Sesiones con Ana María

Miércoles 1 de agosto de 2012
Lo escucho pide Ana María en cuanto él termina de sentarse. Y él, que solo querría cerrar los ojos y dormir, se obliga a informar una semana dura, mejor ni hablar del día de hoy. ¿Por qué piensa que es mejor no hablar del día de hoy? reformula ella y él que quisiera decirle que está harto, de ella, de él, de Freud, de la asociación libre y de la atención flotante le resume mucho de todo, como dice Martina cuando le ofrecen helado y va a continuar cuando ella acota qué interesante, es la primera vez que antepone su hija a sus pacientes. Está equivocada dice él maravillado de su perspicacia hoy padecí toda la tarde por tener que postergarla. Gustavo le habla de su tedio con Laura, de las lágrimas de Camilo que ella aprecia enfáticamente. Cuando le está hablando sobre Daniela, Ana María lo interrumpe. Las intervenciones de un terapeuta siempre deben abrir, no cerrar; ¿cuánto sabe sobre los verbos?  Gustavo, desconcertado, responde bastante, hace poco los estuve estudiando con mi hija. No es lo mismo ordenar ¨hablame¨, como usted hizo con Daniela, que preguntar ¨querés hablarme¨ o, mejor aún, ¨quisieras hablarme¨; ¨háblame¨ corresponde al modo imperativo, el de las órdenes, ¨querés hablarme¨ al indicativo, el de los hechos reales, y ¨quisieras hablarme¨ al modo subjuntivo, el de los deseos y las dudas; y de eso, justamente, se trata una terapia; por otro lado, si manifiesta ¨me gustaría que me contaras¨, deposita el deseo en usted mismo; si pregunta ¨¿te gustaría contarme?¨, el deseo será el de su paciente; nuestra herramienta es el lenguaje, Gustavo, por eso hay que cuidarlo tanto.

Miércoles 8 de agosto de 2012
La pollera larga, con vuelo, de Ana María lo precede. El discreto perfume, un par de escalones por delante, lo guía. Ambas manos derechas deslizándose, sincrónicas, por la baranda de madera. Frente a la puerta del consultorio, ella gira y con una sonrisa  insondable y un leve gesto de sus uñas pintadas lo invita a pasar. Un tapiz incaico a modo de alfombra, leve olor a incienso. Luego de seis meses de ir todos los miércoles, la extraña sensación de observar todo por primera vez. Los sentidos agudizados. Gustavo se sienta. Ella carraspea. Señal suficiente para que él confiese hoy tuve ganas de trompearlo a Raúl. Y ante el entrecejo fruncido de ella, aclara, sonriendo no se asuste, no llegué a las manos; fue solo una sensación, una fuerte sensación; nunca me había pasado algo así, ¿es normal? Ella recoge sus palabras ¿qué significa que una actitud sea normal?; sería inadmisible que agrediera físicamente a un paciente, aunque es más frecuente de lo que uno quisiera suponer, que un terapeuta agreda verbalmente. Tampoco lo insulté bromea Gustavo levantando las manos con las palmas  extendidas aunque sé que usted no se refiere a eso. Ana María cierra los párpados y asiente con la cabeza. ¿Podría contarme lo que sucedió? Después de varios meses de hablar casi con exclusividad de la relación con su esposa, Raúl me reveló que hace meses que está sin trabajo. ¿Y qué fue lo que desencadenó su ira? Gustavo  reflexiona. Se burló de mí  confiesa luego. ¿Cómo fue eso? Él se refirió a su padre como al ¨rey de Textilandia¨ y yo le pregunté si Textilandia era su empresa. Gustavo traga saliva, le cuesta referirle me dijo que yo tomaba las cosas al pie de la letra; me hizo sentir un infeliz. Parece una reacción desmedida ante esa frase. Sí admite Gustavo. ¿Podría precisarme lo que fue sintiendo en el transcurso de la sesión? Gustavo le relata con detalle lo sucedido. Quizás fue la alusión a la relación de Raúl con su padre lo que a usted lo alteró. Gustavo se siente repentinamente vulnerable, querría encontrar un recurso que le permitiera desviar la conversación sin embargo admite sí, es posible, tengo conflictos con mi padre. Es imprescindible reconocer cuando la historia de un paciente nos remite a la propia, fundamental mantener la distancia emocional; ¿está trabajando el tema de su padre en su análisis? Hace un mes que mi analista está enfermo, pero sí, en eso estábamos. Su ira fue una llamada de atención, seguiremos atentos con esta cuestión. Gustavo se sirve un vaso de agua. Cuando logra serenarse le habla de Daniela. No sé si fue correcto que le diera el teléfono del pediatra de mis hijos. Ana María sonríe al decir hay circunstancias en las cuales debemos hacerle un guiño a la teoría; no hay ninguna duda de que la prioridad es que esa criatura reciba un tratamiento adecuado lo antes posible; tranquilícese, Gustavo, trate de confiar más en su intuición.


Sube al auto pero en realidad necesita otro café. Una sesión demasiado intensa. Además de Raúl y Daniela, Laura ¿No será que llegó la hora de darle el alta? A él no le gustó escucharla y defendió la continuidad. Hay que aprender a desprenderse de los pacientes. Para tratar de amortiguar el malestar Gustavo rescata los réditos. Ha conseguido que Camilo transfiera sobre usted el resentimiento contra el padre. Una perla para atesorar. 

Miércoles 15 de agosto de 2012
Gustavo ha comenzado por Camilo.  ¿Fue atinado  mencionar  el accidente? Ana María cruza las piernas con elegancia creo que se precipitó; yo hubiera ido preguntando sobre los distintos elementos del sueño; quizás de ese modo hubiese logrado que fuera el mismo chico el que nombrara el accidente. Es que, más allá de la permanente alusión a la renguera o a las muletas, es la primera vez en meses en que percibí que Camilo me abría una puerta replica él. Ana María despliega su sonrisa. Más tarde o más temprano Camilo va a aludir al tema que atraviesa su vida. Sí, pero los meses siguen corriendo se justifica Gustavo el otro día me llamó la madre, no supe qué decirle. Un terapeuta ha de saber esperar las manifestaciones del inconsciente, porque el inconsciente siempre insiste; quédese tranquilo, Gustavo, el tratamiento avanza. Él inspira hondo, quisiera poder transmitirle lo que experimenta frente al chico.  Es feroz cuando se irrita explica. A pesar de que Camilo aún no lo explicite, el enojo hacia su padre sigue operando en la transferencia. Lo comprendo en la teoría pero me resulta difícil acorazarme ante su rabia. Su hijo tiene esa edad, ¿no? Gustavo, alerta, asiente con la cabeza pero ella, luego de cruzar las piernas en sentido contrario, lo que hace flamear su larga pollera, abandona el tema y comenta qué sueño transparente; creo que, más allá de la obvia importancia de las pesas, la clave está en la tardanza. Él la mira, sorprendido. ¿Por qué lo supone? ¿Qué fue lo último que dijo el chico al despedirse? Que era tarde. ¿Qué le dijo el padre cuando lo llamó a comer? Que era tarde tiene que reconocer él. Ella sonríe, se encoge de hombros y agrega vamos bien.  Él, entonces, le habla de la agresión de Raúl, está orgulloso de no haberse alterado. Otra vez le toca a usted hacer de padre, dos hijos a falta de uno bromea Ana María, qué extraño. ¿Y Laura? pregunta de improviso. Gustavo comenta, de algún modo molesto por haberla obedecido, que le planteó el estancamiento de la terapia. Cuando le refiere su comentario final sobre el hijo, ella inquiere ¿está buscando un argumento para retenerla? y ante la cara de desconcierto de él insiste ¿por qué le cuesta tanto soltar a sus pacientes?  Él le  dice que no es así, que  de Raúl, por ejemplo, quisiera liberarse. Le cambio, entonces, la pregunta, ¿por qué le cuesta tanto separarse de Laura? Él recibe el impacto. Le entra por los poros. Se parece a mi mamá admite.  Lamentablemente es la hora informa ella otro tema que le queda para analizar. Gustavo se incorpora, aliviado. No hubo tiempo para hablar de María Inés.

Miércoles 22 de agosto de 2012
Ana María le sonríe. Una magnífica sonrisa de analista, evalúa él. Distante pero cálida. Él siente que los ojos se le llenan de lágrimas. Carraspea, intentando controlarlas pero es inútil. Las lágrimas fluyen ajenas a su voluntad. Estoy llorando, se dice, sorprendido. La sonrisa de Ana María retrocede, desaparece. Troca en una leve inclinación de la cabeza, en una tenue crispación del rostro. Gustavo, ¿qué pasó? Él saca un pañuelo de su bolsillo. Se suena la nariz. Logra serenarse. Ella lo espera, muy seria. Cecilia me engaña confiesa y luego se arrepiente ya sé que este no es el espacio apropiado para hablarlo pero me enteré hoy. Lo escucho lo habilita ella. Esta mañana un amigo me contó que la vio besándose con un tipo; no sé cómo no me di cuenta solo, si lo pienso ahora, ella me dio indicios, muchos indicios. Tantos como el marido de María Inés lo interrumpe ella.  Él sacude la cabeza no, Ana María, hoy no estoy en condiciones de seguir ocupándome de mis pacientes, no sé cómo pude atenderlos se incorpora será mejor que me vaya. Siéntese, Gustavo lo frena con la mano extendida  ¿qué pasa con su terapia personal? Mi analista sigue enfermo, lo operaron,  no sé cuándo podrá atenderme. Cuénteme. No sé ni por dónde empezar, usted no me conoce. Ella le sonríe. Esa puta e inigualable sonrisa, piensa él. Cuando salga de aquí, cuando regrese a mi casa, voy a tener que enfrentarla, tengo que decidir cómo enfrentarla.  Se esconde la cabeza entre las manos. Así, sin mirarla, se siente mejor.  ¿Cuáles son las opciones? la escucha preguntar. ¿Obviar la información, echarla, irme? pregunta él, a su vez. ¿Escucharla? sugiere ella.  Nunca voy a poder perdonarla dice, ahora, mirándola. No se apresure Gustavo, todavía no sabe a ciencia cierta qué pasó. Cuando mi vieja se enteró de que mi padre la engañaba, lo echó, sin pensar en la plata, en las conveniencias; una mujer muy fuerte, lo echó sin pensar en nada. ¿Ni siquiera en usted? Él recibe el impacto. Un golpe brutal que lo obliga a retener las lágrimas.  ¿Cuántos años tenía? Cuatro, no recuerdo a mi padre en casa traga saliva desde que tengo uso de razón me faltó, siempre me faltó. ¿No volvió a verlo? ¡Oh, sí!, lo veo cada día de mi vida, bah, los fines de semana no, ni los miércoles;  se reacomoda en el diván  pero si algo de lo que hoy no quiero hablar es de mi padre. No soy yo la que instaló el tema  aclara ella. Ya sé  reconoce Gustavo él es omnipresente. Siempre le faltó pero es omnipresente. ¡No quiero hablar de él! mira el reloj tengo una hora para decidir mi futuro, el de mis hijos. ¿No le parece que es demasiado perentorio, quizás precise más tiempo para tomar una decisión. Y qué, ¿no regreso a casa esta noche? Lo está diciendo usted. Por favor, deje de jugar a la analista dice con bronca. Soy una analista replica ella, sonriente.

Miércoles 20 de agosto de 2012
Estoy pensando en dejar a mis pacientes inicia Gustavo el encuentro. Ana María sonríe, siempre sonríe.  ¿Qué pasó con Cecilia? inquiere ella. Se fue a Chile por una semana, pero no quiero hablar de eso. Ella abre las manos que tenía entrelazadas. Solo quería verificar si la decisión de abandonar a sus pacientes se relacionaba con el hecho de haber sido usted mismo abandonado. Él resopla. Su discurso me confirma que estoy harto de las interpretaciones propias y ajenas; no sirvo para esto, tampoco para esto. ¿Tampoco? Hoy siento que no sirvo para nada, como marido, obvio, y como terapeuta soy un elefante en una cristalería. Ana María lanza una carcajada.  Él siente que algo se le afloja. Se reacomoda en el sillón. ¿Por qué no me cuenta su día de consultorio. Él le va relatando lo acontecido, más y más avergonzado a medida que describe su impericia. Ella lo escucha sin intervenir ni una vez, en absoluto silencio. Veamos, veamos dice cuando él, al fin, calla. Hoy ha logrado que una madre confiese que no está orgullosa de sus hijos, cosa que no es de poca monta; ha conseguido que Camilo manifieste que considera a su padre culpable del accidente; el hijo de Daniela no estaría en tratamiento si ella no hubiera comenzado la terapia con usted; Raúl ha admitido que su sexualidad está ligada a su padre; con respecto a María Inés su tarea ha sido la de un detective, quizás haya descubierto al dueño de la A; yo diría que no ha sido una jornada nada mala para, como se califica usted a sí mismo, un principiante.

Miércoles 5 de setiembre de 2012
Usted tenía razón anuncia Gustavo en cuanto se sienta. ¿A qué se refiere? interroga Ana María. Él le cuenta, el sueño de Camilo. El reloj de arena. Le sugerí que hablara con su padre de la tardanza.  Gustavo, satisfecho de sus intervenciones,  espera algún elogio pero Ana María, como si no hubiera escuchado cuanto acaba de transmitirle, pregunta  ¿qué fue lo que le generó más dificultades en su consultorio hoy? Él, de algún modo ofendido, intenta revivir las sesiones. Percibe, con horror, que  tiene la mente en blanco. No se acuerda; acaba de volcar todo en las fichas y no se acuerda. Luego le aparece una imagen de la última sesión. Suspira, aliviado. Estoy intentando recordar qué me altero de lo que me contó Daniela, pero se me escapa. Cierre los ojos, tómese su tiempo indica Ana María. Los segundos transcurren sin que él logre concentrarse. Una ira difusa creciendo en su interior. Gustavo abre los ojos.  Esto no tiene sentido  dice tengo que resolver qué voy a hacer con mi mujer y estoy aquí pensando pelotudeces y ni bien termina de decirlo se sorprende de su agresividad, de su grosería.  Perdón pide no sé qué me pasa. Ella sonríe, su puta sonrisa, piensa él, y pregunta  ¿es usted el que está decidiendo? No entiendo. ¿Depende de usted que su mujer decida irse o quedarse? Gustavo siente que el mundo se le viene abajo. Cecilia tiene el poder. Su única posibilidad de  decidir hubiera sido echarla el mismo día en que descubrió su infidelidad. Soy un pelotudo dice ni siquiera me había dado cuenta de que ya nada depende de mí; ella está usando nuestra casa con toda tranquilidad y confort hasta que pueda irse con el otro; no sé cómo pude equivocarme tanto con ella, jamás pensé que se animaría a hacer algo así. Quizás es más osada de lo que usted consideraba. Las palabras atraviesan su cabeza, de oreja a oreja, piensa, pero en lugar de irse retornan. No pensó que Cecilia es osada, jodidamente osada. No quiere estar ahí. Prefiero irme informa levantándose.  Ana María se encoge de hombros.  No puedo retenerlo a la fuerza. Gustavo vuelve a sentarse.  Me avergüenzo ante usted de mí mismo, cómo puedo hacerme cargo de pacientes cuando soy incapaz de hacerme cargo de mi propia vida. Una cosa no quita la otra, en tanto pueda separarlas dentro del consultorio sonríe y, por lo que me contó de su miércoles, puede con holgura. Ahora es ella la que se incorpora.  Le pido que durante esta semana piense por qué no pudo contarme que remueve en usted Daniela.  No es que no pude intenta justificarse. Lo dejamos para la próxima.

Miércoles 12 de setiembre de 2012
No sé por dónde empezar arranca Gustavo estoy agotado. Ella solo sonríe. Tantos problemas que optar por alguno es como exigirle a una madre que elija cuál hijo quiere salvar. Analizar esa sola frase daría para un par de sesiones. ¿Por qué? inquiere él, sorprendido. Si ya se asume como madre será que la separación se aproxima; me temo que está sumando a sus hijos biológicos, sus pacientes; ¿cree que esta profesión nos hace omnipotentes?; usted debe ser capaz de realizar una elección sabia  y deposita en mí la obligación de salvar al elegido, ¿no será demasiado?, somos solo seres humanos no dioses. Daniela acaba de decirme que Dios me había puesto en su camino. Gustavo le cuenta lo sucedido en la sesión. Ya sé que me va a retar dice Gustavo cuando concluye. ¿Por qué habría de retarlo? Violé las leyes del análisis: terapia que no se paga, terapia que no sirve. Una analista percibe cuando su trabajo sirve, cuando su trabajo es necesario, más allá de los honorarios. ¿Qué hubiera hecho usted? No importa qué hubiera hecho yo, importa lo que hizo usted, lo que decidió usted; tampoco en el análisis existe la obediencia debida. Eso va en su propia contra, se supone que debo obediencia a mi control. Ambos comparten la sonrisa. Él aprovecha la pausa para desviar la atención de Daniela y le cuenta lo sucedido con Camilo. Me sorprenden sus recursos comenta ella. Él se pone a la defensiva ¿en qué me equivoqué? ¿Qué es un recurso para usted? pregunta ella. Algo que se utiliza para obtener un determinado fin. ¿Cuál era su fin con Camilo? Que acepte su discapacidad pero en su exacta medida, que comprenda el límite de sus limitaciones, que reconozca su enorme potencial dice y luego calla. ¿Y en lo inmediato? Que fuera a la fiesta. Creo que el espejo fue un buen recurso, ¿cómo se le ocurrió? No sé Gustavo eleva los hombros lo estaba descolgando antes de pensarlo; necesité que se viera; es un chico demasiado bello. ¿Demasiado? Sí él abre y cierra las manos un exceso de dones concentrados en él, porque además es brillante. ¿Recuerda la anécdota de la escultura de Moisés? Él sacude la cabeza. Cuentan que tal era su perfección que cuando la terminó, Miguel Ángel la golpeó con su martillo, ordenándole que hablara; le provocó una marca en la rodilla que lo hace aún más humano. El auto se excedió en su propósito comenta Gustavo. Sí, pero el Moisés y Camilo siguen siendo notables dice ella y sin cambiar la inflexión de la voz propone volvamos a Daniela. El pulso de Gustavo se acelera. Me da la sensación de que usted necesita hacerse cargo de ella. ¿Lo dice por lo del dinero? No, desde el principio tengo esta percepción  Ana María lo mira con intensidad ¿qué es lo que tanto lo conmueve de Daniela?  ¿Le parece poco que tenga un hijo autista? dice él con rabia. ¿Usted tiene alguna persona querida con discapacidad emocional? No dice Gustavo no sigamos invirtiendo tiempo en el tema le quiero comentar algo muy importante sobre María Inés.  Ella ladea la cabeza y dice lo escucho. Hoy se planteó la posibilidad de que su marido fuera gay. Usted lo vio venir desde la primera hora; ¿quiere contarme? propone. Gustavo se explaya. Lo que me desespera es que se van abriendo puntas que a su vez se bifurcanno termino de detectar un conflicto cuando surge otro y queda abandonado el primero; así nunca lograré concluir un tratamiento. Luego de unos segundos de silencio ella dice el problema de tratar a los seres humanos es que con ellos fracasa el método científico; cuando uno quiere analizar una variable es imposible mantener constante las demás. Sí dice Gustavo somos amebas; emitimos permanentemente seudópodos en toda dirección oculta la cara entre las manos y comenta el miércoles que viene Cecilia ya no estará acá. ¿Se contactó con su terapeuta? pregunta ella.   contesta él le llevará meses recuperarse; me dejó el número de un reemplazante. ¿Llamó? El agita la cabeza. No estoy en condiciones de empezar de nuevo. Ajá solo dice ella. Gustavo, súbitamente, se ilumina. ¿Le parece que podríamos modificar la modalidad del encuadre? ¿Cómo sería eso? Me temo que en este momento de mi vida, mis pacientes son el menor de mis problemas. Como él calla ella pregunta ¿qué quiere decir? Él se reacomoda; apoya los codos sobre las rodillas separadas. Luego de un rato dice iniciamos estos encuentros con el objetivo de que me supervisara en el inicio de esta profesión. Sí, lo se. No sé si usted estará de acuerdo en el cambio del rumbo dice él mirando el tapiz incaico. Hable claramente, Gustavo. Qué difícil me la hace señala él, levanta la vista y le sonríe ¿aceptaría convertirse en la analista de un hombre al que la vida se le está partiendo en dos? Ana María sonríe y comenta como usted sostiene, somos amebas, en permanente mutación; lo espero el miércoles próximo agrega mientras se levanta. Él se siente extraordinariamente aliviado. ¿Podría ser más temprano? solicita se me van a complicar los horarios con los chicos.

Miércoles 26 de setiembre de 2012
Antes de empezar con mi vida, quiero contarle que María Inés descubrió a su marido en el estudio, teniendo sexo oral con el dueño de la A: tomó una barbaridad de Rivotril; antes de irse la  obligué a que me diera los comprimidos sobrantes. ¿La obligó? Gustavo asiente con la cabeza. Le dije que hasta que no me los entregara, mi próximo paciente seguiría tocando el timbre; en ese instante ni me lo planteé, supe que lo tenía que hacer. ¿Y ahora duda? Ante usted dudo reconoce Gustavo. ¿Lo volvería a hacer? Sí contesta él, categórico no podía arriesgarme a que siguiera intoxicándose. ¿Necesita mi aprobación? inquiere ella y luego, la sonrisa en abanico, agrega somos personas antes que analistas. Él también sonríe, aliviado. Luego de un rato informa Cecilia se fue; hace ya ocho días que se fue. ¿Cómo los sobrellevó? Gustavo se queda reflexionando. No estuvo tan mal; los chicos no dejaron de hacer nada de lo que tenían que hacer; Juana, la empleada, es una joya; mi suegra colaboró bastante y a mi vieja hay que levantarle un monumento, ella es la única con quien Nacho se abre un poco. ¿Nacho es su hijo? Él la mira, sorprendido. A Martina, sí, pero a él nunca lo nombró. Qué raro comenta Gustavo y luego añade esta semana, por primera vez, lo ayudé a hacer un trabajo, le pusieron un diez; hoy cenaremos afuera para festejar. ¿Para festejar que compartió una actividad con su hijo? Él se siente molesto. Ana María bebe un vaso de agua y comenta hace un par de semanas no logró recordar qué lo había alterado de su sesión con Daniela. ¿Por qué lo trae ahora a colación? pregunta él. Ella solo encoge levemente los hombros. Sí, recordé lo que me puso mal dice él y siente que súbitamente se le seca la boca. No quiero hablar de eso, piensa; ella no me puede obligar. Se sirve un vaso de agua. ¿Me lo quiere contar? pide Ana María con tanta dulzura que los frenos de él estallan. Colapsan. Me identifico mucho con el marido, yo tampoco quise que Nacho naciera confiesa con infinita vergüenza y calla. Está agotado, le cuesta respirar. Retiene un sorbo de agua en la boca, antes de tragarlo. ¿Cecilia, como Daniela, lo obligó? No a concebirlo; se pinchó el preservativo. ¿Sí a tenerlo? Él asiente con la cabeza. Hacía cuatro meses que éramos novios; ella diecinueve años, yo veinte; segundo año de la carrera, alumnos de diez; los dos participábamos activamente en el centro de estudiantes; no trabajábamos; ¿le parece, Ana María, que estaban dadas las condiciones para que tuviéramos un hijo? A usted no le parecía concluye ella. ¡No!, fue una locura, lo sigo pensando, pero no hubo manera de convencer a Cecilia; ni sus padres, ni yo; una roca; le dije que no me iba a hacer cargo de la criatura, amenacé con dejarla, no le importaba nada cuenta Gustavo con rabia. Veo que su mujer siempre fue osada comenta ella con una sonrisa incisivaGustavo, en un instante, descubre que nada de cuanto él pueda hacer, va a desviar a su mujer un milímetro de su camino. La perdimos, había intuido Martina. No quiero ni acordarme regresa Gustavo al pasado me jodió la vida, la carrera, me obligó a depender de mi viejo. Ella no lo obligó lo corrige Ana María. Él la mira, desconcertado. Usted decidió libremente acompañarla, ¿Libremente?, ¿la iba a dejar sola embarazada de mí? Qué frase ambigua comenta ¿embarazada de usted o por usted? Ana María se reacomoda en su sillón, cruza las piernas. Me gustaría que reflexionara al respecto señala Cecilia tomó la decisión de afrontar el embarazo y usted también tomó una decisión: acompañarla. ¿Sabe quién fue la única que la apoyó desde el principio? Ana María lo mira mi propia madre; las dos juntas en mi contra, demasiado para mí. ¿Se arrepiente de haberse quedado junto a ella?  Él se queda pensando, intenta ser sincero. Yo la amaba. ¿La amaba? pregunta Ana María con intención. Gustavo se agarra la cabeza entre las manos la amaba y la amo confiesa la puta que la parió, me encadenó a su vida y ahora me echa de un puntapié como a un perro. Gustavo se sirve agua, trata de serenarse. Tal vez le está otorgando un poder desmedido dice Ana María ella no lo encadenó, usted decidió unir su vida a la de ella. ¿Y qué?, ¿la iba a dejar? pregunta Gustavo, irritado. Podría haberla asistido económicamente si se sentía responsable, no precisaba casarse. Usted no me entiende, ya le dije que la amaba. ¿Preferiría que no existiera Nacho? pregunta Ana María, mirándolo con intensidad. Tengo treinta y cinco años y un hijo de catorce, ¿sabe lo que significa eso? También tiene otra de diez. Sí, pero es absolutamente distinto, a Martina la planeamos. No contestó mi pregunta original insiste ella ¿preferiría que Nacho no existiera? Gustavo  cruza y descruza  los dedos durante un buen rato. Cuando se dispone a hablar Ana María determina piénselo y lo charlamos la próxima.

Miércoles 3 de octubre de 2012
Cinco minutos antes de lo convenido se apoya en la puerta, esperando que llegue la hora. El ruido de pasos acercándose lo sobresalta. Se aparta. La puerta se abre y sale una mujer mayor. Ana María, en el vano de la puerta, le sonríe. Sube tras ella pensando que es extraño suponerle a Ana María otros pacientes. ¿Me gustaría ser el único? evalúa. Segunda semana sin Cecilia: en lo operativo bien, nos vamos arreglando, pero la casa perdió energía, no sé cómo explicárselo, todo está demasiado bien. ¿Usted está demasiado bien? reformula Ana María. Frente a ellos, sí, pero cuando apago la luz la estantería se me viene abajo. ¿La extraña? Estoy tan enojado que no me doy cuenta. ¿Los chicos también están enojados? Ellos no saben por qué se fue. Si no entendí mal, Cecilia se fue por el trabajo; que esté allí con ¿Ricardo, se llamaba?, es una consecuencia, no una causa. ¿A usted también le vendió ese buzón? reclama él, muy enojado. Solo repito sus palabras, Gustavo, aunque no tuviera ninguna relación con él, ella igual se habría ido; ¿o me equivoco? Gustavo se toca la frente. Lo peor vendrá cuando regrese admite. Ella cabecea. Satisfecha, piensa él con rabia. ¿Alguna otra vez estuvo tan enojado con ella? Está por contestar que no cuando recuerda el primer embarazo. Calla, entonces. No tengo ganas de hablar, piensa. Le sobreviene un cansancio infinito. ¿Pensó en lo que le sugerí la última sesión? lo convoca Ana María. Le da vergüenza admitir que no solo no pensó sino que ni siquiera puede recordar de qué se trataba. Ella parece darse cuenta porque le repite ¿preferiría que Nacho no existiera? Gustavo percibe en él ese rencor que no se extingue. Cecilia lo violentó. Ella me puso entre la espada y la pared se justifica. No le estoy preguntando por ella le aclara Ana María sino por su hijo; aunque para usted son dos caras de la misma moneda; ¿no se da cuenta de que lleva catorce años vengándose de ella con su negativa a amar a su hijo?  Gustavo experimenta un golpe brutal. Como quien cae por habérsele cortado el talón de Aquiles. Nacho es mi talón de Aquiles, diagnostica. Cierra los ojos un instante, está ligeramente mareado. No me siento bien dice mejor me voy. Como prefiera consiente ella incorporándose.

Miércoles 10 de octubre de 2012

Cuando debuté en este oficio me sentía inseguro en el consultorio y seguro en la vida, ahora me sucede exactamente lo contrario comenta Gustavo, ya ubicado frente a Ana María.. ¿Qué es lo que más inseguridad le provoca en la vida cotidiana? Relacionarme con Nacho contesta él sin atisbo de duda y luego de un rato añade me sirvió lo que me dijo la sesión pasada Gustavo se reacomoda en el sillón, cruza las piernas siempre había adjudicado mi dificultad para vincularme con Nacho a la falta de deseo de que naciera; no es disparatado pensar que mi desamor tuviera dedicatoria. ¿Dedicatoria? ¨Podrás obligarme a tener un hijo pero no podrás obligarme a que lo quiera¨; Cecilia siempre estuvo mortificada con el tema, más aún cuando nació Martina y descubrió que con la nena, desde el primer momento, me vinculé con total fluidez; no me malentienda, no es que no haya funcionado como padre de Nacho, cumplí con todas las obligaciones: lo llevé al colegio, al cine, al médico y hasta le leí algún cuento; pero siempre lo percibí como un ser ajeno a mí; yo me justificaba esgrimiendo que con Martina era más cariñoso por ser nena; el Edipo y toda la historia; ¿sabe cuándo verifiqué que no era cierto? Ana María lo mira arqueando las cejas cuando comencé a atender a Camilo; con ese pibe desde el primer instante me surgió el impulso de abrazarlo. Ana María hace una larga pausa y luego acota seguramente siempre estuvo pendiente de lo que usted sentía por su hijo y quizá no pudo evaluar en su justa medida cuál era la necesidad del chico hacia usted; si, como lo ha comentado en numerosas oportunidades, su relación con Martina es tan estrecha, es obvio que Nacho debe haber notado la diferencia; ¿nunca le hizo un planteo al respecto?  Gustavo niega con la cabeza y dice los chicos suelen aceptar la realidad que les toca y no se rebelan contra ella. El gesto de Ana María se torna severo. Parece que estuviera hablando de cualquier  niño, yo me refiero a su hijo diceGustavo se queda mirándola, no entiende qué pretende ella de él. Desde el inicio del tratamiento, usted demostró una especial empatía con Camilo; ¿quiere intentar, por un segundo, ponerse en el lugar de su hijo? Como a una pared a la que remueven un ladrillo de la base, la estructura de lo que Gustvo es, rechina. Quién pudiera tener de nuevo catorce años dice intentando detener el derrumbe. ¿Tan convencido está de que Nacho está pasándola de maravillas? Gustavo casi puede escuchar el estruendo. Lleva las manos, sin darse cuenta, hacia los oídos.  Seguramente  está atrapado entre los escombros porque experimenta un profundo dolor en el pecho. Cierra los ojos. Las palabras de Ana María le llegan desde lejos: ¿se siente bien?  ¨El lenguaje es fuente de malentendidos¨, recuerda él. Gustavo lo convoca ella. Él logra mirarla. Ella le ofrece agua. Gustavo bebe. No tengo derecho por fin consigue decir es una criatura. Entonces la caja de sus costillas se sacude. Esconde la cabeza entre las manos y, por primera vez en catorce años, llora el llanto de su hijo.

Miércoles 17 de octubre de 2012
Hoy Nacho me preguntó si su mamá iba a volver inicia la sesión Gustavo es que Cecilia está borradísima, ¿hasta de sus hijos se olvidó?; me parece que el chico algo registró, quizás nos escuchó discutir. Y sí comenta Ana María los hijos perciben todo; además, le debe llamar la atención que ustedes no se mantengan en contacto. No soy yo quien tiene que darle explicaciones se justifica Gustavo. Quizá pueda darle crédito a su percepción de que algo está pasando entre sus padres sin precisar los motivos; es probable que lo irrite que usted desestime de plano sus dudas. Puede ser admite Gustavo si la indiferencia de la madre se instala, algo tendré que decirles; Martina ya está haciendo síntomas; duerme mal, cada dos por tres aterriza en mi cama. ¿Duerme con usted? pregunta muy seria, Ana María. No, todavía me queda alguna neurona; no se lo permito, aunque tengo que reconocer que yo también me siento muy solo en mi cama; me siento muy solo en la vida, en realidad. Ella sonríe con dulzura. Hoy, de improviso, se me aparecieron los padres de Camilo, él los invitó; me conmovió verlos unidos en el dolor por su hijo. ¿Nunca se sintió ligado a Cecilia a través de Nacho? No, ahora me doy cuenta reconoce Gustavo debe haber sido duro para ella. ¿Tanto que necesitó vengarse yéndose con otro hombre? aventura ella. No estoy diciendo eso; solo que a lo mejor no fui tan buen marido como yo suponía; ni hablar del padre que fui para Nacho; recién lo estoy descubriendo; es un gran pibe. Quiere decir que Cecilia hizo un buen trabajo. Sí, siempre fue excelente madre, no sé qué le está pasando. ¿Intentó hablar con ella? No la quiero escuchar. ¿Ni por sus hijos? Él sumerge la vista en la alfombra. ¿Cuándo vuelve Cecilia? pregunta Ana María. Supuestamente en un mes. ¿Usted, como su hijo, duda de que regrese? Solo quiero que vuelva por ellos. Claro, porque a usted le conviene que Cecilia permanezca indefinidamente en Chile. ¿Qué quiere sugerir? pregunta él, irritado. Que mientras ella esté lejos, usted puede hacer de cuenta que solo se fue por el trabajo; no necesita dar explicaciones ni a sus padres ni a sus hijos; hasta puede engañarse a sí mismo; es el marido abnegado que para que su mujer pueda desarrollarse profesionalmente, se hace cargo de sus hijos. Gustavo experimenta una repentina vergüenza. Teme enrojecer. Se sirve un vaso de agua. Carraspea.  Cuando salga de aquí cenaré con una mujer dice buscando recuperar su autoestimaAna María hace un gesto de sorpresa.  Él se siente fortalecido. Es una compañera del curso continúa contando Natalia se llama, creo que es mayor que yo. ¿Soltera? No lo sé; solo hablamos de nuestros pacientes, ella también es principiante; cuando me quise acordar estaba inmerso en esta cena. ¿Se arrepiente? Tengo que confesarle que me asusta; quizás ella lo tomó como una cita y yo ni sé si tengo ganas ni sé cómo debo actuar; Cecilia tenía razón, estoy oxidado. ¿Quién promovió el encuentro? Gustavo se queda reflexionando. Ella, en realidad  admite. Despreocúpese, ella, entonces, sabrá conducirlo.

Miércoles 24 de octubre de 2012


Usted sí que conoce a las mujeres dice Gustavo ya sentado frente a Ana María. ¿A qué se refiere? Ella supo conducirme admite él, sonriente. ¿Cuál fue la ruta? El miércoles pasado a un restaurante y este, a su cama. A alta velocidad, por lo visto, ¿fue duro ser copiloto? Fue extraño, diría yo: es raro sentirme deseado, asediado; me casé tan joven que para mí el sexo siempre estuvo ligado al amor, por detrás de él, en realidad; es una experiencia novedosa que mis sentidos se deslicen independientemente de mis sentimientos; hoy Daniela me estuvo contando del sexo con su marido, lo puntualizó como ¨casto¨; me atravesó lo que dijo, aunque no calificaría de casto al sexo entre Cecilia y yo, sobre todo al principio; no sé cómo explicárselo, quizás como integral, sí define sonriendo sistémico; era una parte más de un todo; llegábamos a las sábanas con los débitos y los réditos de la jornada; apaciguados si los chicos habían tenido fiebre; briosos si nos habían aumentado el sueldo; tensos si habíamos discutido; oliendo al mismo jabón; idéntica crema de enjuague desprendiéndose de nuestros piyamas; la traba de la puerta intentaba vanamente dejar el resto de nuestra vida por detrás; una tos, un llanto era capaz de frenar el más desaforado orgasmo; no me quejo, era hermoso hacer el amor así, era auténtico dice con gesto enfático, auténtico, al fin encontró la palabra. ¿Y cuándo dejó de serlo? Para mí, nunca, Cecilia es la que desvalorizó nuestros encuentros; a mí me gusta hacer el amor con ella, siempre me gustó; es una hermosa mujer, con un cuerpo increíble que salió indemne de los embarazos; se dan vuelta para mirarla; y yo la perdí la voz de Gustavo se quiebra, se agarra la cabeza no sé por qué me dejó el llanto ya es franco no puedo vivir sin ella, perdóneme el papelón dice tratando de serenarse. Llore, Gustavo, llore lo que todavía no lloro. Largos minutos después, el llanto de Gustavo se va extinguiendo. Cuando lo ve tranquilo, Ana María indica es todo por hoy. Gustavo mira el reloj. Todavía es temprano le avisa. Seguimos la próxima ratifica ella. Gustavo, sorprendido, se incorpora.

Miércoles 31 de octubre de 2012
Necesitaría cuatro horas seguidas comenta Gustavo en cuanto se sienta. Yo también estuve pensando que quizás sería conveniente adicionar otra sesión semanal propone Ana MaríaGustavo se queda desconcertado. Qué notable dice usted me requiere aún más como paciente mientras a dos de mis pacientes ya no les srvo como analista. ¿Por qué no me cuenta lo que pasó? solicita ella.  Gustavo le transmite lo sucedido con María Inés y con Raúl. Son dos situaciones completamente diferentes concluye Ana María el deseo de Raúl es producto del buen trabajo que usted realizó con él; creo que es importante que Raúl sienta que puede tomar la decisión de separarse de usted en el momento en que lo crea necesario; fíjese lo difícil que le resultó a usted lograr que él pudiera independizarse de su propio padre; para nada insistiría en continuar el tratamiento; con respecto a María Inés, sería verdaderamente contraproducente interrumpir la terapia; es importantísimo lo que salió a luz de los abusos de su infancia; yo también considero que está estrechamente ligado con la relación con su marido; confiemos en que regresará; las sesiones abonadas por adelantado son un signo de que ella reconoce que precisa ayuda; yo esperaría hasta el próximo miércoles y si no aparece, intentaría convocarla telefónicamente; es un pésimo momento para interrumpir, la remoción de su pasado y su presente difícil constituyen una mezcla explosiva. El resto de mis pacientes van evolucionando muy bien  cuenta Gustavo para afirmarse la próxima sesión la dedicaré a ellos, hay varios puntos que me gustaría consultar con usted. ¿Y esta? pregunta Ana María. Esta la necesito para mí; estoy asustado, temo que mi relación con Natalia está yendo demasiado rápido; me parece que para ella está tomando un peso que no sé si seré capaz de sostener; no quiero usarla, ya la hirieron lo suficiente y a mí me encanta estar con ella pero hasta ahí; no estoy buscando una relación consistente, solo una ayuda para no terminar en el fondo del pozo. ¿En qué punto están sus sentimientos con respecto a Cecilia? Una bolsa de gatos; los chicos me insisten en que hable con ella cuando se conectan pero yo ya no sé qué excusa inventar; verla es tóxico para mí; quisiera que se quedara en Chile para siempre, pero en menos de un mes va a estar por acá. Y, entonces, usted deberá enterarse de las decisiones que ella a lo mejor ya ha tomado. ¿A qué decisiones se refiere?  Ana María lo mira con extrañeza es probable que a esta altura de los acontecimientos ella haya decidido si desea quedarse con Ricardo, regresar con usted, o continuar sola su camino; y me da la sensación de que usted todavía no ha resuelto cómo actuaría en cada una de las tres situaciones.  Gustavo se agarra la cabeza. No quiero pensar admite.  Sería conveniente que el regreso de ella lo encontrara con una posición tomada, no queda mucho tiempo por delante. Me parece que usted sigue luchando por su campaña de adicionar otra sesión comenta Gustavo, malhumorado. ¿De veras cree eso? indica ella arqueando las cejas y luego, incorporándose, añade lo espero el miércoles próximo.

Miércoles 7 de noviembre de 2012
Volvió Cecilia informa Gustavo y no hace falta que me aclare que me encontró sin ninguna posición tomada añade enojado porque ella, como siempre, había tenido razón el miércoles pasado me mandó un mail avisándome; me pasé la semana postergando las decisiones y su llegada, por supuesto, me encontró sin respuestas. Ofrece las manos, las palmas hacia arriba y añade sonriendo como verá hice todo mal. Ella le devuelve la sonrisa y aclara en realidad, parece que no hizo. Gustavo ladea la cabeza y continúa me llamó desde Ezeiza a la madrugada y me preguntó si podía venir para casa; me tomó de sorpresa y le dije que sí; charlamos primero en casa y después en un bar; me contó que les ofrecieron quedarse en Chile, que él aceptó pero que ella no, porque no puede plantearse vivir sin los chicos; la relación con el tipo en ¨standby¨ definió; me planteó quedarse en casa hasta que definiéramos qué hacer pero le dije que no; propuso irse al living pero le aclaré que ni una noche iba a tolerar ese disparate; le dije que hoy mismo teníamos que decirle a los chicos la verdad de una vez por todas. Ana María se queda en silencio, mirándolo con su famosa sonrisa. A él le da bronca. ¿Le causan gracia mis miserias?  pregunta, muy serio. Ella, sin abandonar su sonrisa, le aclara nos equivocamos ambos porque hacer, sí que hizo. Gustavo arquea las cejas. Le dejó claro a su mujer que no podía regresar a su casa como si nada hubiera pasado; y pudo sostener su posición a pesar de la insistencia de ella; no es fácil echar a alguien. Yo no la eché. Ahora es Ana María quien eleva las cejas al mirarlo. ¿Está seguro? Él repara en que sí, fue capaz de negarse. Tal vez sí la eché. La echó le confirma Ana María y el siente un alivio indescriptible. Como si en la masa fofa en que se había transformado empezaran a brotar los huesos. Creo que la eché porque sabía que si se quedaba una sola noche, yo iba a sucumbir a mi enorme deseo de abrazarla. Doblemente valiosa su actitud; si usted la hubiera recibido, imagínese cómo se sentiría ahora consigo mismo. Se instala el silencio. Gustavo quisiera quedarse así, eternamente. ¿Qué pasó con Natalia? le pregunta Ana María. No le comenté nada, cancelé el encuentro de hoy. ¿Ya no tiene ganas de verla? No es eso, en realidad me encantaría poder hablarle de Cecilia, que ella como mujer me aconsejara. ¿Y qué lo detiene? No quiero hacerle daño; de todos modos, lo que más me preocupa ahora son los chicos. ¿Cómo le explicaron a usted sus padres la separación? Él la mira, como suspendido. Mamá siempre me contó que papá nos había abandonado por otra contesta luego de unos segundos.. ¿Usted considera que su padre lo abandonó? Gustavo se queda pensando. No concluye al cabo de un rato no lo tuve tanto como lo necesité pero a mí no me abandonó. ¿Sí a su madre? ¿A qué viene este revolver mi pasado? A que me parece importante que no repita el error; sus hijos no debieran sentir que su madre los abandona ni que su padre es un hombre abandonado. Gustavo mira el reloj. Repentinamente recuerda sus propósitos. Necesito consultarle sobre mis pacientes informa. Ana María lo invita con un gesto de sus manos. 

Miércoles 14 de noviembre de 2012
Acaba de tocar el timbre cuando suena su celular. Papi malo hoy no me llamaste. Ni hoy ni ayer piensa él.  Está por responderle cuando sale una mujer. Ana María hace un gesto invitándolo a entrar. Mientras sube tras ella observa sus tobillos finos bajo la falda larga. Como antes Daniela, le parece una chica. En cuanto se acomoda toma su celular y teclea. Te quiero, muñequitaPerdón pide mi hija protesta por mi indiferencia. ¿Con razón? inquiere ella. La verdad que sí admite él. ¿Será que le molesta compartirla con Cecilia? Él la mira, sorprendido. Está por defenderse cuando la sonrisa de Ana María lo desarma. Tal vez, no lo había pensado; está mucho con ella. ¿Usted siente que la eligió?, ¿que lo traicionó? Suena a un mecanismo infantil comenta él. No debe ser fácil para usted después de estos meses en que fue el único referente para sus hijos creer que pasó a segundo lugar. Nacho nada que ver se defiende hoy me contó que no quería salir con la madre. Él sí que es leal. No me haga sentir como un idiota pide él aunque no me crea hoy me alarmé cuando Nacho dijo que la madre ahora se hacía la buenita. ¿Por qué no habría de creerle?; solo estoy tratando de que pueda sacar sus celos a luz; es natural  que se sienta desplazado. Está noche hablaré con Cecilia; desde el miércoles pasado que no estamos en contacto. ¿Qué le dijeron a los chicos? A pesar de la resistencia de Cecilia los reuní y les expliqué que su madre y yo estábamos pasando un momento complicado y que por ahora no íbamos a vivir juntos. ¿Cómo se lo tomaron? Martina  se angustió, lloró mucho; Nacho le preguntó a la madre si por eso se había ido a Chile; tonto no es, seguramente ya se había dado cuenta de algo. ¿Quién se fue? ¡Ella, por supuesto! Ana María se apoya en el respaldo de su sillón, apoya los codos y cruza las manos. Lo mira con una semisonrisa.  Hoy estuve con Natalia dice Gustavo y calla. ¿Le contó? Él asiente. ¿Cómo reaccionó? Gustavo ladea la boca. No le gustó ni medio; de todos modos interrumpí el diálogo abruptamente; mañana la llamaré. ¿Por qué lo interrumpió? Era la hora de Laura Gustavo siente que el centro de sus intereses hace un giro de ciento ochenta grados. Se fue informa me dijo que debería haber iniciado el tratamiento hace diez o veinte años, que ahora le daba miedo seguir analizando su presente y descubrir que no era feliz; la dejé ir sin lucharla. Gustavo experimenta un súbito cansancio; ¿cómo juntar energías para cenar con los chicos y, sobre todo, para encarar a su mujer? A mi exmujer, se corrige. Creo que hizo lo correcto; si en algún momento lo precisa, volverá a recurrir a usted. Él cabecea, abatido. ¿Le interesa que le derive algún paciente? ¿Me tiene confianza pese a todo? Si así no fuera no se lo estaría ofreciendo. Muchas gracias dice él solo me queda libre el horario de las 14 porque la llamé a María Inés; me dijo que estaba muy mal y me preguntó si podía venir el próximo miércoles; además comencé con Joaquín, el sobrino de Raúl; aunque no sé si seguirá. ¿No hicieron buen contacto? Creo que sí, pero le pedí que se lo planteara a los padres, ellos no saben nada; no me pareció correcto iniciar un tratamiento a sus espaldas. Estoy de acuerdo comenta Ana María. Él sonríe y dice ¿qué pasa que hoy no me reta?, ¿le doy lástima? Ella endurece la expresión. Si hay algo que no me da es lástima dice ella muy seria y se incorpora.

Miércoles 21 de noviembre de 2012
Gustavo se deja caer sobre el diván. ¿Qué si se acostara? Cerrar los ojos y que el mundo se detuviera. ¿Cansado? pregunta Ana María. Es más que eso contesta él estoy…desarmado. Interesante adjetivo; explíqueme, por favor.  Gustavo se reacomoda. Logré que Joaquín, mi paciente nuevo, me transmitiera las palabras exactas que su padre le dijo: ¨tan pelotudo como siempre¨; cuando lo escuché, algo fuerte me pasó; lo primero que pensé fue en Nacho; me pregunté si alguna vez lo había insultado. ¿Y qué se contestó? Quizás por dentro pero jamás lo verbalicé. ¿Y su padre? Gustavo la mira, las cejas levantadas. No la entiendo. Le estoy preguntando si alguna vez su propio padre lo insultó. La sonrisa de Gustavo es solo una mueca. No expresamente, que yo recuerde. ¿Y por dentro? Creo que al menos una vez por día piensa que soy un pelotudo confiesa Gustavo y la estantería que durante la tarde sintió que se removía, ahora, definitivamente, cae sobre él. ¿Usted se siente un pelotudo? Ya sé que no lo soy pero cada vez que mi padre no queda conforme con alguna tarea que me haya encargado, me siento así, o al menos, tengo la certeza de que él lo está pensando. Se instala un largo silencioGustavo está seguro de que es a Ana María a quien le corresponde hablar por eso la mira y espera. Hasta que finalmente llega la estocada. Entonces, ¿por qué sigue trabajando para su padre? Yo no trabajo para él se defiende Gustavo trabajo en la fábrica. ¿Son socios? Él niega con la cabeza. ¿Quién le paga? Gustavo calla.  En consecuencia, usted es empleado de su padre. Gustavo experimenta una repentina ira. Le gustaría pegarle, desarmarle su sonrisa de estrella de cine. Trata de encontrar un argumento que le demuestre que está equivocada, que la pelotuda es ella. Como no lo encuentra admite tiene razón, soy un pelotudo que a los treinta y cinco años sigue dependiendo de su padre. ¿Considera que no tiene otra posibilidad? Antes de que naciera Nacho trabajaba desgravando clases; obvio que eso no era suficiente para mantener una familia. O sea que supone que Nacho, que le fue impuesto por Cecilia, es el responsable de su falta de autonomía, que no está mal en sí misma, en tanto no le originara conflicto, cosa que, acabamos de comprobar, sí le sucede. Gustavo calla. Crece la bronca hacia su mujer. Mi exmujer, se corrige. Comprendo perfectamente que en la situación de emergencia el trabajo en la fábrica haya parecido la única salida; lo que no tengo tan claro es por qué, catorce años después, sigue allí. Gustavo siente un mazazo. Una vergüenza profunda. Busca argumentos que va descartando de a uno. Porque soy un pelotudo admite al fin. Al final su padre tenía razón dice ella, se incorpora y decreta es todo por hoy. Gustavo cree que no logrará incorporarse. Inspira profundamente y se para. Ya en la calle, repara en que no se despidió.  Después de la humillación a la que acaba de someterme ella no merece mi mano, piensa. Y luego se corrige: mi mano no la merece a ella. Sale. En la esquina busca el celular y escribe: Estoy yendo para allá.

Miércoles 28 de noviembre de 2012
Mi hija está internada cuenta ni bien se sienta. La sonrisa de Ana María se desvanece. ¿Qué pasó? Síndrome urémico hemolítico; desde el miércoles pasado en terapia intensiva, recién hace unas horas la pasaron a una habitación. ¿Ya está fuera de peligro? repite Ana María las palabras de Natalia. Gustavo se da cuenta de que la sola mención del síndrome alarma a todos. Claro responde si no seguiría en terapia. ¿Cómo atravesó usted todos estos días? Bien, fuerte, alguien tenía que estar fuerte; la nena estaba aterrada y, en un primer momento, Cecilia se me desmoronó. Se le desmoronó repite ella, con intención. Demasiadas cosas estos días. De las cuales, seguramente, Cecilia no es la menor. ¿Sabe lo que fue tenerla al lado durante toda esta semana? No. Él la mira, irritado. Considerando, en cada instante, si correspondía abrazarla o no. Otra presión que se impuso; Cecilia, en esos instantes, era la madre de su hija, tan desesperada como usted, pero permitiéndose demostrarlo; más que eso, permitiéndose reconocer la gravedad de la situación; ¿usted sabe que es una patología severa? Sí, pero ya pasó. ¿En algún momento contempló la posibilidad de que su hija pudiera morir? ¿Qué es lo que está buscando, Ana María? A usted, que quedó replegado dentro de su caparazón. Gustavo se siente injustamente atacado. Pero luego se le impone la imagen de Daniela. Es cierto, él tampoco se anima a sentir. Tiene miedo. Tiene terror. Terror de que su hija se muera. Él no vino aquí para sufrir más. Ya tiene bastante. Me tengo que ir informa me pidió Cecilia que fuera lo más pronto posible, quizás habló con el pediatra. Vaya, Gustavo, pero llévese comenta Ana María incorporándose. En el momento de darle la mano, se la rodea con la otra. Suerte, Gustavo, manténgame informada por favor y si me precisa, aquí estoy.

Miércoles 5 de diciembre de 2012
¿Cómo sigue la nena? pregunta Ana María, aun antes de sentarse. Fuera de peligro informa él. Ella sonríe. Veo que al fin logró percibir la existencia del riesgo. No mucho, no se crea, flirteé con la idea; es a lo más que pude acercarme; me resisto a contemplar la posibilidad de que necesite dializarse indefinidamente. Sin embargo lo está diciendo. Gustavo recuerda una remota sesión con Daniela y la copia hasta aquí llego en este momento; no me pida más de lo que puedo. Ella, como él lo hiciera, levanta ambas palmas. Cada uno conoce sus límites acuerda. Él se sirve un vaso de agua. Tuve una tarde muy intensa; trabajé con todos mis pacientes la relación primaria con sus padres; se desarmaron; algunos lloraron y otros se enojaron conmigo; creo que por primera vez me quedé contento con todas las sesiones; bah, contento no es la palabra; padecí junto con ellos; fue raro, me costó salir del consultorio. Ella sonríe de una manera que enciende en él la señal de peligro. Tal vez llegó la hora de que usted resuelva ocuparse de su propia relación filial. Este no es mi primer análisis, Ana María, ya trabajé sobre mi infancia explica Gustavo. No lo suficiente, aunque, es un buen síntoma que le haya costado salir del consultorio. No la entiendo reclama él, irritado. Es el único espacio en el que, luego de casi quince años, puede desarrollarse laboralmente fuera de la mirada de su padre. Él recibe el golpe en silencio. A ella le encanta atacarlo en este flanco. La voz de Ana María interrumpe sus pensamientos. ¿Cómo actuaría frente a un paciente que estuviera en su situación? Gustavo recuerda a Raúl.  Trataría de que se independizara admite. ¿Qué lo detiene? Él ensaya varias respuestas que le permitan conservar frente a ella su dignidad. Luego de un interminable silencio, los ojos de Ana María implacables sobre él, Gustavo admite tengo miedo. ¿De qué? De no conseguir otro trabajo. ¿Lo intentó? En ningún lado ganaré lo que en la fábrica. ¿A costa de seguir siendo un niño que obedece a su papá? ¿Hace falta destruirme justo en este momento? No lo pienso yo, Gustavo, lo piensa usted. Quizá, pero tengo una familia que depende de mí, de qué otra cosa podría trabajar. ¿De psicólogo? Gustavo siente un golpe en la nuca. No puedo vivir de eso responde. ¿De veras lo piensa? Él la mira. Le aseguro, Gustavo, que no he trabajado de ninguna otra cosa. Él necesita reafirmarse frente a ella, por eso le cuenta hace unos días me llamó un amigo para derivarme un paciente pero le tuve que decir que no; no me quedan horarios por la tarde y el hombre trabaja a la mañana.  ¿No se planteó sumar otro día? pregunta ella. Gustavo la mira sorprendido. ¿Dejamos aquí? propone Ana María. Él se tropieza al levantarse.


Miércoles 12 de diciembre de 2012

Hoy le dieron el alta a Martina inicia Gustavo la sesión. ¿A dónde la llevaron? A Gustavo le extraña la pregunta. A casa, por supuesto contesta. ¿Quién va a cuidarla? Entre todos. ¿Quiénes son todos? Yo, en primer lugar; Juana viene todos los días y además está mi vieja y Cecilia, claro. O sea que Cecilia se va a instalar en su casa. Yo no estoy diciendo eso. ¿Cuidará a la nena a control remoto? Gustavo hace un gesto de fastidio. No estoy de humor para bromas. Es una característica suya obviar las situaciones hasta que se le imponen. Gustavo recuerda las advertencias de Ana María y su confusión ante el intempestivo regreso de Cecilia. ¿Cecilia está en su casa ahora? Sí. ¿Qué sucederá cuando usted llegue? Gustavo se queda desconcertado. Todavía no lo pensé admite. Es una buena oportunidad comenta ella. Supongo que Cecilia se irá en cuanto yo llegue. Ajá comenta ella. ¿Qué cree usted que debería hacer yo? pregunta él sumamente irritado. La sonrisa de Ana María aumenta su fastidio. No importa lo que yo crea sino lo que usted sienta. Soy un imbécil, piensa Gustavo, llevé más agua para su molino. Como si yo supiera lo que siento admite. Solo intento conectarlo con sus auténticos sentimientos para que, cuando llegue el momento de actuar, no sea solo producto de sus impulsos. Tiene razón acepta a su pesar cuando estoy con ella trato de congelarme; habría sido imposible atravesar  la enfermedad de la nena si, además de la angustia por ella, hubiera estado pendiente de lo que Cecilia me generaba. Sin embargo la crisis ya pasó insiste Ana María y por lo que usted relata pudieron atravesarla codo a codo. Los ojos de Gustavo se llenan de lágrimas. Ana María agrega ¿qué sintió por ella durante todos estos días? Admiración es la primera palabra que acude a su mente noches y noches sin dormir, llorando entre mis brazos en un instante y en el siguiente sonriendo frente a la nena; siempre pendiente de Nacho  hace una pausa, le duele decirlo siempre pendiente de mí; hoy, por ejemplo, mientras desayunábamos en la clínica me preguntó por mi consultorio; yo le comenté que tenía ganas de dedicarme a tiempo completo y ella me dijo que ahora ganaba muy bien y que podía hacerse cargo de los gastos de los chicos mientras yo iba consiguiendo más pacientes. Quizá Cecilia considera que llegó el momento de que ella asuma sus responsabilidades. Él se yergue en el sillón. ¿Qué quiere decir? Tal vez ella reconoce que al imponerle una familia lo obligó a relegar su profesión y quiere, ahora, ayudarlo a recuperar el tiempo perdido. Gustavo esconde la cabeza entre las manos esta de ahora es la Cecilia de siempre, no sé qué mierda le pasó todos estos meses. Ana María le ofrece agua. Beben. ¿Evaluó aceptar su ofrecimiento? Ocurrió esta mañana, todavía no tuve oportunidad para pensar. La tiene ahora. Él la mira, confuso. ¿Usted considera que tengo que aceptar? Ana María agita la cabeza. No insista. Gustavo, no es una decisión que me competa, no soy yo la involucrada. Él experimenta una suerte de vértigo. Como si el cuerpo se le hubiera llenado de aire y comenzara a ascender. No me puedo ver de otra manera que yendo a la fábrica todas las mañanas Protestando  dice ella y ante las cejas levantadas de él añade usted bien sabe que todo mal tiene sus beneficios secundarios sonríe ampliamente y dictamina dejamos aquí por hoy. Él trastabilla al levantarse.

Miércoles 19 de diciembre de 2012







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