SEGUNDA PARTE
Miércoles 7 de noviembre de 2012
Gustavo
se resuelve, al fin, a encender la luz. Mira entonces el reloj. Las dos, ya.
Hace una semana que, noche a noche, da vueltas en esa cama sin llegar a ninguna
conclusión. Pensamiento circular. Sin posibilidad alguna de tomar decisiones. Se
le ocurrió, por supuesto, llamar a Ana
María, pero no juntó energía para hacerlo. Eludió a Santiago. Se acostó con
Natalia como si nada hubiera pasado. No les dijo una palabra a los chicos.
Evidentemente, Cecilia tampoco se había
comunicado con ellos, porque no hicieron el menor comentario. Pensándolo bien,
cada vez hablan menos de la madre. No puede tampoco decidir si eso es bueno o es
malo. Es, se dice. Regreso el miércoles
próximo a la madrugada. No volvió a saber de ella. Quizá había cambiado de
opinión. Sí, seguramente, si no le hubiera anticipado cuáles eran sus planes.
Ana María había planteado las alternativas con claridad meridiana: quedarse con Ricardo,
regresar con usted, o continuar sola su camino. Y le había indicado que él ya debería haber decidido
qué iba a hacer en cualquiera de esas posibilidades. No pudo. No puede. Estoy paralizado, dice en voz alta
cuando lo sobresalta su celular. Ya llegué
a Ezeiza, ¿puedo ir? lee. El corazón le retumba. Es incapaz de contestar.
Ahora es un llamado. No atiende. Luego de un rato escribe sí. Quisiera apagar la luz y dormirse sin embargo instantes después
está bajo la ducha. Se viste con esmero, hace la cama y arregla el living.
Después va a la cocina. Prepara café y se sienta.
Tengo que apagar la cafetera, se va a recalentar el
café, piensa. Pero no logra incorporarse. Paralizado. Busca sinónimos:
detenido, estancado. Yo no estoy bien, diagnostica. Haciendo un esfuerzo se
pasa la mano por la frente: arde. Una proeza inalcanzable plantearse ir a
buscar el termómetro. Moriré sobre esta silla, pronostica. El ruido del
ascensor le acelera el pulso. Minutos la llave en la cerradura. A través de los
párpados cerrados adivina la mariposa roja del llavero de Cecilia. Quizá lo
cambió, piensa. Quizás él le regaló otro. De oro. Hola dice Cecilia. Él abre bruscamente los ojos pero no atina a
levantarse. No la oyó acercarse. Hola responde
él. Ella cierra la puerta, se aproxima y lo besa en la mejilla. Su perfume lo
envuelve. Es ella, qué duda. Entonces la mira. Una súbita compresión de las
costillas lo obliga a inspirar a fondo para no morir ahogado. Tú, aire que respiro. Como el náufrago
ante una tabla que se acerca, sabe que aferrarse a ella es la única posibilidad
de sobrevivir. Necesita saber ante cuál de las tres opciones planteadas por Ana
María se encuentra, pero no puede preguntar. Quiere retardar la respuesta que
lo arroje entre las olas. Ella corre la silla frente a él. ¿Te sentís bien? pregunta con el mismo rictus con que siempre asistió
a las fiebres de los chicos. Gustavo asiente con la cabeza mientras una rabia
sorda le asciende desde el abdomen. Tengo que alimentar la bronca, se aconseja,
es mi único recurso. ¿Qué pasó que
volviste antes?, ¿tu eficiencia te permitió acotar los tiempos? pregunta
mientras percibe que se está recuperando. Necesito
un café dice ella. Está recién hecho,
todavía debe estar caliente informa él. ¿Te
sirvo? pregunta ella. Él solo se encoge de hombros. Ella abre la alacena Se
cree en su casa, piensa él, indignado. Debería haber cambiado los lugares, la
vajilla. ¿No hay Chuker? pregunta
ella, revolviendo el estante. Compré
Hileret contesta él orgulloso me
gusta más. Instantes después, ambos, enfrentados, beben. Gustavo
resuelve que no preguntará nada. Allá
ella si le molesta el silencio. Él está acostumbrado. Por sus pacientes.
Cecilia mira hacia el piso, se toca la boca. Está incómoda, advierte él
satisfecho. Acá estamos dice ella al
cabo de un rato. Él calla. Volví informa
ella. Ya te veo. Podría haberme quedado.
Sabías que en algún momento tenías que regresar decide él abandonar su juego.
Sí, pero cambiaron las condiciones; el
hombre que se iba a gerenciar la filial tuvo un infarto; le ofrecieron a
Ricardo hacerse cargo y aceptó. Gustavo siente que mengua. Para que ella no
lo perciba aventura con voz firme y a vos
no te ofrecieron quedarte. Cecilia se endereza, eleva el mentón. Me rogaron aclara. ¿Entonces?, ¿te sienta mal el clima? Entonces tengo dos hijos. También
los tenías cuando te fuiste. No digas tonterías, jamás me plantee separarme de
los chicos, era absolutamente temporario. Gustavo percibe que la bronca vuelve a agitarse en su interior como
una botella de gaseosa que rueda por una colina. Así que volvés como si nada hubiera pasado. Nunca dije eso lo
rectifica ella, muy seria y la rabia de él se funde en la más tremenda
sensación de desamparo. Volví porque no
existe vivir sin mis hijos. Sin embargo hubo semanas en que decidiste
obviarlos. Cecilia lo mira con intensidad. Había días en que no soportaba hablarles, la única manera de seguir
resistiendo era bloquear el contacto hasta que juntara nuevas fuerzas. Gustavo
sonríe involuntariamente. No pretendo que
me creas aclara ella. De pronto ambos se miran. Los gemidos de Lacán. Luego
los gritos de Nacho la puta que te pario,
qué mierda te pasa y el ruido de la puerta de su cuarto abriéndose.
Instantes después el perro arañando la puerta de la cocina. Gustavo se para y
le abre. Lacán se abalanza sobre Cecilia con tanta fuerza que la tira al piso.
Gustavo se acuclilla junto a ella. ¿Te
lastimaste? Salvame de esta bestia pide Cecilia mientras intenta que el
perro deje de lamerle la cara. A los pocos segundos aparece Nacho. ¿Qué pasó? pregunta y en cuanto mira
hacia el piso grita ¡mamá! El
bochinche despierta a Martina. Abrazos y regalos. A las seis de la mañana los
cuatro desayunando. Tenemos tostadora
nueva informa Nacho. Las tostadas le
salen más ricas que a vos dictamina la nena. Gustavo, mientras espera que
salte el pan, cierra los ojos. No debemos
de pensar que ahora es diferente. Tú.
Pese a las protestas de los chicos, ansiosos por
quedarse con la madre, los deposita, como siempre, en las respectivas escuelas.
Casi no habla en el trayecto. De mal humor con ellos, también. Hasta el chicle
de Nacho le molesta. Cuando regresa, Cecilia está bajo la ducha. Sale envuelta
en su robe, una toalla a manera de turbante. Mil momentos como este. Juana
debe estar al llegar, piensa él. ¿Estás
apurado?, por qué no te preparás otro
café pide ella desde el dormitorio. ¿Creerá que sigue en el hotel?, piensa
Gustavo, azorado. Vestite y vamos a Van Gogh ordena y luego de unos instantes añade te espero allá y enseguida sale.
Llega y pide un café. No va a esperarla como hubiera
hecho en cualquier otra circunstancia. Ni intenta leer el diario. Un
incalculable rato después la ve aparecer. Con el pelo mojado, zapatillas y
jeans parece una chiquilina. Por qué mierda será tan linda, piensa. Se sienta
ante él y le sonríe. Sí, evidentemente, está confundida de argumento. Se fue
con su amante, regresó cuando se le cantó y ahora se la ve muy dispuesta a
considerar que nada ha pasado. Mientras Cecilia llama al mozo Gustavo se
pregunta si también considerará que él puede calentarle la cama mientras espera
el reencuentro con Ricardo. Se siente tan pelotudo que empieza a sentir
náuseas. Tengo asco de mí mismo, diagnostica. Hoy a la tarde conoceré a mi nuevo jefe informa ella. A lo mejor te gusta más que el otro y se te acaban
los problemas arroja él la bilis que lo está atragantando. No hace falta ofenderme replica ella.
Pero sí que hace falta. Cecilia revuelve el café interminablemente. Él se
controla para no decirle que se lo tome de una vez, que no tiene toda la
mañana. Qué vamos a hacer rompe ella
el enmarañado silencio. Quisiera conocer
tus planes personales para ver cómo manejamos la situación para que los chicos
sufran lo menos posible dice Gustavo yo
no les dije nada con respecto a tu
amante, estaba esperando a que los enfrentaras vos. La relación con Ricardo
está en standby; nuestro vínculo no resultó ser tan trascendente como para que
él relegue el trabajo ni para que yo relegue a mis hijos. Lo que no significa
que haya terminado. Ella juega ahora con el sobrecito de azúcar. Creo que sí informa. Creo repite él. Intento ser sincera aclara ella. Me imagino que no pretenderás regresar a casa y mandarme a dormir al
living. Al living me iría yo lo corrige Cecilia. ¿De veras estás proponiendo tamaño disparate? Hasta que resolvamos algo. Gustavo percibe que no puede aflojar.
Quedaría a su merced, definitivamente perdido. Ni una noche dictamina.
Ella parece un perro apaleado. Él desvía la mirada para no aflojarse. ¿Qué haremos con los chicos? pregunta
ella al cabo de un rato. Decirles de una
vez por todas la verdad, llevo meses haciendo malabarismos para protegerte. ¿Y
cuál es la verdad? pregunta ella. Él se siente a punto de explotar. No
recuerda haber tenido tanta rabia en ningún momento de su vida. Que te enamoraste de otro hombre, que te
mandaste mudar y que como las cosas no resultaron, regresaste hace una
pausa, la bronca baja y se siente repentinamente triste, muy triste y ya no podemos vivir juntos. Cuando la
mira, descubre sus ojos llenos de lágrimas. Controla la pena y continúa porque aunque se lo contemos edulcorado,
ellos ya saben que es así; esta misma noche tendremos que hablarles. Cecilia,
asiente con la cabeza, las lágrimas corriendo por sus mejillas. Él le tiende
una servilleta de papel. Suena el celular de ella. Inspira hondo y atiende.
Luego de una breve conversación corta. Me
esperan en la oficina antes de las doce explica. ¿En Puerto Madero? Sí, y todavía tengo que cambiarme y maquillarme,
¿vamos yendo? Yo me quedo otro rato informa él. Insostenible caminar por la
calle a la par. A través de la ventana la ve alejarse. Su enérgico paso de
siempre. Gustavo pide otro café. No podré
verte escribe en su celular te llamo.
Besos. Ya una rutina almorzar con Natalia los miércoles Sin embargo, hoy no tiene ganas. Repentinamente
sube su autoestima. Él tampoco está solo.
¿Se siente bien? pregunta Laura luego de darle la mano está pálido. Un poco cansado contesta
Gustavo y ella se apresura a ofrecer si
quiere nos vemos otro día. De ninguna manera, pase no más. Se me nota,
piensa Gustavo preocupado y recuerda que una vez su padre le comentó que los
negociantes versados, huelen la miseria y presionan. En cuanto ella se sienta,
él, tratando de recuperar el timón, pregunta ¿cómo se siente usted hoy? poniendo el acento en el pronombre.
Laura luego de un largo rato dice esta
semana estuve pensando mucho en todo lo que trabajé con usted; es extraño, no
sé cómo explicárselo; me di cuenta de que, una a una, me fui sacando capas,
como si fuera una cebolla y que gracias a eso me pude ver bajo otra óptica como
escritora, como madre, como hermana y logré, en consecuencia, comprender
procesos y modificar mis actitudes hace una pausa y luego, en voz muy baja,
añade pero ahora tengo miedo. ¿Miedo? pregunta
Gustavo, sumamente sorprendido. No sé si
quiero seguir con esto; si siguen cayendo las capas nos encontraremos con el
centro; estoy contenta con mi vida, qué si descubro cosas de mí que la pongan
en peligro; pasé aquí varias meses hablando intrascendencias, no crea que no me
doy cuenta, a lo mejor era mi manera de protegerme, pero al punto que hemos
llegado, sé que usted no me lo permitirá lo mira con intensidad y yo tampoco. A ver si la entiendo dice
Gustavo cuando logra reponerse me está
planteando suspender la terapia. Ella asiente con la cabeza y luego pide no se enoje conmigo, por favor. Estoy
paralizado, reconoce Gustavo, como esta mañana. ¿Por qué habría de enojarme con usted? consigue decir luego de
infinitos segundos solo está manifestando
sus temores; le sugiero que dejemos por hoy; durante la semana ambos pensaremos
en su propuesta y el miércoles próximo tomaremos una decisión al respecto; ¿de
acuerdo? De acuerdo repite ella incorporándose le pido de nuevo que no se enoje; usted bien sabe cuánto valoro el
trabajo que hizo conmigo.
Gustavo precisa hablar con Ana María. No supo qué
decirle a Laura. No sabe, en realidad, qué es lo más conveniente para ella.
Para él, obvio. No quiere que Laura se vaya. Laura también, se dice, y recuerda
en un instante el éxodo de Raúl y de María Inés. Soy un fracaso, determina. No
intentará reponer los pacientes así cuando se despida el último cancelará sus
miércoles y regresará a la fábrica de donde nunca debiera haber salido. Precisa
ya hablar con Ana María. Momento en que
descubre que tiene temas más importantes que tratar con ella. La visión de
Cecilia en robe y turbante se le impone. Por primera vez desde que la vio
entrar a la cocina experimenta el violento deseo de abrazarla. Se tira en el
diván. Inspira y exhala con profundidad hasta que, inexplicablemente, se queda
dormido. El timbre lo sacude.
Hola saluda Francisco me
avisó Camilo que querías que viniera. Ambos queríamos aclara Gustavo. Padre
e hijo se ubican en el diván y Gustavo, enfrente, inclina el torso hacia
adelante, cruza las manos y les sonríe. Camilo mira hacia la ventana, masca
chicle. ¿Pudiste conversar con tu papá? rompe
Gustavo el tenso silencio. El chico se encoge de hombros. ¿Sobre qué querías que habláramos? pregunta Francisco. Camilo esboza
una sonrisa burlona. ¡Sobre la capa de
ozono! exclama. Por un segundo Gustavo imagina estar frente a Nacho
pidiendo información sobre el amante de su madre. Es evidente que a ambos los inquieta el tema de Azul decide
ayudarlos. Camilo baja la cabeza. ¿Esa
mujer ya sabe que me enteré? pregunta luego de un rato. Francisco levanta con delicadeza el mentón de su hijo, que igual
hurta la mirada. Sí, y me dijo que ella también tiene muchas ganas de
conocerte. ¡Que ni se lo sueñe!, yo solo te dije de la nena. Francisco lo mira a Gustavo: un claro
pedido de auxilio. Camilo ya manifestó el
deseo de conocer a su hermana, me gustaría saber, cuál es tu propio deseo.
Francisco queda descolocado. Me da miedo
enfrentar la situación se sincera aunque
no hay nada que anhele más en la vida que ver a mis cuatro hijos juntos; hace
un año que, más allá del accidente de Camilo, vivo la pesadilla de tener que
mentir a quienes más quiero; fue un alivio poder compartirlo con Valeria y,
ahora, con Camilo, por más que él no me crea. ¿Qué tiene que ver con vos esa
mujer? averigua el chico. Claudia se
llama, somos amigos, solo nos liga Azul. Camilo hace una mueca despectiva. Si no vas a creer lo que te diga esta
conversación no tiene razón de ser. Francisco mira a Gustavo y Gustavo a
Camilo. ¿Querés seguir charlando? le
pregunta. El chico redobla la energía con que masca. Bastante después inquiere ¿y cómo le cae a mamá todo esto? Francisco
calla. Me parece que eso solo puede
contestarlo ella interviene Gustavo. A
veces siento que me odiás dice Francisco restregándose la cara. ¿A veces cuándo? pregunta Gustavo. Ahora. Camilo está enojado aclara
Gustavo. El chico, por primera vez en la sesión, mira de pleno a su padre, que
tiene la cabeza escondida entre las manos. Creo
que no estás en condiciones de juzgar a tu papá, sólo deberías considerar en
qué te perjudico a vos. ¡Llegó tarde! grita el chico ¿estabas con esa, no? Francisco se endereza. Sí dice y no necesitás
castigarme vos por eso, te aseguro que no puedo concebir remordimiento más
grande; si mi muerte te devolviera las piernas hace rato que me hubiera matado.
¡Y además yo soy un boludo que crucé mal! La exclamación del chico queda
suspendida en el aire del consultorio. Los
dos parecen perder de vista que solo fue un accidente rompe Gustavo el
silencio cada día miles de personas sufren
accidentes y lo importante no es quiénes son los responsables sino como se
superan; toda la familia resulta afectada y si hay algo que no sirve es echarse
culpas a uno mismo ni entre sí; bastante ya se tiene como para sumar la carga
de culpas y rencores. Gustavo sirve
tres vasos de agua. Todos beben. Hagamos
un trato propone Camilo luego de tirar el chicle en el cesto. Lo miran, sorprendidos. Yo me perdono por boludo y vos te perdonás por impuntual. Los ojos
de Francisco se humedecen. Hecho dice
y eleva la mano. Camilo se la choca. Gustavo, conmovido, carraspea.
Luego de despedir a padre e hijo, Gustavo controla el
reloj. Cuatro y cinco. Abre la heladera, se sirve un vaso de Coca-Cola y come
un trozo de queso. Cuatro y diez. A veces María Inés llega tarde. Gustavo se
sienta y tamborilea sobre la mesa de la cocina. Es obvio, se dice, no vendrá.
Porque ella se lo advirtió. A las cuatro y cuarto siente la enorme necesidad de
ir a dar una vuelta. No corresponde, determina, ella ya me pagó; tengo que permanecer
acá, a lo mejor llama para controlarme. Hasta fin de mes deberé quedarme,
piensa y experimenta una opresión insoportable. Le devolveré el dinero,
decide. Se incorpora y sale al balcón.
Qué hermosa tarde. Acodado en la baranda recupera abruptamente su presente.
Cecilia volvió, lo que no significa que haya vuelto. El cielo deja de
importarle. Entra y se deja caer en el diván. No quiere que llegue la hora de
ir a lo de Ana María. No quiere que llegue la hora de regresar a su casa. No quiero verla a Cecilia murmura y sabe
que miente. La recuerda en robe. Esa imagen se transformó en un fetiche. Se le
ablandan los huesos pero se le endurece otra parte del cuerpo. Me desprecio,
reconoce. Para redimirse teclea el número de Natalia. Sigo ocupado. Intrépidos besos. Ya se siente mejor. Bastante.
A las cinco y diez, cuando Gustavo ya está
desahuciado, llega Raúl. No da ninguna
explicación sobre su demora. Se sienta en el diván y, como siempre, cruza la
rodilla derecha sobre la izquierda, las piernas bien abiertas, y descansa ambos
brazos sobre el respaldo. Sonríe. Se te
ve bien comenta Gustavo luego de un rato. Estoy bien dice Raúl y calla. ¿Tu
emprendimiento? intenta Gustavo. Viento
en popa. El silencio se instala, espeso. Gustavo fija su mirada en la de
Raúl, que vaga, errante. No sé si te
acordás de que el miércoles pasado te dije que quería terminar con la terapia al
fin se decide Raúl. Lo recuerdo
perfectamente. Y qué, ¿no me vas a dejar ir? Yo no soy el dueño de tus
decisiones contesta Gustavo. Va a continuar cuando recuerda las palabras de
Ana María. Por qué hacerle pasar un mal momento. Me parece importante que te animes a sostener tu deseo agrega sé bien lo difícil que es abandonar a un
analista y cuando termina de decirlo descubre su error. Ojo que yo no te estoy abandonando, no es
contra vos, es a favor mío; te agradezco un montón; no sé cómo explicártelo
pero esta terapia rompió una soga que me ligaba a mi viejo: me siento libre, el
alivio es gigantesco. Y no querés. ahora, quedar ligado a mí recoge Gustavo
la tesis de Ana María. Raúl hace un gesto de sorpresa. Se reacomoda. Es cierto reconoce recién me
doy cuenta, necesito sentirme autónomo, por primera vez en mis cincuenta años.
Y yo te reconozco tu derecho; sabés que, por supuesto, poder recurrir a mí en
el momento en que vos sientas que lo
precises. Raúl suspira. Qué bueno, no
quería discutir con vos confiesa. Ya
nos peleamos bastante le recuerda Gustavo. Ambos ríen. ¿Ya me tengo que levantar? Tenés tiempo hasta las seis menos diez le
recuerda. Te quiero hablar de mi sobrino,
Joaquín se llama anuncia Raúl. Sí,
algo me comentaste. Ayer estuve charlando con él, no está bien ese chico; le
sugerí que hiciera una terapia, le conté cuánto me había servido a mí; hoy me
llamó y me preguntó si le podía recomendar a alguien. Gustavo se adelanta a
la pregunta que se aproxima; Natalia no, sería más apropiado un varón; quizás
Javier o Enrique. ¿Vos atendés
adolescentes? lo sorprende Raúl. Por qué no, él dejará de ser su paciente. Gustavo
asiente con la cabeza. ¿Te gustaría
atenderlo? Tendríamos que tener primero una entrevista. ¿Le puedo dar tu
teléfono? Instantes después Raúl se incorpora. Me voy anuncia. Ya frente a la puerta abierta Gustavo le tiende la
mano. Suerte dice. Raúl, obviando la
mano extendida, lo abraza.
Gustavo está desconcertado. El reloj de su vida tomó
un ritmo vertiginoso. Regresó su mujer, una paciente anuncia su inminente
abandono, otra ni se presenta, un tercero se despide pero le regala otro
paciente. ¿Qué será de su próximo miércoles? Si no capta al sobrino de Raúl,
tres horas quedarán en blanco. Sus sueños se desarman como castillos. Fue un
milagro conseguir poblar desde el inicio el consultorio. ¿Tiene sentido que
intente hablar con sus colegas buscando derivaciones o es mejor que acepte la
derrota y le entregue a su viejo también los miércoles? La llegada de Daniela
lo encuentra sin respuestas.
Lucas tuvo un accidente
informa Daniela en cuanto se sienta. ¿Qué pasó? pregunta, alarmado, Gustavo. Mordió una copa y la rompió. ¿Se lastimó
mucho? Bastante, le tuvieron que suturar la lengua contesta y calla. Luego
de un rato Gustavo propone. ¿Me querés
contar más? Ella se cubre la cara con ambas manos. Fue espantoso; por primera vez en años fuimos a almorzar afuera con el
nene, un restaurante chiquito, muy tranquilo, cerca de casa; todo marchaba
bastante bien, Ariel estuvo en la vereda con el nene hasta que trajeron la
comida, le pedimos papas fritas que le encantan y las puede comer con las
manitos; yo le había llevado su vasito de plástico, por supuesto, pero en un
segundo me sacó mi copa y la mordió; escuché el ruido y cerré los ojos; cuando
los abrí la sangre le salía a borbotones; Ariel atinó a sacarle los vidrios de
la boca; los del restaurante llamaron al SAME que llegó rapidísimo; Ariel le
sostenía una servilleta contra la boca y las tenía que cambiar enseguida porque
se empapaban; finalmente lo llevaron al Hospital de Niños, lo cosieron y ya
está mejor; un par de puntos nada más, no sé cómo podía salir tanta sangre de
un corte tan chico. ¿Cómo actuó Lucas? No me quiero acordar; aullaba; cuando lo
bajaron de la ambulancia no lo podían controlar entre dos y ni siquiera tiene
tres años; tuvieron que operarlo con anestesia general. Gustavo le sirve
agua y espera que se tranquilice un poco antes de preguntarle ¿y cómo te sentiste vos? Horrible; no supe
cómo enfrentar la situación, no sé qué hubiera hecho sin Ariel; si por mí hubiera
sido, mi hijo habría muerto, me paralicé. Dejaste de ser un adulto comenta
Gustavo. Sí, era una nena aterrorizada.
Pero estaba Ariel. Sí, él lo salvó. Y te contuvo a vos. Sí, creo que nunca lo
quise tanto; lo admiré, además; fuerte pero dulce; y yo no serví para nada. ¿Te
escapaste corriendo? Ella lo mira con intensidad. ¡¿Qué está diciendo?!, en cuanto salió de la anestesia la única que logro
tranquilizarlo fui yo; hasta se dejó abrazar. Daniela ella lo mira no gastes energía retándote porque necesitás
toda la posible para seguir adelante, seguramente no es fácil el posoperatorio.
¡No!, me tomé licencia, hay que darle de comer cosas frías a cada rato para
aliviarle el dolor; hace días que casi no duermo. ¿Y todavía te sentís
culpable? Ella amaga con replicar
pero luego se encoge de hombros y sonríe.
Gustavo busca papel y lápiz. Tiene que consultar
tantas cosas con Ana María que teme olvidarse. Anota: ¿hice bien en no retener a Laura?; ¿es conveniente que Camilo venga la
semana próxima solo con la madre?; ¿tengo que llamar a María Inés?;
¿corresponde que atienda al sobrino de Raúl?; ¿supe manejar la recaída de
Daniela?. Cuando concluye la lista se da cuenta de que nada de todo eso es
lo importante: volvió Cecilia.
Volvió Cecilia informa Gustavo y
no hace falta que me aclare que me
encontró sin ninguna posición tomada añade enojado porque ella, como
siempre, había tenido razón el miércoles
pasado me mandó un mail avisándome; me pasé la semana postergando las
decisiones y su llegada, por supuesto, me encontró sin respuestas. Ofrece
las manos, las palmas hacia arriba y añade sonriendo como verá hice todo mal. Ella le devuelve la sonrisa y aclara en realidad, parece que no hizo. Gustavo
ladea la cabeza y continúa me llamó desde
Ezeiza a la madrugada y me preguntó si podía venir para casa; me tomó de
sorpresa y le dije que sí; charlamos primero en casa y después en un bar; me
contó que les ofrecieron quedarse en Chile, que él aceptó pero que ella no,
porque no puede plantearse vivir sin los chicos; la relación con el tipo en
¨standby¨ definió; me planteó quedarse en casa hasta que definiéramos qué hacer
pero le dije que no; propuso irse al living pero le aclaré que ni una noche iba
a tolerar ese disparate; le dije que hoy mismo teníamos que decirle a los
chicos la verdad de una vez por todas. Ana María se queda en silencio, mirándolo
con su famosa sonrisa. A él le da bronca. ¿Le
causan gracia mis miserias? pregunta,
muy serio. Ella, sin abandonar su sonrisa, le aclara nos equivocamos ambos porque hacer, sí que hizo. Gustavo arquea las
cejas. Le dejó claro a su mujer que no
podía regresar a su casa como si nada hubiera pasado; y pudo sostener su
posición a pesar de, por lo que me cuenta, ella insistió; no es fácil echar a
alguien. Yo no la eché. Ahora es Ana María quien eleva las cejas al
mirarlo. ¿Está seguro? Él repara en
que sí, fue capaz de negarse. Tal vez sí
la eché. La echó le confirma Ana María y el siente un alivio
indescriptible. Como si en la masa fofa en que se había transformado empezaran
a brotar los huesos. Creo que la eché porque
sabía que si se quedaba una sola noche, yo iba a sucumbir a mi enorme deseo de
abrazarla. Doblemente valiosa su actitud; si usted la hubiera recibido,
imagínese cómo se sentiría ahora con usted mismo. Se instala el silencio.
Gustavo quisiera quedarse así, eternamente. ¿Qué
pasó con Natalia? le pregunta Ana María. No le comenté nada, cancelé el encuentro de hoy. ¿Ya no tiene ganas de
verla? No es eso, en realidad me encantaría poder hablarle de Cecilia, que ella
como mujer me aconsejara. ¿Y qué lo detiene? No quiero hacerle daño; de todos
modos, lo que más me preocupa ahora son los chicos. ¿Cómo le explicaron a usted
sus padres la separación? Él la mira, como suspendido. Mamá siempre me contó que papá nos había abandonado por otra contesta
luego de unos segundos. ¿Usted considera
que su padre lo abandonó? Gustavo se queda pensando. No concluye al cabo de un rato no
lo tuve tanto como lo necesité pero a mí no me abandonó. ¿Sí a su madre? ¿A qué
viene este revolver mi pasado? A que me parece importante que no repita el
error; sus hijos no debieran sentir que su madre los abandona ni que su padre
es un hombre abandonado. Gustavo mira el reloj. Repentinamente recuerda sus
propósitos. Necesito consultarle sobre
mis pacientes informa. Ana María lo invita con un gesto de sus manos.
Sale del ascensor. Tiene las manos húmedas. Lo reciben
Lacán y, desde la cocina, la voz de Martina. ¡Vení, papi! Cecilia pica
perejil mientras la nena guarda la crema en la heladera. ¿A que no sabés que cocinamos? Y él sabe y no le alegra. Golpe no se
hace. Papi, ¡te olvidaste de saludarme! reclama
Martina. El intento obviar la mejilla de Cecilia se desbarata. Besa a ambas. En diez minutos está listo informa ella aprovecha el viaje y llevate el pan. De camino al dormitorio lo
intercepta Nacho. Hola, pa dice y
eleva la palma de la mano para que él la choque suerte que llegaste, las mujeres no paran de hablar, me ponen de la
nuca. Tras los diez minutos anunciados se sientan a comer. Martina
charlando hasta por los codos; Nacho, reticente. Gustavo lo observa. Este chico
está raro, piensa. Quizá Cecilia también lo nota porque permanentemente trata
de involucrarlo en la conversación. ¿Cómo
está el pollito, papi? pregunta la nena. Riquísimo tiene que admitir él a su pesar. Instintivamente observa
el plato de Nacho: aún casi lleno.
Me voy a acostar informa Nacho levantándose de la mesa. Gustavo siente
que se le para el corazón: llegó el momento de actuar. Esperá un ratito, por favor, tenemos que charlar los cuatro indica.
¿No puede ser mañana?, estoy recansado.
Pobrecito, te despertaste temprano intercede Cecilia. Nacho hace una mueca.
¿De qué querés que hablemos? pregunta
la nena. Mejor nos sentamos en el living propone
Gustavo. Los chicos obedecen. ¿Tiene que
ser hoy?, yo también estoy fundida le
pregunta Cecilia en voz baja. Sí,
cuanto antes mejor insiste él. Instantes
después los cuatro, acomodados en los sillones, se miran en silencio. Hacela corta, pa pide Nacho con cara de
fastidio. En realidad es tu madre la que
tiene que hablar. Mira entonces a Cecilia. Está desencajada, los brazos
cruzados sobre sí misma. Hoy no estoy en
condiciones dice en voz muy baja contales
vos. Gustavo pesca un rápido intercambio visual entre sus hijos, las cejas
arqueadas. Luego, percibe la intensidad de los tres pares de ojos sobre él. Se
queda en blanco. ¿Qué debe decirles?, ¿qué la mamá tiene un amante?, ¿qué su
papá permitió por semanas que siguiera viviendo en esa casa?, ¿qué los dejó
para irse a Chile con ese hombre?, ¿qué ahora él es muy macho por eso no le permite
quedarse? Recuerda las palabras de Ana María. Ahora lo importante son los
chicos. Mamá y papá no están pasando por
un buen momento de su relación; necesitamos tomarnos un tiempo para decidir si
queremos seguir estando juntos. Recién
cuando percibe el dolor en las caritas de los chicos se da cuenta de que
pudo hablar. Se da cuenta, también, de que obvió el verbo abandonar. ¡Por favor no se separen! pide Martina
llorando. Cecilia, a su lado, la abraza. ¿Por
eso te fuiste a Chile? pregunta Nacho a su madre, agresivo. No, mi amor, me mandaron del trabajo. ¿No
van a estar más juntos? solloza la nena
No, muñequita, no al menos por ahora aclara Gustavo. ¿Por eso dormías en el living? Nacho sigue atando cabos. Sí admite él. ¿Y quién se va a ir? Gustavo y Cecilia cruzan las miradas. Tenemos que decidir muchas cosas, pero esta
noche me voy yo dice ella. ¿Y adónde
te vas a ir? Martina le ahorra a Gustavo la pregunta. A lo de los abuelos. La nena hunde la cabeza en el pecho de la
madre. A Gustavo se le rompe el corazón. Pase
lo que pase, siempre seguirán teniendo mamá y papá, trataremos de que sea para
usted dos lo más fácil posible. Me voy a dormir determina Nacho
levantándose. ¿Me acostás, mami? pide
la nena. Cecilia la acompaña a su cuarto y Nacho se dirige al suyo. Gustavo
termina de levantar la mesa. Está lavando la vajilla cuando Cecilia entra a la
cocina. Gracias dice ella. ¿Por lavar los platos?, no me gusta dejarle
a Juana tanto quilombo. No, gracias por no mandarme al frente con los chicos. Él
cierra la canilla y se seca las manos en el repasador. No lo hice por vos explica. Gracias
en nombre de los chicos, entonces dice y amaga terminar de lavar. Dejá la detiene él después sigo. ¿Después de qué? Después de que te vayas. ¿Ya me estás
echando?, ¿no querés que tomemos un café?
Gustavo recuerda las palabras de Ana María; ¿la está echando?
Entonces mira a Cecilia de pleno. Jean, remera ajustada, el pelo recogido.
Siente una leve excitación. Su única salvación consiste en que ella se vaya. Preferiría
que te fueras. Cecilia baja levemente los hombros. Él muere por abrazarla.
Se clava las uñas en la palma de la mano. A
la tarde vendré a ver los chicos informa ella avísame cuándo querés que nos encontremos. Él asiente con la
cabeza. Ella se dirige al living. Él se queda parado, los ojos cerrados, los
brazos caídos. Minutos después Cecilia regresa con la cartera y un bolso. Me voy informa. Se acerca y lo besa en
la mejilla. Su perfume lo trastoca. Que desaparezca. Ya. Él inspira
profundamente y retiene el aire. Recién cuando escucha el ruido de la puerta,
exhala. Se sienta ante la mesa de la cocina y esconde la cabeza entre las manos.
Miércoles 14
Suena el despertador. Antes de que junte fuerzas Lacán
le está lamiendo la mano que cae de la cama. Lo acaricia, lo aparta y apaga el
reloj. Va al baño, se afeita. Al ir a despertar a los chicos descubre vacía la
cama de Martina. Recién recuerda que se quedó a dormir en casa de los abuelos.
Espero que Cecilia no la haga faltar, piensa. Diez minutos después desayuna con
su hijo. Me preguntó mamá si quería que
esta tarde fuéramos a comprarme ropa cuenta Nacho. ¿Qué le dijiste? Que no preciso nada. Sin embargo las zapatillas ya te
quedan chicas recuerda Gustavo. Es increíble lo rápido que está creciendo. Cuando puedas voy con vos. Gustavo lo
mira sorprendido. ¿No querés salir con ella?
Nacho entierra la vista en el vaso de Nesquik. Mirame, hijo. El chico levanta la vista. ¿Estás enojado con tu mamá? Nacho frunce el ceño. Con ese gesto ya
parece un hombre, piensa Gustavo. Ante el silencio insiste ¿me escuchaste? Su hijo chasquea la boca. Ahora se hace la buenita dice. En Gustavo se enciende el botón de
alarma. ¿Por qué decís eso? Nacho se
levanta. Vamos, pa, que ya es tarde.
Al fin diste señales de
vida lo recibe Santiago, sentado contra la
ventana. ¿Cuándo regresa Cecilia?
pregunta en cuanto Gustavo se acomoda. Volvió
hace una semana. ¡Qué!, ¿por qué no me contaste? No tenía ganas de hablar con
nadie Gustavo gira y levanta la mano
hacia el mozo un café, por favor, doble.
Te escucho, pero que te quede claro que estoy muy ofendido. Gustavo arranca
desde la llegada a Ezeiza. Esa misma
noche se fue a dormir a los de sus viejos; desde entonces está allá, o al menos
eso dice; pasa por casa casi todas las tardes, por suerte no la veo; Martina no
se le despega, anoche durmió en lo de sus abuelos. ¿Los chicos te preguntaron
algo más? No, hacen como si ella no hubiera vuelto, no me cuentan de sus
visitas; nosotros seguimos funcionando como siempre. ¿Cómo siempre? Bah, como
en estos últimos meses, es notable, ya no me pesa hacerme cargo de mis hijos;
me acostumbré. Santiago se echa sobre el respaldo, mete las manos en los
bolsillos. Festejemos: te curaste de
Cecilia dice, con sorna. No digas
boludeces, te estoy hablando de mis hijos no de ella. Santiago se pone
repentinamente serio. Su tronco se adelanta. La viste y sucumbiste dice y después añade me salió en versito. Si te seguís haciendo el pelotudo me voy. Uf, qué
carácter, hermano. El celular de Gustavo suena. Lee el mensaje y lo
contesta. Me voy informa. Che, no te enojes. Gustavo cabecea, sonríe
de lado. Era Natalia, hace dos semanas
que pateo el encuentro, me dijo que si no aparezco ya, todo se terminó. ¿Y vos le creíste?, esa
mina está muerta por vos. Gustavo se incorpora. Pagame el café, te corresponde por salame.
Natalia baja a abrirle. Ya en el ascensor Gustavo se
enciende. Suben besándose. En cuanto se escucha el ruido de la puerta, él
empieza a desvestirla. Luego yacen juntos. Ella apoyada en su pecho, él
abrazándola. ¿Me vas a contar por qué
desapareciste? exige Natalia. Volvió
mi mujer. Ella se incorpora con brusquedad. Me lo podrías haber dicho antes, dejarme a mí la posibilidad de
decidir. ¿De decidir qué? pregunta Gustavo, también sentado. Si quería volver a acostarme con vos.
Natalia, yo nunca te engañé, sabías perfectamente cuál era mi situación. Sabía cuál
era tu situación cuando tu mujer estaba en Chile, pero ahora ella está acá,
ella está durmiendo con vos. Estás equivocada replica Gustavo. La mirada de
Natalia se aviva. Él le cuenta con detalle todo lo sucedido. Ella lo escucha en
silencio. ¿Ya no la querés? pregunta
Natalia luego de un rato. Él no sabe qué responder. Entonces mira el reloj. ¡La una y media! dice alarmado y salta
de la cama.
Gustavo estaciona el auto cerca de la esquina y se
dirige a paso vivo al consultorio. Laura está frente a la puerta. Gustavo
recuerda que ella también tiene intenciones de abandonarlo. Tres pacientes
perdidos en dos semanas. Disminuye la velocidad, tratando de regularizar el
ritmo de la respiración. Soy yo la que
está en infracción, no se preocupe, llegué temprano; todavía no toqué el timbre
lo tranquiliza Laura mientras le tiende la mano. A él, por primera vez, le
resulta ridículo. ¿Quién lo decretó?, ya no lo recuerda. Porque a Daniela y a
María Inés las beso, piensa. A María Inés la besaba, se corrige. Minutos
después Laura ya está ubicada. Como de costumbre, piensa él. Quizás todo fue un
mal sueño y pronto la escuchará hablar sobre sus hijos. Estuve muy triste toda la semana se decide ella a comenzar. ¿Por qué? le pregunta él, esperanzado. Laura
parece sorprendida. Por la terapia,
claro; me da mucha lástima tener que dejar. ¿Por qué utiliza el verbo tener? Laura
se mira las manos, juega con la alianza. Ya
se lo expliqué, Gustavo, le ruego que me ayude a sostener mi decisión: solo
vine a despedirme. Él experimenta un súbito agobio. Como si una máquina le
empujara la cabeza e intentara fundirlo con el sillón. Haciendo un gran esfuerzo
logra sonreír. Eleva ambas palmas y sugiere despídase, entonces. No se cómo agradecerle lo que hizo por mí; en mí,
en realidad; hubiera querido iniciar este tratamiento hace veinte años, diez,
al menos; ya es demasiado tarde. Laura deja el dinero sobre la mesita y se
incorpora. Gustavo, desconcertado, también. Mucha
suerte dice él ya frente a la puerta mientras le tiende la mano. Ella la
obvia y le da un beso en la mejilla. Gracias
dice y gira rápidamente.
Gustavo busca la ficha de Laura. El acta de defunción,
piensa. Anota cada una de las palabras que ella pronunció. Quizás Ana María
pueda ayudarlo a comprenderlas. Revisa la ficha de Camilo. Pobre Francisco. No quisiera
estar en su lugar. Nacho rengo por mi culpa, piensa, pero luego recuerda sus
propias palabras y reformula, rengo por mi impuntualidad. No le parece
suficiente, ya hablaron suficiente de los accidentes y se corrige: rengo. Nacho.
Ahora
se hace la buenita, dijo.
¿Corresponde que se lo cuente a Cecilia?, ¿o es una traición a la confianza del
chico? Lo único que puede hacer es sugerirle que hable con la madre. De ella no
va a partir. El timbre. Camilo.
Mi mamá quiso venir explica Camilo en cuanto se abre la puerta. Bienvenida dice Gustavo mientras besa a
Valeria en la mejilla. Ella se sienta al lado de su hijo, la vista baja. Parece
cohibida. Camilo masca chicle. Como el silencio se instala y ambos parecen
incómodos, Gustavo decide ser frontal. ¿Por
qué quisiste venir, Valeria? Ella lo mira. Me preocupa saber cómo se tomó Camilo la noticia. ¿Cuál noticia? busca
Gustavo que sea ella quien la verbalice. Lo
de la beba. ¿Se lo preguntaste? Me elude se justifica ella. ¿Se lo preguntaste claramente? insiste
él. Valeria niega con la cabeza. Camilo,
tu mamá quiere saber cómo te sentís al saber que tenés una hermanita. El
chico agarra un pañuelo de papel y envuelve el chicle. Estoy enojado dice luego de un rato mientras se ata los cordones de
las zapatillas. ¿Enojado con quién? le
pregunta su madre. ¿Con quién va a
hacer?, ¡con papá! gira y la mira ¿vos
no estás enojada con él? Valeria le
agarra ambas manos. Nunca estuve enojada;
angustiada, desesperada, decepcionada, sí, pero no enojada. ¿Y ahora cómo
estás? Triste porque vos estás sufriendo. Te pregunto por vos. Ella se toma
unos segundos antes de contestar tranquila,
en paz. Yo no dice el chico a veces
me parece que me acostumbro pero después me vuelve la rabia. Valeria busca
un pañuelo en su cartera y se seca los ojos. Ambos callan. Me gustaría que nos contaras qué es exactamente lo que te genera rabia pide
Gustavo. Que ya nada va a ser como antes.
Nada es como antes, la vida es un continuo
cambio explica Gustavo. Es que todos
decían que nuestra familia era perfecta acota Camilo. ¿Quiénes son todos? pregunta Gustavo. Mis amigos, las mamás de mis amigos, ya te dije, todos. ¿Y por qué ya
no es perfecta? Camilo lo mira a los ojos. ¿No te das cuenta?, porque
estoy rengo y ahora, para colmo, papá tiene una hija con otra mujer. ¿Sentís
que tus piernas atentan contra la perfección de tu familia? pregunta
Gustavo ¡Claro! Las lágrimas se
deslizan por las mejillas de Valeria. Lo
más importante en una familia es el amor y ni la renguera ni tu hermana atentan
contra ella; quizás hasta logren unirlos
aún más. Valeria abraza a su hijo. Camilo se aparta para mirarla. ¿Vos la conocés? pregunta. Sí. ¿Cómo es? Una muñeca, me la hubiera
agarrado, adoro los bebés. ¿No la podemos traer con nosotros? La nena tiene una
mamá. ¡Pero el papá es nuestro!, ¡y yo no voy a aguantar que mi papá vea a esa
mujer! Camilo, la relación de tu padre con la mamá de Azul no te compete, sí
es asunto tuyo si la existencia de Azul afecta la relación de tu padre con vos.
Ya éramos bastantes dice el chico. ¿Cómo
reaccionarías si tu mamá quedara embarazada? Eso es totalmente diferente contesta
Camilo con un gesto despectivo. Convengamos,
entonces, que tu disgusto no tiene que ver con la cantidad. ¡Mi papá le metió
los cuernos a mi mamá!, ¡¿no te das cuenta?! , ¡y yo eso no se lo puedo
perdonar! Gustavo observa a Valeria. Demasiado involucrada en refrenar el
llanto como para poder intervenir. Ese problema es de tu mamá, no tuyo. Ella
inspira hondo y logra decir yo ya lo
perdoné. ¡¿Cómo pudiste?! Gustavo le
ofrece un vaso de agua que ella acepta. Inspira profundamente y dice después de tu accidente descubrí cuáles eran
las cosas realmente importantes; creo que me habría muerto si tu papá no nos
hubiera sostenido a todos; ni esa mujer, como la llamás vos, ni su nueva hija
impidieron que te pusiera a vos por encima de todo; estás vivo hijo y seguimos
estando juntos; será cuestión de que aprendamos a incorporar a la nena a
nuestra familia en la medida de nuestras posibilidades, las de ella y las de su
mamá; sumemos en lugar de restar gira para enfrentar a Gustavo ya lo hablamos con mi marido, este fin de
semana se lo vamos a contar a los otros chicos ahora se dirige a su hijo ¿nos vas a ayudar? Camilo asiente en
silencio y luego, bruscamente, se vuelca sobre la falda de su mamá. Ella le
acaricia el cabello. Gustavo se siente de más.
Camilo lo había alertado: ¡nos pasamos de la hora!, ¡qué raro que no llegó la de siempre! Valeria
se había apresurado a incorporarse y la sesión concluyó abruptamente. Sin
ninguna necesidad, pensó Gustavo, porque
María Inés tampoco hoy daba señales de vida. Ahora, sentado en el diván,
cavila. Diez minutos después se dirige hacia el escritorio. Se sienta. Apoya la
mano sobre el tubo del teléfono y vuelve a dudar. Se decide y marca. No atienden.
Cuando ya está por cortar le llega la voz agitada de María Inés. Hola. Él quisiera apretar la horquilla
pero, a su vez, dice hola. ¡Gustavo! exclama ella al instante. Quería saber cómo estabas. Después de un
silencio interminable ella responde mal,
muy mal. Te estoy esperando. Ya es muy tarde, ¿puedo ir el miércoles
próximo? Por supuesto. Creí que
estabas enojado dice ella y corta. Gustavo decide que su desconcierto es
como una planta que no para de crecer. Va la cocina. Se prepara un café. Mientras
lo toma, batallan en su cabeza María Inés, Nacho, Camilo, Natalia, Cecilia.
Pobre Ana Maria, qué sesión le espera, piensa. Está por recostarse un rato
cuando recuerda a su nuevo paciente. ¿Vendrá? El pulso se le acelera. Cinco
menos cinco. Faltan cinco para los cinco repite
en voz alta y luego añade si seré
imbécil.
A las cinco y un minuto suena el portero eléctrico.
Instantes después, el timbre. Gustavo se reacomoda el cuello de la camisa, y alisa
el diván. Ya frente a la puerta inspira con profundidad, retiene el aire,
exhala con fuerza y abre. Un muchacho
altísimo, huesudo, de pelo muy corto, sonríe con timidez. ¿Gustavo? pregunta. Pasá, por
favor le indica él. Va a tenderle la mano cuando el chico se inclina y lo
besa. Gustavo le señala el camino.
Como el pibe lo precede, puede
observarlo sin disimulo. Jean, camisa a cuadros, zapatillas impecables. Tan
lejos de las rastas y tatuajes que Gustavo imaginaba. Al señalarle el diván, el
chico agranda los ojos. Mi tío no me aviso que me tengo que acostar exclama.
Gustavo sonríe no, no te alarmes, solo
cuando tengas ganas. Uf dice el pibe mientras se sienta. Él toma la ficha y
una birome. Joaquín, ¿no? Sí, pero todos
me dicen Joaco. Gustavo consigna las formalidades y después deposita la ficha sobre la mesita. ¿Por qué estás aquí, Joaco? El chico lo
mira, parece sorprendido. Porque mi tío
me dijo se justifica. Quizá tu tío te
sugirió una terapia pero vos accediste, señal de que percibís que hay algo que
te inquieta; a eso me refiero. Me va como la mierda en el colegio dice el
pibe mirando el piso. Y eso te preocupa.
A mí no, a mis viejos. Pero la entrevista no me la pidieron ellos si no vos. Ellos
no creen en esto; prefieren pagarme año tras año, inútilmente, el profesor
particular. Gustavo se alarma. ¿Saben
que estás acá? Todavía no.¿Trabajás? El chico lo mira, extrañado. No contesta. ¿Y quién va a pagar estas sesiones?
Mí tío informa ¿no te contó? Quiero
que pongamos algunas cosas en claro; yo ya no mantengo contacto con Raúl, si
así fuera, no habría aceptado atenderte a vos; nada de lo que hablemos en este
espacio, será comentado con tu tío ni con nadie; por otra parte, vos tenés
diecisiete años, sos menor de edad, no puedo atenderte sin el consentimiento de
tus padres. Joaco se encoge de
hombros. No me querés atender. No estoy
diciendo eso, tampoco que es imprescindible tener una entrevista con tus
padres, pero sí que estén al tanto. ¿Y si yo te digo que les avisé y te miento?
No me parece que fuera una buena manera de iniciar el tratamiento montarnos en
mentiras; te recomiendo que vayas a tu
casa, que evalúes tranquilo si tenés ganas de que trabajemos juntos; si
resolvés que sí, hablá con tus padres; si ellos acceden, venís el próximo
miércoles, si no, me avisás. ¿Cómo vas a saber que ellos autorizaron?, ¿para
eso me pediste el teléfono?, ¿o vas a chequearlo con mi tío? Ya te dije, Joaco,
que con Raúl ya no estoy en contacto; y tampoco hablaré con tus padres. ¿Y me
vas a creer? Por supuesto dice Gustavo incorporándose. Esperá
que te pago, ¿cuánto te debo? dice el chico. Gustavo niega con la cabeza. Conseguí la autorización y después
arreglamos. Frente a la puerta
abierta Joaco le palmea el brazo. Gracias, y perdoname. Se sumerge en las
escaleras antes de que Gustavo le pueda preguntar qué debe perdonarle.
Gustavo reflexiona. ¿Está preparado para atender a un
adolescente complicado? Ojalá que los padres no le den permiso, piensa, pero
luego se arrepiente. Lo desarma su sonrisa frágil y su aspecto de otra década.
Ese chico precisa ayuda. Le gustaría charlarlo con Raúl. No corresponde,
determina. El celular vibra. ¿Querés que
nos encontremos esta noche? pregunta Cecilia. Si hay algo que no desea, es
terminar el día enfrentando a su mujer. A mi exmujer, se corrige. Pero los
chicos necesitan una explicación concreta
Te llamo después de comer y tomamos un
café escribe. Que ni se sueñe que van a cenar los cuatro juntos. Gustavo va
al baño y se apresta para recibir a Daniela.
¿Cómo está Lucas? pregunta Gustavo cuando Daniela, ya sentada, lo mira. Mejor, por suerte, ya casi no le duele. ¿Y
cómo estás vos? Ella eleva los
hombros. No sé, no me entiendo, no soy la
misma. ¿La misma que cuándo? Que antes del accidente; algo me pasó. Gustavo
recuerda la sesión pasada. Daniela había manifestada una aguda culpa. Me está matando la culpa explica ella
como si hubiera podido leerle el pensamiento. ¿Qué es lo que te hace sentir
tan mal? Ya le expliqué, no pude hacerme cargo de mi hijo. Me gustaría que
trataras de precisarme tus sensaciones. Cuando lo vi aullar en la ambulancia;
todas mis ilusiones volaron de golpe; qué tonta, porque el nene estaba un poco
mejor yo ya fantaseaba con que se habían equivocado con el diagnóstico; los
vidrios me estrellaron en la realidad. Asumir esa realidad es lo que estamos
trabajando en este espacio, y no es tarea fácil. Las lágrimas comienzan a
deslizarse por las mejillas de Daniela. Ella no parece percibirlas. Él le
alcanza la caja de pañuelos de papel. Minutos después, Daniela, la mirada perdida, estruja los restos del pañuelo entre
las manos. Lo peor fue cuando le agarró
el ataque al bajar de la ambulancia dice
parecía poseído, ese no es mi hijo, me decía yo. ¿Sentiste rechazo por él? Daniela
cierra los ojos y asiente con la cabeza. Uno
es responsable de sus actitudes no de sus sentimientos acota Gustavo vos no abandonaste a tu hijo; a pesar del rechazo
que estabas experimentando fuiste capaz de confortarlo. El llanto de
Daniela regresa. ¡¿Por qué yo no puedo
tener un hijo normal?! Que Lucas sea autista no significa que vos no puedas
tener un hijo normal. La mirada de Daniela se hace viva. Hace rato que le estoy dando vueltas al tema
de tener otro hijo pero no me animé a decírselo a nadie porque ya sé que me
dirán que estoy loca; siempre soñé con tener al menos cuatro hijos, por eso me
apuré en quedar embarazada; y ahora el
autismo del nene me obliga también a renunciar a mis proyectos; venía bien y me
desequilibré, estoy asustada. Gustavo le apoya una mano en el antebrazo. Tranquilizate, no estás loca. ¡Sí, es eso
justo lo que siento! , y trato de disimular para que Ariel no se de
cuenta. Gustavo tiene una intuición.
¿Querés que te acompañé la próxima
sesión? ¿Se puede? contesta ella mirándolo a los ojos. Se puede todo lo que contribuya a poner te bien. Ella inspira
hondo. Le voy a preguntar dice.
Gustavo sonríe. ¿Le tengo que avisar? No
hace falta contesta él vos sos la
protagonista; este es tu espacio.
Gustavo se asoma al balcón y ve alejarse a Daniela.
Desde la altura parece una criatura. Está confundido. Siente que perdió durante
la sesión la linealidad del pensamiento. La angustia de ella me arrolló,
piensa, ¿perdí el rumbo? Hoy sí que tiene ganas de ver a Ana María. Necesidad.
Junta sus cosas.
Acaba de tocar el timbre cuando suena su celular. Papi malo hoy no me llamaste. Ni hoy ni
ayer piensa él. Está por responderle
cuando sale una mujer. Ana María hace un gesto invitándolo a entrar. Mientras
sube tras ella observa sus tobillos finos bajo la falda larga. Como antes
Daniela, le parece una chica. En cuanto se acomoda toma su celular y teclea. Te quiero, muñequita. Perdón pide mi hija protesta por mi indiferencia. ¿Con razón? inquiere ella. La verdad que sí admite él. ¿Será que le molesta compartirla con
Cecilia? Él la mira, sorprendido. Está por defenderse cuando la sonrisa de
Ana María lo desarma. Tal vez, no lo
había pensado; está mucho con ella. ¿Usted siente que la eligió?, ¿que lo
traicionó? Suena a un mecanismo infantil comenta él. No debe ser fácil para usted después de estos meses en que fue el único
referente para sus hijos creer que pasó a segundo lugar. Nacho nada que ver se
defiende hoy me contó que no quería salir
con la madre. Él sí que es leal. No me haga sentir como un idiota pide él aunque no me crea hoy me alarmé cuando Nacho
dijo que la madre ahora se hacía la buenita. ¿Por qué no habría de creerle?;
solo estoy tratando de que pueda sacar sus celos a luz; es natural que se sienta desplazado. Está noche hablaré
con Cecilia; desde el miércoles pasado que no estamos en contacto. ¿Qué le
dijeron a los chicos? A pesar de la resistencia de Cecilia los reuní y les
expliqué que su madre y yo estábamos pasando un momento complicado y que por
ahora no íbamos a vivir juntos. ¿Cómo se lo tomaron? Martina se angustió, lloró mucho; Nacho le preguntó a
la madre si por eso se había ido a Chile; tonto no es, seguramente ya se había
dado cuenta de algo. ¿Quién se fue? ¡Ella, por supuesto! Ana María se apoya
en el respaldo de su sillón, apoya los codos y cruza las manos. Lo mira con una
semisonrisa. Hoy estuve con Natalia dice Gustavo y calla. ¿Le contó? Él asiente. ¿Cómo
reaccionó? Gustavo ladea la boca. No
le gustó ni medio; de todos modos interrumpí el diálogo abruptamente; mañana la
llamaré. ¿Por qué lo interrumpió? Era la hora de Laura Gustavo siente que
el centro de sus intereses hace un giro de ciento ochenta grados. Se fue informa me dijo que debería haber iniciado el tratamiento hace diez o veinte
años, que ahora le daba miedo seguir analizando su presente y descubrir que no
era feliz; la dejé ir sin lucharla. Gustavo experimenta un súbito
cansancio; ¿cómo juntar energías para cenar con los chicos y, sobre todo, para
encarar a su mujer? A mi exmujer, se corrige. Creo que hizo lo correcto; si en algún momento lo precisa, volverá a
recurrir a usted. Él cabecea, abatido. ¿Le
interesa que le derive algún paciente? ¿Me tiene confianza pese a todo? Si así
no fuera no se lo estaría ofreciendo. Muchas gracias dice él solo me queda libre el horario de las 14 porque
la llamé a María Inés; me dijo que estaba muy mal y me preguntó si podía venir
el próximo miércoles; además comencé con Joaquín, el sobrino de Raúl; aunque no
sé si seguirá. ¿No hicieron buen contacto? Creo que sí, pero le pedí que se lo
planteara a los padres, ellos no saben nada; no me pareció correcto iniciar un
tratamiento a sus espaldas. Estoy de acuerdo comenta Ana María. Él sonríe y
dice ¿qué pasa que hoy no me reta?, ¿le
doy lástima? Ella endurece la expresión. Si hay algo que no me da es lástima dice ella muy seria y se incorpora.
Gustavo está avergonzado. Ana María me despidió,
piensa, me lo merezco. Camina hacia el auto a paso vivo. ¿Y si le pidiera a
Cecilia que cenara con los chicos, que se quedara y él se fuera a lo de
Natalia? Necesito dormir en brazos de una mujer, diagnostica. Que lo arrullen.
Compra en un kiosco un bonobon para
Martina. ¿Puede ser tan pelotudo como para ofenderse con la criatura por
disfrutar de su madre? Que aproveche ella, que puede.
Dejé todo listo le indica Juana que lo esperaba con la cartera puesta hasta mañana. Él siente culpable.
Debería haberle avisado que se fuera un rato antes. Martina se acerca corriendo
y lo abraza. ¡Vino mi papi! A lo
mejor ella también se dio cuenta de que hacía días que no era la de antes. Él
le entrega la golosina. Me la guardo para
el cole, así me acuerdo de vos. Mocosa compradora. Malas artes de las
mujeres, piensa luego con amargura. Está por preguntarle cómo le fue en lo de
los abuelos cuando decide que no tiene ganas de escuchar hablar de Cecilia.
Como si pudiera leerle el pensamiento la nena cuenta la abuela Susana me preparó ravioles. Él siente una absurda punzada
de celos. Martina sigue telepática porque agrega pero no estaban tan ricos como los de la abuela Isabel. Nacho, que
acaba de entrar al living, acota como los
de la abuela Isabel no existen y luego agrega hace mucho que no la vemos. Gustavo recuerda que no la llamó;
varias veces los invitó a cenar. No quiero hablar con ella, admite. Cenan la
tarta preparada por Juana. La espinaca no
me gusta protesta la nena. Vamos,
hace días que no comés verdura. ¿Vos qué sabés?, los canelones era de acelga
por eso tanto no me gustaron. Y sí, hay muchas cosas que él ya no sabe. En
cuanto terminan de cenar los manda a la cama. Gustavo cierra la puerta de su
cuarto y llama a Cecilia. Ya estoy libre informa.
Yo también dice ella. ¿Nos encontramos en van Gogh en media hora?
propone él y ella acepta. Un rato después Gustavo va al cuarto de Martina.
Duerme. Él la tapa y apaga el velador. A Nacho lo encuentra leyendo. Qué milagro
comenta ¿qué leés? Los ojos del perro
siberiano, es para el cole. Gustavo se sienta sobre la cama. Voy a salir informa. ¡¿Qué?! Voy a estar aquí no más, en Van
Gogh. ¿Con quién te encontrás? pregunta el chico mientras deja caer el
libro al piso. Gustavo reflexiona unos instantes y luego dice con tu mamá; tenemos que organizar varios
asuntos. ¿Se van a arreglar? reformula el chico. No por el momento. Nacho se acuesta. ¿No vas a leer más? No tengo ganas. Gustavo le revuelve el cabello.
Cuidá a tu hermana pide cualquier cosa me llamás al celular. Dale dice
el chico y apaga la luz.
Gustavo echa una rápida mirada al interior del bar.
Todavía es temprano. Se acomoda en una mesa del fondo y llama al mozo. Sin
esperarla, se dice, estúpidamente orgulloso. Cecilia llega antes que el café. Estaba contra la ventana, ¿no me viste?
Él se sobresalta, precisaba unos minutos para prepararse. Ella se los robó. Se
incorpora y la besa en la mejilla, intentando obviar su perfume. Recién vuelvo de trabajar informa ella
quizá para justificar la pollera corta, los tacos altos, la cara maquillada.
Él deduce que no hubiera llegado a
tiempo para la cena. ¿Cómo estás? pregunta
Cecilia. Ahí contesta él la voy llevando. Con los chicos la vas
llevando más que bien, estoy muy sorprendida; nunca me hubiera imaginado, sobre
todo con Nacho. Aun así te fuiste. Eran solo dos meses. Vos sabías que la
relación entre Nacho y yo era difícil y lo dejaste en mis manos. Quizá tuve la
suficiente intuición para suponer que funcionaría. La felicidad de tu hijo
sobre la base de suposiciones. ¡Basta, Gustavo!; ¡si Nacho pudo sobrevivir
catorce años a tu indiferencia no sé por qué no podía tolerar un par de meses
mi ausencia! La voz de Cecilia se eleva sobre el murmullo general. Gustavo
percibe un par de cabezas que giran hacia ellos. Cecilia inspira hondo, toma un
vaso de agua, se arregla el cabello. Perdón
pide mientras le resbalan las lágrimas. Gustavo reprime las ganas de tomarle
las manos. Las mira con atención: todavía tiene la alianza; él, también. Tenés razón admite soy yo el que tiene que pedirte perdón. Ella lo mira, los ojos muy
abiertos. ¿Por qué? Si de algo me sirvió
tu alejamiento fue para comprender que volqué sobre Nacho mi resentimiento contra
vos por haberme obligado a que naciera cabecea ya sé que no me obligaste, lo hablé mucho en terapia, yo podría haberme
ido; pero me quedé y el chico terminó pagando los platos rotos; nunca terminaré
de arrepentirme. ¿De que naciera? No entendiste nada él hace un gesto
despectivo me arrepiento de haberme
privado durante catorce años de disfrutar a mi hijo; no tiene remedio pero
trataré de hablarlo en cuanto perciba que él está preparado. Gustavo
sonríe, ahora sí le toma las manos hiciste
un excelente trabajo, es un gran pibe. Ella se las aprieta. Es el hijo de los dos dice. Él libera
sus manos: se equivocó, movimiento fallido.
No está bien conmigo admite ella ¿vos
le contaste algo? Te aseguro que no contesta él pero es un chico sensible e inteligente; yo no quise mandarte al frente
pero me parece que lo más aconsejable es que le cuentes la verdad; estoy seguro
de que sabe más de lo que confiesa. Gustavo termina de un trago su café ya
frío. ¿Cómo estás vos? Mal dice ella es una tortura ver a mis hijos de prestado él
amaga hablar sí, ya sé, yo me lo busqué,
no pretendo que me compadezcas; no veo el momento de alquilar un departamento y
poder sostener una vida más normal con los chicos. Gustavo se alarma. Veo que ya estás decidida a separarte. Ella
lo mira levantando los hombros. ¿Qué me
decís?, sos vos el que no me permite vivir en casa; ¿tenés otra?, ¿no? Él
la mira anonadado, ya no sabe quién es la víctima y quién el verdugo. Suena su
celular. Nacho. Pa, Marti está vomitando.
Voy para allá informa mientras llama al mozo. ¿Qué pasó? La nena está vomitando repite él. Minutos después
caminan a paso vivo las dos cuadras. Juntos. Suben. Encuentran a la nena vomitando
en el inodoro. Nacho le sostiene la cabeza. Suerte
que viniste, ma dice Nacho Marti no
paraba de llamarte. Cecilia se arrodilla. Tranquila, chiquita, estoy aquí dice. Logra incorporarla y le toca
la frente. Fiebre no tiene informa y
luego busca en el botiquín sí, por suerte
hay Reliverán. Gustavo parado en el pasillo la observa. Vamos a la cama, chiquita indica ella.
Gustavo se dirige al dormitorio y saca las sábanas vomitadas. Cecilia llega con
sábanas limpias y hace la cama. Upa, papi
pide Martina. Gustavo la alza. La
nena se abraza de su cuello. Minutos después, acostada entre sábanas planchadas,
pide quédate, mami, dormí conmigo.
Cecilia lo mira. Él asiente con la cabeza.
Gustavo, en su cama, intenta dormir. Sin suerte. Mocosa
manijera, piensa, manipuladora como todas las mujeres. Unos golpes en la puerta
lo sobresaltan. Se asusta: es ella. Sí dice.
La puerta se abre. ¿Puedo dormir con vos?
pide Nacho Marti se levanta a cada
rato. Gustavo abre las cobijas y lo invita. Del lado de la madre.
Miércoles 21 de
noviembre
Los ladridos desaforados de Lacán lo despiertan a las
seis de la mañana. Lo encuentra en la cocina. El gato de la vecina sentado muy
orondo en el balconcito del lavadero. Gustavo logra sacar al perro y cerrar la
puerta. Nacho aparece con el pelo revuelto. ¿Qué
pasó? Gustavo le cuenta la anécdota perruna.
¡Te voy a matar! le grita Nacho a un
Lacán que baja las orejas y mete la cola entre las patas. ¿Y ahora qué hago?, si me vuelvo a dormir ya no me despierto más. ¿Vamos
a desayunar afuera? propone Gustavo.
Dale dice el chico aprovechemos que
no está Marti, cuando se entere se mata. ¿Y cómo habría de enterarse? ¡Yo le
voy a contar!, durante años me refregó en la cara todas las veces que salió sola
con vos. Gustavo sonríe. Él se perdió los avatares de tener un hermano.
Media hora después desayunan en McDonald
s. Él café es imposible pero, como dice Nacho, las medialunas se la bancan. Él sábado tengo un baile comenta Nacho
con la boca llena. ¿Tenés ganas de ir? A mí no me gusta bailar dice el chico. A mí tampoco me gustaba le cuenta
Gustavo a menos que me interesara alguna
chica. Claro admite Nacho, la vista enterrada en el vaso de jugo. ¿Tenés alguna en vista? ¡Eso siempre, pa! contesta,
canchero. Gustavo quisiera pellizcarle los cachetes colorados. ¿Se
puede saber el nombre? ¿Para qué?, no la conocés. ¿Te da bolilla? Bastante, se
me da bien con las mujeres. Gustavo esconde la cara entre las manos para
disimular la sonrisa. Estoy orgulloso, piensa. Suena su celular. Martina de nuevo está vomitando, la voy a
llevar a la Suizo. El rostro de Gustavo se endurece en un instante. Estoy desayunando con Nacho en Mc, lo llevo
al colegio y voy para allá. ¿Qué pasó? Tu hermana está vomitando, ¡Seguro que
no quiere ir al cole! No seas malo lo reconviene él, aunque piensa lo
mismo. ¿Tenemos que ir ya? pregunta
Nacho con cara de fastidio. No nos
moveremos de acá hasta que me cuentes cómo se llamá la señorita. ¡No jodas, pa! dice el chico, riendo. ¿Sofía?, ¿Camila?, ¿Agustina? ¡Ni loco te lo
cuento! exclama el pibe, agarrando la mochila, y empujando al padre. ¿Mariana?, ¿Lucía? ¡Nunca vas a adivinar!
¿Valeria?, ¿Jimena? insiste Gustavo mientras caminan hacia el coche. Lo
sigue embromando en el coche hasta que llegan al colegio. Cuando se dispone a
bajar, la cara de Nacho se transforma. Mirá,
pa, es esa, la rubia. Gustavo descubre a una chiquilina de pelo largo y
pollera muy corta. Tenés buen gusto, hay
que reconocer; saludala de mi parte. ¡Sí, justo! dice el pibe antes de dar
un portazo. Gustavo maneja hasta la clínica, sonriendo. Seguro que lo de la
nena no es nada.
Gustavo deja el auto en una cochera y camina hasta la
guardia. Es una mañana fresca pero muy soleada. Preciosa Encuentra a Cecilia y
a la nena, la cabeza apoyada en la falda de la madre, sentadas en la sala de
espera. ¿Cómo está mi muñequita? pregunta,
agachándose. Papi, me siento muy mal. Gustavo
la observa: está pálida, ojerosa. ¿Qué
pasó? le pregunta a Cecilia. Anoche
no quiso cenar; a la madrugada empezó con diarrea y hoy a la mañana, con
vómitos. ¿Hace mucho que llegaron?
Diez minutos, es la próxima. Si tenés
que ir a trabajar, andá, yo me quedo, recién tengo pacientes a las dos pero
recuerda a Laura y se corrige a las tres.
No,
gracias dice Cecilia y luego gira y en voz muy baja agrega no me gusta nada. Al cabo de unos
minutos los llaman. Entran los tres. El médico revisa a la nena mientras Cecilia
describe los síntomas. Una
gastroenteritis concluye pero el
hígado está un poco agrandado. Les indica la dieta y agrega si en venticuatro no remiten los vómitos y
la diarrea, la traen de nuevo; manténganla hidratada, eso es muy importante. Gustavo
repara en los plurales. ¿Somos una entidad?, se pregunta mientras salen, ¿una
pareja? Una pareja de padres, al menos, se responde. ¿Querés tomar algo? le pregunta Cecilia a la nena. Tiene que tomar algo la corrige él. Ya sentados los tres en una confitería, La
nena, mustia, da vueltas ante su taza de té llena. Vamos hija, otro traguito le insiste Cecilia. Gustavo mira el reloj: Natalia estará esperándolo.
Teclea en su celular: La nena está
enferma, la traje a la guardia. Te llamo luego. Cecilia ofrece la llevo a casa y me quedo con ella. No hace
falta, estoy libre hasta las tres; además está Juana, andá a trabajar
tranquila. Ya avisé que hoy no voy. ¡Vengan los dos a casa y charlan
tranquilos! dice la nena, renaciendo de sus cenizas. Gustavo se pregunta si
Martina habrá encontrado un recurso para tenerlos juntos.
Gustavo maneja. Atrás, Cecilia y Martina. Mi mujer y
mi hija, piensa. Mira por el espejo retrovisor. La cabeza de la nena apoyada en
la falda de la madre, que le acaricia el cabello. Él percibe que está enojado
con Martina. Está dispuesta a hacérmela más difícil, rumia. Maneja por Cabildo
demasiado rápido. Cuidado le indica
Cecilia cuando está a punto de rozar un auto estacionado. Sé cuidarme solo,
quisiera decirle. Cuando llega frente a su casa les pide que bajen. ¿No venís, papi? reclama la nena. No hace falta contesta él se queda tu mamá. Ufa protesta estoy enferma. Cualquier cosa avisame le pide a Cecilia. Cuando las ve caminar
hacia la entrada le llama la atención la postura de la nena. Como si se hubiera
vuelto más chiquita. Arranca.
Natalia lo espera con la mesa puesta y un pollo en el
horno. Gustavo se alegra de no haberla defraudado. Le cuenta las peripecias con
la nena. Sus sospechas de que solo se trata de manejos. Para mí el mejor indicador de gravedad con mi hijita, más allá de
fiebres o de vómitos, es su estado general. Gustavo se pone a analizar
situaciones y repara en que hace días que la nena está muy caída. Quizás no era
solo por el regreso de la madre y la evidencia del distanciamiento entre ellos.
De pronto se siente en culpa. ¿Cómo está
Martina? le escribe a Cecilia. Durmiendo
le contesta no quiso almorzar. A él
ya no le molesta que esté con su hija. Es una tranquilidad. ¿Quién mejor que
ella la puede cuidar? Natalia le sirve. Él tampoco tiene hambre pero come para
no desairarla. Hubiera querido irse temprano al consultorio pero no tiene más
remedio que seguir a Natalia al dormitorio. Después de hacer el amor, Natalia
le lleva un café a la cama. Es una buena mina, evalúa él. Le comenta el
alejamiento de Laura. Ayer una paciente
me comentó que su prima acaba de tener un bebé y que está muy deprimida; le
indicaron una terapia; me preguntó si quería atenderla pero, obviamente, no
corresponde; ¿te animás? Mientras
saborean el café pasan revista a sus respectivos consultorios. Es una mina más
que buena, decide Gustavo.
Hoy vine solo informa Camilo. ¿Tus
papás no podían venir? pregunta Gustavo. Fui yo el que no quise. ¿Por qué? Porque aquí venía yo, no ellos. ¿Qué
novedades? el chico se encoge de hombros ¿le contaron de Azul a tus hermanos? Sí, este fin de semana. ¿Cómo reaccionaron? Luciana lloró mucho, pero
después se entusiasmó, viste cómo son las mujeres, quiere conocer a la nena ya
mismo, y Tobi no entendió nada, tiene tres años. ¿Seguís con rabia? No y ya me cansé
de hablar de este tema; parece que lo único que existiera en este mundo es
Azul; Luciana me tiene frito con la beba. ¿Y qué otro tema te preocupa? Ninguno
contesta moviendo la boca para uno y otro lado. ¿Ninguno? Ninguno en particular dice dedicado ahora hacerse sonar
los nudillos. La semana que viene
terminan las clases informa luego de un rato. ¿Estás contento? Camilo se queda pensando. Sí y no dice luego de un rato. Explicame,
por favor. Lo que más me gusta es no tener que levantarme temprano. ¿Y por qué
no querés que empiecen las vacaciones? ¡Yo no dije eso! , solo que tengo miedo
de aburrirme un poco. A tus amigos los podés ver igual. No te creas; casi todos
tienen que estudiar para rendir en diciembre; por suerte no me llevé ninguna
materia. No es solo cuestión de suerte opina Gustavo algo tendrás que ver vos con el éxito obtenido. Yo tengo mi método;
presto atención en clase y después el día de la prueba me despierto más
temprano, leo una vez el libro o la carpeta y listo; no sé qué les pasa a los
otros. A lo mejor no tienen tanta facilidad para el estudio. Camilo se
encoge de hombros. Y como están
estudiando este mes no va a ver ninguna fiesta. La madre del borrego, piensa Gustavo. ¿Sofía también se lleva materias? No contesta
Camilo con energía ella es rebuena alumna
después hace una pausa y lo mira a Gustavo ¿por qué me preguntaste por ella? Porque pensé que ahora que se
terminan las clases ya no la verás todos los días y si, además, no hay fiestas…
Sí, es una cagada. Tendrás que pensar en un plan B. Camilo lo mira con
atención. ¿Plan B?, no te entiendo.
Tendrás que encontrar algún recurso que te permita verla. Yo no te dije que
quiero verla. Gustavo sonríe. Camilo se pone colorado y baja la cabeza. Tenés razón admite sí que quiero. ¿Le contaste al hermano, Leo creo que se llama, que ella
te gusta? No, pero igual él siempre me carga. Gustavo se queda pensando. ¿Por qué no te ofrecés a ayudarlo a Leo
estudiar y con ese pretexto vas a su casa? Los ojos de Camilo se iluminan. Es una idea posta, ¡sos lo más! Una honda satisfacción desciende sobre Gustavo.
Allá Ana María si lo reta por dar consejos.
En cuanto Camilo se va, Gustavo se dirige al teléfono.
Atiende Cecilia. ¿Cómo está la nena? pregunta
él. Sigue durmiendo informa ella. ¿Tiene fiebre? No parece. ¿Nacho llegó? Sí,
¿querés que te lo pase? No, enseguida tengo una paciente; mandale un beso; y
otro para Martina cuando se despierte. Gustavo corta molesto. ¿Qué hace
ella instalada en la casa como si nada hubiera pasado? Quizás es un plan tejido
entre madre e hija. Quizás Cecilia planea desterrarlo a él. Que ni se lo sueñe.
Va a la cocina y toma un vaso de jugo. Recién entonces se recupera como profesional.
¿Cómo será el reencuentro con María Inés? ¿Vendrá?, se pregunta. Está nervioso.
Gustavo abre la puerta. El aspecto de María Inés lo
alarma: varios kilos perdidos, despeinada, la cara sin maquillar. Gustavo
recuerda una descripción de Delphine DeVigan que lo impactó: un paquete
abollado. Acá estoy de nuevo informa
ella. ¿Y cómo estás? Asustada. ¿De qué? De mí contesta María Inés. ¿Qué te asusta de vos? Saber que soy capaz de cualquier cosa. Gustavo
se alarma. Contame qué pasó durante todo
este tiempo. Nada; ese es el problema; Gerardo hace de cuenta que nada pasó dice
María Inés y luego, en voz muy baja, añade pero
es como si yo llevara la muerte dentro. Gustavo decide ser imperativo. Explicame qué sentís. Gerardo mató a la que
yo era. Quizás es una buena noticia. ¿Qué intentás decirme? Cuando eras una
criatura tu abuelo te usaba para sus propios fines sin tener en cuenta qué
estabas sintiendo; ahora Gerardo te necesita para inventar una imagen y a él
tampoco parece interesarle cuál es el costo para vos; la gran diferencia es que
cuando eras una nena no encontraste otro recurso para sobrevivir que convertirte en un envase, congelando tus
propias necesidades; no podías escapar; ahora sos una adulta capaz de decidir
cómo quiere que sea su vida. María Inés esconde la cabeza entre las manos. Le conté a mi mamá lo que había pasado y que
me quería separar. ¿Cómo reaccionó? Me preguntó si Gerardo estaba de acuerdo;
le contesté que no; entonces me dijo que si íbamos a un divorcio controvertido
saltarían los motivos y que eso iba a perjudicar al estudio, a mí y a todos;
que aguantara hasta que consiguieran convencer a Gerardo. O sea que tu mamá, de
nuevo, te entregó. María Inés se endereza y lo mira con espanto, califica
Gustavo. ¡¿Qué me estás diciendo?! Gustavo
traga saliva, se juega el todo por el todo. Cuando
eras chiquita tu mamá te entregó a tu abuelo, desestimó tu llanto, tu
resistencia a quedarte en esa casa; quizá a ella le había sucedido lo mismo con
su padre cuando era pequeña; ella era la encargada de protegerte, no podía
hacer la vista gorda; ahora reacciona de la misma manera; lo único que le importa
es que nadie se entere, que el honor de la familia se salvé y vos sos, otra vez
la que tiene que pagar. María Inés se levanta, tambaleante. Me tengo que ir dice te veo el miércoles. Él la acompaña hasta
la puerta. Ella ni siquiera se despide.
Gustavo, apoyado sobre la puerta, piensa que María
Inés, de una manera o de otra, siempre logra alterarlo. Cierra un instante los
ojos y se acuerda de su hija. No quiere comunicarse con Cecilia por eso,
parado, teclea ¿Cómo está mi muñequita? Instantes
después lee Muy mal ¿cuándo venís? Cuando
se vaya tu madre, quisiera contestarle pero escribe: Lo más pronto que pueda. Muchos besos. ¿Corresponde que la llame a
Cecilia? Si hubiera pasado algo importante ella lo habría alertado. Mira el
reloj. No tuvo noticias de Joaquín.
¿Qué significa tu
presencia? le pregunta Gustavo a
Joaquín cuando lo ve instalado. El chico hace un gesto extraño con la boca. No te capto. ¿Tus padres saben que estás
aquí? Joaquín se calza una sonrisa burlona. Vos tampoco confiás en mí, yo sabía. Gustavo está por zafar con un
giro idiomático cuando el chico agrega si
estoy es porque me dejaron; en eso quedamos, ¿no? Tenés razón admite él una a cero. Una sonrisa de dientes blancos
afloja la ceñuda cara del chico. ¿Querés
contarme cómo se lo tomaron? propone Gustavo. No tengo ganas de hablar de ellos. De acuerdo, hablame de vos. Joaquín
lo mira, parece desconcertado. ¿Y qué
querés que te cuente? Por qué estás acá, por ejemplo. Ya te dije, me va mal en
el colegio. Sin embargo me aclaraste que esa era una preocupación de tus
padres; ¿cuál es la tuya? Siempre me fue mal en el colegio. Entonces sí te
preocupa. No me importan las notas y esas cosas, ya estoy acostumbrado a
llevarme materias, total ya estoy en cuarto y solo repetí una vez. ¿Y qué otra
cosa sí te importa? El chico se encoge de hombros, hace un gesto despectivo
con la boca. ¿Por qué creés que te va
mal? Mucho no estudio. ¿Cuándo estudias sacás buenas notas? Casi nunca. ¿A qué
lo atribuís? Es que yo no sirvo para nada responde Joaquín mientras monta
un dedo sobre otro, la vista en el piso. ¿Quién
dice eso? pregunta Gustavo. El chico
levanta la cabeza. Yo lo pienso contesta
al cabo de un rato. ¿Desde cuándo lo
pensás? Joaquín se encoge de hombros. Ni
idea. ¿Ni idea? Bah, desde siempre admite. Gustavo hace, adrede, un largo
silencio. Hasta que el chico lo mira. ¿Quién
te dice desde siempre que no servís para nada? Gustavo percibe que el
rostro del chico va sufriendo mínimas y paulatinas transformaciones. La boca se
arquea hacia abajo, los hombros caen. ¿Quién
decidió que no servís para nada? El chico calla. ¿Tu mamá? Joaquín niega. ¿Tu
papá? El pibe, los codos en las rodillas, esconde la cabeza entre las manos. Luego de varios minutos Gustavo lo convoca
Joaco, ¿querés tomar algo? El pibe se incorpora. No, gracias. Me gustaría que hiciéramos un
ejercicio. Joaquín lo mira con curiosidad. ¿De qué tipo? pregunta. Cerrá
los ojos indica Gustavo ahora tratá
de recordar alguna escena en que tu papá te diga que no servís para nada. El
chico aprieta los párpados con fuerza. Hoy
me retó porque rompí un vaso. ¿Qué te dijo? Eso, me retó. ¿Cuáles fueron sus
exactas palabras? No me acuerdo. Hacé un esfuerzo. El chico permanece en
silencio un largo rato. Joaco, ¿qué te
dijo tu papá? pregunta Gustavo con dulzura. ¡Tan pelotudo como siempre! grita el pibe, abre los ojos y lo mira ¿ahora estás contento?, ¿a vos también te gusta hacerme sentir mal?
¿Estaban solos? continúa Gustavo desestimando los comentarios. No, con mi mamá. ¿Ella no dijo nada? No, mi
mamá nunca me insulta, mi mamá es una masa. Gustavo se queda reflexionando.
O sea que tu mamá no te defendió. Joaco
se endereza en el sillón. ¿Cómo? Tu mamá
permite que tu papá te maltrate. ¡Mi papá ni me tocó! se defiende el chico.
Cuando tu papá te pega, ¿tu mamá te
defiende? Joaquín se agarra la cabeza con ambas manos. Es que mi papá es imparable. ¿Tu papá es violento con vos? Es raro que
me pegue pero cosas, sí que me dice. ¿A tu mamá también la maltrata? ¡No!,
jamás le grita, a ella la ama. ¿Y a vos? Joaquín permanece con el rostro
oculto durante varios minutos Luego se descubre, fija los ojos en Gustavo y en
voz bajísima dice no lo sé. Gustavo contiene
el fuerte impulso de abrazarlo. El chico se levanta. Se me hace tarde informa y deja el dinero sobre la mesa. ¿Querés que vuelva el miércoles? pregunta
ya en la puerta. Por supuesto
contesta Gustavo tengo muchas ganas agrega mientras le oprime el brazo. Los ojos del chico se llenan de
lágrimas.
Gustavo está desolado. Nunca le dije pelotudo a Nacho,
piensa, tratando de entenderse. Sin embargo no logra serenarse. Se asoma al
balcón. Refrescó mucho. Se aprieta los
brazos con ambas manos. Un auto estaciona justo enfrente. Daniela se baja. Qué
raro, piensa él, siempre llega caminando. Ve, entonces, que del coche también
desciende un hombre. Cierra la puerta y se dispone a recibirlos.
Este es Ariel indica Daniela desde el palier. Adelante, mucho gusto le tiende la mano Gustavo. Es un muchacho
delgado, apenas más alto que ella, de facciones delicadas y ojos claros.
Gustavo recuerda la foto de Lucas. Sí, el chiquito se parece mucho al padre.
Daniela se ubica y le hace un gesto al marido. Él se sienta a su lado. Parece
cohibido. Gustavo sonríe y le pregunta ¿cómo estás? Daniela me pidió que viniera. ¿Vos querías venir? Ariel echa una rápida mirada a su mujer y luego
mira a Gustavo. No mucho contesta
sonriendo. ¿Entonces por qué estás aquí? Dani
nunca me pide nada; si lo hizo será porque es importante para ella. ¿Te explicó
por qué? Ariel niega con la
cabeza. Daniela, me gustaría que le
comentaras a tu marido lo que estuvimos charlando la sesión pasada. Mejor no dice
ella creo que no fue una buena idea que
Ariel viniera. Pero ya estoy aquí, qué precisás de mí. Daniela se retuerce
las manos. ¿Me vas a contar de una vez
por todas? No puedo contesta ella mirando el piso. Entonces me voy dice Ariel levantándose tuve que pedir permiso en el trabajo para venir. Daniela no emite
sonido. Gustavo se incorpora y lo acompaña hasta la puerta. Perdoname pide el muchacho me saca cuando se congela. Gustavo le
tiende la mano, sonriendo. Cuando vos
quieras podés acompañarla le sugiere, resaltando el vos. Cierra la puerta y regresa al consultorio. Daniela sigue en la
misma posición. Gustavo recuerda las palabras del marido. Sí, está congelada. ¿Qué te paso? le pregunta, luego de un
rato. Usted pensará que soy idiota.
Pienso que estás aterrada la corrige él. Ella se abraza a sí misma. Daniela, ¿de qué tenés tanto miedo? Luego
de un largo silencio ella contesta no sé
y comienza a sollozar. Gustavo siente
un fuerte impacto. Pierde la noción del tiempo. Algo trascendental está
operando dentro de él. Cuando vuelve en sí, ella lo está mirando, ya calmada.
Parece extrañada. Todo lo que hemos hecho
hasta el momento son emparches dice Gustavo te propongo que empecemos de nuevo, de otra manera; que indaguemos en
tu infancia con detalle y profundidad; solo así podrás conocerte; si no,
seguiremos a ciegas la mira con intensidad ¿estás dispuesta?, no va a ser fácil. Ella, desencajada, asiente
con la cabeza.
Gustavo se recuesta sobre la puerta cerrada. Hoy ha
sido un día importante, piensa. Está tratando de recordar en detalle las
sesiones cuando vibra el celular. Mensaje de Cecilia. Llamame en cuanto puedas. Me había olvidado de mi hija, se reta. No
tiene ganas de hablar con Cecilia. Sin embargo, obedece al instante. ¿Qué pasó? La nena no sigue bien volvió a
vomitar. Gustavo controla el reloj. Voy
a terapia, cerca de las nueve estoy en casa y decidimos qué hacer. Cuando
cuelga descubre que hace unos meses Cecilia hubiera actuado por las suyas sin
consultarle. El peso de su actual responsabilidad lo aplasta.
Gustavo se deja caer sobre el diván. ¿Qué si se
acostara? Cerrar los ojos y que el mundo se detuviera. ¿Cansado? pregunta Ana María. Es
más que eso contesta él estoy…desarmado.
Interesante adjetivo; explíqueme, por favor. Gustavo se reacomoda. Logré que Joaquín, mi paciente nuevo, me transmitiera las palabras
exactas que su padre le dijo: ¨tan pelotudo como siempre¨; cuando lo escuché, algo
fuerte me pasó; lo primero que pensé fue en Nacho; me pregunté si alguna vez lo
había insultado. ¿Y qué se contestó? Quizás por dentro pero jamás lo verbalicé.
¿Y su padre? Gustavo la mira, las cejas levantadas. No la entiendo. Le estoy preguntando si alguna vez su propio padre lo
insultó. La sonrisa de Gustavo es solo una mueca. No expresamente, que yo recuerde. ¿Y por dentro? Creo que al menos una
vez por día piensa que soy un pelotudo confiesa Gustavo y la estantería que
durante la tarde sintió que se removía, ahora, definitivamente, cae sobre él. ¿Usted se siente un pelotudo? Ya sé que no
lo soy pero cada vez que mi padre no
queda conforme con alguna tarea que me haya encargado, me siento así, o al
menos, tengo la certeza de que él lo está pensando. Se instala un largo silencio. Gustavo
está seguro de que es a Ana María a quien le corresponde hablar por eso la mira
y espera. Hasta que finalmente llega la estocada. Entonces, ¿por qué sigue trabajando para su padre? Yo no trabajo para
él se defiende Gustavo trabajo en la
fábrica. ¿Son socios? Él niega con la cabeza. ¿Quién le paga? Gustavo calla.
En consecuencia, usted es empleado
de su padre. Gustavo experimenta una repentina ira. Le gustaría pegarle,
desarmarle su sonrisa de estrella de cine. Trata de encontrar un argumento que
le demuestre que está equivocada, que la pelotuda es ella. Como no lo encuentra
admite tiene razón, soy un pelotudo que a
los treinta y cinco años sigue dependiendo de su padre. ¿Considera que no tiene
otra posibilidad? Antes de que naciera Nacho trabajaba desgravando clases;
obvio que eso no era suficiente para mantener una familia. O sea que supone que
Nacho, que le fue impuesto por Cecilia, es el responsable de su falta de
autonomía, que no está mal en sí misma, en tanto no le originara conflicto,
cosa que, acabamos de comprobar, sí le sucede. Gustavo calla. Crece la
bronca hacia su mujer. Mi exmujer, se corrige. Comprendo perfectamente que en la situación de emergencia el trabajo en
la fábrica haya parecido la única salida; lo que no tengo tan claro es por qué,
catorce años después, sigue allí. Gustavo siente un mazazo. Una vergüenza
profunda. Busca argumentos que va descartando de a uno. Porque soy un pelotudo admite al fin. Al final su padre tenía razón dice ella, se incorpora y decreta es todo por hoy. Gustavo cree que no
logrará incorporarse. Inspira profundamente y se para. Ya en la calle, repara en
que no se despidió. Después de la
humillación a la que acaba de someterme ella no merece mi mano, piensa. Y luego
se corrige: mi mano no la merece a ella. Sale. En la esquina busca el celular y
escribe: Estoy yendo para allá.
Mientras sube en el ascensor piensa que Martina lo ha
entrampado. Imagina la cena de a cuatro y se revuelve de rabia. En cuanto abre
la puerta, Cecilia se acerca. Ya lo mandé
a Nacho a lo de Tomás; te preparé un
sándwich, anda comiendo mientras levanto a la nena. A Gustavo lo sorprende
el silencio de su casa. Ni Lacán se acercó a saludarlo. Obediente, se lava las
manos y, de parado en la cocina, come el sándwich. De pollo. Riquísimo, tiene
que reconocer a su pesar. ¿Podés venir? lo
llama Cecilia desde el dormitorio de Martina. Alzala, por favor, no la puedo despertar y para mí es muy pesada. Gustavo
mira la nena y se asusta. Está amarilla dice.
Sí, ya sé. Gustavo observa que
Cecilia mete ropa en un bolso. Por las
dudas explica al notar su mirada. Él carga a la nena. Estoy muy mal, papi. A Gustavo no le cabe la culpa en el cuerpo.
Cecilia se sienta atrás. La cabeza de Martina sobre su
falda. ¿Cuándo se puso tan mal? pregunta
él mirando el espejo retrovisor. Cuando te avisé; antes lo había llamado a Grieco pero me dijo que estaba en una
conferencia y que igual era mejor que la llevara a la clínica porque habrá que
hacerle análisis; hice mal en esperarte, me tendría que haber tomado un taxi, no sé qué me pasó. Quedate tranquila
dice él actuaste como debías dice
él y piensa cómo se las habría arreglado si le hubiera tocaba estando solo.
Por suerte los atiende el mismo médico. Veinticuatro horas de guardia les
explica. Escucha con atención el reporte de Cecilia mientras revisa a la nena. ¿Orinó? le pregunta. Cecilia se queda
pensando. Ahora que me dice, desde que
llegamos a casa no fue al baño, al menos que yo la haya visto; Martina,
¿hiciste pis? No sé, no me acuerdo. Le vamos a hacer una ecografía abdominal y
habrá que sacarle sangre. ¡No quiero! dice la nena. Nunca le sacaron explica Cecilia. Siempre hay una primera vez dice el hombre y dirigiéndose a la nena
intenta tranquilizarla ni te vas a dar
cuenta. A los pocos entra una
enfermera. Gustavo se sienta con la nena en brazos. Recién al tercer pinchazo, la mujer logra sacarle sangre. Martina llora
mansamente. Golpean la puerta. Es Grieco. Gustavo suspira de alivio.
Una hora después la nena duerme en una camilla en un
box de la sala de guardia. Cecilia y Gustavo están sentados, uno a cada lado.
Grieco entra y les hace una seña. Ambos salen. Ya están los resultados informa
Grieco con una voz que Gustavo desconoce se
quedará internada. ¿Qué tiene? pregunta Cecilia. Síndrome urémico hemolítico. Eso es grave, ¿no? dice ella. Sí contesta Grieco quizás haya que dializarla. Cecilia se tambalea. Grieco la
sostiene. Cuando el médico se aleja, Cecilia comienza a sollozar. Gustavo la
abraza.
Miércoles 28 de
noviembre
Gustavo llega a la clínica, después de dejar a Nacho
en el colegio, cerca de las ocho. Solo un
minuto, es una excepción concede la enfermera luego de muchos ruegos. Gustavo
se lava las manos y entra. Está agitado. Papi,
sacame de acá pide Martina rodeada de tubos. No puedo, muñequita, todavía no, ya falta menos promete Gustavo
clavándose las uñas en la palma de la mano. Porfi.
Él le acaricia la cabeza. No quiere seguir mintiéndole. Una enfermera
entra. Le pido que se retire indica. Gustavo
sale. Cecilia sigue parada, apoyada contra la pared. Ya me echaron cuenta él. Son inflexibles dice ella y agrega voy a tomar un café. Te acompaño propone
él yo tampoco desayuné. En el bar de
la clínica piden café con leche y medialunas. ¿Lo viste a Grieco? pregunta Gustavo. Sí, pasó a las once de la noche; gracias a él me permitieron entrar un
rato. ¿Qué dijo? Quiere sacarla de terapia, sabés cómo es él, dice que es muy
contraproducente para el estado emocional de Martina; que la nena, tanto como
el suero precisa a sus papás; me comentó que si yo estaba de acuerdo, él asumía
los riesgos de pasarla a una habitación. ¿Qué le dijiste? Que tenía que charlarlo con vos. ¿Por qué no me
llamaste? No quise despertarte, total sería luego del parte del mediodía; ¿vos
que pensás? Gustavo se toma unos segundos. Grieco nunca pondría a la nena en peligro. Dijo que lo llamáramos en
cuanto tomáramos una decisión informa Cecilia. Él la observa: está ojerosa,
desencajada. ¿Pudiste dormir algo? No;
todo el tiempo pensaba en el absurdo de que yo estuviera sentada de este lado y
del otro, la nena, muerta de miedo, sola. Esperemos que esta noche ya esté en
una pieza. Desayunan en silencio. Con el último trago Gustavo le pregunta ¿cómo estás? Rota. Él le oprime las
manos. A veces pienso que todo esto es
culpa mía dice Cecilia. No digas
tonterías. Los ojos de ella se llenan de lágrimas. ¿Cómo va todo? pregunta Santiago. Gustavo se sobresalta y suelta
las manos de Cecilia. Santiago la besa y se sienta. Bajo informa ella. Andá, no
más, yo me quedo, total hasta el mediodía no nos dejarán verla ofrece
Gustavo cualquier cosa te aviso. Entonces pasaré por el trabajo hace una
semana que no aparezco. Santiago llama al mozo, espera a que Cecilia se
aleje y pregunta ¿qué novedades? A lo
mejor la pasan a sala; recién estuve con ella cinco minutos; es insoportable
verla así; ya dura una semana este calvario; no sé para cuánto más tendrá,
pobre criatura. Santiago toma un café mientras Gustavo sigue hablando sobre
la nena. Apoya la taza sobre la mesa y pregunta ¿cómo van las cosas con Cecilia? Qué decirte; es una excelente madre.
Sí, eso ya lo sabemos, te estoy preguntando cómo te resulta pasar tantas horas
con ella. No sé, no tengo energía para analizarlo. ¿Cómo te arreglás con el
trabajo? Los primeros días no aparecí; desde que está en terapia voy un rato a
la mañana y otro a la tarde, igual no me dejan entrar; mi viejo se portó muy
bien, vino varias veces a ver a Martina. ¿Y el consultorio? Hoy tengo; ya
arreglé con Cecilia que me quedo aquí hasta la una y media y después me
reemplaza ella. ¿Natalia? Hace una semana que no la veo; me llama a cada rato,
para preguntarme por la nena, pero no me presiona; es una mina de oro; justo
hoy empiezo con una paciente que ella me derivó; qué mal momento para tenerme
como terapeuta. Santiago le palmea la espalda. Vos sos bueno hasta dormido. Gustavo,
por primera vez en la mañana, sonríe.
Gustavo está recostado contra la pared. Recién son las
diez. Dos veces pidió ver a la nena y dos veces se lo negaron. Hijos de puta,
piensa, se creen los dueños del poder. Abre el libro que descansa en su falda.
Laura Gutman. El puerperio y otro
misterios del alma femenina. Se lo pasó Natalia. Me lo pasó con la
correspondiente paciente, aclara. Mientras sigue leyendo reconfirma su
movimiento interno. Todo arranca de la infancia. Todo se construye allí. Inútil
intentar arreglar la terraza sin conocer los materiales de las bases. Sin
embargo, cuando él intentó remover las estructuras, sus pacientes se defendieron
como pez con anzuelo en la boca. Pero
ahora él está decidido. Ya no se le van a escapar. Hola, hijo lo sorprende la voz de su madre antes que su beso en la
mejilla ¿cómo está mi princesa?
Gustavo experimenta un profundo alivio. Parece
que mejor, con un poco de suerte esta tarde la pasan a una habitación
contesta. ¡Gracias a Dios! exclama su
madre rogué tanto por ella. Gracias a
Grieco quisiera corregirlo él, repentinamente irritado. Así es con mamá, evalúa,
del amor al odio sin escalas. ¿Puedo
verla? No todavía, acompañame a tomar un café sugiere intentando
relajarse. Suben en el ascensor. Ella no
para de hablar. Gustavo se arrepiente de su propuesta. Prefiero un té indica ya sentados tengo el estómago dado vuelta. Gustavo recuerda que, desde niño, a
su madre siempre le dolió el estómago en situaciones críticas. Allá ella, no
está en condiciones de ocuparse de alguien más. ¿Cecilia? Se fue un rato a trabajar. Ustedes están separados, ¿no?
¡Mamá!, ¿qué película te armaste ahora? Nadie quiere contarme nada, tus hijos
son tumbas, se creen que soy idiota; desde que Cecilia regresó todos me eluden;
si no hubiera sido por la enfermedad de la nena, no habría conseguido verlos. Gustavo
recién repara en que nunca le dio instrucciones a los chicos con respecto a la
información a la abuela. No hizo falta, por lo visto. ¿No confiás en tu propia madre? Estamos temporalmente distanciados admite
él, ¿para qué seguir ocultándolo? pero ahora
lo único que tiene que importarnos es Martina. A lo mejor la nena está tratando
de juntarlos dictamina su madre. Gustavo recibe el impacto. Vos siempre fabulando, mamá. Ella ladea
la boca y agita la cabeza. Vayamos
bajando indica él Grieco debe estar por
llegar.
A las doce menos cinco la sala de espera es un
hervidero de gente. Cuando llega su turno, Gustavo entra. Hola, papi hace un esfuerzo por sonreír Martina ¿cuándo me vas a sacar de acá? Dijo el
doctor Grieco que tratará de que sea pronto contesta él acariciándole el
cabello. Sí, a mí también me dijo pero
escuché que estaban esperando la autorización del padre, ¿vos no querés que yo
me vaya? ¡Cómo decís eso, muñeca, es que todavía yo no había llegado! ¿Te
habías ido y me habías dejado sola acá? No, cómo te iba a dejar sola, mami
estaba afuera. ¡Es que yo quiero que estén los dos! Pero a veces tengo que ir
al trabajo, me tengo que ocupar de Nacho. ¿Por qué no viene a verme?, ¿está
enojado? No dejan entrar a los chicos. ¡Pero él ya es grande! En cuanto te
pasen a una habitación va a venir a visitarte. Decile que lo traiga a Lacán;
ahora ándate, que me contó mamá que están esperando la tía y las abuelas y
cuando suena el timbre se acaba todo. Gustavo aparta la sonda y la abraza
con cuidado. Está tan flaquita que siente cada uno de sus huesos.
Finalmente les dan el parte. Todos los parámetros
están un poco mejor. La pasaran a una habitación a la nochecita. ¿Habrá que dializarla de nuevo? pregunta
Cecilia. Veremos cómo evoluciona en las
próximas veinticuatro horas, pero es probable. Gustavo siente que Cecilia
se oprime contra él. La agarra del hombro. ¿Y a mí quién me sostiene?, piensa. Levanta la vista. Entre el gentío
descubre a Santiago.
Llega al consultorio dos menos cuarto. Solo un rato
para prepararse. Le parece increíble que solo haya transcurrido una semana
desde la última vez. El celular suena. ¿Cómo
está Marti? pregunta Nacho. Mejor, hijo,
creo que a la noche la pasan a una habitación; me dijo que quería verte. ¿De
veras?, ¡se nota que está enferma!, ¿cómo hago para ir? Arreglo con tu mamá y
te aviso; ah, me pidió que le llevaras a Lacán. ¡Loca como siempre la Marti! Gustavo cuelga con una sonrisa.
No parece una puérpera, decide Gustavo cuando la ve
entrar. Una linda mujer, maquillada, bien vestida, casi en línea. Gustavo le
indica el camino hacia el consultorio y le señala el diván. ¿Me siento? pregunta ella. Él hace un
gesto afirmativo. Se ubica y busca la ficha, aún en blanco. ¿Mariana? Sí, Mariana Nuñez; Nuñez de soltera, Salaberry de casada. ¿Cuántos años
tenés? Treinta y ocho. Gustavo anota dirección, teléfono y otras
formalidades. ¿A qué te dedicás? Soy odontóloga.
¿Qué te trae por aquí? pregunta él, depositando la ficha sobre la mesita. Últimamente no me siento muy bien, el médico
me sugirió que viniera, bueno, no aquí en particular, que hiciera terapia. ¿A
qué te referís con últimamente? Hace dos meses. ¿Qué pasó hace dos meses? Nació
Benicio, mi hijo. O sea que estás mal desde que nació tu hijo. Así parece dice
ella. ¿Es el primero? Sí, me costó mucho
conseguirlo, antes perdí dos bebés. ¿Por qué? pregunta él. Ella lo mira
sorprendida. No sé, ¿pensás que yo tuve
la culpa? Ahora es Gustavo el sorprendido. ¿Te sentís culpable? Mariana calla. ¿Alguien te hizo sentir culpable? No, claro, bueno, tal vez, mi madre me retaba porque opinaba que yo
trabajaba demasiado. ¿De cuántos meses los perdiste? El primero de cuatro meses;
el segundo, de cinco,. ¿Te habían recomendado reposo? Con el segundo, sí;
trabajaba desde casa; me pasé cinco meses encerrada, inútilmente; por eso,
cuando me embaracé de vuelta, decidí hacer vida normal; si el bebé era
suficientemente fuerte iba a sobrevivir, y así fue; mamá estaba horrorizada de
que yo trabajara como siempre, pero parece que fue el antídoto, porque aquí
está Benicio; y de que es fuerte no tengo ninguna duda. ¿Por qué lo decís?
Primero porque sobrevivió a mi ritmo y después porque lucha cada instante de su
vida. ¿Cómo es eso? Está dispuesto a arrasar con todo y con todos para obtener
lo que quiere. ¿Y qué creés vos que quiere? Leche y brazos, supongo. ¿Y eso
está mal? cuestiona Gustavo. Ella lo mira, parece desconcertada. No en
sí mismo, pero es mucho. Nadie pide lo que no necesita comenta Gustavo
recordando las palabras de la Gutman. ¿Y
lo que necesito yo? lo enfrenta ella. Los
adultos aprendimos a esperar, los recién nacidos, no; son puro deseo. Seré una
mala madre entonces. No estoy aquí para juzgarte sino para intentar que veas
las cosas como realmente son. Porque vos sos clarividente comenta ella con una sonrisa despectiva. Tengo más posibilidades porque estoy fuera
de la escena; ¿querés un vaso de agua? busca Gustavo distenderla. ¿Con quién dejaste al bebé? Con mi mamá.
Hablame de ella propone él. No me
entendiste, tengo problemas con mi hijo no con mi madre. Sin embargo comentaste
que te reprochaba tu compromiso con el trabajo. Ella siempre está lista para
reprochar. Mariana echa la cabeza hacia atrás y ríe. Me hiciste caer en la trampa; es cierto, no me llevo bien con mi madre.
¿Desde cuándo? Desde la adolescencia, antes me tragaba todo. ¿Fuiste una nena
gordita? Ella arquea las cejas. ¿Cómo
sabés?, de todos modos no tengo tiempo de dedicarle a mi infancia, tengo
problemas que urgen. Gustavo se sirve otro vaso de agua mientras
reflexiona. Luego de un rato dice mirá, Mariana,
la maternidad remueve la propia infancia; ante las demandas de un niño
recrudecen las propias demandas que quedaron insatisfechas; es muy difícil dar
lo que no se recibió. ¿Entonces? Te propongo que durante esta semana pienses si
estás dispuesta a remover tus cimientos; solo así tendrá sentido este espacio.
¿Y si no? Esperaremos hasta que estés preparada para hacerlo. ¡Mientras tanto
mi hijo me enloquece llorando! Si tu hijo no llorara, no estarías aquí;
escuchalo. Gustavo se incorpora. Espero
tu llamado. Ella tarda en pararse. En la puerta él le tiende la mano. Ella
le da un fugaz beso en la mejilla.
Gustavo está desconcertado. Se siente como un
ventrílocuo. Alguien habló por su boca. Martina me hizo tocar fondo, piensa, cuando
se percibe el roce de la muerte, no hay permiso para perder el tiempo. La llama
a Cecilia. Todavía no hay novedades del traslado. Cuando le llega un mensaje de
Natalia, repite la información. ¿Está
fuera de peligro? pregunta ella. No sabe qué contestarle. Él, al menos,
está en peligro. Y eso que, ni aun cuando hasta Grieco decía que había que
esperar, se había dado la posibilidad de pensar qué pasaría si Martina no
estuviera. El timbre. Camilo. Piensa en los padres del chico desde las
vísceras.
Yo tenía razón, sos lo
más inicia Camilo la sesión. ¿Por qué lo decís? pregunta Gustavo, sonriendo. Resultó y ante el gesto interrogativo de
Gustavo agrega la vi a Sofía; fui a
explicarle matemática a Leo y estaba; merendamos los tres juntos; quedé en
volver mañana. ¿Cómo te sentiste? Qué sé yo, más que nada nervioso, no sabía
qué decirle. Eso es raro viniendo de vos. ¿Cómo? Por lo que me contaste te
eligieron delegado del curso porque sos el que mejor habla. Hablar con la
cabeza es fácil. Es muy interesante lo que dijiste, tratá de explicármelo mejor.
El chico se encoge de hombros. Vos sabés,
es fácil hablar de lo que uno sabe o de lo que uno ve. ¿Y qué es difícil?
Hablar desde adentro. Gustavo carraspea. ¿Te resulta difícil hablar desde adentro solo con Sofía? No sé, antes
no lo pensé. ¿Nunca le contaste a un amigo cómo te sentías? Creo que no. ¿Y a tus
padres? Menos que menos. ¿Por qué? El chico lo mira, parece desconcertado.
Luego de un rato dice ellos tampoco me
cuentan cómo se sienten. Aquí los tres han hablado de sus sentimientos. ¡Porque
vos nos obligaste!; cuando volvemos a casa es como si nada hubiera pasado. Creo
que no es tan así; a partir de todo lo que salió a luz aquí, hubo movimientos
importantes en tu familia. Sí, ya sé, pero si vos no estás yo no puedo decirles
lo que siento, ni siquiera me doy cuenta de que lo siento, y vos no podés estar
siempre, entonces a lo mejor no sirve para nada venir acá. Gustavo piensa
que no está en condiciones de soportar que Camilo se vaya, Él sí que no. ¿Qué te gustaría poder decirles a tus papás?
pregunta. Camilo juega con los dedos mientras piensa. Que yo no soy tan bueno como ellos piensan. ¿Cómo es eso? inquiere
Gustavo, profundamente interesado. Ellos
siempre me alaban ante los demás, que si soy inteligente, que si soy bueno, que
si soy maduro; y yo sé que los estoy engañando. ¿Por qué? Porque adentro no soy
así. ¿Cómo sos adentro? Tengo algo que me empuja y que quiere salir. ¿Y qué te
parece que es eso? A veces, cuando me
hace enojar, Luciana dice que tengo las orejas coloradas, entonces me voy y me
quedo solo porque tengo miedo de explotar. ¿Qué es lo que te da tanta rabia?
¡Que yo siempre tenga que ser el bueno! ¿Y quién te dice que tenés que ser el
bueno? Nadie, pero yo lo sé. ¿Por qué eso es lo que esperan de vos? Camilo
asiente con la cabeza, la vista baja. ¿Qué
podría pasar si alguna vez te cansás de parecer bueno? No sé. ¿No te van a
querer más? ¡Basta! las orejas de Camilo se encienden ¡yo te estaba contando de Sofía
y vos me hacés decir boludeces!, ¡sos un pelotudo!, ¡y encima te pagan!, ¡yo no
voy a venir más! Camilo busca las muletas, se para y se dirige a la
ventana. Queda de espaldas a Gustavo, la frente apoyada contra el vidrio.
Gustavo pierde la noción del tiempo. Hasta que suena el portero eléctrico. El
chico no parece registrarlo. Gustavo se incorpora y se acerca a él. Le toca el
hombro. Camilo lo convoca. El chico
da vuelta la cara, bañada en lágrimas. ¿Querés
que le avise a tu papá que bajás dentro de un rato? propone Gustavo. Camilo
niega con la cabeza, se seca la cara
contra el brazo y busca su mochila. Ya ante la puerta abierta el chico pregunta
¿puedo volver? Gustavo, a su vez, le
pregunta ¿por qué no habrías de poder
volver? Los ojos del chico, de nuevo, se empañan.
Gustavo siente el pecho oprimido. Se dirige al
consultorio y apoya la frente en la ventana, ¿Cómo hacer para saber ayudar? Controla
el celular, en vibrador. Mensaje de Cecilia. Llamame urgente. La opresión de Gustavo recrudece. ¿Qué pasó? pregunta agitado. Hasta que vos no firmés también la
autorización no pueden pasarla a sala. Él inspira hondo. Voy en cuanto pueda informa. Manda
mensajes a Joaquín y Daniela. Se me
presento una emergencia, no sé si podré atenderte; te aviso en cuanto tenga la
certeza. Recibe enseguida un oki y
minutos después gracias por avisarme, espero
que no sea nada serio. Suena el portero.
María Inés está aún más delgada aunque esta vez se
arregló. Gustavo la hace pasar al escriotrio pero la detiene, tomándola suavemente
del brazo, cuando ella se dirige al
consultorio. Tuve un imprevisto, hoy no
podré atenderte. ¿Y yo qué? dice ella bajando los brazos. Gustavo duda, ¿y
si va a la clínica media hora más tarde? Lo
siento mucho, mi hija está internada necesita
justificarse acaban de avisarme que tengo que ir, ya. Ella se encoge de
hombros. No sé si aguantaré hasta la
semana próxima informa sin ninguna inflexión en la voz. Si querés, podemos vernos mañana propone
él, allá la fábrica, allá su padre. Los ojos de ella se animan. ¿A qué hora? Cuando a vos te venga bien. Ella
dice a la mañana. ¿A las ocho? pregunta
él. Dale dice ella. Está frente a la
puerta del ascensor cuando se da vuelta. Quedate
tranquilo y ocupate de tu hija, te
veo el próximo miércoles, voy a estar bien. Gustavo inspira profundamente. Gracias dice y luego añade cualquier cosa me llamás.
Gustavo corre hasta el auto. Quince minutos después no
sabe ni cómo, está entrando a la clínica. Qué
suerte que viniste lo recibe Cecilia si
no le daban el alta de terapia antes de las cinco, lo dejaban para mañana;
vení, te acompaño adonde tenés que firmar. Bajan solos en el ascensor.
Ambos mirando hacia adelante. Él, sin darse cuenta, apoya la mano sobre el
hombro de Cecilia. Ella, sin darse vuelta, toma esa mano con su propia mano.
Gustavo cierra los ojos.
Papi, ¡me liberaste! lo recibe la nena, ya en su habitación. No fui yo, muñeca dice él mientras la
abraza con precaución porque sigue la madeja de tubos. Sí, no podía salir porque vos no querías. ¿Quién te dijo ese disparate?
Yo lo oí, no querías firmar. Gustavo se sienta en la cama. No es así, estaba trabajando; vine en cuanto
mami me avisó. ¿Y Nacho? Ahora le voy a avisar a la abuela Isabel que lo
traiga. ¿Por qué no lo traés vos? Me tengo que ir al consultorio. ¡No! Te
prometo que vuelvo rapidito decide él mientras la besa. ¿Y con quién me quedo? Con mami, fue a
buscarse un café, ya viene. Confirmando sus palabras la puerta se abre. La
carita de la nena se ilumina. ¡Mi mami
querida!
En el ascensor Gustavo teclea: Te espero en el consultorio, como siempre. De acuerdo contesta
Daniela cuando él está subiendo al auto. Antes de arrancar escribe: recién me
desocupo, Joaco, perdóname. Te veo el miércoles. Llamame cuando quieras.
Gustavo lo lamenta tanto. Este chico no está para padecer más desamores. Pero
mi hija está primero, intenta aliviar su conciencia. Pone el auto en marcha. La
vio más animada a Martina. Pronto estará de diez, se promete.
Cuando llega, agitado, se encuentra a Daniela en la
entrada. Perdóneme, llegué antes se
disculpa ella. Perdoname vos por las idas
y venidas dice él mientras abre el ascensor. Ambos se sientan. Espero que todo esté bien dice ella. Él
duda. ¿Corresponde dar información? Tengo
a mi hija internada. ¿Algo grave? Esperemos que no. Lo lamento dice ella de veras, no me imaginaba que tuviera hijos.
¿Por qué no? No sé, es raro imaginarle una vida fuera de estas cuatro paredes. A
él ya se le ha ocurrido una pregunta cuando recuerda la propuesta de la semana
pasada: desde el principio, a fondo. ¿A
qué se dedican tus padres? averigua. Daniela lo mira, los ojos de par en
par. ¿Por qué me pregunta eso? Vamos a
tratar de averiguar juntos de quiénes venís. Yo ya conozco mi historia. ¿Cómo la
conociste? Daniela se queda pensando. No
sé, supongo que a través de mamá. O sea que lo que sabés es lo que tu madre te
contó. Claro reconoce ella. Retomemos
mi pregunta, ¿qué hacen tus papás? Mi mamá está jubilada y papá es electricista.
¿De qué trabajaba tu mamá? Era
enfermera. ¿Con quién te quedabas cuando tu mamá trabajaba? Daniela se
queda mirándolo. No sé, nunca lo pensé. A
lo mejor te quedabas con una abuela, o con una tía. Daniela agita la
cabeza. Quizá te quedabas sola. Como
tocada por un rayo, Daniela se abraza con ambas manos. ¡Mi mamá nunca me hubiera dejado sola! De acuerdo, no. Gustavo le
ofrece agua. Daniela la rechaza. Él toma. El
otro día comentaste que cuando tu mamá trabajaba los sábados, te dejaba con tu
papá. Solo sé que me dejó esa vez. ¿Y con quién creés que te dejaba el resto de
los sábados? Otra vez con lo mismo, no sé. ¿Desde cuándo era alcohólico tu
padre? Ya le dije, poco después de que se casaron. Entonces, cuando tu mamá te
dejó con él, sabía que te estaba dejando con un hombre alcohólico; seguramente
eligió pensar que no te iba a pasar nada porque ella necesitaba ir a trabajar.
¿Adónde quiere llegar? A que ese miedo que te asaltó aquí el otro día, ese
miedo que tu marido dice que te congela, el mismo que te incapacitó el día que
se accidentó Lucas, el que te impedía dejar a tu hijo con Ariel quizá provenía
de esas largas horas que pasabas con un hombre que no se podía hacer cargo de
vos, de ese padre del cual tu madre no pudo protegerte. Las lágrimas
avanzan por las mejillas de Daniela, silenciosas. ¡Ella no tenía la culpa! No estoy juzgando a tu mamá, solo estoy
tratando de que juntos podamos reconstruir cómo te sentías. Tu papá, ¿alguna
vez le pegó a tu mamá? ¡No!, ¡a ella no le pegaba! ¿Y a quién si no?, ¿a vos?
¡No! Daniela solloza papá no me pegaba. Gustavo calla y la
deja llorar. Una inmensidad después informa ya
es la hora, te veo el próximo miércoles. Daniela se incorpora, trastabilla
y se agarra del brazo de él. Gustavo le oprime la mano.
Gustavo cierra tras Daniela. Se siente profundamente
culpable Estoy experimentando, reconoce, y lo estoy haciendo a costa del sufrimiento
ajeno. ¿Es necesario remover tanto dolor? Porque al mismo tiempo, tiene clara
conciencia de que ese dolor no lo inventó él, ese dolor ya existía. Se sienta
en el diván y se agarra la cabeza. Le duele. Busca el celular. ¿Cómo está la nena? Animada contesta
Cecilia llegaron Nacho y tu mamá. Entonces
voy a terapia y paso luego, mandale un beso, no te preocupes que esta noche me
quedo yo. No es eso lo que me preocupa. ¿Pasó algo? Después hablamos.
Gustavo decide que pasará por lo de Ana María solo un rato, no le avisó. Igual
es de camino. Agarra las llaves y apaga la luz.
Mi hija está internada cuenta ni bien se sienta. La sonrisa de Ana María se
desvanece. ¿Qué pasó? Síndrome urémico
hemolítico; desde el miércoles pasado en terapia intensiva, recién hace unas
horas la pasaron a una habitación. ¿Ya está fuera de peligro? repite Ana
María las palabras de Natalia. Gustavo se da cuenta de que la sola mención del
síndrome alarma a todos. Claro responde
si no seguiría en terapia. ¿Cómo atravesó
usted todos estos días? Bien, fuerte, alguien tenía que estar fuerte; la nena
estaba aterrada y, en un primer momento, Cecilia se me desmoronó. Se le desmoronó repite ella, con
intención. Demasiadas cosas estos días.
De las cuales, seguramente, Cecilia no es la menor. ¿Sabe lo que fue tenerla al
lado durante toda esta semana? No. Él la mira, irritado. Considerando, en cada instante, si
correspondía abrazarla o no. Otra presión que se impuso; Cecilia, en esos
instantes, era la madre de su hija, tan desesperada como usted, pero
permitiéndose demostrarlo; más que eso, permitiéndose reconocer la gravedad de
la situación; ¿usted sabe que es una patología severa? Sí, pero ya pasó. ¿En
algún momento contempló la posibilidad de que su hija pudiera morir? ¿Qué es lo
que está buscando, Ana María? A usted, que quedó replegado dentro de su
caparazón. Gustavo se siente injustamente atacado. Pero luego se le impone
la imagen de Daniela. Es cierto, él tampoco se anima a sentir. Tiene miedo.
Tiene terror. Terror de que su hija se muera. Él no vino aquí para sufrir más.
Ya tiene bastante. Me tengo que ir informa
me pidió Cecilia que fuera lo más pronto
posible, quizás habló con el pediatra. Vaya, Gustavo, pero llévese comenta
Ana María incorporándose. En el momento de darle la mano, se la rodea con la
otra. Suerte, Gustavo, manténgame
informada por favor y si me precisa, aquí estoy.
Gustavo se deja caer sobre el asiento del auto. Cierra
los ojos. La garganta se le oprime. Se recupera y arranca. Un par de cuadras
más adelante se acerca a la vereda y se detiene. Apoya la cabeza en el volante.
¡Papi, al fin viniste! lo recibe Martina como si hubieran transcurrido varios años sin verse. Él la besa con
delicadeza pero ella, con los bracitos de alambre, se le cuelga del cuello. Hola, pa dice Nacho recostando en el
sillón y al rato agrega me fue bien. Gustavo
intenta, sin éxito, recordar la materia, el tema. ¿Qué te tomaron? pregunta, tanteando. Dos ejercicios de Thales y dos de Pitágoras, creo que los hice todos
bien. Gustavo se acerca y le revuelve el cabello. ¿La abuela? Mamá la llevó a tomar algo; yo me quedé cuidando a Marti.
Dice Nacho que Lacán se la pasa acostado en mi cama, ¡pobrecito! ¡No sé quién
te sacará las pulgas! comenta Gustavo justo cuando la puerta se abre. Hola, hijo se acerca su madre a
saludarlo ya tenemos de vuelta a nuestra
princesa. Cecilia le hace señas. Gustavo besa a su madre y anuncia salgo un ratito. ¡Ufa! protesta Martina. ¿Qué
pasó? pregunta él. ¿Vamos a tomar un café? propone ella. Estuve charlando con Grieco dice ella espera que el mozo se
retire y añade los últimos análisis de la
nena dieron mal; tendrán que dializarla de nuevo; los médicos temen que derive
en una insuficiencia renal crónica pero Grieco es optimista, pero ya sabemos que
Grieco siempre es optimista y me parece que esta vez se está equivocando oculta
la cabeza entre las manos Martina en
diálisis permanente, no lo puedo soportar. Gustavo le aprieta ambas manos. No te me derrumbes, eso sí que yo no lo voy
a poder soportar. Gustavo recuerda a Ana María. Tiene a los tres sobre los
hombros, ¿cómo mierda quiere que él se pueda aflojar?
¿Seguro que querés que
me vaya? insiste Cecilia con la cartera ya en el hombro. Andá tranquila, necesitás descansar indica él. Mañana te quedás vos propone Martina ¡y pasado, los dos! Cecilia le da un último beso a la nena y sale.
Gustavo recibe los dos mensajes. Uno, y como siempre, el intento de reunirlos.
Otro, y este sí que lo alarma, es la resignación. Martina descuenta que estará
internada dos días más. Acostate aquí conmigo,
papi la nena se corre hacia el borde y señala el lugar vacío contame un cuento. Pero no tenemos ningún
libro ¡Inventalo, entonces! Gustavo baja la luz del velador, apoya la
cabeza sobre la almohada y comienza: Había
una vez…
Miércoles 5 de
diciembre
Pa, ¿Marti va a quedar
bien? pregunta Nacho mientras le pone manteca a
la tostada. Gustavo apoya la taza de café con leche. Claro contesta. No me mientas
que no soy un nene, ya estuve mirando en Internet. Es cierto, su hijo ya no
es una criatura. Cada uno de los quince días de este infierno lo sorprendió con
su madurez, con su insospechable responsabilidad. Sí, es una enfermedad seria, pero pasó lo peor, ya no hay compromiso de
vida. No te estoy preguntando si se va a morir sino cómo va a quedar; ¿hasta
cuándo la van a conectar a esa máquina?; a ustedes no les dice nada porque no
los quiere preocupar, pero cuando se queda conmigo me cuenta que es horrible y
no para de llorar. Gustavo piensa que Ana María esta vez se equivocó. Él, y cómo le cuesta contenerse, no puede ponerse a llorar junto con el chico.
Decide ser sincero. Nacho se lo merece. Los
médicos de la clínica no están seguros de que Martina pueda recuperarse
totalmente, pero el doctor Grieco apuesta a que sí. ¡Grieco es un grosso!, yo a
él sí que le creo dice el pibe masticando la tostada. Gustavo mira el
reloj. Se está haciendo tarde, hijo indica
Gustavo, levantándose. Espera, pa dice
Nacho hay algo muy importante que te
quiero contar. Gustavo se sienta. Te
escucho. La culpa de lo de Marti es mía confiesa el chico, la vista baja. ¡¿Qué disparate decís?! Una tarde la llevé a
McDonald’s sin permiso y yo sé que esto es por la carne picada cruda. Gustavo
siente en la piel el dolor del chico y celebra que haya intentado sacárselo de
encima. Le levanta con delicadeza el mentón. Se topa con unos ojos llenos de
lágrimas. Hijo, no es por eso, quédate
tranquilo, si hay algún lugar donde la carne está cocida es en Mc; ya lo
hablamos con Grieco, hay mil posibles causas, entre otras, que Martina estaba
con las defensas bajas; si hubiera sido por las hamburguesas vos también te habrías
enfermado. ¡Pero yo soy mucho más fuerte, pa! exclama Nacho, la cara iluminada.
Vení acá
pide Gustavo dame un abrazo. El
chico esconde la cara en el pecho del padre, pero instantes después se separa. Pa, ¿te puedo pedir algo? Gustavo
inspira profundamente, cuánto más va a resistir sin largarse a llorar. ¿Me dejás faltar a la escuela? Gustavo
sonríe.
Buen día, hijo lo recibe su madre. ¡Hola, papi! ¿Cómo durmió mi muñeca? Toda la noche aclara Isabel. ¿Ves, papi?, ya estoy bien, ¿cuándo vuelvo a
casa? Ya falta menos, muñequita, mucho menos. Yo me voy anuncia su madre tengo que ir al oculista. Chau, abu, volvé pronto que tengo
que seguir tejiendo. Gustavo se sienta en el borde de la cama. ¿Cómo estás, hijita? Bien, ya te dije.
¿Preocupada? Martina niega con la cabeza. ¿No tenés ni un poquito de miedo? La nena se enrosca el cabello con
ambos índices. ¿Ni un poquitito? Bueno,
un poquitito sí. ¿De qué tenés miedo? De la máquina, no quiero que me la pongan
más, decile a los doctores que me voy a portar bien, que voy a hacer todo lo
que me digan. Gustavo la abraza. Nadie
te quiere castigar, van a dejar de dializarte en cuanto te mejores otro poco.
¿Me lo prometés? Gustavo siente una
garra en la boca del estómago. No depende
de mí, hija, todos están haciendo lo que es mejor para vos. ¡Si no me lo
prometés es que no me la van a sacar nunca! grita la nena, golpeándolo en
el pecho. Él va a pedirle que se tranquilice pero se arrepiente. Cuando la
nena, agotada, se deja caer sobre las almohadas , él le explica Grieco cree que no vas a necesitar la
máquina pero todavía no lo puede asegurar. Entonces le voy a pedir a la abuela
que siga rezando, ya consiguió que me sacaran de terapia; papi, alcánzame el
celu, ya mismo le escribo. Gustavo sonríe. La puerta se abre. ¡Hola, mami!, te extrañé. Cecilia besa a
ambos. Se interesa por las novedades. Yo
hoy no trabajo informa. Entonces me
voy dice él levantándose tengo todo
atrasado. ¡Ufa!, estuviste muy poquito. Vengo a la nochecita y duermo aquí. No
hace falta comenta Cecilia mamá le
prometió a Marti que hoy se quedaba ella. Vamos a jugar al dominó le aclara
la nena la abuela Susana es una campeona.
Gustavo las besa y sale. En el ascensor teclea: Voy para allá, ¿está bien? Antes de que se abra la puerta recibe Te espero.
¿Cómo está la nena? le pregunta Natalia en cuanto se ubican en el sillón. Mejor, pero todavía no descartaron una
deficiencia renal crónica. ¿Y de ánimo? Hoy me pidió que no permitiera que la
conectaran a la máquina, refiriéndose a la diálisis; me parte el alma. Gustavo
apoya los brazos sobre las rodillas separadas y la mira. El silencio se prolonga. Vos me querés decir algo, ¿no? lo encara ella. Él baja la vista. ¿Viniste a despedirte? Me encanta estar con
vos, Natalia, pero no quiero hacerte daño. Volviste con tu mujer afirma
ella mirándolo de frente. No dice él.
No todavía lo corrige ella. Él se
agarra la cabeza. En este momento Martina
es el centro de mi universo, no me imaginé que se pudiera querer tanto a un
hijo, que se pudiera querer tanto a alguien, en realidad; haría cualquier cosa
por ella, le daría ya mismo mis riñones si eso pudiera solucionar sus males. ¿Si
ella te lo pidiera volverías con tu mujer? Ella lo pide con cada una de sus
actitudes, a veces pienso que se enfermó para juntarnos. ¿Entonces? No sé, no
entiendo nada, no sé qué es lo que debería hacer. Lo que querés hacer. No se
trata solo de deseos; todavía no hablé nada con Cecilia, nuestra situación
quedó congelada el día en que Martina se enfermó. ¿Qué te pasa a vos con
Cecilia? No sé, Natalia, y no quiero joderte a vos mientras lo descubro. No
necesito que me protejas; soy grande y puedo cuidarme sola; si querés terminar
con esto no me vendas que lo hacés por mí, tené la valentía de asumir que, más
allá de tu hija y de mí, tu genuino deseo es volver con tu esposa. Como si solo
dependiera de mí. Natalia se incorpora. Tenés
razón, mejor andate. Gustavo, desconcertado, se para. No quiero que te enojes. No pienses que podés lastimarme y quedar ante
vos y ante mí como bueno; andate, Gustavo, andate de una vez. Él se dirige
a la puerta. Los brazos caídos.
Antes de subir al auto compra pan y fiambre. Ni bien
arranca, enciende la radio. Sube el
volumen. Abre la ventanilla. El aire fresco lo revitaliza. Canta. Está logrando
no pensar. Cuando llega al consultorio también pone música. Va a la cocina y se
prepara un sándwich. En cuanto se le asoma la imagen de Natalia decide buscar
la ficha de Mariana. Mastica leyéndola con atención. Mientras se filtra el café
llama a Cecilia. Martina duerme. Comió bien. Voy cerca de las nueve informa él. Ya me lo dijiste comenta ella. Como a Gustavo no se le ocurre que agregar,
corta.
Viniste comenta Gustavo mientras la hace entrar. No, soy un
espejismo dice y luego de unos segundos
en otro tono agrega si no, te
hubiera llamado. Hay algunos que no pueden ni avisar aclara él. Estoy sin dormir comenta ella al
sentarse. Gustavo la observa con atención. Sí, está ojerosa. ¿Por qué? le pregunta. Me fui de joda. A lo mejor es lo que
hubieras querido añade él. ¡Por
supuesto!, no de joda en sí, lo que hubiera querido era irme. ¿Benicio lloraba?
¿Si lloraba?, ¡aullaba! ¿Lo estás amamantando? No, no tuve leche, lo intenté en
el sanatorio pero ya allí empezaron a darle mamadera. ¿Cómo fue tu parto? Una
cesárea, pero todo bien. ¿Por qué te hicieron cesárea? Estaba programada; el
bebé era grande y con mi edad… Gustavo va a repreguntar pero se detiene. No
es ese el camino. Inspira hondo. ¿Recordás
mi propuesta del encuentro anterior? Ella lo mira con ¿desdén? Claro dice todavía conservo mis facultades mentales. ¿De que trabajaba tu padre?
¿Y eso que tiene que ver con los gritos de Benicio? ¿De qué trabajaba? Ella
resopla. Era, bah, es, odontólogo. Como
vos. Chocolate por la noticia. Gustavo experimenta una fuerte y repentina
irritación. Él ya tiene bastantes problemas, ¿qué mierda le importan los padres
de Mariana? Inspira profundamente, se pasa la lengua por los labios y pregunta ¿y tu madre? Ella hace un gesto
despectivo. Mi vieja nunca hizo nada,
vivió de él toda la vida. ¿Quién dice eso? Mariana lo mira, parece sorprendida.
¿Cómo quién dice eso?, ¿me estás
cargando?, yo lo estoy diciendo. Nunca y toda la vida parecen remitir a tiempos
anterior a tu existencia. Sí, desde que se casaron ella vivió panza arriba;
antes era maestra. Te repito la pregunta ¿quién dice eso? No te entiendo; yo.
¿Quién te lo contó? Ella se echa el cabello hacia atrás y deja las manos
apoyadas sobre la cabeza. Luego de unos instantes contesta siempre lo supe, supongo que habrá sido mi papá, no creo que mamá admitiera voluntariamente que era una vaga.
¿Cómo fue tu nacimiento? No sé reconoce ella. ¿Tu madre te amamantó? No sé repite. Durante el embarazo y nacimiento de Benicio, ¿tu madre no hizo ningún
comentario con respecto a tu propio nacimiento y lactancia? Si los hizo, no la oí,
tenía otras preocupaciones; durante el embarazo tuvimos un caso importantísimo
y desde que nació el nene, lo único que escucho son gritos. Me dijiste que
dejabas al bebé con tu mamá. Sí, pero eso no significa que hable con ella.
¿Tenés hermanos? No, soy hija única. ¿Por qué? Mariana esboza una sonrisa
desdeñosa y contesta porque no tengo
hermanos. Gustavo sabe que ella busca irritarlo por eso sonríe a su
vez y repregunta. ¿Por qué? Ella se pone
seria. No sé. ¿Nunca lo preguntaste?
Parece que no. Él tiene una corazada. ¿Vos
vivías con tu mamá? Ella arquea las cejas. Cuando yo tenía unos seis años papá consiguió trabajo en una clínica
odontólogica muy importante en Buenos Aires. ¿Dónde vivían? En trenque lauquen,
¿no te conté?; yo me vine con él. ¿Y tu mamá? Ella se tuvo que quedar porque
sus padres estaban enfermos. ¿Durante cuánto tiempo? No sé
exactamente, unos tres o cuatro años, hasta que mis abuelos murieron cuenta
ella con total normalidad. ¿Durante ese
tiempo no viste a tu madre? No. ¿La extrañabas? ¿Yo?, no, estaba acostumbrada.
¿Quién se hacía cargo de vos? Mi papá, claro. Me imagino que tu padre
trabajaría bastante. Por supuesto, es el día de hoy que labura de ocho a ocho. ¿Quién
te despertaba, te preparaba el desayuno y te llevaba al colegio? Ella
despliega una sonrisa extraña. Mi papá
ponía el despertador todas las noches; yo me levantaba, me vestía, tomaba la
leche que ya estaba en mi taza y salía; el colegio quedaba en la esquina. Gustavo
recuerda los dos vasos de Nesquik y
las cuatro tostadas saltando al mismo tiempo. ¿Con qué edad hacías todo eso? Desde los seis años; no me parece que
sea la muerte de nadie. ¿Dónde almorzabas? En el colegio. ¿Quién te preparaba
la merienda? Casi siempre teníamos alguna empleada; cuando no, yo me servía un
vaso de leche y comía galletitas. ¿Tu papá? Llegaba como a las ocho y cenábamos
juntos; yo me bañaba y se acababa el día. A Gustavo lo sorprende la falta
de emoción del relato. ¿No tenías miedo?
¿De qué? Mariana, eras una nena muy solita. Ella hace otro gesto
despectivo. Cerrá los ojos le indica
él. Ella, para sorpresa de Gustavo, obedece al instante. Tratá de recordarte; imaginate que estás en la casa de tu infancia,
mirando la puerta de calle, esperando a tu papá; ves que la luz se va ocultando
pero tu papá no llega; te preguntás si va a volver, si será cierto que va a
volver. Mariana se aprieta los brazos con ambas manos, comienza a
balancearse. Hasta que, por fin, tu papá
regresa; ¿qué hacés cuando escuchás
la llave en la cerradura? Voy al baño
a lavarme la cara; no quiero que papá me vea llorar contesta. ¿Qué puede pasar si tu papá te ve llorar? Él
siempre me dice que soy valiente como un soldadito, si me ve llorar no me lo va
a decir más. Gustavo decide permanecer en silencio. Un largo rato después comenta
resulta muy difícil para un soldado ser
una mamá. Mariana, mansamente, comienza
a llorar.
¿Martina está
despierta? le pregunta a Cecilia.
Instantes después escucha papi, todavía
no viniste. Él cierra los ojos. Estoy
trabajando, muñequita, pero no dejo de pensar en vos. La nena parlotea.
Como antes, piensa él. Antes. Si pudiera retroceder tres semanas. Si pudiera
retroceder cuatro meses, en realidad. Te
veo a la nochecita promete. Corta y llama a su casa. Hola, hijo, ¿cómo te fue en la escuela? ¿No te acordás que no fui? Cierto
recuerda él soy un tonto. Me acosté
de nuevo y dormí hasta que Juana me despertó con el almuerzo. Bien hecho comenta
él y sin haberlo planeado le pregunta
¿cómo estás? Silencio. ¿Yo? pregunta
el chico luego de un rato ni idea,
tendría que pensarlo. A Gustavo lo impacta la respuesta. Pensalo y a la noche lo charlamos; te mando
un abrazo fuerte. Gracias, pa.
Camilo llega diez minutos tarde. Después de aquí me voy a lo de Leo y no encontraba la carpeta que tengo
que llevar se disculpa al entrar. Se sienta, saca del bolsillo el celular y
lo pasa de una a otra mano, una y mil veces. ¿En qué estás pensando? le pregunta Gustavo luego de unos minutos. En nada contesta Camilo sin interrumpir
su actividad. ¿Seguís enojado? Las
mejillas del pibe se enrojecen al instante. Te
tengo que pedir perdón dice al rato,
la vista en el piso. ¿Por qué? Ahora
sí lo mira. ¿Por qué?, ¿no te acordás de
lo que pasó?, ¡te insulté! Me alegra que hayas podido hacerlo. ¿Me estás
burlando? De ninguna manera, es muy importante que hayas permitido, por unos
minutos, que escapara toda esa rabia que anida en vos. Camilo agita la
cabeza. No es cierto, te dije boludeces. Gustavo se toma unos
segundos. Luego pregunta ¿te acordaste
durante la semana de lo que pasó aquí el miércoles pasado? El chico asiente
con la cabeza. ¿Qué pensaste? Me moría de
vergüenza, no quería venir hoy, pero si no venía le tenía que contar a mis
papás por qué y eso era todavía peor. ¿Qué es lo que te provoca tanta
vergüenza? Que me hayas visto así. ¿Fuera de control? Es que yo no soy así. Vos
también sos así; pudiste comprobar que a pesar de que manifestaste tu rabia y
el mundo no se acabó. Camilo guarda el celular en el bolsillo. El mundo no se acaba, obvio, pero vos ya no
me querés igual. ¿El terapeuta puede querer a sus pacientes? Gustavo posterga sus propios
interrogantes y aclara no te quiero
igual, te quiero mejor porque te conozco más. Camilo lo mira de frente, por primera vez en
la sesión. La entrega de sus ojos conmueve a Gustavo. ¿De veras? Claro que sí. El chico hace una inspiración prolongada. ¿Pensás que si tus papás descubren que a
veces podés ser agresivo te van a querer menos? Camilo calla. ¿Ya no te enoja que te lo diga? El pibe
niega con la cabeza. Ahora que parecés comprender que tu actitud
no va a modificar el cariños de tus padres, ¿te sentís capaz de hacer una rabieta frente a ellos si, por
ejemplo, tu hermana te molesta? Camilo se queda pensando. Es que ellos ya tienen demasiados problemas
para que yo les dé otro más. ¿Cuál considerás que es el principal problema que
tienen tus papás? Que yo esté rengo contesta Camilo inmediatamente. Me equivoco o te sentís culpable de haberles
arruinado la vida. Es que es así. Antes del accidente, ¿también ocultabas tus
verdaderos sentimientos? Sí, pero no tanto, era mucho más chico. Camilo, mirame
el chico obedece el accidente no
arruinó tu vida ni la de tus padres, solo la modificó; de últimas, el principal
interesado sos vos, ¿por qué habrías de tener que proteger a los demás? ¡Porque
soy así! grita el chico. Que hayas
actuado de una manera hasta este momento no implica que debas seguir haciéndolo
el resto de tu vida; aunque ya tengas trece años, todavía sos un chico, tus
padres son adultos; ellos se pueden cuidar solos, tienen herramientas para
afrontar klas dificultades que les vaya presentado la vida; son dos personas
sensibles pero fuertes; nada malo les va a pasar porque te escuchen peleando con tu hermana o porque en alguna
prueba no saques diez; ellos siempre te van a querer. Los ojos de Camilo
enrojecen. No quiero llorar otra vez, vas
a pensar que soy un bebé. Todos tenemos derecho a llorar: los niños y los
adultos; los hombres y las mujeres; es un privilegio poder permitírselo. ¿Vos
también llorás? Claro contesta Gustavo. ¿Y
no te da vergüenza? ¿Puede mentirle?
Un poco, pero lloro igual. Camilo
sonríe entre las lágrimas. Ya te dije, sos un grande.
Me quedé con ganas de abrazarlo, piensa Gustavo. Qué
difícil es saber qué corresponde, cuáles son las emociones que deben
controlarse. ¿Habría sido contraproducente que el chico hubiera recibido su
abrazo? ¿Qué le pasaría a Nacho por dentro?, ¿él también reprimiría
sentimientos por temor a no ser amado? ¿Y Martina? A Gustavo se le para un
instante el corazón. ¿Qué habría sentido durante todos esos días?, ¿no la
habrían obligado sin darse cuenta a ser demasiado valiente? Le duele el cuerpo
de ganas de abrazar a sus hijos. De ampararlos. De hacerles saber que los ama
con todas sus imperfecciones. Necesito hablar con Nacho, piensa, contarle lo
que le pasó con él durante todos estos años, legitimizar lo que el chico, en
consecuencia, debe haber sentido. Duele vivir, piensa. Desde la cuna.
Perdoname por suspender
nuestro encuentro del miércoles pasado se
disculpa Gustavo. No es nada dice
María Inés. ¿Cómo estás? No tan grave como tu hija, parece. A
Gustavo le da rabia. Carraspea. Tu estado
puede ser modificado por vos misma dice
mi hija estuvo luchando por su vida. La mirada de María Inés se ablanda. ¿Cómo está ahora? Mejor, pero sigue
internada; cancelé la sesión solo porque era imprescindible, entiendo
perfectamente lo difícil de tu situación. Me arreglé sola informa ella. Contame, por favor. El miércoles pasado al salir de aquí no sabía adónde ir; empecé a
caminar y cuando me quise acordar estaba frente a la casa de mis padres; subí;
mi madre se sorprendió mucho, nunca voy sin avisar; fue raro verla en bata,
despeinada, sin maquillar; yo había borrado todo lo que me habías dicho el
miércoles anterior pero cuando la tuve enfrente
me cayó todo encima, como un baldazo; le pregunté si sabía que el abuelo había
abusado de mí; se quedó muda, la boca le temblaba; hasta que le pregunté si su
padre también había abusado de ella; se transfiguró, me dijo que estaba loca,
creí que iba a pegarme; luego me pregunto si se lo había contado a alguien;
evidentemente lo único que le importa es guardar las apariencias; me fui dando
un portazo. Gustavo le ofrece un vaso de agua que ella acepta. Está por
decirle que el hecho de que él no hubiera podido atenderla removió el abandono
de su madre cuando decide que no, mejor no. Celebro
que hayas podido hablar con tu madre; debe haber sido un terrible impacto para
ella; quizá cuando se reponga acceda a contarte qué fue lo que ella vivió. Después
de una semana, me llamó antes de venir para acá cuenta María Inés quedé en ir cuando salga. Se instala un
silencio que, sin embargo, no es molesto. ¿Qué
pasó con Gerardo? pregunta Gustavo luego de un largo rato. Por suerte está de viaje informa ella no me pidas tanto; de a uno por vez sonríe
por primera vez y, mostrando los puños en alto, añade este roud es con mi madre. ¿Querés
que dejemos aquí? propone él. Sí accede
ella necesito ver a mi madre ya. Ambos
se incorporan. Frente a la puerta del ascensor abierto, María Inés gira. Que tu hija se mejore, tiene suerte de
tener un padre como vos.
Gustavo va hasta el teléfono. Hola, pa atiende Nacho ¿pasó
algó con Marti? No, solo quería escucharte. Se produce un largo silencio. ¿Estás ahí? pregunta Gustavo,
arrepentido de su impulso. Sí, pa; algo
pensé, a la noche te cuento. Cuado salgo de la clínica te paso a buscar y vamos
a comer algo. ¡Pero a Mc no! pide el chico. Ambos ríen.
No estaba seguro de si
tenía que venir aclara Joaquín en
cuanto se sienta. ¿Por qué no me
llamaste? pregunta Gustavo. No sé, me
pareció que no daba. Preferiste venir hasta aquí arriesgándote a que yo no
estuviera. Igual no tenía nada que hacer se justifica el chico. Es excepcional que yo cancele un encuentro,
lamento muchísimo no haber podido atenderte. Joaco se encoge de hombros. No pasa nada, estoy acostumbrado. ¿A qué
estás acostumbrado? Nada, es un decir. ¿Estás acostumbrado a sentirte
postergado? El chico baja la vista, se come las uñas. Me contaste que tenés un hermano más chico. Sí, tiene catorce. Hablame
de él pide Gustavo. ¿Qué querés que
te cuente? ¿Se llevan bien? Maso. ¿Qué es lo que te molesta de él? El chico
lo mira, parece sorprendido. Nada, yo no
te dije nada. Habrá cosas de él que te gusten menos que otras. Joaquín
esboza una sonrisa extraña. Difícil, Maxi es perfecto. ¿Se llama Maximiliano? No,
Máximo. Y vos sos más grande pero te sentís mínimo frente a él. No me jodas pide
el chico. ¿A él también lo insulta tu
papá? ¡Cortala! eleva Joaco la voz mientras se balancea rítmicamente. Gustavo
obedece pero luego de una larga pausa insiste ¿suponés que tu papá lo quiere más? ¡Estoy seguro! ¿Y tu mamá? No sé,
mi mamá es muy buena conmigo pero a lo mejor es que me tiene lástima. A
Gustavo se le estruja el alma. ¿Lástima
por qué? Porque todo me sale mal. ¿Qué es todo? El colegio, las chicas, todo.
¿Le contaste a tu mamá que te va mal con las chicas? No, cómo le voy a contar,
pero ella siempre sabe todo, no sé, parece que me espiara, le pregunta a mis amigos, llama a sus madres.
¿Vos le avisaste que eso te molesta? Para qué, lo va a hacer igual. ¿Qué opinás
de la actitud de tus padres? Ellos creen que lo hacen por mi bien. ¿Estás
seguro de lo que estás diciendo? Joaco calla. Vuelve a comerse las uñas. ¿Te sirve que tu papá te humille? Mi papá no
me humilla. ¿Tampoco cuando te dice ¨tan pelotudo como siempre¨ porque se te
rompió un vaso?; ¿te sirve que tu mamá, a tus diecisiete años, te controle
llamando a las madres de tus compañeros? No sé para qué mierda te conté nada,
vos entendes todo mal. Quizá me lo contaste para poder observarlos a través de
mis ojos. ¡No sos nadie para juzgar a mis papás! Yo no estoy juzgando a tus padres,
estoy tratando de que percibas qué de su actitud te hace daño. Joaquín se
agarra la cabeza con ambas manos. Eso
solo hacen mal trata de disculparlos. Por
supuesto que han hecho muchísimas cosas buenas por vos, por supuesto que te
quieren, aunque a veces lo dudes; lo que estoy intentando es que, en lugar de
adjudicarte las fallas a vos puedas ver
que , a lo mejor, ellos depositan en vos sus propias inseguridades. ¿Por qué lo
decís? Gustavo se pregunta, ¿hasta
dónde debe retroceder? ¿Qué relación
tenés con tu abuelo? A veces me siento un mosquito al lado suyo, él sí que es
súper. Seguramente no fue fácil para tu papá tener un padre así. Joaquín
endereza bruscamente la cabeza. Nunca lo
había pensado. ¿Tu papá nunca te contó cosas de cuando era chico? Casi nada, no
se acuerda. ¿Por qué te parece que no tiene recuerdos? No sé. A veces cuando
los recuerdos son duros, la mente los saca de la conciencia, pero en el inconsciente
sobreviven y siguen actuando, tratando de reparar los sufrimientos. ¡Claro! exclama
al chico ¡por eso me jode a mí! Pero él
no puede evitarlo porque no se da cuenta. ¿Por qué no lo traigo aquí y se lo
decís vos? Yo no soy el terapeuta de él sino el tuyo; tampoco soy el dueño de
la verdad; lo que estoy diciendo es solo lo que yo supongo que ha sucedido.
¡Pero tenés razón!, ¡cuando lo dijiste algo se me sacudió en la panza! Te
propongo que vayas a tu casa, que reflexiones sobre todo lo que charlamos aquí,
que intentes acercarte a tu padre; si eso no funciona y sentís que querés
hablar con él y no te lo permite o vos mismo no te lo permitís, podríamos
pensar juntos si es una buena idea que tu papá venga acá. Dale dice Joaquín
levantándose. Antes de salir con la vista baja dice seguro que no me voy a animar.
Gustavo reflexiona: Mariana y el abandono de su madre;
Camilo y el imperativo de excelencia; María Inés entregada por su madre;
Joaquín y su autoestima desvastada por sus padres; Daniela y el alcoholismo de
su padre. ¿Cómo trabajar con el presente antes de decodificar la infancia? Imposible
comenzar por el final. Pero es difícil luchar contra la resistencia de sus
pacientes de viajar hacia atrás. Exhala bruscamente. Va a la cocina y se
prepara un té.
¿Su hija ya está bien? pregunta Daniela, no más entrar. Mejor, por suerte. Ella pasa y se ubica. ¿Cómo anduviste esta semana? pregunta Gustavo. Como si caminara unos centímetros sobre el suelo. ¿Podrías
explicármelo? Una sensación muy extraña; me hice cargo del nene, trabajé, me
acosté con Ariel, pero una parte de mí vibraba en otra dimensión; como si me
hubiera quedado colgada de la infancia; esta semana estuve caminando por allí
pero no logré recordar nada. ¿Alguna percepción difusa? Sí, la sensación de
estar alerta; creo que siempre estoy alerta; no sé cómo no me di cuenta antes
de lo de Lucas, me falló el sensor. No estoy de acuerdo, percibiste la
dificultad pero el pediatra lo desestimó, y aun así, viniste aquí buscando
ayuda; recuerdo ahora tu fantasía de que Ariel te engañaba, podemos pensarlo
que fue un producto de tu estado de alerta. Sí admite ella nunca puedo terminar de relajarme; hasta mi
sueño es muy liviano, Ariel dice que no se puede dar vuelta en la cama sin que
yo me incorpore inmediatamente. ¿Cuándo es preciso estar alerta? Ella lo
mira con ntendidad. Se toma unos segundos
antes de contestar frente al
peligro, supongo. Suponés bien, entonces, ¿cuál es el peligro que
permanentemente te ronda? Ninguno concreto pero siempre hay infinitos peligros.
Y cuando detectás el peligro, ¿actúas con eficiencia’ Daniela se queda pensando.
A veces
contesta luego de un rato otras
me paralizo. Como cuando se accidentó el nene. ¡No me haga acordar! Quizá cuando te quedabas a solas con tu padre,
por más que estuvieras alerta, no era mucho lo que podías hacer por protegerte.
¿Usted cree que me papá me pegaba? No sé si te pegaba pero es seguro que la
niña que eras captaba su violencia interior. Papá siempre está a punto de estallar. ¿Cómo te das cuenta? Porque se
le hinchan las venas del cuello. Daniela se agarra la cabeza con las dos
manos. ¡Me daban tanto asco!, creía que
se iban a reventar y que la sangre saldría a chorros. Asco y miedo. Sí, me daba
terror; se contenía, como ahora, pero yo no sabía si se iba a contener. Casi
siempre se contenía. ¿Qué querés decir? ¿Nunca te pegó? ¡Cómo me iba a pegar si
era mi papá! ¿Porque era alcohólico? Daniela se dobla sobre sí misma como
si la hubieran trompeado en el abdomen. Solloza. Tu papá no te va a pegar más, nadie volverá a pegarte, Daniela, sos una
mujer fuerte, capaz de huir de quienes te dañan, ya podés defenderte. De a
poco ella se va tranquilizando. ¿No se lo
contabas a tu mamá? Pobre mamá, que iba a hacer, tenía que trabajar, además
papá no me pegaba insiste ella. Ahora
sos madre, ¿dejarías a Lucas con un hombre alcohólico? ¡No!, por supuesto que
no. ¿No pensás que esa nena además de miedo debe haber sentido bronca ante la
imposibilidad de su mamá de defenderla? ¡¿Qué quiere de mí?! pregunta ella,
porque primera vez agresiva. Que puedas reconocer
en vos ese miedo y esa rabia acumulada que no te permiten descansar en paz. ¡Yo
los amo a mis viejos! Nadie te niega ese sentimiento, tus padres deben haber
hecho lo mejor que pudieron arrastrando sus propias historias; no te estoy
pidiendo que los juzgues sino que los admitas tal cual son; en algún momento de
tu infancia tu padre te aterrorizó y tu madre no pudo protegerte, pero vos los
quisiste y podrás seguir queriéndolos a pesar de eso; viviste cientos de cosas
buenas con ellos, que siguen a tu lado, apoyándote, pero lo que sucedió,
sucedió y no alcanzarás la paz sin admitirlo. Me voy informa Daniela cuando
logra serenarse. Cuando están en la puerta Gustavo le recuerda. Si me necesitás, llamame. Siempre lo
necesito aclara ella antes de darse vuelta.
¿Alguna novedad? teclea porque no tiene fuerzas para escuchar a
Cecilia. Todo igual, la nena te espera,
ansiosa. Llego antes de las nueve, te aviso si me hacen problema para entrar. Escribe besos pero después los borra. Está
agotado. Una tarde demasiado intensa la tarde de hoy. Navego en otros mares,
piensa, Apaga las luces, acomoda y mientras sale, decide que es un absurdo que
tenga que esperar una semana. Acá es donde quiero estar, reconoce.
¿Cómo sigue la nena? pregunta Ana María, aun antes de sentarse. Fuera de peligro informa él. Ella
sonríe. Veo que al fin logró percibir la
existencia del riesgo. No mucho, no se crea, flirteé con la idea; es a lo más
que pude acercarme; me resisto a contemplar la posibilidad de que necesite
dializarse indefinidamente. Sin embargo lo está diciendo. Gustavo recuerda
una remota sesión con Daniela y la copia hasta
aquí llego en este momento; no me
pida más de lo que puedo. Ella, como él lo hiciera, levanta ambas palmas. Cada uno conoce sus límites acuerda. Él
se sirve un vaso de agua. Tuve una tarde
muy intensa; trabajé con todos mis pacientes la relación primaria con sus
padres; se desarmaron; algunos lloraron y otros se enojaron conmigo; creo que
por primera vez me quedé contento con todas las sesiones; bah, contento no es
la palabra; padecí junto con ellos; fue raro, me costó salir del consultorio. Ella
sonríe de una manera que enciende en él la señal de peligro. Tal vez llegó la hora de que usted resuelva ocuparse
de su propia relación filial. Este no es mi primer análisis, Ana María, ya
trabajé sobre mi infancia explica Gustavo. No lo suficiente, aunque, es un buen síntoma que le haya costado salir
del consultorio. No la entiendo reclama él, irritado. Es el único espacio en el
que, luego de casi quince años, puede desarrollarse laboralmente fuera de la
mirada de su padre. Él recibe el golpe en silencio. A ella le encanta
atacarlo en este flanco. La voz de Ana María interrumpe sus pensamientos. ¿Cómo actuaría frente a un paciente que
estuviera en su situación? Gustavo recuerda a Raúl. Trataría
de que se independizara admite. ¿Qué
lo detiene? Él ensaya varias respuestas que le permitan conservar frente a
ella su dignidad. Leuego de un interminable silencio, los ojos de Ana María
implacables sobre él, Gustavo admite tengo
miedo. ¿De qué? De no conseguir otro trabajo. ¿Lo intentó? En ninguno lado
ganaré lo que en la fábrica. ¿A costa de seguir siendo un niño que obedece a su
papá? ¿Hace falta destruirme justo en este momento? No lo pienso yo, Gustavo,
lo piensa usted. Quizá, pero tengo una familia que depende de mí, de qué otra
cosa podría trabajar. ¿De psicólogo? Gustavo siente un golpe en la nuca. No puedo vivir de eso responde. ¿De veras lo piensa? Él la mira. Le aseguro, Gustavo, que no he trabajado de
ninguna otra cosa. Él necesita reafirmarse frente a ella, por eso le cuenta
hace unos días me llamó un amigo para
derivarme un paciente pero le tuve que decir que no; no me quedan horarios por
la tarde y el hombre trabaja a la mañana.
¿No se planteó sumar otro día? pregunta ella. Gustavo la mira
sorprendido. ¿Dejamos aquí? propone
Ana María. Él se tropieza al levantarse.
Gustavo camina hacia
el auto a paso vivo. Saca el celular de
vibrador. Mensaje de Nacho. No te olvides
de la cena. Otro eslabón en su cadena de responsabilidades. Cuántas ganas
de echarse en un rincón oculto y taparse hasta la cabeza. No puedo con mi vida,
admite.
Traé el pase, no me dejan entrar escribe Gustavo.
Minutos después baja Cecilia. Después de discutir con el empleado logran que
les permitan subir a los dos. ¿Cómo
anduvo la nena? pregunta él en el ascensor. Dijo Grieco que mañana tendrán que volver a dializarla. Él ánimo de
Gustavo desciende como jalado por un gancho. ¿Martina ya lo sabe? Cecilia niega con la cabeza. No
tuve el coraje de contárselo dice, los brazos bajos, los ojos cerrados hay veces que siento que no puedo más y
quisiera salir corriendo. Gustavo la abraza. Ella apoya la mejilla en su
pecho y solloza. Piso doce, gracias por
su visita informa el ascensor. Cecilia se aparta. Ambos salen. Me quedo afuera comunica ella no quiero que me vea así. Él le acaricia
el cabello y abre la puerta de la habitación. ¡Hola, papi!, ¡tardaste mucho, mucho! Gustavo la besa en ambas
mejillas, en la punta de la nariz, en los ojitos cerrados. Ya me aburrí de estar acá, me quiero ir, ¿no sabés cuándo me sacan? Él,
como Cecilia, quisiera salir corriendo, poder llorar sobre un pecho que lo
amparara. No todavía, muñequita. ¿Y cuánto
tengo que esperar? No sabemos, hay que ir viendo cómo vas recuperándote. Pero hace días que no me conectan a la
máquina, eso es porque ya estoy bien. Gustavo
se marea. Me bajó la presión, determina. Se sienta en la cama. Cuánto desea
irse. Que se arregle Cecilia con la nena. Se para para ir a buscarla pero luego
se arrepiente. Soy un adulto, se dice, basta del nene que trabaja con papá.
Ahora yo soy el papá. Martina lo mira. Él vuelve a sentarse y le agarra las
manitos. Los análisis de hoy no dieron
muy bien, muñequita, mañana tendrán que dializarte. La cara de la nena se
transforma. ¿Vos sabés lo que es estar
conectada a esa máquina cuatro horas sin poder salir de la silla?, ¿no se puede
hacer otra cosa, papá? No por ahora, hijita, hay que tener paciencia un poco
más. ¿Cuánto más?; me parece que todos me están engañando y que no voy a poder
salir del hospital nunca más. Gustavo la abraza. No sabé qué decirle por
eso no le dice nada. La puerta se abre. La nena se desprende. ¡Abuela Susana!. ¡te estaba esperando!,
¿trajiste el dominó? Claro que sí, prepárate que te voy a ganar todas las
partidas. Gustavo se aparta. Los ojos de Martina brillan. Es increíble el
poder de recuperación de los chicos, piensa él, ojalá pudiera contagiárselo. Cecilia te espera abajo informa la mujer
no la dejaron subir. Me voy, muñeca, te
dejo en buenas manos; mañana tempranito vengo. Si estoy en la máquina anda
verme allí pide la nena sonriendo. Prometido
dice él mientras la abraza.
Cecilia lo espera en
el hall de abajo. Ya le dije informa
Gustavo. ¿Cómo se lo tomó? Se puso
chocha, imaginate. ¿Por qué me contestás así? Perdoname, la pasé muy mal.
¿Querés que vayamos a tomar algo? propone Cecilia. A él le dan ganas,
necesita que alguien lo consuele. Ella sabe cómo hacerlo. Vaya si a él le
consta. Le prometí a Nacho cenar afuera dice. Es increíble cómo revertiste la relación
con él; por lo menos traza un círculo con las manos todo este absurdo sirvió para
algo. Él no entiende a qué se refiere. Pero ya no quiere estar allí. Me voy informa te debo un café. La besa en la mejilla y se aparta. Da un par de
pasos y gira. ¿Te alcanzo a algún lado?
Traje el auto informa ella.
Estoy en cinco escribe Gustavo. Cuando estaciona frente a su
casa, Nacho ya está abajo. Muero de
hambre dice el chico ¿adónde vamos?
¿Qué tenés ganas de comer? pregunta Gustavo. Me clavaría un asadito. ¿Vamos a ¨Siga la vaca¨? De una. Ya frente
al vacío y las papas fritas Gustavo pregunta ¿qué fue lo que pensaste? Nacho traga lo que tiene en la boca y
toma un sorbo de cocacola. Estuve mirando
por Internet; si a Marti la están dializando es porque tiene una insuficiencia
renal y eso es para toda la vida, a menos que le hagan un trasplante de riñon.
Hijo, nadie habló de eso, todavía es muy reciente, confiemos en que pueda
recuperarse. Esperemos que sí, pero te quiero decir una cosa Gustavo lo
mira si hay que trasplantarla, yo le
regalo un riñón. Gustavo siente que se le agolpan las lágrimas. Jamás podrá
perdonar sus catorce años de desamor. Este
pibe es una joya, piensa.
Gustavo ya está
acostado cuando busca el celular y teclea Te
felicito por Nacho. Está por apagar la luz cuando el teléfono suena. También es tu hijo lee.
Miércoles 12 de diciembre
El despertador lo
sobresalta. Le lleva unos segundos
recordar que terminaron las clases. Va al baño, orina, se lava los dientes y se
afeita. El espejo lo sorprende. Como si hubiera envejecido varios años durante
estas semanas. Se palpa las ojeras. De camino hacia la cocina pasa por el
cuarto de Nacho. Dejó la puerta abierta, qué raro. Lo observa dormir. Nunca se
había dado cuenta de que adopta la misma postura que Cecilia. Le duele el
cuerpo al recordarla acostada exactamente así. Las dos manos bajo la almohada,
la mejilla izquierda apoyada, la boca entreabierta. El chico parece percibir su
mirada porque abre los ojos y se incorpora. ¿Pasa
algo, pa? No, solo te miraba, dormí tranquilo. Va hasta la cocina y se
prepara un café. No tiene hambre. Lleva la taza al dormitorio y bebe mientras
se viste. Quedó en estar a las ocho pero la inquietud galopa por sus venas,
alterándole el pulso. Deja arriba de la mesa una nota para Nacho, nuevamente
dormido y el dinero que le pidió Juana. Recién llega a las ocho.
El contraste entre el
calor de la calle y el aire acondicionado le provoca un escalofrío. Lo altera
que demore el ascensor. Piso doce,
gracias por su visita. Abre la puerta sin golpear. Primero divisa a
Martina, profundamente dormida. Mirándola así, es la de siempre. Luego descubre
a Cecilia, en el sillón. Es una réplica de su hijo. Como él, parece adivinarlo
y entreabre los ojos. Al verlo se sienta como un resorte, tapándose el pecho
con la sábana. ¿Me quedé dormida? pregunta.
Él, un dedo cruzando los labios dice descansá
otro rato; soy yo el que me adelanté. Ella se deja caer sobre la almohada y
bosteza. A Gustavo le duele su cercanía. Es
imposible dormir acá se justifica ella entran
cada cinco minutos; ya me levanto. Tranquila, no hay apuro; yo salgo un rato. Se
sienta en un sillón del pasillo. Un rato después, Cecilia le hace señas. Él se
aproxima y la besa en la mejilla. Lo sacude su olor. Dijeron que en cuanto el médico firme el alta podemos llevarla; nunca
antes de las ocho y media, ¿me acompañás a tomar un café?, la nena está
dormidísima. Planta baja, gracias por su visita los despide el ascensor
compartido con varias enfermeras. ¿Desayunaste?
pregunta ella en cuanto se sientan. Un
café bebido contesta él al tiempo que percibe su estómago vacío. Ahora sí
que muere por unas medialunas. Ella me devolvió el apetito, piensa. Hace días que
no come bien. ¿Cómo van tus cosas? le
pregunta en cuanto el mozo se retira. ¿A
qué te referís? Al príncipe de Gales. No seas agresivo, Gus. Perdoname, en
serio me interesa. Ella se queda pensando un buen rato. Le dije a Ricardo que en este momento no
tengo espacio más que para la nena; me ofreció venir para acompañarme pero yo
no quise, él no tiene nada que ver con todo esto. Gustavo, ridículamente,
se pone contento. Hace rato que no estaba contento. ¿Y Natalia? pregunta ella. El ánimo de él decae. Bruscamente. Estamos en la misma contesta sonriendo me di cuenta que no tengo nada para darle;
ni siquiera para recibir; solo puedo relacionarme con quienes aman a la nena;
hay amigos a los que no quiero ver. Ella asiente. Cuando el silencio
empieza a ser molesto Cecilia pregunta ¿cómo
va el consultorio? Gustavo le cuenta
sus progresos. Cada vez me cuesta más ir
a la fábrica concluye. ¿No te
planteaste dedicarte en exclusivo a ser sicólogo? Lo estoy viendo en mi propia
terapia. ¿Retomaste con Andrés? No, estoy trabajando con Ana María consultorio
y vida privada. ¿Por qué no? Él arquea las cejas. Por la guita, claro; de aquí a que pueda vivir del consultorio faltan
años luz. Ella se queda pensando. Yo
estoy ganando muy bien, me puedo hacer cargo de los gastos de los chicos hasta
que tu profesión funcione. Él no puede creer lo que está escuchando. Mil gracias dice lo voy a pensar y como está conmovido agrega ya son ocho y media mejor vayamos subiendo y llama al mozo.
Gustavo, frente al
volante, experimenta una fuerte opresión en el pecho. Sostenida por Cecilia,
Martina camina con dificultad. Las piernitas de alambre. Aturdido, se baja a
ayudarlas. La cara de la nena resplandece. La de Cecilia, no. Tiene los ojos
húmedos. La recuestan en el asiento de atrás. Es porque hace mucho que no me muevo, papi, ya me voy a poner bien, el
doctor Grieco me dijo. Gustavo le abre la puerta a Cecilia que, en cuanto
se sienta, deja que las lágrimas resbalen. Él le oprime la mano antes de
cerrar. Ella sonríe. ¡A sacar las alas
para llevar a mi muñeca! exclama mientras arranca. Martina se sienta. ¡Ya estamos volando, papi!
Como antes, los cuatro
sentados alrededor la mesa. Nacho y Martina comparten información sobre un
nuevo juego en el celular. Gustavo observa a Cecilia. Más delgada, la cara
lavada. Percibe su fragilidad. Cuando la nena se incorpora, él se precipita a
ayudarla. Yo puedo, papi. Sosteniéndose
en los muebles y la pared, Martina se dirige a su cuarto. Nacho la sigue. ¿Estás segura de que te arreglas sola? pregunta
Gustavo a Cecilia. Por supuesto, además
está Juana. Me voy al consultorio, entonces, tengo una paciente a las dos.
¿Laura? No, ya terminé con ella, es una paciente bastante nueva. Ah comenta
Cecilia ya no los conozco. En el tono
de su voz, los meses de abismo entre ellos. Gustavo se levanta y va a
despedirse de los chicos.
Benicio durmió toda la noche informa Mariana en
cuanto se sienta. ¿Qué hiciste de
distinto para que esto sucediera? pregunta Gustavo. Me acosté en la cuna con él, pensé que era por un ratito pero cuando
abrí un ojo eran las seis de la mañana; él todavía dormía; lo estuve observando
un largo rato; es tanto más lindo cuando no llora; por primera vez desde que
nació lamenté no haberlo amamantado; ni bien se despertó me sonrió; se me
cayeron las lágrimas, pobre hijo mío, por qué no podía quererlo como él se
merece. Gustavo se queda reflexionando unos segundos. Luego comenta es alentador como utilizaste los verbos.
No comprendo. Dijiste ¨no podía
quererlo¨, usando el pretérito, sin embargo, con respecto al nene, empleaste el
presente ¨merece¨; eso me hace pensar que quizá sentís que tu imposibilidad
desapareció mientras que reconocés que los derechos de él siguen vigentes. Ahora es ella la que se queda
pensando. Desde el embarazo temí no poder
quererlo. Gustavo busca su mirada. Recién al conseguirla die cuando era chiquita, ¿creías que tu mamá no
te quería? No sé qué suponía en ese momento pero mirándolo retrospectivamente,
es obvio que si me hubiera querido no se habría alejado de mí durante años.
¿Alguna vez le preguntaste los motivos? Ya te conté, los padres estaban
enfermos. Ahora no sos una nena, sino una mujer inteligente con una profesión
en tu haber, ¿seguís considerando que ese es un motivo plausible? Ella lo
mira, parece sorprendida. Parecería que no contesta en voz muy baja. Sin embargo, no te interesa conocer los
reales motivos. Yo no dije eso lo corrige ella y luego de una larga pausa
agrega asumo que la causa debe ser lo
suficientemente dolorosa como para que hayan decidido ahorrármela. Pero a
Benicio no logran engañarlo. Me parece que te estás desbarrancando. Tal vez el
nene percibe la endeblez de tus cimientos e intenta obligarte a abrir los ojos. Mariana
se incorpora. Demasiadas hipótesis por el
día de hoy; ¿estás seguro de que estás habilitado a decir cuanto pasa por tu
imaginación?, ¿evaluás los costos de tus enunciaciones o solo pretendés lucirte
ante vos mismo? Mariana busca la cartera. Nos vemos el miércoles anuncia y
se dirige a la salida. Gustavo, desconcertado, la sigue, pero la puerta se abre y se cierra
antes de que él logre reaccionar.
Gustavo se apoya en la
pared del pasillo y cierra los ojos. No, no sabe si está habilitado. Mariana
tiene razón: está actuando movido por impulsos sin evaluar previamente las
consecuencias de sus intervenciones. Por suerte Ana María no puede verme, piensa
y resuelve que, por el momento, no le contará lo que está modificando en su
consultorio. Suspira hondo y va hasta la cocina. Precisa un buen café.
El viernes le pegué a mi hermana cuenta Camilo. ¿Cómo es eso? La perseguí alrededor de la
mesa y le di con la muleta en las piernas; se cayó al piso y le sangró la
rodilla; chilló como un animal; mi mamá vino corriendo y me encajó una cachetada, nunca me había
pegado; le dije que era una bestia y me mandó al cuarto; además no me dejó
salir durante todo el fin de semana. Vamos por partes dice Gustavo ¿por qué le pegaste a tu hermana? Encontró
una carta que yo le había escrito a Sofía y empezó a leerla en voz alta y a
burlarse; yo no quería pegarle, solo se la quería sacar pero me puso tan
furioso que no me pude controlar. ¿Se lo explicaste a tu mamá? No, me preguntó
qué había pasado y no quise decírselo, creo que eso es lo que más la enojó;
además tampoco consiguió que Luciana le contara. ¿Cómo quedaste con tu hermana?
Todo bien; ella me pidió perdón y yo también le pedí perdón, la verdad es que se lo merecía; mil veces me
jodió y nunca le hice nada, se le van a pasar las ganas de joderme dice
Camilo, sonriendo. No parece que el
episodio te haya angustiado comenta Gustavo. El chico frunce el ceño. Para nada reconoce. ¿Me querés contar lo que sentiste? Alivio. ¿Alivio? Sí, me porté muy
mal y no pasó nada. Recibiste una cachetada y un castigo. Sí, pero a mamá ya se
le pasó. Te sigue queriendo comenta Gustavo, mirándolo a los ojos. Como vos después de mis insultos dice el
chico con una sonrisa encantadora, se queda pensando un largo rato y después,
muy serio admite me gustó que me pegara.
¿Por qué? Porque si me pudo pegar es porque me vio fuerte, normal desde el
accidente todos me tratan como si fuera de cristal. ¿Luciana también? Camilo
se ríe. ¡No!, ella no, ¡no ves que
siempre me joroba! Entonces te gusta que te jorobe. ¡Tampoco la pavada!, es
pesadísima pero con ella todo es como antes, yo la quiero a mi hermana,
¿sabés?, en el fondo nos entendemos. Gustavo sirve agua, ambos beben. ¿Cómo reaccionó tu papá? No se metió, él no
se mete entre mamá y nosotros, la deja hacer. ¿Te preguntó algo? Nada. ¿Y eso
cómo te cae? Camilo se encoge de hombros. Me cansé del tema dice. De
acuerdo, ¿de qué querés charlar? Ayer viajé solo en colectivo dice el chico
y comienza a describir, entusiasmado, su aventura.
Gustavo suspira
satisfecho, apoyado sobre la puerta cerrada. Algo que sale bien. Busca el celular.
Está por llamar pero se arrepiente y escribe: ¿Cómo está la nena? Segundos después lee: Ahora está durmiendo; vino mamá y jugaron un rato al dominó. Gustavo
recibe la información, molesto. ¿Qué tiene que hacer su exsuegra en su casa?
Cecilia ni le consultó. Se cree que sigue siendo su casa, piensa, irritado.
Tiene mejor aspecto,
evalúa Gustavo cuando le abre la puerta a María Inés. Ella lo besa en la
mejilla, pasa y se ubica en el diván. Me
encontré con mi vieja informa. ¿Cómo
te fue? Empezó defendiéndose, diciendo que ni se imaginaba lo que pasaba con mi
abuelo; mientras yo le contaba con detalles ella se tapaba los oídos; hasta que
se quebró y empezó a sollozar; me
contó que esa noche había soñado con que su padre la miraba, ¿te das cuenta?,
lo mismo que soñé yo; pero recién en ese momento recuperó un par de escenas en
las cuales su padre la tocaba; no podía parar de llorar; cuando logró calmarse
me abrazó y me pidió perdón. Cuando Gustavo percibe que ella no seguirá
hablando, comenta es extraordinario lo
que conseguiste. Sí, pero tampoco te creas que la toqué con la varita mágica y
se transformó; después de que tomamos un té me pidió que le prometiera que no
se lo iba a contar a nadie; lo único que le importa es guardar las apariencias.
Él reflexiona mucho antes de comentar no
seas tan dura con ella; tampoco vos hablaste con tus amigas sobre tus
dificultades sexuales con Gerardo. ¿Es un reproche? De ninguna manera, es solo una
observación; lo importante es no depender de la aceptación de los otros para
valorarse a sí mismo; ¿qué puede pasar si sacás de la sombra la relación con tu
marido. ¿Qué puede pasar?, ¡puedo destruirlo! Creo que estás equivocada;
probablemente le harías un favor, debe ser una condena para él verse obligado a
ocultar su condición sexual; ¿pensás que va a
perder clientes?, por suerte soplan vientos nuevos, se está poniendo fin
a la discriminación de género. Llega mañana informa María Inés no sé qué mierda voy a hacer. ¿De qué tenés
miedo? ¡De todo!, temo vivir sin él, temo el escándalo, temo perder el tren de
vida, temo que mi viejo no me perdone. Pero a pesar de todo eso sentís la
necesidad de actuar. No puedo seguir así, Gustavo, voy a terminar matándome. Si
pensaras que la única solución es matarte no vendrías. María Inés calla
durante un largo rato. Mientras estoy
aquí me siento a salvo; vos me protegés de mí misma. No soy yo; es la parte
tuya que lucha por salir a la luz. ¡Qué parto más difícil! exclama ella con
una sonrisa ¡y ni siquiera me ponés
anestesia! Ambos ríen.
Gustavo, de repente,
se siente agotado. Se deja caer sobre el diván. Todavía le faltan dos pacientes
y su propia sesión con Ana María. Aunque lo peor vendrá después. ¿Cómo
sobrellevar esa primera noche con Martina en casa? Quizá debiera pedirle a su
madre que le hiciera compañía. No seas pelotudo, Gustavo, se reta, sos un
hombre grande, si le dieron el alta a la nena será porque los médicos están
seguros de que no corre ningún riesgo. El portero eléctrico lo sobresalta.
Estuve hablando con mi tío Raúl dice Joaco luego de charlar
durante un buen rato de las cuatro materias que se lleva a examen. ¿Sobre qué? averigua Gustavo. Le pregunté de cuando eran chicos; me contó
que el abuelo era muy severo, superexigente y que su favorito era mi viejo; el
tío era como yo, el de repuesto, será por eso que siempre nos entendimos. ¿El
de repuesto?, ¿Raúl lo dijo? No, yo. ¿Qué significa? El chico baja la vista. Me da vergüenza contarte. Gustavo en silencio, espera. Cuando era chico pensaba que si mi hermano
se moría me iban a prestar atención a mí; que lo habían tenido a él cuando se
dieron cuenta de que yo venía fallado; mirá lo que te digo, soy un pelotudo.
¿Intentaste hablar con tu padre? Él no puede entenderme; él forma parte de los
de arriba, de los que en todo son de diez. No creo que para tu padre haya sido
fácil cumplir con las exigencias paternas; no es sencillo hacer siempre todo
bien. El chico lo mira con atención. ¿De
veras creés eso? Sí, preguntáselo a él; Raúl nunca sabrá lo que es estar en ese
lugar; sería interesante que también intentaras conversar con tu hermano;
ningún lugar es fácil en una familia. Se van a reír de mí. Quizá se sientan
aliviados de poder compartir con otro sus propios padecimientos. Joaquín se
queda un largo rato en silencio. Lo voy a
pensar dice.
En casa de herrero, cuchillo de palo. Nunca más cierto un
dicho. Jamás charló con su padre.
Comparte con él nueve horas diarias desde hace quince años y sin embargo no
tiene la más remota idea de qué pasa por la cabeza de su viejo. Pobre Joaco, le
está exigiendo a los diecisiete lo que él a sus treinta y cinco es incapaz de
encarar. Recuerda a Ana María. Ella lo está cercando. Quizá no vaya hoy. Quiere
regresar más temprano para ver cómo se organiza con Martina. No seas pelotudo,
Gustavo, se dice, lo que tenés es miedo.
Daniela, vestidito de
verano, parece una adolescente. ¿Cómo
está su hija? le pregunta antes de sentarse. Mucho mejor, esta mañana le dieron el alta. ¡¿Qué hace usted acá?! Gustavo se siente repentinamente culpable. Está con la madre se justifica, momento
en el que descubre que si Cecilia siguiera en Chile, él hubiera tenido que
dejar de trabajar. ¿Por qué le pareció
tan lógico que fuera ella quien pospusiera sus obligaciones? Porque, encima, a
ella le gusta trabajar, reconoce él. Sí comenta
Daniela los hombres tienen dos lugares en
el cerebro, uno para el trabajo y otro para los hijos; las mujeres no tenemos
esa posibilidad, los hijos nos invaden todo. Gustavo está a punto de
contestarle cuando recuerda que no está allí para debatir ideas. Explicame cómo es eso; ¿no hay nada que
puedas hacer sin transportarlo a Lucas? Daniela asiente con la cabeza. Así es, exactamente; el hijo es una mochila
que las madres nos ponemos al hombro cuando nacen y de la cual no logramos
desembarazarnos jamás. Se desembarazan en el parto. Ella sonríe. Estás equivocado, el parto no rompe nada;
absurdo pensar en que separan algo cuando cortan el cordón; a veces me entra
una angustia profunda, quisiera por un segundo olvidarme de que tengo un hijo,
prescindir internamente de él, pero no lo logro: necesitaría cortar el cordón
inmaterial que nos mantiene ligados pero no sé cómo hacerlo; es abrumador. Sin
embargo un par de sesiones atrás comentaste que deseás tener otro hijo. La
cara de ella se ilumina. Claro, no hay
nada que el ser humano busque más que la intensidad. ¿Aunque traiga aparejada
el dolor? La intensidad es el dolor mismo; no puedo explicarle; el parto es la
síntesis; un dolor desconocido, de otra dimensión, que te obliga a replegarte,
el mundo deja de existir, los otros no existen, solo existe ese dolor que te
animaliza hasta que, en un instante, se rompen las compuertas, te inunda una
energía cósmica y ya no sos una mujer, sos una hembra que grita y empuja hasta
que tu cuerpo se abre para parir a tu hijo. Gustavo queda sobrecogido por
la intensidad del relato brotando de esa mujer de menos de cincuenta kilos. ¿Cómo pueden pretender que yo no quiera otro
hijo? Otro parto no es lo mismo que otro hijo. No, es solo el comienzo; nací
para esto, Gustavo, no tengo la menor duda. Él intenta asimilar lo
descripto a los partos de Cecilia pero no lo logra, ¿Quién fue tu obstetra? pregunta. Quien iba a ser, dirás, porque parí a mi hijo sola; cuando llegué al
sanatorio subí a la habitación a esperar a que la partera, que estaba en
camino, llegara; me quedé sola mientras
Ariel terminaba con los trámites; me acosté en la cama hasta que el dolor me
obligó a bajar y a ponerme en cuatro patas; después perdí la noción de todo,
cuando la partera entró, Lucas ya estaba prendido de la teta; después ella me
ayudó a subir a la cama y se ocupó del cordón y de la placenta; cuando llegó el
médico todo había terminado. ¿El bebé estaba bien? No se preocupe, Gustavo, no es
de ahí el autismo: el test de Apgar le dio 10 hace una pausa y luego agrega
no le comenté que Luquitas progresó
mucho; hace una semana que duerme de un tirón, parece menos tenso. ¿A qué lo
atribuís? Yo también dormí mejor, me dijo Ariel que un par de veces se levantó
para ir al baño y que yo no me di cuenta. Te repito la pregunta, ¿a qué lo
atribuís? Ella se queda un rato en silencio. ¿Supone que tiene algo que ver con lo que trabajamos acá? inquiere
luego. Gustavo sonríe y gira ambas palmas hacia arriba. Varias veces durante esta semana me propuse hablar con mi mamá, pero no
me animé; veo la ternura con que trata a mi hijo y me pregunto si también
conmigo fue así, ¿cómo reclamarle a estas alturas que no me haya protegido de
mi viejo? No se trata de reproches sino de aceptación de la realidad; lo que
ocurrió, ocurrió, y aunque no le permitas acceder a la conciencia, desde la
oscuridad sigue actuando; a lo mejor a tu madre le alivia hablar de lo que, de
alguna manera, debe constituir un peso para ella. Daniela apoya la cara
entre las manos. No quiero dañarla. Me
parece que para tu mamá será un regalo saber que podés amarla sin necesidad de
tergiversar la verdad. Puede ser comenta Daniela le
prometo que lo intentaré. No te confundas, Daniela, no lo harías por mí sino por
vos. Ya lo sé admite ella sonriendo
pero usted me da fuerzas. Te veo el miércoles determina Gustavo
levantándose.
Gustavo maneja inmerso
en el relato de Daniela. Experimenta una extraña envidia. Como si hubiera
transcurrido por la vida rodeado por una capa amortiguadora del dolor. ¿Cuándo
se sintió tan vivo como Daniela pariendo a su hijo? Desde la alegría, porque el
engaño de Cecilia logró sacudirlo hasta las vísceras. Ni hablar de la
enfermedad de Martina.
Hoy le dieron el alta a Martina inicia Gustavo la
sesión. ¿A dónde la llevaron? A
Gustavo le extraña la pregunta. A casa,
por supuesto contesta. ¿Quién va a
cuidarla? Entre todos. ¿Quiénes son todos? Yo, en primer lugar; Juana viene
todos los días y además está mi vieja y Cecilia, claro. O sea que Cecilia se va
a instalar en su casa. Yo no estoy diciendo eso. ¿Cuidará a la nena a control
remoto? Gustavo hace un gesto de fastidio. No estoy de humor para bromas. Es una característica suya obviar las
situaciones hasta que se le imponen. Gustavo recuerda las advertencias de
Ana María y su confusión ante el intempestivo regreso de Cecilia. ¿Cecilia está en su casa ahora? Sí. ¿Qué sucederá
cuando usted llegue? Gustavo se queda desconcertado. Todavía no lo pensé admite. Es
una buena oportunidad comenta ella. Supongo
que Cecilia se irá en cuanto yo llegue. Ajá comenta ella. ¿Qué cree usted que debería hacer yo? pregunta
él sumamente irritado. La sonrisa de Ana María aumenta su fastidio. No importa lo que yo crea sino lo que usted
sienta. Soy un imbécil, piensa Gustavo, llevé más agua para su molino. Como si yo supiera lo que siento admite.
Solo intento conectarlo con sus
auténticos sentimientos para que, cuando llegue el momento de actuar, no sea
solo producto de sus impulsos. Tiene razón acepta a su pesar cuando estoy con ella trato de congelarme;
habría sido imposible atravesar la
enfermedad de la nena si, además de la angustia por ella, hubiera estado
pendiente de lo que Cecilia me generaba. Sin embargo la crisis ya pasó insiste
Ana María y por lo que usted relata
pudieron atravesarla codo a codo. Los ojos de Gustavo se llenan de
lágrimas. Ana María agrega ¿qué sintió
por ella durante todos estos días? Admiración es la primera palabra que
acude a su mente noches y noches sin
dormir, llorando entre mis brazos en un instante y en el siguiente sonriendo
frente a la nena; siempre pendiente de Nacho hace una pausa, le duele decirlo siempre pendiente de mí; hoy, por ejemplo,
mientras desayunábamos en la clínica me preguntó por mi consultorio; yo le
comenté que tenía ganas de dedicarme a tiempo completo y ella me dijo que ahora
ganaba muy bien y que podía hacerse cargo de los gastos de los chicos mientras
yo iba consiguiendo más pacientes. Quizá Cecilia considera que llego el momento
de que ella asuma sus responsabilidades. Él se yergue en el sillón. ¿Qué quiere decir? Tal vez ella reconoce que
al imponerle una familia lo obligó a relegar su profesión y quiere, ahora,
ayudarlo a recuperar el tiempo perdido. Gustavo esconde la cabeza entre las
manos esta de ahora es la Cecilia de
siempre, no sé qué mierda le pasó todos estos meses. Ana María le ofrece
agua. Beben. ¿Evaluó aceptar su
ofrecimiento? Ocurrió esta mañana, todavía no tuve oportunidad para pensar. La
tiene ahora. Él la mira, confuso. ¿Usted
considera que tengo que aceptar? Ana María agita la cabeza. No insista. Gustavo, no es una decisión que
me competa, no soy yo la involucrada. Él experimenta una suerte de vértigo.
Como si el cuerpo se le hubiera llenado de aire y comenzara a ascender. No me puedo ver de otra manera que yendo a
la fábrica todas las mañanas. Protestando dice ella y ante las cejas levantadas de él
añade usted bien sabe que todo mal tiene
sus beneficios secundarios sonríe ampliamente y dictamina dejamos aquí por hoy. Él trastabilla al
levantarse.
Gustavo, la mano sobre
la llave, no se decide a girarla.
Abrumador descubrir que tiene el poder de modificar su vida. Tanto más fácil
atribuir a otros la responsabilidad. Cómo puede ser que sus pacientes, por
momentos, le resulten transparentes y que sea incapaz de mirarse a sí mismo con
sinceridad. Pone el auto en contacto. Busca entre los CD y elige uno. Arranca.
Cuadras después decide encender el reproductor. No debemos de pensar que ahora es diferente.
Gustavo se sorprende de que el perro no acuda a
recibirlo. Cecilia lo saluda desde la cocina. Él responde hola mientras se dirige al living. La mesa puesta para cuatro. Por
suerte se fue mi suegra, piensa. Mi exsuegra, se corrige. ¡Vení, papi! lo convoca Martina desde el pasillo de los
dormitorios. En un extremo Nacho, en el otro Lacán, Martina camina desde uno hasta
el otro. Estoy practicando explica me dijo Grieco que tengo que ejercitar los músculos; por las dudas
que me caiga, ellos me cuidan. Gustavo experimenta un cúmulo de emociones
imposibles de decodificar. Besa a sus hijos y acaricia al perro. Martina se abraza a su cintura. ¡Qué bueno que viniste, ya estamos todos
juntos! Regresa su sensación de que todo es un manejo de la nena pero se
arrepiente al instante. Inconmensurable el costo para ella. Voy a lavarme las manos informa. Mientras
se seca las manos escucha la voz de Cecilia. ¡A comer!, ¡rápido que se enfría! Gustavo no necesita que lleguen
las fuentes para adivinar el menú. ¡Me
hiciste el pollito, mami! ¡Hoy es un
gran festejo!, ¡te tenemos en casa! Gustavo recuerda a Ana María y
experimenta un ligero mareo. La abuela Susana
me dijo que muchos pensaban que se iba acabar el mundo porque es el doce del
doce del doce pero por suerte no pasó nada! comenta la nena. Solo
que los pelotudos de los bosteros decretaron que es el día internacional del
hincha de Boca?, ¡qué mierda se creen! ¡Nacho! lo reta Cecilia ¿qué es esa manera de hablar? Por qué no
dejarse estar, disfrutar del instante. Ni
el mañana tan incierto nos ha preocupado. Papi, ¿en dónde estás? interrumpe
la nena sus pensamientos. Cuando levanta
la vista del plato se topa con los ojos de Cecilia. Haciendo un esfuerzo se
involucra en la conversación. Observa a Cecilia. Como pez en el agua, piensa y
le molesta. Porque necesita reafirmarse en su rol ordena ¡a la cama, Martina!, ya tuviste demasiado baile por hoy. La nena
se levanta de la mesa refunfuñando. Llevo
los platos a la cocina y voy a ayudarte dice Cecilia. Dejá, me ocupo yo la frena él, sin poder determinar qué lo pone más
incómodo, si verla adueñarse de la cocina o de sus propios hijos. ¿Incómodo o
celoso? Está terminando de lavar los platos cuando Cecilia entra a la cocina. Martina me pidió que me quedara dice.
Ana María se lo advirtió, los hechos lo están
asaltando sin que él tenga posición tomada. Gustavo cierra la canilla y
se seca las manos. Pone el agua para hacer el café. ¿Me escuchaste? insiste ella. Gustavo siente una llamarada de
rabia. Las dos lo ponen entre la espada y la pared. ¿Qué puede decir?, ¿tiene
alguna opción? Resopla. También es incómodo para mí admite Cecilia.
Él se encoge de hombros y levanta ambas palmas. Aunque sea por esta noche; yo tampoco me iba a ir tranquila. ¿Pensás
que no puedo ocuparme de ella?, hace unos meses no consideraste lo mismo necesita él herirla. Cecilia cierra los ojos
un instante y a Gustavo le da tanta pena. Entiendo
tu rabia, tenés todo el derecho del mundo; valoro enormemente lo que hiciste
por ellos, pero, ¿sabés una cosa?, yo tampoco me animaría a quedarme sola con Martina
esta noche se abraza con ambas manos y añade tengo miedo. ¿Por la profecía maya? dice él con una sonrisa,
intentando aflojar la situación. Desde
que se enfermó que casi no duermo; en cuanto apago la luz empiezo a tener miedo
que poco a poco se va convirtiendo el terror; cuando me quedaba en la clínica,
mil veces me levantaba para ver si respiraba; solo me aliviaba cuando entraban
las enfermeras que me confirmaban que todo estaba bien; tantas veces creí que
se nos moría, Gustavo. Nunca me dijiste nada. Lo único que te faltaba era
hacerte cargo de mi pánico. Él gira porque no resiste mirarla. ¿Te sirvo un café? propone. Dale acepta ella mientras busca las
tazas. ¿Me puedo quedar, entonces? Él
asiente con la cabeza. Le voy a avisar a
la nena y vuelvo.
Gustavo se levanta para ir al baño. Hizo mal en
tomar tanto café. Orina y, cuando sale,
recorre el pasillo. La puerta de Nacho, cerrada. Martina, el velador encendido,
duerme. Está por retroceder cuando avanza hacia el living. Cecilia tampoco
apagó la lámpara. Gustavo se recuesta en el marco de la puerta y la
observa. Las dos manos bajo la almohada, la mejilla izquierda apoyada, la boca
entreabierta. Gustavo cierra los ojos. Le duelen las manos de ganas de tocarla.
Miércoles 19 de diciembre
Gustavo mira el reloj. Lo sorprende descubrir un 19. No puede
creerlo. Menos de una semana para navidad, el fin de año cabalgando. Descubre,
también, que todavía no habló con sus pacientes
ni con Ana María sobre las cercanas vacaciones. Históricamente, en la fábrica, se tomó el mes
de febrero. Pero todavía no habló con su viejo al respecto. Hoy es el día D,
piensa, y se sorprende por pensarlo. Se despereza y se levanta. Va al baño. Se
ducha, se afeita y regresa al dormitorio para vestirse. Ya ni puede deambular
en robe. Cuando pasa por el living
descubre las sábanas revueltas. Revueltas y vacías. Abre la puerta de la
cocina. Lo envuelve el aroma de las tostadas y el café. Escuché que te habías levantado lo recibe Cecilia. Él se sienta y
ella le alcanza la taza. Ya le puse
azúcar informa. Gustavo unta la
tostada con minuciosidad. Anoche hablé
con Martina dice Cecilia. Gustavo deja el pan sobre el plato y la mira. Le expliqué que ella ya está mucho mejor y
que ya no hace falta que me siga quedando; protestó un poco pero lo entendió. A él le café se le revuelve en el estómago. ¿Llegó Ricardo? pregunta. Ella la mira desde una altura
infinita, califica él. ¿Qué tiene que ver
Ricardo en todo esto?, ¿te parece que influyó en alguna de mis actitudes desde
que se enfermó la nena? agita la cabeza no
entendés nada de nada. Él se siente tan avergonzado. Perdoname pide. No me quedo
en esta casa porque cada minuto me resulta insoportable, te aseguro que solo
por Martina pude sobrellevar la semana; mañana empiezo a trabajar, me iré
temprano; ya arreglé con Juana, vendrá a las siete y media; después combinará
con vos; mamá prometió pasar un rato todas las mañanas y la tuya, por las
tardes; Nacho se comprometió a no dejarla nunca sola; es increíble cómo maduró.
¿Adónde vas a vivir? Por ahora en lo de mis viejos pero en cuanto pueda
ocuparme me alquilaré un departamento con lugar para que se queden los chicos.
Y para que se quede él dice Gustavo y se arrepiente antes de terminar de
decirlo perdóname la intromisión intenta
reparar el error pero no me cae muy bien
que confraternice con mis hijos. Si esa es tu preocupación, quédate tranquilo dice
ella con la voz crispada ya no tengo nada
que ver con él luego se levanta diciendo me parece que escuché a la nena. Gustavo se queda sentado, incapaz
de reaccionar. Instantes después ella regresa. Era Lacán informa no la deja
ni a sol ni a sombra; quería decirte que sigue en pie mi ofrecimiento de
aportar para los chicos. Se te va a complicar con el alquiler comenta él. Tengo unos ahorros, además en un año a mi
viejo se le vacía un departamento, ya me lo ofreció. Gracias. Es lo menos que
puedo hacer dice ella y sale.
Gustavo, ya en la
calle, se pregunta qué va a hacer. Llama a Santiago. Media hora después lo ve
entrar en Van Gogh. Ya ni me acuerdo la cara que tenías lo
saluda su amigo ayer te dejé varios
mensajes, pero nada. Tuve un día infernal en la fábrica. ¿Cómo está la mocosa?
Mucho mejor; los análisis del lunes dieron bien, esta semana zafó de la
diálisis, esperemos que se estabilice; ya anda corriendo por toda la casa pero
todavía está muy flaquita, da lástima verla. ¿Con quién se queda? Hasta ahora
con Cecilia pero mañana empieza a trabajar así que nos arreglaremos entre Juana
y las abuelas. Chiflá cuando necesites, después de las seis estoy disponible,
¿te parece que vaya a cenar hoy? Gustavo niega con la cabeza. Es la última noche que pasa Cecilia en casa;
mejor venite mañana así estamos más tranquilos. ¿Cómo es eso de que tu mujer se
queda a dormir? Ya no es mi mujer contesta de mala manera. Me corrijo, ¿cómo es eso de que la mujer de
otro se queda a dormir en tu casa? No tiene ninguna gracia lo que decís. No pretendo ser gracioso, es
curiosidad pura, ¿duerme en tu cama? Parala, San. Santiago ladea la cabeza
hacia atrás y tuerce la boca. ¿Qué pasó con Natalia? pregunta luego de
un trago de café. Ya no nos vemos. ¿Quién
tomó la decisión? Yo, con la enfermedad de la nena no me quedaba resto para
nada. Pero Martina ya está fuera de peligro le recuerda su amigo. Gustavo
calla. Me parece que el que está a punto
de ser comido por la fiera sos vos. ¿A qué te referís? No te hagas el pelotudo,
hermano, te conozco demasiado, el problema es Cecilia no Martina. Gustavo se restriega los ojos. Te juro que no sé dónde estoy parado. Mientras no te acuestes… Dejate de boludear Gustavo mira el ticket y deja el di nero quiero pasar por la fábrica antes del
consultorio; tengo que arreglar las vacaciones, el fin de año se me vino
encima. Ambos se paran. Santiago le pasa un brazo por el hombro. No te enojes conmigo pide. Gustavo
cabecea sos un pelotudo pero me conocés del derecho y del revés. Años,
hermanito.
¿Qué hacés por acá? la sorpresa de su padre se torna en alarma ¿pasó algo con la nena? No, recién me doy
cuenta de que se viene fin de año y no acordamos las vacaciones; hoy les quiero
avisar a mis pacientes. El padre hace un gesto despectivo. No se van a morir en un mes. A Gustavo
se le comprime el pecho. No puedo
largarlos duros de un día para el otro. Suena el teléfono y el padre
atiende. Cuando corta, intempestivamente, pregunta ¿te separaste de Cecilia? Gustavo lo mira, azorado. Eso
parece contesta luego de unos
segundos. ¿Parece? Él ladea la cabeza. Sí, hace meses que estamos distanciados. No me lo contaste, bueno, en
realidad, nunca me contás nada. Jamás preguntás se justifica Gustavo. Ambos
callan y el silencio se hace tan denso que él pregunta ¿me tomo enero?; calculo que la semana próxima cierro varias
operaciones pendientes y no hay nada importante para las próximas semanas;
supongo que Martín, como siempre, podrá hacerse cargo sin problemas. ¿Se van a
algún lado? Gustavo se queda confuso. Serán las primeras vacaciones sin
Cecilia. La nena no está en condiciones de apartarse del circuito médico explica,
justificándose. Sabés cómo son los
chicos; seguro que en unos días la vemos hecha una ardilla. Ojalá, pero nos
dijeron que la recuperación será un proceso lento. ¿Por qué no postergás las
vacaciones para febrero? propone su padre. Estoy destruido, necesito urgente descanso; además, quiero aprovechar
para quedarme con Martina a full. El silencio pesa. Gustavo busca qué
decir. ¿Cómo va el consultorio? lo
sorprende su padre. Bien, por suerte comenta
él ya di algunas altas y pude reponer a
los pacientes. De repente Gustavo experimenta la necesidad de abrirse. He
descubierto a los treinta y cinco que sirvo para esto; espero con ansiedad cada
miércoles; me maravilla la posibilidad
de influir sobre la vida de otros. Su padre lo mira en silencio. Estoy pensando en agregar otro día el año
próximo dice Gustavo, para su propia sorpresa ¿qué opinás? ¿Como padre o como jefe? A Gustavo le duele tanto el
jefe que mirando el reloj dice se me hizo
tardísimo, lo hablamos mañana se levanta y huye sin saludar al padre.
Pensé mucho en lo que dijiste admite Mariana. ¿A qué te referís? A la causa por la que mi
mamá me abandonó. ¿A qué conclusiones llegaste? Nada me cierra, se me confunden
las fechas, las situaciones; ya no sé cuándo nos vinimos a Buenos Aires, ni
cuándo regresó mamá. ¿Intentaste hablar con ella? Mariana lo observa. Parece perpleja. Yo no hablo con mi mamá. Sin embargo le
confías tu hijo. Solo cuando vengo acá; se lo dejo a las corridas y cuando lo
retiro, Benicio llora tanto, que imposibilita cualquier intercambio. Gustavo
sonríe. Tu hijo colabora con vos. Ella amaga empezar a hablar pero termina
riendo. Tenés razón, es un niño utílisimo
cuando se quiere evitar el diálogo. El miércoles pasado comentaste que el nene
había dormido toda la noche, ¿se repitió? Sí responde ella a condición de que me acueste con él. ¿Tu
marido protesta? ¡Qué va!, a esta altura lo único que le preocupa es poder
dormir tranquilo; no te olvides de que yo todavía no trabajo pero que él, cada
mañana a las seis y media, se tiene que levantar. Todos contentos, entonces.
Tengo que reconocer que también de dia Benicio se está portando mejor. ¿Qué
significa portarse bien?, ¿no reclamar? Ya hemos hablado de este tema pero yo
no soy la madre Teresa de Calcuta; más allá del bienestar del nene pretendo,
mínimamente, tener vida propia. Claro, te debe resultar muy difícil entregarle
a tu hijo lo que suponés que tu madre no te dio. Lo que mi madre no me dio. No
sabés qué paso cuando eras bebé. Si me hubiera querido de bebé no hubiera
podido dejarme nunca. ¿Eso es lo que te preocupa? Mariana lo mira. ¿Temés que si te permitís amarlo nunca más puedas alejarte de él? Ella
se queda pensando un largo rato. Tenés
razón admite me da terror depender de
alguien. Los soldados no pueden permitirse debilidades. Ella lo mira fijo y
luego pregunta si puede ir al baño. Te
quería comunicar que en enero no voy a atender comenta Gustavo en cuanto
ella regresa. ¿¡Cómo!?, ¿así me lo decís?
A Gustavo lo sorprende la crispación de su rostro. Quizá debería habértelo advertido antes, pero con el tema de mi hija
los días se me fueron pasando se justifica e inmediatamente se arrepiente
de las explicaciones. Deberías haberlo pensado antes de levantar
el avispero; me hacer zambullir en la mierda de mi infancia y dentro de una
sesión te mandás a mudar. Gustavo reconoce que el razonamiento es válido.
No tuvo en cuenta los tiempos en la organización de sus estrategias
terapéuticas. No tuve en cuenta nada, piensa, me largué a la pileta sin medir los riesgos. Si me necesitás podríamos, eventualmente, seguir trabajando; en realidad no me voy de
vacaciones. Yo no necesito a nadie declara
ella, terminante solo que me fastidia tu
falta de profesionalidad. Él podría explicarle que es la primera vez que
tiene que contemplar las vacaciones desde que tiene consultorio pero solo
calla. Perdoname dice Mariana luego de una largo rato es que odio sentirme vulnerable sonríe y agrega y no me vengas con lo del soldado. Te pido
que durante esta semana pienses en si precisás que, de alguna manera,
continuemos con estos encuentros; quizá enero te venga bien para intentar
acercarte a tu madre o a tu padre; clarificar tu infancia es el punto
fundamental. ¡No trates de convencerme, encima, de que me abandonás por mi
propio bien! exclama ella, sonriendo mientras busca su cartera y se
incorpora.
Gustavo, mientras toma
un té, se plantea si las vacaciones deben extenderse al consultorio. Yo
disfruto atendiendo, piensa, por qué privarme de ello. Sería maravilloso ocuparse de sus pacientes a
tiempo completo; poder dedicar todas las
horas necesarias a evaluar el desarrollo de los distintos tratamientos, a
diseñar estrategias. Desde la enfermedad de la nena que no dedica a su
profesión más que las estrictas horas de las sesiones. Ya no llena las fichas,
no controla las sesiones con Ana María. Mariana tiene razón : falta de
profesionalismo puro. Sin embargo, siente que algo muy vivo y profundo surgió
en su consultorio. Suspira y se levanta para atender a Camilo.
Me dijo mi mamá que te preguntara por las vacaciones comenta Camilo. ¿Irán a algún lado? pregunta Gustavo. Vamos a pasar fin de año al campo de mi tía
y nos quedamos todo el mes comenta el chico sin mayor entusiasmo. Gustavo
suspira, aliviado, un problema menos. ¿Ya fuiste otras veces? Sí, muchas, antes me
encantaba. ¿Ahora no? Camilo hace una larga pausa. Yo andaba muy bien a caballo. A Gustavo le duele en la piel.
Lamenta tener que insistir en el tema. Me parece que podrás seguir haciéndolo. El
chico lo mira con atención. Mucho no sé
de equitación pero lo más complicado debe ser subir al caballo; si te dan una
mano para hacerlo seguramente no tendrás inconveniente. Puede ser comenta
el chico tengo un primo de mi edad con
quien me llevo muy bien, a lo mejor me ayuda, ¿Tenés alguna duda? Camilo
sonríe, por primera vez. No, Paco es lo
más. Gustavo quisiera profundizar en el vínculo de Camilo con su padres
pero recuerda la crítica de Mariana. Con solo un miércoles por delante, no es
momento para abrir nuevos frentes.
Decide dejar que el chico presente los temas. Luego de un buen rato
Camilo dice qué raro que no volviste a
preguntarme por mi hermana. Recién hablamos de Luciana comenta Gustavo,
intencionalmente. De la otra digo yo. ¿La
conociste? Ayer papá nos avisó que este fin de semana la vamos a ver. ¿Cómo te
cayó el anuncio? Camilo se encoge de hombros. Me da lo mismo contesta. ¿Estás seguro? Sí, la nena viaja con esa
mujer pero papá la va a buscar a Retiro y la trae para casa. ¿Te contó todos
estos detalles? No, lo escuché cuando hablaba con mamá; ella le decía que quería estar presente pero papá le pidió que
por favor lo ayudara Camilo sube la voz ¿a
vos te parece que encima le pida que lo ayude? Seguramente le pidió
colaboración pensando en ustedes, en que necesitarán contención. ¡Yo no preciso
nada!, me da igual, ya te dije. No está mal que tengas rabia, Camilo. ¡Yo no le
tengo bronca a la nena! No, a Azul no, pero me parece que todavía no te
permitiste vivir a fondo el enojo con tu
papá; por lo que me dijiste solo aquí lograste hablar con él al respecto;
seguramente tendrás muchas cosas por preguntarle. Sí, a veces me dan ganas pero
nunca me animo. ¿Qué te frena? Yo sé que papá no quiere. Pero vos sí, ya
hablamos bastante al respecto, no es necesario que siempre respondas a los
deseos de los demás. No te creas, estoy mucho mejor, o peor, no sé dice el chico sonriendo ayer no quise ir a lo de la abuela; mamá se
ofendió bastante pero yo había arreglado con Leo para jugar a la play en casa.
Se fastidió pero no te obligó. Camilo lo mira, los ojos muy abiertos. Podría haberte obligado; de alguna manera
puede respetar tus deseos cuando los verbalizás, si no los expresás es muy
difícil que puedan darse cuenta de tus necesidades. Puede ser, hasta le pidió a Carmen que nos comprara facturas para
la merienda dice el chico y se dedica a describir la tarde compartida.
Camilo está mucho
mejor, diagnostica Gustavo y una profunda satisfacción le hinche los pulmones. Si logro hacer algo por este chico, todos mis
años de carrera se encuentran justificados, evalúa. Después de mucho tiempo,
busca la ficha de Camilo. Intenta recordar lo trabajado en las sesiones que no
quedaron registradas. No volverá a pasarle. No puede confiar solo en su
memoria.
Llegó Gerardo informa María Inés mirando a Gustavo con intensidad junté
fuerzas y lo enfrenté; le dije que ya no aguantaba más y que me quería separar;
él intentó tranquilizarme, hasta propuso que hiciéramos una terapia de pareja,
insistía con que él no era homosexual, que yo me había confundido; habló tanto
y tan bien, para algo es abogado de primera, que consiguió que dudara de lo que
había visto. Ella se deja caer sobre
el respaldo y cierra los ojos. Gustavo, luego de una larga pausa, decide
intervenir. ¿Seguís dudando de tus
percepciones? No tengo fuerzas, Gustavo, nunca voy a poder contra él; me
neutraliza con una sonrisa, me hace desaparecer con un beso; me aniquila cuando
consigue hacerme el amor. ¿Lo logró? Esa primera noche no, lo atribuyó al
estrés al que yo lo sometía pero la noche siguiente sí, debe haber recurrido al
Viagra. ¿Cómo te sentiste durante todos estos días? Horrible, como si fuera un
insecto. ¿Entonces? Algo logré hacer contesta ella abriendo los ojos y
enderezándose en el asiento. Contame, por
favor. Le dije a Gerardo que necesitaba
tomarme unos días para pensar; desde el lunes estoy en lo de mis viejos, no
tenía adónde ir; mamá insistió para que regresara pero finalmente me recibió;
me hizo prometerle que no le iba a contar a mi padre el motivo del distanciamiento.
¿Cumpliste tu promesa? No estoy en
condiciones de enfrentar a mi viejo; él es como Gerardo, me eclipsa con una
sola mirada se cubre la cara con ambas manos y añade me avergüenzo ante vos; todos tus esfuerzos conmigo no sirvieron para
nada. Estoy muy orgulloso del trabajo que hicimos juntos, María Inés. Ella se descubre el rostro. Lo decís para consolarme. Él recupera la
imagen de modelo de revista de alta costura y la mide con la mujer de carne y
hueso que tiene frente a él. Lo digo
porque es cierto la corrige él llegaste
aquí insatisfecha pero ciega; lograste
plantearte primero la duda con respecto a la sexualidad de tu marido; lo
enfrentaste sin éxito, entonces decidiste comprobarlo; acudiste al estudio y lo
verificaste a pesar de que él nunca tuvo la valentía de asumirlo y ahora
lograste irte de tu casa aunque sea por unos días; además, conseguiste recordar
los abusos de tu abuelo, te animaste a contárselo a tu madre que los negó pero
que terminó admitiendo su propia historia frente a vos; ¿te parece que lograste
poco en solo cuatro meses?, sos vos la que deberías estar orgullosa de tus
logros. Ella hace girar la alianza con insistencia. Trataré de cumplir con tus expectativas dice. Mis expectativas no interesan, solo las tuyas. De todos modos, sé que
sin tu apoyo seré incapaz de lograr nada. Gustavo percibe que aumenta su
frecuencia cardíaca. Cómo decírselo. Quería
avisarte que estoy considerando la posibilidad de tomarme vacaciones en enero. El
rostro de ella se desencaja. No puede ser
dice estaba por pedirte otra sesión
por semana. No te preocupes intenta
tranquilizarla él me quedaré en Buenos
Aires, estaré disponible si sentís que es imprescindible; el miércoles que
viene lo evaluaremos juntos. Ella se incorpora, la espalda combada. De acuerdo dice.
Qué difícil es todo,
piensa Gustavo, no doy más y recién son las cinco de la tarde. ¿Cómo va, hijo? escribe. Hace días que
tiene abandonado a Nacho. No le alcanza la energía para cumplir con todos.
Tanto sobre sus espaldas. Tantos. Comiendo
facturas que trajo la abuela Isabel. A Gustavo le molesta. Ya nadie le
comunica nada. Ni siquiera su propia madre. Por suerte mañana se va Cecilia,
piensa. Se dirige al baño y se lava la cara con agua fría.
¿Te vas de vacaciones ? le pregunta Gustavo a
Joaquín después de escucharlo protestar un rato por el calor. Sí, la primera quincena de enero. Entonces
solo nos quedan un par de encuentros. Qué loco comenta el chico sabía que me iba pero no junté las dos
cosas, qué boludo; bueno, igual nos perdemos solo dos sesiones. Cuatro lo
corrige Gustavo yo me tomo todo el mes.
Ah dice Joaco y después comenta no sé
por qué no lo dijiste de entrada. Gustavo reconoce su error. Me quedo en Buenos Aires trata de
justificarse si me precisás no tenés más
que llamarme. El chico sonríe con desdén.
Me comunicaré con vos a mediados
de enero para ver cómo estás. Es raro, me lo estás diciendo, pero no puedo
creerte, ¿me vas a cobrar la llamada? ¿Considerás que solo si pagás la gente se
puede interesar por vos? ¿Te importaría algo de mí si yo no te pagara? Gustavo
reflexiona, el chico no está diciendo pavadas, se merece una respuesta sincera.
Esta es mi profesión y necesito cobrar
para poder mantenerme; te acercaste a
mí a través del ámbito profesional; si te hubiera conocido en otras
circunstancias por supuesto que me habrías interesado; pensá en tu tío Raúl,
¿obtuvo algún beneficio al ocuparse de vos?; sos un chico con muchos valores,
Joaco, muchos repararán en vos, claro, con una condición. ¿Qué condición? pregunta
Joaquín, los ojos muy abiertos. Que logres abrirte a los demás y en eso estamos trabajando. Me
cuesta mucho admite Joaquín, la vista baja. Tendrás vos que reconocerte como valioso para poder ser valiosos a los
ojos de los demás. El pibe se queda pensando un largo rato. Hablé con mi papá cuenta le pregunté si le gustaba trabajar con el
abuelo. Gustavo recuerda la idéntica pregunta de su propio hijo. Me explicó que, en realidad, no trabajaba
con él, que había días en que ni siquiera se lo cruzaba; entonces le pregunté
si trabajaba para él; me dijo que él no trabajaba para nadie, que era un
profesional independiente y bla, bla, bla pero casi gritaba, me di cuenta de
que se había puesto muy mal y ahí mismo se fue y terminó la charla. ¿Por qué creés
que tu padre se incomodó? Ni idea. ¿Qué es lo primero que se te ocurre? Le dio
vergüenza. Gustavo calla. Soy un
boludo dice el chico cómo le va a dar
vergüenza a mi papá. ¿Pensás que tu padre está orgulloso de cuanto hace? Él
hace solo lo que quiere; si no quisiera trabajar con el abuelo no lo haría. Gustavo
recuerda su propia posición. ¿Estás tan
seguro? pregunta. Joaquín calla. ¿A vos te gustaría trabajar con tu padre?
¡Ni muerto! exclama el chico siempre sería su esclavo. Gustavo
experimenta una repentina y acuciante sed. Se sirve un vaso agua. Lo bebe con parsimonia y luego dice todos los roles en la vida tienen su parte
complicada; lo importante es descubrir cuál es el papel que uno está jugando en
la obra de su vida, reconocerse en él y luego decidir si es ese el que uno
quiere seguir jugando; hasta ahora te sentiste cómodo con el disfraz del que
nada se puede esperar; por otro lado, ese rol te permitió, de alguna manera,
salir de la esfera de tu padre que solo cobija a los exitosos; sería
interesante que pudieras descubrir todos tus valores y que eso no te obligara a
resignar tu independencia; tenés mucho trabajo para esta semana, Joaco; te
sugiero que te observes tu accionar y el de todos los miembros de la familia
como si fueras parte del público que mira la obra; el miércoles próximo lo
charlamos, ¿te parece? Trataré dice el chico pero no sé si voy a poder. Esa es una respuesta de tu antiguo rol, no
vale como disculpa indica Gustavo sonriendo ampliamente. El pibe también
sonríe.
Gustavo experimenta
una creciente inquietud. Intenta rastrear su origen. Llama a la nena y la encuentra lo más bien
pero la desazón no se alivia. Se prepara un té. El líquido caliente lo
reconforta.
¿Te vas de vacaciones ? le pregunta Gustavo a
Joaquín después de escucharlo protestar un rato por el calor. Sí, la primera quincena de enero. Entonces
solo nos quedan un par de encuentros. Qué loco comenta el chico sabía que me iba pero no junté las dos
cosas, qué boludo; bueno, igual nos perdemos solo dos sesiones. Cuatro lo
corrige Gustavo yo me tomo todo el mes.
Ah dice Joaco y después comenta no sé
por qué no lo dijiste de entrada. Gustavo reconoce su error. Me quedo en Buenos Aires trata de
justificarse si me precisás no tenés más
que llamarme. El chico sonríe con desdén.
Me comunicaré con vos a mediados
de enero para ver cómo estás. Es raro, me lo estás diciendo, pero no puedo
creerte, ¿me vas a cobrar la llamada? ¿Considerás que solo si pagás la gente se
puede interesar por vos? ¿Te importaría algo de mí si yo no te pagara? Gustavo
reflexiona, el chico no está diciendo pavadas, se merece una respuesta sincera.
Esta es mi profesión y necesito cobrar
para poder mantenerme; te acercaste a
mí a través del ámbito profesional; si te hubiera conocido en otras
circunstancias por supuesto que me habrías interesado; pensá en tu tío Raúl,
¿obtuvo algún beneficio al ocuparse de vos?; sos un chico con muchos valores,
Joaco, muchos repararán en vos, claro, con una condición. ¿Qué condición? pregunta
Joaquín, los ojos muy abiertos. Que logres abrirte a los demás y en eso estamos trabajando. Me
cuesta mucho admite Joaquín, la vista baja. Tendrás vos que reconocerte como valioso para poder ser valiosos a los
ojos de los demás. El pibe se queda pensando un largo rato. Hablé con mi papá cuenta le pregunté si le gustaba trabajar con el
abuelo. Gustavo recuerda la idéntica pregunta de su propio hijo. Me explicó que, en realidad, no trabajaba
con él, que había días en que ni siquiera se lo cruzaba; entonces le pregunté
si trabajaba para él; me dijo que él no trabajaba para nadie, que era un
profesional independiente y bla, bla, bla pero casi gritaba, me di cuenta de
que se había puesto muy mal y ahí mismo se fue y terminó la charla. ¿Por qué
creés que tu padre se incomodó? Ni idea. ¿Qué es lo primero que se te ocurre?
Le dio vergüenza. Gustavo calla. Soy
un boludo dice el chico cómo le va a
dar vergüenza a mi papá. ¿Pensás que tu padre está orgulloso de cuanto hace? Él
hace solo lo que quiere; si no quisiera trabajar con el abuelo no lo haría. Gustavo
recuerda su propia posición. ¿Estás tan
seguro? pregunta. Joaquín calla. ¿A vos te gustaría trabajar con tu padre?
¡Ni muerto! exclama el chico siempre sería su esclavo. Gustavo
experimenta una repentina y acuciante sed. Se sirve un vaso agua. Lo bebe con parsimonia y luego dice todos los roles en la vida tienen su parte
complicada; lo importante es descubrir cuál es el papel que uno está jugando en
la obra de su vida, reconocerse en él y luego decidir si es ese el que uno
quiere seguir jugando; hasta ahora te sentiste cómodo con el disfraz del que
nada se puede esperar; por otro lado, ese rol te permitió, de alguna manera,
salir de la esfera de tu padre que solo cobija a los exitosos; sería
interesante que pudieras descubrir todos tus valores y que eso no te obligara a
resignar tu independencia; tenés mucho trabajo para esta semana, Joaco; te
sugiero que te observes tu accionar y el de todos los miembros de la familia
como si fueras parte del público que mira la obra; el miércoles próximo lo
charlamos, ¿te parece? Trataré dice el chico pero no sé si voy a poder. Esa es una respuesta de tu antiguo rol, no
vale como disculpa indica Gustavo sonriendo ampliamente. El pibe también
sonríe.
Gustavo experimenta
una creciente inquietud. Intenta rastrear su origen. Llama a la nena y la encuentra lo más bien
pero la desazón no se alivia. Se prepara un té. El líquido caliente lo
reconforta.
No sé qué me pasa le cuenta Gustavo a Ana María espero que no sea una crisis de ansiedad. Cuénteme qué siente. De
libro: taquicardia, dificultad para respirar, dolor en el pecho. ¿En qué
momento comenzó? Esta tarde, en el consultorio. ¿Cuándo estaba atendiendo? Gustavo
se queda pensando. No, en los intervalos.
No parece tener relación, entonces, con los pacientes. No, a pesar de que
estaba un poco inquieto por tener que plantear el tema de las vacaciones, me
sentí muy bien atendiendo. ¿Está preocupado por su hija? Eso, siempre, pero
está mucho mejor, por momentos parece la de siempre. ¿La fábrica? Hoy tuve una
conversación con mi padre a raíz de las vacaciones, pero terminé comentándole
que estaba pensando añadir otro día de consultorio el año próximo. Un paso
importante, lo felicito comenta ella, un pulgar apenas levantado y luego,
ya seria, añade ¿eso lo puso ansioso? No responde
él, y lo tiene muy claro no es eso. ¿Qué
pasó hoy? Ya le dije, la charla con mi padre. ¿Hay algo que esté por pasar? A Gustavo se le cae el mundo encima. Si seré
pelotudo, piensa. Chasquéa. Es la última
noche que Cecilia duerme en casa informa. ¿Desde cuándo? Una semana; hubo mucha presión de la nena, pero hoy al
desayuno Cecilia me avisó que mañana empieza a trabajar y que se va, por ahora
a lo de los viejos, más adelante alquilará un departamento. ¿Tiene ganas de que
eso suceda? Él se toma su tiempo para contestar. Sí y no; por breves momentos, los cuatro alrededor de la mesa, puedo
fantasear que todo es como antes pero cuando se apagan las luces y mi cama está
vacía y sé que ella, sin embargo, respira bajo mi mismo techo, me atrapa una
mezcla de bronca y de angustia que me tiene dando interminables vueltas hasta
que logro dormirme al amanecer para tener que despertarme pocas horas después
para ir a la fábrica y encontrarlo a mi papá; no la estoy pasando bien, Ana
María, se lo aseguro. ¿Qué siente por ella? Gustavo busca el respaldo y se
apoya. No puedo precisarlo pero
indiferencia, obviamente, no. Ana María lo mira como si pudiera
atravesarlo. ¿Le ha dicho Cecilia si se
va ir a vivir acompañada? No, parece ser que cortó la relación con el tipo. Qué
raro que usted no me lo haya comentado antes. Me lo dijo esta mañana, todavía
no tuve tiempo de procesar el asunto. Sin embargo, estuvo ansioso toda la
tarde. Es cierto admite él. Ella mira el reloj. Ahora tiene tiempo indica. Él se echa el cabello hacia atrás y permanece con los codos en alto. Este dato no cambia la historia: si no es
con él, será con otro; ella ya no me ama. ¿Y usted? Ya sé que es un absurdo
pero recurrente, siento que le enfermedad es un manejo de Martina, y me da
rabia contra ella; yo había podido reparar mi vida, estaba bien con los chicos,
con Natalia; ahora todo voló por el aire. Gustavo, no está contestando la
pregunta, ¿qué siente por Cecilia? Él se restriega los ojos, luego,
mirándola de frente admite no fui yo
quien se bajó del barco. ¿Estaría dispuesto a subirse nuevamente? Él se
fastidia. No insista, Ana María, me hace
daño; ya nada depende de mí si es que alguna vez dependió. Veo que ha vuelto a
uno de sus argumentosf avoritos: las cosas le suceden sin su injerencia, por lo
tanto, no es responsables de las mismas; tuvo un hijo por culpa de Cecilia,
postergo su profesión por culpa de Nacho, trabaja con su padre por culpa de su
familia, se separó por culpa de Cecilia, se alejó de Natalia por culpa de la
enfermedad de su hija, Cecilia está en su casa por culpa de Martina y así
interminablemente. Él recibe el impacto. Cascadas de ladrillos cayendo
sobre su cabeza. ¿Dónde estaba usted
mientras le pasaban esas cosas? Tarda mucho en reponerse. Puede ser admite, avergonzado. Creo que llegó la hora de que se asuma como
protagonista; piénselo y lo charlamos la próxima. Gustavo está por
incorporarse cuando recuerda el tema. ¿Cuándo
se toma vacaciones? pregunta. Unos
días a fines de febrero contesta ella. Qué
bueno, entonces podremos seguir trabajando comenta él, aliviado.
Subirse al auto es recuperar la opresión en el pecho. No me esperen a comer le escribe a Cecilia. En cuanto envía el
mensaje, llega el alivio. No está en condiciones de parodiar la última cena. Las manos en el volante
no sabe adónde ir. Con Santiago se encontró a la mañana; Natalia, imposible.
Descubre, entonces, que no tiene muchas otras opciones. Estoy solo, piensa.
Momento en el que suena su celular. El
portero acaba de traerme los impuestos del terreno, vencen mañana le
informa su madre. Él se toma unos
segundos. para reflexionar. No te preocupes, yo me encargo, paso a
buscarlos ahora, ¿ya cenaste?
¿Por qué estás acá? le pregunta su madre mientras sirve el arroz con
leche. Gustavo inspira hondo. Era obvio que la cena no le saldría gratis. Me imagino que no es porque tenías ganas de
verme. No empieces, mamá. ¿Cómo están las cosas con Cecilia? Ya te dije,
estamos distanciados. Pero Cecilia se está quedando en tu casa. Parece que no
conocieras el estado de Martina. A Martina la conozco, sí, pero a vos te
conozco mejor. Basta, mamá, siempre te la arreglás para arruinar todo. Claro,
porque fui yo la que alejó a Cecilia. Dejá de decir disparates. No entendés a
las mujeres, vos. Gustavo se incorpora y deja la servilleta sobre la mesa. Mejor me voy. Qué raro yéndote, vos, parece
que no supieras hablar, no entiendo cómo te la arreglas con tus pacientes. Él
agarra sus cosas y se dirige hacia la puerta. Esperá dice ella mientras va hacia la cocina te preparo un poco de arroz para los chicos; les encanta.
Gustavo, la llave en la mano, se detiene. Apoya la oreja en la puerta. Ningún ruido. Abre con delicadeza. Solo está encendida la luz del pasillo. El sillón del living está con las sábanas puestas, prolijamente estiradas. Le queda claro que Cecilia todavía no se acostó. ¿Habrá pasado algo con la nena? Intentando no hacer ruido se dirige hacia los dormitorios. La puerta del de Nacho, como siempre, cerrada. La de la nena, entornada. Se asoma. Martina duerme profundamente. El baño está cerrado. Seguro que está ella, decide. Más tranquilo va hasta su cuarto, abre y entra. Dejaron la luz encendida, es su primer pensamiento. Hasta que descubre a Cecilia, envuelta en una toalla, frente al placar abierto de par en par. No encuentro el camisón, Juana lo debe haber guardado se justifica ella. Gira bruscamente y la toalla se le engancha y cae al suelo. Queda, desnuda, frente a él. Ella se agacha para recogerla. Él solo alcanza a pensar que debe evitarlo. Avanza y pisa la toalla. Ella, entonces, la suelta, se incorpora y, los brazos bajos, la boca entreabierta, lo mira. Él la abraza.
Gustavo, la llave en la mano, se detiene. Apoya la oreja en la puerta. Ningún ruido. Abre con delicadeza. Solo está encendida la luz del pasillo. El sillón del living está con las sábanas puestas, prolijamente estiradas. Le queda claro que Cecilia todavía no se acostó. ¿Habrá pasado algo con la nena? Intentando no hacer ruido se dirige hacia los dormitorios. La puerta del de Nacho, como siempre, cerrada. La de la nena, entornada. Se asoma. Martina duerme profundamente. El baño está cerrado. Seguro que está ella, decide. Más tranquilo va hasta su cuarto, abre y entra. Dejaron la luz encendida, es su primer pensamiento. Hasta que descubre a Cecilia, envuelta en una toalla, frente al placar abierto de par en par. No encuentro el camisón, Juana lo debe haber guardado se justifica ella. Gira bruscamente y la toalla se le engancha y cae al suelo. Queda, desnuda, frente a él. Ella se agacha para recogerla. Él solo alcanza a pensar que debe evitarlo. Avanza y pisa la toalla. Ella, entonces, la suelta, se incorpora y, los brazos bajos, la boca entreabierta, lo mira. Él la abraza.
Miércoles 26 de diciembre
Gustavo, adormilado, palpa la cama. Se incorpora bruscamente. Nueve y cuarenta y cinco en su reloj. Se levanta de un salto. Quedó a las diez con Santiago. No se siente bien. Recuerda el vithel toné, la sidra y el pan dulce y se incrementan sus naúseas. Va hasta el baño y toma un digestivo. En la cocina lo recibe Juana. ¿cómo pasó la nochebuena? pregunta él. Tranquila, en casa con mi marido y los chicos, no es noche para trasladarse; ayer almorzamos en lo de mi madre; ¿le preparo un café? No, ya salgo, cualquier cosa me llaman indica él.
¡Feliz navidad! lo recibe Santiago, en la mesa contra la ventana. Van Gogh está extrañamente vacío, dada la hora. Gustavo se sienta, bostezando. ¿Resaca? Le pregunta su amigo. Indigestión, solo un par de copas de sidra. Yo me tomé todo; pasé la nochebuena en la casa de Marisa. ¿Cómo te fue? De diez; son cuatro hermanos y quichicientos sobrinos. Te veo mal comenta Gustavo. ¿Por qué? Hasta que Marisa no te encaje media docena de críos no parará. Ambos ríen. La vieja se puso furiosa continúa Santiago primera Nochebuena sin su hijito; compensé dedicándoles todo el 25, sin Marisa, obvio, para calmar las aguas ríe ¿y vos? Nochebuena pasamos en lo de mi madre; el 25 almorzamos en lo de mi viejo y cenamos con la familia de Cecilia. ¿Cómo es eso? inquiere Santiago con el ceño fruncido. Estás muy atrasado de noticias dice Gustavo girando para llamar al mozo esperá que me pido algo. Dale, largá, no te hagas el interesante reclama Santiago cuando llega el té. Sabés que Cecilia se estaba quedando en casa por pedido de la nena. Sí, pero el miércoles pasado me dijiste que era la última noche. Gustavo baja la vista. No me digas nada, soy capaz de adivinarlo, para festejar que era la última noche terminaron durmiendo en la misma cama. Gustavo calla. ¿Acerté? y como Gustavo no reacciona Santiago agrega estaba cantado, en esas circunstancias solo era cuestión de tiempo; ¿sigo adivinando o me contás? Vos todo lo trivializás dice Gustavo, irritado. ¿Querés que traiga unos violines así todo suena más romántico? Gustavo amaga con levantarse. Santiago lo retiene con una mano sobre el brazo. ¡Qué poco sentido del humor!, tu problema es que te tomás la vida demasiado en serio. Y el tuyo que seguís boludeando a los treinta y cinco años. Quedate tranquilo, Marisa ya me echó el lazo, pero ¡quién me quita lo bailado! Gustavo, a su pesar, termina sonriendo. Lo vamos a intentar, Santiago, los chicos se lo merecen; todo es muy raro, ¿me querés creer que ninguno de los dos preguntó por qué Cecilia no seguía durmiendo en el living?; todavía no hablamos con ellos, ni siquiera hablamos demasiado entre nosotros, nos estamos dejando llevar; veremos cómo resulta. Santiago levanta el vasito con agua y lo choca con el de Gustavo. Brindo por los cuatro, pero sobre todo brindo por vos; Cecilia no es mujer para perderla; además, qué otra va a bancar que yo sea tu amigo del alma. Gustavo le empuja el hombro hacia atrás. Mirá que sos pelotudo dice. Ambos ríen.
Buenos días lo saluda su padre te pedí que vinieras porque quiero arreglar con vos unas cuantas cosas y, con los feriados, solo nos quedan un par de días. Se enfrascan en clientes, pagos y facturas. Al final no me diste tu opinión con respecto a mi proyecto de sumar otro día al consultorio se atreve a plantear, de pronto, Gustavo. Creí que te habías olvidado sonríe el padre pero luego, serio comenta estuve pensando en el tema porque yo te preciso acá todos los días; ya se me complican demasiado los miércoles; se me ocurrió que es mejor opción que vengas todos los días por las mañanas, que son más complicadas, hasta que termina el turno de las 13; por supuesto que ajustando el sueldo proporcionalmente, porque voy a tener que tomar a alguien, claro, que ejecute lo que vos le dejes indicado; ya no tengo fuerzas para hacerme cargo de todo. Gustavo, azorado, descubre dos cosas: que es imprescindible en la fábrica y que su padre se está poniendo viejo. Me parece una excelente idea, porque, además, el grueso de los pacientes se concentran por la tarde; en febrero me encargaré de organizar todo de modo de poder arrancar en marzo. Se te ve entusiasmado comenta el padre cómo me gustaría verte así con la fábrica; porque siempre trabajaste con mucha eficiencia pero nunca con pasión saca un pañuelo del bolsillo del saco y se seca la frente aunque en realidad, a mí me pasó lo mismo Gustavo lo observa, conteniendo la respiración recién la fábrica se me metió en la sangre cuando murió tu abuelo. A Gustavo le sale del alma no te vayas a morir, viejo, porque esta fábrica desaparecería con vos. El padre, cabecea, y dice estoy seguro de que no, esta fábrica le dio de comer a mi abuelo, a mi padre, a mí y a vos; ¿por qué privarlos a mis nietos y a los hijos de mis nietos? Gustavo repara en que es demasiado fuerte el mandato. No puedo prometértelo, papá, espero que mis hijos puedan, desde un principio, trabajar en lo que les guste. El padre sonríe. Tendré que captarlo a Nacho dice ese pibe es una luz para los negocios, me di cuenta, desde que era chiquito, por las cosas que me pregunta cada vez que viene a la fábrica,. Gustavo descubre que hay muchas cosas que ignora de su padre y de su hijo. ¿Me conozco a mí mismo?, se plantea.
Lo impacta el aspecto de Mariana. Está sumamente arreglada. Pollera corta, tacos altos. Se ubican. ¿Empezaste a trabajar? averigua. ¿Por qué me lo preguntás? Por tu atuendo. No, solo necesité comprobar que seguía siendo la de antes. ¿Y qué te pasó cuando te viste? Ella cabecea. Más allá de que tuve que luchar para subirme el cierre de la pollera, no luzco igual. ¿Qué percibís como diferente? Perdí presencia. Es muy interesante lo que decís, tratá de explicarme. Ella se queda reflexionando. Antes de salir a la calle siempre me miraba en el espejo; y comprobaba, una y otra vez, que era capaz de conseguir lo que quisiera, desde un trabajo hasta un amante; salía dispuesta a ganar. ¿Y qué te devolvió el espejo hoy? Nada, no soy nada, ya no tengo la llama en los ojos; varias veces me dijeron que era muy difícil sostenerme la mirada. Es decir que no saliste en plan de combate comenta Gustavo y ella lo mira elevando levemente el mentón. Te pusiste el uniforme pero solo el uniforme. No te entiendo. Ya no sos un soldado. Cómo te gusta alardear con eso. ¿Alardear? ¡Tu gran descubrimiento! Tu gran descubrimiento. Ella se endereza y adelanta el torso hacia adelante. ¿No será que en tu mirada se filtra la blandura que te exige Benicio? Ella hace una mueca despectiva. Luego de un rato comenta hice lo deberes. Gustavo la mira, sorprendido. No te entiendo dice. El miércoles pasado, cuando fui a buscar al nene, por primera vez me lo encontré plácidamente dormido; mamá me ofreció un café; cuando estábamos las dos frente a la mesa de la cocina le pregunté por mi nacimiento; me dijo que yo había nacido de parto normal, con tres kilos y medio, que me había amamantado hasta el año y medio, que por eso se había puesto mal cuando yo decidí no darle el pecho a Benicio, pero que ella no tenía derecho a exigirme nada; noté que las manos le temblaban; le pregunté por qué pensaba eso; ella me miró, estaba desencajada; ¨yo no pude ser una buena madre¨, me dijo; y cuando yo me disponía a insistir se despertó Benicio, le tuve que dar la mamadera y después llegó mi papá; decidí concederle una tregua por Navidad pero ayer la llamé y le pedí que viniera a casa a quedarse un rato con el nene; en cuanto llegó le dije a mi empleada que lo sacara a pasear en cochecito; mamá no entendía nada; entonces le expliqué que necesitaba que charláramos tranquilas; le pregunté por qué no me había querido cuando era chiquita y se puso como loca, me dijo que me adoraba entonces le empecé a gritar y le reclamé que no entendía como una madre podía abandonar a una nena de pocos años; se levantó y buscó la cartera pero la agarré de un brazo y la empujé sobre el sillón; ¿sabe por qué mi mamá no venía a verme? Mariana esboza una extraña sonrisa porque estaba en la cárcel; después de que la torturé otro buen rato terminó contándome que el día del aniversario de casamiento le quiso dar una sorpresa a mi papá, me dejó con mi abuela y se le apareció cerca de las ocho en el consultorio para invitarlo a cenar; cuando llegó abrió con su llave; escuchó ruidos raros; la puerta del consultorio estaba entreabierta; se asomó y descubrió a mi padre en el piso teniendo relaciones con una mujer; salió dando un portazo y se subió al auto; escapó manejando como loca, sin encender las luces, ya estaba oscuro; atropelló a una mujer y la mató; lo peor es que, como no se dio cuenta, ni se detuvo; le dieron un año de prisión; cuando salió estaba desquiciada y la internaron otro año en un psiquiátrico, entraba y salía con depresiones severas; recién cuando yo tenía diez años estuvo en condiciones de venir a Buenos Aires; en cuanto ocurrió todo, papá se vino conmigo para acá porque, como se imaginará; en Trenque Lauquen fue un escándalo; entonces llegó la chica con Benicio, tuve que darle de comer y mamá aprovechó la volada para desaparecer lo mira con intensidad ¿a vos te parece que es un buen momento para que te tomes vacaciones? No contesta Gustavo obligándose a ser sincero, conmocionado por el relato el miércoles te espero a la hora de siempre. Ella se endereza en el asiento me parece bien pero ahora me voy, estoy un poco mareada, me debe de haber bajado la presión. ¿Querés que te prepare un té?, ¿algo dulce? ofrece él. Gracias, prefiero irme. ¿Seguro que estás bien? Sí, no te preocupes. En el momento de despedirla Gustavo pide mándame un mensajito cuando llegues a tu casa. Ella lo mira y le da otro beso en la mejilla.
Gustavo está desconcertado. Le sorprende que en tan poco tiempo de tratamiento haya podido ocasionar tamaño movimiento del tablero. ¿Para bien? Porque Mariana la está pasando mal, muy mal. Seguir atendiéndola es lo menos que puede hacer por ella ahora que la hizo descender hasta el abismo. ¿Qué si reconsiderara las vacaciones con el resto de los pacientes? Recuerda la propuesta de su padre. ¿Será posible que el próximo año pueda atender todos los días? ¿Será capaz de conseguir más pacientes?, ¿de sostener los que tiene? De pronto siente hambre, claro, no desayunó. Abre la heladera y come un trozo de queso.
Camilo, por primera vez, llega con bermudas. Mientras avanza hacia el consultorio, Gustavo, desde atrás observa las cicatrices. Hoy es la última vez anuncia el chico no más sentarse. Sí, hasta febrero lo corrige él. ¿Cuándo tiempo tengo que seguir viniendo? Gustavo reflexiona. Está decidido a que sus pacientes conserven la libertad. ¿No querés venir más? pregunta. No, no es eso, solo por saber. Seguiremos trabajando en tanto vos desees y yo considere que hay algo que yo pueda seguir aportándote. Tenemos para rato, entonces. ¿Por qué lo suponés? Conocí a mi hermanita cuenta el chico. Cierto recuerda Gustavo el fin de semana; ¿y cómo resultó? Un lío; en cuanto vio a la nena, Luciana se encaprichó en alzarla, Azul se puso a llorar a los gritos, papá la retó a Lu y, para rematarla, Toby se pilló, la única que conservó la calma fue mamá, primero lo cambió a Toby y después agarró a la nena se la llevó a un lugar tranquilo y media hora después la devolvió recontenta, con una galletita en la mano y un oso en la otra; Lu estaba enojada con papá y ya no le prestó atención a la nena; Toby se fue a dormir la siesta y así terminó todo; tendrías que haber estado vos agrega Camilo, sonriendo. Todavía no me contaste lo más importante comenta Gustavo, complacido. ¿Qué? pregunta el chico, los ojos muy abiertos. ¿Cómo te sentiste vos en medio de ese caos? Camilo se queda reflexionando un largo rato. Me causó gracia contesta. ¿Gracia? inquiere Gustavo, sorprendido. Sí, en las familias con muchos chicos siempre hay lío; eso, parecíamos una familia explica con una sonrisa. Eran una familia lo corrige Gustavo. Me dio lástima cuando papá se la llevó, no sé cuándo la veremos de nuevo; ¿sabés que es lo que me dejó más tranquilo? Gustavo hace un gesto alentándolo a continuar. Me di cuenta de que mi mamá la quiere a la beba, porque si no la quisiera estaríamos todos fritos, empezando por papá; pero mi mamá, vos ya la conociste, es lo más. ¿Tuviste a Azul en brazos? ¡No!, ¿para que se pusiera a llorar?, hay que darle tiempo, como dice mamá, yo me fui al cuarto de Toby y le leí un cuentito, él sí que me dio lástima. ¿Por qué? pregunta Gustavo. Se tiene que bancar que ya no es el más chiquito. Vos sí que tenés experiencia al respecto acota Gustavo. Y, sí, ¡tres monos después que yo! exclama el chico, busca un chiclet en su bolsillo y masca. ¿Cómo pasaron Navidad? pregunta Gustavo eludiendo abordar temas nuevos. Bien, en lo de mis abuelos. ¿Maternos o paternos? De mi mamá, mi otra abuela se murió poco antes del accidente y mi abuelo hace mucho; lo único que me alegra de que se haya muerto mi abuela, es de que no llegó a verme así hace un gesto señalando las piernas ella me quería mucho; ¿te imaginás haber sufrido por mi accidente para morirse enseguida?, una boludez; me acuerdo bien el último día que estuve con ella, jugamos a la canasta; ninguno de mis amigos sabe jugar, es juego de viejas, parece, pero a mí me encantaba; no tuve tiempo de llorar a la abuela porque después me tocó a mí; recién ahora lo pienso, pobre papá, y encima con mamá en Estados Unidos cuidando a mi tía; mal año para los Castillo. Por suerte ya pasó le recuerda Gustavo, conmovido por la madurez del chico. Sí, porque rengo y todo, estoy vivo y tan, tan mal no me va; ¿querés que te cuente de Sofía? pregunta, pícaro. Desde las vísceras, Gustavo sonríe.
Mientras se prepara un té, vibra su celular. Cecilia. Abre, alarmado. ¿Cómo te fue con tu padre? lee. En solo seis palabras, la confirmación de la cotidianeidad reinstalada. Me propuso que trabaje solo por las mañanas. A la noche te cuento escribe. Y en la certeza de que podrá compartirlo con ella le provoca una tibieza en el alma ajena al té que bebe a sorbos. Al menos por ahora, trata de protegerse. Solo falta que los análisis de Martina de mañana, la libren de otra diálisis, para poder terminar bien el 2012. Qué año imposible de olvidar. En lo bueno y en lo malo. Como todos los años, en realidad. Mes a mes, semana a semana, tejiendo la trama de la vida. De eso se trata, piensa, mientras se apresta a recibir a María Inés.
¿Cómo estás? pregunta Gustavo cuando registra que ella no comenzará a hablar. Sobrevivo contesta María Inés, en voz muy baja a qué no te imaginás dónde pasé la Nochebuena. Él abre ambas manos en gesto interrogante. Sola, en un restaurante; le dije a mamá que no pensaba festejar con Gerardo; ella me pidió que hiciera un esfuerzo hasta fin de año, que papá ya había combinado con él y que habían invitado a otros dos abogados con quienes están trabajando, con sus mujeres; estuve a punto de claudicar pero el veinticuatro a la tarde me agarró un ataque de angustia; se me cerró la garganta, no podía respirar, estuve a punto de tomar un puñado de Valium cuando resolví que así no arreglaba nada; salí cerca de las ocho dejando una nota en la mesa de luz de mamá, que se estaba duchando; agarré el auto y empecé a yirar; hasta que cerca de las diez encontré un restaurante en el que vi unas mesas vacías, entré y cené sola; tuve registro de que todos me miraban, pero no me importó; fue extraño no chocar la copa con nadie pero, de alguna manera, me sentí orgullosa de mí; como a la una, previo mensaje tranquilizador a mi madre, decidí regresar a casa; no me daba para ir a lo de mis viejos; Gerardo no había llegado; me metí en el cuarto de huéspedes y cerré la puerta por dentro; no estaba en condiciones de enfrentarme esa noche con él; para mi gran sorpresa, me quedé rápidamente dormida; me desperté cerca de las once; Gerardo estaba en la cocina, preparando café; le dije que tenía que hablar con él, y así fue; le comuniqué que estaba decidida a separarme, que esperaba que fuera con su anuencia porque si no lo iba a hacer igual e iba a ser peor para él; se ve que percibió que ya no tenía escapatoria porque obvió las escenas; me quiero divorciar legalmente; le dije que reconocía que la mayor parte de los bienes los había generado él y que, aunque fueran gananciales, solo le pedía un departamento de tres ambientes en Belgrano que tenemos alquilado, el auto y nada más; yo tengo mi trabajo y soy capaz de mantenerme; él no podía creer lo que le estaba diciendo; debería estar pensando a toda máquina cómo iba a defender su capital; le pedí que se fuera hasta que los inquilinos vaciaran el departamento porque a lo de mis viejos no quiero regresar; le voy a encargar a mi hermano que lleve el caso; y bueno, aquí estoy, tremendamente aliviada. Gustavo está aturdido por la celeridad del proceso. La mira sin poder reaccionar. Te sorprendí, admitilo dice ella, sonriendo. Me apabullaste. Sí, a mí también me resulta raro reconocerme; ¡ahora tengo que decidir cómo pasaré el 31!; mi hermano me invitó a casa de sus suegros, pero todavía no sé si tengo ganas de ir. ¿Pensase en lo de las vacaciones? pregunta Gustavo. Sí, me gustaría que pudiéramos continuar; se me ve muy entera pero por las noches me entra una tristeza infinita y lucho por no recurrir a las pastillas. Te espero entonces, el miércoles 2. ¿Tendrás posibilidad de adicionar otra sesión? pide ella. Gustavo descubre que sí, que puede. ¿Te parece el jueves a la misma hora? Dale dice ella incorporándose me viene genial. Frente a la puerta abierta María Inés aclara obvia decir que todo esto hubiera sido imposible sin vos y lo agarra fuerte de ambos brazos mientras lo besa en la mejilla. ¡Buen año, Gustavo!, ¡lo mejor para tu familia y para vos!
Estoy orgulloso de mí mismo, piensa Gustavo mientras evalúa que los relatos de los tres pacientes que tuvo hasta el momento, fueron su mejor regalo de navidad. Qué tontería, tengo a mi hija viva y estoy con Cecilia, se contradice al instante.
Aprobé tres de las cuatro materias informa Joaco ya pasé de año. Estás contento, me imagino. No tengo nada de que sentirme orgulloso, no debería haberme llevado ninguna. ¿Quién te dijo eso? No empecemos, eso es lo que yo sé que mi papá piensa. ¿Estás tan seguro de conocer todos los pensamientos de tu papá? Los que tiene con respecto a mí, sí. Veo que tenés facultades supranormales. ¿Por qué me decís eso? Porque nadie puede saber lo que piensan y sienten los demás, solo los narradores omniscientes, si mal no recuerdo. Sí, justo acabo de rendir eso. ¿Y qué suponés que piensa tu padre sobre vos? Que soy un bueno para nada, ni me preguntó por los exámenes, ya ni le importa. A lo mejor no te pregunta a vos pero le pregunta a tu mamá; o a lo mejor no necesita preguntarte porque él también es omnisciente y conoce los resultados. El pibe se ríe. Después, serio, cuenta te hice caso y miré a mi familia. Nunca te doy órdenes, solo sugerencias, no tenés que cumplir también conmigo, Joaco. Es lo mismo dice Joaquín, ladeando la cabeza. ¿Y qué observaste? A mi hermano, sobre todo; se la pasa mirando a papá, nunca me había dado cuenta; a mamá, poca bola y yo, directamente no existo; está de acuerdo con todo lo que dice mi padre, parece un robot. ¿Te gustaría ser como él? El chico se queda pensando. Sí y no; me gustaría ser inteligente y sacarme todos diez pero no ser un olfa de papá; por primera vez me dio un poco de pena. A lo mejor, si te dedicás a observar a tu padre también descubrirás sus debilidades, esas que todo ser humano tiene por el hecho de ser tal. No sé si quiero. Claro, si descubrieras que tu padre no es infalible tendrías que considerar que puede haberse equivocado y que, a lo mejor, sí servís para algo; eso sí, es más fácil decidir a priori que uno no sirve porque eso nos ahorra los esfuerzos. Puede ser; también pensé que a mi hermano le vendría bien venir para que entienda qué le pasa con papá. Tu hermano es demasiado chico para iniciar un tratamiento al margen de sus padres; tampoco sería conmigo porque este es tu espacio; si, en algún momento, conseguís hablar con tus padres y explicarles el proceso que vos estás haciendo y ellos consideran que también para tu hermano sería beneficioso, en ese caso, yo me ocuparía de buscarle un terapeuta apropiado. ¿No te parece que es demasiado para mí? Sí contesta Gustavo, sonriente creo que tenemos mucho para recorrer antes de que puedas ocuparte de otros. Para el examen de lengua también tuve que estudiar ejemplos de refranes: ¨la caridad bien entendida empieza por casa¨. Gustavo ríe. Recuerda de improviso, sus propósitos. Qué boludo, ya se le fueron dos pacientes. Busca un papel y escribe. Antes de que se me olvide, esta es mi dirección de mail; me escribís en cualquier momento. ¿Entonces no me vas a llamar después del 15? pregunta, Joaquín. Una cosa no quita la otra contesta Gustavo, profundamente satisfecho.
Por primera vez festejamos la Nochebuena en casa; mamá no quería saber de nada, decía que cómo me iba a tomar tanto trabajo estando el nene; pero yo sentía que, por alguna razón que se me escapaba, precisaba organizar todo yo cuenta Daniela fue rarísimo; compré un mantel rojo, un arbolito y montones de adornos; Lucas estaba encantado, me alcanzaba las bombitas para que yo las colgara. ¿Nunca antes tuviste ganas de armar el arbolito? Nunca se me pasó por la cabeza, es increíble, teniendo mi propio hijo; para mí el único árbol que existía era el de la casa de mis padres y punto. A lo mejor, recién al poder revivir tu propia infancia en toda su magnitud, pudiste dejarla de lado y sentirte, por primera vez, una completa adulta. Sí, es raro; se supone que debería estar enojada con mis viejos, sin embargo, mi clara sensación era que tenía que agasajarlos; y, la comida no me salió tan bien como a mi madre, obvio, pero todos estuvimos contentos; el nene comió sentado a la mesa con todos y entendió que tenía que esperar a las doce para abrir los regalos; está progresando a pasos agigantados; bien, todo mucho mejor. Daniela busca en su cartera un paquete de pastillas. Lo abre con parsimonia. Se pone una en la boca. Me parece que te olvidaste de alguien en tu relato. No entiendo. No lo nombraste a Ariel. Ah Daniela sonriendo, pero luego se pone seria al decir la verdad es que lo tengo relegado últimamente; estoy deseando irme de vacaciones; Lucas siempre está rodeado de todos los profesionales que lo atienden, nos vendrá bien estar los tres solos; la macana es que tendremos al nene en el cuarto de nuevo sonríe en fin, todo no se puede. Gustavo está por preguntarle qué pasó con su deseo de tener otro hijo pero decide que no es momento de abrir temas; ya lo hablarán en febrero, lo anotaré en la ficha para no olvidarme, piensa, y cuando lo piensa lo invade una profunda satisfacción; su profesión se proyecta en el futuro, logró surcar el primer año. ¿Me escuchó? reclama Daniela. Gustavo se sobresalta. Perdoname dice estaba pensando en qué trabajaremos a la vuelta de las vacaciones. Ella ríe. Creí que se había aburrido de mí dice. Gustavo siente la necesidad de hacer un cierre y pregunta ¿qué sentís que te llevás de estos se toma unos segundos para calcular cinco meses de trabajo? Ella se queda reflexionando. Qué decirle, no quedó nada en pie; primero y principal, admití el autismo de mi hijo y, gracias a Dios, ya está en tratamiento y mejorando día a día; pude recuperar los terrores de mi infancia lo que alivió mis irracionales temores del presente; me acerqué más aún a mi madre; logré trabajar desde casa; me queda pendiente el tema de Ariel, ¿eso es lo que anotó para febrero? pregunta sonriente. Él asiente con la cabeza. Eso y el proyecto de otro hijo adelanta. ¡Tenemos asegurado todo el 2013! comenta ella. Si mantenemos el ritmo con el que estuvimos trabajando creo que lo vamos a resolver en unos pocos meses. Ella mira el reloj. Hoy me tengo que ir un rato antes; le dejé el nene a mamá pero tiene dentista; se rompió el puente comiendo nueces. El costo de las fiestas comenta Gustavo levantándose. Buen fin de año se despide ella y ojala que su hijita se reponga del todo. Él oprime la mano que ella le tiende y luego la besa en la mejilla.
A partir de marzo atenderé en el consultorio todas las tardes informa Gustavo. Qué buena noticia comenta Ana María desplegando su mejor sonrisa ¿está contento? Reaccionando; me lo propuso mi padre esta mañana. ¿Surgió de él? Me dijo que me precisaba en la fábrica; que prefería que trabajara, aunque fuera por las mañanas, todos los días, a que dejara de ir dos días. ¿Cómo le cayó el comentario? Ante todo me sorprendí; increíble que mi viejo admitiera que yo le era imprescindible. ¿Usted no se había dado cuenta? Gustavo se queda mirándola. Siempre sentí que él me estaba haciendo un favor a mí. Quizá sí al muchacho de veinte años que, de buenas a primera, se encontraba con la responsabilidad de un hijo, no al hombre de treinta y cinco que demostró sobradamente su eficiencia. Él se encoge de hombros. Va a contestarle cuando decide que hay algo más importante de lo cual debe hablar. ¿Debo?, se cuestiona, porque, en realidad, quisiera obviarlo. Me acosté con Cecilia informa, luego de unos segundos, la vista baja. Hoy es usted una verdadera caja de sorpresas. No crea que me siento orgulloso. ¿Por qué no? Claudiqué dice y le cuenta el episodio de la toalla. No pude resistirme concluye su relato, las palmas unidas sosteniendo el mentón. ¿Tuvo consecuencias el episodio? Gustavo se endereza y la mira. Estamos de nuevo juntos, sin ponerle nombre, sin hacer planes, casi sin hablarlo. ¿Y cómo está usted? Él se toma su tiempo antes de contestar. Depende del momento; cuando estoy fuera, me reto bastante, por suerte estuve muy ocupado, pero cuando llego a casa y desde el palier siento el olor de la cocina, mi ánimo asciende abruptamente; no sé por qué su comida huele más que la de Juana; un placer la mesa puesta para cuatro, ver a los chicos contentos; hasta ahí todo bien, pero lo que es indescriptible es lo que experimento cada noche, cuando después de ducharme, entro al cuarto y la descubro en la cama; estamos teniendo sexo como nunca, bah, como cuando éramos pibes, mejor, porque llevamos quince años de ejercer el oficio, conocemos cada uno de nuestros puntos sensibles; no se asuste, Ana María, ni estoy descerebrado ni considero que tengo la vida resuelta; me dedico a disfrutar el presente; no sé cuánto durará, ya tendré tiempo para llorar cuando venga la mala. Si es que viene comenta ella, sonriendo. Él agita la cabeza. Todo es absolutamente endeble; mi sensación es que si respiro demasiado fuerte el castillo de naipes se desmoronará. ¿Cómo lo tomaron los chicos? Su nivel de percepción es sobrenatural; ¿me quiere creer que no hicieron la menor pregunta ni el más mínimo comentario?; se plegaron a la consigna nunca formulada: nada de planteos, dejémonos fluir; la que preguntó, y bastante, fue mi madre; pero le contesté tan mal que se le fueron las ganas de insistir; no sé qué le habrá dicho Cecilia a sus padres porque, al menos a mí, no me hicieron ningún comentario; decidimos que este fin de año lo pasaremos los cuatro solos, ya cumplimos en Navidad con todos los familiares. ¿Cómo está Martina? Aparentemente bien; mañana le hacen de nuevo análisis, esperemos que vuelva a zafar de la diálisis. Ana María, en completo silencio, casi inmóvil, lo observa con su enigmática sonrisa. Como tantas veces, piensa él.Mona Lisa ¿Tiene registro de cómo creció durante estos seis meses? pregunta ella y él experimenta una emoción tan profunda que carraspea para controlarla. Se sirve agua y pregunta ¿seguimos con el mismo horario el año próximo?
Lacan comienza a ladrar aún antes de que termine de abrir la puerta. Se abalanza sobre Gustavo y lo hace trastabillar. Si serás bruto lo reta. La puerta de la cocina está abierta pero la luz apagada. Gustavo atraviesa el living vacío y, extrañado, se dirige hacia los dormitorios. Abre la puerta del suyo y descubre a los chicos en la cama grande, frente al televisor. Hola, papi, vení, acostate con nosotros, estamos mirando videos lo convoca Martina. En la pantalla Cecilia, embarazada, hamacando a Nacho. El flequillo rubio del nene alborotado por el viento. A mí no se me ve pero estoy le aclara la nena. Gustavo verifica que los baños están vacíos y regresa. ¿Y mamá? pregunta, inquieto. Llamó hará una hora, dijo que volvía tarde informa Nacho. Gustavo experimenta una profunda opresión en el pecho. Su primer y estúpido pensamiento es que por suerte no le compró las flores. ¿Dijo si venía a cenar? Ni idea, llamala. Él piensa que nuevamente las hormonas le nublaron la razón, ¿cómo pudo dejar a la nena sola?, seguro que está con ese. La cabeza le da vueltas. Se sienta al lado de la nena que le dice ¡mirá, papi, ahí apareciste vos! Gustavo mira el televisor. Él sonriendo con Nacho a babuchas. Yo también era una criatura, piensa. ¿Qué me estoy perdiendo? escucha Gustavo y gira la cabeza. Cecilia en el marco de la puerta, los brazos en jarra, sonríe. ¿De dónde venís? pregunta él y se arrepiente en cuanto las palabras escapan de su boca. Estaba trabajando contesta ella, la vista en el piso. ¡Mami, vení, mirame! reclama Martina. Después, ahora voy a preparar la cena dice, mientras sale. Gustavo sabe que el castillo se vino abajo.
Los chicos parlotean. Gustavo no puede seguir la conversación. Tengo que enfrentarla, resuelve. Ahora mismo. Se levanta y va hacia la cocina. La encuentra lavándose las manos. Poncio Pilatos, piensa. En tono burlón pregunta ¿qué fue lo que te pasó? Fui a buscar los análisis contesta ella y el alma de Gustavo asciende pero luego desciende hasta el piso las proteínas subieron un poco; los médicos de la clínica quieren dializarla mañana; después fui a llevarle los estudios a Grieco; él no se alarmó, sugiere repetir los estudios el 29 para, en caso de ser necesario, poder dializarla el 30, aunque está convencido de que no va a hacer falta, ya sabés cómo es él. ¿Qué le dijiste? Que yo estaba de acuerdo pero que lo iba a consultar con vos; quedé en avisarle cuanto antes. Lo que diga Grieco para mí está bien contesta él ¿querés que llame yo? Dale dice ella voy a ver si Juana nos dejó algo preparado. Gustavo habla con Grieco y corta, aliviado. ¿Por qué, como él, no tener fe? Vuelvo enseguida dice al pasar por la cocina y antes de que Cecilia pueda preguntarle nada, cierra la puerta.
La noche está preciosa. Estrellada. La calle llena de gente. Gustavo camina por Cabildo, a paso vivo, varias cuadras.
La noche está preciosa. Estrellada. La calle llena de gente. Gustavo camina por Cabildo, a paso vivo, varias cuadras.
Recién en Juramento encuentra jazmines.
Fin
Gracias por acompañarme.
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