento sicoanalítico requiere un marco
específico en donde el vínculo entre paciente y profesional no esté contaminado
por ningún tipo de relación personal, solo así puede llegar a producirse el
fenómeno de transferencia explica, docta, ella. ¿De qué relación
personal me hablás? reclama él enojado. Un analista no suele almorzar
con sus pacientes los domingos. Él pierde el control te hartaste de mí,
dejáte de dar vueltas y decime la verdad. La mirada de ella se
hiela entonces él se apresura a decir perdoname, tal vez
tengas razón, no quiero atentar contra tu ética profesional y no puede
evitar sonreír con ironía. De eso se trata aclara ella cortante te
pido que lo entiendas y que no hagas esto más difícil para los dos. Él se
pregunta si para ella también es difícil y sabe que debería levantarse,
agradecerle y solicitarle que le enviara una copia de la tesis pero no está
capacitado para hacerlo entonces escarba
en sus neuronas buscando otro lugar. Está bien simula aceptar pero antes de poner el broche quisiera pedirte un
favor ella se limita a mirarlo hace días que no puedo dejar de
pensar y él que odia mentir de nuevo está mintiendo en la quinta que
teníamos cuando éramos chicos Francisco vio hace días una foto y aquí viene el favor ¿me acompañarías
a verla?; sé que lo que te estoy pidiendo no corresponde pero si,
comprendiéndolo, te lo ruego, es porque es muy importante para mí. El
corazón de él es una bomba y baja la vista porque ya no resiste seguir
mirándola. Al cabo de un rato ella pregunta ¿dónde queda?
Marcela fue a la
librería y él aprovechó para justificarse voy a visitar a un posible
cliente. Cuando estaba dejando la
notita sobre el escritorio de su secretaria, transformó el un en unos
y añadió un par de eses que justificaran
el regreso tarde que agregaría luego. Ya en la puerta de
calle miró para ambos lados. Divisó a Horacio doblando la esquina. Francisco
escapó como un ladrón.
Después de mil consultas, caminos hechos y
rehechos, barro, piedras y tumbos llegaron. Un portón de madera con dos
entradas laterales, bancos adosados, techito de tejas, el nombre tallado en la
piedra. Quinta Victorica. Al bajar del auto Francisco notó que ella
tenía inverosímiles zapatillas, impecablemente blancas. Un jean ajustado
marcándole las nalgas. Él empujó el portón, sin candado, que cedió entre
crujidos. Golpeó las manos, agitó la campana. Sin resultado. Tal como les
habían advertido, la quinta estaba abandonada. Quedaron frente al camino
central; el soberbio pino a la derecha, el roble ya hacía décadas centenario, a
la izquierda. Avanzaron entre malezas hasta el edificio principal. A Francisco
se le contrajo el alma: techos rotos, puertas y ventanas arrancadas. Entraron
por atrás. Un distribuidor al que daban
la cocina chica, el escritorio y un espacioso salón con ventanales hacia
el parque, sobre el que se abrían tres dormitorios gigantes. Al fondo un
pequeño hall que conducía a un arcaico baño. Recorrieron los ambientes
abandonados casi de puntillas. Salieron por donde habían entrado y quedaron
frente a la escalera externa que conducía a la torre. Subieron con cuidado
porque la baranda se había desmoronado. En la terraza un gran bloque ciego.
Francisco abandonó su mutismo y comenzó a contarle a Claudia la repentinamente
nítida leyenda de los lugareños: esos dormitorios habían sido tapiado porque
allí se había ahorcado el único hijo de los Victorica. De esa terraza se accedía a la torre desde
donde se había controlado la llegada de los indios. Bajaron. Avanzaron hacia
otra construcción rodeada de ventiluces:
la gigantesca cocina y el enorme comedor. La rodearon. Mirá cuantos clavos comentó
Claudia señalando la pared pero él no le prestó atención porque acababa de ver,
a lo lejos, una tercera edificación. Se dirigieron hacia allí entre yuyos que les
llegaban a las rodillas. Francisco lo lamentó por las impecables zapatillas
blancas. La antigua caballeriza, luego transformada en garaje. De las vigas
pendían argollas, trapecio, hamacas. Francisco acarició las cadenas oxidadas,
eran las de su infancia. Salieron y recorrieron el parque. Junto al molino los
restos del tanque australiano. Árboles, arbustos, plantas y ortigas creciendo
en el más absoluto desorden. En la mente de Francisco, superponiéndose a tanta
destrucción los ámbitos de su infancia. Estampas carentes de personas, de vida.
Ascéticas. Caminaron en silencio
hasta la casa principal. Le echo un último vistazo y vamos, esperáme acá indicó
Francisco, precisando, de repente, estar solo. Entró por la galería al que
había sido su cuarto. Se paró en el centro y cerró los ojos. Percibió
vibraciones que no llegaban a transformarse en imágenes. Intentó inspirar como
le había enseñado Claudia. Sin darse por vencido continuó inhalando y
exhalando. Hasta que un indeterminado tiempo después lo sobresaltó una voz vamos,
que ya es tarde y se está poniendo feo minuto en el que él descubrió
sincrónicamente que el cielo estaba lleno de nubarrones y que estaba
anocheciendo. Minuto en el que se desprendió de su pasado y tomó conciencia de
que la pequeña tregua que había conseguido estaba a punto de finalizar. La carroza trocada en calabaza. Lamentó
haberse distraído recordando. Segundos robados a Claudia. Subieron al auto y
emprendieron el regreso. Ella encendió la radio, quizás para amortiguar el
silencio que él no hallaba como romper. Solo habían hecho un par de kilómetros
cuando comenzó a llover. Alarma
meteorológica anunció el informativo. Francisco, ya franca la tormenta,
sorteó como pudo el camino de barro. Cuando llegaron a Luján granizaba.
¿Cama matrimonial? preguntó el conserje. Dos se apresuró
Claudia a contestar mientras Francisco no terminaba de entender lo que estaba sucediendo.
¿Dos camas? el hombre parecía sorprendido. Dos habitaciones aclaró
ella. El hotel quedaba frente a la basílica y aunque a gatas llegaba a las dos estrellas a Francisco
le encantó. Tan antiguo que, de alguna manera, era una suerte de prolongación
de la quinta. ¿Tenés hambre? preguntó él y ella asintió. En la otra
cuadra hay un restaurante muy bueno informó el hombre. Ellos se asomaron a
la puerta. Una cortina de agua y piedras. ¿Nos podrían preparar algo?
Instalados en la pequeña cafetería Francisco la
miraba comer un sándwich de milanesa. Sorprendido. Para ella néctar y ambrosía. Claudia le preguntó si había recordado
algo y ante la negativa de él comentó, sonriente, nos falló el elemento
topográfico. Francisco registró el nos y estuvo a punto de inventar
un recuerdo para justificar el viaje pero desistió, otro el objetivo. Ella,
entonces, trajo a colación la anécdota del desfile e hizo referencia a un
presunto segundo triángulo edípico. Los minutos transcurrían sin que
Francisco encontrara la manera de abordarla. Cuando ella miró el reloj él supo
que tenía que actuar con presteza ¿vos recordás tu infancia? Con lujo de
detalles contestó Claudia una niñez tipo de clase media, con un papá
profesional, una mamá ama de casa, una hermano mayor y un perro salchicha; la leche con Piluso, los amarillos de Robin
Hood, helados Laponia, figuritas de brillantes, lapicera Muñeca, el Zorro en la
tele y el teleteatro a la hora del té; no puedo contar nada que sorprenda o
conmueva; tu niñez, es, decididamente, mucho más interesante y aunque salieron cosas a la luz me parece que
todavía queda mucho abajo. Él va a
decirle pero vos no querés ayudarme cuando se da cuenta de que debe
apartar la conversación del consultorio porque ella ya le ha dicho que en ese
terreno no va maaaás. Está a punto de perderla. Ceeerooo. Llegó
el momento. ¿Y tu adolescencia? arriesga él y ella contesta más todavía. Él
insiste ¿de todo te acordás? y ella desconcertada dice creo
que sí. Él, con el pulso acelerado, ruega no equivocarse ¿también de mí?
Ella frunce el entrecejo ¿por qué me lo preguntás? Él , perdido por
perdido, dice hace unos días que me azuza una canción. ¿Eso que tiene que
ver conmigo? pregunta ella intrigada. Él la mira con fijeza El amor es
azul. Ella baja levemente los párpados, inclina el cuello y al fin sonríe nunca
entendí lo que quisiste decirme confiesa agitando la cabeza. Él va a
explicarle cuando se acerca el conserje perdón, ya vamos a cerrar y
empieza a apagar las luces. A Francisco le gustaría asesinarlo, ahorcarlo
con una media de seda como diría su mamá. Busca la billetera pero el hombre
dice lo cargo a su cuenta. El hombre los conduce hasta las respectivas
habitaciones, les entrega las llaves y está por retirarse cuando Claudia le
pide despiérteme a las ocho y mientras el hombre se va le explica a
Francisco tengo un paciente a las once luego le dice buenas noches abre
la puerta de su habitación y antes de que él pueda reaccionar la cierra.
Francisco escucha el ruido de la llave. Desamparado entra a su cuarto.
Mira entonces a través de la ventana. La tormenta arrecia. Tombe la pluie
quand tu n’es plus
la.
Prepará
las cosas dice mamá y yo me pongo contento porque me encanta ir a la quinta y
más todavía cuando vamos solos capaz que mamá me juega al chinchón y a los aros
que me gusta tanto verla correr que cuando corre y se ríe parece casi como
Alicia. Estoy poniendo en mi bolso sandokán que le rompí la tapa pero me falta
poco y la caja de mis ladrillos que me compró papá cuando mamá me grita desde
la puerta apuráte que Victorio se impacienta suerte Victorio que la lujanera
tarda tanto y me hace vomitar y me subo y me siento adelante pero mamá me dice
mejor andá atrás así podés descansar y vamos por la calle y todos nos miran
porque Victorio no tiene techo de verdad sino capota capota negra y es rojo y
Alicia dice que mamá está loca que a quién se le ocurre comprar un güilis del
treinta que después la plata no le alcanza y pide pero mamá ahora trabaja y lo
compró porque era el más barato que íbamos `por la calle y lo vimos con una
lata y mamá se acercó y le habló al señor y después me preguntó qué te parece
Francisco lo compramos y yo no lo podía creer y le dije que sí y entonces la
culpa no es solo de ella y el señor me dejo subir y me mostró que las ventanas
se ponen y se sacan y no son de vidrio aunque igual son transparentes y además
arranca casi siempre y a Enrique le encanta y cuando viene mamá siempre nos
lleva a dar una vuelta y en la calle nos miran por el auto sin techo y porque
mamá maneja y las mamás casi no manejan y menos autos sin techo y mamá maneja y
se ríe a carcajadas y nosotros también.
Me acuesto en el asiento de atrás y mamá me tapa con su sacón que es de piel y yo lo llamo gato
porque es suavecito como Minina que capaz nos está esperando en la quinta y
cierro los ojos y pienso que a lo mejor Jacinta ya tuvo los chanchitos y estoy
muy feliz porque vamos solos y seguro que mamá me juega a las cartas y a los
aros y cierro los ojos y me da sueño porque ya está oscuro y a mí no me da
miedo aunque Alicia diga qué inconciencia de noche en la ruta siete y con ese
auto. Cuando abro los ojos ya no estoy tan contento porque el asiento de
adelante está ocupado.
Francisco, parado en el cuarto de hotel, sigue
mirando por la ventana. Su historia se está transformando como un rompecabezas
en el que, de a una, las piezas hubieran sido cambiadas por otras de igual
forma pero distinto dibujo que, al instalarse, cuestionaran con su presencia la
validez de la ficha vecina que, a su vez, debería ser reemplazada, ¿hasta
dónde?
Llegamos
y Germán enciende la chimenea y los faroles que se llaman sol de noche y mamá
dice suerte que está Germán que nos ayuda siempre se necesita un hombre y pone
la mesa en la cocina chica y saca las milanesas del paquete y ellos toman vino
y Germán me dice te traje granadina y me pone unas gotas en el agua que se tiñe
toda y mamá se ríe con su risa y yo no quiero pero me contagio y nos reímos los
tres después mamá saca la pava del fuego y el agua hirviendo entra en la bolsa
y Germán dice cuidado no te quemes y le saca la pava y llena la otra bolsa y
cuando termina lleva su bolso al cuarto de Alicia total ella ya no viene y yo
voy al mío y me meto en la cama y las sábanas están duras y húmedas y frías
pero mamá me trae una bolsa y me ajusta las frazadas y me hace nidito que casi
ni moverme puedo y me dice que duermas bien
que sueñes con los angelitos conmigo y con Germán aunque a mí me da como
rabia cuando me dice con quien tengo que soñar.
Insoslayable necesidad. Descubre, aliviado, que
ahora tiene un pretexto para verla. Gracias, mamá.
Me despierto y la cama es un horno y tengo
ganas de hacer pis qué macana y trato de aguantarme pero no me aguanto y busco
la linterna en el cajón de la mesa de luz y me levanto y me pongo las pantuflas
porque a veces hay bichos y paso por el cuarto de Alicia que está abierto y la
cama está deshecha pero vacía seguro que Germán también tuvo que hacer pis y
paso por el cuarto de mamá que está cerrado y llego al baño que está abierto
abierto y vacío y me acuerdo que las bolsas eran solo dos mientras el piyama se
me va mojando.
Sale y con el corazón como una bomba golpea la
puerta vecina. ¿Sí? contesta ella y él dice soy yo. Un buen rato
después Francisco escucha el sonido de la llave descorriéndose. Perdoná la
demora dice ella en el marco de la puerta, sosteniendo con la mano la blusa
a medias abotonada acababa de ducharme. Perdoname vos pide él y se da
cuenta de que ella está descalza. Tiene el pelo mojado y ahora huele sencillo,
a shampoo, a jabón. ¿Pasó algo? pregunta ella preocupada. Quería
contarte lo que acabo de recordar explica él ¿puedo entrar? Ella
abre la puerta y luego la cierra. Los dos parados en la modesta habitación
mirándose. Mi analista, qué ridículo piensa él y descubre que los
pezones de ella liberados del corpiño perforan la blusa. ¿Tenés frío? le
pregunta y ella habiendo acaso interceptado su mirada cruza los brazos y contesta
un poco. Él la mira, turbado, y ella, lentamente, va bajando los brazos.
Sus pezones son una ofrenda. Francisco los recuerda sobre el bremer y
no tiene más remedio que rozarlos con el dorso de las manos mientras ella, con
los ojos cerrados, arquea la columna y eleva el mentón.
PRETÉRITO PERFECTO COMPUESTO
Hasta último momento él busca protegerse. Ante peligro de descarga eléctrica jamás
con la palma. Tiempos lejanos remotos lugares vacuas advertencias. Dedos
ágiles botones dóciles dorso y palma fusionados cumpliendo ahora con premura,
la misión encomendada cinco lustros atrás por los núbiles pezones, voceros de
esos senos que ahora se desprenden de ella en un ángulo inverosímil, dorso y
palma mutados en hueco buscando ampararlos de las gravitatorias leyes. Él se
sabe más allá de su albedrío, rodearlos es una fatalidad, echados al mundo para ser tomados, como el
agua en el desierto, como la manzana del árbol de la sabiduría. Ya arrodillado
las yemas aguzan los pezones aun más y luego manos labios lengua dientes se
apropian, golosos, del fruto prohibido, ese, y él lo anticipa con claridad
meridiana, que lo apartará por siempre del paraíso con tanto esmero construido.
Salvo la ropa, Adán y Eva. Entonces, desnudándose mutuamente, se dejan caer
sobre la angosta cama de uno de los dos
cuartos en vano contratados para socorrerlos.
Francisco está de nuevo en la estación, junto a
la puerta del vagón de traje. Necesita bajar y no lo dejan. Quiere
explicar que sus hijos lo están esperando. Se toca angustiado la garganta, no
puede hablar. El tren está por arrancar, multitud de cuerpos presionan sobre el
suyo. Golpea desesperado y no le abren.
Golpea y golpea. Son las ocho escucha decir a lo lejos. Un muchas
gracias sospechoso por lo cercano lo aturde. Abre los ojos. A su lado,
apoyada sobre el codo, los hombros desnudos emergiendo de las sábanas, Claudia
le sonríe. Un único rayo se cuela por la ventana, iluminándola. El pelo
revuelto, la boca húmeda, las mejillas sonrosadas. Tan hermosa que Francisco piensa
estoy soñando y no se anima ni a rozarla por miedo a despertar. Buenos
días dice ella y él descubre que es real y el paraíso y el infierno
descienden al mismo tiempo y mientras la
abraza, súbitamente en llamas, piensa pobre Valeria hasta que deja de pensar
porque ella rueda y él ya está adentro y ella lo cabalga y él a punto de
precipitarse en el vacío se prende cómo de un ancla del duplicado fruto
prohibido.
Claudia amaga levantarse y él le sujeta la
mano. Son ocho y media informa ella. Él no entiende y la mira. Tengo
un paciente. El infierno, ya sin atenuantes, se le instala. Cierra
los ojos. Instantes después lo sobresalta el ruido de la ducha. Se incorpora y
va recogiendo, una a una, las arrugadas prendas del amor diseminadas por el
piso. Mira a través la ventana. Por suerte o lamentablemente ya no llueve.
Estoy con Quique jugando a nuestro juego que es
rodear la cocina que tiene un reborde del ancho de un ladrillo y para no
caernos nos agarramos de los clavos que clavamos en la pared con un martillo
estamos justo en la parte más difícil que es
la casa de Quique porque ahí el reborde es más finito y entonces
avanzamos sosteniéndonos con un palo que apoyamos en el piso pero como dejaron
los ventiluces abiertos la única solución es enrollar una soga en los clavos y
colgarnos con mucho cuidado porque abajo es el mar y si nos caemos nos ahogamos
y nos comen los tiburones pero por suerte ya terminamos la vuelta y subimos por
una escalera marinera al techo que es una isla y en la isla hay un árbol apoyado
y nos trepamos a una gran rama que nos lleva hasta el tronco y por el tronco
seguimos subiendo hasta otra rama donde está nuestra casa y allí nos sentamos
en dos gajos cruzados que son nuestros bancos
y tomamos el agua que llevo en la cantimplora y ya está.
Revuelven en silencio el café con leche.
Francisco piensa qué se dice en estas situaciones porque no tiene
experiencia. Mientras mastica sin ganas la tostada suena el ´móvil de Claudia. Hola,
Mario, cómo te va a Francisco se le atraganta la tostada te llamé para
cambiar el horario porque tuve un inconveniente el pan consigue iniciar su
curso pero ya lo solucioné; te espero a las once, como siempre aunque
vuelve a atrancarse, Francisco pretende remediarlo con un trago; solo consigue
atorarse y termina escupiendo por doquier café y cortezas. Ella se para e
intenta auxiliarlo pero él la frena con un gesto y piensa romántico momento mientras
se limpia con la servilleta. Por fin logra recuperarse. ¿Te preparo otra
tostada? ofrece ella hacía mucho que no comía mermelada casera de
ciruelas, está riquísima. Él niega con la cabeza, llama al mozo y aclara se está haciendo tarde con una
sonrisa inescrutable. Ella ladea apenas la cabeza. Por tu paciente, digo.
Justo estamos bajando cuando nos llama la mamá
de Quique y entramos a la cocina y sobre la
enorme mesa de mármol está servido el tody que aquí es más rico y estoy
por la mitad del vaso cuando escucho los gritos de mamá y voy al fondo y está
subida arriba de una escalera podando los frutales y me dice radiante probá
Francisco es la primera ciruela de la temporada y yo la agarro y la muerdo y el
jugo me corre por la cara y es tan dulce que cuento uno dos tres pero muy lento
para que el tiempo dure mucho y pueda quedarme siempre acá.
En la radio del auto, Rachmaninof, concierto
número dos. El sol se refleja sobre las calles todavía mojadas. Francisco
cuenta para adentro unoo doos trees. Sentada a su lado, Claudia. La mira
por el rabillo. El perfil perfecto es la imagen misma de la serenidad. Mona
Lisa. Francisco se va desprendiendo de la tensión del desayuno. Del
silencio, de la tostada y hasta de Mario. Observa todo con atención. Aprecia
los pequeños brotes de las plantas, la primavera ya en ciernes. Abre la
ventanilla y el aire fresco le acaricia la cara. Una onda eléctrica le recorre
la columna vertebral, aguzando sus sentidos todos. Percibe el aire, como si
tocara sus moléculas y sus moléculas lo tocaran. El canto de los pájaros ignora
las bocinas. Él se siente leve, puesto sobre el mundo solo para disfrutarlo.
Porque el mundo es bello. Ahora sí la mira. Claudia le sonríe. La mano de él
abandona el volante y se desliza hacia la rodilla vecina. Ella toma su mano.
Ella es bella. En ese instante él también se siente bello.
Vamos a tener que vender la quinta me avisa
mamá no puede ser le digo y por qué no puede ser me pregunta porque yo la
necesito contesto y ella me dice hijo yo también la necesito pero no la podemos
mantener y a quién se la vamos a vender averiguo y ella me responde a quién la quiera comprar entonces
digo vehemente yo la quiero comprar cuando sea grande voy a trabajar mucho y te
la voy a comprar primero voy a comprar amenábar y después la quinta te lo
prometo mamá
¿Dónde te dejo? Ella controla su reloj ya es tarde, lleváme
al consultorio. Francisco imagina el impacto de Mario al verla. Imposible
decide en cuanto llegue buscará una varita, y de las zapatillas brotarán
urgentes tacos y el pantalón trocará en falda y se borrarán de su piel,
centímetro a centímetro, cada una de mis huellas. El ánimo de Francisco
desciende, milímetro a milímetro, a medida que se acercan. Quisiera ser un
taxista inescrupuloso, dando rodeos, la banderita roja indefinidamente
baja, mientras los números se empujan hasta alcanzar una cifra tan astronómica
que al no poder ser jamás pagada transforme a la pasajera en su rehén. Te
pasaste la voz de Claudia casi un grito. Francisco parpadea, se detiene y
luego, sacando la mano, retrocede, paciente dócil y desahuciado. Como sigue
esto pregunta entonces quizás esperando un mañana lo charlamos. El
alma en la mirada, la mano en la manija del auto, ella solo dice debería no
seguir. Él no encuentra otro recurso que besarla suavemente en los labios y
preguntarle luego ¿vamos a poder? Ella abre la puerta y se baja.
Mamá
se acerca y me dice andá despidiéndote que ya nos vamos entonces junto todas
mis bolitas y se las pongo a Quique en la mano y salgo corriendo y me subo a
Victorio porque como soy un hombre no voy
llorar y mientras la espero pienso que mejor porque en la quinta hay gatas
peludas y avispas y mosquitos y queda lejos y a veces hace frío y a veces no
estoy solo con mamá mejor mucho mejor me digo mientras me sorbo los mocos.
Los ojos de su secretaria lo recibieron
fulgurantes. Francisco escuchó pacientemente la retahíla de reproches. ¿Terminaste?
dijo al fin. Ella lo miró sorprendida. Mirá, Marcela, este es tu trabajo
y deberías ser capaz de tolerar mis deficiencias y aun más, de suplirlas. Es
que usted antes no era así se defendió, dolida. Él dijo rotundo habré
cambiado y se asiló en su escritorio. ¿Le preparo un té? la escuchó,
conciliadora, a través de la puerta cerrada. Quedó parado frente al plano
inconcluso. Y no era esa la peor tarea pendiente. Más de veinticuatro horas sin
comunicarse con su mujer. Encendió la computadora. Valeria puso y
Francisco descubrió en un instante el costo de la noche anterior. Desvastado.
Más y más a medida que transcurrían los minutos. Ayer no te llamé porque
tuve que ir a Luján a ver una obra y aproveché para visitar la quinta que
teníamos cuando éramos chicos inició el mail. Como no consiguió seguirlo,
lo guardo en borradores y pretextando un almuerzo que no
consumiría porque después de mucho tiempo volvía a estar nauseoso, fue a dar
una vuelta. En cuanto salió, la brisa sobre la piel lo devolvió al estado
alcanzado en el auto. La brusca exacerbación de todos los sentidos. Recordó El
perfume. Mientras caminaba intentó reordenarse. Había sido una conjunción
maléfica: mujer hermosa + noche de lluvia + esposa lejana. Cualquiera hubiera
sucumbido. Por qué no él. Un momento de debilidad que no tenía por qué poner en
riesgo su pareja, su familia. Un mal
momento. Francisco obvió recordar que la noche había sido de todo menos
mala y que el momento llevaba ya varias semanas. El aire fresco y el sol purificándolo,
él se sintió capaz de tomar la decisión. Lo lamentaba por Claudia, no había
sido su intención usarla, la apreciaba demasiado para eso, no quería herirla,
sin embargo, menos todavía quería lastimar a sus hijos, a su mujer.
Repentinamente aliviado regresó al estudio. Pasó ante Marcela sin mirarla, se
sentó frente a la computadora y cliqueó en borradores. Permutó Valeria
por mi amor y se juró que nunca más necesitaría mentirle. Agregó un
par de intrascendentes renglones y envió el mail, momento en el que la máquina
le avisó que tenía un mensaje nuevo. El remitente le aceleró el pulso. Tal
vez cometimos un error, pero gracias a eso los dos pudimos sacarnos veinticinco
años de ganas. Aunque te parezca que me
burlo de tu declaración de principios te admiro por ellos; yo también tengo los
míos, casi no me conocés. Valeria es tu mujer y vos sos mi paciente. Tratemos
de no hacernos daño. Todavía estamos a tiempo. Unos pocos renglones
cambiando la carátula. El macho bravío pero ennoblecido por sus remordimientos
transformado en un ingenuo intrascendente en la cama. Maldito el momento en que
la había encontrado. Que se guardara sus palmaditas en la espalda. Seducido
y abandonado. Qué se creía. Los golpes en la puerta lo sobresaltaron. Arquitecto,
la señora de Urquijo envió este croquis por fax. Instantes después
Francisco trabajaba. La bronca, fiel socia, trabajaba con él. La respiración
superficial, el pulso desparejo. De qué se las daba. Era él quien no quería
verla más.
Un par de horas después Francisco se plantea si
debe contestar ese mail. Luego piensa cómo. Hace varios borradores. En el
primero deja constancia de que él ya
había decidido la distancia. En el segundo le agradece que lo haya ayudado a
recuperar el pasado. En el tercero confiesa que le da muchísima bronca sentirse
usado. Después del cuarto fracaso decide que no contestará. Que se quede con
las ganas. Apaga con brusquedad la computadora y enfila para su casa.
Subió al auto y el perfume de Claudia fue un
golpe en la nuca. El cuerpo se le abrió en un deseo puro, elemental, casi
animal. Asido al volante, olvidó propósitos y mensajes, sucumbiendo ante ese
anhelo que exigía, irreflexivo, pronta satisfacción. Buscó el teléfono. Lo
atendió el contestador. Luego de insistir varias veces a intervalos ridículos,
dejó un mensaje. Minutos después su teléfono vibraba. Las manos le
temblaban al descifrar estoy atendiendo llamá luego 8. Francisco controló el reloj. Siete
menos cuarto. Puso el auto en marcha.
Sobre la mesa una nota de Carmen preparé una
tortilla llamó la señora Valeria llegó la factura de la luz mañana me retiro
más temprano porque tengo médico déjeme dinero para el sifonero. En cuanto
percibió el movimiento, comenzaron los ladridos de Pepe. Francisco escuchó el
ruido de su cuerpo abalanzándose contra la puerta. Levantó la cortina de
enrollar y le abrió. La imagen misma de la alegría. Tantos movimientos
simultáneos, imposibles de decodificar. Se agachaba, ya saltaba, ya golpeaba
con la cola, ladraba, lo lamía y volvía a ladrar. Como habitado por el
demonio pensó Francisco y le tocó la cabeza. El perro, súbitamente exorcizado, se echó
con las patas para arriba solicitando, ahora en tiempo y forma, caricias.
Francisco entonces, mientras Pepe cerraba los ojos y gemía, se las proporcionó.
Siete y media. Francisco abrió la
puerta del jardín y Pepe, con la cabeza gacha, la cola entre las patas, salió.
Francisco fue a la cocina, tomó soda en un vaso que no enjuagó, recuperó las
llaves que había dejado sobre la mesita, apagó la luz y salió. Como habitado
por el demonio.
Dio mil vueltas hasta que consiguió estacionar
al otro lado de la calle, justo enfrente. Mientras maniobraba se vio en el
espejo retrovisor. Pálido, ojeroso, veinticuatro horas de barba. Vaya con el
galán pensó. Ocho y tres vio salir a un hombre impecablemente trajeado, de
mediana edad. Mario determinó. Ocho y cuarto Francisco era un
amasijo de palpitaciones y sudor. Se dio plazo hasta las ocho y veinte y a las
ocho y veintiuno lo renovó. Ocho y media la vio aparecer. El corazón de Francisco
se encabritó. Segundos después, mientras ella caminaba hacia la esquina, se le
acercó. Al escuchar pasos tras de sí, ella redobló el ritmo de los propios. Claudia
gritó él. Ella se detuvo, sin darse vuelta. Él cubrió la breve distancia
que los separaba y le puso una mano en la cintura. Ella entonces giró, la boca
entreabierta. Francisco se supo definitivamente perdido.
La intensidad del deseo recuperando la
adolescencia. Como entonces, casi un instrumento el otro para descubrir las
propias posibilidades. Labios piel pliegues rugosidades tersuras. Humedad,
sudor. Orfebres laboriosos, artistas engarzando salientes y oquedades. Lujo de
pobres. Sonidos ignorados brotando de la propia voz. Celebración de la
naturaleza. Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Banquete efímero y perpetuo
de los sentidos.
Cuando salimos apenas lloviznaba pero ahora se
largó con todo y el agua se cuela por la capota de Victorio y mamá me dice
Francisco está lloviendo demasiado es peligroso seguir qué te parece intentamos
volver a la quinta o nos quedamos a dormir en un hotel yo no lo puedo creer a
un hotel nunca fui con mamá un hotel
cuesta mucha plata le digo y ella me tranquiliza no te preocupes por el dinero
entonces digo si se puede prefiero el
hotel.
El sonido de la ducha cesó. Minutos después
ingresaba Claudia, fragante y húmeda. Envuelta en una robe azul. Qué
coincidencia dijo él. Ella lo miró sorprendida no te entiendo. Él
cabeceo, sonriendo, se levantó de la cama y tiró del cinturón, saboreando por
anticipado el privado espectáculo.
Un señor agarra el bolso y nos acompaña por las
escaleras este hotel es enorme me parece que es de lujo el señor abre la puerta
y entrega las llaves y se va hay dos camas una mesa de luz y hasta tiene placar
y yo abro mi bolso y empiezo a guardar la ropa y mamá me dice no te entusiasmes
hijo y se ríe con su risa y después me pregunta tenés hambre y yo le contesto
un poco pero me puedo aguantar Francisco sos demasiado bueno dice entonces
salimos a comprar y cuando volvemos mamá esconde el paquete en su bolsito
porque hay un cartel que dice prohibido ingresar alimentos y bebidas y yo tengo
miedo pero mamá me tranquiliza y cuando el señor de la entrada mira para otro
lado subimos la escalera y llegamos y mamá abre la puerta y dice salvados y estamos
tentados de la risa.
Mientras Claudia se afanaba en la cocina,
Francisco, usurpando una bata color salmón, portadora de su olor, recorría la
casa, apreciando muebles y dimensiones. Deformación profesional pensó.
Todo lo que la rodeaba la traslucía. Glamour. Empujó una puerta
entornada. Pese a la penumbra distinguió la cama con volados. Peluches,
muñecas, muchas almohadones. El corazón se le encogió. Apuráte que se
enfría. Claudia lo esperaba sonriente, orgullosa. La mesa puesta con
esmero. El tiempo de la ducha de él, le había alcanzado a ella para agasajarlo.
Canapés de champignon.
Francisco se descubrió hambriento. Inspiró profundamente y el olor de las
especies lo embriagó. Claudia le ofreció una botella que él descorchó mientras
ella partía el pan. Comed y bebed, dichosos los invitados a esta cena.
Mamá pone un repasador sobre la mesa de luz y
saca dos vasitos plegables que siempre llevamos abre el paquete de las
empanadas y con el papel arma platitos siéntese señor me dice y me señala mi
cama y yo le digo las damas primero y mamá se ríe y se sienta y saca del bolso
una botella de cocacola que me compró de sorpresa y las empanadas son
riquísimas y mamá compró seis y nos las comemos todas y de repente me doy
cuenta de que al día siguiente hay clase pero mamá me tranquiliza no te preocupes hijo con lo
que vos sabés podés faltar un mes y
juntamos los papeles y los tiramos en el cesto y mamá lava los vasos y yo los
seco y después doblo el repasador.
Él, revolviendo el café comprende que es
incapaz de prescindir de ella y le pregunta ¿puedo quedarme? No
podría tolerar que te fueras. Como él esperaba el rechazo, la respuesta
absurdamente lo asusta. Claudia… dice. Ella, con un dedo sobre
los labios lo frena ni una palabra, Francisco, esta noche no.
Cuando
vuelvo del baño mamá me abrió la cama y me dobló la sábana como solo ella sabe
y yo le digo no tengo pijama y ella me dice no importa desvestíte yo no te miro
y me saco los zapatos y las medias y ella se da vuelta y me saco los pantalones
y me meto rápido en la cama con mi remera y ella me pide ahora date vuelta vos
y cierro los ojos y mamá me avisa listo y está acostada con la combinación y
apaga la luz y me pregunta querés que te cuente un cuento y yo le digo que sí y
le agradezco a Dios por la lluvia.
Le tomó unos segundos recordar dónde estaba.
Procurando aclarar la voz carraspeó. ¡Al fin! Francisco bruscamente
despierto sonrió ¿qué hacé mi pequeña Lulú levantada tan temprano? Claudia,
a su lado, abrió los ojos estaba esperando que me llamaras pero como no me
llamaste y ayer también te olvidaste tuve que llamarte yo la sonrisa de
Francisco se esfumó no me olvidé, muñequita y era cierto cómo olvidarse,
solo el temor de que el pecado pudiera traslucirse en su voz intenté varias
veces pero estaba en Luján y no tenía señal muy a su pesar, mintió ¿y
qué estabas haciendo en Luján? Claudia se levantó fui a ver la quinta
que tenía cuando era chiquito desnuda se levantó ¿y cómo es?
Francisco la siguió con la mirada muy hermosa, grande, muy vieja y muy hermosa ella entró al baño yo
quiero una quinta, Ximena tiene Francisco estaba escindido cuando sea
rico te la voy a comprar padre y amante ¿y cuándo vas a ser rico? él,
pese a todo, sonrió nuevamente todavía no lo sé Francisco observó por la
cortina entreabierta seguro que
pronto porque trabajás mucho, qué suerte, le voy a contar a los chicos ya
había salido el sol de ninguna manera, este va a ser nuestro secreto él
descubrió que el tercio del departamento de su madre bien podría convertirse en
una quinta para disfrutar con sus hijos, ¿a qué otro fin lo habría destinado
ella si le hubiera correspondido esa elección? me subo a los árboles, junto
bellotas, me encanta el campo, por eso necesito la quinta él la interrumpió
pasáme con tus hermanos, no puedo tanto lo divertía Luciana ¿por
qué no podés? Claudia regresó del baño porque están durmiendo ya no
estaba desnuda contame cómo se portan
pero sí descalza Camilo siempre me quiere mandonear, pero no te preocupes,
no me dejo sus pies eran así, todo o nada Tobi me da mucho trabajo, las
zapatillas se le desatan todo el tiempo el cuerpo de Francisco protestó pasáme
con la tía inútilmente preparado no puedo Claudia, sin mirarlo
descorrió las cortinas ¿por qué?
ya había sol están todos durmiendo, te llamé porque estaba
aburrida y además ahora tengo hambre, voy a hacer ruido para que se despierten y
luego salió del dormitorio mejor come una galletita él escuchó ruidos
desde la cocina mami me dijo que no agarrara nada sin preguntar Francisco
descubrió que también él tenía hambre este es un caso especial, decíle a la
tía que yo te di permiso miró de nuevo el reloj te mando un beso grande
y ojo, no te empaches. Cortó y se desperezó con ganas. Irresistible olor a
café y a tostadas.
¿Trabajás temprano? pregunta él. Tengo un paciente a las once contesta
ella sirviéndole el café. ¿Mario? dice, burlón. El gesto de ella es duro
parece que no entendieras lo que es mi profesión, lo que para mí significa
mi profesión. Él le roza la mejilla sí que lo sé, también así me toco
disfrutarte y percibe su tensión. No hagas bromas de mal gusto Francisco
retira la mano ni vuelvas a recordarme que fuiste mi paciente. Él,
confuso, opta por el silencio. Jirafa se lo había advertido con la analista
no se jode. Desconcertante Claudia: fuego hielo acero miel. Francisco
observa las uñas nacaradas sobre la taza que ella sostiene con tanta sencilla
elegancia. Aun en bata, aun desnuda, una dama. La señora Ordóñez. Francisco se toca la cara y avergonzado recuerda
que lleva más de un día sin afeitarse. Varias tostadas después Francisco se
anima a preguntarle ¿ya levantaste la censura? Y como la mirada de ella
muta, en la fracción de un segundo, del desconcierto a la agudeza, él reitera ¿cómo
sigue esto? Claudia, casi imperceptiblemente, baja los hombros. Minúsculo
gesto que conmueve a Francisco. También ella conoce su destino. Esta tarde
me voy a Mar del Plata informa Claudia a un congreso. Lo demás no
existe, cuestión de supervivencia mantenerla cerca. Te acompaño resuelve.
Marcela lo miró estupefacta ¿cómo que se va?
¿y la reunión con la señora de Urquijo? Él, confirmó su teoría de que las
mujeres estaban puestas sobre la tierra para reglar los actos de los hombres y
suspirando le respondió postergála ¿Para cuándo? Él, confuso, calculó para
la semana que viene. ¿Cuándo se va? Francisco,
cerrando la puerta, informa me estoy yendo.
Por suerte Carmen ya no estaba. Metió tres
cosas en un bolso y se disponía a salir cuando comprendió que debía dar
explicaciones. Tengo que ir a Mar del Plata a ver un trabajo. Salgo en un
rato. Trato de comunicarme desde allí. Besos. Al firmar como siempre yo se
dio cuenta de que por una vez su superyo había sido vencido por su ello.
Francisco imaginó sus represalias y se preparó para enfrentarlas. Si peco,
peco sin más se dijo y se impuso la quimérica meta de ahuyentar la culpa. Solo
cuarenta y ocho horas. Ni bien apagó la computadora lo asaltó la campanilla
del teléfono. No, no puedo, me estoy yendo a Mar del Plata, por trabajo, por
supuesto, lo dejamos para la semana que viene. Mintiéndole también a
Horacio. Otra vez se empapó. Superyooó, ¡al ataque!
Optaron por el auto de Claudia. Sentado a su
lado, Francisco levita. Silencio, concierto para clarinete de Mozart, perfume.
El deseo es una nube desde la cual la observa. Cabello cuello uñas rodillas
muñecas. Casi obscena contemplación. Porque
no está dormida ni mucho menos muerta. A ella no parece molestarle y, cada tanto, le dedica una
sonrisa distraída. A Francisco le escoce la piel. Todas las células nerviosas
concentradas en su contorno en descarado reclamo. Francisco se avergüenza de su
deseo, cuarenta años, y le pregunta qué pensás buscando distraer los
sentidos. Repaso contesta ella mañana
tengo que presentar un trabajo. Francisco apaga la radio practicá en voz
alta le propone y agrega,
remedando a Camilo, no me molesta. Ella luego de unos segundos
arranca la amnesia disociativa es una incapacidad para recuperar información
personal importante, la cual es demasiado generalizada para ser considerada un
olvido normal. Francisco piensa soy un depravado porque las
palabras de ella lo retrotraen al diván y tiene que reubicar el diario sobre
los muslos para ocultarse.
Rosa trajo a la Susi. Yo la invito a ver mis
autos y ella no me contesta pero me sigue y entramos y yo cierro la puerta de
mi cuarto y me tiro en el piso a jugar Susi se queda parada y me mira tiene la
cara llena de gotita porque hace calor mucho calor entonces me siento y me saco
las boyero y ella de pie las alpargatas yo me paro enfrente y la miro es casi
tan alta como yo tiene dos trenzas negras con moños rojos y como tengo calor me
saco la remera y el pantalón con las manos sudadas y ella se saca la solera me
mira desafiante y se baja la bombacha.
¿Cama matrimonial?
No puedo creer lo que veo lo que no veo en realidad
mamá tenía razón se le gastó entonces le digo cochina andáte y ella junta el
montoncito de su ropa y sale corriendo mientras yo me visto apurado porque
estoy temblando. Nunca más me toco nunca más
No estaba subiendo para ver a su analista. Está
subiendo con su analista. Como si la presencia de ella supusiera la
materialización de tantos pensamientos urdidos en el breve trayecto de ascensor
que lo había conducido, durante días, hacia la cruzada contra su amnesia. Todo
tenía su lógica. Si subiendo solo le era adjudicado un diván, el obvio
resultado de la ecuación número de plazas = número de individuos era la cama
matrimonial que en ese ámbito, por extranjeros, súbitamente lícitos, habían solicitado. Francisco se apartó para
contemplarla mejor. Conjunción de curvas y de rectas. La línea del cuello
estallando en los pechos; la esbeltez de las piernas, en las caderas. El deseo,
otra vez, al acecho. Francisco contó uuunooo, dooos, treees. Ralentar el
tiempo. Limitar el espacio. Ahora, siempre, acá. Las puertas,
sediciosas, se abrieron.
Entran, dejan los bolsos sobre el piso, y
quedan enfrentados mirándose en la habitación de este ya no modesto hotel. Él
le va quitando la ropa con forzada lentitud.
Ella lo deja hacer, colaborando solo en lo imprescindible. Él la
quisiera chola boliviana, faldas y más faldas. Cuando por fin emerge de la
crisálida, la perfección de su cuerpo lo enceguece. Él la contempla como a una
modelo el escultor. Ella, los brazos bajos,
serena, ni siquiera sonríe. Sabe que es necesario. Quizás tiene frío
porque de nuevo, y gradualmente, los pezones se le avivan. Él descubre que no
le alcanza y le dice caminá y no es ni un pedido ni una orden solo la
precisa manifestación de su deseo. Él está vestido y la observa. Ella, desnuda,
deambula.
Cuando Francisco regresa del baño la encuentra
rodeada de papeles. Sentada en la cama, solo los anteojos perturban su
desnudez. Él se acerca dispuesto a recomenzar pero la piel de ella lo impugna.
No es un pedido, es una orden dejáme, tengo que estudiar. Francisco descubre que la situación es
ostensiblemente grave. Ha comenzado a amarla.
Se despiertan temprano. Francisco propone
desayunar en la Boston
pero Claudia solo tiene un propósito: leer, estudiar, repasar. Piden un
desayuno en la habitación que Claudia, condensada en apuntes, a medias consume.
Francisco, sabiéndose de más, guarda silencio Minutos después presencia la
ceremonia de su puesta a punto. Cremas,
maquillaje, medias de seda subiendo por las piernas, tacos tomando posesión de
los pies, el cierre de la falda surcando las caderas. Peine, cepillo, spray,
secador. Él, que hasta ese momento solo había disfrutado del resultado,
comprueba ahora el esfuerzo invertido en agradar. Recuerda a Valeria calzándose
distraída un jean, la cara lavada, el pelo llovido. En la puerta del hotel
pregunta a qué hora te desocupás y ella, categórica, responde hasta
la noche no existo y a continuación anuncia te dejo el auto. Él
entonces dispone te alcanzo. Prefiero tomarme un taxi. Él insiste. Ella
es tajante dije que no.
Espléndida mañana. Ni Madrid ni Buenos Aires,
igualmente anónimo. Mar del Plata, fría
y radiante, es un ofrecimiento. Aún no son las nueve, y tiene que levantarse el
cuello de la campera a pesar del sol. Sus pasos sin consultarlo lo llevan a la
rambla. Mira con ternura las cajas con caracoles, las mesitas que compiten
exponiendo los minúsculos platos del copetín. Avanza por el Boulevard Marítimo,
extasiado. Tantas veces se dijo podría vivir aquí. Está seguro que si
hubiera pertenecido a generaciones precedentes habría construido esas casas.
Espléndidas sin ser ostentosas. Resistiendo, sólidas, el embate de viento, años
y sal. Camina y, cada tanto, controla la
numeración. Llega a una esquina. Seguramente se equivocó. Coteja la dirección
transcripta a su agenda. Desolado comprueba la inexistencia del error. La inexistencia. Un edificio de varios
pisos. Ni siquiera demasiado nuevo, irrefutable prueba de que ya hace muchos
años que borraron las huellas. Empero, el vacío genera plenitudes. Con los ladrillos
provenientes de la demolición de los sucesivos y horizontales balcones va
construyendo un chalet precedido por una hornacina para cobijar a Stella Maris,
la virgen de los pescadores, al fin de una escarpada escalera surcando la loma.
Paredes de piedra, techos de pizarra. Satisfecho, corona su obra con un pequeño
salón vidriado donde retumba el rumor del mar y, agotado, como Dios el séptimo
día, se sienta en un pequeño muro a contemplar su obra.
Estoy en el jardín de invierno que no sé por
qué se llama así si a esta casa solo venimos en verano jugando con el pequeño
constructor que me regaló papá y como
ayer terminé el último modelo que es el treinta y cinco ahora me toca empezar
de nuevo pongo las cuatro columnas número uno en cuatro agujeros de la base
A deslizo por las ranuras una puerta y
tres paños ciegos rojos y encima tres ventanas y fijo todo con una plantilla
con cuatro agujeros y arriba pongo el techo y por el hueco de la puerta meto la
cama grande y una chica porque más no entra y después la mamá y el papá y un
nene en la cama grande y los otros dos amontonados en la chica Guillermo dice
que soy un marica pero él no entiende mamá sí por eso me compró los muebles y
los muñecos no entiende que yo no juego con los muñecos yo les hago casas y
como ya terminé el modelo uno ahora me toca el dos que también tiene un solo
cuarto pero más grande por eso entran tres camas y Alicia duerme sola y cuando papá
me compre el otro pequeño constructor que me prometió voy a juntar las dos bases para construir un
modelo gigante que de un lado va a tener dos pisos y del otro tres así le pongo
distintos techos y además le voy a hacer un jardín de invierno con los paños
transparentes que el abuelo me fabricó con el celuloide de los cuellos de las
camisas y le voy a hacer una torre como la de la quinta y un balcón con
balaustrada como el de amenábar y un garaje como el de los abuelos porque si hay algo en la vida que
me encanta son las casas.
Estoy por el modelo tres cuando viene papá y me ofrece querés acompañarme
a la rotisería y yo le digo que sí y dejo el techo sin poner porque vamos para
que la abuela no cocine que el mar nos da mucha hambre y a mí me gusta caminar
por la calle con él que me lleva del hombro y me gusta la rotisería con tantos
olores qué querés me pregunta papá y yo le contesto ensalada rusa y él me dice
siempre pedís y después sobra y me lo dice serio y me arrepiento mejor no
compres pero la señora ya llenó el pote para colmo el más grande y yo le digo te
prometo papá hoy me la como toda.
La abuela me sirvió también matambre que ya me
lo comí y me falta un poco de ensalada y cargo dos cucharas y la termino quién
quiere más pregunta la abuela y como
nadie contesta y queda más de la mitad
digo yo y me sirve un poco y la trago como puedo pero sigue quedando y
vuelve a ofrecer y papá me mira y yo digo servíme y me la sirve toda y me duele
la panza y papá dice al fin una vez que la ensalada se termina y sigue
charlando con Alicia y me dan arcadas por
eso pido permiso y me levanto de la mesa y voy al baño corriendo y cuento
unodostres y abro la puerta y la cierro y me arrodillo y levanto la tapa y
vomito qué suerte que llegué.
Los pescadores aficionados lo observan con más
inquietud que sorpresa. Francisco se sabe de más pero persiste y deambula entre
líneas y cajas con anzuelos. Hasta que el rencor contenido en las miradas lo
arroja de nuevo a la arena. Francisco camina, reflexiona y camina. Sus
recuerdos son dinámicos, como escenas de cine. Acuden y escapan, ingobernables,
inasibles en su fluidez. Él necesitaría perpetuarlos, convertirlos en fotos
capaces de retener olores, temperaturas, sonidos. La red se va cerrando, al
menos ya conoce a los protagonistas. Germán y ahora Laura. Claudia se va a sorprender pero después piensa que quizás a ella ya
no le interese escucharlo. Más aun, descubre que el tiempo que les está siendo
concedido es demasiado escaso para contaminarlo con algo distinto del urgente
presente. De pronto apenado, desiste de la playa y busca una confitería.
Estoy en el jardín de invierno tirado en el
piso escribiendo querida mamá hoy fuimos a la playa y de repente me llega la
voz de papá que está hablando fuerte por teléfono no Laura no vengas ya te lo
he dicho mil veces cuando veraneo con mis hijos quiero estar solo con ellos no
te aflijas te quiero tanto como siempre pero en esto soy inflexible nos veremos
pronto un beso sí yo también te extraño y se ve que corta porque no lo escucho
más y sigo escribiendo me metí en el mar y de pronto papá entra y me pregunta
qué estás haciendo y yo le digo estoy pensando que esta casa es muy grande y
sobra mucho espacio y que a mí no me molesta que nos vengan a visitar.
Francisco miró el ticket, dejó el dinero sobre
la mesa y salió. Subió al auto y creyendo que no sabía adónde se dirigía,
arrancó. Minutos después estacionaba frente al hotel del congreso. Entraban y
salían hombres de traje, mujeres
acicaladas. Luego de media hora la vio descender la escalinata, charlando
animadamente con un señor muy elegante. Francisco entró en pánico. Un desastre
que ella lo descubriera. Un bochorno un
quemo un papelón. Puso primera y
apretó a fondo el acelerador.
Estoy en el muelle pescando con papá y con Guillermo
ellos pescan porque yo no saco nada y me da rabia y me da vergüenza pobre papá
que me compró el equipo y de pronto papá dice habría que ir volviendo entonces
Guillermo avisa yo me voy a nadar un rato y desaparece y enseguida siento un
tirón muy fuerte en mi caña y papá grita Francisco pican y yo tiro con fuerza y
él me ayuda y saco un pescado enorme y lo apoyo sobre el pasto pero mi pescado
no se retuerce como los de ellos me parece que pesqué un pez muerto y justo
llega Guillermo chorreando y le muestro mi pescado y él le saca el anzuelo y me
dice enano sos un campeón estoy muy orgulloso de vos entonces papá repite
vayamos volviendo y cuando meto mi pescado en el balde con agua y hielo busco
el primero que pescó Guillermo para compararlos
pero no lo encuentro y tu pescado grande le pregunto y él me contesta se
lo regalé a un señor.
Llegó hasta Miramar, comió un sándwich en un
bar, dio una vuelta por el vivero, tomó un café en otro, cargó nafta y agarró
la misma ruta pero en sentido contrario. La ciudad de los niños
Guillermo dice le voy a dar tu pescado a la
abuela para que lo cocine porque es el mejor y el sol está cayendo y vamos los
tres caminando con las cañas. Papá me lleva del hombro.
Descubrió, azorado, que durante todo el día
había obviado la existencia de los suyos. ¿Podría vivir sin ellos? se
encontró pensando. En cuanto llegara a Mar del Plata les compraría alfajores. Apretó aún más fuerte el
acelerador.
Estoy en un remis con Guillermo yendo a la casa
de papá y bajamos y la puerta está cerrada y entonces le pregunto cómo vamos a
entrar y él dice hay portero eléctrico yo no sabía que existían robots que
abrían las puertas y Guillermo toca un botón que no es un timbre y al rato hay
un ruido de chicharra y yo le preguntó qué pasó
y él me contesta tarado es el portero eléctrico se ve que el robot
trabaja desde arriba y Guillermo empuja la puerta y cuando entramos al ascensor
me dice no le hables a esa.
Ya anochecía y Claudia no lo había llamado.
Ella estaba en su medio. Como pez en el agua. Todo lo demás venía
después, Francisco incluido. Quizás hasta Rocío pensó y se sintió
ridículamente asociado a esa criatura que no conocía y que, más allá del
dormitorio y los peluches, parecía no existir. Su necesidad de Claudia era, en
ese momento, primitiva. Más allá de sus sentidos, visceral. Le costaba
respirar. Crisis de abstinencia. No podía seguir en el auto
indefinidamente. No tengo un lugar reconoció lo único que garantiza
mi existencia es el roce de su piel y pensó que por fortuna su mente no
podía ser leída. Cursi era poco, kitsch. Se le cruzó la imagen de
Horacio. Insoportable imaginar que su amigo pudiera descubrirlo en esas
circunstancias. Para protegerse obvió a Valeria de sus divagaciones y prefirió
olvidar que tenía hijos. Como el hambriento para el cual el universo es un pan gigantesco, para Francisco, en ese
instante, el mundo era Claudia, la carencia de Claudia. Se arrimó al cordón
pero luego de unos minutos de sentirse peor, puso en marcha el motor. Un
inmensurable tiempo después sonó el móvil. Si no hubiera estado preocupado
desde antes habría comenzado a estarlo porque su taquicardia llegó como un
látigo, feroz. Hace una hora que estoy en el hotel, ¿ya cenaste? En un
instante su percepción del mundo cambió. Recordó la muñeca de Luciana, un botón
en la cabeza permitía girarle la cara. Del llanto a la risa. La voz de Claudia es el botón. Francisco
maneja con la sonrisa puesta. Va a verla. Como un niño de cuarto B obedece a la
señorita Susana y recita hoy los cielos y la tierra me sonríen, hoy llega
hasta el fondo de mi alma el sol, hoy la he visto, la he visto y me ha mirado,
hoy creo en Dios.
Guillermo toca el timbre y no abre el robot
abre papá y nos da un beso y dice pasen
y hay una señora que se acerca y papá le dice Laura estos son mis muchachos
Guillermo y Francisco y nos va señalando y esa dice se te parecen pero son más lindos
y se ríen los dos yo la conozco me parece que en algún lado la vi es mala pero
linda y joven más joven que mamá pero mamá es más linda y esa me da un beso y
me dice hola pero yo no digo nada entonces nos sentamos a comer y esa cocinó
canelones seguro que de acelga y los pruebo y son de carne y están ricos pero
como los de mamá no hay y esa me pregunta a qué grado vas y yo no le contesto y
papá dice Francisco qué te pasa y está serio y yo lo miro a Guillermo que baja
un poco el mentón entonces le contesto a segundo y esa sigue me contaron que
sos muy inteligente y que te va muy bien es cierto y yo levanto los hombros y
entonces esa le pregunta a Guillermo a vos te gusta mucho el fútbol ¿no? y él
sí que le contesta me encanta y esa sigue averiguando de qué cuadro sos de boca como papá dice Guillermo siempre
vamos a la cancha y vos también vas pregunta esa y niego con la cabeza y me
pregunta por qué y levanto los hombros y papá dice yo lo invito pero nunca
quiere y esa menea la cabeza y recoge
los platos y papá la ayuda qué raro entonces Guillermo me dice al oído sos
idiota parecés una momia y yo no entiendo y le digo me dijiste que no hablara y
él me explica pero no tenés que exagerar y justo vuelven con el postre que es
helado y esa me pregunta de qué querés y yo lo miro a Guillermo que me hace una
seña entonces digo chocolate y vuelve a preguntarme de algo más y yo lo miro de
nuevo a Guillermo y al rato contesto frutilla y papá dice Francisco qué te pasa y está muy enojado y
ella dice dale tiempo y Guillermo sonríe
y de repente me agarran náuseas y pido
permiso y pregunto dónde está el baño y me dicen y voy contando rápido y por
suerte aguanto y me arrodillo frente al inodoro y trato de no salpicar. Los
canelones de mamá nunca me caen mal.
Francisco regresa del baño. Mirá el reloj, las
cuatro de la mañana. Con la luz de la luna que se cuela por la ventana puede
ver a Claudia durmiendo hecha un ovillo. Se reacomoda a su lado. La tapa con
las cobijas y le acaricia el cabello con el dorso de la mano. Ella hace un leve
movimiento pero no llega a despertarse. Francisco se incorpora y, apoyado sobre
el codo, la contempla. La boca
entreabierta, la piel desnuda y tibia, el olor del amor. Paradójicamente se absuelve no soy infiel. El rey Salomón lo ha seccionado y cada una de sus
mitades pertenece a una mujer. Inferir que su amor por Claudia le quita algo al
que siente por Valeria es tan absurdo como suponer que querer a Tobi ha mermado
su devoción por los mayores. Se siente inmenso. La caja de las costillas
quintuplicando su tamaño para albergar todo el amor del mundo. Recuerda La
felicidad. Su estricta adolescencia no había podido menos que juzgar a ese
hombre que confesaba a su mujer que tenía una amante y que amaba a ambas. Ahora
puede comprenderlo. Claudia suspira y se aproxima aun más a él. Francisco le acaricia
el cabello. Ella sonríe entre sueños. Tal
vez el amor que su padre le ha profesado a Laura no le había sido robado a su
madre. Durante años lo ha juzgado con dureza. Quisiera desenterrarlo para
contarle lo que le está pasando y por primera vez se plantea la posibilidad de
no tener que renunciar a Claudia. Él tiene que ser capaz de explicarle a
Valeria que este nuevo amor lo ha transformado en un hombre mejor, más sabio,
capaz de amarla aún más que antes. Cierra los ojos. Utopías. Existe una única
realidad que son sus hijos. Cuál es el saldo de su propia infancia, qué cuotas
de disfrute y de sufrimiento soportó. Quizás las difíciles situaciones vividas
durante la niñez han nutrido su sensibilidad, su inteligencia. Quizás si no
hubiese atravesado cuanto le tocó no
podría querer a Claudia, a Valeria, a sus hijos, a sus hermanos, con ese amor
que de tanto le duele. Si modificar el pasado fuera posible, no cambiaría ni
una molécula de su infancia. La ama en
su brillo y en sus dolores. Añora su ser en estado puro. Su fidelidad
animal. Tan mal no lo habrían querido si pudieron despertar en él tamaña
capacidad de amar. Claudia abre apenas los ojos y se reacomoda. Francisco se
sumerge entre sus pechos.
Estoy en la mecedora sentado en los brazos de
mamá y escuchó su corazón muy fuerte. Se hamaca, se hamaca. Papá aparece en el
marco de la puerta con una valija y dice me voy. Mamá mira fijo la ventana y
papá repite ya me voy. Mamá sigue hamacándose. Papá se va. Intento bajarme pero
mamá me agarra fuerte y sigue hamacándonos y el pecho se le sacude y me sacude.
Para adelante para atrás.
Lo despertó el ruido de la ducha. Controló la
hora. Aunque era demasiado temprano se arriesgó a ser fastidioso. Discó. El tío
me enseño a saltar vallas con el caballo
el entusiasmo de Camilo dice que
soy un crack. Pasáme con Tobi pidió él. Yo también andé. La sonrisa de Francisco ¿mi muchacho
anduvo solito? En el fondo la voz de la nena no hagas con la
cabeza porque no te ve. Un sí
lleno de zetas. Luciana le
sacó el tubo ¿ya compraste la quinta? susurró. La sonrisa de Francisco se expandió. Al
cabo de un largo rato logró interrumpir la enmarañada cháchara mañana a la
noche los llamo, cuídense mucho, ah, me olvidaba pórtense mal que portarse bien
es muy aburrido Claudia regresó desnuda. Papi, ¡mirá si te escuchara
mamá!
¿Tenés alguna foto? preguntó ella untando el pan. Francisco buscó
la billetera. Iba a abrirla cuando, de pronto, se detuvo. Claudia lo pescó al
vuelo mostramela igual. Él dudó un segundo y luego se la tendió. Un
primer plano de los cinco, riéndose. Qué chicos preciosos, Tobi tiene tu
cara pero los dos mayores son idénticos a la madre, es muy linda tu mujer
los dedos de Claudia rozando los rostros de sus hijos. A Francisco le molestó.
Ella le devolvió la foto y él experimentó la aguda necesidad de escuchar la voz
de su mujer. Mi mujer. Tal vez Claudia podía, además, leerle el
pensamiento porque dijo quiero ir a un locutorio a hablar tranquila con
Rocío.
Eligen las cabinas más separadas. Francisco no
tiene suerte. Me levanté con muchas ganas de escucharte. Todavía estoy en
Mar del Plata. Recién hablé con los chicos, sonaban maravillosos. A la noche
intento llamarte de nuevo. Un beso demasiado grande. Claudia sale de
la cabina demudada. Ya en la calle explica Rocío está muy angustiada, dice
que el padre sale todo el día y que la deja sola, me pidió que fuera Claudia
hace una breve pausa, quizás intentando organizarse ¿podrás tomar un micro?,
necesito ir a buscarla ya mismo. Francisco no duda te acompaño y después regreso por mi
cuenta y ella se resiste no tiene ningún sentido, son como cien
kilómetros. Dejáme por una vez que yo haga algo por vos. Claudia lo
mira a los ojos y tremendamente seria dice gracias.
¿Querés que maneje yo? ofreció Francisco rozándole la mejilla. Ella
negó con la cabeza, tensa. Él supo que no debía hablar. Ya era noche cerrada y
la ruta 2 estaba vacía. Francisco miró hacia atrás. Por un instante la imagen
de Luciana se superpuso a la de Rocío. Imaginó a su hija rodeada por tíos,
primos, hermanos. La vida era caprichosa en la repartición de los dones. Pobres
y ricos, sanos y enfermos, felices y desgraciados, sin ninguna relación con los
méritos ni con pecados. Cuál sería la lógica de Dios cuya existencia media
humanidad sostenía. Francisco evaluó tal
vez estoy sobrestimando la potencia
del destino, Rocío lloraba en el asiento trasero porque sus padres
habían privilegiado sus necesidades
sobre las de ella. La indignación de Claudia había sido tan intensa que no
había podido evitar los gritos y las amenazas frente a esa criatura que solo
atinaba a decir basta, mamá, vamos. Francisco volvió a mirar hacia
atrás. La nena, ahora, dormía. Francisco se sacó el abrigo, se inclinó y, como
pudo, la tapó con su campera.
Estoy tapado con el saco de papá y pusieron la
radio suave y ya se me fueron las náuseas y estoy muy bien como si flotara
porque esa maneja parejito cuando de pronto pregunta Francisco siempre es tan
introvertido y papá contesta sí es bastante callado parece un gatito dice Laura
dan ganas de abrazarlo.
Mientras abría la puerta Francisco sintió frío
y recién entonces se percató de que no
tenía la campera. El auto se alejaba. Iba a llamarla cuando descubrió que no le convenía. La excusa
era perfecta: imprescindible volver pronto a verla. Cuando entró a su casa lo
golpeó el olor a nadie. Ni el olor del limpiamuebles, ni el de los chicos
recién bañados, ni el de la salsa, ni siquiera el de su loción para después de
afeitar. Las persianas cerradas, varios diarios bajo la puerta, la nota del
sifonero, las plantas secas. ¿Cuántos días había estado afuera?, ¿tantos como
para justificar tal retiro de la vida? Quizás
la felicidad es un globo que solo se mantiene inflado a fuerza de aliento.
Así lucía su casa: como un globo días después de un cumpleaños. A pesar del frío, abrió las ventanas, levantó
las cortinas, encendió todas las luces, regó las plantas, puso la radio,
correteó con Pepe. Recién entonces se sintió mejor. Como si la sobrevida de los
cinco dependiera del salvataje de la infraestructura que, por su descuido,
había estado en riesgo de desmoronarse. Fue a la cocina. Ni una cucharita fuera
de lugar. Sobre la mesada una nota señor le deje varias comidas preparadas. Abrió
el freezer. Las bandejas prolijamente rotuladas como exigía Valeria.
Eligió zapallitos rellenos, necesitaba
comida casera. Los calentó en el microondas y, como si Valeria lo estuviera
mirando, busco un individual y se puso la mesa. Reconfortado, cenó. Todavía
estaba a tiempo de salvar a sus hijos. Rocío en el asiento trasero era el
símbolo de su propia niñez. Su relación
con Claudia terminaría. Era un compromiso. Lavó los platos y se acostó.
Sí dice papá es el único de los tres que nunca
me dio un problema tiene un carácter
envidiable te miento si le recuerdo algún berrinche y a vos eso te parece
normal pregunta Laura este chico está sobreadaptado es imposible que con todo
lo que le tocó vivir no presente síntomas por suerte papá me defiende si hay
alguien que está bien en esta familia ese es Francisco te lo aseguro no le
busques la quinta pata al gato pero ella insiste te equivocás Augusto este
chico es humano y padece como cualquiera si fuera mi hijo lo haría tratar
conozco un especialista en niños excelente entonces papá le explica mirá Laura
yo respeto tu profesión pero te pido que la dejes dentro del consultorio sorteé
las dificultades que se me han ido presentando sin necesidad de adjudicarle a
alguien de afuera el derecho a juzgar mi transcurrir la vida hay que abarajarla
como viene y tratar de amigarse con lo que a uno le toca es lo que siempre he
hecho yo y lo que pretendo que aprendan a hacer mis hijos pero Laura lo
interrumpe y a vos no te importa que mientras tanto el chico sufra papá levanta
la voz mejor dejemos aquí esta conversación tanto que ya no se escucha la
radio. Laura me cae bien pero se
equivocó. Yo no sufro.
Lo despertó el teléfono. Soy yo, quería
avisarte que tu campera está a salvo. Él advirtió que ella había dicho soy
yo con naturalidad plena y tratando de reponerse le preguntó por la nena. En
cuanto llegamos revivió, acabo de
dejarla en el colegio; quiero agradecerte la compañía, me ayudó más de lo que
puedas suponer: le conté a Rocío que eras un amigo de hace muchísimos años; me
di cuenta de que le caíste bien y tratándose de ella no es poca cosa.
Francisco permaneció en silencio, una revolución por dentro. ¿Ya
desayunaste? preguntó ella.
Me bajo
del auto y papá me dice portáte mal que portarse bien es muy aburrido y tengo
miedo de tocar el timbre y que mamá aparezca antes de que el auto se vaya pero
por suerte Laura arranca rápido y mamá no la ve y después me pregunta por qué
llegaste tan tarde y yo le contesto porque fuimos a comer quiénes fueron quiere
saber papá Guillermo y digo yo al final
para que no me diga lo del burro entonces mamá pregunta y Alicia y yo le digo
se quedó en lo de los abuelos y me voy rápido para mi cuarto pero mamá me sigue
por qué no fue insiste y yo le digo porque no le gustaba adónde íbamos qué raro
comenta ella y entonces me pregunta a qué restaurante fueron y yo le contesto
no sé cómo se llama y mamá me pregunta qué comiste canelones le respondo pero
no eran tan ricos como los tuyos como los tuyos no hay ninguno y mamá dice este
Francisco y me da un beso.
Terminan sendas medialunas mientras los
propósitos de Francisco se van disolviendo como el azúcar en el café con
leche. Tenía hambre dice Claudia. Señal de que estás bien, el
hambre no convive con la desesperación. Ella deja la taza sobre el plato estoy
mejor porque ya tomé una resolución él, se pregunta, alarmado, si la
resolución lo incluirá cada vez que Rocío va a ver a su padre terminamos así
y después me lleva un par de semanas
recomponerla; si él quiere verla tendrá que molestarse; y si no viene, Rocío
aprenderá a prescindir de él. Francisco se indigna lo que estás diciendo
es durísimo, por malo que sea es el padre, Rocío lo necesita. Claudia es
categórica en estas condiciones, le hace más mal que bien, ya lo hablé con
ella y está de acuerdo. Francisco experimenta una impropia violencia Claudia,
es una criatura, no está en condiciones de resolver. Ella no está dispuesta
a reconocer su error Rocío es una nena muy madura y Francisco la
increpa durante días te dedicaste a criticar a quienes manejaron mi infancia
y ahora estás cometiendo los mismos errores; no puedo creerlo, vos, la analista
omnisciente, involucrando a tu hija en semejante decisión. Ella,
impertérrita, intenta calmarlo te
ruego que te comportes como una persona civilizada sin embargo solo
consigue enojarlo aun más. No puedo tolerar esta conversación sentencia
él que un instante después dejará
un billete sobre la mesa y se levantará.
Francisco subió al auto profundamente alterado,
incapaz de procesar lo que acaba de suceder. Dentro de él, despedazándolo, la
bronca, el deseo, el amor. Estaba cerca de su casa cuando, por fin, empezó a
entenderse. Estacionó donde pudo. Cerró los párpados, y se recostó contra el
asiento.
Un incalculable tiempo después, abrió los ojos.
Tuvo la cabal certeza de que esa escena lo constituía. Diáfana, cristalina,
transparente y dura. Un antes y un después. Subió a su boca la bilis del
rencor. Alicia lo había arrojado irreversiblemente hacia la condena del libre
albedrío. Nunca se lo perdonaría. Un par de bocinazos lo arrancaron de su
angustia. Estaba frente a un garaje. No tuvo otra opción que arrancar.
Cuando entró, el teléfono sonaba con
insistencia. Se apresuró a atender. ¿Se puede saber qué te pasó? Él recordó la confitería y a Rocío y dijo preferiría hablar en otro momento, te
llamo luego. La voz de ella es dura creo que te tomaste demasiado en
serio el protagonismo, ¿no te parece que en este momento mis necesidades
deberían ser prioritarias? Claudia estaba accionando sobre su punto débil.
No en vano se había desnudado, en presente y en pasado, en cuerpo y alma,
frente a ella. Dáme tiempo pidió Francisco. No obstante, media hora
después sonaba el timbre. ¿Puedo pasar? Y como él se quedó en el marco
de la puerta bloqueando la entrada ella agregó por lo visto, no; parece que
mi presencia contamina tu casto hogar. Francisco la desconoció, qué había
quedado de su hierática analista. Prefiero que vayamos a tomar un café atinó a decir.
Casualmente conocés un lugar encantador que queda a mil cuadras de aquí. Está
descontrolada pensó Francisco, incrédulo, y dijo Claudia sin saber
cómo seguir.
Él espera a que el mozo se retire antes de
decir lamento lo que pasó pero las situaciones que está atravesando tu hija
me retrotraen a mi infancia ella lo mira, dolida me gustaría que el daño que me hicieron sirviera
al menos para evitar que sigan lastimando a Rocío. Claudia se toma unos segundos y luego dice no
es fácil asumir la responsabilidad total; cómo saber si lo que estoy eligiendo
para ella con la mejor de las intenciones redundará en su beneficio o en su
perjuicio. Nada será peor que obligarla a que decida entre su mamá o su papá afirma él, tajante. La mirada de ella se hace punzante
y recuperando su tono de analista inquiere ¿recordaste algo más? Él
asiente y ella reclama contame. Él calla y ella lo observa en silencio,
sin insistir, solo esperando; sabe que es la dueña de su pasado, le
corresponde, se lo ha ganado en legítimo derecho. Un largo rato después él
empieza a contarle que está en la silla y los pies no le llegan al suelo y los
ojos se le llenan de lágrimas y Claudia llama al mozo que se acerca cuando las
lágrimas empiezan a caer y se retira
cuando Francisco, tapándose la cara con las manos, intenta en vano ocultar los
sollozos y Claudia entonces lo toma del brazo, instándolo a incorporarse. Luego
lo conduce como a un autómata hasta el auto que ella manejará rumbo al
consultorio.
Acostado en el diván Francisco llora mansamente.
Él sabe que ella no se acercará. Cuando un incalculable tiempo después las
lágrimas deciden interrumpirse él le
cuenta que está en la silla y que Alicia le pregunta y que él no le contesta y
que mientras Alicia lo sigue mirando él empieza a mermar en la silla porque
sabe que la única posibilidad de salir indemne de esa es desaparecer y cuando
él ya es un punto un granito de arena los labios de Alicia amagan con moverse y él quisiera sellarlos ahorcándola
si fuera necesario y en su feroz impotencia pide ayuda que suene el timbre que
se corte la luz que haya un incendio y entren los bomberos atronando con su
sirena así ella se asusta y se va y lo deja
pero no pasa nada y cuando los labios de Alicia ya se abren y él está
perdido porque no puede salvarlo ni superman escucha una voz que dice lo que
estás haciendo está muy mal y él cree que es santa maría madre de Dios que
lo reta porque tuvo los malos pensamientos y las ganas de ahorcarla y la voz
sigue Francisco es chiquito y no puede decidir estás equivocada porque vos
también sos demasiado chica y vos también estás sufriendo; si lo querés tanto
agarrálo y llevátelo pero no le preguntes. La angustia de Francisco va
cediendo. Claudia la retó a Alicia y él ya no tiene tanta rabia. A lo mejor
hasta puede perdonarla.
Claudia se quedó en el consultorio y él tomó un
taxi hacia el estudio. En cuando llegó miró la agenda. Tantas cosas por
resolver. Levantó el tubo y discó.
Atendió Luciana que empezó a darle la lata hasta que Carolina le sustrajo el
tubo. La experiencia aun mejor de lo calculado; el regreso, por motivos
laborales, adelantado. La noticia le generó sentimientos enfrentados. La
alegría de ver pronto a los chicos, la contrariedad ante el fin de su
independencia. La primera llamada fue a Carmen. Mañana a la tarde regresan
los chicos; por favor prepare milanesas y déjeme papas cortadas. La segunda
a su mujer. Pese a las buenas noticias, Valeria tenía mala voz y él no tuvo
fuerzas para inquirir sobre los motivos. Cortó con la culpa incrementada. La
tercera llamada fue a Claudia. Los tiempos se acortaban. Lo atendió el
contestador. Francisco miró el reloj, fastidiado. Mario.
Francisco pasá dice Alicia. Está sentada ante
su escritorio y señala la silla de enfrente. Me siento contra el respaldo, las
manos sobre el asiento, los pies no me llegan al suelo. Yo me voy a vivir con
papá a lo de los abuelos dice y vos
tenés que elegir si te quedás acá o si venís conmigo. Muevo las piernas para
adelante para atrás. Estoy esperando tu respuesta. Las muevo un poco más y
después le pregunto qué va a hacer Guillermo. No importa lo que haga él dice
tenés que tomar tu propia decisión. Pienso en qué puede haber pensado
Guillermo: papá, los abuelos, el cine, acostarse tarde, faltar al colegio
entonces entusiasmado digo yo también voy. Estás seguro me pregunta mirá que a
vos bien que te gusta hacer mimos con mamá. Yo no sabía que estaba mal hacer
mimos y me callo la boca a lo mejor es porque ya crecí. Escribe mucho en una
hoja y después la da vuelta y arriba de todo dice mamá con dos puntitos y
Alicia me indica firma aquí. Me paro y dibujo mi nombre letra a letra en cursiva
porque ya aprendí. Mamá se va a poner contenta.
Rojo,
azul, verde, amarillo, negro y marrón. Francisco sale del estudio. Por un momento fantasea pasar por el
despacho de Alicia. Con qué sentido. No está en condiciones de soportar burlas
ni rechazos. Busca un adjetivo que lo califique. Abatido es insuficiente.
Aplanado. Hundido. A lo mejor mamá
nunca se dio cuenta trata de consolarse.
Evoca episodios vividos con Valeria, con sus hijos, con amigos.
Infinidad de decepciones, de pequeñas tragedias cotidianas van cambiando de
lugar en su escala de apreciación a medida que desfilan. El jueguito de té de
porcelana de cuando ella era chica que su madre le está entregando a Luciana y
que al cambiar de manos cae al piso, estrellándose y arrancando gritos a nieta
y abuela, trepa, finalmente, al primer puesto. De los doce hasta acá. Porque
nada siquiera se arrima a la infinita compasión que le generan esos seis
lápices. Pobrecita mi mamá.
Está parado en la esquina, incapaz de decidir
el rumbo de sus pasos. Hasta que recuerda que mañana llegan los chicos. Esboza
una sonrisa. Busca una juguetería.
Estoy jugando a la casita robada con la abuela
y justo cuando me agarro un pozo gordísimo suena el teléfono papá va a atender
y después vuelve y dice muy serio Francisco vení la abuela lo mira y levanta
las cejas y después dice yo cuento los puntos me parece que ganaste entonces
dejo las cartas sobre la mesa y lo sigo hasta su escritorio y nos sentamos y
papá me dice Francisco el juez y yo no sé qué será un juez decidió que debés
volver con tu madre yo pienso qué macana
justo ayer le di mi teléfono nuevo a Enrique y después le pregunto por
Guillermo y Alicia y papá me explica el juez determinó que ellos se pueden
quedar porque son más grandes y cuándo me tengo que ir pregunto y él me
contesta hoy mismo y a mí me dan ganas de llorar pero pocas porque pienso que es mejor ya me daba un poco
de pena por mamá. Y además por aquí no pasa el tranvía.
Salió de la juguetería con tres paquetes. Entró
a su casa, distribuyó sobre las camas los regalos y luego bajó. Era exótico
estar solo en esa casa siempre poblada de voces, de gritos, del bullicio
provocado por células que se reproducían a un ritmo vertiginoso generando,
diariamente, centímetros, gramos, destrezas. Fue hasta la cocina, abrió el
freezer y esta vez eligió canelones; estaban ricos pero ninguno como los
tuyos. Sonó el teléfono. Rocío fue a cenar a lo de una amiga, ¿te paso a
buscar y comemos algo? Él, obviando los canelones, aceptó de inmediato. Porque deberían despedirse
Papá
hace detener el remis bajamos y me ofrece elegí lo que quieras y yo enseguida
agarro una caja de lápices carandache de doce y los acerco a mi cara y los
huelo pero papá me los saca de la mano y los devuelve a su lugar y le dice a la
vendedora déme una caja de treinta y seis y yo no puedo creerlo nadie en el
mundo tiene una caja de carandache de treinta y seis y quiero que sea mañana
para llevarla a la escuela y la señora me entrega un paquete adentro de una
bolsa después subimos al auto y viajamos callados y yo huelo la bolsa y la
aprieto hasta que llegamos.
Mientras la esperaba en la esquina registró que
la noche era espectacular. El cielo, un mar de estrellas. Su cuerpo, solo un
envase para el deseo de verla. Cuando descubrió el auto, acercándose, sonrió a
solas, absurdamente feliz. Al subirse, el aroma terminó de cerrar el lazo.
Recién con Claudia se había percatado del poder que ejercían sobre él los
perfumes. De la pituitaria directo a los testículos.
Julio me tiende la mano para ayudarme a bajar y
después saca la valija del baúl y la deja a mi lado y papá también baja qué
raro y toca el timbre y después se agacha para quedar a mi altura y me abraza
fuerte me parece que así nunca me abrazó pero yo no puedo abrazarlo porque
tengo la bolsa entonces me dice el domingo te vengo a buscar y se mete en el
coche y yo me quedo parado frente a la puerta con la valija al lado y la bolsa
en la mano hasta que abre mamá justo cuando el auto arranca.
El tenedor de Francisco detuvo su trayecto. ¿Qué
te pasa? inquirió ella, preocupada. Te miro dijo él. Claudia,
automáticamente, se pasó las manos por el cabello ¿tengo algo? Él
contestó todo lo que me gusta y supo que, al menos por hoy, era absurdo
plantearse prescindir de ella.
Mamá se agacha y me abraza y dice gracias a
Dios pero yo no puedo abrazarla porque tengo la bolsa el corazón le late fuerte
y me parece que llora pero no me fijo y después se para y agarra mi valija
porque yo llevo la bolsa y le digo después te muestro lo que me compró papá y
entramos juntos y sobre la mesa del comedor hay un paquete.
No quiso que ella lo llevara hasta su casa.
Precisaba caminar. A medida que se iban develando los misterios la sensación
era contradictoria. Por una parte el alivio de contar con certezas; por otra, una
suerte de vacío. Al delinearse cada imagen, otra era anulada. En eso estribaba
la maravilla de saberse ante el principio de una historia. Capítulo cero,
símbolo de la máxima energía potencial. Instante en el que todo era posible. Luego lo pluripotencial se iba diluyendo,
transformándose como lo indicaban las leyes de una física remotamente
aprendida, en energía cinética, incapaz de volver para atrás. Recordó la
emoción experimentada en el momento mágico y fugaz en que un hijo brotaba de
Valeria. Segundos después conocer el sexo eliminaba la existencia del
contrario; el cabello rubio al negro.
Es para vos dice mamá desde la cocina y yo abro
el paquete y es una caja de carandache de seis entonces pateó mi bolsa debajo del aparador rápido
porque mamá entra y yo le digo muchas gracias era lo que yo más quería y ahora
sí la abrazo fuerte y nunca tuve tanta pena
y ella me aprieta y me pregunta qué te compró tu padre y yo le contesto
un autito y después le cuento que soy tan distraído que me lo olvidé allá.
En cuanto abrió la puerta, Pepe lo percibió,
reclamándolo. Le hizo un par de caricias y le dio de comer. Después se sacó los
zapatos y se arrellanó en el sillón del living. Para apagar su cabeza encendió
el televisor. Una película épica en blanco y negro. Rojo, azul, verde, amarillo, negro y marrón
No te olvides de
pedirle el dinero a tu padre me dice mamá mientras me besa el martes vence la
luz y no tengo un peso y yo le contesto sí mamá y me subo al remis y Julio hace
su recorrido de siempre las masas del
molino la frutería la rotisería los bombones de liondor las flores para la
abuela. A la tarde papá nos lleva al cine a los tres y vemos benur que
mucho no entiendo porque los carteles pasan muy rápido y casi no puedo leerlos
y cuando salimos vamos a cenar a la emiliana y yo miro el menú y papá me dice comé lo que
quieras y me fijo en la columna de los
precios y veo que cada plato cuesta más
que el buzo que necesito para gimnasia y después el mozo nos trae unos bifes
increíbles y una parva gigante de papas fritas y yo me pregunto qué estará
comiendo mamá en la heladera no había casi nada y los tres hablan mucho
mientras picotean las papas y yo estoy esperando a quedarme solo con papá
porque todavía no le pedí la plata hasta que el mozo pregunta y de postre y
Guillermo pide un panqueque de manzana que después compartimos y papá y Alicia
no y toman café bien cargado y cuando lo
terminan papá paga y salimos y yo pienso que capaz que dejamos primero a los
chicos pero papá le dice a Julio tome lacroze y yo me digo se la tengo que
pedir se la tengo que pedir pero no me animo y además me duele la panza seguro
que por el panqueque aunque mucho no comí y el auto va muy rápido porque
llegamos demasiado pronto y cuando Julio estaciona yo digo de un tirón mamá me
dijo si le podés dar el dinero y Alicia protesta todavía no es principio de mes
y yo le explico es que vence la luz y ella dice eso le pasa porque siempre
gasta sin calcular entonces papá dice me lo hubieses pedido antes no tengo
efectivo encima y yo insisto pero la luz vence el martes entonces él me dice
avisále a tu madre que mañana le mando el dinero con Julio y Alicia dice papá
no es tu problema dejála que se arregle sola o que se lo pida a otro y yo abro
la puerta y me bajo pero papá me dice Francisco no me saludaste y yo me acerco
y le doy un beso a través de la ventanilla abierta y Alicia pregunta para mí no
hay nada pero yo solo levanto la mano y me voy y toco el timbre y cuando el
auto arranca mamá abre y me dice cómo te fue y se inclina y me besa y yo le cuento bien fuimos al cine y a cenar y
ella me pregunta tu padre te dio el dinero y yo no tengo más remedio que
contestarle mañana te lo manda porque hoy no tenía entonces mamá dice más
fuerte qué llamativo porque para el cine y el restaurante sí que tenía y yo
trato de disculparlo lo que pasa es que yo se lo pedí después y mamá me reta
Francisco te dije que se lo pidieras en cuanto llegaras ahora no sé qué vamos a
hacer entonces me da rabia y le digo pedíle a Germán y mientras me vienen las
lágrimas corro hasta mi cuarto y mamá me llama Francisco y yo cierro la puerta
y me tiro sobre la cama pero mamá la abre y entra y se sienta en la cama y me
acaricia la cabeza y dice pobrecito mi Francisco y aunque no quiero llorar no
me aguanto y se me sacude la panza y se me revuelve hasta que de repente me
ilumino y me siento y le ofrezco mamá yo tengo bastante plata adentro del
chancho entonces ella me tranquiliza no te preocupes y me revuelve el pelo y dice Francisco sos mi
sol no se qué haría sin vos
Al abrirse las puertas de la camioneta, los
chicos se abalanzaron como los perros al recobrar la libertad. Luciana y Tobi
corrieron a abrazarlo. Camilo, quizás por la presencia de sus primos, espero a
que él, con los otros dos colgados de las piernas, se acercara. Francisco
recibió el equipaje que le tendían y luego de saludos varios entre cuñados y
sobrinos, tíos y primos, los chicos entraron y se precipitaron a sus cuartos.
Mientras Francisco subía le llegó la voz de Camilo justo el tomo que me
faltaba. Luciana, en su cuarto, sentada en el piso, seleccionaba los bordes
del rompecabezas como él le había enseñado. Tobi, en el suyo, luchaba con el
paquete. Francisco lo ayudó a desenvolverlo y se sentó sobre la alfombra, a
jugar con los bloques. Camilo, entrando, reclamó papá, estoy muerto de
hambre. Francisco, pese a las protestas de Tobi, se levantó y se encaminó
hacia la cocina. Cuando lo vio pasar Luciana gritó papi, yo te ayudo.
Estoy debajo de la cama de mamá y esta es mi trinchera tengo la escopeta
y traje la cantimplora por si me agarra sed desde aquí veo los pies de los
enemigos cuando pasan les tiro y si acierto caen y como puse el silenciador no
me escuchan se acercan unos zapatos negros de hombre y unas sandalias de mujer
y cierran la puerta y las sandalias se acuestan justo arriba mío y los zapatos
se sientan a su lado y le dicen querida no te preocupes ya se le va a pasar pero las sandalias
contestan vos no lo conocés cuando se enoja es tremendo y la puerta se abre de
golpe y se acercan zapatillas pampero azules gritando te dije que te fueras de
esta casa. Mamá se para primero y Germán se para después y dice no te parece
que sos demasiado chico para darme órdenes pero Guillermo le responde casi tan
chico como vos y mamá ordena basta Guillermo y él dice claro en lugar de
defender a tu hijo defendés a tu amante entonces mamá ruega por favor y Germán
dice no hagas sufrir a tu madre pero Guillermo le responde ella es la única que
nos hace sufrir a todos y Germán lo reta no le faltes el respeto y Guillermo
grita de qué respeto me hablás y me parece que se le tira encima porque escucho
el forcejeo y creo que le está pegando porque yo conozco la respiración de
Guillermo cuando pega entonces Germán lo amenaza no me provoqués porque voy a
terminar trompeándote y mamá sigue gritando por favor por favor y ahora se
acercan unos mocasines marrones y es Alicia que grita están todos locos y los
ruidos paran de golpe y Alicia dice tranquilizáte Guillermo así no lo vamos a
resolver y se ve que lo agarra porque esos dos pares de pies se separan del
resto entonces mamá dice gracias a Dios pero Alicia le aclara esto no va a
terminar acá y escucho el portazo y mamá se tira sobre la cama y llora a los
gritos por qué no lo pueden aceptar y él le dice tené paciencia es cuestión de
tiempo y se sienta a su lado y yo no sé qué hacer para salir de acá si se
agachan y me descubren estoy perdido y tiemblo y sudo y me pica todo y tengo
miedo de estornudar. Jugar a la guerra es muy peligroso.
Estaban terminando de cenar cuando el teléfono
de Francisco sonó. Él se levantó a atender ¿cómo llegaron los chicos?
Después te llamo fue él tajante.
Volvió a la mesa perturbado. ¿Quién era? preguntó Luciana. Una
clienta contestó él. ¿A esta hora?
Él se inquietó creo que mi Lulú es demasiado pequeña para meterse
en mi trabajo. La nena exclamó orgullosa ¡tengo nueve! Sí, ya lo sé,
pero me parece que hay cosas para las que son muy pocos. El comentario de
su hija lo dejó de una pieza y a mí me parece que no me querés contar quién
te llamó. Levantaron la mesa entre
todos. Los chicos estaban comiendo los helados de palito cuando Luciana
inquirió y vos, papi, ¿qué hiciste? Qué les parece si la llamamos a mamá
intentó él distraerla. ¡Sí! exclamó Camilo así estamos de nuevo los
cinco juntos. ¡Yo disco! se le adelantó Luciana. ¡Mamá! dijo Tobi y amenazó
con un puchero. Francisco lo alzó y lo abrazó fuerte. Con el tubo en la oreja
Luciana preguntó ¿cómo se llamaba esa clienta?
Una hora después consiguió que los chicos,
protestando, se acostaran. Francisco, después de una ducha, se dirigió a su
cuarto. Cerró la puerta. Había quedado en comunicarse y no tenía ganas. El
llamado de Claudia lo había fastidiado. Cada vez eran más las cosas que
escapaban de su control. Los cinco juntos había dicho Camilo. Solo de él
dependía. Se tiró en la cama y discó.
Arquitecto, teléfono. La madre de Carmen se había descompuesto y
necesitaba irse. Tobi durmiendo la siesta. Dio un par de indicaciones a una
Marcela que lo miraba con cara de disgusto y partió para su casa. Tendría que
suspender el encuentro con Claudia. Carmen lo esperaba con la cartera colgada. Cuando
volverá Valeria se encontró pensando Francisco. Buscó el teléfono. Claudia
no estaba ni en su casa ni en el estudio ni atendía el móvil. Miró el reloj:
las dos y cuarto. Insistió cada cinco minutos. Inútil. Acarició la cabecita de
Tobi que, ante el contacto, abrió los ojos, sonriendo. Lo alzó, lo llevó al
baño, le lavó la cara y lo vistió a las apuradas. Antes de partir insistió con
el teléfono sin resultado. Cuando metió al nene en el asientito del auto se le atrancó
una pierna. Francisco forcejeó con impaciencia pese a las quejas de Tobi.
Arrancó sin calentar siquiera el motor y manejó demasiado rápido. Estacionó.
Con el nene cargado recorrió las mesas. Claudia todavía no había llegado.
Salió. Para entretenerlo le compró un helado que Tobi empezó a lamer muy
contento, parado en la vereda. Francisco transpiraba. Cinco minutos después de lo pactado la vio
acercarse, sonriendo, sonrisa que se esfumó en cuanto descubrió al nene. Carmen
tuvo que irse, no pude avisarte se justificó él, momento en el que Tobi
apartó la vista de su helado y la miró. Ella estiró la mano para acariciarle el cabello pero congeló el
gesto. Hablamos luego dijo, giró sobre sí misma y se alejó. ¡Claudia!
la llamó venciendo a duras penas el impulso de seguirla. Ella se dio
vuelta, levantó una mano y le sonrió. Luego siguió caminando. Francisco podía
escuchar el retumbe entre sus costillas. Miró a Tobi: era una sola mancha. Sacó
un pañuelo de su bolsillo y lo limpió como pudo. Caminó con el nene cargado
hasta el coche mientras pensaba qué decirle pero como no se le ocurrió nada
obvió la explicación. Lo acomodó en el auto. Cuando estaban por llegar a su
casa, Francisco se percató de que ya era el horario de la escuela. En el primer
semáforo rectificó el rumbo. Con el coche en doble fila los vio salir. Primero
Luciana, las trenzas rubias torcidas; después Camilo, las rodillas sucias,
revoleando la mochila. Subieron al auto a los empujones. Y a este, ¿qué le
pasó? preguntó Luciana con la nariz junto a las manchas son de
chocolate, ¿qué le compraste? Francisco se encontró agradeciendo el mutismo
de Tobi que tanto lo preocupaba lo llevé a tomar un helado. ¿Adónde? A Japón
contestó
porque odiaba mentir. Yo también quiero aprovechó Luciana la volada. A
vos te llevaré a China puso el auto en marcha preparando los motores,
despegando, listo, ya. Yo quiero un cucurucho bañado se anotó
Camilo. De cocholate agregó Tobi. El corazón de Francisco dio un vuelco.
Papi, te equivocaste comentó Luciana un par de cuadras después con
esta remera hace conjunto el pantalón de cuadritos. Horacio tenía razón, las nenas no existían. Desde la cuna,
mujeres en miniatura.
Abrió la puerta y los chicos entraron,
empujándose. La luz del atardecer se colaba por las ventanas. Se encontró
mirando su casa, palpándola como si no la conociera. Había elegido cada mueble,
cada adorno, cada almohadón, cada color como si de su acierto dependiera la
felicidad de la familia. Desde el jardín llegaron los ladridos de Pepe. No
faltaba nada, casi un estereotipo. Levantó del piso la campera de Camilo y miró
el contestador. Titilaba. Señor, mi mamá está mejor, no se preocupe que
mañana a las siete estoy por allí. Francisco, habla Horacio, hace días que
intento comunicarme, ¿qué te pasa que andás tan perdido? Nunca los
encuentro, ¿por dónde andan picarones?; los quiero y los extraño mucho;
llámenme. Yo disco declaró la nena tirando la mochila y
precipitándose sobre el tubo ya me sé el número. Francisco fue al
dormitorio a sacarse los zapatos. Luciana, desde abajo, lo reclamó ¿dónde te
metiste?, mamá quiere hablar con vos. Bajó la escalera descalzo, no tenía
más remedio que atender. Hola, mi amor, ¿cómo estás? inició la
conversación. Al rato decía quedáte tranquila nos arreglamos lo más bien pero sobre el pucho consideró necesario
agregar ojo que igual nos hacés falta. Cortó y se sentó en
el sofá, transpiraba. Después nos decís a nosotros lo retó la nena
señalándole los pies ¡este papá! Luego
de unos instantes apareció Tobi ofreciéndole las pantuflas en silencio.
Él lo alzó, y mientras le mordía la panza y lo tiraba por el aire, pensó que
tendría que llamarlo a Horacio. Pero qué contarle. Sí que hacía falta que Valeria volviera. Antes
de que fuera demasiado tarde. Las carcajadas de Tobi.
Se acostó, extenuado. Sin embargo, los ojos
cerrados le devolvieron la imagen de Tobi parado en la vereda, el helado
chorreándole. La situación se le estaba escapando de las manos. Había sido una
ingenuidad pensar que el regreso de los chicos iba a darle fuerzas para
alejarse de ella. Como no quería seguir pensando encendió la luz y buscó la
novela que dormía en su mesa de luz. Para acomodarse mejor, agarró el almohadón
de Valeria y se lo colocó bajo la nuca. Evidentemente el olfato se le había
exacerbado porque reconoció el olor de su mujer. Fresco, liviano, natural, tan
distinto del de Claudia. Opuestas y complementarias. Bien le vendría a cada
una, una pizca de la otra. Después de un par de páginas que no atravesaron
su epidermis, apagó la luz. Y aunque para dormir le resultaba un poco molesto,
retuvo el almohadón. Su aroma se la entregó. Serena, ecuánime, mano de hierro
con suavidad de gato. Antídoto de las pesadillas, bálsamo del dolor de muelas,
paño frío para cualquier desesperación. No podría haber elegido mejor madre
para sus hijos. La añoró. Cerró los ojos y hundió la nariz en el almohadón.
Mamá está sentada en la mecedora y me
llama yo voy y me paro al lado y ella me
dice Germán y yo estamos pensando en casarnos y necesito saber qué opinás vos y
como yo me quedo mudo ella agrega mirá Francisco si no estás de acuerdo lo
dejaremos para más adelante pero yo creo que también sería bueno para vos está
casa está muy vacía desde que se fueron tus hermanos y como yo no le contesto
porque de solo imaginarme que Germán se
va a acostar con ella se me revuelve el estómago ella me pregunta qué estás
pensando y yo no quiero pero no puedo ser tan egoísta entonces le digo está bien mamá y me abraza y me dice
Francisco sos mi vida. Dice pero ya no es cierto.
Se sentó en la cama
y se restregó los ojos. Con la luz apagada fue hasta el baño. Se tropezó con el
camión de Tobi. Maldiciendo, se agarró el pie. Tomó un vaso de agua y orinó.
Después se llevó las manos al pecho y se lo masajeó, intentando aliviar la
opresión. Recorrió los cuartos de los chicos y volvió a acostarse.
Papá está en el escritorio sentado en su sillón
gigante y yo en la silla de enfrente muevo los pies y miró los dibujitos que
van haciendo sobre la alfombra hasta que él dice tu madre me ha comentado que
piensa casarse y me mira y como yo hago que sí con la cabeza él sigue desde ahora cuando necesites dinero me lo vas a pedir a
mí entendido pregunta y yo le hago de nuevo que sí pero no sé cómo voy a hacer para conseguir
todos los días las monedas para el colectivo entonces él mete la mano en el
bolsillo saca un billete me lo tiende y dice esto es para que vayas teniendo
para tus gastos yo lo agarro sin poder creerlo cincuenta pesos nunca tuve
cincuenta pesos qué voy a hacer con tanta plata y justo la abuela nos llama a
comer y nos paramos y cuando estamos saliendo papá me pone la mano sobre el
hombro y me aprieta.
Francisco me dice Alicia cuando terminamos de comer los buñuelos y el alma se me cae al
suelo vení que tenemos que conversar entonces entramos a su cuarto nos sentamos
sobre la cama y ella dice estás de acuerdo con que mamá se vuelva a casar y
como yo levanto los hombros ella insiste algo tendrás para decir y como yo levanto
los hombros de nuevo se enoja ah te parece bien que se case con un muchacho que
tiene solo seis años más que yo y como yo digo no sabía que era tan joven ella sacude la cabeza y dice tan inteligente
y a veces tan tonto y yo cruzo los dedos
para que termine pronto pero ella sigue la situación legal de mamá
cambió ahora podrías vivir aquí y como yo me quedo callado ella insiste él que
decide sos vos y parece como una pesadilla cuando nunca se acaba y al fin
contesto a lo mejor podría vivir un mes con ustedes y un mes con ella con ellos
me corrige Alicia y menea la cabeza y agrega te tiene agarrado de las orejas y
se para y se va y yo me quedo un rato sentado en la cama y después me levanto
voy a la cocina y le pregunto a la abuela qué vas a preparar para la cena papas rellenas .me
contesta y yo le ofrezco querés que te
las pele bueno dice ella y me prepara el papel de diario y el pelapapas que
trajo la tía de estados unidos y yo las pelo todas y después le saco los ojos
con la punta como me enseñó la abuela y estoy
pensando en cómo voy a hacer para decirle a mamá que me voy un mes está
bien que ahora va a vivir con Germán pero ella todavía llora cuando habla de
los chicos cuando un dolor agudo me sacude y veo sangre sobre las papas y gritó
ay la abuela se asusta qué te pasó y se lava las manos y se las seca en el
delantal y me lleva al baño y mientras me pone agua oxigenada me pregunta te
duele y yo le contesto que no y es cierto porque las lágrimas me caen pero el
dedo no me duele.
El parloteo de todas las mañanas, esta le resultó
insufrible. Cuando los chicos se bajaron del auto, suspiró aliviado. Necesitaba
verla ya. Una fuerza incontrolable, irracional, lo obligó cuadra a cuadra a
cruzar en amarillo. Un rojo lo detuvo en la esquina del colegio de Rocío.
Alcanzó a ver que Claudia arrancaba. Desesperado comenzó a tocar la bocina.
Multitud de peatones y automovilistas lo miraron malhumorados pero ella no.
Cuando pudo arrancar, el coche de ella había desaparecido. La taquicardia de
Francisco era feroz. Suponiendo que ella
se dirigía al consultorio, imaginó su recorrido. Luego de un par de cuadras por
fin la alcanzó. Ahora sí su bocinazo le trajo la mirada que esperaba. Otra
descarga de adrenalina terminó de empaparlo. Algo estaba definitivamente fuera
de control. Instantes después ambos bajaban de los respectivos autos. Él se
acercó a paso vivo y la abrazó. Desencajado.
Te parece que tus hermanos vendrán al
casamiento me pregunta mamá en cuanto entro. No puedo creer lo que estoy
escuchando y le digo no sé aunque sí sé y me meto en la pieza y cierro la
puerta pero ella la abre. Para mí es muy importante me explica por qué no les
pedís. Tengo mucho sueño mamá. Por favor insiste. Ya de mala manera le digo
ahora necesito dormirme. Y ella me dice alguna vez podrías pensar en lo que necesito
yo.
¿Cuántos años tendrías? Unos diez contesta él. Casi finalizando tu período de
amnesia recuerda ella y él asiente. Quiere decir que no demasiado
después tu madre y Germán se tienen que haber separado sigue rebobinando
Claudia ¿qué habrá pasado? Pero
él ya no tiene ganas de seguir hablando. ¿No te animás a insistir con tus
hermanos? le está preguntando ella cuando suena el teléfono. Él gira
y tantea buscando el aparato. Ah, sí tapa el tubo con la mano,¿nos
quedamos una hora más? Ella, cubriéndose, asiente. Francisco violentamente
liberado del pasado la toma de nuevo.
Bajo del remís papá me saluda el auto arranca y me abre mamá. Charlaste con tus hermanos me pregunta.
Sí pero justo ese día se van de viaje le contesto. Qué casualidad dice ella y
me sigue hasta el cuarto. Me paro en el marco de la puerta mamá por favor basta
le digo fuerte. Me mira sorprendida y los ojos se le llenan de lágrimas pero
por suerte se va. Me tiro vestido sobre
la cama.
En cuanto llegó al estudio empezó a trabajar
con ganas. Se sentía energizado. Estaba mirando el calendario, planificando
albañiles y electricistas cuando, sin que supiera por qué, se le cruzó la
imagen de Horacio. Reprimió las ganas de llamarlo y siguió trabajando.
Tengo el traje que me regaló Alicia. Están
todas las amigas de mamá pero la tía Alina no lástima porque me llevo bien con
Clarita y sobre todo lástima por mamá no sé por qué no habrá venido a lo mejor
andaba ocupada. Estás contento me pregunta Delia ahora vas a tener de nuevo un papá. Yo siempre
tuve querría decirle pero no me animo si será tarada Mamá sí que está contenta y Germán también
todos se ríen y hacen bromas que no entiendo y yo me quedo en la cocina con
Rosa que vino ayudar por la fiesta y cuando me abrazó me di cuenta de que la
extrañaba desde que no está la casa es un lío pero dice mamá que la plata no le
alcanza. Francisco vení me llaman. No tengo más remedio que ir y está lleno de
gente que no conozco serán de Germán. Mamá y Germán están junto a la mesa
frente a la torta de tres pisos con muñequitos suerte que no está Alicia porque
diría que para qué tanto gasto. El mozo llena las copas con champán a mí
también me dan pero no me gusta a Guillermo sí pero no está además al abuelo no quiere que tome siempre lo reta.
Todos hablan a la vez. Silencio silencio dice mamá quiero que se acerque a
brindar con nosotros la persona más importante que existe en el mundo para mí.
Miro para todos lados para ver quién se acerca pero mi madrina me tira de la
manga de la camisa y me dice en qué estás pensando vamos andá. No entiendo nada
todos me empujan y llego junto a la mesa y mamá me agarra de la mano. Pido
ahora un aplauso para la criatura más adorable que existe sobre la faz de la
tierra. Yo me escondo detrás de la torta pero la gente aplaude y mi madrina
dice fuerte Francisco y todos empiezan a corear Francisco Francisco. Estoy rojo
de la cabeza a los pies y tengo ganas de meterme en la cama y taparme con la
frazada. Suerte que no está Guillermo se burlaría de mí hasta reventar pero
sobre todo suerte que Alicia no pudo venir. Por el viaje.
Está en el auto, estacionado frente a la
escuela. Se reclina sobre el asiento. El bullicio de los chicos lo amodorra.
Suena la campana. Se abren las puertas. Las filas se desgajan. La calle se
cubre de delantales blancos. El griterío aturde. Camilo abre la puerta de
atrás. El ruido de la mochila contra el tapizado. Se acerca Luciana saltando en
un pie y sube al auto canturreando. Cierra la puerta. Francisco, agarrado al
volante, no arranca.
Veo a Guillermo en la esquina. Parece un hombre.
Me acerco sorprendido. Él me toma del hombro y me dice vine a buscarte. A
buscarme para qué le pregunto. Para que vengas a vivir con nosotros contesta para
que estemos de nuevo juntos los tres. Nos quedamos parados frente a frente. Qué
raro Guillermo me está diciendo que quiere que viva con él. Entonces él
comienza a caminar y yo lo sigo en silencio hasta la otra esquina. Ahí me paro
porque para ir hasta casa tengo que cruzar y para ir a lo de los abuelos doblar.
Me paro y pienso en Alicia en los abuelos en papá y siento en el cuerpo como un
aire que me eleva. Venís me pregunta Guillermo y yo hago que sí con la cabeza. Entonces
me dice vamos campeón y tiende la mano para tomar mi portafolios. Yo se lo
entrego pero cuando estamos doblando justo me acuerdo de los lápices. Entonces
cruzo corriendo sin mirar para atrás. Porque mamá me espera.
Le está contestando que sí, que Carmen ya llevó
a Tobi a vacunar cuando Valeria, de buenas a primera, le pregunta ¿cómo anda
tu terapia?, hace mucho que no me contás. A Francisco le toma más segundos de lo conveniente contestarle avanzando.
Valeria busca precisiones. Me acordé de una punta de cosas resume él
cuando vuelvas te haré un informe detallado y sabrás por fin con quién te
has casado. Ella ríe. Él no. ¿Seguís yendo dos veces por semana? Él
calcula qué le conviene contestar y luego dice sí ¿Cuándo? La cabeza de
Francisco bulle tratando de buscar horarios compatibles martes y jueves a
las nueve dice al cabo. ¿Y el café con Horacio? Valeria es una
computadora. Él se da cuenta de que cometió un error, hace tanto que lo obvia
que olvidó el rutinario encuentro con su
amigo lo vamos cambiando dice. Ayer hablé con Adriana informa
Valeria y Francisco se alarma aun más renunció al trabajo, ¿viste? Francisco
no puede confesarle que no vio nada, que
hace semanas que le perdió el rumbo a su amigo, entonces dice Tobi me
llama desde el baño y segundos después consigue cortar. Se tira en el
sillón, levanta los brazos y apoya la nuca en el hueco de las manos. Se queda
mirando el vacío mientras se regula el ritmo de su corazón.
Lo puedo invitar a Enrique que le quiero
mostrar mis útiles nuevos le pregunto a mamá y ella me dice claro hace mucho
que no viene entonces levanto el tubo y disco y atiende Enrique y cuando lo invito él enseguida dice no puedo y
yo le pregunto por qué y él me explica bajito mi mamá no me deja entonces le
pregunto puedo ir y espero y al rato vuelve y me dice no podés por qué pregunto
y justo mamá me avisa desde la puerta
voy a la panadería a comprar los pastelitos que le gustan a Enrique y yo le
digo dejá no viene y ahora es mamá la que pregunta por qué y yo contesto le
duele la cabeza mientras tapo el tubo del teléfono.
.
Se levantó, se dio una ducha, se afeitó, llevó
los chicos al colegio y, desayuno previo en el bar de siempre, se dirigió al
estudio. Montones de problemas esperándolo: planos, presupuestos, contratistas.
Pese a todo, al mediodía llamó a Alicia quien, para sorpresa de Francisco,
aceptó de inmediato la propuesta de almorzar juntos. Luego de charlar sobre
respectivos hijos y clientes se produjo un silencio pesado. Él inspiró
profundamente y empezando con un te quiero contar algo logró blanquear
amnesia y terapia. Alicia era la imagen misma del desconcierto. Francisco le
comentó recuperé muchos recuerdos pero hay huecos que no sé cómo llenar y
ante su hermana que lo miraba sorprendida, en absoluto silencio, inquirió ¿qué
pasó con Laura y con Germán?, Alicia durante unos segundos hizo bolitas con
la miga de pan hasta que dijo ya te aclaré que no quiero revolver el pasado.
Él hizo suyas las palabras de Claudia ahora no estamos hablando de tus
deseos sino de mis necesidades; creo que muy pocas veces en la vida te pedí
algo, ¿o me equivoco? Eternidades después Alicia dijo papá se separó de
Laura luego de varios años de convivencia aunque jamás supe los motivos, con
ella casi no tuve relación; él volvió a vivir con nosotros; con respecto a mamá
no tengo la menor idea, en esa época yo no la veía, vos jamás contabas nada y
papá, si sabía algo, nunca me lo transmitió; cuando, años después, por presión
de Antonio y pensando en mis hijos, reanudé la relación con mamá, le deje claro
que no quería ningún tipo de confidencias de su parte. Francisco,
estupefacto ante la verborragia de Alicia decidió aprovecharla ¿Guillermo
sabrá algo? Ella cabeceó y luego sugirió hablá con Delia, en el velorio
la vi muy lúcida, en casa tengo el teléfono. Francisco, desconociéndose, le
tomó la mano gracias. Alicia con una sonrisa tímida preguntó ¿gracias
por qué? Por todo lo que me diste su hermana lo miraba confusa sin vos
no hubiera sido lo que soy. Ella, rearmándose, se deshizo del contacto mejor
lo dejamos aquí, odio las escenas de teleteatro. Francisco reclamó de
nuevo estás reparando en tus deseos y no en mis necesidades. Alicia se
justificó siempre fui así y ya estoy demasiado vieja para cambiar. Él no
aceptó sus límites y le confesó te quiero como sos, tapáte los oídos si te
molesta escucharme; te quiero y te agradezco que te hayas ocupado de mí, a
veces bien y otras mal, siempre presente. Alicia retomó las miguitas y al
cabo de un rato agregó te voy a decir algo que, viniendo de mí, espero
puedas valorarlo en su justa medida; fuiste durante años de mi vida la persona
a quien más quise, y conste que, si no permaneciste a mi lado, fue contra mi
voluntad. Francisco recordó el portafolios en la mano de Guillermo y le
preguntó ¿es un reproche? Alicia, agarrando la cartera, dictaminó demasiado
por hoy. Él, obediente, llamó al mozo.
Estoy sentado con Alicia en el descanso de la
escalera con un libro en las manos y ella me dice leé y yo no me animo a
decirle que no sé leer leé insiste Alicia mientras me señala las palabras con
la uña larga pintada de rojo ya te enseñé ayer y yo miro y veo una señora con
una escoba y de repente me acuerdo y digo de un tirón mamá asea la casa Alicia
me felicita y me señala otra hoja donde hay una nena con un oso y me dice leé y
como yo me quedo callado Alicia me ayuda susi... y yo por suerte me acuerdo de
nuevo y leo susi mima a su oso mientras la uña roja recorre las letras Alicia me
revuelve el pelo y dice sos un chico muy inteligente mañana la seguimos.
Iba a contestar el llamado de Horacio cuando
decidió que mejor todavía no. Si le contaba ahora lo que había pasado con Claudia, su amigo disfrutaría diciéndole ¿viste? Francisco
se lo contaría pero le demostraría que él, aunque humano, era capaz de
controlarse. Sí, hablaría con Horacio
después de su encuentro con Claudia. Le avisó a Marcela que salía.
Rosa recoge los platos del queso y dulce.
Alicia está a mi lado. Me pone el libro delante. Francisco mostráles como te
enseñé a leer. Siento la boca seca. Abre y me señala y está la señora con la
escoba. Mamá asea la casa digo. Es notable tan calladito mi Francisco lo listo
que es comenta mamá. Alicia da vuelta la hoja y aparece la nena con el oso.
Susi mima a su oso digo de un tirón. Muy bien me felicitan todos. Alicia da
vuelta otra hoja. El corazón se me para: esa nunca la vi. La uña roja señala
las palabras. Leé dice Alicia. Veo un señor lavando un auto con una manguera y
no sé qué decir. Papá…
me ayuda Alicia. Papá asea el auto digo y la miro y me doy cuenta de que algo
no anda bien entonces agrego y también
lo mima. Estallan las carcajadas. Me apoyo en la mesa y empujo la silla tan
fuerte que la tiró. Francisco me dice mamá no te pongas así pero no puede parar
de reírse. Me escapo corriendo. Me siguen las carcajadas.
Lo sobresaltó Para Elisa. Carmen, Francisco, alarmado, atendió. Instantes
después, ya vistiéndose, informó Tobi se golpeó la cabeza y está vomitando.
Que no sea nada deseó ella, incorporándose desnuda.
Entró agitado, temiendo encontrar a su hijo
agonizante pero Tobi se acercó corriendo. Ya está lo más bien lo tranquilizó
Carmen. No obstante, Francisco lo llevó al hospital. Revisaciones,
radiografías. El nene reclamando inútilmente a su madre. Estaban regresando
cuando sonó el teléfono de Francisco. Por suerte no fue nada dijo él y
cuánto me alivio ella que después de una pausa le ofreció ¿almorzamos
mañana? En cuanto Francisco abrió la puerta de su casa Carmen le avisó la
señora Valeria en el teléfono. Dejó al nene en el piso y corrió a atender.
Valeria lloraba yo sabía que algo había pasado, de repente necesité llamar.
Tranquilizáte, mi amor, por suerte no fue nada repitió él. Tobi es una
ardilla, necesita que haya alguien permanentemente mirándolo Valeria hizo
una pausa y luego preguntó ¿vos dónde estabas?
Varias madres charlan junto a la mesa y cuando
terminamos de cantar que los cumplas feliz una me hace señas y yo me acerco y otra que es la
mamá de Enrique dice hace rato que no te veía
Francisco es cierto que tu mamá se volvió a casar y los ojos de todas
esas mujeres me agujerean y la boca se me reseca y la cara me arde y las manos
me sudan y asiento con la cabeza porque no está bien mentir entonces otra me
pregunta estás contento y yo levanto los hombros y por suerte alguien me avisa
Francisco te vinieron a buscar dice tu papá que bajes y yo digo permiso y
mientras me alejo escucho que una que es
gorda murmura pobrecito qué barbaridad y otra que es la mamá de Enrique dice
tan fuerte que todos se dan vuelta es una vergüenza una inmoralidad mi hijo no pisa esa casa
nunca más.
Francisco está yendo a buscar a Claudia con el
firme propósito de decirle que lo del nene fue un aviso, que ha decidido que
basta ya. Mientras espera el ascensor se pregunta si tendrá coraje y cuando
ella le abre la puerta y él siente su perfume piensa que ya que ha violado su
principio de fidelidad eterna, ya que su conciencia tanto lo hace sufrir, debe
al menos disfrutar el momento para que el hecho de haberse traicionado no sea,
además, inútil. Le lleva unos cuantos segundos convencerse de que todavía no. Cuando regrese Valeria. Todavía no. Ella
le da un beso en la mejilla y él le muerde la boca y el cuello y le sube la
pollera mientras ella lucha con el cierre de su pantalón. Ya desnudos,
totalmente desnudos, se dejan caer sobre el diván.
Encontró la mesa puesta. Llamó la señora
Valeria informó Carmen la carne está en el horno y la ensalada en la
heladera, si no me precisa ya me voy. Los chicos fueron llegando de a uno,
en piyama. Un vértigo de olor a jabón y a champú. Alzó a Tobi. Estoy muerto
de hambre dijo como siempre uno, yo te ayudo a cocinar la otra. Cenaron. Los chicos levantaron la mesa y él
lavó los platos. Consiguió que se cepillaran los dientes. Acostó a Tobi y le
leyó su cuento favorito, el del ratón feroz, pero cuando para apurar el
trámite, se salteó un renglón el nene hizo una rabieta y tuvieron que empezar
de nuevo. Esperó a que se durmiera y se preparó un té. Y no encontró más
postergaciones. Hablar con su mujer se había convertido en una tortura. Atendió
Valeria y él, en un acto reflejo, apretó la horquilla. Las manos le temblaban.
Segundos después sonaba el teléfono ¿Eras vos? Sí, se me cortó. ¿Cómo sigue
el nene? Como si nada, acaba de hacer uno de sus berrinches. ¿Luciana? Me tiene
marcando el paso, no te demores porque está dispuesta a reemplazarte. Cuando
Valeria rió Francisco sintió un sudor frío. ¿Pagaste la luz? preguntó
ella. Él cerró los ojos y contestó que sí. ¿Y la prepaga? Él informó aumentó
y, con los ojos cerrados, apretándose la boca del estómago, se obligó
a preguntar ¿cómo está tu hermana? Valeria, en medio del informe médico,
imprevistamente le preguntó ¿me extrañás? Cuando, un infinito
después, Francisco consiguió cortar, fue al baño, se arrodilló frente al
inodoro y vomitó.
Se había despertado nauseoso. Abrió el botiquín
y tomó una buscapina. Al único que no
podemos engañar es a ese señor que nos mira en el espejo cuando nos afeitamos decía
uno de sus profesores. Francisco, brocha en mano, se contempló. Ese que lo miraba era alguien que, aunque
aparentaba ser recién nacido, debía haber habitado en él, indocumentado, desde
siempre. Se supo ridículo además de culpable. Ridículo por su declaración de
principios. Falso de toda falsedad. Fácil jugarla de íntegro cuando en realidad
lo que le había faltado era una oportunidad. Recordó los sermones que le había
endilgado a Horacio cuando su enredo con
la secretaria. Sabés que la adoro a Adriana, esto es una travesura. Qué
diría su amigo si se enterara de que su inflexible juez había claudicado.
Recordó a Claudia cabalgándolo sobre el diván. Tuvo que cerrar los ojos. Los
abrió y desde el espejo, media cara enjabonada,
se miró mirándose y supo que tendría que seguir mirándose día a día.
Despertó a los chicos y les preparó el
desayuno. Cuando salieron ya se sentía mejor. Ante el colegio, los despidió con
su pórtense mal. Luciana se
bajó del auto y enfiló hacia la escuela pero, sorpresivamente, se dio vuelta
digo yo, ¿los grandes no se aburren de ser siempre buenos? Camilo, ya en la
vereda, miró al padre con complicidad, se mordió el labio, meneó la cabeza, y
revoleó los ojos. Después se acercó a su hermana y le empujó el hombro con el
puño. Entraron juntos. Reían.
Llegó al estudió y controló como siempre sus mails.
La señora de Iglesias de acuerdo a lo convenido le adjunto el plano de
lo preexistente. Horacio ya
no sé cómo localizarte. Valeria te mando unos bloopers de gatos para que
los chicos se rían un rato. Alicia aquí van los datos de Delia.
Claudia. Minutos después levanta el tubo del teléfono para comunicarse con la
señora de Iglesias pero luego del primer
número cambiará de opinión. ¿Los grandes no se aburren de ser siempre
buenos?
Ella se limpia con la servilleta que quedará
adornada con su boca y le dice seguís siendo Paquito, igual de sensible,
igual de inteligente, igual de estricto con vos mismo. Él siente un
pellizco no sos la más indicada para afirmar esto último. Ella es
terminante sí, Francisco, igual de estricto; y me parece que llegó el
momento de que, por una vez en la vida, pongas tus necesidades en primer lugar.
Francisco sabe que sus necesidades en sí mismas son contradictorias. Ya no
duda de su amor por Claudia y, por otro lado, más allá de Valeria, que no tiene
muy claro en ese instante qué es lo que le está pasando con ella, no concibe vivir sin sus hijos. Los
cinco somos como los dedos de una mano pensó. Claudia, en silencio, lo mira y está tan hermosa
que él se encuentra diciendo me desespera pensar que todo esto va a tener
que terminar. Ella suena agresiva al sentenciar solo depende de vos.
Los milagros existían. Sus hijos en lo de
Carolina, Rocío en un piyama party,
Francisco se dirige a lo de Claudia. Noche en la ciudad, sábado.
Ella duerme a su lado. Cinco palabras quebrando
la historia. Porque esa no es su cama ni ella es su mujer. Sin embargo, él es
él. Un él en que no se reconoce pero que evidentemente también es. Claudia
suspira. La mañana se insinúa a través de la ventana abierta. Él se sienta en
la cama. Ella, todavía dormida, percibe su movimiento y se reacomoda,
acercándose. Él la mira. Es morena, Valeria rubia; es menuda, Valeria alta; es
sinuosa, Valeria muy delgada; es extrovertida, Valeria reservada. Lindas las
dos, inteligentes. Ama a las dos. Las necesita. Claudia abre los ojos. Él la
abraza y sabe que no debe pero se le escapa. Te quiero. ¿Te cuento lo que siento yo? replica
ella. Pero él le cierra la boca con un beso. Necesita no saberlo. Ella está tibia, desnuda y húmeda.
Preparada. Entonces él, sin preámbulos, la penetra.
Mamá
me pone el trajecito celeste y los zapatos blancos recién pintados y me peina
con gomina sos mi hombrecito dice no te vayas a hacer pis yo le rodeo el cuello
con las manos y justo entra papá y dice adiós querida y me agarra en brazos
huele a hombre papá. Salimos a la calle y subimos a un auto yo voy parado en el
asiento mirando por la ventanilla de atrás y papá me sostiene. Entramos a un
lugar y me sientan y me dan juguetes porque quieren que me ría mirá acá me
dicen y me sacan fotos solo con un teléfono con una pelota con papá. Cuando
salimos hay mucho sol y papá me para en el piso y yo camino de su mano pero
enseguida vuelve a alzarme y camina muy rápido. Entramos a otro lugar y papá pide
una silla alta y me sienta a su lado
y me traen un jugo de naranja con pajita
y a papá un café pero no lo toma porque mira todo el tiempo por la
ventana hasta que de pronto se para porque se acerca una mujer y él la besa y
el jugo se vuelca y chorrea por el trajecito celeste y la mujer me limpia con
la servilleta pero no está enojada porque sonríe este es Francisco dice papá y
ella dice qué lindo bebé y me acaricia la cabeza y papá le dice no llores
querida mientras el jugo gotea en el
piso entonces ella dice mejor me voy y se da vuelta y empieza a caminar rápido
y papá la sigue hasta la puerta y a mí
me da miedo y me paro en la silla y lo llamo y lloro hasta que papá vuelve y
pone un billete sobre la mesa y me alza y nos vamos y nos subimos a otro auto.
Cuando llegamos a casa mamá me alza y dice te manchaste todo pero papá me
defiende no lo retes querida se portó como un señor. Entonces me hago pis.
Encima del vestido de mamá.
Menos mal que están los chicos, me ayudan a
superar el agujero que me produce no tener a los míos; te envidio Francisco trata de no pensar y le pregunta por
qué. Porque estás con ellos, porque los seguís disfrutando; por momentos tengo
miedo de que Tobi se olvide de mí Francisco trata pero no puede porque
Valeria agrega a veces es bueno tomar distancia y a él se le revuelven
las tripas estar aquí con mi hermana enferma y sola y con mis sobrinos tan
desamparados me hace valorar todavía más todo lo que tenemos Francisco
ansía cortar pero ella sigue ante cada cosa nueva que conozco me imagino que
te parecería, que dirías; aunque no estés siento que, de alguna manera,
compartimos todos estos días Francisco precisa que se calle aquí también
tu ausencia es una presencia, cada vez que hago algo inconveniente los chicos
dicen mirá si nos viera mamá Valeria se lamenta el ogro de la película Francisco
al decirlo recién se percata el elemento que les genera seguridad esa
mágica concepción de la infancia sobre el bien y el mal, si se hace lo correcto nada malo puede ocurrir los
dejaste bien entrenados Valeria se ríe y dice corto porque esto saldrá
una fortuna; te extraño mucho, también en la cama. Francisco cierra los
ojos aunque quisiera cerrar los oídos no diga cosas inconvenientes para una
señora. Cuando apoyó el tubo estaba como para otra ducha. Valeria no lo
merecía, la historia que habían forjado juntos no lo merecía. Es una tregua
resolvió para intentar tranquilizarse todo volverá pronto a la normalidad y
tuvo nostalgia de mirarse tranquilo al espejo, de no temer cuando sonaba el
teléfono, de no tener que estar siempre pendiente de no cometer un error. Quizás
también papá se creyó en una tregua. El sudor le corrió ahora por la
espalda. Él amaba a su mujer y a sus hijos y sin embargo no lograba
anteponerlos a sus deseos. Claudia avanzando dentro de él. Haciéndose
imprescindible. Ligándose al descubrimiento de sí mismo. Contactándose con ella
desde el que había sido, desde el niño sediento de amor. Fue hasta la cocina y
se preparó un té.
No me queda la más mínima duda sobre tu
virilidad pero tu sensibilidad es absolutamente femenina dice Claudia y a él no le gusta ¿lo decís
porque lloro?, no es para defenderme pero te aseguro que son contadas las veces
en la vida en que me he permitido llorar, no sé qué me está pasando ella
desestima sus palabras celebro que puedas llorar pero no es por eso que lo digo Francisco la mira
inquisitivo es por como hablas de tus hijos el tono de Claudia se torna
profesional parecés una mujer; he pensado mucho al respecto; y es doblemente
extraño porque, salvo por tu abuela, nunca fuiste maternado; te me representás
como un Tupac Amarú, codiciado y tironeado por todos; siempre te trataron como
si fueras varios años mayor que los que marcaba tu cédula; ahora que tenés
hijos podrás comprobar, al menos yo en el poco tiempo en que hemos estado en
contacto, el nivel feroz de demanda de los tuyos a Francisco le fascina
escucharla pero se ve obligado a protestar no te creas, lo que pasa Claudia
lo interrumpe no los defiendas, esa demanda habla bien de ellos, los
transforma en niños normales que manifiestan sus necesidades porque saben que
serán atendidas, haciendo una rabieta cuando es imprescindible Francisco se
muere de amor esa boca hay que cerrarla dice mientras se incorpora en la
cama para besarla.
El encuentro con Horacio era impostergable, Francisco decidió
pasar por el local. Su amigo lo recibió como si volviera de la guerra. Mientras
compartían el almuerzo Francisco se asombró de sí mismo. Se le ha hecho un hábito
mentir. Ya lo hace bien. Fijaron un encuentro para la semana próxima. Cuando
Francisco se encontró pensando que tendría que cambiar el horario de terapia el
asombro se le transformó en franca preocupación. Martes y jueves a las nueve.
Los
padres de Leo se separaron informó Camilo en la cena. Francisco detuvo el
tenedor, sorprendido ¿y él cómo esta?
El nene, con la boca llena, repreguntó ¿y
cómo querés que esté? Pobre acotó Luciana mientras cortaba la suprema.
Tu hermana te robó la mitad de la infancia sentenció ella ¿Y vos me lo decís? Alicia tenía dieciocho años, vos
tenés bastantes más, sos terapeuta y
tuve que convencerte de que no obligaras a tu hija a trabajar de adulta el
rictus de Claudia lo detuvo. Francisco dijo perdoname, no quise hacerte daño
e iba a tomarle las manos cuando por primera vez temió que
los vieran y revirtió su movimiento agarrando un sobre de azúcar. Quedaron
un largo rato en silencio. Estamos discutiendo por mi hermana y por su hija pensó Francisco, mientras destrozaba
el papel y como nunca midió el peligro Claudia, qué vamos a hacer. Ella
contestó yo seguir queriéndote mientras me lo permitas hizo una pausa creo
que la pregunta es otra continuó ¿qué vas a hacer vos? Él fue un cuchillo intentar
dejarte ella abrió los ojos pero cuando te tengo cerca como ahora, no
estoy muy seguro de poder lograrlo, confío en que el regreso de Valeria me de
fuerzas. Ella, el aplomo que la constituía volando por el aire, lo increpó
¿qué pretendés?, ¿que te facilite los trámites y que me aleje para evitarte
tentaciones? la voz ahogando el grito te estoy diciendo que te quiero y
me contás tus planes como si me estuvieras hablando de cambiar el tapizado del
auto, te desconozco, vos, el sensible, el pendiente de los sentimientos de los
otros, ¿qué te creés que soy? ¿una muñeca de plástico? Francisco está
azorado Claudia, por favor, tranquilizáte, todo esto me duele tanto como a
vos. Ella baja el nivel de la voz, tensa como un nudo, con la gran
diferencia de que sos vos el que tiene que tomar las decisiones, y yo, aunque
me parta, no tendré más remedio que aceptarlas. Francisco, acodado en la
mesa, se tapa los ojos con las manos no puedo creer que esto me esté pasando
a mí. Ella pierde de nuevo el control ¿por qué no?, sos tan humano como
el resto de los mortales, bajáte del podio de una vez. Él, girando los
índices, se descubre la cara, trata de apaciguarla no quiero hacerte daño,
ni a vos ni a mi mujer ni a mis hijos, pero no sé cómo. Ella es implacable Francisco,
ya no sos el nene que ante el terror de conocer sus propias necesidades se
defendió vomitando, hablás del daño que podés producirnos pero ¿qué pasa con
vos? Él está desesperado no tengo salida, haga lo que haga seré
desgraciado se mesa el cabello
maldito el momento en que volvimos a vernos. Claudia se levanta
violentamente ya sabés donde encontrarme. Francisco se aferra a la
silla. Con éxito, porque no la seguirá.
Llegó al estudio trastornado. Encontró sobre su
escritorio un papel con los datos que había tomado sobre Delia. Por hacer algo
que apartara su mente de Claudia y de Valeria, la llamó
Se encontró frente a la puerta de esa casa que permanecía
idéntica, suspendida en el tiempo, a pesar de que no estaba su madre para tocar
el timbre mientras él sostenía el paquete con las masitas secas. Trató de
sosegar la respiración y oprimió el botón. Bastante después se acercaron unos
pasos desparejos. Pobrecita mi mamá.
La sonrisa que se asomó por la puerta entreabierta lo recuperó del costo
anímico de su resolución. Qué alegría verte por aquí. Entraron y Delia
le ofreció un té. Se dirigió a la cocina mientras él contemplaba la sala. Los sillones tapizados en seda, la
luz apenas entrando por las cortinas de macramé, olor a naftalina, a encierro,
a polvo. Sobre el piano un camino de crochet y encima, entre infinitas
estatuitas de marfil, un gato. Eternidades después, Delia regresó con dos tazas
de porcelana y el platito chino con escones sobre la bandeja tambaleante, No
sabés cuánto me falta tu madre. Terminado
el segundo scon Francisco la encaró ¿te puedo hacer
unas preguntas?
¿Otro té? ofreció Delia y Francisco miró su reloj, 16.45. ¿La podemos seguir
otra tarde? preguntó. Ya en el auto, su cabeza trabajaba a mil. Por
fin lograba entender a sus hermanos. Justificar la dureza de Alicia, su
presunta frialdad. Quizás el único modo que había encontrado para contrarrestar
la salvaje manera en que su madre la había involucrado en los conflictos
conyugales, instituyéndola en consejera sentimental a los quince años. Casi
obsceno contemplar a su madre desde una óptica tan distinta. Como esposa avasallada, como amante capaz de
anteponer la pasión al riesgo de perder el vínculo con sus hijos. ¿Valeria sufriría tanto como mi mamá si yo me fuera? pensó Francisco frente
a un semáforo. Los años corrían, las generaciones se sucedían pero las pasiones
de los hombres seguían siendo las mismas más allá de que ahora los mails amenazaban
con aniquilar a las cartas. Llegó justo
a tiempo. Luciana se acercó al auto
saltando en un pie y Camilo enarbolando el diez de una prueba. Cuando abrió la
puerta de su casa Tobi apareció corriendo. La rutina seguía existiendo pese a
todo. Dejó a los chicos con Carmen y fue al estudio. Los ojos de su secretaria
eran un reproche mudo, hacía tiempo que estaba descuidando el trabajo. Se sentó
frente a la computadora. Mi querido.
Anoche no pude dormir. Desfilaron ante mí todos y cada uno de los riesgos; temí
que Camilo se cayera de la bicicleta, Luciana de los patines, Tobi de la
sillita, que chocaras con el auto, que se enfermaran, que nos robaran, que la
casa se incendiara. Parecía el catálogo de una compañía de seguros. A la mañana
llamé a casa y Carmen me tranquilizó. Hablé con Tobi y escuchar los progresos
de su lenguaje me alegró tanto como me entristeció, me lo estoy perdiendo. La distancia
me sirvió para valorar aun más todo lo que tenemos. Me planteo porque mis
sobrinos no pueden gozar de la misma estabilidad que nuestros hijos. Hemos sido
muy afortunados, tanto que por momentos temo que la suerte se invierta.
Entonces pienso y se me ocurren miles de locuras, hasta que pueda cruzarse otra
mujer. No quiero estar lejos ni un minuto más. Hoy hablé con Alejandra, le
conté lo que me estaba pasando, le pregunté si se animaba a arreglarse sin mí.
Adelantaré el regreso. Quedaron en confirmarme un vuelo para el próximo martes.
Me muero por verte. Todos los besos de los que soy capaz y más. Esperáme. Ya
voy. Ya estoy. Miró el reloj y buscó el teléfono. ¿Seguís tan enojada
como para rechazarme un café? La risa fresca de Claudia yo, por
principio, jamás rechazó un café. Francisco apagó la computadora e informó Marcela,
salgo por un rato. ¿Otra vez?, la
señora de Méndez Paz llamó tres veces. Francisco dijo tendrá que llamar
cuatro y se apresuró para que no le
pidieran explicaciones.
La encontró recostada contra el vidrio. Parecía
agotada. Sin embargo, en cuanto lo vio, desplegó su mejor sonrisa. Valeria
vuelve el martes dijo Francisco mientras se sentaba. El rostro de ella se desarmó .
Le hizo el amor con furia, casi con violencia.
Ella, por primera vez, no acabó. Instantes después, tras meses de abstinencia,
fumaba en silencio, desnuda. Francisco, a su lado, repasaba mentalmente la
agenda. A las diez reunión con la de Méndez Paz; a la una almuerzo con el
ingeniero Busti; a las tres de vuelta al estudio para darle los planos al perspectivista;
a las cinco retirar los chicos del colegio; a las seis el taekwondo de Camilo;
a las ocho cena en lo de sus cuñados. Luego sábado y domingo con sus tres hijos
a cargo, y luego lunes y luego Valeria y luego nunca más. Francisco le sacó el cigarrillo de la
mano y la besó en la boca. Reanudaron el amor. Lánguidamente ahora, ralentando
los tiempos. Quizás ella sospechaba que no habría otra vez porque pese a los
esfuerzos de él, tampoco logró acabar. Vencido, Francisco se desmoronó,
enterrando la cabeza entre sus pechos. Ella le acarició el cabello. Cuando, por
fin, se animó a mirarla, vio que las
lágrimas le resbalaban en el más absoluto silencio. Él estaba buscando palabras
para consolarla cuando sonó el móvil. Hola, Rocío, estoy en una reunión, en
cuanto termine voy para casa; no, solo un poco de resfrío; decíle a Mercedes
que se quede un ratito más; ¿terminaste la tarea?¿qué te parece entonces si te paso a buscar y cenamos en Mc
Donald‘s? Se incorporaron juntos y juntos se ducharon,
hablando intrascendencias. Frente a la puerta Francisco le ofreció ¿desayunamos
mañana?. Ella se encogió de hombros, derrotada. Sin despedirse, descendió
del auto.
Carmen lo esperaba, ya preparada. Francisco se
excusó por la tardanza y se dispuso a cumplir con sus tareas paternales. Los
chicos gritaron eufóricos cuando les comentó que pronto regresaría la madre. Papá,
¿no estás contento de que vuelva mami? preguntó Luciana inquieta. ¡Por
supuesto!, lo que pasa es que estoy muy cansado, tuve que trabajar mucho para
que mis tres pollitos puedan comerse este rico pollo intentó simular ese
entusiasmo que la nena le estaba reclamando. Acostáte que yo levanto la mesa
y lavo los platos ofreció el ama de casa en miniatura. Entre los tres, a
carcajada limpia, lo empujaron hasta el dormitorio. Enternecido y orgulloso se
dejó hacer. Escuchó el ruido del agua. Te estoy llenando la bañadera anunció
Camilo mientras Tobi le alcanzaba su toalla te pesto, te pesto. Sumergido
en el agua demasiado caliente intentaba planificar cómo se despediría de
Claudia. Por más que pensara y pensara solo acudía a su mente una única palabra
para la tarjeta que acompañaría al gran ramo de rosas. Estaba pensando que
corría el riesgo de obtener un el amor no se agradece, momento en el que
se dio cuenta de que esa tarjeta significaba que no iba a obtener nunca nada
más. Basta ya. Intentó pensar en Valeria, también tendría que
agasajarla. Sonrío tontamente imaginando otro ramo de rosas. El texto de esta
tarjeta caía de su peso. Papá, vení que te calenté un café ordenó
Luciana a través de la puerta. Tanto por defender. Salió del agua y se secó,
como pudo, con la minúscula toalla con patitos.
Acodado junto a la ventana, la ve bajar de un
taxi. Primero los tacos altísimos, después esas piernas que lo vuelven loco.
Llega agitada cuando estaba por salir, llamó el padre de Rocío. Él suele
pensar en Rocío por eso le pregunta qué quería sinceramente interesado. No
voy desperdiciar un solo segundo de este encuentro hablando de él y ella es terminante. ¿Cómo siempre?
pregunta Francisco llamando al mozo. No tengo hambre, solo un cortado
dice ella y Francisco recién descubre su palidez y se preocupa ¿cómo estás?
¿Para qué preguntás estupideces? Claudia levanta el tono ¿cómo debería
estar?, ¿feliz?, ¿relajada?; no dormí en toda la noche si te interesa saberlo. Él,
desconociéndola, añade yo tampoco. Ella, sarcástica dice podríamos
habernos encontrado para jugar al truco. Él no tolera verla así Claudia,
no lo hagas más difícil de lo que ya es, no es tu estilo. Ella está
francamente enojada ¿y cuál es mi estilo?, ¿estar siempre dispuesta a
satisfacer tus necesidades, corriendo a ocupar el hueco que queda en tus días? Él
intenta sosegarla tenés suerte, la bronca es un sentimiento que siempre ayuda,
ojalá yo pudiera tener rabia, acordarme de alguna vez que me hubieras fallado;
pero no, todo lo que he recibido de vos es atención, comprensión, tiempo,
afecto. Los ojos de ella acusan el impacto no te equivoques, Francisco,
no es afecto, mal que te pese, es amor. Francisco piensa que ella le está
hablando de amor y él en lugar de disfrutarlo, qué absurdo, debe desestimarlo no
estamos aquí para hablar de sentimientos, eso está fuera de toda discusión. Ella
de nuevo se ofusca y entonces, ¿para qué estamos aquí?, ¿porque tienen las
medialunas más ricas del barrio? Estamos para despedirnos las lágrimas se
agolpan en los ojos de Claudia y Francisco quisiera abrazarla pero se obliga a agregar
esto tenía que terminar, lo supimos desde el principio saca el pañuelo
de su bolsillo y se lo tiende. Ella se repone o sea, dentro de unos minutos
nos levantaremos, nos saludaremos educadamente y haremos de cuenta que en estas
últimas semanas nada ha pasado. Él sabe que no habrá como borrarla sería
imposible, no soy el mismo que entró en tu consultorio; es increíble, la vida
te tenía preparada esperando que llegara el momento de que me completaras. No
sigas hablando ella se toca el cabello lo único que estás consiguiendo
es que me ligue más a vos se muerde los labios no sirve esta estrategia eleva la voz decime que soy impuntual, que soy mala
madre está perdiendo la compostura no, no lo niegues, sé que de alguna
manera me responsabilizás por los dolores de Rocío. Él la interrumpe te
quiero como sos. La voz de ella es casi un grito ¡basta, Francisco!, yo
tengo que seguir viviendo. Ella no entiende cuánto le está costando a él ¿creés
que para mí va a ser fácil prescindir de vos? Claudia ya no grita los
dolores no se miden pero en este caso, no podemos ni empezar a hablar; te
espera una mujer que te quiere y a la que querés, tres hijos que son tu norte y
yo… Francisco intenta
ayudarla tenés una hija maravillosa y
es aun peor, ¿qué me sugerís?, ¿que me la lleve todas las noches a la cama
para olvidarme de que está vacía?; no sos responsable de mi soledad previa pero
si de mi soledad futura, ¿cómo colocar a alguien en el hueco de tu ausencia? Francisco
dice esta conversación es insostenible, a cada instante nos hacemos más daño.
Ella lo mira fijo unos segundos y luego
agarra la cartera. Ya en la puerta se detiene, gira y lo mira. A
Francisco también se le llenan los ojos de lágrimas. Pleure mon
coeur quand tu n’es plus la.
PRETÉRITO IMPERFECTO
El fin de semana fue un infierno. Cuerpo y alma
rugiendo por Claudia. Mil veces se acercó al teléfono y mil se alejó. Todo
cuanto hiciera solo serviría para alargar la agonía. Luciana, siempre empática, le preguntó varias
veces papi, ¿te pasa algo? Él intenta pensar que pronto estarán los
cinco juntos. Como los dedos de una mano.
El lunes a la mañana fue a encargar las flores.
Dos docenas de rosas rojas. Bienvenida.
Salió de la florería y luego volvió a entrar. Encargó otro ramo idéntico
y lo envió sin tarjeta.
Hizo faltar los chicos a la escuela y allí se
fueron, los cuatro, rumbo a Ezeiza. El auto un revuelo de risas y canciones.
Estaban felices, sus hijos estaban felices. La aparición de los primeros
pasajeros le provocó una descarga de adrenalina. Qué sentiría al verla. Un lustro más que un mes. Cuando los
chicos ya estaban insoportables y él los había retado más de la cuenta,
apareció. Detrás de un carrito cargado de peluches. Espléndida. Nuevo corte de
pelo, pantalón ceñido, un par de kilos que le hacían falta, tan iluminada de
alegría que algo adentro de Francisco se derritió. Los chicos corrieron y se
colgaron de ella. Valeria alzó a Tobi que, cerrando los ojos, se aferró a su
cuello como un monito. Había algo tan indestructible en ese cuarteto que
Francisco percibió que, pese a todo el amor que sentía por sus hijos, si
alguien tenía que quedar fuera ese sería él. Valeria lo miró. Bajó a Tobi, y se
zambulló en Francisco. Él la
apretó fuerte. A lo mejor nada cambió.
Tobi se abrazó a las piernas de ambos.
El viaje de regreso fue una pelea por
monopolizar la atención de la madre. Todos hablando a la vez, contando y
preguntando. Llegaron, cenaron, y, después,
los regalos. Peluches, sábanas de Disney, medias con pompones; para
Francisco, la ansiada video cámara. Exclamaciones, abrazos, risas. Una lucha
lograr que se acostaran en las camas llenas de regalos. Valeria inició el
recorrido por cada cuarto. Francisco se fue a duchar porque supo que él estaba
de más, certeza que le provocó insoslayables celos. Durante un mes había sido
el único depositario del cariño de sus hijos, había llegado el momento de
ocupar de nuevo el segundo lugar que le correspondía. Madre hay una sola.
Finalmente, Valeria, rendida, se derrumbó de espaldas sobre la cama. Francisco
trabó la puerta y se dirigió hacia ella, tirando al piso la toalla que lo
cubría. Alzado. Dejáme que me dé una ducha, estoy toda transpirada pidió
Valeria sonriendo. Ni te lo sueñe,
así me gustás más. Francisco le fue sacando la ropa entre besos y cuando
terminó con la última prenda, se apartó. Necesitaba contemplarla. Una mujer en
el punto exacto de maduración. La piel caliente y suave, el cabello sedoso, los
pechos plenos, la cintura estrecha, el vientre liso a pesar de los tres hijos.
Allí estaba. Desnuda, húmeda, esperándolo. Le recorrió el cuerpo con la boca de
la cabeza a los pies. Cuando, respondiendo a los reclamos de Valeria, entró en
ella, fue como después de recorrer el desierto llegar al hogar. Se fundieron
entre gemidos. Valeria se acurrucó en su pecho, en silencio, mientras él le
acariciaba el cabello. Luego de un largo rato ella se apartó. Se incorporó
sosteniéndose con el codo y lo miró ¿estuviste con otra mujer? Francisco
sintió un golpe en la nuca ¿a qué viene eso? Ella fue concreta hacés
distinto el amor y él incapaz de reaccionar solo pudo decir Valeria, por
favor. Ella se aferró a su pregunta ¿estuviste con otra mujer? Él
supo que la partida estaba perdida y no respondió. Ella no dio respiro ¿la
querés? y como él no pudo contestarle ella arremetió ¿más que a
mí? y él admiró su valentía sos mi vida, sos la compañera de mi vida,
¿cómo podría quererla más que a vos? Tenía un mal presentimiento, por eso
volví. Intentó abrazarla
pero ella se resistió y parodiando a Claudia preguntó ¿qué pensás hacer? Él
reconfirmó su decisión, qué otra cosa ya se terminó, sé que hice mal, la conciencia
me tuvo a los tumbos pero te aseguro que ya se terminó. Ella es inclemente pero
la querés. Valeria, el día en que nació Camilo juré que mi familia sería
indestructible; y si me hice ese juramento sin recordar mi pasado, ahora,
conociéndolo, me lo prometo aun con más fuerza. Ella lo interrumpe me
desesperaba estar a la distancia mientras atravesabas tamaño remolino interior.
Él la ve más aplacada y se alivia ya te lo iré contando con calma,
tenemos toda la vida por delante. Ella es un estilete ¿tan seguro estás?
No te pido perdón porque sé que no lo merezco, pero sí te pido apoyo,
ayudáme a que esta familia siga siendo lo que fue. Ella es inexorable ¿viajaste
a Mar del Plata con ella? Él no sabe cómo detenerla Valeria, por favor,
esto no nos sirve a ninguno de los dos. Ella se toma unos segundos antes de
preguntar ¿y si decido no perdonarte? Él se aterra estarías
cometiendo el mayor de los errores, por mí, por vos pero, sobre todo, por esas
tres cabecitas que están durmiendo felices, ya me equivoqué yo, no dupliques mi
error. Intenta abrazarla nuevamente y ella lo habilita. Las lágrimas
empiezan a deslizarse silenciosas por las mejillas de Valeria. A él se le parte
el corazón.
Salió como todas las mañanas rumbo al colegio
pero cuando estaba poniendo el auto en marcha, se arrepintió. Se bajó, desanduvo
sus pasos y volvió a poner la llave en la cerradura. Valeria gritó desde la puerta llevo
a los chicos y vuelvo, andá vistiéndote, te invito a desayunar. Delante de
los tés con leche Francisco comenzó a contarle lo que había sido su infancia. No
es muy diferente de lo que yo imaginaba fue el comentario de Valeria. Él le
pidió que se explicara y ella agregó no me refiero a los vínculos de tus
padres, allá ellos, sino al rol que siempre jugaste en tu familia, tu mamá te
llevó de las narices hasta el día en que se murió. Él intentó justificarla
pero Valeria lo interrumpió sabés que yo la apreciaba mucho pero convengamos que era una mujer
difícil, no en vano el distanciamiento
de tus hermanos. Él, satisfecho de que la conversación cursara lejos del
tema en cuestión, dijo no la juzgues tan duramente, todavía no te comenté lo
que me contó Delia; parece que cuando papá la dejó, mamá quedó más muerta que
viva, analicemos todo su accionar desde esa desesperación, ¿te imaginás lo que
debe haber sentido al saberse traicionada por el hombre que fue el amor de su
vida? y en cuanto terminó de decirlo
Francisco supo que se había equivocado. No
me parece una pregunta oportuna, puedo imaginarme exactamente lo que debe haber
sentido, debe haber sido muy parecido a lo que estoy sintiendo yo. Francisco
le agarró las manos no seas tonta, yo
estoy a tu lado, siempre estaré a tu lado. Valeria lo miró con dureza Francisco,
esto no es gratis, podremos seguir estando juntos pero algo se rompió se
llevó instintivamente las manos al pecho yo creí que habíamos construida una
pareja perfecta y ya ves que no, sabés como luché para que nuestra familia
funcionara como un reloj de precisión, sé que he sido muy estricta con los
chicos, Carolina siempre me dice que parecen manzanas lustradas, tal vez
también fui muy rígida con vos; siento ahora que no me sirvió de mucho guardar
cada prenda de ropa en una bolsa de nylon, cambiarles todos los días el
delantal ni elaborar cada semana una dieta distinta perfectamente balanceada; a
lo mejor gasté tanta energía en esa sarta de pavadas que no me di cuenta de que
mi marido estaba precisando otra cosa. Él quiso frenarla vos no tenés
nada que ver pero ella no lo permitió mi mundo se derrumbó como un castillo
de naipes al que soplaron con demasiada fuerza, debe ser el castigo a mi
soberbia, a pensar que no había familia mejor que la mía, que no había madre
que supiera cubrir las necesidades de sus hijos como yo. Él necesito
intervenir Valeria, los chicos te adoran. ¡Pero vos no! la voz de ella
fue casi un grito. Te quiero como siempre, nada cambió. La cara de
Valeria estaba descompuesta ¿no te das cuenta de que todo cambió? ¿Qué puedo
hacer para demostrarte lo contrario? Ella cerró los ojos nada de lo que
hagas o digas en este momento podrá devolverme la paz. ¿No valorás que te haya dicho la verdad? Ella, ahora, lo miró con fijeza, con
insoportable intensidad creo que lo hiciste más pensando en vos que en mí,
una manera de tranquilizar tu conciencia, tu presunta sinceridad quizás no fue
más que un acto egoísta. Él está desconcertado ¿hubieras preferido que
te lo ocultara? Ella fue rápida al menos en este momento no me estaría
desgajando. Él intentó te pido que me des una oportunidad de demostrarte
que esto es solo un mal momento. Ella reflexionó unos instantes y declaró tengo
las manos atadas por las seis de los chicos
Entró al estudió. Un bloque de mármol aplastándole la cabeza. ¿Cómo llegó su
mujer? le preguntó Marcela. Bien,
por suerte todo bien. Francisco se recluyó en su oficina, cerró la puerta y
se dejó caer en el sillón. Marcela le había elaborado una lista de tareas
pendientes. Le echó una ojeada. No tenía ganas de hacer nada. O sí. Pero lo que
tenía ganas de hacer, necesidad, no podía ser hecho. Por distraerse, agarró el
teléfono y buscó su agenda. Le agradeció
a Delia la charla del otro día y le preguntó cuándo podía regresar. Mirá,
Francisco, no he parado de soñar con tu madre y en todos los sueños está
enojadísima conmigo; es un claro pedido de que no te siga contando; por
supuesto que podés venir a visitarme, sabés lo que te quiero, pero de
recuerdos, nada. Colgó decepcionado. Pero quizás era mejor así. Tenía
demasiados problemas propios como para hacerse cargo de las angustias de su
madre. Pidió un té. Empezaría con la pileta para Rivarola. Estaba por fin
concentrado en su trabajo cuando Marcela le pasó una llamada. Necesito hablar con vos, es por el
departamento de mamá. Chocante escuchar esa palabra saliendo de los labios
de su hermano. Francisco lo invitó a cenar. Excelente, hace mucho que no veo
a los chicos. Cuando le comunicó a Valeria los planes para la noche se
fastidió. Si preferís me encuentro a solas con él ofreció Francisco.
De ninguna manera, quería que cenáramos los cinco juntos; pero una vez que tu
hermano se digna aparecer … En cualquier otra
oportunidad hubiese podido ser el inicio de una discusión, sin embargo, tal
como pintaba el panorama, Francisco decidió hacer oídos sordos a la
provocación. La presencia de Guillermo lo aliviaba. Le daba miedo estar a solas
con Valeria.
Guillermo llegó cargado de cosas absurdas: una
víbora disecada, un cortaplumas, un huevo de avestruz. Esas que siempre
provocaban la euforia de los chicos y el mal humor de Valeria, sobre todo
cuando lo que llevaba entre manos respiraba. Aunque lo veían poco y nada,
siempre era motivo de jolgorio la visita de ese tío que contaba anécdotas que
los dejaban con la boca abierta. A pesar de que Guillermo no tenía hijos,
poseía la capacidad innata de relacionarse con los niños. Esa noche los regalos
provocaron un escándalo. Cuando Guillermo los depositó sobre la mesa, Luciana
de un zarpazo se hizo del cortaplumas. Camilo, indignado, lo reclamó, alegando esto es para hombres. La nena, pese a su
encendido discurso feminista perdió la partida cuando Guillermo dictaminó Camilo tiene razón, lo que le valió el
rencor de su sobrina que logró revertir sacando, como por arte de magia, un
collar hecho por los indios de su morral. Después de que los chicos, a
regañadientes, se fueron a dormir, mañana
doy un seminario a las ocho pretextó Valeria, les sirvió un café y los dejó
a solas. Tengo serios problemas financieros, necesito que, cuanto antes,
vendamos el departamento. Francisco le contó que hacía unas semanas había
empezado a vaciarlo pero luego tuve
una serie de complicaciones y dejé todo a medio hacer. Guillermo comentó
que en el velorio se le había acercado un vecino, que fue amigo de papá;
tiene una inmobiliaria en la zona, me dio una tarjeta; si Alicia y vos me
dan el visto bueno lo llamaré. Francisco manifestó su acuerdo y ofreció si
necesitás dinero urgente, algo te puedo prestar a lo que su hermano
respondió lo tendré en cuenta. Luego se hizo un molesto silencio.
Estaban en las antípodas, ¿de qué iban a hablar?, ¿del entrenamiento de
Camilo?, ¿del trabajo en el estudio?, ¿de
la infidelidad? Soltero
empedernido, viviendo de negocios que nunca se supo cuáles eran, siempre
viajando, cazando, navegando. Una suerte de play
boy criollo con quien jamás había compartido mucho más que la cena de
Navidad. Pese a todo, Francisco decidió intentarlo estuve pensando mucho en
nuestra niñez y hay cosas que no me cierran. Guillermo fue punzante ya
te dije que no tengo ninguna intención de recordar ni uno solo de los años que
compartí con mamá. Francisco insistió ¿por qué tanto rencor? Guillermo
hizo ademán de levantarse. No, quedáte, en realidad te quería preguntar
sobre papá, ¿tenés idea de por qué se separó de Laura? Guillermo se
distendió vaya uno a saber, papá no se caracterizaba por dar explicaciones
sobre su vida sentimental; yo recién me enteré cuando volví de mi primer viaje
a Europa; y a vos ¿qué bicho te picó? Francisco decidió sincerarse desde
que murió mamá vivo mirando hacia atrás. El
rostro de Guillermo se endureció de nuevo no te lo recomiendo y
conmigo no cuentes para servirte de guía; si hay algo que quisiera es poder
olvidar Guillermo se levantó ahora sí que me voy. Francisco lo
acompañó hasta la puerta. En cuanto sepa algo de la inmobiliaria te aviso Guillermo
le puso una mano fuerte en el hombro despedíme de Valeria y decíle que la
lasaña estaba maravillosa. Francisco mantuvo la puerta abierta hasta que su
hermano se acercó al auto. Antes de subir Guillermo agregó mamá me destruyó y desapareció a toda
velocidad. Francisco se quedó un rato en
el marco de la puerta, mirando el vacío, y después entró.
Se duchó, se acostó al lado de Valeria y apagó
la luz. Francisco supo que no estaba dormida por el ruido de su respiración. Se
le aproximó y la rodeó con sus brazos. Ella no respondió. Francisco la soltó y
volvió al lado permitido de la cama. No logró dormirse. Multitud de rostros
apareciendo en su entresueño. Valeria, los chicos, Alicia, su madre, su padre,
Guillermo, Delia. Claudia. La última vez que miró el reloj eran las cuatro.
Llevó los chicos al colegio pero, después de la
experiencia del día anterior, no se animó a invitar a Valeria a desayunar. Fue
directamente al estudio y trabajó a conciencia toda la mañana. Al mediodía lo
llamó Guillermo ya me contacté con el hombre, me dijo que concertaras con él
para ir a tasar el departamento, tomá nota.
Su mamá siempre hablaba de usted, también de
sus nietos, pero menos; usted era la luz de sus ojos; recién en el velorio me
enteré de que tenía otros hijos; pobre Elisa, no le gustaba estar sola, muchas
veces me invitaba a tomar el té la
mujer hizo una pausa y luego averiguó ¿piensan vender? El ascensor,
afortunadamente, llegó a destino. Malditas las ganas de Francisco de conversar
con los vecinos. Abrió la puerta y encendió la luz. La presencia de su madre ya
se había eclipsado del departamento. Antes de que terminara de levantar las
persianas sonó el timbre. Se apresuró a atender. Un anciano achicado y pulcro
le tendió la mano soy Amadeo Luque, de Habitar; mis hijos son los que se
ocupan de realizar las visitas, como verás ya no estoy en edad, pero tratándose
de ustedes preferí venir yo. Francisco oprimió la mano que le tendía gracias
por venir, pase por favor; ¿usted conocía a mi madre? Al que conocí bien fue a tu padre, perdoname
que te tutee, fuimos compañeros de facultad, nos recibimos juntos. Francisco
le mostró el departamento. Tu madre sí que sabía decorar casas, siempre tuvo
estilo comentó el hombre mientras recorrían los ambientes llenos de
muebles. Cuando terminaron Amadeo le prometió cuanto antes te comunico la tasación, Francisco dijo lamento no poder ofrecerle
ni un vaso de agua fresca, la heladera está desenchufada. A Luque le llevó
un segundo proponer entonces no podrás rechazarme un café.
Cómo anda don Amadeo, ya le traigo el
cortadito, ¿y para el señor? Francisco
pidió otro. Amadeo dijo, sonriendo, me parece increíble estar tomando
un café con vos, pensar que fui a tu bautismo. Luego le comentó que había
estado en contacto con su padre hasta el momento de su muerte. Después perdí todo rastro de los Castillo hasta que tu madre compró este
departamento, nosotros nos ocupamos de la administración; una mujer deliciosa,
no te explico lo que era de jovencita. Francisco lo detuvo Amadeo,
¿le puedo hacer unas preguntas? Para
servirte, muchacho.
Se
agitan en la cabeza de Francisco la multitud de frases de Augusto que Luque aun acuñaba como joyas. Su padre había hablado sobre él con Amadeo, había
tenido una opinión formada sobre él, había dedicado algunos minutos de su
inapreciable tiempo a reflexionar sobre su transcurrir. Inverosímil haber
compartido con su padre algo más que un remis.
Papá me enseño un juego para chicos grandes que
se llama ajedrez porque dice que yo soy muy inteligente me mostró como se
llaman las piezas y como se mueven porque todas se mueven distinto y parece que
esa es la gracia la reina es la mejor porque hace lo que quiere para mí que
tendría que llamarse rey porque el rey verdadero no sirve para nada solo para
perder el partido cando te lo comen que se llama jaque si lo podés mover y
jaque mate si aunque lo muevas igual te lo matan papá me lo comió todas las
veces pero yo me aguanté y no lloré papá me hizo dibujos con flechitas de cómo
se mueve cada una porque aunque Alicia cree que sí yo no sé leer dibuja bien
papá hace todo bien y además es famoso por eso cuando vamos por la calle la
gente lo saluda y cuando lo saludan se olvida de que me tiene de la mano y a mí
me parece que no existo.
Los chicos ya acostados, tomaba un té con
Valeria. Evitando otros temas Francisco le contó la charla con Luque. ¿Por
qué te preocupa tanto saber por qué terminaron las parejas de tus padres? Él
se quedó pensando, demasiado porque Valeria atacó los matrimonios son más
frágiles de lo que parecen, si durante siglos pudieron mantenerse fue a fuerza
de hipocresía, la infidelidad no la inventó tu papá, lo que pasa es que tu
padre dio la cara hizo una pausa y lo miró con intención y parece que
vos transportás sus genes. Él se defendió con torpeza Valeria, no
empecemos. Ella se sinceró no puedo evitarlo, por más que lo intento no
puedo pensar en otra cosa, hora tras hora; me imagino cuánto debe haber
padecido tu mamá. Él intentó apaciguarla mi madre sufrió porque perdió a
mi padre y yo estoy a tu lado. Ella lo miró, atravesándolo ¿en cuerpo y
alma? Él, muy serio, dijo sí. Ella insistió ¿no pensás en ella? Él
supo que tenía que frenarla no voy a entrar en un juego que te hace daño,
escucháme, Valeria, actué mal, me equivoqué, pero no volveré a hablar con vos
del tema, ¿escuchaste bien?, basta de sadomasoquismo. Evidentemente había
levantado la voz porque desde el cuarto llegó el llorisqueo de Tobi. Valeria se
levantó para atenderlo y cuando estaba en el marco de la puerta, intempestiva
giró es la sicóloga, ¿no? Él no contestó. El llanto del nene ya era
franco. Estaba segura dijo
Valeria y después gritó Tobi, ya voy.
Papá me regaló un ajedrez y el domingo jugamos y moví mal el caballo
hice uno y uno y era uno y dos o dos y uno entonces me puse nervioso y me
equivoqué de nuevo ahora con la torre que no camina torcido y le dije a papá
que no quería jugar más pero él me explicó que si uno no se equivoca no
aprende. Ahora estoy esperando que me venga a buscar ayer le pregunté por
teléfono si íbamos a jugar y me prometió que sí practiqué toda la semana y me
gané muchas veces capaz que hasta le puedo ganar a él anoche soñé que me comía
un caballo y como yo era un peón no podía correr y me desperté a los gritos y
mamá se enojó y me sacó la caja y dijo que ese no era un juego para un nene de
mi edad y que no sabía dónde tenía la cabeza mi padre pero yo lloré tanto que
después vino a mi cuarto y me prometió que el lunes me lo devuelve pero para
que juegue un ratito cada día no más. Ella no entiende.
Valeria seguía con Tobi. Francisco iba al baño cuando Camilo lo llamó. Me
olvidé de decirte que mañana tengo entrenamiento. Francisco calculó
que le correspondería a él ir a buscarlo y rezongó ¿otra vez? Papi
contestó Camilo dándose aires ahora soy federado. Qué raro le resultaba
a Francisco ser padre de un deportista. En eso no es Castillo pensó. Además
continuó el nene ayer me dijo el sabonín que si sigo así el año que viene
voy a formar parte del equipo para los panamericanos; tengo que trabajar más la
elongación pero le sorprende mi potencia. Camilo se interrumpió y miró
debajo de la cama. ¿No viste mi cortaplumas?, lo busqué por todos lados pero
no lo encuentro, si lo perdí me mato, pá,
¿por dónde andás?,¿me estás escuchando?
Hoy es el mejor día de mi vida papá habló con
Manuel y le avisó que podemos sacar
todas las revistas mejicanas que queramos que
después él se las paga me parece
que papá es millonario y yo no me había dado cuenta es increíble porque lo que
más me gusta en la vida son las revistas mejicanas que ya tengo veintiocho y
están gastadas de tanto que las leí a veces se las presto a los chicos y ellos
si tienen también me prestan pero yo soy el que tengo más y todas me las compró
papá porque soy muy caras y mamá no puede y además a ella no le gustan dice que
es mejor que lea libros que también tengo y los leo y mañana voy a sacar una de
la pequeña lulú que ya le eché el ojo porque está en la tapa con tobi en una
carpa y Guillermo se va a comprar una de supermán que está tirado con la kriptonita y después nos las cambiamos
ya dijimos el martes me compro la del pato
donal con los tres sobrinos haciendo un pozo en la tapa y Guillermo se
va a elegir una de batman que es más gorda porque es especial yo no sé si papá
puede comprarnos si son gordas así que
las mías son todas flacas.
Ayer fuimos al kiosco y me elegí la de lulú
pero Guillermo se llevó dos la de superman y la de Batman yo le dije que estaba
mal pero no me hizo caso. Hoy me compré
la de donal pero Guillermo está loco y se llevó cuatro y cuando le dije me gritó
que me callara la boca que yo era un enano y que no me metiera en sus cosas y
que no iba a ir al kiosco conmigo nunca más.
Cuando escuchó que regresaba Valeria, Francisco
apagó la luz. Trató de recuperar los detalles de la conversación con Luque. Le
costaba asociar con su padre al señor que Amadeo le presentaba. Una frase se
separó del contexto y quedo límpida y pulida flotando en el cielo de su
insomnio. Quiero mucho a mis hijos pero sin dramatismo. Francisco medía
sus esfuerzos por dominar el ajedrez, sus pesadillas porque no lo lograba, con
la enunciación de su padre. Sin dramatismo. Francisco nunca había
aprendido a querer así, sus afectos solían acarrearle dolores. Ni hablar cuando
los involucrados eran sus hijos. Escenas puntuales acudieron a la inútil cama.
Un paseo con Tobi y con Lucas. Medir la locuacidad del primito de la misma edad
con el mutismo de su hijo, asido de él como un bebé, le había producido un
dolor tan hondo que no podía ponerlo en palabras. Cuando Luciana resultó
excluida de un paseo al que fueron todas las amigas la angustia de Francisco
empardó a la de la nena. Cosas de chicos minimizaba Valeria. Ni hablar
cuando Camilo mató accidentalmente a su hamster. Las experiencias de sus hijos
se transformaban en propias, las frustraciones de ellos se le metían en la
piel. Eso no era querer sin dramatismo y no se le ocurría que pudiera existir
alguna otra manera de querer a los hijos.
Su padre, era evidente, le había tenido cariño, sin embargo ¿qué lugar
había ocupaba en el abanico de sus afectos, en la escala de sus
preocupaciones? Una mascota de lujo, un objeto de adorno. Si estaba, mejor; si no,
el mundo seguía andando. Desde el fondo de sus vísceras trepó un dolor sin
posible cauterización.
Hoy es domingo porque papá nos vino a buscar y
pasamos por el kiosco y le pidió la
cuenta a Manuel y yo me fije y decía
cuarenta y tres revistas y papá se puso furioso eso que papá nunca se enoja
dijo que éramos unos desconsiderados unos abusadores y que el crédito se había
terminado porque no lo merecíamos que tenía una gran decepción yo solo había comprado cinco pero Guillermo no
decía nada y yo no quería ser un botón se me caían las lágrimas por las
revistas pero sobre todo por papá que lo traicionamos y que a lo mejor se queda
con deudas y eso es grave como dice mamá.
Intentando no hacer ruido, salió de su
habitación. El aplique del pasillo esparciendo una débil luz. Se asomó a la
puerta de Camilo. Despatarrado, como siempre, dormía profundamente. Desde el
cuarto de Tobi le llegaba el ruido de su respiración, hacía días que estaba
resfriado. Se acercó y le tocó la frente. Fiebre no tenía. Le sacó un oso
incrustado en la panza y lo tapó. Cuando llegó al cuarto de Luciana se asustó,
nadie en la cama. Se aproximó. La nena estaba totalmente cubierta por las
cobijas. Francisco, ya con taquicardia, temiendo descubrirla asfixiada, la
destapó. En medio de la penumbra lo taladraron unos ojos abiertos de par en
par. ¡Papá, sos vos!, escuché ruidos y creí que era un moustro. Francisco
intentó tranquilizarla Lulú, los monstruos no existen. La nena se sentó
en la cama pero los ladrones sí, y mamá dice que esa gente son moustros. Francisco
le acarició el cabello revuelto perdoname, te desperté. La nena agitó la
cabeza no, no dormía, pensaba en la abuela, ¿dónde está? Francisco la
abrazó Lulú, la abuela se murió. La nena se desprendió del abrazo sí,
ya sé, pero ahora, ¿dónde está? En el
cementerio, te expliqué que la pusieron en un lugar que se llama nicho, si
querés un día te llevo a visitarla. Luciana, muy seria, continuó mamá
dice que su espíritu está en algún lado pero yo sé que vos no creés en Dios. Francisco,
conmovido, intentó sobreponerse la abuela está en todas las cosas que nos
hacen recordarla, en este momento, de alguna manera, está aquí con nosotros. La
nena se escurrió entre las cobijas tengo miedo confesó. Me quedo una
rato, yo tampoco me puedo dormir; hacéme un lugarcito que estoy un poco
gordo. La tapó bien y se acostó a su lado. Olor a nena en la almohada.
Guillermo dice pasáme con mamá entonces grito
mamá Guillermo quiere hablar con vos y ella se acerca y me pregunta conmigo y a
mí también me parece raro capaz que Guillermo ya no está enojado y yo me quedo
contra la pared y veo que mamá se desarma y dice no puede ser cuándo fue y
después agarra un papel y escribe algo y pregunta te parece que lo lleve y un
rato después corta y se sienta en el sillón y me llama y yo me acerco y me
quedo parado frente a ella que dice Francisco pasó algo muy triste vení y yo me
acerco más y me agarra las manos
Francisco no sé cómo decírtelo y yo no le veo la boca pero quisiera
tapársela.
Estaba saliendo
cuando recordó la reunión. Volvió a entrar y gritó escaleras arriba no me
esperen a cenar. Valeria, a medio vestir, lo encaró desde el rellano ¿te
encontrás con ella? Sí contestó Francisco si con ella te referís a la
señora de Urquijo y se dio cuenta de que no era la culpa lo que teñía su
voz. Era, lisa y llanamente, bronca. Dio un portazo y subió al auto. Papi, se
hace tarde protestó Camilo justo hoy que compito.
Nos subimos a
un taxi yo me puse el traje y la camisa que me hizo la abuela y los
zapatos que me lustró el domingo el abuelo y me peiné con gomina mamá va
vestida de negro y con sombrero y llora yo no lloro yo todavía no lloré porque
pienso todo el tiempo que capaz que es otra broma de Guillermo porque no puede
ser sin la abuela no se puede seguir viviendo papá la tiene a Laura pero al
abuelo a Alicia y a Guillermo quién los va a cuidar a lo mejor vuelven a casa
pero para eso se tiene que ir Germán capaz que se van con papá pero para eso se
tiene que ir Laura y si no está Laura quién va a hacer la comida no puede ser
la abuela no nos puede hacer esto porque es la única que nunca me hizo nada solo
buñuelos y cosas ricas y cariño y nunca me pregunta y nunca me pide y yo la
quiero tanto y nunca se lo dije y cuando la vea se lo voy a decir porque seguro
que es una broma de Guillermo como con la soga seguro que me dice enano te la
creíste y yo no lo voy a perdonar porque con la abuela no se juega la abuela es
sagrada como diría el cura que si la abuela se muere no voy a la iglesia nunca
más porque nadie sabe que la abuela cuenta cuentos más lindos que los del libro
siempre de viejitos pobres que les cae la lluvia en la olla del puchero y la
abuela los inventa solo para mí aunque esté cansada y le duela la cabeza que no
me dice pero me doy cuenta porque se toca la frente a cada rato y le voy a
pedir a papá que la lleve al médico porque la abuela nunca se queja pero se
nota que le duele por qué no se lo conté antes la culpa es mía si hubiera ido
al médico no se habría muerto yo a Guillermo lo voy a matar estas cosas no se
hacen. Bajamos del taxi y hay un montón de gente en la vereda y apoyado contra
la pared rodeado de sus amigos está Guillermo. Llorando. Era verdad pucha digo
era verdad.
Lo que decidan para mí estará bien fue la respuesta de Alicia cuando Francisco la
llamó para comunicarle la tasación. Una última pregunta se animó él ¿cuál
era el apellido de Laura? Alicia fue incisiva ¿seguís dándole vueltas al
asunto? Él insistió no me contestaste
Entramos y a la
primera que veo es a Alicia pero ella no me ve no me ve porque está llorando y
yo no lo puedo creer porque Alicia nunca lloró en la vida la abuela siempre le
dice al abuelo qué dura es esta chica y cuando al fin me ve se pasa las manos
por los ojos y viene y ya no llora y me dice Francisco se nos murió la abuela y
me agarra las dos manos y le vuelven las lágrimas y yo también tendría que
llorar pero no puedo estoy como roto por dentro capaz que por eso no puedo y
aunque la quiero abrazar tampoco puedo y mamá se acerca y le dice lo siento
tanto hija yo también la quería mucho y
Alicia me suelta y me parece que se besan pero no miro porque hoy no me importa
ni lo que más me importa ahora desde lejos papá me hace señas y yo me acerco y
tiene los ojos chiquitos y está sentado y me pone la mano en el hombro y me dice gracias por venir con la voz como
un hilo sos un chico muy valiente la abuela estaría orgullosa de vos y así de
repente le salen las lágrimas que yo no
sabía que él también tenía pobrecito mi papá y justo la tía Irene me dice vení
Francisquito el abuelo preguntó por vos y me agarra de la mano y me arrastra no
quiero ver al abuelo pero el abuelo me quiere ver y tengo que ir y estoy yendo
y me quiero escapar y llego y el abuelo está hundido en un sillón enorme y él
que era tan alto parece un pajarito y la tía me ordena andá dále un beso
mientras me empuja y dice mirá quién vino a hacerte compañía entonces el abuelo
recién me ve si es que me ve porque tiene los ojos como de vidrio transparentes
pero no llora a lo mejor es como yo y me agarra la mano y me dice hola Paquito
sentáte acá y se corre un poco y yo me siento a su lado y la tía se va y yo no
sé qué hacer y el abuelo me agarra la mano y la sostiene entre las dos suyas y
me la aprieta fuerte y estamos los dos solos sentados callados sin llorar y a
mí me agarra sueño y el traje me molesta y quisiera cerrar los ojos y dormirme pero eso no se
puede eso está muy mal entonces vuelve la tía y dice papá vení a despedirte de
mamá que ya la van a preparar y el abuelo se para sin soltar mi mano así que me
tengo que parar y camino con él hacia
donde hay mucha gente que se aparta a nuestro paso y veo a lo lejos un cajón
que yo no sabía cómo era y el corazón se me enloquece y de repente se me nublan
los ojos y me parece que me caigo entonces escucho una voz que dice Francisco
por Dios qué te pasa y es la voz de mamá
que pide llamen a un médico.
La refacción del
petit hotel estaba llegando a su fin. Francisco se demoró controlando las
terminaciones. El carpintero había hecho un trabajo de lujo. Daban ganas de
acariciar las puertas de roble, lijadas y lustradas. De masticarlas
pensó. Salió satisfecho, sin embargo, en cuanto subió al auto la realidad se le
impuso, aplastándolo.
Llegó a su casa
cerca de las nueve. Desde la puerta lo asaltó el olor de los canelones. El
estado anímico de Francisco ascendió varios centímetros en un segundo. Si
Valeria había resuelto agasajarlo no sería tanto su rencor. Quizás lo peor
ya pasó. Se sentaron a cenar. Como los dedos de una mano. Francisco
comía con entusiasmo, absurdamente contento. Charlando con Camilo sobre la
documentación que deberían presentar para inscribirse en los panamericanos.
Hasta que la voz de Luciana se impone mami, ¿estás arrepentida de haber
vuelto? Valeria levanta las cejas, sorprendida. No hay nada que haya
deseado más que estar acá, con ustedes contesta rozándole el cabello. Entonces
insiste la nena ¿por qué desde que llegaste tenés la cara tan triste? Ratificando
las palabras de Luciana, los ojos de Valeria se llenan de lágrimas.
Le abrió una mujer que rondaba los setenta,
delgada y de facciones agradables. Impecablemente vestida y maquillada con
esmero. La última vez que te vi
tendrías unos nueve años; a ver, dejáme que te mire, sí, seguís teniendo los
mismos ojos él sonrió y la misma sonrisa; qué parecido a tu papá, vení,
sentáte, ¿qué puedo ofrecerte? Laura fue a la cocina. Francisco se paró y,
fiel a su genio, le echó un vistazo al living. Amplio y luminoso, decorado con
gusto. Se acercó a la biblioteca. Lacan, Freud. Laura llegó con la bandeja y
Francisco regresó al sillón asignado. Ella se sentó enfrente y le clavó los
ojos contame, ¿por qué estás aquí? Francisco carraspeó hace poco
murió mi madre y desde ese momento, mi niñez que tenía totalmente borrada, se
transformó en una obsesión; he ido reconstruyéndola a retazos pero me han
quedado huecos que no logro llenar; por eso recurro a usted. ¿Cómo me
localizaste? La guía, mi hermana me dio su apellido. Laura hizo un gesto de
sorpresa ¿Alicia?, puedo contar con los dedos de la mano las veces en que la
he visto, ella nunca me aceptó; tu padre respetaba a ultranza sus decisiones
por eso, y muy a mi pesar, no intenté acercarme hizo una pausa y preguntó ¿en
qué puedo ayudarte? Se sintió absurdo al explicar preciso saber si la
relación entre ustedes empezó antes o después de mi nacimiento encogió los
hombros ya sé que no cambia nada pero para mí es importante saberlo. Ante mí
no necesitás justificarte, uno de los interrogantes fundamentales del hombre es
acerca de sus orígenes Francisco descubrió en Laura la sonrisa profesional
de Claudia cuando conocí a tu padre vos ni siquiera estabas en camino
Francisco cerró los ojos casi imperceptiblemente no te equivoques, solo
éramos compañeros del comité; de a poco comenzamos a intimar; Augusto era
inteligente, brillante, caballeroso, culto, buen mozo; no le faltaba nada para
conseguir que una jovencita cayera a sus pies, me deslumbró; sin embargo, la
nuestra era un relación exclusivamente espiritual, charlábamos horas y horas,
paseábamos por Florida sin rozarnos ni las manos; yo me daba cuenta de que cada
vez estaba más comprometida; él era un hombre con la vida resuelta y yo soñaba
con casarme, con formar una familia; hasta que un día le confesé que estaba
profundamente enamorada y él también terminó declarándome su amor; estaba
destrozado, tu padre siempre fue un hombre de bien, no me quería de amante, y,
por otra parte, no podía ni plantearse destruir su familia; me pidió que le
diera tiempo, necesitaba ordenar sus ideas y sus sentimientos; todo esto sin
tocarnos un dedo, te lo juro; hasta que una tarde le dije que no creía en su
amor porque si este fuera tan grande cómo él me lo planteaba, no dudaría en
tomar una decisión; al día siguiente me citó en la Confitería del Molino,
me acuerdo como si fuera hoy, era una tarde preciosa; a la hora acordada entré
y lo vi, no estaba solo, estaba con vos; me miraba y su mirada era una súplica;
recién en ese instante pude comprenderlo, no éramos solo él y yo, ese niñito
asustado era el símbolo de todo lo que destruiría nuestro amor; me fui
llorando, dispuesta a apartarme de su camino; no obstante tu madre, sin
saberlo, esa misma noche acudió en nuestra ayuda; sospechó, encaró a tu padre y
él, al poder sincerarse, calmó el infierno de meses y pudo, por fin, concederse
el derecho de empezar de nuevo; puedo asegurarte que hasta que no llegaron los
papeles de México no pasamos de un beso; fueron años hermosos pero duros, creo
que él nunca logró perdonarse del todo; tu hermana por meses no quiso verlo.
Guillermo, reticente; sus padres también; no fue fácil para él; además el
episodio repercutió negativamente en su carrera, eran otras épocas, estaba
aceptado tener un bulín y una amante pero no romper un matrimonio; su círculo
de relaciones no me aceptaba; aun así fuimos felices; habíamos nacido para
compartir la vida. Los ojos de Laura se llenaron de lágrimas. Francisco le
ofreció un pañuelo. Cuando de nuevo la vio sonreír le preguntó entonces,
¿por qué se separaron? Ella cerró los ojos y se tomó unos segundos pasó
el tiempo y fue creciendo mi necesidad de ser madre; desde el primer momento él
me había dejado en claro que no tendría otros hijos; esgrimía que cada hombre
debía elegir un único vientre para albergar a sus hijos y que él ya había
elegido; durante años, pensé que sería capaz de hacerlo cambiar de opinión, no
fue así; la angustia y el vacío empezaron a crecer en mí; hasta que, pese a sus
obsesivos cuidados, me avergüenza contarte estas cosas pero si no, nunca
lograrás entenderme, luego de años, quedé embarazada, imagináte mi alegría; sin
embargo, él fue terminante, me obligó a abortar; poco después decidí separarme
las lágrimas de Laura arreciaron quedé
rota para siempre, porque la culpa fue mía, no supe defender a mi hijo. Minutos
después había logrado tranquilizarse y comenzó a inquirir sobre la vida de
Francisco. Él le estaba contando cuando tuvo un impulso ¿le gustaría conocer
a mis chicos? La cara de Laura
resplandeció.
Cuando abro los ojos estoy rodeado de zapatos
ya estoy bien le digo a mamá que está arrodillada
a mi lado y me siento en el piso y ella dice gracias a Dios y me ayuda a
pararme y empuja a la gente y me lleva a un sillón y se sienta a mi lado y
alguien dice querés agua pero yo hago que no con la cabeza hasta que se acerca
la tía Irene y avisa ya la llevan y mamá se para y me agarra la mano y me hace
parar y nos acercamos a papá y ella le pregunta en qué auto vamos y papá duda y
aparece Laura y dice están todos locos saquen ya mismo a este chico de aquí y
papá y mamá se miran y Laura me agarra de la mano y mamá y papá se siguen
mirando y Laura me empuja y salimos y estamos afuera y hay sol la puta la
abuela se murió y hay sol y Laura me pregunta querés comer algo y yo pienso
buñuelos y me cae una lágrima y después otra y lloro y epateo el piso y Laura
se arrodilla en la calle y me abraza y yo me dejo.
Valeria llegó tarde de la facultad. Antes de
que fuera absorbida por los chicos, Francisco le comentó el encuentro. Su mujer
lo dejó hablar y luego, sin decirle una palabra, lo abrazó. Fuerte lo abrazó.
Al cabo de unos minutos se separó ¿por qué no la invitás a cenar el viernes?
Estamos
buscando un conejito de las indias pide papá y la vendedora nos dice elijan
tranquilos y a mí me gusta el manchadito pero eligen uno todo marrón porque es
más grande y también compramos una jaula y una bolsa con comida la señora pone
el conejito en la jaula papá paga y salimos y yo quisiera llevar la jaula
porque igual me gusta mucho el conejito pero como es muy pesada papá se la da a
Guillermo y a mí la bolsa porque el conejito no es para mí es para Jorgito y este
es el primer animal que va a tener Jorgito total yo tengo a Polifemo en la
quinta y un perro es mucho mejor porque
cuando te ve mueve la cola y este conejito casi no tiene.
Pucha cómo la precisa. Por primera vez se le
impone en toda su magnitud el dolor de no tenerla. Como si luego de semanas de
armar laboriosamente un enorme rompecabezas
con intenciones de enmarcarlo descubriera, al llegar al final, el
extravío irreparable de una pieza. El conjunto perdía la razón de ser. Eso era
él sin Claudia: un rompecabezas trunco.
Estamos yendo a llevar unas tortas que preparó
la abuela para Jorgito que mañana es el cumpleaños total a mí siempre que le
pido me hace buñuelos que son mucho mejor me explicaron que no hay que decirle nada a Jorgito es una
sorpresa una gran sorpresa. Hola dice la tía Irene y me besa qué grande estás y
mientras papá y Guillermo se quedan charlando con los tíos yo lo sigo a Jorgito
hasta su cuarto que siempre está tan ordenado sino la tía Irene le grita y él
me cuenta mis papás me van a regalar un
mecano y yo le digo si ya sabés no es sorpresa pero él me explica yo ya soy
grande para sorpresas estoy muy contento
porque es el regalo que yo más quería el mejor de todos lo que existen
entonces le digo yo no estaría tan seguro y él me pregunta por qué me lo decís
y yo le digo porque a lo mejor te regalan otra cosa que te gusta más pero él
insiste no hay nada mejor y yo también insisto ya vas a ver que sí y él me
pregunta qué es lo que voy a ver y yo le respondo no sé porque no puedo
contarle y ahora Jorgito me tantea ustedes me van a regalar algo que me va a
gustar más y yo le hago que sí con la
cabeza decime qué es me pide y yo le digo no puedo es una sorpresa pero él dice
a mí no me gustan las sorpresas qué es
exige y yo le digo no me dejan y él me provoca no sabés me estás mintiendo y yo
le digo es verdad y él insiste si es verdad
decime qué es y yo le digo no puedo y el grita sos un mentiroso entonces
le digo un conejito de las indias y Jorgito abre tanto los ojos que me asusto y
dice es mentira no puede ser porque a mamá le da alergia pero yo le explico Alicia
la convenció y Jorgito abre la puerta y sale corriendo y desde el cuarto
escucho los gritos mamá es cierto que el tío me va a regalar un conejito de las
indias. Siento que me desmayo. Es un imbécil grita Guillermo te avisé papá es
un mocoso no teníamos que contarle nada ahora lo agarro y lo mato y el tío
Jorge trata de calmarlo no te pongas así y de repente escucho los paso de
Guillermo en la escalera y levanto la colcha y me meto debajo de la cama justo
cuando Guillermo entra y grita dónde estás manga de tarado y yo tiemblo debajo
de la cama y como no me encuentra se va tuve suerte porque si me encuentra me
mata y tiene razón soy un tarado rompí un secreto de familia y eso es muy grave
no me importa que él me pegue me importan papá y Alicia y escucho que alguien
entra y veo la punta de unos zapatos y escucho Francisco si estás aquí salí y
es papá y tengo que correr la colcha y asomar la cabeza.
Valeria regresó del
baño envuelta en la toalla. La deja caer y está por ponerse el camisón cuando
Francisco se enciende. La busca y ella accede. Valeria vibra con sus caricias, se arquea. Francisco siente que todo
está superado. No obstante, cuando él, en el momento de acabar, cierra los
ojos, la imagen de Claudia otra vez se cuela en la cama. Los abre asustado.
Valeria, satisfecha, sonríe.
Qué hacés ahí dice papá y se sonríe y yo salgo
del todo y las lágrimas me empiezan a resbalar por la cara y papá me ordena
Francisco miráme pero yo me tapo los ojos con las manos entonces papá se acerca
y me los destapa y las lágrimas se me
hacen sollozos y ahora papá se sienta sobre la cama y saca el pañuelo del bolsillo y me limpia la
cara y yo me sorbo los mocos y entonces papá dice qué tonto este Jorgito vos le
contaste un secreto y él no fue capaz de guardarlo me parece que no se merece el conejito y yo
lo miro y no puedo creerlo porque soy yo el que no merezco este papá el papá mejor
del mundo.
Tobi apareció a las siete de la mañana en el
cuarto, no enterado de que era sábado. El pijama con patas, el pelo revuelto,
los cachetes colorados, el peluche en la mano. Irresistible. Ante la invitación
de Francisco trepó a la cama y se acomodó entre los dos. Valeria semidormida,
lo estrechó contra ella. El nene se llevó el pulgar a la boca y ronroneó.
Francisco se sintió extrañamente molesto, y al cabo de un rato, se levantó. Al
pasar por el cuarto de Luciana la vio despierta. ¿Qué está haciendo mi Lulú
tan temprano? La nena fue precisa me acordaba de la abuela, ¿vos
no la extrañás? El día no pintaba fácil la tengo presente todo el
tiempo, siempre me acompaña. Luciana se sentó en la cama ¿me podés
llevar a su casa? Francisco la miro inquisitivo yo siempre jugaba con
sus collares, ella me prometió que cuando fuera grande me los iba a regalar.
Francisco, sonriendo, preguntó ¿y ya sos grande? La nena le contestó,
muy seria yo nunca voy a ser grande para ella porque ¡mi abuela se me murió! Luciana
estalló en llanto ¿ahora quién me va a decir Luciérnaga? Se recostó en
la cama de su hija y la abrazó fuerte.
Es domingo porque después del sábado sigue
siendo domingo y tengo miedo de que papá no me venga a buscar más porque el
domingo pasado no vino y en estos días nadie me llamó capaz que se ofendieron
porque no fui al entierro como mamá que sí que se enojó pero siento la bocina y
el corazón me late y grito chau mamá y
ella me contesta chau hijo dále un beso de mi parte al abuelo y yo me subo al
auto y me siento al lado de papá que me pregunta cómo estás bien le contesto y me
animo y le pregunto y vos y él me mira sorprendido y justo Julio pregunta
adónde vamos señor que por suerte hoy tocó Julio que es el que más me gusta y
papá dice a la rotisería te encargué milanesa con papas fritas está bien me
consulta y yo hago que sí con la cabeza aunque está mal porque hoy es
veintinueve y la abuela hacía ñoquis y me ponía un billetito debajo del plato y
no quiero ver al abuelo no quiero ver a los chicos no quiero ver la casa no
quiero ver la cocina no quiero que nadie se siente en su silla no quiero que
sea domingo nunca más.
Vestíte, Lulú, vamos a lo de la abuela dijo Francisco. Después fue al dormitorio.
Madre e hijo dormían abrazados. Buscó la ropa con cuidado y se vistió. Salieron
de puntillas dejando una nota sobre la mesa.
Todos me
saludan como si nada y vamos al comedor y la mesa está puesta y papá deja los
paquetes sobre el mantel y empieza a sacarles el papel hasta que Alicia dice
así no y se los lleva a la cocina y al rato vuelve con una bandeja y dice
siéntense y ella se sienta en el lugar de la abuela y le da a cada uno su cajita
de aluminio. El abuelo pidió ñoquis
Luciana se abalanzó al dormitorio y abrió el
segundo cajón de la cómoda. Allí, desparramados, montones de collares de
fantasía que la nena recogió, golosa. En el fondo apareció una bolsa con tres estuches
de terciopelo azul, rodeados por gomitas, sosteniendo respectivos cartoncitos. La nena leyó la primera tarjeta
dice para Alicia, sacó la segunda para Moira y repitió el
procedimiento para mi Luciérnaga y, con sumo cuidado, abrió el estuche ¡un
anillo de brillantes! gritó mientras se lo probaba y luego sacudió la
cabeza, preocupada me queda enorme. Ese sí que es para cuando seas
grande la conformó él. A Luciana le llevó un instante concluir entonces
la abuela sabía que se iba a morir. Lulú, todos sabemos que moriremos algún
día. La nena no pareció impresionada y pidió ¿me prestás un lápiz? tomó
la birome que se le ofrecía y arriba de su nombre agregó Para la nieta
de: le devolvió la birome y agregó por
las dudas. Francisco la abrazó. Vamos a desayunar a casa y después
volvemos y me ayudás a ordenar, ¿qué te parece? Ella, entusiasmada, sugirió
¿compramos facturas? Francisco asintió. ¿De dulce de leche? tentó y le dio el anillo tengo miedo de que
se me pierda, ¿me lo guardás hasta que crezca? Después
informó voy a ponerme un collar mientras se engalanaba. Salio llevando
en una caja, apretada bajo el brazo, su
tesoro.
Terminamos de comer y Guillermo levanta los
platos y Alicia los lava y yo llevo la panera y no sé qué más hacer pero por
suerte papá me llama y salgo de la cocina y él me cuenta me pidió Laura que te preguntara si querés ir
al cine entonces averiguo Guillermo va y papá me responde solo nosotros tres y
yo creía que estaba mal ir al cine tan pronto pero si Laura dice. Chau abuelo saludo y le doy un beso y después
me acuerdo y le doy el otro pero no le digo de quien es y el me despide hasta
el domingo que viene Paquito porque
ahora el abuelo es el único que me dice Paquito.
Esa noche, en la cama, Francisco intentó
hilvanar sus últimas experiencias. Cuánto más sencillo había sido, durante
años, defenestrar la figura de su padre y ensalzar la de su madre; culpar de
todo a esa mujer. Desde el vientre había sido mudo testigo de un juego
de pasiones. Nadie había querido hacerle daño, eso era evidente, pero igual se
lo habían hecho. La misma torpeza demostrada por Claudia, tan sensible frente a
los dolores ajenos, con su propia hija. ¿Sería él mismo incapaz de percibir las
inquietudes de los suyos a quienes consideraba viviendo en un paraíso terrenal?
Era un mito la existencia de una niñez feliz. Cada niño cargaba con la
suficiente inteligencia emocional para leer entre líneas, para captar los verdaderos
sentimientos de los padres a partir de sus vibraciones, de su olor. Quizás el
sexto sentido de sus hijos podía percibir como su cuerpo añoraba el de Claudia,
como su alma la necesitaba. Una parte de sí mismo que, como un perro
abandonado, aullaba por su dueño.
La hamaca buscaba, obstinada, las manos de
Francisco. Las carcajadas de Tobi surcando el aire. Francisco se sintió
salvajemente vivo. Sorpresivamente feliz. ¿Horacio
sabe? Francisco, desconcertado, giró hacia Valeria. ¿Si sabe qué? La cara de su mujer era elocuente. Él bajo los
brazos. ¡Más, papá!
Francisco vio a sus hermanos munirse de muebles
y cuadros que siempre habían desdeñado. Y aunque se revolvía de rabia, no pudo
dejar de pensar que su madre habría estado contenta. Ella había establecido, a
lo largo de toda una vida de acarrearlos de vivienda en vivienda, una relación
muy particular con sus pertenencias. Había amado por igual porcelanas finas y
toscas figuritas de loza. Después de que las piezas de valor fueron
adjudicadas, y sus hermanos, en consecuencia, se hubieran ido, Francisco se
propuso deshacerse de la multitud de cosas inservibles que tapizaban estantes y
paredes. No fue fácil. Compré un angelito me dice mamá y yo le pregunto otro
más y ella me contesta este no es cualquier angelito fijáte tiene tu misma cara
estaba en el remate esperándome. El teléfono sonó, sobresaltándolo. La cena
lista y los chicos muertos de hambre. Aliviado, se lavó las manos y se dirigió
a su casa. Desde un inicio le había resultado mucho más fácil ser padre que
hijo pensaba ya en el auto. A lo mejor los chicos, hasta ahora tan dóciles,
estaban juntando fuerzas para complicarle la vida. Francisco sonrió solo. Inimaginable
Luciana transformada en una Alicia; Camilo en un Guillermo. Y no supo si
alegrarse cuando notó que no sería inconcebible que Tobi se le pareciera.
El yesero meneaba la cabeza, preocupado hacía rato que no veía molduras tan
trabajadas. Francisco supo que el presupuesto adelantado por teléfono iba a
ser considerablemente incrementado. Su mirada siguió la del hombre y recién
descubrió que eran idénticas a la del hall de Amenábar. Un pie en un cuadro
blanco, el otro en uno negro. Una
voz lo sobresaltó me quedé
corto, arquitecto, disculpemé.
Estaba esperando en el auto a Camilo cuando
reparó en que hacía mucho que no lo veía practicar. Entró al club. Qué olor particular. Cloro, adrenalina, sudor,
desodorante. Su hijo estaba luchando. Rojo, jadeante, el dobok abierto
mostrando el pecho transpirado. Qué distinto del aplicado escolar que había
recogido del colegio solo hacía unas horas. Una fulminante patada de Camilo
derribó a su contrincante. El sabonín le levantó el brazo. Recién entonces el
chico lo descubrió. La cara se le iluminó. Mientras Camilo se duchaba el
sabonín se acercó a Francisco las piernas
de este chico valen oro. Francisco pensó las piernas de mi hijo. Fue extraño.
¿Quién es esa que viene? preguntó Luciana. No es esa, es una señora
que hace muchos años estuvo casada con el abuelo le aclaró Francisco.
¿Justo hoy que Leo me invitó a dormir? protestó Camilo. Luciana se sumó
a la causa nunca nos dijiste que existía. El otro día nos encontramos y me comentó
que le gustaría mucho conocerlos explicó
Francisco. ¿De repente te agarró el amor? insistió la nena. Francisco
se impacientó basta de comentarios,
esta señora viene a cenar y lo único que les pido es que sean educados. No obstante concedió si no
terminamos tarde, después de comer te llevo a lo de Leo. Vengan a
cambiarse ordenó Valeria. ¿Para qué? cocoreó Luciana que me
conozca como soy. A los pocos minutos el timbre sonaba. Francisco fue a
abrir, nervioso. Él también dudaba del sentido de la cena. Vagamente culpable,
además. La puerta le entregó la luminosa sonrisa de Laura. Bienvenida
la recibió Valeria. Los tres chicos, lavados y planchados se quedaron en la
puerta del living, con cara de pocos amigos. Laura se aproximó y les sonrió; solo
el pequeño le devolvió la sonrisa. Ella se agachó vos debés ser Tobías, mirá
te traje algo. La cara de los mayores mostró cierto interés mientras el
nene agarraba la caja de marcadores con timidez. Laura se incorporó, se acercó
al mayor y le tendió la mano soy Laura y me parece que sos Camilo el
chico se la estrechó con fuerza y ella aclaró salió ayer tendiéndole un
paquete. Camilo rasgó el papel ¡el último Harry Potter! La nena se
acercó yo te doy un beso porque soy mujer y no te digo que soy Luciana
porque total ya lo sabés. Laura le acarició el cabello pero no sabía que
iba a encontrarme con una señorita tan linda, espero que te quede bien. ¡Me encanta! exclamó la nena apoyando
con coquetería el vestido sobre su cuerpo. Los chicos, el buen humor
recuperado, parlotearon como de costumbre. La conversación de la cena instalada
en el hoy. Papi, ¿me llevás? reclamó Camilo en cuanto terminaron. Media
hora después, café mediante, partían los tres. Francisco pensó que ahora
ocupaba el lugar de su padre; su hijo, acostado en el asiento trasero, leyendo
el libro, el que había sido suyo. Lo dejaron primero. En el momento de bajarse
Laura le entregó un sobre lo escribí
para vos el día en que te conocí y antes de que él pudiera reaccionar, desapareció.
Un ángel de ojos pardos me trajiste en los brazos y el dolor más hermoso de
mi vida nació empezaba. Arrancó, conmovido. Quién como ella, podía
entender a Laura. Sin pedirle autorización sus manos condujeron hacia la casa
de Claudia. Estacionó frente a la puerta y apagó el motor del auto. Después de
diez minutos, venciéndose, arrancó.
Se acostó junto a Valeria, intentando no
despertarla. No lograba identificar al culpable. Solo inútiles marañas de
dolor, provocadas sin que mediara la intención. Por primera vez se encontró
pensando, no en su necesidad de Claudia, sino en lo que ella estaría sintiendo.
La imaginó entre sábanas, compartiendo a
la distancia un mismo insomnio. Angustiado, apretó fuerte los ojos.
Mamá
está tirada sobre la cama y llora yo me acerco pero ella no me ve me acerco más
y me quedo callado hasta que después de un rato me descubre y dice estoy rota y
yo sé que es por dentro y me pide vení y me toma la mano y me empuja y me
acuesto a su lado entonces dice Germán se fue y sé que no es ir a comprar
cigarrillos es irse y mamá sigue llorando y se sacude y yo me asusto y como no
sé qué hacer no hago nada hasta que se sienta en la cama y los ojos le brillan
y después se para y dice acompañáme.
Llegó al estudio y antes de sentarse levantó el
teléfono. No quiero que te sientas en
falta con la memoria de mi madre, pero necesito una única información; te
prometo que nunca más volveré a mortificarte con el tema. En cuanto colgó
le pidió de nuevo la guía telefónica a Marcela y cerró la puerta cual asesino
planeando un crimen. Al tiempo que su dedo resbalaba por las columnas de
mínimas letras, el corazón le retumbaba. Tan distinto que con Laura.
Aunque mamá se enoje yo solo voy a escribir la
tarjeta para mi papá recorto una cartulina porque a ella no quiero pedirle nada
y me queda torcida y la rompo y ahora primero la dibujo con la escuadra y después
la corto y esta sí quedó casi derecha y ahora le dibujo flores y le pego
brillantina como me enseñaron en dibujo y le hago rayas para escribir querido
papá espero que te guste la corbata que
compré con la plata que me diste porque otra no tenía gracias por venir a
buscarme todos los domingos me encanta que me lleves al cine y al restorán y a
la juguetería y estar con vos feliz día del padre te desea tu hijo menor.
Salió al jardín para saludar a Pepe y se
encontró a Camilo, en penumbras, tirado
en el piso. ¿Qué te pasó? preguntó
alarmado. Entreno contestó su hijo al
tiempo que retomaba las bicicletas me
dijo el sabonín que tengo que trabajar los gemelos. Francisco se dejó caer
en el sillón de mimbre y Pepe se acostó a sus pies. Francisco fijó los ojos en las piernas de mi hijo que,
infatigables, giraban. Uno, dos, tres
contaba Camilo. Ya iba por la cuarenta y tres cuando Valeria los convocó a
cenar. Estoy muerto de hambre dijo el
nene mientras se incorporaba.
Una jornada muy intensa. La presentación del
anteproyecto a la señora de Urquijo había resultado un éxito. Francisco controló
el reloj y se sumó al gentío de Corrientes. Hacía añares que no iba a La Paz ,
cómo había cambiado. Ajeno a sus costumbres, obvió la mesa vacía junto a la
ventana. Mientras revolvía el segundo café su inquietud crecía. Giró en la
silla y recorrió con atención las mesas a su alcance. Le dolía la cabeza, se aflojó la corbata.
Porque él odiaba usar corbata. Se oprimió las sienes con las yemas de los
dedos.
Traéme el cesto de basura me pide la abuela
entonces entro al escritorio y busco el papelero y veo el papel abollado y lo
saco y lo abro y adentro arrugada está mi tarjeta y la agarro y la rompo en mil
pedazos porque ya se le despegó la brillantina.
¿Francisco? Un hombre alto, delgado, buenmocísimo en su madurez, le sonreía.
Francisco, sobresaltado, le devolvió la sonrisa pero al verlo sentado frente a
él, expectante, sintió que se quedaba sin libreto y bajó la vista. Fue Germán
quién rompió el hielo seguís teniendo los ojos de Elisa. Mamá murió necesitó Francisco
defenderse. Me enteré hace una semana y todavía no puedo creerlo.
Francisco se descubrió sin propósitos. ¿A
qué debo el honor de tenerte enfrente? preguntó Germán y Francisco fue
brutalmente sincero necesito saber por qué abandonó a mi madre. El
hombre hizo una pausa espesa y después arrancó Elisa fue el amor de mi vida;
sin embargo, desde el instante en que la conocí lo que primó en mí, más allá de
la delicia de tenerla, era la sombra de saber que, irremediablemente, la
perdería; me preguntás por el final pero para explicarme necesito empezar por
el principio; cuando tu padre la dejó, Elisa necesitaba un sueño para
sobrevivir a la pesadilla en que se había convertido su vida, y yo tuve el
privilegio de ser el elegido; fueron años de ocultamiento, de amor
desenfrenado, hasta que ella decidió sacar nuestra relación a luz; tus hermanos
no la aceptaron pero Elisa siguió adelante; mucho tiempo después, nos casamos;
pronto me di cuenta de que nunca íbamos a poder constituir una familia; tus hermanos ya se habían ido y te manejaban
como a un muñeco a cuerda, no permitieron que te relacionaras afectivamente
conmigo; siempre fuiste educado, correcto, cortés pero inaccesible; nos
sentábamos los tres a comer y el aire se cortaba con tijera; de todos modos, yo
era capaz de soportarlo con tal de estar a su lado; hasta que empecé a observar
que Elisa vivía pendiente de las noticias sobre tu padre; cuando lo
entrevistaban en la radio o en la televisión el mundo debía detenerse para que
pudiéramos escucharlo; cuando volvías de ver a tu padre te enloquecía a
preguntas; un día encontré una carpeta donde pegaba recortes del diario, las
notitas que él le enviaba con vos ; mi contrincante era un fantasma; solo
existía en ella; empecé a enfermarme de celos; pese a todo lo íbamos llevando,
hasta que Elisa se enteró de que a tu padre lo había dejado su mujer; poco
después me dijo, porque entre nosotros todo era transparente, que iba a
intentar recuperarlo; ella esgrimía tu felicidad, su obligación de que pudieras
gozar nuevamente de una familia; una tarde salió hacia su encuentro; cuando
regresó yo, pese al amor que le tenía y que nunca dejé de tenerle, ya me había
ido; tu padre la había rechazado y ella me buscó, me rogó que volviera a su
lado, pero mi decisión estaba tomada; en cuanto pude me fui del país, viví
durante años en España, allí pude, finalmente, formar una familia; tengo dos
hijos y acaba de nacer mi primera nieta.
Francisco se despidió con la certeza de que no
volverían a verse. Porque así como ante Laura, desde el primer instante, el
afecto había fluido en ambas direcciones, todo el rato que había permanecido
frente a Germán, escuchándolo con suma atención, no dejó de acompañarlo un incisivo
malestar. Estaba yendo a buscar el auto cuando decidió que tenía ganas de
caminar un rato. Necesidad.
Mañana es el día del padre y quiero comprar una
corbata porque ahora tengo plata todavía me quedan cuarenta y cinco pesos las
miro bien a todas y por fin me decido por una azul con rayitas celestes y se la
doy a la vendedora y mamá me dice
Francisco tendrías que comprar otra para Germán porque ahora él también es tu
papá y agarra una marrón con puntitos y se la da a la señora junto con la otra
yo no quiero comprarle una corbata a Germán porque yo tengo solamente un padre
todo el mundo tiene solo un padre y además la plata me la dio mi papá pero la vendedora dice son veinticuatro pesos y yo
busco dos billetes de diez y cuatro monedas y se los doy y ella me entrega los
dos paquetes y salimos caminando y mamá habla pero yo no y cuando llegamos me
dice tenés que escribir las tarjetas pero yo le digo no voy a hacer la de
Germán si querés hacéla vos y me meto corriendo en mi cuarto y cierro la puerta
y mamá me grita Francisco.
Se ve que me trajeron dormido porque me
despierto en mi cama y está todo negro y los motores de los autos que pasan son
como ráfagas y aguzo el oído porque me parece que maúlla la gata capaz que se
quedó afuera y ahora quiere entrar pero cuando escucho mejor me doy cuenta de
que no es la gata y me tapo la cabeza con la almohada porque tengo náuseas
seguro que por la torta de casamiento con
los dos muñequitos.
Es incapaz de calcular el tiempo transcurrido
sobre ese banco. Había refrescado. Se pone el saco, mete la corbata en el
bolsillo y se incorpora. A pesar de que está nauseoso, camina hacia el auto a
paso vivo. Es evidente que la relación entre Germán y él nunca fue sencilla, quizás
la discordia entre ambos había contribuido a que abandonara a su madre. Está
manejando cuando vuelve a Francisco la imagen de su mamá llorando en la cama.
Intenta reconstruirla con precisión.
Ella le había dicho acompañáme. ¿Adónde?
Mamá se levanta
de la cama y me lleva de la mano al escritorio y abre un cajón y empieza a
sacar cartas y las rompe y abre otro cajón y saca fotos y también las rompe y mirándome fijo me dice escucháme bien Francisco vamos a hacer de cuenta que Germán
nunca existió nos olvidaremos de todo y empezaremos de nuevo los dos juntos solo
vos y yo estás de acuerdo me pregunta y me aprieta las manos tan fuerte que me duelen entonces yo hago que sí con la cabeza y me
abraza y me quiero ir pero no puedo y pienso en todas las fotos en que me
rompió porque también estaba ese que nunca existió.
FUTURO
Parado en la esquina esperando un taxi, Francisco tiene la extraña
sensación de que su juventud ha sido arrasada. Tanto que imagina que quien lo
viera lo supondría abuelo de su propia hija. Baja del taxi sosteniendo a la
nena dormida entre los brazos. Entra a la confitería. Busca a Valeria y la
encuentra en el reservado del fondo. De espaldas, acodada en la mesa, los dedos
entrecruzados amparando la frente. Mientras avanza hacia ella Francisco
recuerda la última vez que desayunaron allí. Ambos acababan de dar sangre.
Hacía casi un año. Dios mío, qué año.
PRESENTE
Imperioso verla. Estacionó frente al
consultorio. Estaba tocando el timbre cuando el portero le avisó que acababa de
retirarse. Fíjese en el bar de la esquina
sugirió. Corrió por la calle y allí, en la mesa de siempre, de
espaldas, la descubrió. Los huesos se le ablandaron. Se acercó desde atrás y le
puso una mano en el hombro. Ella giró la cabeza y miró la mano y así quedó,
muda, sin levantar la vista. Hasta que él la retiró y señalando la silla
de enfrente pidió ¿puedo? ¿Qué hacés acá? preguntó ella, recién
mirándolo. Él le contestó vine a verte. Ella quiso ser irónica ya me
doy cuenta; quisiera saber para qué. Vine a contarte todo lo que descubrí desde
que nos separamos; y como el seño
de ella se frunció agregó
perdoname, necesitaba compartirlo con vos. La voz de ella sonó helada ¿el pedido de perdón significa que tu
presencia es circunstancial? Él se desesperó mi presencia solo es la constancia de que no
pude dejar de venir. Ella se ablandó contame, en principio, contame. A
medida que le iba transmitiendo sus encuentros con Laura, con Germán, la sangre
de Francisco se entibiaba. Recién compartiéndolas con ella sus vivencias
recobraban el sentido. ¿Y cómo te sentís con tanto sobre los hombros? preguntó,
al fin, ella. Una sola palabra
acudió a Francisco completo. Completo sin mí rectificó Claudia. No
dejaste de estar conmigo ni un instante. Ella buscó precisiones ¿para
qué me confesás esto?, ¿cambiaste de opinión? Francisco bajó la vista no
es una opinión, es un deber. Claudia lo acorraló creo que tenés dos
deberes, el segundo es hacerme el menor daño posible; y si solo viniste para
desahogarte, ya lo hiciste, ella sonrió irónica y añadió que el hombre no separe lo que Dios ha
unido. Luego el rostro se le endureció y rotunda ordenó andáte. Francisco se quedó en
silencio. Andáte un grito estrangulando su voz. Francisco solo atinó a balbucear Claudia, por favor.
Cinco menos cinco. Francisco se levantó de
súbito y empezó a vestirse. ¿Qué pasa? preguntó ella. Tengo que
retirar a los chicos de la escuela. Claudia se incorporó y se dirigió al
baño pero él le aclaró me voy ya. Lo único que falta es que me dejes sola
acá. Francisco inquebrantable repitió me voy ya atándose los zapatos
tomáte un taxi. ¡Francisco! Él intentó apaciguarla es
tardísimo, me voy volando y ante
la cara de indignación de ella concedió los llevo a casa y en menos de una
hora paso por el consultorio. Prometemelo exigió ella y
Francisco levantó la palma de la mano, frunciendo las cejas palabra de
honor.
Por suerte el tránsito le fue favorable. La
estimada media hora de atraso reducida a veinte minutos. Estacionó frente al
colegio. Bajó del auto al tiempo que Luciana, con las dos mochilas, corría
hacia él. Se le tiró en los brazos, llorando. Bueno, hijita, no es para
tanto, alguna vez en la vida se me puede hacer tarde y recién reaccionando
preguntó ¿dónde está tu hermano? Fue a lo de Leo a llamarte; me dijo
que no me moviera de acá de pronto, avergonzada, la nena se apartó de su
padre y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano. Francisco buscó su
teléfono: sí, lo había apagado en el hotel. Luciana miraba hacia la dirección
en que había desaparecido su hermano y de pronto dijo mirá, papá, ahí viene.
Él, aliviado, giró sobre sí mismo. Camilo corría por la vereda. Francisco
tuvo noción de que no disminuía la velocidad. Quiso recordarle el reciente curso
de educación vial, había que detenerse en las esquinas. Una flecha, la carita
colorada, el chico bajó el cordón solo mirándolo. Francisco sí vio el auto que
aceleraba intentando obviar el amarillo. ¡¡Cuidado, Camilo!! gritó con todas
sus fuerzas mientras corría hacia la esquina. Como tocado por un rayo el chico
se para en seco al mismo tiempo que se escucha un chirrido de frenos.
Francisco, que sigue corriendo, cierra los ojos. Un instante después los abre y
no ve a Camilo. Al auto sí. Está detenido y es azul. Piensa, mientras sigue
corriendo dónde se habrá metido este chico. Cuando llega a la esquina,
del auto azul baja un hombre agarrándose la cabeza. Francisco lo roza al pasar
frente al coche. De abajo del auto emerge el cuerpo de Camilo. Francisco
escucha un aullido de animal y le toma unos segundos darse cuenta de que
proviene de sí mismo. Se abalanza sobre Camilo, los ojos cerrados, el delantal
blanco. Francisco se arrodilla y sobre el cuerpo inmóvil de su hijo, le jura al
Dios en el que no cree, que si se lo devuelve nunca más Claudia, nunca más.
Camilo abre los ojos un instante y vuelve a cerrarlos. Francisco mete las manos
bajo las axilas del nene y va a jalarlo cuando un grito lo detiene. No lo
mueva, déjelo. Francisco gira aturdido. Un policía se acerca. Ahora sí
escucha alaridos que tiene certeza no provienen de él. Aliviado piensa puede
gritar y se voltea hacia Camilo. El chico sigue exánime. Francisco,
desconcertado, vuelve a girar. Luciana se tira sobre él gritando ¡Camilo se
murió! Francisco se sienta sobre sus talones y la abraza. El policía le ordena levántese.
Francisco no atina a moverse. El hombre lo agarra del codo. Él se incorpora. Un
remolino de gente alrededor. A lo lejos, una sirena. Ya parado, con la nena, enterrada
en su cintura, vuelve a mirar a Camilo. La mitad visible del delantal ya no es
blanca.
No recordaba cómo había llegado allí. Estaba
sentado en una ambulancia con Luciana en las rodillas. A su lado un médico
luchaba sobre Camilo. Agradeció que la espalda del hombre no le permitiera ver
lo que había quedado de su hijo. La sirena atronaba. Se vio en una ambulancia
muda, acompañando a su madre mientras pensaba en su hijo. En ese momento había
creído que estaba sufriendo. Esto era el
dolor. Apretó fuerte a Luciana y al sentir sus espasmos recién percibió que
la nena seguía llorando. No encontró palabras para consolarla porque era él
quien no tenía consuelo.
La nena escondida entre sus brazos, solo uno,
tuvieron que ayudarlos a bajar de la ambulancia. La camilla con Camilo
precediéndolos, corriendo hacia la guardia. Ya adentro, lo primero que divisó
Francisco fue la cara de Valeria, si es que merecían ese nombre los ojos
celestes oscurecidos por el horror, la boca congelada en un grito silencioso.
Ella corrió hacia él. Los tres fueron un abrazo.
Sonó su móvil. Aturdido, atendió. Son casi las ocho, ¿así cumplís tus promesas?
Francisco amagó cortar pero reaccionó a Camilo lo atropelló un
auto. Entre las interjecciones de Claudia agregó tiene las piernas destrozadas, están
intentando salvarlo, Francisco se desmoronó
llegué tarde, por eso lo atropelló. Ella intentó calmarlo Francisco,
fue un accidente. El llanto acudió a él por primera vez ¡ayudáme! Ella
dictaminó voy para allá. Desaparecé de mi vida gritó Francisco ¡te
lo pido por favor! Cortó y se desplomó sobre el sillón, se agarró la cabeza
entre las manos y sollozó. Minutos después alguien se sentó a su lado. Él
intentó contenerse. Llorá tranquilo, soy yo. Francisco se descubre la
cara y desandando caminos apoya la cabeza sobre la falda de su hermana.
Valeria regresó del baño con Luciana de la
mano. Francisco se enderezó y trató de rehacerse. La nena corrió hacia Alicia tía,
¡Camilo casi se me muere! Alicia la abrazó quedáte tranquila, chiquita,
se va a poner bien, ¿qué te parece si vamos a comer algo? La nena se aferró
a su cintura no tengo hambre. Pero
yo sí, ¿me acompañás? Instantes después Alicia salía con la nena de la
mano. Valeria se sentó al lado de Francisco miró el reloj y propuso recién hace cuarenta minuto que se lo llevaron, el médico
avisó que nunca demoraría menos de seis horas,¿por qué no vas con Alicia y la
nena a tomar un café? Solo preciso estar con vos dijo Francisco y la atrajo contra sí. Como si
conjugándose pudieran retroceder el tiempo. El espermatozoide alcanzando el
óvulo, las piernas invisibles empujando el vientre, las piernas intrépidas
surgiendo de él, las piernas diminutas agitándose en el moisés, las piernas
redondas venciendo al espacio, las piernas entusiastas impulsando el triciclo,
las piernas musculosas pedaleando la bicicleta, las piernas fuertes volteando
un contrincante, las piernas ágiles corriendo sobre la vereda, las piernas
juiciosas deteniéndose en la esquina, las piernas cautelosas cruzando la calle,
llegando hasta él. Quizás con un gran esfuerzo de concentración podía
transformar las piernas destrozadas que alguien estaba intentando rehacer en
aquellas del canasto. Un mal sueño. Que alguien lo despertara de ese mal sueño
con un café con leche Francisco se hace tarde para la escuela.
Retroceder hasta que su propia vida estuviera en blanco para volver a empezar,
para desterrar todo error, toda mezquindad, todas sus debilidades, para ser un
hombre perfecto, inmune a las tentaciones, fiel a sus convicciones; un hombre
que no mereciera ser castigado transformándole en astillas los huesos de su
hijo. Quizás los médicos salvaran a Camilo; sin embargo, la irreversibilidad de
los errores estaba cifrada en la imposibilidad de que las piernas de su hijo
volvieran a ser perfectas. Hubiese
querido gritarle a Valeria su culpa para aliviarse en su confesión pero cómo
atormentarla aun más. Ella se incorporó. Se acercaban Carolina y el marido.
Valeria se abrazó a ellos. Francisco hubiera querido echarlos; estaban
conspirando contra su titánico esfuerzo de retroceder el tiempo. Los odió. Su
presencia arrojaba a Camilo, definitivamente, al pavimento, a la camilla, a la
ambulancia, al quirófano. Ahora fue él el abrazado. Valeria pronunciando
blasfemias. Fémur derecho, rodilla izquierda, tibias, peronés. Músculos
desgarrados, arterias perforadas, transfusiones. Una sarta de mentiras. Para
conseguir impresionarlos, para arrancarles lágrimas. Ellos sabían bien que no
era cierto. Ellos habían visto a su hijo sobre el caballo, las piernas
esbeltas, apretando la montura. Todo era una broma de pésimo gusto, basta Guillermo, una pesadilla que
duraba demasiado. Mamá veníme a despertar. Sacudió la cabeza, se estaba volviendo
loco. Se paró y se acercó a la ventana. Era de noche, ya era de noche y un
hombre cruzaba la calle. En la silueta
apurada de su hermano creyó reconocer a su padre. Ayudáme, papá.
Se lavó las manos, se puso la bata y siguió a
la enfermera. Entre caños y tubos, conectado como una máquina, Camilo. La vista
de Francisco viajó instintivamente hacia el extremo de la cama. Dos elevaciones
le arrancaron un suspiro de alivio. Recién entonces miró la cabecera. La cara
sin rastros sobre la almohada. La nariz respingada, la impecable curvatura de la frente, las pecas, las pestañas
espesas, el cabello rubio de Valeria, la marca de la varicela arriba de la ceja
izquierda. Francisco le rozó la mejilla con el dorso de la mano. Camilo abrió
los ojos la culpa fue mía, soy un tonto. Esos labios hablando de culpas.
Francisco lo amó con una profundidad desconocida. Más que a nada en el mundo. Me
duele tanto. Francisco, impotente, le acaricia la mano sin suero. Camilo se
la aprieta fuerte no aguanto más ayudáme, papá.
Francisco salió de terapia tambaleándose. Un
remolino humano precipitándose hacia él, preguntándole. Valeria, hermanos,
cuñados, Horacio. Francisco sintió que se le nublaba la vista y con delicadeza
se fue desmayando.
Si alguna vez creyó estar pasando un momento
difícil, la propia vida se encargó de demostrarle qué solo habían sido
preparativos. Asistir, impotente, a los gritos de dolor de su hijo, presenciar
las curaciones agarrándole la mano, pasar noches enteras a su lado escuchándolo
llorar, saber que, más allá de las palabras de consuelo, los daños de Camilo eran
irreversibles. Valeria intentando
repartirse entre Camilo, Luciana, que no conseguía reanudar su vida normal y
Tobi que, aunque nada reclamaba, era chiquito y precisaba atención. Francisco la admiró. Y si en más de una
oportunidad había asociado el control que ejercía sobre cada uno de sus actos
con frialdad, verla desenvolverse en las actuales circunstancias le demostraba
que había estado equivocado. Él, sin que ella lo advirtiera, la había
descubierto tirada en el piso, en posición fetal, sollozando. Instantes
después, ante un llamado de Tobi se había levantado como un resorte, secándose
las lágrimas. Nunca le había reprochado
su demora, motivo del accidente, ni había inquirido por los motivos.
Estoica, así era. Tu mujer vale oro. Muerta
por dentro y repartiendo sonrisas a su alrededor. Para todos, meses de
infierno.
Cuando salió a la calle tomó conciencia de que
ya había comenzado la primavera. Una mañana tibia y dorada. Perfecta. Francisco
sostuvo la puerta. Como doce años atrás empujando un cochecito, Valeria salió
del hospital empuñando una silla de ruedas.
Entró al estudio demolido. Se dejó caer sobre
el sillón y automáticamente lo hizo girar. ¿Cómo está Camilo? le
preguntó su secretaria. Contento de volver a casa después de tanto tiempo;
sé lo que le duele pero hoy quiso pararse; tiene una fortaleza que conmueve;
está ansioso por empezar la rehabilitación. Ella se acercó y le tocó la
mano tenga fe, arquitecto; yo rezo por él todas las noches. Francisco se
emocionó, últimamente estaba hipersensible gracias, Marcela, ¿llamó alguien?
preguntó intentando recomponerse. Sí, la licenciada Ordóñez, otra vez;
quería saber cómo seguía Camilo; además se despidió él la miró, inquisitivo
se va a vivir al interior del país. Francisco preguntó sin alterarse ¿adónde? Marcela dudó no me
lo dijo, ¿quiere que averigüe? Francisco sacudió la cabeza con
energía no, no tiene importancia, alcánceme la carpeta de Riquelme, por favor;
y un té. Taza en mano se reclinó sobre el asiento. No le había pasado nada,
sus demonios exorcizados. Una suerte de paz bajando sobre él.
A todo
uno se acostumbra solía decir su mamá. Qué equivocada estabas. Imposible
habituarse a las huellas de la silla de ruedas sobre la moquet del
living. Tanto como pasar por la esquina del accidente sin que el alma se le
encogiera. Todavía era temprano. Ahora Francisco siempre llegaba temprano para poder
estacionar justo enfrente del colegio. Se recostó sobre el asiento y cerró los
ojos. Estaba agotado. Se amodorró. El revuelo de los chicos saliendo de la
escuela lo sobresaltó. Luciana apareció cargando las dos mochilas. Al ver a
Camilo empujando las ruedas Francisco contrajo el abdomen, el ombligo pegado a
la columna vertebral. Torpe estrategia para controlar la angustia. Francisco se
bajó y abrió la puerta del auto pero, conteniéndose, dejó que su hijo se desplazara solo hasta el
asiento del auto. Plegó la silla y la metió en el baúl. Instantes después,
pruebas, peleas, la charla de siempre. Francisco estaba detenido ante un
semáforo cuando la vio de atrás. Las inconfundibles pantorrillas sobre los
tacos aguja no lograron alterarlo. Francisco tenía la absurda certeza de que
esa indiferencia era lo que iba posibilitando los progresos de Camilo. Un
enorme alivio comprobar que ni la presencia de Claudia fuera capaz de
sacudirla. El semáforo se puso verde y Francisco avanzó. Entonces la vio de
perfil.
Papá, ¿qué te pasa?, ¿no me escuchás?, ¡hace
media hora que te estoy hablando! Francisco miró por el espejo retrovisor. Las trenzas de Luciana se
agitaban, airadas. No sabía ni cómo ya habían llegado. Tocó la bocina. Rosa se
acercó a ayudar a Camilo. Salgo dijo él y puso primera. Cuadras
después se detuvo contra el cordón. Inadmisible arriesgar un solo paso de
Camilo. Arrancó y enfiló hacia el
estudio. Se encerró en la oficina. El número solicitado no corresponde a un
abonado en servicio. La familia Ordóñez ya no vive aquí; no, no dejaron ningún
teléfono. La campanilla del consultorio sonando interminablemente. Pensó en
Jirafa, sin embargo, el recurso de localizarla a través de él quedó descartado
de cuajo. Ante la crítica mirada de Marcela salió sin dar explicaciones. Tomó
un taxi y en un acto de fe, se instaló en el bar de la esquina del consultorio.
Casi una hora después, en la que Francisco no supo lo qué hizo, ella entró.
Cuando lo vio giró sobre sí misma y salió. Francisco se paró, la alcanzó y la
agarró de un brazo. Sin decirse una palabra, volvieron a entrar juntos. En
cuanto se sentaron Francisco preguntó ¿es mío? Ella lo corrigió es
mío. El mundo terminó de derrumbarse. ¿Por qué no me avisaste? Ella
serena explicó estabas luchando por la vida de un hijo, no me pareció que
estuvieras en condiciones de hacerte cargo de decidir sobre la vida de otro. La
voz de él se elevó entonces la decisión la tomaste vos. Ella no se
alteró la decisión me tomó a mí. No tenés derecho a traer al mundo un hijo
que yo no quiero necesitó agredirla. Ella, firme como un bloque,
aclaró no tendría derecho a hacerte responsable de él, nada más ajeno a mi
voluntad; que vos estés aquí no formaba parte de mis planes; me instalé en
Rosario, por el momento en lo de mis padres; ellos están muy conectados y ya
conseguí varios pacientes; Rocío está feliz con sus abuelos; compré una casita
y la estoy refaccionando; no necesito nada y nada te reclamo; así como hace
meses me pediste que te dejara en paz, soy yo la que ahora te pide lo mismo; me
costó mucho equilibrarme, no me sacudas. Francisco se agarró la cabeza vos
pensás que es tan sencillo; total que puede importarme a mí que un ser portando
mis genes se desplace por el mundo; ¿tan mal me conocés?; sabés lo que
significa para mí ser padre, no podés hacerme esto; mi familia está convaleciente,¿puedo llegar a
mi casa y decirle a mi hijo inválido, a la madre destrozada de ese hijo, a la
hermana que creyó verlo morir, que voy a tener otro hijo? Ella intentó
apaciguarlo cuando llegués a tu casa no tenés que decir nada distinto de
buenas noches; olvidáte que me viste, no se volverá a repetir; vine aquí solo a
retirar mis últimas cosas, en unas horas me voy. Francisco se indignó ¿y
qué se supone que tengo que hacer yo?, ¿quedarme en casa esperando que dentro
de quince años me golpee la puerta
alguien exigiéndome un ADN? Ella no
se inmutó dentro de quince años Camilo estará curado, tu hija tendrá novio y
tu mujer tejerá para sus nietos; y a lo mejor tenés suerte y nunca querrá
buscarte. Él insiste Claudia, no podés hacerme esto; no voy a poder
seguir respirando si sé que un hijo mío es desgraciado. Ella sonrió,
despectiva, no seas tan omnipotente; me encargaré de que esta criatura
crezca feliz al margen de tu existencia. Él casi gritó no puede nacer. Ella
recuperó su tono profesional no sé si te das cuenta de tus contradicciones;
no querés que la criatura sufra y el mejor recurso que encontrás para evitarlo
es matarla; la vida de este chico no está en discusión; además, es demasiado
tarde. Él le preguntó ¿de cuánto estás? Ella empezó a irritarse casi
cinco meses; y más allá de tus complicaciones, podrías preguntarte por qué
infiernos atravesé yo; me ofende esta conversación; no solo estás negando la
condición de ser humano de mi hijo sino la mía propia. Francisco se
retorció las manos perdoname, estoy desesperado, esto no puede estar
pasándome a mí. La respuesta de Claudia fue un látigo ni a mí buscó
sus cosas y se levantó me voy informó. Francisco la agarró fuerte
del brazo no podés irte llevándote a mi hijo. Ella se zafó Rosario no
es tan grande y se
fue. Él quedó desplomado en la silla con la mente en blanco. Había perdido la
capacidad de razonar. Necesitaba ayuda. Pensó en Horacio, pero no podía
arriesgarse a que alguien más conociera
su secreto. Tuvo que ir al baño. Llegó a tiempo para vomitar.
Salió y buscó el auto. Ante el volante, intentó
clarificarse. Recordó su emoción ante el anuncio de cada uno de sus hijos. La
indescriptible sensación de rebrotar. La ilusión de antes transformada en
náuseas. Puso el auto en marcha. Porque precisaba ayuda.
Francisco, ¡qué sorpresa! la alegría de Laura se transformó en
preocupación ¿pasó algo con Camilo? Francisco cabeceó sigue mejor,
soy yo el que está mal. Laura abrió la puerta pasá y decime en qué puedo
ayudarte. Francisco le hablo de Claudia, cómo la había conocido, cómo se
había ido gestando la relación entre ellos, cómo se había interrumpido ante el regresó de Valeria, su encuentro con
Germán, el descubrimiento del origen de su amnesia, la necesidad insobornable
de compartirlo con ella. Te voy a decir algo que no fui capaz de confesarle
a nadie Laura lo miró fijamente el auto lo atropelló a Camilo porque me
había acostado con Claudia y llegué tarde a buscarlo. Laura le tomó las
manos Francisco, llegaste tarde porque ibas, porque cada tarde de tu vida
interrumpís tu vida para ir a buscarlos; el auto avanzó en amarillo; Camilo
cruzó mal porque es un muchachito tan vital que no hay cordones que lo
detengan; la vida no es justa, es absolutamente caprichosa; el auto no rompió
las piernas de Camilo para castigarte, cada día miles de personas mueren
atropelladas; no hay premios para los buenos ni castigo para los malos; la
muerte y la enfermedad llegan porque sí, sin que podamos hacer gran cosa para
evitarlos. Laura hizo una pausa y Francisco recordó de súbito el motivo de
su visita. La opresión del pecho le dificultó la respiración. Todavía no te
conté lo peor anunció y, entrecortadamente, logró transmitirle el fin de la
historia. Concluyo diciendo está de cinco meses, ya no hay nada qué hacer. La
expresión de Laura fue dura claro, hubieras hecho lo mismo que tu padre.
Francisco se quedó perplejo. Laura, entendéme, no puedo hacerme cargo de esa criatura, no
puedo lastimar más a mis hijos. Laura levantó la voz esa criatura
también es hijo tuyo. Francisco se aturulló no podés comparar. Laura
se incorporó me parece que te equivocaste al elegirme como interlocutora. Instantes
después Francisco franqueaba la puerta de entrada en dirección contraria,
maldiciéndose por su torpeza.
Lo ayudó a Camilo a bañarse y, como cada noche,
el rosario de cicatrices le percudió el alma.
Mirá, papi, como muevo la rodilla la lluvia cayendo sobre la
pierna levemente elevada de su hijo sentado en un banquito me duele pero
puedo, me dijo Juan que si sigo trabajando así pronto me van a dejar pararme.
¿Te pasa algo? preguntó Valeria cuando coincidieron en la cama. Estoy
cansado contestó y se acurrucó contra ella. Necesitaba que lo tapasen y le
dijeran que sueñes con los angelitos. Pero más allá de que el dolor
compartido los había unificado, leía en los ojos de su mujer preguntas congeladas.
Quizás ella también había hecho una suerte de pacto interno, porque el
accidente de Camilo había rebajado a la característica de insignificante todo
aquello que antes parecía trascendente. Dos
en uno pero, por momentos, un hálito helado soplaba entre ellos. Y esa
noche Valeria no registró que él necesitaba ser cobijado y él no pudo soñar con los angelitos. Tampoco con el diablo porque no durmió. A las
cuatro de la mañana, harto de sofocar los ruidos del insomnio, se levantó. Fue
a la cocina, abrió la heladera y la volvió a cerrar. Optó por un té. Se instaló
con la taza en el sofá del living e intentó reordenar lo pensado durante todas
esas horas. Aunque lo más sensato era optar por la prescindencia, le resultaba intolerable
saber que en algún lugar de Rosario un hijo suyo estaba pateando un vientre que
él no tocaría. Recién reparó en que no le había preguntado a Claudia por el
sexo. Ella le había comentado que había sido una suerte que Rocío naciera
mujer, que los varones necesitaban aún más del padre. ¿A quién le haría más
falta él?, ¿quién me golpeará la puerta dentro de quince años? No había
solución, alguien tendría que sufrir. Y si la opción era su mujer y sus tres
hijos o ese ser que él no había buscado engendrar, no era muy difícil la
elección. Sí lo avergonzaba su actitud frente a Claudia, en la vida se había
portado peor con alguien. ¿Con la madre de mi hijo? Valeria era la única
madre de sus hijos. Y si había valorado a Claudia como amante, como amiga, como
profesional, no siempre había estado de acuerdo con su accionar como madre. ¿Él
quería que su hijo tuviera a esa mamá? Su concepción de la crianza de los niños
estaba centrada en la estabilidad. Los
chicos precisan orden, rutinas,
equilibrio. La vida de Rocío había
sido una batidora, tantas veces considerada como adulta cuando no era más que
una criatura. Insoportable saber que uno de sus hijos remedaría sus vivencias
infantiles mientras los otros gozaban de la serenidad de un hogar. Intentó
aliviarse recordado que estaban los abuelos, su presencia era importante,
seguramente cuidarían al bebé cuando Claudia fuera a trabajar. También con
respecto a la situación material estaba tranquilo, no le iba a faltar nada,
aunque eso, de todos modos, era lo más sencillo de solucionar. ¿Qué sería más traumático para los chicos?,
¿enterarse dentro de muchos años que su padre había tenido un hijo al que había
abandonado o saber ahora que existía un hermano con el que no se podrían
relacionar? Fue una espada en las entrañas. Ese bebé, de alguna manera, era
hermano de sus legítimos hijos. Más allá de privarlo de crecer con su
progenitor le estaba amputando los hermanos. Nadie iba a poder perdonarlo. Una
pesadilla. Escuchó ruidos desde el cuarto de Camilo. Subió inmediatamente
¿Qué pasa, hijo? preguntó alarmado. Me duele, papá, me duele mucho, Francisco se acercó a la cama, lo ayudó a
incorporarse y se sentó junto a él. ¿Te preparo un té? ofreció. Lo que
quiero es un calmante más fuerte pidió Camilo un cortaplumas me
está escarbando las piernas. Tanta la angustia de Francisco que no le cabía
en el cuerpo. Ni una brizna más de dolor
para este hijo. El otro tendría que esperar.
Estaba en el estudio dando vueltas frente a un
presupuesto que debería haber entregado hacía días. Entró Marcela arquitecto,
está en el teléfono la señora de Crespi,
dice que hace tres horas que tiene a los albañiles esperando para descargar el
material. Francisco recordó que no había llamado para confirmar la entrega no
me la pasés, decíle que me disculpe, que yo me hago cargo de los jornales;
después, por favor, llamá al corralón a ver en qué andan. Intentó volver a
su trabajo. Cinco minutos después reapareció Marcela arquitecto, vino el ingeniero Mercader a
buscar los datos para el cómputo. Francisco había estado trabajando en eso
la otra tarde mientras esperaba que Luciana saliera del sicólogo, pero no tenía
la menor idea de dónde había dejado los papeles. Decíle que estoy en una
reunión que en cuanto pueda se los alcanzó. Para Elisa lo sobresaltó. Valeria preguntándole si había hablado a
la obra social por los reintegros. Él le comunicó que sí, que ya había hablado
y que le habían dado un teléfono. Empezó a buscarlo entre sus papeles sin
éxito. Cortó prometiendo que la llamaría. Vació los bolsillos, los cajones. No
apareció él número para los reintegros
pero sí encontró los datos para Mercader. Le pidió a Marcela que le avisara al
ingeniero. Para Elisa de nuevo. Horacio preocupado por su lejanía, haciéndole
planteos, reclamando. Francisco cortó prometiéndole que pronto tomarían un
café. Siguió buscando el número de teléfono. Momento en el que se le cayó la
carpeta de los contratistas y se mezclaron todas las hojas. Las levantó como
pudo. Arquitecto, tiene que retirar a Luciana, ya son las cuatro y media informó
Marcela. Francisco buscó las llaves del coche.
Las manos le sudaban, las sienes le latían como si su cabeza fuera a
explotar. Se asustó. Las llaves no aparecían. Cinco menos cuarto. Nunca más los
haría esperar. Salió temblando. El calor de la calle lo golpeó. Paró un taxi y
se subió. Se dejó caer sobre el asiento y cerró los ojos. La camisa empapada.
El salón de actos colmado. Un calor
insoportable. El ruido inútil de los ventiladores sumándose al estrépito
general. Sentado junto a Valeria, Francisco espera. Mira hacia adelante. Entre
sus compañeros de coro, Luciana lo saluda. Mira hacia atrás. Sentados entre la
multitud, hermanos, cuñados, Tobi en brazos de Carmen, Horacio, Marcela, Laura.
El micrófono solicitando silencio, la bandera de ceremonia, el himno nacional.
El discurso de la directora, aplausos. El coro que canta, el telón que se corre
y en la gradas, sentado en el extremo de la primera fila, entre sus compañeros
parados, Camilo en su silla. Las palabras de la maestra. Álvarez, Julio.
Aplausos. Padres que suben, niño que baja, el rollito atado con la cinta
argentina que cambia de mano. La rosa para la madre. El grupo para la foto. Los
padres que bajan y Álvarez que vuelve a su lugar. Astolfi. Bermúdez. Burstein,
Canale. El estómago de Francisco hecho un nudo. Castillo. Francisco y Valeria
suben. Camilo arranca con la silla. Llega hasta la mitad. Se detiene. Se acerca
un compañero que le entrega las muletas. Se incorpora con esfuerzo. Paso a paso, la cara crispada, avanza. Un
aplauso. Dos, diez. El público se pone de pie y lo ovaciona. Valeria se quiebra
y solloza. Francisco recibe el diploma que le dan y se lo entrega a su hijo. Se
abrazan.
Carolina había ofrecido su casa para el festejo
de nochebuena pero Valeria fue terminante: en medio de todo el tembladeral que
algo siguiera firme para los chicos. Un dolor ver a Camilo en un sillón
plegando guirnaldas mientras Luciana brincaba alrededor del árbol colgando las
bombitas. Valeria puso la mesa para veinte personas como solo ella sabía: los
individuales de encaje, los platos de porcelana, las copas de cristal, los
cubiertos de plata, las servilletas almidonadas en los servilleteros rojos y
verdes. Luciana y Tobi parecían hormigas llevando tenedores y saleros. Camilo,
sentado, lustraba los candelabros. Todos los años Valeria le pedía a Francisco
que hiciera tarjetas para los invitados circunstanciales o que repusiera alguna
estropeada. Ese le toco perfilar un Julia correspondiente a la nueva
novia de su hermano. Junto a las tarjetas en blanco encontró las que ese año
serían prescindibles. Vecina a la de la reemplazada Fabiana encontró una tarjetita que fue una bofetada. Elisa.
Cuando se dio cuenta de que ya nunca más compartiría con su madre el vithel
toné de Alicia, ni el pan dulce de Valeria, los ojos se le llenaron de
lágrimas. El duelo por su hijo había interrumpido el duelo por su madre y en
ese momento ambos se sumaban. Qué año infernal. Definitivamente huérfano y con
un hijo inválido. ¿En qué columna colocar a Claudia y al bebé en camino?
¿Débitos o réditos? Si en ese momento tuviera el poder de volver el tiempo
hacia atrás, no tenía dudas, obviaría el reencuentro con la primera responsable
del segundo. A las siete de la tarde Luciana preguntó quién traería la ensalada
de frutas ahora que no tengo abuela. Valeria y Francisco se miraron
desconcertados. Una hora después, luego de recorrer mil verdulerías hasta
encontrar una abierta, Francisco en la cocina cortaba un ananá. Ahora que no
tengo mamá.
Durante toda la noche Francisco no pudo
librarse de la opresión que le producía ver a Camilo sentado mientras una
caterva de niños saltaba a su alrededor. Por eso hubiese necesitado
agradecerles a los hijos de Alicia cuando, tratándolo como a un par, entretuvieron
a Camilo jugando al truco. Sin embargo, Francisco nunca había podido
demostrarles a sus sobrinos cuánto los quería. Los códigos implementados con su
hermana extendidos a ellos. Tampoco supo agradecer cuando Guillermo, al entrar
a la cocina y descubrirlo apoyado contra la pared, los ojos cerrados, le
oprimió el hombro diciéndole fuerza, hermano. Cuánto que la necesitaba.
Cuánto que los necesitaba a todos y no se permitía decirlo.
Enero calcinando Buenos Aires. Valeria y los
chicos pasando unos días en el campo de Carolina. La promesa de visitarlos el
fin de semana. El trabajo relegado durante tantos meses absorbiéndolo. Una
refacción demorada que sí o sí debía entregar la semana próxima, dos nuevos
proyectos. El primer día que se encontró solo en su casa empezó como un regalo.
Insospechado poder tirarse en la cama a leer, a descansar, no tener que
montarse en la sonrisa y tapar la angustia que, día a día, le producía la
minusvalía de Camilo. La vida era un carrusel. Después de meses de vorágine
estar así, acostado, reflexionando. Y el pensamiento que noche a noche acudía a
su almohada y que a fuerza de voluntad y de cansancio lograba evitar,
abandonando la obediencia. Irrumpiendo. El bebé por llegar. ¿Nacería en marzo?
Ante la falta de certezas podía imaginar un embarazo eterno que le diera tiempo
para aclarar la situación. ¿Y si alguna vez resolvía verlo y Claudia se lo
prohibía? Francisco se alarmó. Desde el principio de la relación habían estado
en él, las decisiones, las condiciones, ella siempre dócil a lo que él pudiera
ofrecerle. Sin embargo, la
Claudia con la que se había enfrentado en la última
oportunidad no era la de siempre. Como una perra faldera que al ver en peligro
a su cachorro es capaz de saltar al cuello y cortar la yugular de quien durante
años la alimentó. Francisco se levantó. Fue a la cocina, se preparó un sándwich
y lo mordisqueó con pocas ganas. Encendió el televisor para apagar su cabeza
pero no lo logró. Se había comportado con Claudia como un cerdo. Y si, más allá
de lo que la lógica pudiera dictar, asociaba su traición a Valeria con el
accidente de Camilo, la traición a Claudia, ¿qué nueva desgracia aportaría?,
¿sobre cuál de sus hijos elegiría volcarse?, ¿sobre los legítimos o sobre ese
en el que se esforzaba en no pensar? Apagó el inútil televisor y empezó a caminar
por el living, de pared a pared, una vez y otra más. Se dio una ducha y armó el
bolso.
Llegó a las seis de la mañana. Fue a un bar,
tomó un café y pidió la guía. Varios Ordóñez en fila. No recordaba el nombre
del padre. Miró el reloj, era demasiado temprano. Hizo tiempo y luego se
dirigió a un locutorio. Arriesgó con Ricardo, sin suerte. Entonces empezó con Alberto.
A su con Claudia por favor se sucedieron infinitos aquí no vive
ninguna Claudia. Cuando llegó a Víctor, ya desahuciado, lo atendió una nena
mi mamá está en el sanatorio. La taquicardia de Francisco fue súbita Rocío,
soy un amigo de tu mamá, en qué
sanatorio está preguntó. La nena contestó no me acuerdo. Francisco
le pidió pasáme con un mayor. Roció le informó estoy sola, mi abuela
fue a hacer unas compras. Él intentó ¿sabés el teléfono de tu mamá? La nena contestó me
lo sabía pero lo cambió. Francisco se impacientó Rocío, es importante,
tratá de recordar, cómo se llama el sanatorio. Luego de unos instantes la
nena contestó triunfal ¡ya sé!, ¡algo de un parque! Francisco cortó y se
encontró preguntándole a la mujer del locutorio si había algún sanatorio que se
llamara algo de un parque.
La recepcionista buscó en la computadora no
hay ninguna Claudia Ordóñez internada. Fíjese en maternidad indicó él. Ella
le contestó de mal modo ya le dije que no hay ninguna en ninguna sección.
Echó un vistazo al hall de planta baja y luego decidió subir por la escalera,
quizás Claudia había ido a hacerse algún estudio o a visitar a alguien.
Recorrió pasillo por pasillo, piso por piso. Cuando, ya en el cuarto y último,
fracasó, bajó por ascensor hasta el subsuelo. Le habían dicho qué allí estaba
la confitería. Contra la ventana, mirando el infinito, por fin la encontró. Con
su silueta normal, pero irreconocible. Jeans y zapatillas, el cabello recogido,
el rostro sin maquillaje. Francisco se acercó lentamente y, sigiloso, se paró
junto a ella. Aun así Claudia pareció percibirlo porque giró la vista hacia él.
¿Qué hacés acá? preguntó con los ojos agrandados por el asombro. Acabo
de encontrarte, ¿me puedo sentar? Se quedaron en silencio, mirándose.
Francisco preguntó con timidez ¿lo perdiste? ¿Qué? repreguntó Claudia descolocada. El
embarazo contestó él avergonzado, casi en un susurro. No te hagas
ilusiones Claudia sonrió despectiva la nena nació hace quince días Francisco
palideció un kilo ochocientos, cuarenta centímetros; estuvo bastante mal
pero se está recuperando la sonrisa
se hizo orgullosa come como una troglodita, ya pasó los dos kilos. No
era su historia. Tenía una hija de quince días y él no lo sabía. Sintió un
vació enorme en el estómago. Náuseas. ¿Cómo
se llama? preguntó. Azul. Azul Ordóñez.
¿Puedo verla? preguntó al cabo de un rato. Claudia lo miró
desafiante ¿para qué? Él no se
amilanó es mi hija. Ella fue irónica un poco tarde te acordás. Él
dijo Claudia, por favor.
Se pararon frente al vidrio de la nursery. En
el fondo, separadas por una pared trasparente, las incubadoras. Claudia golpeó
la puerta. Se despertó en cuanto se fue le comentó sonriente una
enfermera. ¿Puede entrar? solicitó Claudia. La mujer cabeceó ya sabe
que solo están permitidos los familiares más cercanos. Claudia se aclaró la garganta e informó es el papá. Instantes
después, la desinfección de manos, la
bata y el barbijo retrotrayendo a Francisco a momentos que prefería olvidar. La
enfermera lo condujo hasta una de las incubadoras. Francisco se acercó. Un ser
diminuto, con los ojos abiertos, se retorcía como una araña. Parece mentira,
tan chiquita y tan vital dijo la enfermera. Francisco preguntó ¿puedo
tocarla? La mujer lo miró con desconfianza. Él dijo es mi cuarta hija y
absurdamente pensó mamá, no podrás conocerla. La enfermera abrió la
incubadora, cubrió a la nena con la sábana y la colocó entre los brazos de
Francisco. No pesaba. La miró con detenimiento. Si los reducidores de cabeza
hubiesen experimentado con Tobi no habrían conseguido mejor réplica. La nena se restregaba las manitos contra la
cara. Francisco se las agarró no, así no, que se me va a lastimar. La
beba empezó a llorar. Francisco, desconcertado, miró a la enfermera. Voy a
buscar a su mujer, tiene que amamantarla.
Minúscula
pero perfecta; me hace acordar a Tobi cuando nació. Ella acotó es que es
igual a vos. Siguieron almorzando en silencio hasta que Claudia preguntó ¿cómo
está Camilo? Francisco le habló del accidente, la convalecencia, la
recuperación, el dolor que no amainaba. A fin de mes Valeria lo llevará a Estados
Unidos, la hermana ya hizo los contactos; un gran especialista evaluará si hay
posibilidades de realizarle una reconstrucción microquirúrgica de las dos
piernas; cuando esté todo resuelto yo viajaré para allá; mirá lo que son las
ironías de la vida, el tercio del departamento de mi madre cumpliendo una
función que ella nunca pudo llegar a sospechar. Claudia averiguó ¿los
otros chicos cómo lo atravesaron? Francisco se puso serio Luciana
presenció el accidente, quedó muy impactada; empezó un tratamiento psicológico
y ya está mejor. Ella fue irónica ¿aceptaste? Se despertaba todas
las noches llorando; la vi sufrir tanto que hubiera admitido cualquier cosa
capaz de aliviarla se justificó él. ¿Y Tobi? Francisco sonrió lo
más bien. ¿Sin síntomas? inquirió ella. Él sacudió la cabeza es
muy chiquito. Ella añadió muy chiquito y muy parecido al papá. Él se sorprendió ¿qué querés decir? Claudia
fue categórica es imposible que no
esté afectado, probablemente percibe que no es el momento de reclamar; no le
pierdas el rastro. Francisco se defendió el problema es que cuando hay
una crisis de esta naturaleza, todos están mal al mismo tiempo; entre atender
los alaridos de Camilo o prestarle atención al silencio de Tobi no había
demasiado para pensar y luego trato de cambiar el tema de conversación,
lo único que le faltaba era angustiarse por Tobi y Rocío, ¿cómo se tomó la llegada de la
hermana? momento en el que tomó conciencia de que no solo sus hijos asumían
para Azul esa condición. Ahora fue Claudia la seria todo fue muy difícil
para ella, el cambio de escuela, de casa, de ciudad; no entiende que su padre no
es el padre de la hermana. Francisco se alarmó ¿qué le dijiste? Que
por el momento no se lo podía explicar; cuando rompí bolsa estaba sola con ella
y se asustó muchísimo; para colmo, mientras la beba esté internada, yo ando
como los gitanos, hay veces que se queda sola; en cuanto la chiquita vuelva a
casa me ocuparé de lleno de Rocío, seguramente tendré que hacerla tratar. Otra
vez el silencio. Un silencio pesado. Claudia lo rompió ¿Valeria sabe que
estás acá? Francisco cabeceó no, se fueron al campo y luego bajó la
vista hace meses que le doy vuelta al asunto y no sé cómo encararlo.
Ella inquirió ¿tengo que tomar tu visita como circunstancial? Él se obligó a mirarla vi a la nena y ya
estoy perdido; cuando me vaya me quedará un agujero. Ella lo presionó pero te irás. Él apoyó
el mentón sobre la mano es impensable blanquear la situación por ahora; mi
mundo se llama Camilo; cuando vuelva de Estados Unidos vendré a visitarla. Ella
lo desafió si te lo permito y él le devolvió el desafío si no fueras
a permitírmelo no estaríamos charlando. Minutos después ella entraba en la
nursery. Francisco la esperó afuera y luego la
llevó a su casa. En el momento de bajarse del auto, cuando ella ya se
incorporaba, él la retuvo de la mano ¿alguna vez podrás perdonarme? Ella
lo miró un instante y luego se soltó. Él
se quedó contemplándola hasta que entró. Arrancó y condujo lentamente observando las
vidrieras. Se detuvo ante una. Compró dos docenas de rosas y las hizo enviar. Gracias
por Azul.
Ya nació la nena, Laura, ayer la conocí, es una
muñequita informó Francisco en cuanto Laura le sirvió un té.
Luciana, asida a la cintura de su madre,
prolongaba al infinito la despedida. Francisco se agachó, abrazo de nuevo a
Camilo y luego dictaminó vamos, Lulú, se
hace tarde temiendo la escena que se avecinaba. Sin embargo, la nena se
apartó resignada. Valeria se dirigía a la puerta de embarque empujando la silla
de ruedas cuando Luciana se soltó de la
mano de Francisco y se escapó corriendo, Francisco, tras ella, alcanzó a ver que
la nena dejaba algo entre las manos de su hermano. El cortaplumas.
Pasaron por lo de sus cuñados a buscar a Tobi. ¿Te querés quedar a dormir? le propuso Carolina a Luciana luego de cenar.
Pero la nena, para sorpresa de todos, desestimó el ofrecimiento. Partieron.
Después de acostar a Tobi, Francisco fue a saludar a Luciana. La encontró
sollozando contra la almohada. ¿La
extrañás a mamá? le preguntó. La nena levantó apenas la cabeza y, entre
hipos, dijo yo le pedí que fuera a
llamarte a lo de Leo, él no quería, se quedó rengo por mi culpa.
El llamado de Valeria fue alentador. El médico
le había dado muchas esperanzas y una fecha. Francisco decidió que viajaría
para llegar un día antes de la operación. Repartió el poco tiempo que quedaba
por delante entre las obras que debería dejar encaminadas y la atención de los
chicos. Dos días antes del viaje lo invadió una inquietud insobornable. Le
pidió a Carmen que se quedara a dormir y partió. Cerca, Rosario siempre
estuvo cerca.
Mamá, el señor del auto. Francisco entró. Olor a pintura, a obra nueva,
ese aroma que lo embriagaba. Un estar de altísimas paredes parecía escapado de
una revista de decoración. Luz, armonía, color. Se alegró por su hija. Pasá le llegó la voz de Claudia desde el fondo
del pasillo. Un dormitorio pequeñito, una cuna, un cambiador. Peluches en los
estantes. En la mecedora, Claudia con la nena prendida del pecho. Francisco
hubiese querido abarcar a las dos en un abrazo pero se acercó civilizadamente y
se limitó a besar a Claudia en la mejilla.
No te esperaba, hasta marzo no te esperaba. La conversación
pareció alertar a la chiquita que soltó el pezón. Claudia aprovechó y se cerró
la ropa. Francisco miró a la nena y la nena lo miró. ¿Puedo agarrarla? Ella
dijo, burlona hacé de cuenta que es tuya. El renacuajo que había
conocido era una rozagante beba de cachetes inflados. Francisco le sintió el
olor. Olor que lo transportó hacia sus hijos, sus legítimos hijos. Rocío entró
al cuarto ¿me la das? y el pedido era una orden. Primero sentáte indicó Claudia. ¿Te
gusta mi bebé? preguntó la nena. Francisco le acarició la cabeza es
preciosa, te felicito. Estoy muerta de hambre, esta chiquilina me
está fagocitando, ¿comés con nosotras?
ofreció Claudia. Francisco se encontró sentado a la mesa con
una mujer y una nena. La otra durmiendo en el canasto. Si mamá te viera. Levantaron los platos. Claudia mandó a Rocío a
acostarse. La chiquilina se despidió refunfuñando. Cuando la vio alejarse, de
atrás, por un instante, se le antojó Luciana. Recordó las revistas mejicanas
que le regalaba su papá. Había una de Superman en un mundo paralelo, un mundo
en el que tenía mujer e hijos.¿Por qué viniste? lo sorprendió desarmado
Claudia. Necesitaba verla, en todo este tiempo no hubo un solo día en que no
haya pensado en ella. Claudia fue dura sin embargo, precisaste que tu
mujer estuviera lejos para animarte a venir; ¿por qué ni siquiera llamaste si
tanto la extrañabas? Las explicaciones de Francisco sobre el cuerpo de
mi hijo juré que no volvería a verte no lograron conmoverla juraste
renunciar al placer y esto que estás ejerciendo
no es un placer, es un deber. La
frase dio en el blanco. Francisco experimentó un violento alivio. Elevo
levemente el cuello y metiendo la mano en el bolsillo agregó además
quería traerte dinero; en dos días me voy a Estados Unidos. Claudia le
frenó el movimiento a mi hija la gesté yo, la parí yo y la mantengo yo. Él,
intensamente dolorido, solo atinó a ofrecer cuando precise algo no tenés
más que pedírmelo miró luego su reloj y dijo se hizo muy tarde, ya me
voy. Claudia lo descolocó ¿querés quedarte a dormir? y ante el espontáneo gesto de Francisco
añadió, zumbona no te asustes, no pienso violarte, en el cuarto de Rocío hay
otra cama. Es mejor que no
contestó Francisco intentando sonreír y le entregó un paquete ¿esto
también me lo vas a rechazar? Un álbum para bebés idéntico al que la
madre de Francisco había ido regalando a cada uno de sus nietos. Porque así
como Luciana nunca llegaría a ser grande para su abuela, Azul no había llegado
a ser. La pregunta de Claudia
lo sobresaltó ¿le contaste a alguien que tenés otra hija? Ante su respuesta
ella comentó todavía no aprendiste a vivir sin tu mamá.
Cuando entró, los chicos dormían. Carmen se
acercó a saludarlo, le dio el parte y le preguntó si podía retirarse. Era una
mañana preciosa. A pesar de que había manejado toda la noche, no estaba
cansado. Se dio una ducha, se afeitó y se dispuso a leer el diario que había
estado esperándolo debajo de la puerta. No superó la tercera página. Bajó la
hoja. Había abandonado el mundo paralelo y lo recibía el real. Un mundo que a
pesar de ser real había sido casi idílico hasta la muerte de su madre. La
familia modelo convertida en un manojo de dolores. El descubrimiento de las
angustias de su infancia, su infidelidad, la reticencia irreversible de
Valeria, las piernas de Camilo, las pesadillas de Luciana. Y por si fuera poco,
Azul. Involuntariamente sonrió al recordarla. Buscó en la biblioteca el álbum
de Tobi. Sí, era igualita. Como una aparición entró el nene. El pijama de
Mickey, los piecitos descalzos, colgando de la mano el oso Peloso, corrió hacia
Francisco que lo subió a sus rodillas. Estaba mirando tu álbum, este bebé
tan lindo sos vos. Tobi abandonó a Peloso, se metió un pulgar en la boca y
con la otra mano se colgó del cuello de Francisco. Lo había tenido muy
abandonado. Lo apretó fuerte, lo besó en el cuello y lo olfateó. Él también
todavía tenía olor a bebé.
Francisco prefirió que los chicos no fueran a
Ezeiza. Los abrazó temiendo un llanto que no llegó. Sin embargo, la resignación
de sus hijos lo lastimó más que las anteriores lágrimas, índice claro de que ya
se habían acostumbrado a los dolores. Guillermo, en la vereda, tocó la bocina.
Se estaba haciendo tarde.
El vuelo fue pésimo. Llegó a pensar que era el
capítulo que faltaba a la hilera de sus desgracias. Desaparecer. A lo mejor, la única solución. Ya en el aeropuerto de
Houston buscó entre los rostros ansiando encontrar el de su mujer pero tuvo que
confirmarse con una réplica imperfecta. Alejandra, y a Francisco lo sorprendió
verla tan repuesta, le informó que Valeria había quedado a cargo de hijo y
sobrinos. A Camilo es difícil movilizarlo aclaró como si él pudiera
olvidar por un segundo el estado del chico. La camioneta de Alejandra se
desplazó por autopistas que le confirmaron a Francisco su llegada al primer
mundo. Aparcaron en un barrio de
casas bajas que parecía escapado de una serie de televisión. Después de la
euforia inicial, la realidad imponiéndose. Camilo asustado, Valeria angustiada.
Nadie podía ayudar a Francisco a creer, aunque fuera por horas, que ese era un
viaje de placer.
Camilo no puede dormir. Francisco lo siente dar
infinitas vueltas. Tantas como Valeria. A las cuatro de la mañana Francisco
decide terminar con la farsa y enciende la luz. Al instante madre e hijo se
sientan en las respectivas camas. Francisco en el colchón. Minutos después los
tres charlan animadamente. ¿Cómo están los chicos? pregunta Camilo. Francisco comienza a
contar anécdotas y Valeria pone el grito en el cielo a medida que se va
enterando de las travesuras. Media hora después Camilo duerme. Francisco se
levanta y lo tapa. Abandona su colchón y se acuesta al lado de su mujer.
Esperarán que amanezca en silencio, abrazados.
La sala de espera ultramoderna resultó más
inhóspita que el hospital del tercer mundo. La gente a su alrededor sufría en
otro idioma. Ver aparecer a Alejandra, después de dejar los chicos en el
colegio, fue una bendición. Los convenció y fueron a desayunar juntos. Horas
por delante. Porque no tenían que arreglarle las piernas, tenían que hacérselas
de nuevo. Mientras intentaba tragar el té, a Francisco se le aparecía, con
obstinación, la imagen del corazón de su hijo sometido a tantas horas de
anestesia y solo a fuerza de voluntad lograba alejarla. Alejandra se fue y ellos
siguieron esperando. En silencio. Para qué martirizarse mutuamente con el color
de sus pensamientos. Alejandra regresó y los encontró en el mismo sillón. Francisco
sintió que la tensión lo superaba. Se paró, comenzó a caminar en redondo y contó
rápido para hacer avanzar el tiempo. El método dio resultado porque en el
quinientos tres apareció el médico. Por fortuna Alejandra presente. El inglés
de Valeria y Francisco empantanado ante la angustia, impotente ante los
términos científicos. Cuando el cirujano terminó de hablar Alejandra sonreía. La
operación fue un éxito resumió.
¿Y eso que significa? exigió la impaciencia de Francisco. Eso
significa que en unos meses Camilo podrá caminar con muletas explicó su
cuñada. Francisco agresivo reclamó ¿cómo con muletas? Alejandra lo demolió
Francisco, sé realista, que tu hijo siga teniendo piernas es un milagro de
Dios. Dios. Qué Dios.
Verlo entre sondas y tubos fue regresar al
infierno. Regresar al infierno escucharlo gritar. Francisco reclamó morfina, en
la Argentina le habían dado, pero los médicos se negaron: el dolor iba a acompañar
a Camilo por mucho tiempo, demasiado alto el riesgo de aliviarlo ahora. Camilo
se fue resignando, sus gritos fueron
aplacándose pero el rictus de dolor pasó a formar parte de su carita tanto como
las pecas. Luego de diez días de
internación lo trasladaron a casa de Alejandra. Francisco regresaría
inmediatamente, los chicos y el trabajo reclamando; Camilo y Valeria, en cuanto
los médicos autorizaran.
Mujeres y niños de compras, Francisco, la tarde
antes de irse, quedó a solas con su hijo. Estaban jugando al ajedrez cuando
Camilo, con un alfil en la mano, intempestivamente preguntó ¿cómo voy a
quedar? Francisco enmudeció. Aún no
habían decidido cuánto decirle. Los ojos de Camilo abiertos como platos
incrustados en los de él. Jaque mate.
Taladrándolo. Cómo explicarle los médicos
dicen que se le arruinó la vida que vas a necesitar no puede decírselo
mirándolo ayuda entonces baja los
ojos y de un tirón confiesa los médicos dicen que vas a necesitar
muletas para caminar y aprieta los párpados y todo gira y por suerte ya no
oigo ni siento a lo mejor estoy muerto y no tengo que ver a mi hijo
nunca más y puedo ir a la quinta y hacer casitas con los bloques y comer
buñuelos y que la abuela me diga pobrecito mi paquito pero le sube la
presión y escucha el sabonín siempre me alababa las piernas y decía este
chico sí que es bueno. Entonces se
da cuenta de que no es él quien necesita consuelo y abre los ojos, se cuelga
una sonrisa y afirma las maestras también dicen que sos bueno con
convicción porque además es cierto excepcionalmente bueno mientras
seca con el dorso de la mano las mejillas de su hijo. Para algo soy un Castillo; como el abuelo, como la tía Alicia, como
vos acota Camilo y eso, papi,
nadie me lo puede sacar, ni que me choque un camión me lo van a sacar. La piel de Francisco desgarrada de amor.
Nadie fue a buscarlo a Ezeiza. En su casa, en
lugar de aguardarlo los chicos, solo una nota. Llamó la señora Alicia, hubo
un inconveniente y no pudieron salir, dejó este teléfono. Con el pulso
acelerado, muerto de miedo, discó. Están arreglando
el carburador, saldremos mañana informó Antonio. Como fondo, Luciana reclamando el tubo. A fuerza de
insistencia lo consiguió hola papi no te pudimos esperar con las ganas que
tengo de verte la tía Alicia me enseño a jugar al scrabel y siempre me gana
pero a Moira también y eso que es grande
cómo está Camilo Tobi solo quiere meterse en el mar con Nico cuándo vuelve mamá
el tío Antonio anoche preparó un asado qué me trajiste Francisco sonrió
escuchándola, ya parecía la de siempre. Luego Tobi me ustó el mar. Las
diez de la mañana. Abrió las valijas, puso la ropa a lavar, se dio una ducha,
se afeitó y se vistió de nuevo.
Llegó cerca de las siete. Le abrió ella,
limpiándose las manos en un repasador. Qué manía de venir sin avisar, pasá, contame
de Camilo. Mientras escuchaba el relato de Francisco, Claudia trajinaba por
la cocina. Hasta que el llanto de la nena la interrumpió. Fue en su
búsqueda. Tomá, tenéla un rato
mientras sirvo el café, quiere brazos todo el día, está fatal, también, con
este calor… Francisco se encontró con una beba en pañal. La marca de las sábanas en las
mejillas, el cuerpo colorado, el pelo pegado por el sudor, rollitos en la
panza, hoyos en los brazos gordinflones. Francisco le sonrió. La nena frunció
las cejas y lo miró con atención. Después se relajó y devolvió la sonrisa.
Mientras tomaban el café Claudia la amamantó. Francisco evitó mirar esos senos opulentos
que había conocido en otras circunstancias. Cuando terminó, Claudia se la
entregó de nuevo. Le voy a preparar un baño, está toda transpirada. Con
la beba en brazos Francisco contempló el ritual. Abrir el catre, conectar la
manguera, regular la temperatura del agua. Cuántas veces le habría tocado
ejecutarlo. Claudia cerró la tapa del catre, acostó a la nena y la desvistió.
Era la primera vez que veía a su hija desnuda. Cruza de querubín y de lechón,
agitando las patitas, salpicando. Se quedo parado como una estaca esperando
instrucciones. Hasta que llegaron. Alcanzáme la toalla, no, esa es la de
Rocío, la otra, la que tiene capuchón. Claudia estaba sacando la beba del agua, cuando sonó
el teléfono. Cuidála un segundo que ya vengo. Francisco la secó.
Encontró el talco y, al ponérselo, por primera vez la acarició. Seda para las
manos. Cuando regresó Claudia, Azul era una prolija señorita vestida de rosa,
peinada con cepillo y todo. Te voy a contratar dijo Claudia
divertida. Es que tengo más experiencia
que vos le siguió la broma, de
pronto alegre. Claudia acostó a la nena y luego se sentaron frente a dos tazas
de café. ¿Resolviste algo? preguntó ella imprevistamente. El buen humor
de Francisco se fue a pique pienso mil maneras de decírselo pero cada una es
más torpe que la otra. Claudia fue precisa no vas a encontrar la mejor
porque no existe, ¿suponés que si sos más creativo le va a doler menos
enterarse de que tenés una hija con otra mujer? Francisco sacudió la
cabeza, abatido y ella agregó quizás no llegó el momento, a lo mejor tardás
años en encontrarlo. Él, absurdamente, la agredió ¿y mientras tanto
inventar mentiras cada vez que venga? El tono de Claudia fue irónico debo
deducir de tus palabras que planeás seguir viniendo. Francisco estaba irritado
es obvio que no pienso borrarme. Ella lo presionó ¿porque tu responsabilidad
te obliga?, ¿porque tu culpa tan bien entrenada desde que sos chiquito te
atormenta? La respuesta le brotó de las vísceras porque la quiero. Pero
a ella no le alcanzó y que yo sea la madre es un accidente. Él levantó la voz los dos sabemos que esta nena
no se gestó por casualidad. Ella mantuvo la calma no sé cómo interpretar
lo que estás diciendo. Francisco
cabeceó, desanimado dejalo así, mis sentimientos dejaron de existir en el
instante en que descubrí a Camilo debajo del auto y luego se incorporó ya
me voy, el micro sale a las doce, no me perdonaría no estar cuando lleguen mis
hijos. Ella siguió hostigándolo tus otros hijos. Él no encontró
fuerzas para contestarle. Se despidieron en la puerta.
Marzo inaugurando el año escolar. Camilo,
recién llegado de Estados Unidos, en la secundaria, absolutamente incapaz de
ser independiente. Tobi comenzando el jardín, la adaptación prolongándose más
de la cuenta, esclavizando a Valeria. Luciana, demasiado chica para trasladarse
sola. Tres escuelas diferentes, tres horarios distintos. Además, la
rehabilitación permanente de Camilo, la terapia de Luciana. Un caos reorganizar
la vida familiar. Valeria, luego del accidente, había pedido licencia sin goce
de sueldo en la universidad por tiempo indeterminado. Las finanzas exprimidas.
El trabajo de Francisco empezando a hacer agua, a mostrar las consecuencias de
haberlo relegado al último lugar. Imposible blanquear a Azul. El secreto pesando
como una piedra. Laura era su única interlocutora. Una costumbre pasar por su
casa a tomar un té, compartir con ella
los progresos de la nena de los cuales era notificado por Claudia en la llamada
de los lunes que ya formaba parte de la rutina. Afortunadamente Valeria, más
allá de que seguía existiendo entre ellos una distancia leve como los hilos de
una telaraña, le ahorraba preguntas que
le ahorraban mentiras. Francisco se decía a sí mismo que mentir pertenecía a
una categoría de pecado muy superior a la de ocultar. Dejó de visitar a sus
amigos. Horacio estaba ofendidísimo y
Francisco no tenía cómo justificarse. Hubiera sido una farsa dejar su vida
paralela en las tinieblas, porque con los amigos es tan grave mentir como
ocultar.
Ese lunes no fueron buenas las noticias. La
nena muy afiebrada, con dificultades para respirar. Vino un pediatra pero no le dio mucha
importancia; solo me aconsejó baños de vapor; sin embargo, no me gusta nada, la
voy a llevar a la guardia informó Claudia a la tarde. Francisco
estaba cenando cuando sonó su teléfono. Por primera vez desde que le había
rogado que no lo llamara, Claudia. Se levantó de la mesa y fue a hablar al
escritorio. La internaron en terapia, la nena está mal, Francisco, estoy muy
asustada. La decisión se tomó sola voy para allá. Recién cuando
cortó, Francisco pudo medir las consecuencias de su promesa. Agarró los
documentos, la llave del auto, dinero y nada más. Apareció en el comedor
desencajado. ¿Qué pasó? preguntó Valeria alarmada. Viajo a Rosario. Ante el estupor de su mujer Francisco dijo después te explico mientras
salía dando un portazo. Cuando Valeria reaccionó y abrió la puerta de calle, él
ya había arrancado. Segundos después, Para
Elisa. Te prometo que cuando regrese te daré explicaciones. Cortó y
ya no la volvió a atender.
Llegó de madrugada. Claudia en la sala de
espera, lloraba en silencio. Francisco se acercó y la abrazó. Es una
bronconeumonía severa, le pusieron un respirador artificial. Las preguntas
a la enfermera no obtuvieron respuesta. Una hora después salió el pediatra. Está
respirando por sus propios medios; en cuanto comience a hacer efecto el
antibiótico el cuadro va a revertir; tuvimos suerte, llegó justo a tiempo. Claudia
cerró los ojos y pareció desmoronarse. Ya pueden pasar a verla. Claudia salió
a los pocos minutos, llorando. ¡No puedo verla así! A Francisco le costó
descubrir a la nena entre la maraña de tubos. Si Camilo le había parecido
pequeño en la cama de terapia, Azul era solo un botón. Se acercó y le tomó la
manita. Dormía. La miró con atención. Estaba grande, era inconcebible tener un
hijo y no verlo crecer. La enfermera se acercó y le pidió que se retirara. Se
sentó al lado de Claudia. No sabés las que pasé; cinco minutos después de
hablar con vos Azul se ahogó; me subí al
primer taxi que pasaba mientras le respiraba en la boca para darle aire; cuando
llegamos, ya estaba morada. Él propuso por un rato largo no nos dejarán
entrar, vamos a tomar un café. Estaban en la confitería del hospital cuando
se acercó una señora mayor muy agitada. Cuando Claudia terminó de narrar
nuevamente su calvario se produjo un silencio incómodo. No los presenté dijo Claudia Francisco,
Marta, mi mamá; bueno, en realidad ya se conocen. La mujer lo observó con
atención y luego inició un meticuloso interrogatorio que Francisco fue
sorteando como pudo. Hasta que la mujer comentó ¿desde Buenos Aires te
viniste? Francisco, acorralado, miró al piso. El rostro de la mujer trocó
en piedra y decidió me voy para casa a tranquilizar a Rocío. Instantes después Claudia
dormitaba en la sala de espera. A su lado, Francisco, pensaba en Valeria. Por
fin se levantó y se alejó. Por suerte lo atendió el contestador. Quería avisarte que llegué bien; no te
pido que no te preocupes porque sé que es inútil; ya hablaremos largo y
tendido; te quiero; aunque en este momento lo dudes, te quiero.
A las siete de la mañana les permitieron
entrar. Claudia salió aliviada, contando me sonrió. En cambio, se asustó
frente a Francisco. Su propia hija se asustaba de él. Se lo merecía. Si durante
meses sus llamados semanales le habían tranquilizado la conciencia, Azul se
encargaba ahora de informarle que no lo reconocía. Salió angustiado. A las ocho
dieron el informe. Había respondido al antibiótico, la pasarían a sala y, si
seguía evolucionando bien, podría regresar a casa al día siguiente. Andá, Francisco, yo me arreglo. Él le
confesó quisiera no tener que regresar; no sé cómo voy a enfrentar a
Valeria. Claudia fue expeditiva no es mi problema; te aseguro que tengo
otros.
A medida que se acortaban las distancias crecía
el desasosiego de Francisco. La llamó a mitad de camino; quedaron en
encontrarse en un bar. Estacionó mientras el corazón le retumbaba. A pesar de
que hacía cuatro horas y trescientos seis kilómetros que intentaba organizar su
discurso, no lo lograba. Cuando llegó, Valeria ya estaba, en el rincón más
apartado. Se acercó y al besarla en la mejilla percibió su rechazo. Te
escucho le exigió, desencajada. Él
buscó tiempo no sé qué decirte. Ella fue tajante la verdad. Él
bajó la vista no sé cómo decírtela. Valeria levantó el tono no des más vueltas por favor. Francisco
respiró hondo trataré de hacerla corta; el día del accidente llegué tarde a
buscar a los chicos porque, por primera vez desde tu regreso, y te pido que me
lo creas, estaba con ella. Francisco luego le contó del encuentro fortuito,
del embarazo, de su imposibilidad de evitarlo, de Rosario, de Rocío, de sus
viajes a visitar la nena. Te juro que el asunto con ella está
definitivamente terminado, imposible traicionar lo que prometí cuando Camilo
estaba bajo el auto; ayer Claudia me llamó porque habían internado a la nena;
sentí que era mi obligación ir, y fui; la beba está fuera de peligro y yo estoy
aquí frente a vos, dando la cara a pesar de que era uno de los momentos más
difíciles de su vida, Francisco estaba aliviado amo mi familia por sobre
todas las cosas de la tierra, y mi familia son mis tres hijos y vos profundamente aliviado te pido por favor que trates de entenderme
porque sé que no tengo derecho a pedir que me perdones. Valeria se quedó un largo rato en silencio y
luego averiguó ¿qué tiempo tiene? Él, desconcertado, informó cinco
meses. ¿Cómo se llama? Azul. Ella se restregó los ojos y luego
le preguntó mirándolo fijo ¿la
querés? Él decidió ser sincero es mi hija. Ella, inexplicablemente
tranquila, indagó ¿qué pensás hacer? Él, otra vez, admiro la entereza de
Valeria sé que me equivoqué fiero pero intentó ser buena persona; si abandonara a la nena, no podría mirarme en
el espejo; no podría mirar a la cara a nuestros hijos cuando, más tarde o más
temprano, se enteraran de que su padre actuó como un cobarde. Valeria se
tomó unos segundos antes de preguntar ¿la querés? Él le confirmó ya
te dije que sí. Ella sacudió la cabeza a Claudia, si a ella la querés. Francisco
respondió no sé si me creerás, pero, a partir del accidente, murió la parte
de mí que a ella le correspondía. Valeria desestimó su respuesta quizás
solo está hibernando. Francisco hizo un gesto de impotencia estoy en tus
manos, nuestra familia está en tus manos. Valeria levantó los hombros estoy
tan rota que no puedo ni pensar; cuando me enteré de tu engaño mi mundo
tambaleó, con el accidente de Camilo se desmoronó y ahora, con tu hija,
desaparecieron hasta sus ruinas; si me preguntaras si te quiero repetiría tus palabras,
la parte mía que te correspondía desapareció; pero, ¿qué puedo hacer?,
¿comunicarle a Camilo que eché a su padre de casa?, ¿decirle a Tobi que su papi
no lo va a acostar más?, ¿contarle a Luciana que elegiste a tu otra hija?; no
tengo opción, no al menos, en este momento; en cuanto a nosotros, esto no se
arregla más; veremos cuánto tiempo podemos sostenerlo. Francisco le agarró
la mano gracias. Ella la retiró no me toques, esto no lo hago por
vos, ni por vos ni por mí, solo por nuestros hijos. Gracias por ellos,
entonces. Quedaron un largo rato en silencio. Valeria lo interrumpió ¿qué
tuvo la beba? Francisco, descolocado, explicó una bronconeumonía. Ella
fue pragmática como el nene de Carolina; anduvo de mano en mano hasta que
cayó en el Gutiérrez; hay un especialista excelente; yo que vos la haría traer
para que la viera.
No logro resolverlo; cuando pienso en lo que
van a sentir si se los digo, opto por el silencio, y cuando pienso en cómo juzgaran mi ocultamiento cuando en algún
momento de la vida se enteren, considero que debo hablar; no tengo escapatoria,
o los defraudo ahora o los defraudo el doble más adelante Francisco le tomó la mano lamento por vos la
decisión de mi papá pero se la agradezco desde mi infancia; yo me jodí la vida
y se la jodí a todos, a Valeria, a Claudia, a mis cuatro hijos. Laura retiró
la mano y declaró, absoluta a la chiquita no; no hay peor castigo que no
haber nacido.
Mientras caminaba, el pulso alterado, hacia el
negocio de Horacio decidió que también
hablaría con Jirafa. Dar la cara.
Los altoparlantes anunciaron que el micro
estaba demorado. Francisco deambuló por la terminal, tanta su inquietud que le
resultaba insoportable estar sentado. Una hora después de lo previsto vio a
Claudia descender del ómnibus luchando con el bolso y con la nena. Se acercó
para ayudarla e, instantes después se encontró con una beba gorda en brazos,
babeándole el cuello de la camisa. Francisco cayó en la cuenta de que era la
primera vez que alzaba a su hija en un lugar público y en cuanto Claudia
recuperó el cochecito le devolvió la nena con la excusa de cargar el equipaje.
Cuando llegaron al auto, Claudia se acomodó atrás con Azul y fueron
directamente al hospital. Francisco recordó la remota visita a la escuela, en
la que habían jugado a ser una pareja preocupada por el futuro de sus hijos. El
juego convertido en realidad. Dígale a su mujer que pase qué edad tiene su
esposa cuál es el DNI de su hija. Cómo explicarles que su mujer estaba en
su casa, que Valeria pronto cumpliría treinta y ocho, que no había traído el
documento de Luciana. Así como en Rosario, entre cuatro paredes, había podido
actuar con naturalidad, en el hospital se sentía como un extra al que por imprevista enfermedad del actor principal, lo
meten a protagonista sin haberle dado tiempo para estudiar el libreto. El
médico pareció entender la situación porque luego de un par de intentos de
hacerlo participar de la consulta terminó dirigiéndose exclusivamente a su
mujer. El hombre coincidió con los colegas rosarinos pero solicitó un par
de estudios. Cuando terminó la consulta Francisco propuso ir a tomar algo pero
la nena ya estaba fastidiosa y ella rechazó el ofrecimiento. Claudia había
decidido instalarse en lo de una prima. Allí las dejó Francisco y partió
después para su casa. Llegó, al anochecer, destruido. Por suerte los chicos se
estaban bañando. Necesitaba un poco de tiempo para desprenderse de una de sus
realidades y enfrentar la otra. No obstante, Valeria no le dio tregua ¿cómo
les fue? inquirió Y ese les involucrando tanto que Francisco
necesitó inspirar profundamente antes de contarles las novedades. ¿Cómo se
bancó la chiquita las revisaciones? Francisco pensando que esa conversación
era surrealista contestó como un bebé, a los gritos. Valeria sonrió y él
pensó que quizás se estaba equivocando al leerle el rostro. Sin embargo ella
agregó pobrecita hizo una pausa y luego preguntó ¿ya se sienta?
Francisco tocó el portero eléctrico. Instantes
después vio que el ascensor se abría. Claudia avanzó por el pasillo, empujó la
puerta y, llenándolo de indicaciones, le entregó bolso y nena. Instantes
después, parado en la esquina esperando un taxi, Francisco tuvo la extraña
sensación de que su juventud había sido arrasada. Tanto que sintió que quien lo
viera lo supondría abuelo de su propia hija. Bajó del taxi sosteniendo a la
nena dormida entre los brazos. Entró a la confitería. Buscó a Valeria y la
encontró en el reservado del fondo. De espaldas, acodada en la mesa, los dedos
entrecruzados amparando la frente. Avanzó, silencioso, y se paró junto a ella.
Le apoyó su única mano libre en el hombro derecho. Ya llegó Azul anunció.
Los dedos de ella resbalaron, descubriendo el rostro. Como en cámara lenta, Valeria fue
girando la cabeza, elevó imperceptiblemente el mentón y por fin, abrió los
ojos.
L
Amé esta novela...
ResponderEliminarYo amé escribirla.
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