Entregas acumuladas en orden

1
AGOSTO 2012
Miércoles 1
Gustavo  junta los papeles llenos de tachaduras esparcidos sobre el escritorio. ¿Para qué imprimís mil veces, pa? se burla siempre Nacho, gastás los cartuchos, corregí en la pantalla.  Se incorpora, abre la puerta del balcón y se acoda sobre la baranda. Dan ganas de dejarse caer sobre el colchón tejido de vereda a vereda por las copas de los jacarandás. Por eso, a pesar de la opinión de su padre, eligió el departamento. Ama esas pocas cuadras de Melián. El follaje amortiguando el ruido de los escasos autos sobre los adoquines. Se llena los pulmones de aire frío  y entra. Ya en la cocina, revisa el cronograma adherido a los azulejos. Sus pacientes, todavía no puede creerlo. Soy un aprendiz, piensa, un aprendiz de treinta y cinco años. Aprendiz de terapeuta, dice en voz alta. Pone sobre la bandeja una jarra con agua fría y dos vasos; la deposita sobre la mesita del consultorio. Casi la hora.
2
Laura le tiende la mano. Gustavo nota que hoy está especialmente arreglada. El pelo distinto, ¿más corto? evalúa mientras la observa sentarse. Todos sus modales son delicados, de señora. Ayer llamé a la editorial, “no debe considerarlo un negocio sino un gasto”, me aclaró el dueño,  dice con retintín como si yo no lo supiera  se reacomoda en el diván, suspira y continúa estuve revisando álbumes y rescaté una foto para la tapa, tendría unos dos años. ¿Quién? la interrumpe Gustavo. Yo contesta irguiéndose  ¿usted tampoco me presta atención cuando hablo de mi libro? ¿Usted supone que no le prestan atención? Laura hace una mueca despectiva y sigue la foto es de mala calidad pero los ojos dan exactamente el tono. ¿Y cuál sería ese tono? Ella permanece callada unos segundos. Mira la alfombra. Tristes, muy tristes. Como los tiene hoy piensa él y los ojos de ella se llenan de lágrimas. No sabe lo que fue mi mañana  Laura se seca las mejillas con el dorso de la mano desde que están los pintores la casa es un caos, por suerte ayer me había dejado la ropa preparada, pero el sobre con la foto no aparecía por ningún lado, subí y bajé mil veces, finalmente lo encontré en el primer lugar en que lo había buscado; le tocó entonces el turno al celular, me llamé otras mil veces pero no sonaba, hasta que me iluminé y lo encontré en el bolsillo de la robe colgada dentro del placar; cuando miré el reloj casi me muero,  corrí las siete cuadras hasta el subte, la camisa chorreada de transpiración; mientras bajaba las escaleras busqué en mi billetera. Gustavo carraspea, Laura no está diciendo nada, cuánto más debe dejarla hablar. Ella continúa. Luis siempre me da tarjetas que nunca uso, encontré una;  el molinete la chupó pero el fierro se atrancó; fui hasta la ventanilla, todos cargaban la SUBE, Gustavo tose para ocultar un incipiente bostezo, la mujer me miró mal cuando compré un pase; lo probé pero el molinete no cedió, hasta que lo empujé con más fuerza, o sea, la tarjeta anterior hubiera servido; me sentí tan idiota  hace una pausa y cabecea, abatida  por fin logré salir del subte, atravesé el gentío de  Corrientes y llegué; me atendió una chica joven, que hojeando la novela mientras hablaba por teléfono dictaminó “se nota que no es una principiante”. ¿Usted considera que su obra es la de un principiante? Basta, Gustavo ella eleva la voz pero instantes después pide perdón  y como él solo esboza una sonrisa ella continúa a veces al  releerme siento que sí, y a mi edad, es tristísimo. Veo que no está en un buen día dice él sonriendo. Todavía no le conté la pelea con Luis. Laura se acomoda el cabello y lo mira. La escucho dice él. Discutimos por la plata, por lo que debía invertir en la publicación. Qué raro viniendo de él acota Gustavo. Me pidió que esperara la respuesta de Alfaguara  aclara ella. Entonces no le cuestionó la inversión la corrige. Sí, porque nunca me van a contestar. Quizás él considera que sí, confía en usted. Los ojos de Laura de nuevo se humedecen tampoco le conté que me estaba esperando en la puerta de la editorial. ¿Con quién, entonces, está tan enojada? ¡Conmigo! contesta y se echa a llorar. Gustavo espera a que se calme y luego dice pues yo la felicito. Laura se suena la nariz, abolla el pañuelo entre las manos y sigue hablando. Ahora de los pintores. A él le cuesta mucho prestarle atención. Le recuerda a su madre. Esa manera de enhebrar las frases casi sin fisuras. Ella cambia de posición. Cruza las piernas. Él le observa los tobillos. Sorprendentemente finos para su edad. En eso no se parece a su mamá.

Gracias dice Laura mientras le da la mano me salvó el día. Él sonríe y cierra la puerta, despacio, Todavía sonríe  cuando vibra su celular. ¿A qué horas venís? dice Martina no tuve clases a la tarde, mamá tiene una reunión y no vuelve hasta las nueve.  ¿Y Nacho? Recién se fue a lo de Tomás. ¿Quién es Tomás? ¡Papi!, ¡Tomás es el mejor amigo!  Él tiene la extraña sensación de que se hunde  en algo blando. Pero estás con Juana atina a decir y sigue hundiéndose porque Martina resopla los  miércoles no viene. Entonces estás solita. Obvio dice la nena y agrega, burlona a menos que cuentes a Lacán que está acá, lamiéndome. El timbre suena. En cuanto pueda te llamo, no le abras a nadie. Corta interrumpiendo las protestas. El timbre vuelve a sonar.  Gustavo se apura a atender. Hoy lo tengo que retirar diez minutos antes dice el padre de Camilo y se mete en el ascensor que dejó abierto. El chico avanza con dificultad,  apoya las muletas en el diván y se deja caer sobre el respaldo. Bufando se saca la campera.
3
Camilo se estira los dedos, resopla, la vista clavada en la ventana.  Parece que estás de mal humor sugiere Gustavo y recuerda a Martina, en la próxima pausa tratará de calmarla. Re admite el chico. ¿Me querés contar por qué? La profe de Cívica nos mandó un trabajo superlargo para mañana y al final lo tengo que hacer yo solo. Qué tal si me explicás desde el principio.  Camilo se endereza en el asiento, lo mira. Me tocaba  con Leo, pero yo tuve que venir para acá; él me invitó a dormir para hacerlo a la noche pero yo no quise. El chico saca el celular del bolsillo, lo abre, vuelve a guardarlo. Se rasca la nariz.  ¿Por qué no quisiste ir? El chico se ruboriza Leo tiene una hermana. ¿Entonces? Las mujeres molestan, no te dejan estudiar. Gustavo, divertido, agrega vos también tenés una hermana. Pero es chica dice Camilo mientras juega con la malla del reloj. ¿Y la de Leo? Es más grande que yo, está en segundo ¿Cómo se llama? Sofía contesta y las mejillas ya son dos frambuesas. A Gustavo le cuesta ocultar una sonrisa. Contame cómo es. Morocha, alta, con el pelo por la cintura la mirada de Camilo se entierra en el piso linda, relinda y dos  lagrimones comienzan a rodar. Al cabo de un buen rato Gustavo pregunta ¿por qué llorás? El chico levanta la cara mojada. ¿No te das cuenta?, por estas muletas de mierda. Gustavo siente el impulso de abrazarlo. No,  tras  dos meses de intentarlo Camilo pudo quebrarse, de ninguna manera debe consolarlo. Piensa y piensa hasta que le llega la frase correcta. Un alivio. Está por decir vos no sos tus muletas, cuando el chico se limpia las mejillas con la manga y pregunta ¿puedo ir al baño? Gustavo asiente, lamentándolo. Cuando lo ve de espaldas, alejándose, se acuerda de Nacho. Cierra los ojos. ¿Cuál era Tomás?, ¿el rubiecito que llevaron a Pinamar? Cuando la llame a Martina se lo preguntará. Solita en casa, qué peligro. Cecilia está loca, le hubiera avisado a Juana. Gustavo escucha las muletas. Parpadea. Camilo se acomoda. Él intenta ¿en qué estás pensando? y no se sorprende cuando Camilo, como si le hubieran apretado un botón, arranca en el trabajo de Cívica, tenemos que buscar en los diarios notas sobre la discriminación y después comentarlas. Gustavo podría intentar relacionarlo con las muletas pero el momento ya pasó. Habrá que tener paciencia. Camilo sigue hablando de lo que planea escribir. Qué lúcido es este pibe, evalúa Gustavo y escucha con interés los proyectos cívicos de Camilo.

Cierra la puerta tras chico y padre. Inspira hondo. Se acerca al escritorio,  busca el teléfono y llama a su casa. Sin éxito. El pulso se le acelera. Recién al tercer intento obtiene el jadeo de Martina. Me estaba duchando. ¿Cómo vas a bañarte estando sola?, ¡mirá si te pasaba algo! Vení, entonces. Ya te explique que los miércoles tengo pacientes. Qué me importa, deciles que me enfermé. Gustavo va a retarla cuando suena el timbre. Te dejo, preciosa informa. Papi, ¡me hiciste salir mojada del baño! Vuelvo a llamarte en cuanto pueda promete.  ¿Dónde mierda está Cecilia? ¡Papá! grita la nena  pero el timbre insiste y él tiene que cortar. No le gusta hacer esperar a sus pacientes. Se acomoda el cuello de la camisa a cuadros y se pasa los dedos entreabiertos por el cabello. Ensaya ante el espejo su sonrisa de analista. Abre. El perfume de María Inés lo arrasa. Las manos se le humedecen.
4
Gustavo roza la mejilla de María Inés. ¿Cómo estás? le pregunta. Regular contesta ella sin mirarlo, avanza majestuosa por el escritorio, entra al consultorio, deja la cartera sobre el diván y, con extremada parsimonia, se quita el tapado. ¿Naranja?, ¿coral?, evalúa Gustavo mientras se ubica en su sillón al tiempo que ella cruza con arte las piernas. Regular por qué pregunta. Mientras ella refiere con sumo detalle una discusión con la mucama, Gustavo la observa. Medias negras pero transparentes. Negros los zapatos de taco alto. Fino y alto. La vista de él sube. Negra la pollera. Negra y corta. Negra la polera de ¿angora? Negra, ceñida y mórbida. Dan ganas de tocarla. María Inés sigue enfrascada en las disputas domésticas.  Con la cocinera además de con la mucama. La vista de él, ahora, pasando por el collar de perlas, largo, de dos vueltas, llega a los ojos. Negros.  Almendrados, maquillados y negros. ¿Es solo eso lo que te tiene regular? decide interrumpirla. Ella arquea las cejas. Estoy casi segura contesta Gerardo tiene otra. Él, satisfecho, inquiere en qué se basa tu seguridad. Hace dos semanas que no me toca afirma ella,  la vista baja. ¿Y eso es nuevo? averigua él mientras piensa: dios mío, qué imbécil. No aguanto más dice ella y llora. Gustavo repara en que es el tercer paciente al hilo que llora, ¿su culpa o su mérito? Cuando ella se extiende para alcanzar la caja de pañuelos que él le ofrece, la pollera trepa y ofrece los muslos mientras ella confiesa elevando la voz no, no es nuevo, lo de siempre pero más. Pero menos la corrige él. Pero nada lo recorrige ella y el llanto se acentúa. Él quisiera decirle: no llores por él, es un imbécil, sin embargo solo agrega ¿y siempre tuvo otra? Ella lo mira fijo y él, de pronto se ilumina,  qué torpe, ni siquiera se lo había planteado. ¿Podrías hablarme del sexo entre ustedes? propone. Ella, la vista baja, cuenta desde el principio, desde que éramos novios, sentí que era yo quien lo forzaba momento en el que él, que ha seguido recordando situaciones, refuerza su suposición, quizá Gerardo no es solo un imbécil. Me trata como a una enferma dice ella y luego se interrumpe. Gustavo siente que vibra el bolsillo de su pantalón. Seguro que es Martina, piensa, al tiempo que exige no te detengas, María Inés, enferma de qué. Dice que soy ninfómana. ¿Y vos le creés? A veces  reconoce ella y llora más pero él no le da tregua a veces cuándo y aunque su celular sigue vibrando sabe que no lo atenderá  porque María Inés acaba de decir y suena desafiante cuando me masturbo. El portero eléctrico los sobresalta. Gustavo no puede creerlo.

Lo que nunca, se pasó de la hora. Tanto que el ascensor que debe llevarse a María Inés le trae a Raúl. Debo evitar estas desprolijidades, rumia Gustavo cuando ambos pacientes se sonríen en el relevo. Además, ni un minuto para hablar con la nena. Ya entrando Raúl comenta qué mina, guardadita te la tenías, voy a llegar siempre temprano pero a él no le causa gracia. Ninguna gracia.
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Gustavo acaba de leer El lenguaje de los gestos por eso observa con atención a Raúl, sentado con soltura en el diván. Como si fuera suyo, piensa. Está reclinado sobre el respaldo, la sonrisa franca, la pierna derecha apoyada sobre la rodilla izquierda. Un hombre concluye él, qué duda. Recuerda las piernas cruzadas de María Inés, también su postura es acorde a lo descripto para su género. Gustavo se pregunta cómo se sentará el marido de ella. Hoy lucís satisfecho inicia la sesión. Anoche finalmente cojimos dice Raúl. Se te nota comenta Gustavo. En cuanto entré a casa después de mi primera vez, la vieja me preguntó “¿te pasó algo?”, ¿será que se me queda pegado el olor a sexo? ¿Será que tengo buen olfato con los pacientes? bromea Gustavo. Raúl ríe. Gustavo repara en que  es la primera risa en tres meses de tratamiento. ¿Debe reír él? Solo acentúa la sonrisa y después pide contame. Aunque no puedas creerlo, fue ella la que vino al pie; yo ya ni la buscaba, estoy harto de me deje pagando. ¿Pasó algo que explique el cambio de actitud de Lisa? ¿De veras considerás que vale la pena hacer el esfuerzo de intentar comprender a las mujeres? Raúl ríe de nuevo y después refiere con sumo detalle todo lo acontecido en la cama,  se regodea describiendo sus habilidades amatorias. Cuando Gustavo considera que ya es más que suficiente y se dispone a interrumpirlo, Raúl, de la nada, informa le dije a Lisa que estaba pensando en irme de casa. Al fin, piensa Gustavo. Sin embargo, solo comenta entonces el sexo fue resultado de una amenaza. Amenaza, no se defiende Raúl lo estoy pensando en serio. Lo estabas pensando lo corrige él y la sonrisa de Raúl se congela. Le arruiné la alegría, piensa Gustavo. Siempre conseguís joderme se lo confirma Raúl. ¿Trayéndote a la realidad? ¿Qué es la realidad? se enoja Raúl. El proyecto de irte de tu casa se va a pique porque  tu esposa aceptó tener sexo con vos dice Gustavo. ¿Habrá sido demasiado agresivo? Si Ana María lo escuchara, ¿lo retaría? La sombra permanente de su propia analista. ¿Vos querés que me vaya de casa? pregunta Raúl. ¿Vos creés que deberías irte de tu casa? reformula Gustavo. Raúl apoya los codos en las rodillas, junta las manos y se proyecta hacia adelante mientras dice a lo mejor es la única manera de que ella descubra que me necesita. ¿Entonces? pregunta Gustavo.  No puedo irme. ¿Por qué? Raúl entierra la vista en la alfombra. ¿Por quién? Los ojos de Raúl describen una trayectoria curva hasta que enfrentan a Gustavo. Soy yo el  que no puede vivir sin ella confiesa en voz muy baja. Hace meses que estás viviendo sin ella. Raúl parece tan abatido que Gustavo mira su reloj y aunque faltan unos minutos determina lo dejamos por hoy.

Ocho minutos por delante. ¿Martina o Cecilia?  Desde el celular y parado llama a Cecilia, ella debe ocuparse de la nena. ¿Se puede saber dónde corno estás? le larga antes de saludarla. En una reunión. ¿Qué reunión? ruge Gustavo. Cecilia corta. Él insiste, descontrolado. El celular solicitado está apagado o fuera del área de servicio. Marca el número de su casa.  Hola, pa contesta Nacho. ¿No estabas en lo de un amigo? Sí, pero mamá me pidió que volviera a cuidar a Marti, diez años tiene la bebita. Gustavo escucha el ruido del ascensor y pese a la voz de la nena exigiendo pasame con papi, corta. Al arreglarse el cuello de la camisa se roza la yugular. Bombea. Mal estado para estrenar a Daniela. Otra derivación del compañero de golf de su padre. ¿Le sobran los pacientes o es solo por hacerle un favor a mi viejo?, piensa. Cuando abre la puerta se sorprende. No parecía tan jovencita por teléfono. Frágil.
6
Jean, zapatillas, sonrisa triste en la cara lavada. El pelo lacio y pardo.  Como un gorrión, diría Serrat. Atraviesan el escritorio. Ya en el consultorio Gustavo le señala el diván. ¿Me siento? Siempre que quieras podés acostarte responde él. Ella niega enérgicamente con la cabeza y se ubica. Gustavo, enfrente, le sonríe. Toma una ficha y una birome. Daniela, ¿no? Sí, Daniela Godoy. ¿Edad? Veintiséis años. Mientras sigue aportando  los datos que le solicitan, ella cruza y descruza los dedos. Una y otra vez. Terminado el interrogatorio y luego de unos segundos de silencio Gustavo pregunta ¿por qué viniste? Estoy mal responde ella sin mirarlo. ¿Mal por qué? Algo no anda bien con mi hijo ¿Cuántos años tiene? Dos, dos años y cinco meses. Contame un poco pide Gustavo y como ella calla él intenta ¿vos no andás bien con él? Ella endereza bruscamente la espalda. Él no anda bien conmigo lo corrige. ¿Y cómo es eso? No me deja que lo toque, que lo abrace, algo le pasó de repente. ¿Por qué decís de repente? Antes no era así. ¿Antes cuándo? busca Gustavo precisiones. Cuando era chiquito. ¿Y ahora es grande? Ella cabecea, sonriendo, pero luego se le endurece el gesto. Cambió mucho luego del año y medio. ¿Hubo alguna situación familiar coincidente? Daniela niega con la cabeza y agrega ya le dije, fue de repente. ¿Solo cambió con vos? No entiendo. ¿Con el padre sigue siendo afectivo? Con el padre nunca fue afectivo, bah, el padre tampoco nunca fue afectivo con él. ¿Con vos tampoco? El rostro de Daniela se ilumina. Conmigo es un dulce. ¿Se llevan bien entonces? En líneas generales, digamos que sí. ¿Y en líneas particulares? Ella ladea la cabeza y afirma el problema es Lucas. Sí, me comentaste que por eso habías venido. El problema entre nosotros es Lucas precisa mientras busca algo en su cartera. Parece una chiquilina, piensa Gustavo. Difícil imaginársela con una criatura a cargo. Daniela extrae un paquete de pastillas. Se me seca la garganta se justifica y ofrece ¿quiere? Él hace un gesto negativo. Cuando la ve nuevamente concentrada le pide háblame sobre Lucas. Como ella calla, la mirada en la alfombra él se rectifica hablame de lo que quieras.  Ella se endereza y lo mira él es lo que más quiero en el mundo. Gustavo opta por el silencio, se recuesta en su sillón y le sonríe. Luego de un buen rato ella cuenta ayer herví una  calabaza, la pelé y la metí en la procesadora. Él la escucha, extrañado. En cuanto apreté el botón escuché un aullido de animal; fui corriendo al cuarto del nene; Lucas, tirado en el piso, se tapaba los oídos con las dos manos; quise abrazarlo pero él me empujó, con tanta fuerza me empujaba, como si me odiara. Se queda callada, la vista perdida. ¿Entonces? pregunta Gustavo cuando percibe que ella ya no hablará.  Entonces corrí hasta a la cocina y tiré del cable del aparato; mágicamente los chillidos pararon. Daniela, de nuevo, calla; los labios apretados, la vista en la ventana. Daniela, ¿qué pasó después? Ella lo mira, se pasa la lengua por los labios y cuenta cuando volví al cuarto, Lucas había sacado todas las zapatillas del placar y las estaba poniendo en fila, una recta perfecta; ni me miró se echa el cabello hacia atrás con las dos manos justo en ese momento oí que se abría la puerta de calle; era Ariel que desde el living me preguntaba qué había para la cena. ¿Le contaste? ella sonríe displicente que había pollo con puré de calabaza. Gustavo va a repreguntar cuando mira su reloj. Junta ambas manos y se oprime los nudillos. ¿Te parece que la sigamos el miércoles que viene a la misma hora? propone. Ella asiente con la cabeza y se incorpora. Parece cohibida. Nunca hice terapia, ¿se paga cada vez o por mes? Al fin pregunta.

Gustavo se apoya en la puerta, aliviado. Última. Va hasta la cocina y prepara café. Taza en mano se deja caer sobre el diván. Demasiados pacientes en el día para comenzar había dictaminado Ana María. El rostro de Gustavo se desarma. Ana María. Se olvidó  del cambio de horario El celular vibra. Cecilia, piensa. En la pantalla aparece la cara de Santiago. Otra vez. No está de humor para su amigo. Deja la taza sobre la mesita, reacomoda los almohadones y se acuesta. Cinco minutos, piensa. Cierra los ojos.
7
Lo escucho pide Ana María en cuanto él termina de sentarse. Y él, que solo querría cerrar los ojos y dormir, se obliga a informar una semana dura, mejor ni hablar del día de hoy. ¿Por qué piensa que es mejor no hablar del día de hoy? reformula ella y él que quisiera decirle que está harto, de ella, de él, de Freud, de la asociación libre y de la atención flotante le resume mucho de todo, como dice Martina cuando le ofrecen helado y va a continuar cuando ella acota qué interesante, es la primera vez que antepone su hija a sus pacientes. Está equivocada dice él maravillado de su perspicacia hoy padecí toda la tarde por tener que postergarla. Gustavo le habla de su tedio con Laura, de las lágrimas de Camilo que ella aprecia enfáticamente. Cuando le está hablando sobre Daniela, Ana María lo interrumpe. Las intervenciones de un terapeuta siempre deben abrir, no cerrar; ¿cuánto sabe sobre los verbos?  Gustavo, desconcertado, responde bastante, hace poco los estuve estudiando con mi hija. No es lo mismo ordenar ¨hablame¨, como usted hizo con Daniela, que preguntar ¨querés hablarme¨ o, mejor aún, ¨quisieras hablarme¨; ¨háblame¨ corresponde al modo imperativo, el de las órdenes, ¨querés hablarme¨ al indicativo, el de los hechos reales, y ¨quisieras hablarme¨ al modo subjuntivo, el de los deseos y las dudas; y de eso, justamente, se trata una terapia; por otro lado, si manifiesta ¨me gustaría que me contaras¨, deposita el deseo en usted mismo; si pregunta ¨¿te gustaría contarme?¨, el deseo será el de su paciente; nuestra herramienta es el lenguaje, Gustavo, por eso hay que cuidarlo tanto.

Camina cinco cuadras hasta Salguero. Última vez que va con el auto. Villa Freud  no da para más. Ya frente al volante, tarda en arrancar. ¿Por qué no le planteó a Ana  María lo que le pasa con María Inés? Para eso va. Pero no puede escucharla atribuirlo a  la transferencia erótica. Quizá debería independizarse un poco de sus juicios. En plena sesión se descubre permanentemente pensando cómo evaluará su control tal o cual intervención. ¿No será, Gustavo, que está queriendo descontrolarse? casi la escucha decir.
8
Cuando se quiere acordar, está en  Juramento.  Cada día más pelotudo. Retoma Cabildo en la dirección contraria en medio de un tránsito infernal, mete el auto en la cochera y sube. A través de la puerta le llega  la voz de los chicos. Peleando. ¿Dónde mierda está Cecilia? Siente un fuerte impulso de retroceder. Aprieta los puños. Al abrir la puerta, Lacán se  le abalanza, revoleando la cola. Él lo acaricia, detrás de  las orejas. Gritos desde la cocina. Hacia allí va. Encuentra a Martina parada en un banquito, frente a la hornalla. ¿Qué está pasando aquí? pregunta enojado. Nacho no me quiere ayudar, yo siempre tengo que hacer todo protesta la nena Él le saca los fósforos de la mano. No me gusta que estés cerca del fuego dice y enciende el quemador. Mamá me pidió que pusiera agua a hervir. Tu madre arranca Gustavo pero se detiene porque escucha el ruido del ascensor. Los ladridos del perro. Cecilia aparece en la cocina. Traje ravioles dice mostrando las cajitas de cartón, sostenidas con ambas manos. Martina le rodea la cintura. Buenísimo, mami. Estoy liquidada informa Cecilia me saco esta ropa y enseguida vengo. Recién entonces él la observa. Un vestido que no reconoce,  tacos altísimos, el pelo recogido. Un par de mechones cayendo sobre la nuca desnuda. Gustavo quisiera rozarla. Ama ese largo cuello. ¿Hay crema, Marti? pregunta ella  de camino al dormitorio.

Gustavo entra al dormitorio y cierra la puerta. Cecilia, ya en la cama, se desmaquilla. Él se sienta sobre el acolchado, a su lado. ¿Qué pasa? pregunta Cecilia poniéndose crema en la cara. Eso es lo que quisiera saber,  qué está pasando. No te pongas dramático, Gus, en estos días se juega mi ascenso dice ella masajeándose las mejillas tené paciencia y ayudame con los chicos, hago lo que puedo. Él la mira fijo. Charla postergada concede pero que te quede claro que solo conseguiste una prórroga. Trato hecho dice ella sonriendo mientras levanta la palma encremada. Él, muy serio, se incorpora.

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Miércoles 8
El despertador lo arranca de su sueño. Gustavo trata de retener las imágenes, pero es inútil. Bosteza.  Miércoles. El curso de terapia sistémica, pasar por el banco, sus cinco pacientes al hilo. Ana María. La alarma suena por segunda vez. Extiende la mano hacia su izquierda.  Cecilia ya no está. Lacán se acerca meneando la cola. Las patas sobre el acolchado.

Interensantísima la clase. Cibernética. El todo es más que la suma de las partes. Cada vez que sale del curso la sensación se repite. El dolor por el tiempo perdido, el apremio por recuperarlo. Hace seis meses, cuando Laura, su primera paciente después de diez años de recibido, entró en el consultorio, creyó tocar el cielo con las manos. Pero ya no le alcanza con que su padre le conceda un día a la semana. Está caminando hacia el banco cuando decide que no. Los miércoles son sagrados. Ni un segundo de su miércoles va a prestarle a su padre. Mañana hará el depósito. Se siente, de pronto, pletórico de energía. Una urgencia punzante por llegar a Melián. Que la fábrica reviente. Que su viejo reviente. Una urgencia punzante por llegar a Melián. El todo es más que la suma de las partes. Se pregunta cuál será el momento apropiado para citar a los padres de Camilo. Apura el paso.
10
La franca sonrisa de Laura. Brilla. Gustavo le da la mano y la acompaña hasta el diván. Ella cuelga el  blazer en el perchero thonet y se sienta. Hoy se la ve de mejor humor. ¿Se me nota? Hasta se permite coquetear, piensa Gustavo y acota a usted todo se le nota. Me llamaron de Alfaguara. Laura desliza una palma sobre otra, sonríe apretando los labios, entrecruza ahora los dedos. Por fin anuncia me aceptaron la novela. Caramba, qué noticia dice él sonriendo  sobre todo para una principiante. Ella se echa hacia atrás,  fresca su carcajada. La semana que viene firmaré el contrato. Mientras la escucha hablar de cláusulas y condiciones Gustavo evalúa si logrará terminar el trabajo del curso para el miércoles próximo. Tendrá que conseguir una prórroga. Calculé mal,  se dice pero luego se desdice y atribuye la demora a la imposibilidad de concentrarse, hace días que está alterado. Cecilia lo altera. Laura, ahora, comenta una cena familiar. Vinieron todos, una alegría verlos juntos dice Laura y continúa describiendo los detalles. Gustavo solo asiente, de vez en cuando. De pronto percibe el silencio y fija la mirada en ella. Laura entonces le sonríe, con dulzura piensa él, y dice gracias. ¿Gracias? pregunta, aumentando el contorno de los ojos. Sin su apoyo no me hubiera atrevido a presentarla confiesa. Gustavo mira, ahora, por la ventana. Una tarde soleada. Se distrae observando el cielo unos instantes, quizá demasiados, porque cuando vuelve a mirarla, ella ya no sonríe mientras dice poniéndose el blazer Luis tiene una tos bárbara, anoche casi no durmió.

Necesita recostarse aunque sea unos minutos. No entiende qué le pasa con Laura. No logra concentrarse. Lo amodorra su manera de hablar. Cierra los ojos. Segundos después recupera un recuerdo. Su madre lo reta. Él, ¿diez, doce años?, la escucha en silencio. Cuando ella al fin se interrumpe, él dice señalando el reloj pulsera, te faltan diez minutos para llegar a la hora, ¿por qué no seguís? Siempre fue infernal la vieja puesta a hablar. Las palabras de las mujeres tienen otra densidad. ¿El gusto por el continente más que por el contenido? Cecilia también es así. La habilidad de hablar indefinidamente sorteando el meollo. Está envenenado con Cecilia, todo lo que proviene de ella le molesta. ¿Cuánto más puede demorar el enfrentamiento? El timbre. Por suerte, Camilo. Él sí que nunca lo irrita. Se incorpora y alisa el diván.
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No sé para que sube dice Camilo mientras se ubica. Y cuando Gustavo está por preguntarle por qué le molesta que su padre suba, el chico cuenta me pusieron un diez en cívica, fue el único diez. A medida que describe el trabajo, Camilo cobra aplomo, crece, piensa Gustavo,  un pez en el agua. Gustavo lo proyecta hacia adelante ¿político?, ¿abogado? Ojalá Nacho pudiera expresarse así. Gustavo espera, atento, alguna señal. Camilo dice papá me felicitó, pero siempre me felicita resopla  por cualquier cosaHoy comentaste que no sabías por qué tu papá subía con vos. Camilo, volcado sobre el respaldo, los brazos tras la nuca, de golpe se endereza. ¿Te molesta? pregunta él y como no obtiene respuesta insiste ¿por qué te molesta?. El rostro de Camilo se endurece ¿no te das cuenta?, me trata como a un nene, tengo trece años. Gustavo permanece en silencio, mirándolo, qué decir. Ya sé lo que estás pensando lo encara el chico cómo me va a dejar solo si soy rengo va subiendo la voz  pero siempre voy a ser rengo, entonces tengo que aprender aprieta los dientes me asfixia, me ahoga se deja caer con violencia sobre el respaldo. Cuando el silencio ya se hace demasiado tenso. Gustavo pregunta ¿qué pasó? El chico lo mira. Hace meses que tu papá te acompaña, ¿a qué viene ahora tu enojo? No pasó nada. Tratemos de pensar por qué justamente hoy te irritan sus cuidados. El chico se muerde los labios, la vista en el piso. Gustavo, la suya en los jacarandás, reflexiona, Camilo jamás mostró hostilidad hacia su padre, al contrario, respeto, cariño, admiración. Entonces, lo observa.  El sol cae de lleno sobre el cabello rubio.  Las mejillas coloradas, los pómulos marcados, la boca delineada como con pincel. Tan bello que impresiona. Camilo, con un movimiento brusco, eleva la cabeza y lo mira. Tanta ira en los ojos color miel que Gustavo, instintivamente, baja la vista.  Cuando vuelve a elevarla, los ojos de Camilo siguen ahí, clavados en él. Y aunque a Gustavo le duele cada poro, siente que su pecho se abre para recibir ese odio que necesita ser tomado, aunque no sea para él. Y así quedan, mirándose de pleno, casi sin pestañear, por un tiempo inmensurable. Hasta que el timbre los exime. Seguimos la próxima dice Gustavo, incorporándose. Camilo, mientras busca las muletas, masculla si es que vengo. Gustavo abre la  puerta, ¿Todo bien? pregunta el padre.

Gustavo se acuesta en el diván. El corazón le late fuerte. La situación ha sido de una extraña violencia. Se acomoda un almohadón debajo de la cabeza.  Debió seguir  presionándolo dirá seguramente Ana María. ¿Es un logro aumentar la angustia de un paciente?. De un chico, además. Se oprime los ojos cerrados. Precisa un respiro. El timbre. Lo torturan los timbres. La gota de agua de los chinos. Se levanta. Abre la puerta. El olfato precede a la vista. María Inés.
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Hace casi media hora que María Inés habla sobre el próximo festejo de su cumpleaños. Treinta. Gustavo la escucha, en automático, define. A su madre  quizás le interesara. Y a Cecilia también. Las mujeres aman las fiestas. ¿Todas? Añade a Martina. Mis mujeres, se corrige. Aprovechando una ligera pausa de María Inés le pregunta ¿cómo van las cosas con tu marido? Ella sonríe raro cuando cuenta anoche me acosté desnuda, lo apreté fuerte desde atrás pero se hizo el dormido, entonces… Cinco, diez, quince segundos de silencio. ¿Entonces? Entonces lo mordí, en el hombro lo mordí, le saqué sangre; al menos conseguí que así gritara dice María Inés y luego calla. ¿Y después? Por más que siga contándote no se soluciona. Gustavo se siente involucrado,  en qué está fallando.  No sé para qué sigo viniendo agrega ella y a él le duele, tanto le duele. Cauto, debo ser muy cauto, se indica. Cuando logra reponerse pregunta ¿para qué te parece que venis? Ella, al instante, contesta porque me gusta y su sonrisa es tan irresistible que Gustavo se siente ridículamente orgulloso. No sabe qué decir. Sonríe. Ella agrega aquí siempre me siento bien, hasta cuando me hacés llorar me siento bien. Él, recuperada la lucidez profesional, dice tal vez si también te permitieras llorar frente a Gerardo conseguirías sentirte mejor. Él es el que llora confiesa ella, la vista baja. Qué interesante, considerás que las lágrimas de él invalidan las tuyas añade Gustavo mientras se echa el cabello hacia atrás. Alguien tiene que ser fuerte. ¿Y por qué la fuerte tenés que ser vos? Él está satisfecho, el tratamiento se desliza en la dirección correcta. Aunque faltan unos minutos determina terminamos por hoy. Ella lo mira arqueando las cejas. Él sonríe, apenas. Ella, obediente, se incorpora.

Mientras María Inés espera el ascensor, la puerta entornada, él la mira de atrás. Parece una  modelo. Antes de subir ella gira. El cierra la puerta con brusquedad. Se reclina sobre el sillón del escritorio, los brazos cruzados apoyados tras la nuca. Unos instantes. Luego busca las tres fichas y vuelca las sesiones. Con detalle, pulcramente. No debe confiar en su memoria. No solamente. Mira el reloj. Guarda los papeles.
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Raúl se dedica a lo que Gustavo ya ha referido a Ana María como maniobras dilatorias. Anécdotas, bromas. Gustavo asiente, pasivo pero al acecho. Hasta que Raúl, de la nada, dice Lisa parece una puta y luego calla. Gustavo se endereza. Es un comentario extraño, explicate. Solo coje cuando traigo plata a casa. La madre del borrego, piensa Gustavo. ¿Tuvieron relaciones esta semana? pregunta.  Anoche se tiñó el pelo, anteanoche ordenó el placar, y así, y así, la puta que te parió. Raúl cruza los brazos, cabecea. Debo deducir entonces, que esta semana  no aportaste dinero. Raúl se encorva, como un caracol evalúa Gustavo, y  agrega ni esta, ni la otra, ni la anterior.  Solo me dijiste que sos arquitecto, contame en qué trabajás inquiere Gustavo y ante el rictus de Raúl se rectifica de qué solés trabajar. A ver Raúl tamborilea los dedos cómo explicarte esquiva la mirada de lo que venga¿Y qué hacés cuando no viene nada? pregunta Gustavo  luego de un rato. Raúl sonríe, burlón ¿Lisa te pasó letra? Gustavo solo lo mira, intencionalmente muy serio. Me pudre, no necesito que me digan lo que tengo que hacer. Por qué no me contás qué es lo que tenés que hacer.  Si fuera por Lisa, seguir adosado a mi viejo de por vida. ¿Y si fuera por vos? Toda la vida dependí de mi viejo, necesito abrirme de mi viejo. Una descarga de adrenalina para Gustavo.   Tu viejo… Gustavo arrastra adrede la palabra nunca lo mencionaste. ¿Nunca te hablé del rey de Textilandia? Gustavo percibe el contraste entre la amplitud de la sonrisa y la tensión en la mandíbula. ¿Textilandia es su empresa? Raúl lanza una carcajada, carente de alegría, evalúa Gustavo. Vos tomás las cosas al pie de la letra. Me gustaría trompearlo, piensa Gustavo y se alarma por pensarlo. Mi viejo tiene varias empresas textiles, no sé exactamente cuántas se tira sobre el respaldo más de cinco y menos de diez, digamos. Un par largo, diría Nacho. Gustavo controla el reloj y anuncia  lamentablemente, tenemos que dejar acá; la semana que viene retomaremos el tema. Me salvo el gong dice Raúl sonriendo y se incorpora.

Lo último que Gustavo ve de Raúl son los mocasines desvencijados. Va hasta el espejo del pasillo. Se aprieta el cinturón, endereza el cuello de la camisa nueva, lleva a su justo centro el escote en v del chaleco. Apenas unas canas.  Busca luego el teléfono. ¿Está mamá? pregunta antes de saludar a la nena. Estoy yo, por si te interesa, que no parece. Últimamente Martina lo sorprende, está creciendo demasiado rápido. Él repasa su jueves. Reunión con el jefe de personal. La aplazará para el viernes. Mañana  voy a buscarte al colegio y después te invitó a merendar. Los gritos de alegría de la nena lo conmueven. A pesar de que escucha el timbre se da tiempo para despedirse de su hija como corresponde.
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Anoche me desperté sobresaltada sigue diciendo Daniela me levanté a oscuras y fui al cuarto del nene, fue….sobrenatural cobija la cara entre las palmas de la mano y calla. Así, sin mirarme, trata de describirme todo lo que viste pide él. El velador daba una luz muy tenue, entre amarilla y rosada, un cono luminoso en la oscuridad, podía ver las partículas de polvo flotando Gustavo retiene la respiración, la voz de ella es un susurro estaba descalza, sentía el piso frío bajo los pies, me apreté los brazos con las manos. Luego de unos segundos de silencio él pregunta, tan suavemente como puede ¿Y Lucas? Los bracitos en alto, en puntas de pie, daba interminables vueltas alrededor de su mesa; lo llamé, le hablé, pero no me veía, no me escuchaba, parecía un duende en su piyamita con patas, entonces…. ¿Entonces? Me arrodillé y lo abracé, recién ahí me miró, me empujó y se acostó en su cama; me quedé así, sentada en la alfombra al lado de su cama, no sé cuánto rato hasta que lo escuché a Ariel. ¿Te llamaba? Ella cabecea y, con tensión en la voz, contesta roncaba. Gustavo se toma su tiempo antes de preguntar ¿cómo te sentiste? Desolada contesta ella, apretándose las sienes con los índices y luego lo mira ¿qué piensa de mi hijo? ¿Qué pensás vos? Hay algo que anda mal contesta ella. ¿Qué dice el pediatra? Que tengamos paciencia, que ya va a madurar. ¿Dice  alguna palabra? Ella sacude la cabeza. Ni siquiera mamá. Él teme que Ana María lo objete, él es el terapeuta de ella, no del nene, pero arriesgándose dice creo que deberían hacer otra consulta. ¿Conoce a alguien? Pregunta ella, con tanta entrega en la voz que Gustavo se conmueve. Entonces, sabiendo, de nuevo, que no debe,  busca en la agenda el teléfono del pediatra de sus chicos. Es el mejor. ¿Es muy caro? averigua ella. No te preocupes dice él sabiendo que llamará a Grieco y le explicará la situación. Excelente profesional y mejor persona.

Gustavo está inmóvil frente a la ventana, las manos en los bolsillos, mirando hacia el cielo. Anochece. Lo único bueno de ver sufrir a otro es la posibilidad de redimensionar los propios padeceres. Después de días de alimentarla con cientos de lo que recién ahora logra calificar de detalles, la bronca contra Cecilia  palidece. Experimenta un repentino acceso de buen humor. Falta casi una hora para ir a lo de Ana María. Gratificará su espera con un buen café express. En Sigi. Se lo merece. Está orgulloso de sí mismo, cosa extraña. Lleva jarra y vasos a la cocina. Los está enjuagando cuando su celular vibra. Martina. Abre el mensaje, inquieto. submarino tostado jugo de naranja. Gustavo inspira hondo y exhala con lentitud. Sonríe al teclear de todo, dos. Es mi hija, piensa mientras apaga las luces. Sale. Ya arriba de auto recuerda su promesa de la semana anterior. Luego de unos instantes de duda, arranca. En algún lado conseguirá estacionar.
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 La pollera larga, con vuelo, de Ana María lo precede. El discreto perfume, un par de escalones por delante, lo guía. Ambas manos derechas deslizándose, sincrónicas, por la baranda de madera. Frente a la puerta del consultorio, ella gira y con una sonrisa  insondable y un leve gesto de sus uñas pintadas lo invita a pasar. Un tapiz incaico a modo de alfombra, leve olor a incienso. Luego de seis meses de ir todos los miércoles, la extraña sensación de observar todo por primera vez. Los sentidos agudizados. Gustavo se sienta. Ella carraspea. Señal suficiente para que él confiese hoy tuve ganas de trompearlo a Raúl. Y ante el entrecejo fruncido de ella, aclara, sonriendo no se asuste, no llegué a las manos; fue solo una sensación, una fuerte sensación; nunca me había pasado algo así, ¿es normal? Ella recoge sus palabras ¿qué significa que una actitud sea normal?; sería inadmisible que agrediera físicamente a un paciente, aunque es más frecuente de lo que uno quisiera suponer, que un terapeuta agreda verbalmente. Tampoco lo insulté bromea Gustavo levantando las manos con las palmas  extendidas aunque sé que usted no se refiere a eso. Ana María cierra los párpados y asiente con la cabeza. ¿Podría contarme lo que sucedió? Después de varios meses de hablar casi con exclusividad de la relación con su esposa, Raúl me reveló que hace meses que está sin trabajo. ¿Y qué fue lo que desencadenó su ira? Gustavo  reflexiona. Se burló de mí  confiesa luego. ¿Cómo fue eso? Él se refirió a su padre como al ¨rey de Textilandia¨ y yo le pregunté si Textilandia era su empresa. Gustavo traga saliva, le cuesta referirle me dijo que yo tomaba las cosas al pie de la letra; me hizo sentir un infeliz. Parece una reacción desmedida ante esa frase. Sí admite Gustavo. ¿Podría precisarme lo que fue sintiendo en el transcurso de la sesión? Gustavo le relata con detalle lo sucedido. Quizá fue la alusión a la relación de Raúl con su padre lo que a usted lo alteró. Gustavo se siente repentinamente vulnerable, querría encontrar un recurso que le permitiera desviar la conversación sin embargo admite sí, es posible, tengo conflictos con mi propio padre. Es imprescindible reconocer cuando la historia de un paciente nos remite a la propia, fundamental mantener la distancia emocional; ¿está trabajando el tema de su padre en su análisis? Hace un mes que mi analista está enfermo, pero sí, en eso estábamos. Su ira fue una llamada de atención, seguiremos atentos con esta cuestión. Gustavo se sirve un vaso de agua. Cuando logra serenarse le habla de Daniela. No sé si fue correcto que le diera el teléfono del pediatra de mis hijos. Ana María sonríe al decir hay circunstancias en las cuales debemos hacerle un guiño a la teoría; no hay ninguna duda de que la prioridad es que esa criatura reciba un tratamiento adecuado lo antes posible; tranquilícese, Gustavo, trate de confiar más en su intuición.

Sube al auto pero en realidad necesita otro café. Una sesión demasiado intensa. Además de Raúl y Daniela, Laura ¿No será que llegó la hora de darle el alta? A él no le gustó escucharla y defendió la continuidad. Hay que aprender a desprenderse de los pacientes. Para tratar de amortiguar el malestar Gustavo rescata los réditos. Ha conseguido que Camilo transfiera sobre usted el resentimiento contra el padre. Una perla para atesorar. Ya por Cabildo presta mucha atención. No volverá a pasarse.
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Gustavo se mira en el espejo del ascensor. El cuello de la camisa arrugado, la sombra de la barba, ojeras. Así lo dejan los miércoles. Se detiene en el palier. Silencio absoluto. Alarmado, abre. Lacán se precipita ladrando. Dice mamá que la llames grita Nacho desde su cuarto. Gustavo se quita el saco y lo deja caer sobre un sillón. Mira el reloj de péndulo: nueve y cuarto. Se acerca al teléfono. Hola, soy Cecilia; no puede atenderte, dejá un mensaje, por favor. Corta, fastidiado, y se dirige al cuarto del chico. Hola, hijo saluda desde la puerta ¿mamá te dijo algo? Nacho, enfrascado en la computadora, informa que venía a las diez, que fuéramos preparando algo. Martina llega corriendo y se aferra de la cintura del padre. ¡Yo sé hacer salchichas! Gustavo intenta controlar la bronca. Inspira profundamente. ¿Qué les parece si cenamos en McDonald’s? propone. Dale contesta Nacho moviendo el mouse. Martina parece preocupada. ¿Vale igual la merienda de mañana? averigua. ¿Qué merienda? pregunta Nacho sin mirarlos. Ese es un asunto que tengo con tu hermana contesta Gustavo guiñando un ojo. La nena, la boca ladeada, devuelve torpemente el guiño.

¡Martina! grita Gustavo desde el palier. Ya voy, me estoy peinando. Nacho revolea los ojos y llama al ascensor. La nena llega corriendo. Huele a perfume. ¿Le dejamos una nota a mami? propone. No hace falta determina Gustavo, abriendo el ascensor. Que se joda.

Gustavo sentado en la cama, corrige su trabajo para el curso. Modelos de la relación mente-contexto. Los chicos duermen. La puerta de calle, finalmente, se abre. Luego la de la cocina. Controla el reloj, son casi las once. Instantes después Cecilia entra al dormitorio. ¿Ya cenaron? pregunta sacándose el abrigo. Él la mira, serio. ¿Y a vos qué te parece? Como no encontré nada en la cocina… Perdón, no te dejamos el plato preparado. El rictus de Cecilia cambia en un instante.  Qué pasa, se me hizo tarde, por una vez en catorce años se me hizo tarde, qué, ¿me voy a ir al infierno?  No hay mejor defensa que un buen ataque, registra Gustavo. Trata de serenarse. ¿Dónde estuviste? pregunta en mejor tono. ¿No te contó Nacho?, este chico siempre igual.  No es él quien tiene que darme explicaciones. Tuvimos una reunión con el socio de Fridman, el de la filial de Córdoba, parece que se trasladará acá y yo pasaría a ser su secretaria privada,  me duplicarían el sueldo, una oportunidad increíble. ¿Por qué no me comentaste nada?  Vos nunca me preguntás por mi trabajo. Cecilia se saca los zapatos de taco, las pulseras, los aros. Gustavo recibe el impacto. Es cierto, no suelen hablar del trabajo de ella. Del de él, sí. ¿Fueron a cenar? pregunta. No, bueno en realidad algo así, empezamos tomando café pero como se extendió la reunión terminamos comiendo unos sándwiches. Y no pudiste avisar. No me di cuenta de que era tan tarde. La bronca de Gustavo se va transformando en tristeza. Como si tuviera ensartado un gancho en el abdomen que lo empujara hacia abajo. Me voy a duchar informa Cecilia. Está en el marco de la puerta cuando se da vuelta y pregunta ¿adónde fueron? A McDonald’s. ¿Cómo la pasaron? Gustavo tarda en contestar. Fue raro, de repente estaba sentado con los dos chicos comiendo hamburguesas y me vi como si otro me estuviera viendo y ¿sabés qué?  la mira fijo antes de agregar me dio miedo. Cecilia se acerca, se sienta junto a él. Mirá que sos zonzo, Gus dice mientras le roza la mejilla. Él la abraza.
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Miércoles 15
Se despierta y aún con los ojos cerrados palpa la cama. Lo tranquiliza rozar el cabello de Cecilia. Ha sido una semana tranquila. La escapada a McDonald´s y la charla posterior la hicieron entrar en razones. Ni una llegada tarde. Tuvieron buena cama, además. Gustavo la observa bajo la tenue luz que entra por la ventana. El cabello desparramado sobre la almohada, el rostro relajado, el escote del piyama dejando entrever el nacimiento de los senos. Él siente un súbito calor en la entrepierna. La alarma suena. Ella la apaga, se despereza con holgura y se incorpora. ¿Desayunás con nosotros? propone. Me quedo otro rato en la cama. Gustavo se cubre la cabeza para sofocar los gritos que sobrevendrán.   ¡Arriba, chicos, es tarde!

Se pone la polera de lana que le regalaron sus hijos para el cumpleaños. Cinco grados de sensación térmica. Camina por Cabildo hasta Virrey del Pino. Entra en  Van Gogh. Pide, como siempre, un café con leche con dos medialunas de grasa que consume hojeando el Clarín.  ANSES, AFIP, INDEC, SUBE, AFA. Boudou, De la Rúa, Mihanovich, Messi, Schoklender, Oyarbide, Stornelli,  Stiglitz. Recorre los titulares sin que las letras atraviesen su epidermis. Dobla el diario y lo deja a un costado. Mira por el ventanal. La gente se apura, empezó a lloviznar. Recién le avisaron que se suspendía el curso, o sea, tiene la mañana libre. Hace días que Santiago lo está llamando para concretar un encuentro. Abre el celular y pulsa el número de Cecilia. El contestador. La boca del estómago se le frunce. Instantes después el aparato suena. Atiende, aliviado. Pero no es ella.  Lo resolveré mañana, papá, estoy en el curso. Corta fastidiado. No hay manera de hacerle entender que los miércoles no existe. La lluvia ya es franca. Pide un cortado y saca el libro de Rolón. Había desestimado el ofrecimiento pero su madre, como de costumbre, se salió con la suya y se lo regaló. Para mis treinta y cinco piensa. Avala y critica el texto a medida que se deslizan las páginas. Hace marcaciones. Deja el libro y busca el celular. Estaba en una reunión, ya iba a contestarte, qué querías. A Gustavo se le acelera el corazón. Como la pausa ya es sospechosa ofrece ¿ almorzamos juntos?, empiezo a atender  recién a las dos. También la pausa de ella es desmedida. Qué lástima dice al cabo cité a un cliente a la una. Gustavo corta mortificado. No logra adaptarse al segundo puesto.  Ahora el laburo es lo más importante para ella. Ya no llueve. Llama al mozo.
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El lunes  firmé el contrato con la editorial cambia Laura de tema calculan que las pruebas estarán en un mes, todavía no me puedo convencer  se saca los anteojos y se pone una patilla en la boca  la otra noche, el mismo miércoles, hubo festejo familiar en lo de mi hija mayor  lo mira, como testeándolo, y le aclara por el libro. Me imaginaba añade Gustavo, sonriendo. Luis se apareció con un ramo de flores inmenso; mi yerno, con bombones; un lujo la comida. Gustavo se reacomoda en el sillón. Laura se explaya: ingredientes, recetas, vino, bromas. Una apretada cadena de palabras, ¿cuándo respira? Gustavo mira con disimulo el reloj. Pocos minutos por delante. Laura la interrumpe  todo parece ir muy bien, su libro encaminado, la familia de diez. Ella lo mira, de pronto seria. ¿Por qué dice parece? Él sonríe. Porque si ya superó los conflictos con la escritura, motivo de la consulta,  no sé en qué más la puedo ayudar. ¿Me está echando? De ninguna manera, le propongo que durante esta semana piense en si hay algo más en lo podamos trabajar. Ambos se incorporan. La puerta del ascensor abierta, Gustavo le comenta hace mucho que no me habla de su hijo. Ella amaga abrir la boca pero solo se encoge de hombros. Se tropieza al subir al ascensor. Cierra sin mirarlo.

Llama desde el teléfono del consultorio al del estudio. Al escuchar la voz de Cecilia corta. No se reconoce, boludo como un adolescente. Va a la cocina. Encuentra sobre la mesada una nota de Juana: necesita dinero para comprar detergente y limpiavidrios.  Pone agua a hervir y se prepara un té.  Ana María tiene razón, él no quiere que se vaya Laura.  Primera paciente,  y primera, también,  que logró alcanzar el objetivo buscado en la terapia. Objetivos limitados.  ¿Hay un límite para los objetivos? Se instala con la taza en el escritorio. Inspira profundamente. Repasa  la ficha de Camilo. La semana pasada se fue tan enojado. ¿Vendrá?
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Vine solo  informa el chico y luego agrega bah, subí solo. Lo cual es bastante lo reafirma Gustavo. Camilo se desplaza con inusual soltura y se instala en el diván. ¿Cómo anduvo esa semana? El chico lo mira. Bien, en la escuela muy bien responde al cabo de un rato y calla. ¿Y en lo demás?  Camilo se encoge de hombros, normal dice y sumerge la mirada en los estantes de la biblioteca.  ¿Algo que me quieras contar?  El chico le habla de la tablet que le prometieron para el cumpleaños. Él es el encargado del estudio de mercado. Describe con minuciosidad modelos, precios, propiedades. Es como Nacho, piensa Gustavo,  bytes en la sangre. El chico está  comentando los videos pesan mucho cuando queda como suspendido, los ojos muy abiertos. ¿Qué pasa, Camilo? El chico parpadea repetidamente y dice me vino a la cabeza el sueño de anoche.  El pulso de Gustavo se acelera. Me gustaría mucho escucharte. Camilo lo mira un instante pero después fija la vista en la ventana. Yo estoy en el piso levantando pesas, todo sudado, los brazos me tiemblan  y escucho la voz de papá que dice Camilo vení a comer que es muy tarde y yo me distraigo y las pesas se me caen encima y me aplastan y yo trato de levantarlas pero no puedo y lo quiero llamar a papá para que me ayude y la voz no me sale y me doy cuenta de que me voy a morir porque ya no puedo respirar. Gustavo intenta memorizar palabra por palabra. Luego de un largo rato pregunta ¿entonces? Entonces me despierto informa Camilo jugueteando con sus orejas, la vista baja. ¿La situación te recuerda algo? El chico abandona las orejas y sacude la cabeza. Gustavo decide jugarse el todo por el todo y pregunta ¿cómo fue el accidente? No me acuerdo. ¿Perdiste la conciencia? Camilo se endereza de golpe.  ¡¡Te dije que no sé!! Gustavo llena un vaso de agua y se lo ofrece. Camilo toma un trago, mira su reloj. Igual ya es tarde dice. Apoya una pierna y se incorpora.

Gustavo sale al balcón. Cae una llovizna helada. Puede divisar, entre medio del follaje, al padre descendiendo del auto y al chico, rechazando la ayuda, tirar las muletas sobre el asiento y subir solo. Recién cuando el auto arranca, Gustavo entra.  Lo confunde la rabia de Camilo. Lo turba. Más allá de la terapia, es difícil conectarse con los chicos de esa edad, buscando torpemente la independencia. Nacho está imposible. Va hasta la cocina. Se moja la cara con agua y se seca con el repasador. Mira el cronograma. Sí, María Inés. Se promete no forzarla. Necesita una sesión liviana. Frente al espejo del pasillo se acomoda el cabello e intenta aflojar el cuello de la polera. Tendría que haberla cambiado.  Siempre le molestó la lana. 
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María Inés le tiende el paraguas. Qué original  dice Gustavo e inmediatamente se arrepiente. Me lo trajo Gerardo de Europa aclara ella el mango es de asta de ciervo. Él lo coloca en el paragüero. Entran juntos al consultorio. Ella se saca el piloto, lo cuelga con cuidado en el perchero, y sin hacer ningún comentario se acuesta en el diván, jean y suéter ceñidos, botas de cuero. ¿Cansada? inquiere él. Arrasada contesta ella cruzando las manos bajo la nuca. Gustavo está molesto. María Inés se acostó sin siquiera consultarle. Él no es un analista ortodoxo. Y si así lo fuera, su propio sillón debería ubicarse a espaldas de ella, fuera de su campo visual. No sabe cómo manejar la situación. ¿Debe pedirle que se siente?, ¿debe reubicarse él? Ella, tendida frente a él, lo mira. Él traga saliva, intenta relajarse. ¿Querés contarme? sugiere. Desde el miércoles pasado duermo en el cuarto de huéspedes  explica ella. ¿Y el colchón es incómodo? trata él de aflojar la tensión.  Ella hace un gesto de fastidio.  Es incómodo a los treinta años vivir vacila, busca la palabra alzada y calla. ¿Alzada? pregunta él, impactado, cuando le queda claro que ella no seguirá hablando.  No aguanto estar a su lado sin que me toque toma un almohadón y lo coloca bajo su cabeza me da vergüenza, no sé cómo explicártelo. María Inés cierra los ojos soy como un hueco que late. ¿Ser mujer es solo ser un hueco? Ella hace un gesto despectivo con los hombros.  No me alcanza con tocarme, soy un agujero que precisa ser llenado. Te sentís un agujero reformula él. Qué más da; me consumo, noche tras noche me consumo. Gustavo inspira hondo, vaya con la sesión liviana. ¿Pudiste transmitirle a él esto que me estás diciendo? ¿Para qué?, ¿para que vuelva a decirme que soy una enferma?; no sé si estoy enferma pero te aseguro que si sigo así me voy a enfermar dice ella y calla. Se pone de lado y le clava la mirada. A él la situación se le torna insoportable. Carraspea. Se sirve un vaso de agua. Está por preguntarle si antes de Gerardo también se sentía así cuando ella añade anoche volví;  él lo intentó pero no pudo. ¿No pudo? Ella  recoge las piernas, se las abraza. No se le paraba precisa. ¿Entonces? Me lamió, como si fuera un perro me lamió. Gustavo siente  que el sexo  le late. Cruza las piernas. Se imagina un mar de cucarachas avanzando hacia él. El atisbo de erección cede. Por suerte ella abandona descripciones y urde planes. Gustavo verifica, aliviado, que ya casi son las cinco.

Gustavo la despide, aturdido. Avergonzado. ¿Podrá contárselo a Ana María?  Es que María Inés es como una gata en celo, intenta justificarse. La transferencia erótica de María Inés se hace oír, reformula. La idea lo tranquiliza. No es mi culpa, piensa. Abre la heladera y se sirve un vaso de coca-cola. Le agrega hielo. Tiene hambre, además. Corta un trozo de queso. Buenísimo este fontina. Corta otro pedazo. Necesita reponerse para enfrentar a Raúl. Alguno de los dos siempre termina violentándose.
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Hace casi media hora que Gustavo escucha hablar a Raúl sobre política. Ahora sobre la conferencia de Stiglitz en Económicas.  Es lo que yo siempre le digo a Lisa,  ninguna economía se recupera a través de la austeridad. Gustavo lo mira, interesado. Explicame pide. Lisa cree que reducir los gastos nos va a solucionar los problemas, pero es totalmente al revés. No te sigo. Hay que pensar en grande, no reducirse, invertir los gestos de Raúl son enérgicos, ampulosos es la única manera de despegar. Gustavo busca un anzuelo. Para invertir se necesita un capital. Raúl detiene sus movimientos, lo mira. ¿Qué querés decirme? ¿Qué creés que quiero decirte? Raúl aprieta las manos cruzadas. Dejemos de jugar al gran bonete; me saca que repitas todo lo que digo sonríe, despectivo a veces me pregunto si me sirve para algo gastar tanta plata viniendo acá. La teoría de Lisa acota Gustavo. Se me está acabando la paciencia. Lo que te irritó fue la mención del capital, ¿estoy en lo cierto? Raúl calla. ¿Qué representa para vos el capital? Silencio. ¿Quién lo representa?  Más silencio. ¿El rey de Textilandia? Basta, Gustavo, estoy harto de que me jodas. Raúl se incorpora, busca el dinero en el bolsillo y lo deja sobre la mesa con brusquedad. De acuerdo dice Gustavo continuaremos la semana que viene.

Gustavo está satisfecho. Raúl no consiguió alterarlo. Ha recuperado su imagen, tan debilitada por la sesión anterior. Se acerca al teléfono. Hola, papi la vocecita de Martina. ¿Con quién estás, preciosa? Nacho fue a la librería, ya  vuelve. ¿Y mamá? Vino hace un rato pero volvió a salir contesta la nena. ¿Adónde fue? ¡Ni idea, preguntale a ella! los ladridos del perro de fondo ¿cuándo venís vos? Alrededor de las nueve y media Gustavo escucha la puerta del ascensor ¿qué querés que te lleve? El timbre. Churros rellenos con dulce de leche. Él cabecea sonriendo. ¡Algo más fácil, Marti! pide. ¡¡Porfi, papi!!
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Daniela, el abrigo puesto, muy seria informa ayer tuvimos la cita. Qué velocidad, Gustavo sabía que Grieco no iba a fallarle. ¿Cómo les fue? Pregunta.  Daniela amaga con abrir los labios pero las palabras no salen de su boca. Permanece inmóvil, congelada piensa él, el aire se pone denso. Él carraspea. Ella se cubre el rostro con las manos. Daniela dulcifica la voz qué les dijo. Ella se descubre, lo mira fijo y sin manifestar emoción alguna, apagada, relata en cuanto entramos, el doctor Grieco  pidió desde el escritorio, ¨Lucas, alcanzame la pelota¨, pero el nene ni lo miró, entonces el pediatra se paró, se agachó, se acercó y se la volvió a pedir, pero nada; después Lucas se sentó en el suelo, sacó todos los autitos del canasto y los puso en fila, el hombre se arrodilló, sacó uno y le dijo ¨qué te parece si con este vamos a pasear; Lucas se lo arrancó y lo devolvió a la fila; cuando el hombre insistió, el nene pegó un grito, el médico volvió al  escritorio, nos preguntó mil cosas, dio vueltas y vueltas, nos aclaró que no era un especialista y después nos recomendó uno. Daniela se sirve un vaso de agua, lo toma con parsimonia. Recién entonces emitió la sentencia dice al fin. ¿La sentencia? Daniela, la vista perdida en los jacarandás, informa forzando la dicción  síndrome a precisar del espectro autista. La puta que te pario, piensa Gustavo y como no puede decirlo pregunta ¿a quién les recomendó? Al doctor Álvarez  Campos los ojos de Daniela de pronto vivos ¿lo conoce? Gustavo asiente, va a contarle que lo tuvo de profesor en la facultad pero cambia de idea. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta.  Daniela lo mira hasta que, como si la hubieran golpeado en el abdomen, se dobla sobre sí misma. La cabeza sobre las rodillas. Gustavo se para y se sienta a su lado. Le pone una mano sobre el cabello. Ella, entonces, solloza.

Sentado en Sigi, Gustavo intenta distenderse. Pasa revista a sus pacientes. Todos le generan conflicto. Lo aterra equivocarse. ¿Debería sumar otra sesión de control? La rabia de Camilo y de Raúl. El tedio con Laura. Insoslayable lo que le sucedió con María Inés. Cecilia. Para obviar a su mujer pide la cuenta. Paga y se levanta. Todavía es temprano. Camina por Salguero. Entra en una panadería, sin suerte. En la cuadra siguiente intenta con otra. Solo quedó uno relleno dice la vendedora. Para justificar la exigua compra él le cuenta que es un antojo de su hija. Qué lindo tener un papá así dice la mujer sonriente mientras le tiende el mínimo paquete.
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Gustavo ha comenzado por Camilo.  ¿Fue atinado  mencionar  el accidente? Ana María cruza las piernas con elegancia creo que se precipitó; yo hubiera ido preguntando sobre los distintos elementos del sueño; quizá de ese modo hubiese logrado que fuera el mismo chico el que nombrara el accidente. Es que, más allá de la permanente alusión a la renguera o a las muletas, es la primera vez en meses en que percibí que Camilo me abría una puerta replica él. Ana María despliega su sonrisa. Más tarde o más temprano Camilo va a aludir al tema que atraviesa su vida. Sí, pero los meses siguen corriendo se justifica Gustavo el otro día me llamó la madre, no supe qué decirle. Un terapeuta ha de saber esperar las manifestaciones del inconsciente, porque el inconsciente siempre insiste; quédese tranquilo, Gustavo, el tratamiento avanza. Él inspira hondo, quisiera poder transmitirle lo que experimenta frente al chico.  Es feroz cuando se irrita explica. A pesar de que Camilo aún no lo explicite, el enojo hacia su padre sigue operando en la transferencia. Lo comprendo en la teoría pero me resulta difícil acorazarme ante su rabia. Su hijo tiene esa edad, ¿no? Gustavo, alerta, asiente con la cabeza pero ella, luego de cruzar las piernas en sentido contrario, lo que hace flamear su larga pollera, abandona el tema y comenta qué sueño transparente; creo que, más allá de la obvia importancia de las pesas, la clave está en la tardanza. Él la mira, sorprendido. ¿Por qué lo supone? ¿Qué fue lo último que dijo el chico al despedirse? Que era tarde. ¿Qué le dijo el padre cuando lo llamó a comer? Que era tarde tiene que reconocer él. Ella sonríe, se encoge de hombros y agrega vamos bien.  Él, entonces, le habla de la agresión de Raúl, está orgulloso de no haberse alterado. Otra vez le toca a usted hacer de padre, dos hijos a falta de uno bromea Ana María, qué extraño. ¿Y Laura? pregunta de improviso. Gustavo comenta, de algún modo molesto por haberla obedecido, que le planteó el estancamiento de la terapia. Cuando le refiere su comentario final sobre el hijo, ella inquiere ¿está buscando un argumento para retenerla? y ante la cara de desconcierto de él insiste ¿por qué le cuesta tanto soltar a sus pacientes?  Él le  dice que no es así, que  de Raúl, por ejemplo, quisiera liberarse. Le cambio, entonces, la pregunta, ¿por qué le cuesta tanto separarse de Laura? Él recibe el impacto. Le entra por los poros. Se parece a mi mamá admite.  Lamentablemente es la hora informa ella otro tema que le queda para analizar. Gustavo se incorpora, aliviado. No hubo tiempo para hablar de María Inés.

 Camina hacia el auto a paso vivo. Hace mucho frío. Mientras calienta el motor, enciende la radio. Vicentico. Paisaje. Gustavo sube el volumen. No se piensa en el verano cuando cae la nieve, deja que pase un momento y volveremos a querernos. Tararea. Tú, no podrás faltarme… Un bocinazo le avisa que el semáforo ya está en verde. Pone primera. Qué tema. Le pedirá a Nacho que se lo grabe. Cuando termina la canción apaga la radio. Le duele la cabeza. Una batidora. Laura, Ana María, Camilo, Raúl. Cecilia.
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Coloca la oreja sobre la puerta cerrada. En cuanto pone la llave en la cerradura se escuchan ladridos. Abre. Lacán le hace fiestas.  ¿Sos vos? pregunta Cecilia desde la cocina. La encuentra, con delantal, revolviendo una salsa. Cena especial dice me dieron ganas de cocinar. Él la besa levemente en los labios. Martina llega corriendo y lo abraza.  Papi, ¡me pusieron nueve en el mapa! Él le entrega el paquetito. ¡Yo sabía que me lo ibas a traer! Está encendiendo la luz del baño cuando escucha la voz de Nacho. ¿Viste, pa, que Independiente empató? Lacán, sentado a su lado, jadeando, lo mira lavarse las manos. Marti, guarda el churro para el postre, que ya vamos a comer indica Cecilia desde la cocina. Mil momentos como este quedan en mi mente.
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Miércoles 22
Cuando Gustavo entra a Van Gogh, agitado, Santiago ya está, recostado contra la ventana, leyendo Página 12. Perdoname dice él me quedé dormido y señalando el diario pregunta ¿lavándote el cerebro? Juré no volver a hablar de política con  vos contesta Santiago, plegándolo. Café con leche con dos medialunas de grasa pide Gustavo. Solo un café doble para mí. ¿Estás a dieta, gordinflón? bromea Gustavo. No tengo hambre. Ya ante las tazas humeantes Gustavo pregunta, sonriente ¿qué te está pasando? A mí, nada. Entonces, ¿a qué viene tanto apuro? Santiago se reclina en la silla. Va sin anestesia dice bajando la mirada la vi a Cecilia con un tipo. Mi vida cambió, es el primer pensamiento de Gustavo. Quien pudiera volver el tiempo atrás, solo unas horas. Negarse a este café.  Sus miércoles son fatales. ¿Me escuchaste? pregunta su amigo. Él solo asiente con la cabeza. Supone que debe conocer los detalles por eso pregunta ¿qué estaban haciendo? Santiago lo mira. No me lo hagas más difícil, me costó un huevo decidirme a contártelo. ¿Qué estaban haciendo? eleva la voz. Se estaban besando. ¿Cómo? ¿Precisás que te lo diga?, el tipo le estaba comiendo la boca. ¿Y ella? Estás boludo, Gustavo, ella se dejaba comer. ¿Dónde? En Aeroparque. ¿Estás seguro de que era ella? No, solo me pareció, pero como soy tan pelotudo por las dudas vine y te lo dije, viejo, ¿qué te pasa?, tu mujer se estaba besando con un tipo, me duele como la san puta decírtelo pero fue exactamente así. ¿Cómo era él? Basta, Gus, preguntale a ella, no soy Sherlock Holmes. No puede ser se resiste Gustavo. No puede ser pero es, todas las minas son iguales. Cecilia no. ¡Cecilia sí! Me estás haciendo mierda. Ah, ahora el que te hace mierda soy yo, ¿vas a seguir defendiéndola? Gustavo recupera la sensación. Se está hundiendo en algo blando. ¿Qué pensás hacer? pregunta su amigo. No puedo ni pensar, me estoy hundiendo confiesa. Vamos, macho, esto no es la muerte de nadie, ¿qué pareja no se mete los cuernos alguna vez?, a veces son momentos, bien lo sabrás vos, luego pasa.  No en la nuestra, pensarás que soy un pelotudo, pero desde que la conocí a Cecilia jamás miré a otra mina; la quiero, no podés entender que es la mujer que elegí, en la que siempre confié y ahora la muy turra me toma de boludo, hace rato que está rara, que llega tarde, pero me vendió que era por el trabajo y yo se lo compré, qué imbécil, cuando le pasa a algún paciente yo pienso qué imbécil, cómo no se dio cuenta si es obvio y yo caí como un reverendo boludo, “de lo que pase en estas semanas depende mi ascenso”, ¿su ascenso en qué?, ¿en su carrera de puta? Parala, Gus, no te lo tomes así, dejala hablar, algo tendrá para decirte. No sabía que vos también eras analista; ¿qué va a tener para decirme?, ¿qué el tipo coje mejor que yo?, ¿qué se hartó de estar conmigo?, ¿qué se hartó de los chicos?;  es increíble, estuvo dejando sola a la nena, las hormonas le lavaron el cerebro se restriega los ojos ¿y qué se supone que tengo que hacer yo?, ¿echarla a patadas de casa?, ¿arrodillarme y pedirle que lo deje?; para qué mierda me lo dijiste, me partiste en dos. Serenate, hermano, así no la podés enfrentar. Hoy atiendo,  para colmo, hasta las nueve no paro. Cancelá. Gustavo lo mira, azorado. Qué culpa tienen mis pacientes. En el estado en que estás no creo que les seas de mucha utilidad. Santiago llama al mozo. Se me hace tarde dice y saca la billetera. Gustavo lo frena. Te la debo dice y segundos después, sin mirarlo, agrega gracias.

Gustavo empieza a caminar. Tú, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor.  Le duelen los pulmones. Quisiera arrancarse la cabeza. Una mañana, un café y quince años volando por el aire. Recuerda la charla de la semana pasada. El trabajo, el ascenso, la realización personal. Jamás dudó de ella. Cómo pudo ser tan boludo. Se avergüenza de lo que ella debe de haber pensado. Pobrecito, Gus, no quiere darse cuenta. El estudiante brillante, la mano derecha de su padre,  ahora el lúcido terapeuta. Eso había sido para Cecilia. Eso había sido y ya nunca volverá a serlo. Un pelotudo convencible con una sonrisa y un abrazo. Cecilia. La columna vertebral alrededor de la cual construyó su vida. Ella siempre supo qué hacer. Cuándo tener los hijos, cuándo casarse, cuándo mudarse, adónde ir de vacaciones, a qué colegio mandar a los chicos, cuánto y cómo ahorrar. Impensable vivir sin ella. Tú me das la fuerza. Pone la llave en la cerradura. Antes de abrir mira hacia arriba. Un techo de jacarandás. Aquel paisaje donde vivo yo.

Se masajea el pecho. Tú, aire que respiro. No cede la opresión. Se prepara un té. Con mucha azúcar. Para amarga la vida, decía su abuela. Lo toma de pie. Qué se supone que tiene que hacer. Escucha el portero eléctrico. Vuelca la mitad del té y enjuaga la taza. Santiago tenía razón, no está en condiciones de ocuparse de otro. Que Freud lo ayude.
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En cuanto la ve, Gustavo recuerda la propuesta de la sesión anterior. Pero él, hoy, no tiene fuerzas. Va a abandonarse a la grata modorra que le producen sus palabras. Como un bálsamo. Una mano fresca en la frente afiebrada. Ya sentados, Gustavo la mira, sonriendo. Estuve pensando en lo que me dijo comenza ella. Él quisiera pedirle que le cuente de la editorial, de Luis, de las hijas, del arroz con pollo pero, disciplinado, le pregunta  ¿y a qué conclusión llegó? Estoy avergonzada. La sorpresa de Gustavo es franca. ¿Avergonzada? Hace meses que estoy aquí, hace meses que pago por venir aquí y le hablo de cualquier cosa menos de lo que de veras me preocupa recién ahora lo mira ¿cómo se dio cuenta de que el problema era con mi hijo? Gustavo está desconcertado. Hasta que recuerda su pregunta final de la sesión anterior. Sonríe. Ya le dije en una oportunidad que a usted todo se le nota. Ella se afloja. Él se oprime la boca del estómago. No sé por dónde empezar dice ella.. Él abre ambos brazos, las palmas hacia arriba. Por donde prefiera. Laura se estruja las manos, se muerde las uñas. Nunca la vio así. Mi hijo no quiere verme, le juro que no sé por qué. Gustavo siente los poros abiertos. Cuánto más fácil es entender el dolor del otro cuando uno también está sufriendo. ¿Podría hablarme sobre Federico? pide. Gustavo la escucha. Pese a la angustia que no amaina, está totalmente concentrado. El bebé llorón, el escolar brillante pero vago, el hijo rebelde, el hermano peleador. Solo era dulce conmigo. Laura sonríe, se le ablanda la cara, piensa él. Amo a mis dos hijas pero él siempre fue especial para mí; recuerdo el parto, cuando me dijeron que era varón sentí un orgullo profundo, visceral, un bebé hermoso, además; mi madre me decía: “este chico te va a dar muchas satisfacciones”  se echa el cabello hacia atrás todavía las estoy esperando.  Laura, luego, calla. Gustavo le ofrece agua. Ambos beben. Entró en el Nacional Buenos Aires, el tercer promedio, un año bien, luego un desastre, hubo que cambiarlo de colegio, repitió, terminó el secundario a los tumbos, no quiso seguir estudiando, después se metió en drogas, salió, empezó a arreglar computadoras, porque siempre desarmó cuanto tuvo por delante, tiene muchísimo trabajo, parece. ¿Parece? Sé lo que me cuentan Luis y las chicas, hace seis meses que no lo veo. Se suena la nariz y luego lo mira de frente. Estoy desesperada dice ya no sé qué hacer;  probé de todas las maneras, personalmente, por carta, por mail; no me responde, ni una palabra me responde. ¿Por qué nunca me lo contó? Ella le sostiene la mirada. No sé dice pero ahora estoy aliviada. Gustavo descubre que por un largo rato no pensó en Cecilia. Laura, no se vaya, quisiera pedirle. ¿A qué adjudica el alejamiento de Federico? Ella se queda pensando; cruza y descruza las piernas. No lo sé… bah, siempre me echó en cara que le estuve muy encima. ¿Hubo algún episodio puntual antes de este alejamiento? No, que yo recuerde, el último día que lo vi comentó que había dejado el curso de hardware que estaba haciendo. ¿Usted se lo reprochó? No hace falta, él sabe muy bien lo que pienso. Gustavo reflexiona. ¿La madre introyectada funcionando de superyó? ¿Cómo se siente usted cuando considera que actuó mal? intenta. Horrible, soy muy exigente conmigo misma; no sabe lo mal que me quedé el miércoles pasado, hasta pensé en no volver; yo lo estaba engañando ríe ¡y encima usted me descubrió! De a poco se le va borrando la sonrisa. ¿Por qué me hizo esa pregunta? Inquiere. Lo charlamos la próxima dice Gustavo levantándose. Aquí estaré informa ella.
Gustavo se apoya contra la puerta cerrada. En un instante se agudiza su dolor. La nítida conciencia de lo irreparable. Independientemente de lo que en adelante suceda, nada será igual. Cecilia me engañó dice en voz alta porque precisa escucharse para convencerse. Algo le oprime los pulmones, dificultándole la respiración. Las pesas de Camilo.
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¿Cómo anduvo la semana? pregunta Gustavo. Bien contesta Camilo. ¿Algo que me quieras contar? El chico niega con la cabeza. ¿Algún otro sueño? ¿Por qué te interesan tanto los sueños? Los sueños suelen expresar sentimientos que están muy dentro de nosotros, de los que a veces no nos damos cuenta. Camilo saca un chicle del bolsillo y pregunta ¿te molesta? Gustavo niega. El chico masca en silencio. Luego de un buen rato clava la vista en Gustavo. Desafiante. Sí que me acuerdo del accidente dice. Gustavo experimenta una profunda emoción. ¿Me lo contás? propone. El chico hace un globo. Se le revienta  contra los labios. Se saca el chicle de la boca, lo envuelve en un pañuelo de papel que agarra de la mesita y se lo mete en el bolsillo. Crucé la calle corriendo cuenta y un auto me atropelló. Unos segundos después agrega la culpa fue mía y calla. ¿Por qué hablás de culpas? Porque soy un pelotudo, crucé mal. ¿Cambia en algo las cosas adjudicarle a alguien la culpa? ¡¡No entendés que estoy rengo y encima es por mi culpa!!  Si la culpa hubiera sido del auto, ¿te sentirías mejor? El chico lo mira, parece sorprendido. Me gustaría que me contaras el accidente con detalle, todo lo que recuerdes, todo lo que se te vaya presentando. ¿Para qué? Creo que si lográs revivirlo, te vas a sacar las pesas de encima. El chico carraspea y cuenta estaba caminando por la calle y empecé a correr, seguí corriendo y cuando llegué a la esquina no paré y el auto me pisó y me quedé rengo. Gustavo sirve dos vasos de agua. Ambos toman. Camilo se recuesta sobre el respaldo. Estoy muy cansado dice. ¿Querés acostarte? propone Gustavo y como el chico solo lo mira se rectifica me gustaría que te acostaras. Camilo se encoge de hombros y obedece. Gustavo le alcanza un almohadón. Cerrá los ojos pide pensá de nuevo en el accidente. Camilo se oprime los párpados. ¿En dónde estás? En la esquina del colegio contesta en un susurro. Estás caminando por la calle y de pronto empezás a correr hace una pausa ¿por qué empezás a correr? Porque lo veo a mi papá. ¿De dónde venís? De lo de Leo, fui a lo de Leo a hablar por teléfono porque mi hermana tenía miedo. ¿Miedo de qué? Era tarde y papá no llegaba y yo lo llamo pero no me atiende entonces vuelvo porque dejé sola a Luciana y ella tiene miedo porque es chica y además mujer, y cuando vuelvo lo veo a papá y cuando lo veo me alivio entonces corro y corro hasta que mi papá grita Camilo y entonces yo me paro y ahora escucho los frenos del auto y después estoy en el piso y el auto está arriba mío y me quiero parar pero siento tanto peso y se me cierran los ojos yo los quiero abrir pero se me cierran y me duele y después lo escucho a papá y abro los ojos y lo veo pero ya no los puedo abrir más y después escucho una sirena pero desde afuera porque estoy adentro y alguien me golpea el pecho y cuando al fin puedo abrir los ojos los veo a mi hermana y a mi papá pero no me miran porque mi hermana llora y mi papá la abraza y el hombre me sigue pegando y me doy cuenta de que me voy a morir porque ya no puedo respirar entonces me mueven y me bajan y me sacudo y me duele y todos gritan y alguien me agarra la mano y es mi mamá porque la escucho y tengo una máscara y me muero y me duele tanto que grito y lo llamo a mi papá y le pido que me ayude porque un cocodrilo me está mordiendo las piernas y mi papá me abraza y me dice que ya todo va a pasar pero no es cierto porque abro los ojos y lo veo a mi papá que está llorando y yo nunca lo vi llorar a mi papá. Camilo calla. Las lágrimas ruedan silenciosas por sus mejillas. Gustavo se incorpora. Se sienta a su lado en el diván y le toma la mano. Estoy con vos, acá. El chico abre los ojos. Se sienta. Gustavo lo abraza. Camilo solloza.

Gustavo no puede tolerar el roce de la camisa, le duele la piel. Se desabrocha un par de botones. Pocas veces en la vida se sintió tan conectado a un ser humano. Quizás en los partos de Cecilia. El dolor del pibe metiéndose dentro de su propia piel. ¿Habría servido para algo remover lo que la sabia defensa del chico había decidido reprimir?, ¿qué le había hecho? A Camilo le había costado incorporarse, caminar. Un Cristo arrastrando las muletas. Recién al abrirle a María Inés, al sentir su perfume de mujer, recupera su propio dolor. Cómo creerlo de Cecilia.
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María Inés le tiende un papel doblado. Lo encontré en el bolsillo de Gerardo explica. Preferiría que lo leyeras vos. No puedo dice ella. Él se pone los anteojos. Lee en voz alta. No soporto más vivir así. Cada mañana me propongo dejarte, sin embargo no puedo. Tanto me hacés gozar, tanto me hacés sufrir. Aceptate. Si no lo pudiste hacer por vos, hacelo por mí. Te amo. A. Gustavo le devuelve el papel, ella lo toma y lo apoya sobre la mesita. ¿Qué me decís? pregunta. Vos ya lo sabías. Ella se cubre la cara con las dos manos. ¿Qué hiciste con la carta? Se la serví. No te entiendo. Le serví la carta en un plato, con el puré al lado. Qué agallas. Cómo encarará él a Cecilia. ¿Cómo reaccionó Gerardo? pregunta. Se quedó paralizado un buen rato y después se levantó de la mesa y fue hasta el cuarto; yo lo seguí y lo encontré tirado en la cama; me senté  a su lado, entonces me contó que es una clienta que lo provocó tanto que no pudo resistirse; fue cosa de un mes, ya está todo terminado. ¿Y vos le creíste? Primero no pero después sí. ¿Después de qué? Me pidió perdón, me dijo que me amaba, que no entendía qué le había pasado, estaba desesperado, lloraba; me hizo el amor. Gustavo teme que su corazón pueda escucharse, hasta dónde estaba él mismo capacitado para no ver. ¿No vas a decirme nada? reclama ella ¿qué pensás?, ¿qué soy una idiota por creerle? Lo estás diciendo vos, no yo. ¿Podés entender lo que se siente cuando te engaña quien amás? Gustavo se lleva la mano a la boca del estómago. Le duele. Santiago tenía razón, debería haber suspendido. ¿Es tan tremenda la infidelidad? continúa María Inés ¿tan extraña? Gustavo sacude la cabeza. ¡Decime algo por favor! reclama ella. ¿Cuándo fue esto? El miércoles pasado. ¿Cómo te sentiste esta semana? Ella se echa el cabello hacia atrás. Está más hermosa que nunca, piensa Gustavo, qué absurdo es el amor. Aunque te parezca absurdo, me sentí mejor. ¿Lo peor es la incertidumbre?,  duda él. Hace una pausa y sugiere  ¿me contás sobre estos días? Ella se inclina, Gustavo teme que se acueste pero solo levanta una pierna y se sienta sobre ella. Volví a mi cama, tuvimos relaciones un par de veces. ¿Él pudo? Ella lo mira. ¿Por qué me lo preguntás? Me comentaste que alguna otra vez no había podido. Porque tenía a la otra. Entonces, todo bien. Digamos ella hurta la vista. ¿Qué significa digamos? ¡Basta, Gustavo!, no quiero hablar más de eso. De acuerdo Gustavo levanta las palmas de las manos ¿cómo lo notaste en todo lo demás? Normal, cariñoso, atento como siempre; el sábado fuimos al Colón y luego a cenar afuera; el domingo a casa de sus viejos. ¿Volvieron a conversar del tema? No, él no quiere; me juró que todo había terminado y decidí creerle, Lo mira, desafiante. ¿Hago mal? Hiciste bastante. Ella arquea las cejas. Buscaste indicios, lo encaraste; durante meses sufriste en silencio ahora empezaste a actuar. ¿Empecé? Él la mira en silencio. María Inés baja las piernas, la espalda recta en el asiento. ¿Te gusta la música clásica? pregunta. Él asiente con la cabeza. Escuchamos a una chelista maravillosa, Sol Gabetta, es argentina pero de fama mundial. Él la recuerda bien, la vio hace un par de años. Ella le habla del concierto, de los compositores, de las obras. Nunca vi unos brazos así, como que se desprendían de ella independientes de ella, parecía una medusa. Se interrumpe para servirse un vaso de agua. Bebe. Después la miré por Youtube añade. ¿Qué observaste? La manera en que se relaciona con el chelo con la voz más ronca agrega como si le hiciera el amor hace una ligera pausa ¿te cuento algo? Él asiente. Me excité mirándola. ¿Quizá porque ella no depende de un hombre para gozar?, ¿porque controla su propio instrumento? ¡Gustavo! exclama, incorporándose. Sí, ya es casi la hora la imita él. Cuando ella se está poniendo el abrigo él indica  te olvidaste algo mientras toma el papel apoyado en la mesa. ¿Puedo mirarlo de nuevo? consulta.  Ella se encoge de hombros.  Él  la lee de nuevo a pesar de que recuerda cada palabra. En el momento de abrir la puerta  él  pregunta ¿qué es lo que tiene que aceptar Gerardo? Ella frunce la boca, ladea ligeramente el cuello. Hasta el miércoles la besa en la mejilla y cierra.

Qué fácil es ver por los ojos de los otros siendo ciegos los propios. Le hubiera gustado tanto confesarle a María Inés cuánto la comprende; ir juntos a tomar un café; darse mutuos consejos. Ser un solo hombro. Una sola cabeza apoyada en ese hombro. Ella, al menos, lo descubrió sola, no había necesitado un amigo que le abriera los ojos. Había dejado de lado la dignidad y la seguía peleando desde el llano. Inútilmente, consideraba él; lo de Gerardo no tenía arreglo. ¿Su vínculo con Cecilia sí? Que Raúl no le hablara de Lisa, por favor.
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Raúl comenta me salió un laburito. Describe con entusiasmo la próxima refacción del baño de un local. Gustavo lo escucha, en silencio. Sin embargo, en cuanto Raúl calla, le propone háblame de tu padre. Veo que tenés la idea fija. Se reacomoda, se toca la barba. Mi viejo me destruyó, eso sí, con la mejor de las intenciones. ¿Cómo es eso? Desde chiquito su objetivo fue convertirme en su sucesor, pobre, no tuvo suerte con su primogénito; me hice echar de todos los colegios bilingües a los que me mandó; terminé el secundario a los ponchazos en un estatal; el drama fue cuando comencé a militar en Montoneros, imagínate, casi le agarra el ataque, primero ideológicamente y luego, claro, por temor, quería, a toda costa, que me fuera a estudiar a Estados Unidos, pero yo estaba  muy comprometido, ¿te la hago corta?, un día vino la cana a buscarme, destruyeron mi cuarto, buscaban papeles, pero por supuesto yo en casa, no tenía nada, cuando volví a la noche, en esa época no había celulares, mi vieja estaba al borde de un infarto;  me asusté, la puta madre cómo me asuste;  papá me esperaba con el pasaje comprado;  al día siguiente salí para Miami, allí vivía un tío;  yo tenía diecinueve años, le avisé a mi contacto, a mi novia que también militaba y hui como una rata; me quedé hasta que subió Alfonsín; ni bien volví la conocí a Lisa y empecé arquitectura, todos contentos; ¿qué te parece la historia? concluye.  Gustavo reflexiona unos segundos y luego señala creo que tu militancia no comenzó con Montoneros. No te sigo dice Raúl. Militaste contra tu padre desde la infancia. Raúl arquea las cejas, se tironea de la barba. De todos modos continúa Gustavo en el episodio puntual que acabás de referirme, no me doy cuenta cuál es el motivo para tamaño rencor.  Raúl sonríe, amargo.  Excluí un detalle. Bebe agua. Te escucho. Lo de la cana fue trucho, lo fraguó mi viejo. ¿Cómo te enteraste? Él mismo me lo dijo, nunca olvidaré esa tarde, se reía, como si festejara un chiste, me cagó la vida y se reía; el valiente exilado transformado en el pelotudito de papá, ni a Lisa se lo conté. Se incorpora. ¿Puedo ir al baño? pregunta. Gustavo asiente. Inspira y exhala. Trata de relajarse. Demasiado para hoy. Cuando regresa, Raúl comenta me querés creer que los azulejos del baño son los mismos que acabo de comprar para el local. Licencia para el rey de Textilandia, piensa Gustavo, aliviado, mientras lo escucha hablar de albañiles y contratistas.

Gustavo se acerca al teléfono. Comienza a  marcar pero se arrepiente. Qué decirle. Se va quemando el día sin que logre discernir cuál deberá ser su actitud. Por primera vez piensa en los chicos. Se sorprende: se había olvidado de los chicos. Su decisión los involucrará. Su propia relación con sus hijos se involucrará.  Está aturdido. No pensó en ellos. Indicador de que mal está posicionado en la realidad. Son chicos todavía. Nacho entrando en una edad difícil. Siempre tan pegado a su mamá. Como un bloque. Nunca consiguió conectarse con él. Con Martina desde el principio fue otra cosa. ¿Cuestión de piel? No pensó en sus hijos. No es solo cuestión de dignidad, es la vida misma. Va al baño. Orina. Se lava las manos. Se mira en el espejo. Ese es él después del cisma. Le sorprende que no le haya cambiado la cara.
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Cada vez que Gustavo ve a Daniela, renueva su percepción inicial. El pajarito pardo cantado por Serrat. Conseguí un turno con Álvarez Campos para el lunes que viene informa ella ni bien se sienta. Tuviste suerte comenta Gustavo hay gente que debe esperar meses.  En realidad el doctor Grieco me lo consiguió. El incondicional Grieco, piensa Gustavo, llamaré para agradecerle. Estoy ansiosa, hace tanto que debería haberme dado cuenta admite ella. Te diste cuenta la tranquiliza él por eso viniste aquí buscando ayuda. Ella sonríe, como un sol, determina Gustavo.  ¿Cómo está tu marido? Negador, dice que están todos locos, que solo quieren sacarnos plata, que ya madurará. Quizá comparte la opinión  de tu pediatra. De mi anterior pediatra anuncia con energía no quiero verlo más; me hizo perder tanto tiempo. Me gustaría que me contaras más sobre tu relación con Lucas. Lo amo dice ella  y lo que me pone peor de todo es que él no se deja querer mira el piso por eso todavía lo amamanto; tiene dos años y cinco meses y todavía lo amamanto Daniela hace una pausa y agrega es el único momento en que se deja acariciar. ¿Precisás justificarte?  Ella se ruboriza, más aún cuando él le pregunta ¿Ariel está en desacuerdo? No lo tolera explica ella solo lo amamanto cuando  él no está. ¿Sí en presencia de otros? Tampoco ella sacude la cabeza y se detiene quizás esperando más preguntas. Luego, bajando la vista, agrega me da vergüenza. Él espera unos segundos antes de decir quizá la vergüenza se deba a que percibís que seguir amamantándolo responde a una necesidad tuya; habría que analizar cuáles son las necesidades de tu hijito; sería bueno que pudieras charlarlo con los profesionales que lo atenderán. ¿Usted cree que lo estoy perjudicando? No estoy diciendo eso le aclara estoy intentando que pensemos juntos por qué te escondés para amamantar a tu hijo. Ella oculta la cara en el cuenco que forman sus manos. Le miento hasta a mi mamá. ¿En qué consiste tu mentira? Le dije que ya no le doy la teta; cuando cumplió dos años se lo dije.  Daniela ella se descubre y lo mira ¿por qué seguís amamantándolo? Es mi bebé dice casi en un susurro. Tal vez seguir dándole la teta ha sido tu manera de poder creerle al pediatra la mirada de Daniela clavada en él  en la medida en que lo consideres un bebé se atenúa tu preocupación porque no hable. Los ojos de ella se llenan de lágrimas. Daniela y cuánto le cuesta decírselo  Lucas ya no es un bebé. Ella llora, mansamente llora.

Cerrar la puerta es recuperar la lanza atravesándolo. ¿El alma es un espacio? Solo así podía entenderse que fuera capaz de albergar tanto dolor. Porque le duele el cuerpo. En medio de las costillas. Se presiona el esternón. Justo allí. ¿De qué va a hablarle a Ana María?, ¿del accidente de Camilo?, ¿del rey de Textilandia?, ¿del hijo de Laura?, ¿o del de Daniela?  La angustia le humedece el cuerpo pero le seca la boca, qué absurdo. Apoya la frente contra la ventana. El frío del cristal le hace bien. Ya es casi de noche, los faros de los autos destellan entre el follaje. Se siente sucio, transpirado. Preciso una ducha, diagnostica. Mira el reloj. Tendrá que tomar un taxi. Va hacia el baño. Abre la canilla y se desnuda.
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Ana María le sonríe. Una magnífica sonrisa de analista, evalúa él. Distante pero cálida. Él siente que los ojos se le llenan de lágrimas. Carraspea, intentando controlarlas pero es inútil. Las lágrimas fluyen ajenas a su voluntad. Estoy llorando, se dice, sorprendido. La sonrisa de Ana María retrocede, desaparece. Troca en una leve inclinación de la cabeza, en una tenue crispación del rostro. Gustavo, ¿qué pasó? Él saca un pañuelo de su bolsillo. Se suena la nariz. Logra serenarse. Ella lo espera. Seria lo espera. Cecilia me engaña confiesa y luego se arrepiente ya sé que este no es el espacio apropiado para hablarlo pero me enteré hoy. Lo escucho lo habilita ella. Esta mañana un amigo me contó que la vio besándose con un tipo; no sé cómo no me di cuenta solo, si lo pienso ahora, ella me dio indicios, muchos indicios. Tantos como el marido de María Inés lo interrumpe ella.  Él sacude la cabeza no, Ana María, hoy no estoy en condiciones de seguir ocupándome de mis pacientes, no sé cómo pude atenderlos se incorpora será mejor que me vaya. Siéntese, Gustavo no es un pedido es una orden ¿qué pasa con su terapia personal? Mi analista sigue enfermo, lo operaron, no sé cuándo podrá atenderme. ¿Quiere seguir contándome? No sé ni por dónde empezar, usted no me conoce. Ella le sonríe. Esa puta e inigualable sonrisa, piensa él. Cuando salga de aquí, cuando regrese a mi casa, voy a tener que enfrentarla, tengo que decidir cómo enfrentarla.  Se esconde la cabeza entre las manos. Así, sin mirarla, se siente mejor.  ¿Cuáles son las opciones? la escucha preguntar. ¿Obviar la información, echarla, irme? ¿Escucharla? sugiere ella.  Nunca voy a poder perdonarla dice, ahora, mirándola. El perdón, dicen, es un don divino; ¿si intentara comprenderla? Cuando mi vieja se enteró de que mi padre la engañaba, lo echó, sin pensar en la plata, en las conveniencias; una mujer muy fuerte, lo echó sin pensar en nada. ¿Ni siquiera en usted? Él recibe el impacto. Un golpe brutal que lo obliga a retener las lágrimas.  ¿Cuántos años tenía? Cuatro, no recuerdo a mi padre en casa traga saliva desde que tengo uso de razón me faltó, siempre me faltó. ¿No volvió a verlo? ¡Oh, sí!, lo veo cada día de mi vida, bah, los fines de semana no, ni los miércoles;  se reacomoda en el diván  pero si algo de lo que hoy no quiero hablar es de mi padre. Yo no lo traje aquí  aclara ella. Ya sé  reconoce Gustavo él es omnipresente. Siempre le faltó pero es omnipresente. ¡No quiero hablar de él! mira el reloj tengo una hora para decidir mi futuro, el de mis hijos. ¿No le parece que es demasiado terminante?, quizá precise más tiempo para tomar una decisión. Y qué, ¿no regreso a casa esta noche? Lo está diciendo usted. Por favor, deje de jugar a la analista dice con bronca. Soy una analista replica ella, sonriente.

Sale y camina hasta la esquina. Ana María tiene razón, necesita tiempo. No está físicamente capacitado para enfrentar la cena familiar. Se arrima a la pared y busca el celular. Llegó más tarde, no me esperen a comer teclea. Percibe que sus costillas se distienden. Es él quien precisa una prórroga. Hace frío. Se levanta las solapas del saco y mete las manos en los bolsillos. Apura el paso. Cuando llega a Santa Fe, duda. Autos, luces, carteles, bocinas, peatones. Hace mucho que no caminaba a esta hora por ahí. Luego dobla a la derecha y camina hasta Coronel Díaz. Entra en Tolón. Allí iba con Cecilia cuando salían del consultorio del obstetra.
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La taquicardia de Gustavo crece a medida que el ascensor sube. Ya es franca cuando sale. A través de la puerta le llega un aroma que logra identificar como de curry. Abre. En el comedor, cubiertos y un vaso sobre la mesa. Su servilleta, azul. Veni, papi le llega la voz de Martina. Se dirige hacia los dormitorios. Encuentra a los tres en la cama grande, tapados con el acolchado, Cecilia al medio. Mirá, pa, ese soy yo el primer día de jardín dice Nacho. Como si pudiera no reconocerlo. Te deje el plato en el microondas informa Cecilia. Gustavo se concentra en las imágenes, Cecilia con Martina en brazos. Nacho saludando a la cámara, mostrando la mochila. El flequillo rubio, los ojos negros, el delantal de cuadritos. Un trío del que la cámara lo excluye. Siente que las lágrimas se le agolpan. Qué le pasa, no es él este de hoy. Voy a comer informa pese a las protestas de la nena. Se dirige a la cocina y abre el microondas dispuesto a rescatar el plato y guardarlo en la heladera. Una rata mordisqueándole la boca del estómago. Sí, no se había equivocado, el famoso pollo al curry de Cecilia. El olor lo traspone. Cambia de parecer y aprieta el botón. Mientras espera un minuto, apoyado en la mesada, ve el escurridor. Tres platos. La rata se revuelve. Abre la heladera y se sirve soda. Va con plato y vaso hacia la mesa. Se sienta. Solo. Porque cuatro menos tres es solo uno. La aritmética no falla. Alza el pollo ensartado en el tenedor hasta la boca. En cuanto lo deposita sobre la lengua el sabor le reconforta el alma. Como un  trago de chocolate caliente para el alpinista. ¿Cuántas veces habría paladeado ese pollo? La primera cuando cumplieron un mes de casados, casi podría jurarlo. Le extraña recordarlo. El pollo de los cumpleaños, también. De pronto se inquieta, ¿qué se festeja hoy?, se pregunta, ¿se me escapó una fecha?, ¿o acaso se está congratulando por haberse echado un amante? El pollo deja de deslizarse por su esófago. Siente que se ahoga. Toma un trago de soda. Las burbujas lo reaniman. Hola, papi dice Martina, camisón largo y pantuflas de Snoopy ¿por qué no comiste con nosotros? Me quedé trabajando. ¿Trabajando dónde? En un bar contesta Gustavo, que odia mentir. ¿En un bar?, para eso hubieras trabajado acá. Acá me distraigo. Claro, nosotros te molestamos dice Martina meneando la cabeza. No digas tonterías, vení dame un abrazo propone él apartando la silla de la mesa. El cuerpito de Martina se funde al suyo. Tan flaquita. Es frágil, piensa Gustavo, es la más frágil. Le acaricia el cabello todavía húmedo. Marti, a dormir indica la voz de Cecilia. Uf dice la nena desprendiéndose y luego, con cara de resignada agrega chau. Él se queda solo.


Gustavo se ducha Mientras se lava los dientes con parsimonia se mira en el espejo. Si seré pelotudo, piensa, tengo miedo. Se enjuaga la boca, apaga la luz y sale. La puerta del dormitorio cerrada. Inspira hondo y abre. Cecilia está acostada, leyendo. Él se queda parado en el marco de la puerta. Quizá demasiado tiempo porque ella baja el libro y pregunta ¿qué te pasa? Él no quiere estar allí, no debería haber venido. Ana María tenía razón, precisa tiempo. Por qué debe hablar hoy, quién lo obliga. ¿Santiago? Un odio irracional hacia su amigo le sube a la garganta. Para qué mierda se encontró con él. Le arruinó la vida. Santiago siempre le tuvo envidia, desde el colegio. Gus, ¿qué te pasa? insiste Cecilia. Parece alarmada. Abandona el libro sobre las sábanas y amaga con levantarse. Nada responde él y va a agregar no te preocupes pero se arrepiente, entra, se para junto a ella y le dice te doy la oportunidad de que  blanquees la situación. A ella se le desarma la cara. Vuelve a sentarse. Evalúa cuánto sé, especula Gustavo, ensaya como negarlo. Y después piensa que a lo mejor Santiago vio mal, se equivocó. Al cabo de unos segundos Cecilia dice no te pido perdón porque no lo merezco. Gustavo siente que se tambalea y, automáticamente, se sienta. Al lado de ella. ¿Estás bien? pregunta Cecilia tocándole el antebrazo. Él se desprende del contacto y la mira en silencio. No responde. Ella baja la mirada.  Tampoco es fácil para mí dice ella pero me alivia no tener que seguir mintiéndote. ¿Cuánto hace? averigua él. Casi un año. ¡Un año! esconde la cabeza entre las manos  no, si me merezco el carnet de pelotudo. Ella pone sus manos sobre las de él. ¿Te acordás cuando fui a la filial de Córdoba?, bueno, allí lo conocí, al principio la relación fue solo por Internet. Hasta que dejó de serlo él se descubre el rostro. Sí, hasta que dejó de serlo; hace cuatro meses vino a verme, ni siquiera me avisó, te aseguro que lo hubiera frenado; se me apareció y pasó lo que no tenía que pasar; pensarás que estoy loca pero estoy contenta de poder contártelo, me enfermaba tener que mentirte. ¿Y por qué no me lo contaste antes, entonces? Porque pensaba que se me iba a pasar, todas las noches me acostaba pensando que cuando me despertara iba a estar curada. Pero no dice él.  Pero no confirma ella no solo no me curaba, cada vez estaba peor. ¿Qué significa peor? Ella cierra los ojos al decirle Gus, esto no es una calentura, estoy enamorada  luego se corrige creo que estoy enamorada. Gustavo piensa que el dolor es un pozo sin fondo, siempre se puede estar peor. Un dolor que no le impide atar cabos. Y ahora se traslada a Buenos Aires dice ahora vas a ser su secretaria privada, él te va a pagar. Las lágrimas ruedan por las mejillas de Cecilia sin que ningún gesto las acompañe. Ajenas a ella misma, piensa él, son mías sus lágrimas. No aclara ella eso después. ¿Después de qué? Primero tiene que ir un par de meses a Chile a supervisar una nueva filial. Gustavo experimenta un brusco alivio, tiene tiempo por delante, tiempo para intentar recuperarla. Alivio que se esfuma cuando ella añade  y yo voy a ir con él. ¿¡Qué?! Ahora soy su secretaria. Gustavo siente ganas de golpearla. Instintivamente se agarra las manos. Dejá de tomarme de boludo, no sos la secretaria, sos la amante. Vos no entendés, él no me paga, él es otro empleado de la empresa, ellos no sospechan nada. Parece que no soy el único boludo. ¡Basta, Gus! ¡Y vos me decís basta! grita él. Tranquilizate pide ella están los chicos. Hubieras pensado antes en ellos. El llanto de Cecilia se hace franco. A él le da pena. Qué absurdo, él siente pena por ella. Me odio dice Cecilia entre sollozos  pero no me puedo controlar; te juro  que lo intenté, tantas veces lo intenté. Te vas a ir con él, y me lo decís así; qué te pasó Cecilia, no sos la mujer que yo conocí. ¡Claro que no!, conociste a una piba de veinte años, que postergó todo por vos. ¡Ahora me vas  a echar la culpa a mí!,  ¡vos sos la única responsable de haber arruinado tu carrera, de haber arruinado la mía también!  Unos golpes en la puerta lo interrumpen. ¡Mami, papi, qué pasa que gritan! Nada, querida, andá a acostarte tranquila contesta él. Vení, mami, tengo miedo. Cecilia se seca las lágrimas con el dorso de la mano, carraspea. Ya voy dice y se levanta, descalza.

Media hora después Gustavo, cansado de esperar, se levanta. Va hasta el cuarto de Martina. Madre e hija duermen abrazadas. Se queda unos instantes contemplándolas bajo la tenue luz del velador. Sobre la almohada, el cabello rubio de Cecilia se mezcla con el oscuro de la nena. Ambas respiran con la boca ligeramente entreabierta. Él recoge el acolchado del piso y las tapa.
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Miércoles 29
Gustavo, en doble fila, observa a sus hijos entrar a la escuela. Todavía no son las ocho. Dos horas para el curso. Ojalá pudiera regresar a su casa, a su cama, taparse la cabeza con la frazada y volver a dormir. Desde luego, no lo conseguiría. Conciliar el sueño se ha convertido en un problema. Los bocinazos lo obligan a arrancar. ¿Hacia dónde? Pone primera.

Media hora después recorre con la vista las mesas hasta que descubre a su amigo junto a la ventana. ¿Qué pasó? pregunta Santiago sin darle tiempo a sentarse. No me sacarás una palabra hasta que tome un café anuncia. Ya con la taza en la mano informa Cecilia se fue ayer. ¿Cómo que se fue? Ya te conté lo de Chile. Sí, pero no parecía inminente. Gustavo deja la taza, ampara la frente entre los brazos acodados. La cosa se precipitó, no voy a entrar en detalles, se tuvo que ir por una semana dice mientras duda del acierto de haberse encontrado con su amigo, no es alivio lo que experimenta y cuando Santiago averigua ¿con él? la duda se transforma en certeza. ¿Necesitás preguntármelo? dice mirándolo con rabia y como Santiago solo se encoge de hombros, agrega sí, se fue con él pero en calidad de jefe, porque ahora encima es su jefe, la puta que lo parió. Santiago se echa atrás en su silla. Y vos la dejaste ir dice. Es su trabajo; no le queda otra se justifica mientras baja la vista y toma un sorbo de agua. ¿Pero vos sos pelotudo o te hacés? Gustavo piensa que sí, es un pelotudo, es el rey de los pelotudos pero debe defenderse. Esto es muy complicado, San, por un lado está su relación con él y por el otro el trabajo en sí, le ofrecieron una carrada de plata y un puesto de mucha responsabilidad, Cecilia no está dispuesta a perderlo. ¿Y vos te creés ese rollo? Gustavo se está impacientando, pésima la idea de provocar ese café. Cabecea. Vos no entendés dice le habían ofrecido el puesto antes de que pasara nada con él, es una oportunidad que parece que hace años estaba esperando. Santiago no le da tregua ¿parece? Gustavo sigue sintiendo que debe defenderse, qué absurdo, ¿de qué?, ¿de la opinión de su amigo? Cecilia no solía hablarme de su trabajo, sabés que es muy reservada. Santiago sonríe, despectivo, pero cuando Gustavo está a punto de levantarse, le palmea el brazo y le pregunta viejo, ¿cómo estás? y la bronca de Gustavo se pliega, se arruga como un papel rumbo al cesto. La noción de su desvalimiento infinito, qué difícil ser confortado por un hombre. Mamá, Cecilia, Martina, abrácenme reclama. Santiago aumenta la presión de su mano. Gustavo siente la presión en los lagrimales pero por suerte logra controlarse. Estoy como puedo; creo que todavía no tome conciencia de todo lo que se avecina. ¿Por qué?, ¿te dijo que lo del tipo va en serio? Gustavo se restriega los ojos. Me dijo que está enamorada, y que no está dispuesta a renunciar; que nos adora a mí y a los chicos pero que esta vez se va a poner a ella misma en primer lugar. Recién al escucharse tiene la cabal noción de que no hay vuelta atrás, no es una pesadilla, aunque sí, sí que lo es. Despertame, amigo, piensa. ¿Y qué van hacer? lo estrella Santiago en el presente justo cuando suena su celular. Voy para allá dice Gustavo. ¿Qué pasó? pregunta su amigo. Me llamaron del colegio, Martina vomitó.

Gustavo tira la mochila sobre el asiento delantero, se sienta y arranca. Ya son casi las diez. ¿Adónde vamos? pregunta Martina. A lo de la abuela, ya le avisé. Quedate conmigo, papi, me duele mucho la panza. Él siente miedo, sí, miedo. Eso es toda la pizza que comiste anoche, te avisé dice mirándola por el espejo retrovisor tengo curso y después consultorio le explica pero cuando registra la carita compungida agrega si puedo paso un ratito al mediodía mientras piensa que Cecilia no tiene derecho. En cuanto dobla por Monroe descubre a su madre esperando en la vereda. Arrima el auto. La nena baja y se sumerge en brazos de su abuela. ¿Qué le pasó a mi princesa? Gomité la pizza. ¿Y tu mamá? ¡Está en Chile, se fue ayer! ¿¡En Chile!? Gustavo siente que pierde pie. Se fue por el trabajo explica a través de la ventanilla abierta. Su madre menea la cabeza y entra a la casa con la nena aferrada a su cintura. La imagen perdura en la retina de Gustavo cuando pone primera.

Al salir del curso recupera su presente. Debo evitar los espacios muertos, se dice.  ¿Por qué cambió tiempo por espacio y libre por muerto? Está llegando al consultorio cuando suena el celular. Te estamos esperando, papi, la abuela preparó pollito. Coman no más, se me hizo tarde. ¡Pollito y puré de calabaza con lo que te gusta! Martina, no puedo hablar explica estoy manejando y corta. La cara mortificada de la nena regresa a su retina. Mira el reloj. Tres cuartos de hora. Avanza hasta la esquina y gira. Ruge su indignación contra Cecilia. No se piensa en el verano cuando cae la nieve.

No debería haber comido tanto, se siente pesado. Pero es inútil negarse a su madre. Estaciona a la vuelta y se dirige a Melián. Cuando llega al departamento, Laura está en la entrada. Gustavo se siente incómodo, nunca se encontró con un paciente fuera del consultorio. Ella, que entró primera al ascensor, mientras aprieta el botón pregunta señor, ¿usted también va al quinto? Él sonríe, súbitamente relajado. Cómo le gusta su profesión.
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Hace unos meses, mi cuñada cuestionaba  la conveniencia de ayudar a los chicos en sus tareas escolares y le comenté que yo siempre había  estudiado con  mis hijos Laura verifica que él la esté mirando y continúa como creí imaginar lo que ella estaba pensando, agregué ¨por eso me salieron tan bien¨. Él se endereza en su silla, alerta. Un minuto después me dijo, en muy mal tono ¨no es la primera vez que hacés un comentario de este tipo, estoy cansada de oírte hablar mal de tus hijos; tus hijos son buenas personas, independientes, cariñosos, trabajadores; a lo mejor no cumplieron con tus expectativas pero eso no significa que te hayan salido mal¨. Gustavo, intencionalmente,  deja pasar unos segundos antes de preguntar ¿y qué piensa usted sobre el comentario de su cuñada? Laura se echa el cabello hacia atrás,  permanece con los brazos levantados unos instantes y luego los baja y los cruza. Se está protegiendo, piensa él. En ese momento no le di importancia, aunque me encantó que saliera en defensa de sus sobrinos, prueba de cuánto los quiere. ¿Y cuándo descubrió su cabal trascendencia? Laura se lleva la mano a la boca y carraspea. El miércoles pasado cuando salí de aquí dice y luego calla. Me gustaría que me explicara qué sintió pide él. Tuve la nítida percepción de lo duro que es no cumplir con las expectativas de los otros; me quedé pensando en lo que usted dijo; tiene razón Laura sonríe  uno sabe lo que los demás esperan de uno.  Él se toma solo unos segundos. ¿Por eso es que Federico no necesitó que usted lo retara por haber abandonado el curso de hardware para saber que otra vez la estaba defraudando? pregunta. Como tocada por una varita mágica, la cara de ella se desarma.  Cuando eran chiquitos estaba tan orgullosa de ellos; siempre eran los primeros en el colegio dice con los ojos húmedos. ¿Y ahora? inquiere él. Las lágrimas de ella descienden por sus mejillas. Se las seca con el dorso de la mano. Gustavo le señala la caja de pañuelos. Ella toma un par. Se suena la nariz, logra recomponerse. Son buenos chicos dice al fin. Si no me equivoco esa es la opinión de su cuñada; le repito la pregunta, Laura, ¿está orgullosa de sus hijos? Mientras la observa llorar Gustavo se plantea si alguna vez su padre estuvo orgulloso de él. ¿Está él orgulloso de Nacho? Laura dice no puedo explicarle cuánto me duele tener que confesarle que no. Él reflexiona unos segundos y propone qué le parece si para la próxima hace una lista de qué expectativas han colmado cada uno de sus hijos y cuáles no. Laura pregunta ¿débitos y réditos? Algo así responde él sonriendo.  Ella toma un vaso de agua, carraspea y comenta ayer me encontré con las compañeras del secundario. Gustavo se reacomoda en su sillón y se dispone a escucharla.

Al cerrar la puerta Gustavo descubre que no pensó en Cecilia. Una hora sin pensar en ella. Laura, regrese. Hace dos días que su mujer se fue y él pasó una hora entera sin pensar en ella. Bienaventurada profesión. Se le aparece la imagen de Martina. Pobrecita. Busca el teléfono. Hola, papi, ¿cómo estás? ¿Cómo estás vos? Rebién, la abuela me preparó un té y me fregó la panza. Él siente las mágicas manos de la madre sobre su propio infantil abdomen. Me alegro mucho, tratá de dormir la siesta. Sí, me voy a acostar a mirar la tele, porque la abuela siempre mira la novela de las tres; te corto, papi, porque la abu me llama que ya empieza. Gustavo apoya el tubo con una sonrisa. Su madre y su hija. Suena el timbre.
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Camilo ya no le informa que subió solo. Batalla ganada en la dura lucha por su autonomía. Perdón dice se me hizo tarde. Gustavo mira el reloj, tres minutos. ¿Te molesta llegar tarde? El chico asiente con la cabeza. Gustavo recuerda a Ana María, entonces insiste ¿por qué? Camilo lo mira con sorpresa. Porque está mal contesta. A ver, a ver dice él qué pasaría  si te demoraras en llegar acá. Qué se yo, nada, pero vos a lo mejor te preocupás. ¿Qué creés que haría yo si te retrasaras demasiado? El chico se encoge de hombros. No sé, nunca lo pensé responde. ¿Y si lo pensás ahora? Supongo que llamarías a mi papá al celu. Que es lo que vos hiciste cuando tu papá se demoró. La cara del chico se tensa. Sí, pero mi papá no me atendió. Gustavo solo lo mira a los ojos, en silencio. Un largo rato después Camilo agrega no sé por qué mierda no me atendió. ¿Se lo preguntaste? El chico cabecea, luego juega con la boca, se muerde los labios. ¿Por qué te enoja tanto que no te haya atendido? Si me hubiera atendido yo no estaría rengo. ¿Alguna vez se lo dijiste? Los ojos del chico son dos platos. ¡¡No!! ¿Por qué te parece tan obvio?  Porque él ya se siente bastante mal por eso. ¿Y cómo lo sabés? Porque lo escuché. ¿Qué es lo que escuchaste? Cuando estaba en el hospital dijo varias veces ¨fue mi culpa¨, él se creía que yo estaba dormido pero lo oía, todo oía. ¿Estaban solos? No, con mi mamá. ¿Y qué decía tu mamá? Ella no decía nada, lo abrazaba. ¿Nunca le preguntaste por qué se le hizo tarde? Camilo sacude la cabeza, tanto que el flequillo le tapa los ojos. Me cansé de hablar de esto informa echándose el cabello hacia atrás. ¿Y de qué te gustaría charlar? El chico se queda un rato pensando y al cabo dice me nombraron delegado del curso; están modificando el reglamento y quieren conocer nuestra opinión. ¿Por qué te parece que te eligieron? Dicen que hablo bien cuenta sonriendo, la vista baja. ¿Qué modificaciones proponen?  Camilo se endereza en el asiento y comienza a hablar con fluidez, tanta que  Gustavo piensa en Nacho y le duele, cómo le duele. Largo rato después el portero eléctrico los interrumpe. Gustavo mira el reloj. Las quince y cincuenta. Exactamente.

Gustavo busca el celular y controla  su mail. El corazón se le aturde: mensaje de Cecilia. Hola, Gus. Acá estamos trabajando a toda máquina. El viernes firmaremos el contrato de alquiler de las oficinas, todo fue más rápido de lo calculado. Casi seguro que regreso el martes, te aviso en cuanto nos confirmen el vuelo. ¿Cómo están los chicos? Los extraño mucho. Llamaré a casa a la noche, alrededor de las diez, así puedo hablar con los tres. Un beso. Gustavo siente que aumenta su temperatura. Arde de bronca. Ni siquiera le ahorró el plural de los verbos. Decidió por lo visto, tomarse el fin de semana. Está por contestarle hecho una furia cuando apaga el teléfono con brusquedad. No se merece ni una letra.
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Mientras la precede Gustavo recuerda su pregunta de cierre. Se ubica y le sonríe. María Inés, calzas negras, suéter largo rojo, se sienta sobre las piernas flexionadas. Se toma con una mano la punta de las botas negras. Con la otra, se sostiene el mentón. Está seria. El sábado fue mi fiesta de cumpleaños cuenta. Él sonríe. Ante el prolongado silencio de ella, decide intervenir ¿y cómo estuvo? La fiesta, bien; yo, mal. ¿Por qué?  Ella rearma su postura, libera los brazos, gesticula mientras cuenta en un momento me miré como desde afuera. ¿Y qué viste? A una mujer espléndidamente vestida, espléndidamente maquillada, espléndidamente peinada, representando una farsa en un espléndido salón, con un espléndido servicio y un espléndido catering. ¿Cuál era la farsa?, ¿cumplías treinta y dos en lugar de treinta? intenta relajarla. Ella no sonríe al decir los estaba engañando a todos, ni una sola de las cien personas presentes sabía quién soy yo en realidad, qué me pasa. ¿Nadie te conoce?, ¿ni una sola de tus amigas? Ella cabecea al decir tendrías que haber estado vos. Gustavo, esforzándose en reprimir una sonrisa, comenta todavía no me explicaste en qué consistía la farsa. Parecía la princesa Máxima; yo percibía que todos me admiraban, me envidiaban; una mujer joven y linda, con un marido buenmocísimo y lleno de plata que la abrazaba como si la quisiera. Gustavo carraspea, trata de organizar la información vamos por partes, es cierto que sos joven y muy linda, supongo que tu marido es buen mozo aunque no lo conozco, sé que les sobra el dinero, y si es cierto que tu marido te abrazaba, ¿en qué reside, entonces, la farsa?, ¿en que no te quiere? Sí que me quiere ella sacude la cabeza con energía pero como a una hermana; te juro que vi como miraban los hombres mi espalda desnuda, se les notaba la temperatura en las miradas; desde que soy adolescente que me miran así, será por eso que nunca conseguí tener un amigo. No veo la relación entre tu sensación Gustavo abre las manos en un gesto vago, busca la palabra térmica y el amor fraternal de tu marido. Ella hace una mueca de impaciencia. Creo que de todos los hombres presentes, exceptuando a mi padre y a mi hermano, Gerardo era el único que no me miraba así. María Inés se sirve un vaso de agua, parece agitada. ¿Qué pasó después de la fiesta? pregunta él. Nada, por supuesto, estaba muy cansado, pero no pasó nada el domingo, ni el lunes ni ayer. ¿Pensás que sigue con su affaire? Ella eleva los hombros. Quizá dice. ¿Volvieron a hablar del tema? Jura que terminó todo, dice que está muy estresado por el trabajo, tienen un caso importantísimo entre manos, vuelve a cualquier hora. Él, involuntariamente, sonríe. No me mirés así, llamé mil veces al estudio en distintos horarios y siempre lo encontré; ayer caí de sorpresa a la nochecita. ¿Y estaba? Sí, estaba; le cayó pésimo mi presencia, odia que lo control; bromeó al respecto con el socio; terminé yéndome sola a lo de mis viejos María Inés se adelanta hacia él ¿querés que te cuente algo bueno?; mi hermano editó el video de la fiesta y primero puso fotos de cuando éramos chicos, me hizo emocionar. Mientras María Inés describe con detalle el trabajo de su hermano, Gustavo intenta desalojar imágenes de  Cecilia, por primera vez en la sesión piensa en ella, insoportable imaginársela con él. Los sorprende el portero eléctrico sin que el tema del marido vuelva a emerger. Gustavo tiene una súbita corazonada. ¿Cómo se llama el socio? pregunta mientras la despide. Ella lo mira con sorpresa. Alberto, ¿por? La aparición de Raúl lo exime de la respuesta.
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Esta mina raja la tierra comenta Raúl mientras se sienta. Segundos después comienza a hablar de la obra. Se lo ve contento, piensa Gustavo. Nunca te vi tan entusiasmado le comenta en cuanto Raúl hace una pausa. Sí, la maldición bíblica no es tal. No te entiendo. Raúl sonríe, con sorna califica él y responde ganarse el pan con el sudor de la frente nos beneficia más de lo que nos perjudica se atusa la barba rojiza ¿sabés lo que me tiene mejor? busca la mirada de Gustavo  es una de las pocas veces en la vida en que el laburo no viene a través de mi viejo, o de alguna de sus infinitas relaciones. ¿Cómo está Lisa?  Los ojos de Raúl cobran brillo. Hecha una seda, ya te dije, Lisa es una puta. Gustavo se toma unos minutos, reflexiona antes de decir  vos le adjudicás el cambio exclusivamente a ella, quizá tu propia sexualidad esté ligada a la posibilidad de sentirte un hombre más allá de la cama; tal vez tu sexualidad se vea inhibida por la dependencia de tu padre. El rostro de Raúl se endurece. ¿Creés que me estás ayudando con la brutalidad que acabás de decir? Él acusa recibo, se equivocó, su intervención fue precipitada. Ana María lo alertó varias veces, descubrir la causa de un conflicto no habilita a un terapeuta a explicitarlo hasta que no llegue el momento propicio. Se sirve agua. Si mi comentario es tan absurdo no veo el motivo de que te altere tanto. No me altera, me da bronca que un título te habilite para decir lo primera boludez que te pasa por la cabeza. Gustavo entierra la mirada en el piso, quisiera como el ministro de economía decir: me quiero ir. Bastante con que su esposa esté revolcándose en Chile con el amante para tener que soportar el castigo adicional de un paciente cuya transferencia le resulta tan hostil. Quizá debiera interrumpir el tratamiento, lo consultará con Ana María. Quizá debiera abandonar la profesión, no sirve para esto. ¿Trabajar en la fábrica con su padre para siempre? Cuando levanta la vista se choca con los ojos de Raúl sobre él. La autoestima de Gustavo se precipita al escuchar ¿sabés una cosa?, mejor me voy. Gustavo se incorpora, en silencio, al ver que Raúl se para. Antes de subir al ascensor, mientras Gustavo piensa que, pese a todo, es una alivio haber perdido a este paciente, Raúl comenta otro día te cuento.

Gustavo se tira en el diván. Se tapa la cara con las manos. No puede más. Todo le sale mal. Tampoco es tan ingenuo como para suponer que es una es cuestión del destino. Él es el que está lleno de agujeros.  ¿Por qué no irse? Hawai, París, Cuba. Tiene ahorros. Podría vender el auto, además. Unos cuantos meses lejos de todo y de todos. Quizá lograra reconstruirse. Empezar de cero en otro lugar. Mira el reloj. ¿Habrá terminado Nacho su entrenamiento? Andá para lo de la abuela escribe en su celular Marti está allá, los busco a las 9. Pobrecito Lacán, todo el día solo. ¿Habrá hecho pis?
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Hace rato que Daniela describe con detalle la entrevista con Álvarez Campos. La infinita cantidad de pruebas que le hicieron al nene. Estuvimos más de cuatro horas con distintos profesionales;  ya nos trazó un plan de acción: psicólogo, fonoaudióloga, psicopedagoga informa. Tiene un equipo excelente acota él.  Sí, ya me lo dijo parece molesta ojalá pudiéramos atenderlo con él. ¿De qué depende? Daniela lo mira. De la plata, por supuesto mira el piso la entrevista la pagaron mis viejos. Él lo evalúa y luego dice hay un recurso. Daniela gira la cabeza. ¿Cuál? Él sabe lo que va a provocar pero debe decirlo. Por el tratamiento de ella, además. El certificado de discapacidad. Ella lo mira. Como un perro apaleado, lo lamenta él. Ariel no va a querer dice luego de un rato. ¿Y vos sí?  Es que Lucas no es discapacitado  busca en su billetera, saca una foto y se la entrega.  Mírelo. La carita redonda, un flequillo espeso y oscuro, los ojos transparentes de tan claros. Qué lindo chico comenta. Él quisiera decirle que con esa cara no puede ser un caso grave, que lo detectaron a tiempo, que lo van a poder curar. ¿Les confirmó el diagnóstico? pregunta. Ella guarda la foto, asiente con la cabeza y lo mira.  Los ojos de Lacán. ¿Cuál? Para qué me pregunta si ya lo sabe. Para que te escuches dice con infinita pena. Vengo para sentirme mejor no para que me torture y ni siquiera parece enojada. Gustavo sí que está enojado, decididamente no sirve para esto. Quedan en silencio. Largo, denso. ¿Pudiste solucionar el  horario del trabajo? pregunta al cabo Gustavo.

Apoya la espalda en la puerta que acaba de cerrar. No recuerda haberse sentido tan mal en toda su vida. Con Cecilia, con su profesión, con su analista enfermo, con su padre. Malditas las ganas que tiene de ir a lo de Ana María. Recordar que luego lo esperan los chicos en lo de su madre, termina de agobiarlo. Quizá la infidelidad de Cecilia resulte liberadora. Que se quede con todo, hijos incluidos. No está capacitado para hacerse cargo de nadie. Vuelve a aparecer la imagen de una isla tropical. Total ella ganará tanto que a los chicos no les va a faltar nada.
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Estoy pensando en dejar a mis pacientes inicia Gustavo el encuentro. Ana María sonríe, siempre sonríe.  ¿Qué pasó con Cecilia? inquiere ella. Se fue a Chile por una semana, pero no quiero hablar de eso. Ella abre las manos que tenía entrelazadas. Solo quería verificar si la decisión de abandonar a sus pacientes se relacionaba con el hecho de haber sido usted mismo abandonado. Él resopla. Su discurso me confirma que estoy harto de las interpretaciones propias y ajenas; no sirvo para esto, tampoco para esto. ¿Tampoco? Hoy siento que no sirvo para nada, como marido, obvio, y como terapeuta soy un elefante en una cristalería. Ana María lanza una carcajada.  Él siente que algo se le afloja. Se reacomoda en el sillón. ¿Por qué no me cuenta su día de consultorio. Él le va relatando lo acontecido, más y más avergonzado a medida que describe su impericia. Ella lo escucha sin intervenir ni una vez, en absoluto silencio. Veamos, veamos dice cuando él, al fin, calla. Hoy ha logrado que una madre confiese que no está orgullosa de sus hijos, cosa que no es de poca monta; ha conseguido que Camilo manifieste que considera a su padre culpable del accidente; el hijo de Daniela no estaría en tratamiento si ella no hubiera comenzado la terapia con usted; Raúl ha admitido que su sexualidad está ligada a su padre; con respecto a María Inés su tarea ha sido la de un detective, quizá haya descubierto al dueño de la A; yo diría que no ha sido una jornada nada mala para, como se califica usted a sí mismo, un principiante.

Como al peregrino al que le ofrecen una gota de agua, las palabras de Ana María han cauterizado las llagas producidas durante el peregrinaje, mas no la lesión que lo había conducido a buscar la ayuda. Salir del consultorio es que la imagen de Cecilia lo golpeé como el viento que se ha desatado mientras él estaba bajo cubierto. Reparado, así se sintió. Qué si le pregunta a Ana María si lo puede cobijar un rato más. Se ajusta el cuello de la campera, mete las manos en los bolsillos y camina hacia el auto. Recuerda el mail de Cecilia y apaga el celular.
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Desde el palier lo asalta el aroma del vacío al horno. Con papas, podría jurarlo. El olor de su mamá.  Pan para el peregrino. Toca el timbre. ¡Abu, papi! grita la nena.

Un ratito más, pa pide Nacho mirando la tele en el dormitorio  enseguida termina. A Gustavo no le queda más remedio que acceder al café que le ofrece su madre, pie del demorado interrogatorio del que lo defendía la presencia de sus hijos. ¿Qué pasó con Cecilia?  lo inicia su madre ni bien apoya la bandeja. Se fue a Chile. Sí, ya sé, pero por qué. Por el trabajo. ¿Y cómo es eso?  insiste mientras le llena la taza.  Van a abrir una filial en Santiago, fueron a alquilar las oficinas. ¿Va a trabajar allí? Por unos meses, pero no todavía, regresa el martes. ¿Y me lo decís así? ¿Y cómo querés que te lo diga, mamá?, ¿en inglés? Te conozco bien,  algo está pasando; ¿vos no querías que se fuera?, Marti me dijo que los escuchó discutir. Él empuja la taza con rabia. Lo único que falta es que le sonsaques información a la criatura se levanta ¡chicos!, vamos grita mañana hay que madrugar.  Su madre menea la cabeza vos siempre igual, no sé de qué te sirve tanta sicología si sos incapaz de confiar en tu propia madre. Diez minutos después, chicos y mochilas preparadas, Gustavo se despide de su madre. Traémelos cuando quieras ofrece ella o si te viene mejor me acerco yo. Gracias, mamá dice Gustavo, todavía fastidiado. Está por entrar al ascensor  cuando regresa y la abraza. La madre, como quien intenta dormir a un niño, lo palmea en la espalda.

El contestador titila. ¡Es mami! dice Martina qué lástima que la perdimos. Gustavo siente un tirón detrás de las rodillas. Media  hora después sale del baño y recorre la casa solo iluminada por la luz del pasillo. Los chicos duermen. Lacán, arrebujado en el felpudo de la cocina, levanta la cabeza cuando lo ve entrar, pero luego regresa a su sueño.  Gustavo entra al dormitorio. Apaga la luz y se acuesta, de su lado. Luego rueda hacia el centro, estira brazos y piernas. Ay, mi amor, sin ti mi cama es ancha.
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SETIEMBRE
Miércoles 5
Gus, despertate, ¿qué te pasa? la voz de Cecilia filtrándose en su pesadilla justo cuando la puerta del avión se abre y la azafata intenta empujarlo hacia el vacío. Gustavo se sienta en la cama, se restriega los ojos. ¿Estás bien? pregunta ella sentada a su lado y ante su gesto de asentimiento agrega vaya que gritabas. Él la mira, está a medio vestir.  ¿Qué hora es?  pregunta.  Siete y media, llevo los chicos al colegio y vuelvo; esperame y desayunamos juntos. Todo fue un mal sueño, se dice él, aliviado, hasta que la valija junto a la cómoda le demuestra su error. En un instante revive la breve charla a la madrugada. El regreso de Cecilia solo confirma que se fue. La pesadilla continúa.

Gustavo va al baño. Se ducha, se afeita, se lava los dientes. Se perfuma. Elige con cuidado la camisa y el pantalón. Enciende el televisor para ver la sensación térmica.  Sensación térmica. Su yo está a medias helado, a medias hirviendo. Te espero en Van Gogh  escribe en su celular. OK contesta Cecilia. OK.

Gustavo busca una mesa apartada y se sienta. Hojea el diario pero no pasa de la segunda hoja. Cuántas veces se habrán encontrado en esa misma mesa. Casi siempre los dos; los cuatro algún domingo de churros y chocolate. El estómago le hace ruido. Qué absurdo, ruge de vacío pero  él no detecta el hambre. Levanta la vista justo cuando ella está entrando. El cabello rubio alborotado, el paso elástico, la boca entreabierta, las mejillas sonrosadas. Derrama vida a su paso. Es hermosa,  piensa. La perdimos. La perdí, se corrige. Los ojos de Cecilia recorren las mesas. Sonríe cuando lo descubre. Sonriendo se sienta frente a él.  Tardé porque Nacho se olvidó una carpeta y tuve que alcanzársela.  ¿Qué tomás? pregunta él.   Como siempre  dice ella y a él le duele.  Dos cafés con leche  le indica al mozo dos medialunas de grasa y dos de manteca, bien blanquitas. Ella se saca el abrigo y lo acomoda sobre el respaldo.  Está lindo aquí.  Quedan un largo rato mirándose. ¿Cómo te fue? rompe Gustavo el silencio.  Ya te conté anoche, conseguimos unas oficinas espectaculares en pleno centro, calculo que en quince días estará todo listo para arrancar.  Ella hace lugar para la taza que deposita el mozo. Toma un trago. Qué bueno, el café en Santiago es imposible. Él sigue mirándola y ella sigue sonriendo, mordisqueando una medialuna. Cómo te fue con él, te pregunto. Ella baja al mismo tiempo la mirada y la factura.  No quiero hacerte daño dice. No lo parece.  Cecilia, entonces,  lo mira.  Es como tener de nuevo veinte años, me había olvidado de como era sentir.  Gustavo intenta descubrir su error. ¿Por qué? le pregunta.  ¿Por qué, qué? Por qué dejaste de quererme. Gus, yo te quiero, no pasa por ahí  dice ella y alarga la mano para tomar la mano que él retira.  ¿Por dónde pasa entonces?  Ella cruza los dedos, juega con los pulgares. Estoy ahogada, no me había dado cuenta de que hace catorce años que estoy asfixiada. Gustavo cierra los ojos, maravillado de que su dolor pueda seguir creciendo. ¿Hasta cuándo, hasta dónde? No me entiendas mal  continúa ella amo a los chicos con locura pero me perdí por ellos.  Él abre los ojos y los fija en ella. Sí, es cierto, no puedo entenderte. Por quererlos a los tres me dejé en el camino. Y ahora te encontraste. Sí confirma ella creo que sí. ¿En dónde te encontraste?, ¿en el trabajo o en la cama?  Ella aprieta los párpados un instante, sacude la cabeza.  No sé cómo explicártelo, hace años que una parte mía fue amputada, vos sabés cómo era yo,  amaba estudiar, estaba comprometida políticamente, estaba loca por vos;  todo se fue licuando, yo me fui licuando; cuando volví a trabajar creí que mejoraría pero empeoró, al menos como madre o cocinera era creativa; ¿sabés lo que fue por años atender el teléfono durante horas como un robot?  La furia de Gustavo asciende desde su abdomen. ¿Sabés lo que es aguantar durante catorce años a mi viejo?, esto parece una broma porque la culpa la tuviste vos, vos te cercenaste y a mí me mandaste a la boca del lobo; pero mirá, tenemos un linda casa, un buen coche, veranemos todos los años, gracias a tu servilismo y al mío  se interrumpe de pronto iluminado ¿qué tiene que ver todo esto con mi consultorio? Ella se queda en silencio y luego dice no lo había pensado pero quizá todo se desencadenó cuando te vi tan feliz de ejercer tu profesión. Gustavo toma su café. Se enfrió, piensa. Te dio envidia dice, la taza en alto. No, no diría eso, me demostró que no era demasiad tarde. Gustavo mira, con disimulo, el reloj de pared.  En quince minutos me tengo que ir al curso y todavía no hablamos de cómo sigue esto. Así sos vos dice ella se está jugando tu matrimonio pero solo pensás en tu curso; tenés razón yo tampoco debo postergar mi trabajo, ya estoy una hora demorada, pero no importa, ¿no?, postergarlo forma parte de mi papel en esta obra; a la noche la seguimos, si es que tus pacientes no te dejan muy agotado. Cuando Cecilia se levanta la mente de Gustavo queda en blanco. Cinco minutos después llama al mozo. Al incorporarse observa sobre la mesa tres medialunas intactas y una mordisqueada.

Mientras el profesor discurre sobre como elaborar un genograma Gustavo piensa que  su mujer estuvo una semana en Chile con su amante y, sin embargo, lo inviste con la culpa. Qué inteligente es, determina, llevó todo al plano profesional cuando lo que está en cuestión es nuestro vínculo matrimonial. Vínculo matrimonial, qué lugar común. Está en juego la pareja, la familia, los chicos, la vida. El profesor le hace una pregunta. Perdón pide estaba distraído. Parece  que la culpa sigue siendo  suya.
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Laura se ubica, abre la cartera. ¿Me va a pagar ahora? , piensa Gustavo, extrañado. Hice los deberes dice ella y le tiende un papel. Él contempla un cuadro a doble entrada. Una columna para cada uno de sus tres hijos, diez filas evaluando distintas áreas, comenzando por ¨salud¨. En cada intersección, signos más o signos menos. Nunca se pierde la formación científica  comenta  él, sonriendo. Observa con atención la multitud de casilleros, ¿quién dijo que los afectos no pueden mensurarse? Es interesante  dice el orden de sus apreciaciones.  Así fueron apareciendo en mi cabeza  parece disculparse ella.  Claro acota él porque si hubiera menos en la  fila de salud, todos los problemas de los que estamos hablando carecerían de sentido. Ni imaginarlo dice ella con énfasis.  ¿De cuáles de los ítems se considera responsable?  pregunta él devolviéndole el papel. Ella lo toma y lo observa con atención. De su salud  ya no me ocupo. ¿Habrá influido en la buena salud de sus hijos  el embarazo, la lactancia, las vacunas, el pediatra? Los tres tienen excelente dentadura, además agrega ella y luego sonríe  topicaciones de fluor, sellado de las muelas, ortodoncia.  ¿Seguimos? propone él. Belleza lee ella y acota supongamos que eso sí viene de los genes, mi marido es particularmente buenmozo. ¿Nada de usted? Las chicas tienen buen cuerpo parece disculparse ella, mirando el piso. Ahora viene la pareja, ¿no? recuerda él. dice ella los tres tienen buenas parejas. ¿Alguna relación con sus treinta años de casados? Ella hace una mueca descalificativa y deja el papel sobre la mesita diciendo esto no tiene ningún sentido. Él lo recoge y reobserva la lista. Concentrémonos en las apreciaciones negativas, ¿no está satisfecha de los estudios de sus hijas? Sí responde ella ¿les puse menos? Un más y un menos contesta él. Porque no son universitarias.  Él sonríe ¿los estudios solo califican si son universitarios? Siempre supuse que mis tres hijos iban a ser profesionales. Gustavo luego de una pausa pregunta¿qué estudiaron sus hijas? La mayor Educación Física, la otra es maestra jardinera. Él aclara, sonriendo o sea que hicieron el Profesorado de Educación Física y el Profesorado de Educación Inicial. Sí, claro. Cuatro años de carrera, ambos. Veo que está bien informado. ¿Y eso merece un más o menos? Ella se encoge de hombros.  Hay otro punto que me llama la atención dice Gustavo luego de una pausa. Ella lo mira. Más allá de los dos menos que le adjudica a su relación con su hijo, de la cual ya hemos hablado, la que tiene con María merece solo un más o menos. Es que ella a veces me trata mal, se impacienta conmigo. ¿Será porque usted no es muy deportista? Gustavo, no se ría de mí pide Laura.  ¿Con la menor se lleva mejor porque a ella, como a usted, le encantan los niños. Será una buena madre vaticina ella. ¿Mejor que usted? A lo mejor consigue que los hijos le salgan médicos dice ella y ríe. A lo mejor no le interesa que sus hijos sean médicos  la corrige él y al instante los ojos de Laura se llenan de lágrimas.  ¿Seguimos la próxima? propone él. Ella se seca las mejillas con el dorso de la mano y se incorpora.

Cuando cierra la puerta tras Laura, el recuerdo del desayuno aterriza, brutal, en su abdomen.  La odio dice Gustavo en voz alta aunque sabe que no es cierto. Deja que pase un momento y volveremos a querernos. Tú.
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Hace rato que Camilo está hablando del colegio cuando  intempestivamente dice anoche tuve un sueño raro. ¿Me lo contás? propone Gustavo.  Es que mucho no me acuerdo. Sin embargo considerás que fue raro, ¿por qué? Yo estaba adentro de un envase y me caía arena en la cabeza; cada tanto alguien daba vuelta el envase pero yo quedaba de nuevo con la cabeza para arriba y me seguía cayendo la arena. La sangre de Gustavo cobra otro ritmo, sus neuronas en frenética sinapsis. ¿Te gustaba estar allí? pregunta. No, era horrible; me quería escapar pero no podía porque el envase me sujetaba. Contame más del envase pide. Era transparente  y alto como yo; ancho en la cabeza y en los pies pero apretado en la panza. Cuánta razón tenía Ana María  ¿El envase se parecía a algún objeto que vos conozcas? El chico niega con la cabeza. Pensemos juntos: transparente, como dos embudos invertidos, con arena que va cayendo de a poquito.  Camilo se queda unos segundo pensando y luego arriesga ¿un reloj de arena? Gustavo solo levanta las cejas. Yo tengo uno para jugar al Scrabel  informa Camilo. ¿Con quién jugás al Scrabel? Con mi papá, casi siempre me gana. ¿Qué te parece que podría representar el reloj de arena? ¿El tiempo? contesta el chico. Cerrá los ojos pide Gustavo  trata de ver quién está dando vueltas el reloj. No hace falta dice Camilo con los ojos muy abiertos ya sé quién lo daba vueltas. ¿Quién? Un hombre sin cara. Gustavo toma un vaso de agua con parsimonia. ¿Te acordás de lo que charlamos la sesión pasada? pregunta luego. Claro  contesta el chico. Me parece que te preocupa mucho saber por qué llegó tarde tu papá, tal vez sería bueno que se lo preguntaras. Camilo lo mira en silencio. Silencio que varios minutos después es roto por el portero eléctrico. El chico, instintivamente mira la hora. Está esperando el ascensor cuando dice a lo mejor cuando sea grande voy a ser sicólogo.

Estoy contento, se dice Gustavo y después se dice que está loco. Su vida está astillándose y, por unos minutos, se sintió contento.  La aguda necesidad de creer que sirve para algo. Porque Camilo no forma parte de su vida. Recuerda, entonces, que ya hace rato que Nacho debería haber llegado. Va a llamar a su casa cuando repara en que Cecilia ya regresó. Problema de ella. Pensarla le arrebata la satisfacción alcanzada. A ella, evidentemente, ya no le sirve.
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Lo que nunca María Inés llega quince minutos tarde. Se sienta, se desabrocha un par de botones de la blusa y sin dar ningún tipo de explicaciones sobre su tardanza,  comienza a hablar de su trabajo. Gustavo solo la escucha. Atención flotante. Después de un largo rato le cuesta concentrarse. La imagen de Cecilia aparece. Se clava las uñas en la palma de la mano y  logra espantarla. Ante una pausa de ella él pregunta ¿por qué te decidiste a diseñar ropa?  Ella lo mira, sorprendida.  Siempre supe que la ropa era lo mío; me hubiera gustado tanto ser modelo. ¿Qué te lo impidió? María Inés cabecea  creo que mis padres se hubieran suicidado, ya bastante tuvieron con que  no fuera abogada como toda la familia. ¿Te casaste con un abogado para compensar?  Ella sonríe.  Papá lo ama a Gerardo, fue profesor suyo. ¿Qué te gustaba de ser modelo? Qué sé yo, llevar ropa linda, supongo.  ¿Qué te miraran? No te entiendo dice ella, reacomodándose. El otro día comentaste que en la fiesta sentiste la mirada de todos los hombres y no parecía molestarte, todo lo contrario. A qué nena no le gusta que la miren. Gustavo percibe que se agudizan sus sentidos. Pero vos ya no sos una nena. A qué mujer, perdón se corrige ella mientras se abotona de nuevo la blusa me olvidé el reloj, ¿es la hora? pregunta.  María Inés está por subir al ascensor  cuando comenta qué raro, hoy no me hacés la pregunta del estribo. ¿Del estribo? Te creía más criollo ella sonríe, encantadora la pregunta final, Gustavo, la de la despedida.

Gustavo busca la ficha de María Inés y transcribe la sesión con sumo cuidado. ¿Una nena mirada? apunta. Siente que encontró algo importante, podría jurarlo. Revisa, ahora, la ficha de Raúl. Acuerda con él, la intervención  con respecto a su sexualidad fue burda y precipitada, qué raro que Ana María no se lo haya marcado. Le di lástima, decide.
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Raúl habla sobre su trabajo con entusiasmo.  Cuando está promediando la sesión, Gustavo comenta pensé que quizá no vendrías. Raúl lo mira con sorpresa si te dije que otro día te contaba. ¿Qué? inquiere Gustavo. Raúl se tira sobre el respaldo del diván, levanta los brazos, los cruza tras la nuca. ¿Cómo fue tu primera vez? pregunta.  A lo mejor tenés ganas de hablar sobre la tuya. La vista de Raúl se pierde en el ventanal.  El día en que cumplí quince años mi viejo, para mi sorpresa, me invitó al cine y después a cenar; cuando estábamos comiendo el postre, un panqueque, me acuerdo bien, me preguntó si ya había debutado, así me lo dijo; yo me puse colorado y negué con la cabeza; él  me preguntó si al menos le había dado un beso a la que era entonces mi noviecita; cuando le dije que sí, me preguntó ¨¿le tocaste las tetas?¨ ,  ¨no se deja¨, le contesté yo, él se rió y dijo ¨esto hay que solucionarlo¨, mientras llamaba al mozo. Raúl se interrumpe y pregunta  ¿te aburre?  Continuá,  por favor Gustavo hace un gesto, alentándolo. Raúl entrecierra los ojos y sigue  salimos, subimos a un taxi y cuando le pregunté a dónde íbamos me contestó que era una sorpresa; bajamos en un edificio de departamentos; tocó el portero eléctrico y subimos en silencio; nos abrió una mujer joven, muy pintada, con ropa apretada ; ¨ aquí te traigo a mi pibe, te lo recomiendo¨,  le encargo papá; ella se rió y le dijo ¨quedate tranquilo, te lo dejo como nuevo; volvé en una hora¨; papá se fue y yo me quedé con la mina,  temblando; ella se desnudó, rajaba la tierra, y me puso en bolas; me tocó por todos lados pero no se me paraba; a mí, que la tenía siempre al palo y que me pasaba el día haciéndome pajas, no se me paró: lo peor era saber que se lo iba a contar a mi papá Raúl se cubre los ojos con las manos cuando me vino a buscar yo bajé solo; me preguntó cómo me había ido y yo le contesté que no quería hablar; él se rió se tironea de la barba, tanto que la boca se le deforma creo que ahí empecé a odiarlo. Lamento mucho que se nos haya acabado el tiempo informa  Gustavo es valiosísimo lo que acabás de contar. ¿Me querés creer que siempre  tengo miedo de que no se me pare? Raúl se incorpora  se me para pero siempre tengo miedo de que no. Camina, con la cabeza gacha, hasta la puerta.  ¿Estás bien? lo despide Gustavo.  A veces preguntás cada boludez  dice Raúl antes de darle la espalda.

Mientras disca, Gustavo se dice que solo quiere hablar con la nena. Hola, papi atiende Martina sí, estoy rebien.  ¿Cómo te fue en la escuela? Aburrida, como siempre.  Gustavo deja de sonreír cuando la nena dice corto porque estoy tomando la leche con mamá, trajo facturas y Nacho no está así que puedo elegir las mejores.  Él se da cuenta de que le jode. Su hija está disfrutando al merendar con su mamá y a él le jode.  Lo asombra ser tan mezquino.
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Le hice caso dice Daniela. Gustavo sonríe ¿desde cuándo doy órdenes? El jueves pasado fui a Ramsay; el trámite ya está iniciado. ¿Fuiste con Ariel? No quiso acompañarme contesta bajando la cabeza. O no pudo aclara él. Ella se encoge de hombros. ¿Cómo te sentiste? Aliviada. ¿Aliviada? Basta  ya de tapar las cosas, de cerrar los ojos lo mira, casi sin pestañear mi hijo es autista y usted tiene razón, si no puedo decirlo no lo voy a poder ayudar; es mi hijo, lo amo, no lo cambiaría por otro y voy a luchar con todas mis fuerzas para sacarlo adelante. Gustavo quisiera levantarse y abrazarla.  Te felicito dice sos la mamá que tu hijo necesita. Me sirvió ver a tantas mujeres que están en la misma que yo, porque había algunos padres pero casi todas eran mujeres, mujeres con sus chicos, pobres, algunas ricas, como nivela el dolor; charle con varias mientras esperaba por horas;  no será el grupo de apoyo que nos sugirió Álvarez Campos, pero le aseguro que la espera me fue útil, no soy la única, ni siquiera soy la que está peor; una mujer me contó que el marido la dejó cuando supo que la nena era Dawn,  y ella estaba ahí, sola, pero estaba ahí. A Gustavo le duele recordarle vos también estabas sola. Ella se queda mirándolo. ¿Le transmitiste a Ariel todo esto que me estás contando?  Daniela sacude la cabeza y dice no lo necesito. ¿Tan segura estás? Soy capaz de ocuparme sola de mi hijo. Del hijo de ambos. Él no lo quiere afirma ella.  ¿No lo quiere porque es autista? Él no quería que naciera confiesa. Gustavo experimenta una extraña conmoción.  ¿Por qué? pregunta, sobreponiéndose. Recién nos habíamos casado; además a él nunca le gustaron los chicos, menos todavía los varones. ¿Por qué te embarazaste, entonces? Ella lo mira, sorprendida. La culpa fue de él. ¿Cómo ocurrió?  Daniela se toma unos minutos antes de contestar  yo le había avisado que iba a suspender las pastillas; si era él quien no quería tener hijos no me parecía justo tener que seguir intoxicándome yo. ¿Y él qué opinó? Se enojó, claro, odia los preservativos; optó por acabar afuera. ¿Entonces? Un día no pudo. Siempre podía y un día no pudo comenta él mirándola de pleno. No quiero seguir hablando del tema dice ella ya para qué. Gustavo se sirve un vaso de agua, le ofrece pero ella niega con la cabeza.  O sea que él tuvo la culpa porque no logró controlarse, hombre de poco control  retoma Gustavo. No, Ariel es demasiado controlado, en todo. Daniela ella lo mira ¿qué fue lo que pasó? Ahora sí ella se sirve agua y bebe con lentitud.  Luego deposita el vaso sobre la mesita y dice yo lo trabé con las piernas. ¿Porque querías que te hiciera un hijo? Creo que nunca me perdonará dice ella, agarrándose la cabeza. En consecuencia, la responsabilidad  del embarazo no fue de él, sí la del sexo, si no recuerdo mal las leyes de la genética;  Daniela ella lo mira  la culpa del autismo no es de ninguno de los dos, son cuadros que ocurren. ¡Pero él no lo quiere! Daniela llora. Se abraza a sí misma y llora. Él puede escuchar su congoja. Daniela, vamos a tener que dejar decide. Ella toma un   pañuelo de la caja,  se limpia los ojos y se levanta. Antes de cerrar la puerta él le oprime el brazo. Ella sonríe, con infinita tristeza, piensa él, y gira hacia el ascensor.

Gustavo, sentado en Sigi,  pide un café y saca las fichas. Apunta con precisión todo lo ocurrido. Interrumpe su tarea y busca el celular.  ¿Me guardaste una factura? le escribe a Martina.  Estaban demasiado ricas contesta la nena perdón papi. Él sonríe, su hija siempre lo hace reír. Está en la ficha de Daniela cuando piensa que a Nacho no le escribe. No le escribo ni lo llamo, descubre.
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Usted tenía razón anuncia Gustavo en cuanto se sienta. ¿A qué se refiere? interroga Ana María. Él le cuenta, el sueño de Camilo. El reloj de arena. Le sugerí que hablara con su padre de la tardanza.  Gustavo, satisfecho de sus intervenciones,  espera algún elogio pero Ana María, como si no hubiera escuchado cuanto acaba de transmitirle, pregunta  ¿qué fue lo que le generó más dificultades en su consultorio hoy? Él, de algún modo ofendido, intenta revivir las sesiones. Percibe, con horror, que  tiene la mente en blanco. No se acuerda; acaba de volcar todo en las fichas y no se acuerda. Luego le aparece una imagen de la última sesión. Suspira, aliviado. Estoy intentando recordar qué me altero de lo que me contó Daniela, pero se me escapa. Cierre los ojos, tómese su tiempo indica Ana María. Los segundos transcurren sin que él logre concentrarse. Una ira difusa creciendo en su interior. Gustavo abre los ojos.  Esto no tiene sentido  dice tengo que resolver qué voy a hacer con mi mujer y estoy aquí pensando pelotudeces y ni bien termina de decirlo se sorprende de su agresividad, de su grosería.  Perdón pide no sé qué me pasa. Ella sonríe, su puta sonrisa, piensa él, y pregunta  ¿es usted el que está decidiendo? No entiendo. ¿Depende de usted que su mujer decida irse o quedarse? Gustavo siente que el mundo se le viene abajo. Cecilia tiene el poder. Su única posibilidad de  decidir hubiera sido echarla el mismo día en que descubrió su infidelidad. Soy un pelotudo dice ni siquiera me había dado cuenta de que ya nada depende de mí; ella está usando nuestra casa con toda tranquilidad y confort hasta que pueda irse con el otro; no sé cómo pude equivocarme tanto con ella, jamás pensé que se animaría a hacer algo así. Quizás es más osada de lo que usted consideraba. Las palabras atraviesan su cabeza, de oreja a oreja, piensa, pero en lugar de irse retornan. No pensó que Cecilia es osada, jodidamente osada. No quiere estar ahí. Prefiero irme informa levantándose.  Ana María se encoge de hombros.  No puedo retenerlo a la fuerza. Gustavo vuelve a sentarse.  Me avergüenzo ante usted de mí mismo, cómo puedo hacerme cargo de pacientes cuando soy incapaz de hacerme cargo de mi propia vida. Una cosa no quita la otra, en tanto pueda separarlas dentro del consultorio sonríe y, por lo que me contó de su miércoles, puede con holgura. Ahora es ella la que se incorpora.  Le pido que durante esta semana piense por qué no pudo contarme que remueve en usted Daniela.  No es que no pude intenta justificarse. Lo dejamos para la próxima.

Mientras maneja Gustavo piensa en Ana María. Se toma demasiadas atribuciones. Mañana llamará a … , le toma unos segundos recordar el nombre de su analista, llamará a Andrés a ver cuándo  comienza a atender, maldito el momento que eligió para enfermarse. Ya por Cabildo se da cuenta de que no quiere regresar a su casa. ¿Quién lo obliga?  Cuando el semáforo se pone en verde aprieta con brusquedad el acelerador. El motor grita.
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En cuanto abre la puerta,  Martina llega corriendo con un vigilante en la mano. Me lo estaba por comer pero te lo guardé dice tendiéndoselo. Él  la toma por la cintura, la eleva y la hace girar.  Dale, papi, comételo que ya vamos a cenar. Él la baja. La nena le introduce la factura en la boca. No griten que estoy hablando por teléfono dice Nacho a pasos de ellos. No te había visto se disculpa Gustavo.  Como de costumbre dice el chico y vuelve a su conversación.  Qué cagada, chabón, bueno, nos vemos mañana. Nacho corta y se mete en su habitación. Marti, poné la mesa indica Cecilia desde la cocina. Él, masticando el vigilante gomoso, se deja caer en el sillón. Caída libre, piensa mientras mira a la nena afanándose con platos y cubiertos.

Ya está la comida servida cuando aparece Nacho. ¿Averiguó Tomás cómo les fue en el trabajo práctico? pregunta Cecilia. Seis informa él sin mirarla mientras presiona el sifón. ¿Solo seis? comenta la nena. Al menos aprobó dice Cecilia. No le enseñés a conformarse con tan poco  se irrita Gustavo. Nacho se levanta de la mesa. ¡Hijo! dice Cecilia y cuando escucha el portazo se levanta  y va hacia el cuarto del chico. Están todos locos comenta Martina con la boca llena. Él siente náuseas. El vigilante no casa con la tortilla, determina.

Gustavo se ducha y se pone el piyama. Duda antes de salir del baño. No sabe qué decir. Entra al dormitorio. Vacío. Se dirige al living igual de vacío y llega a la cocina. Cecilia está sirviendo café. Cerrá dice y dispone las tazas sobre la mesita. Él se sienta. Ella, camisón, robe y chinelas, se ubica frente a él. Acá estamos dice. Sonríe y agrega perdoname por lo de esta mañana. Él la mira, arqueando las cejas. Porque me fui. Él se encoge de hombros, como si eso fuera lo importante. Está a punto de preguntarle qué piensa hacer cuando repara en que eso sería habilitarla a que considere que puede hacer lo que se le ocurra. ¿Cuáles son los límites de él? Su madre no presentó opciones, adúlteros al paredón. ¿Qué estás pensando? pregunta ella. Porque las mujeres siempre quieren saber en qué están pensando los hombres. Psicólogas sin licencia. Él no contesta y apura el café. Está rico. Caliente, dulce y fuerte. Ella sabe cómo le gusta el café. Ella sabe todo lo que a él le gusta. Hoy tuvimos reunión con la plana mayor informa, lo mira y ante su falta de reacción continúa arrancamos el veinte de este mes.  Gustavo hace cuentas, sí, hoy es cinco,  exactos quince días por delante.  ¿Te vas, entonces? Ya te dije que sí, son solo dos meses, después iré a la oficina nueva de aquí, en Puerto Madero. ¿Y los chicos?  Ella lo mira, parece sorprendida.  Si vos no querés hacerte cargo, los dejaré con mamá; ya la consulté, está dispuesta a recibirlos.  La indignación de Gustavo se desborda como la espuma de un vaso de cerveza.  Veo que ya tenés todo cuidadosamente planeado, al margen de mí, soy solo un detalle. ¡Qué tonterías decís! lo desestima ella. Hablaste con tu madre antes que conmigo, ¡¿pero qué te creés?!, ¿que somos figuritas que acomodás a tu antojo? La cara de ella se va desarmando, piensa él, caen las comisuras, la nariz se dilata, las cejas descienden.  Hago lo que puedo dice.  Lo que querés la corrige él. No sé si es lo que quiero, es lo que no puedo dejar de hacer y el temblor de su voz delata la angustia. Él siente que la espuma baja. Me mueve una fuerza que no domino; ¿sabés lo que es por una vez en la vida no tener miedo?; estoy dispuesta a tirarme de cabeza desde el trampolín. ¿A costa de nosotros tres? Ya no podía quererlos bien, Gustavo, quizá salvarme sea la única manera en que puedo preservar el amor que les tengo. Que nos tuviste. Que les tengo, son parte de mí. ¿A quién incluye tu plural? A los chicos y a vos. ¿Así que me querés? él proyecta el labio inferior hacia adelante extraña manera de demostrármelo.  Ella agita la cabeza, los cabellos le cruzan la cara.  Necesito irme primero por el trabajo, al que no estoy dispuesta a renunciar dice y luego calla.  ¿Y segundo?  A partir de este momento de mi vida no estoy dispuesta a renunciar a ninguna pasión; pocas veces el destino nos ofrece la oportunidad de sentirnos demencialmente vivos y es un delito dejarlos pasar; siempre midiendo los pasos, los actos, la plata, los tiempos, las cuotas; el maldito fantasma de la seguridad, si me porto bien, si hago todos los deberes, nada malo podrá sucederme; nada más que enmohecerte en el intento; quién tiene comprada la vida, en qué momento pasamos al otro lado mientras los sueños siguen postergados hasta que baje la inflación, hasta que suban las propiedades, hasta que los chicos crezcan. Él ya no resiste y la interrumpe veo que estás decidida a resignarlos. Yo nunca los voy a abandonar, pero tampoco me voy a inmolar por ellos. ¿Cuáles son tus planes? Me voy a Chile, me sumerjo por dos meses en mi trabajo y pruebo qué ocurre con mi relación con Ricardo; si funciona, adelante con los faroles, sino, al menos lo intenté.  Gustavo no puede creer lo que está escuchando, la que está escuchando. ¿Dónde estaba metida esta mujer? Puede percibir la tensión en cada músculo de ella. Vibra. Se siente viejo de repente. Gastado, seco. Casi mineral. Aunque un agónico dolor surge de sus entrañas y lo redime, devolviéndolo al reino de los humanos.  ¿Y si la relación no resulta pensás que aquí estaremos ansiosos por darte la bienvenida? Sé que los chicos estarán, pase lo que pase siempre seguiré siendo su madre; no necesito contártelo a vos, mirá la relación que tenés con tu papá. ¿Y yo?  pregunta él, agitado  veo que ni figuro en el reparto. Ya no éramos una pareja, Gustavo, dos buenos amigos, dos excelentes hermanos. Él siente una puñalada directa a los testículos. Necesita ser brutal. ¿Dos hermanos que cojen un par de veces por semana? Eso es fisiológico, Gus; de nuestro sexo rutinario a la pasión que teníamos los primeros tiempos hay más distancia que de aquí a la Luna; no voy a resignarme a los treinta  y cuatro años; voy a jugarme y si  sale mal, será cuestión de volver a empezar. No te reconozco. Pues deberías hacerlo, ya una vez me viste así. Él la mira con sorpresa,  ¿Cuándo?  balbucea.  Cuando quedé embarazada de Nacho. El techo termina de aplastarlo. Las deudas no perimen. Daniela. Ana María.
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Miércoles 12
Gustavo abre los ojos. Le llega el ruido del desayuno. Miércoles. El próximo miércoles Cecilia ya no estará aquí. Cuando escucha el ruido de la puerta, se levanta. No puedo con mi vida, piensa. El mensaje de ayer terminó de demolerlo, Andrés tardaría meses en recuperarse. El número de teléfono del reemplazante sugerido, duerme en el cajón de la mesita de luz. Con qué energía comenzar una nueva terapia. Se está afeitando cuando recuerda la prueba de Martina. Suerte le escribe. Gracias papi te amo contesta la nena instantes después. Debajo de la espuma de afeitar aparece una sonrisa.

Gustavo se para en la puerta y recorre el local con la mirada. Santiago le hace una seña. Él se acerca. ¿Café con leche? le consulta su amigo y ante el asentimiento de Gustavo le indica al mozo que ya se aleja otro. Gustavo se sienta. ¿Novedades? pregunta Santiago. Cecilia se va el miércoles próximo. ¿Y me lo decís así? ¿Y cómo querés que te lo diga? ¡Puteando! Ni fuerzas tengo contesta encogiéndose de hombros. ¿Cuál es el proyecto? Dos meses allí y luego a trabajar de secretaria privada en Puerto Madero. Me importa poco el plano profesional dice Santiago. Dijo que probará la relación con el tipo y que sobre la base de eso decidirá qué sucederá al regreso. ¿Quiere ver cómo la coje? Consigna del día, hacerlo sentir peor a Gustavo, a ver cómo lo consigo. Es que me saca tu sangre fría explica Santiago. Ya está, San, ya la perdí, lo que venga es anecdótico dice y le cuenta los planteos de Cecilia, reiterados una y otra vez a lo largo de la semana.  ¿Y vos qué sentís? Envidia es la primera palabra que cruza por la mente de Gustavo parece comerse la vida. ¿Qué les dijo a los chicos? Que se va a trabajar. ¿Y cómo te vas arreglar con la casa y los pendejos? Cecilia ya le pidió a Juana que venga todos los días, mi vieja y mi suegra colaborarán, supongo. ¿Cómo se lo tomaron? Martina hizo una escena, pobrecita; Nacho no dijo nada. Con el quilombo que estaba haciendo la hermana, otra no le quedaba comenta Santiago, toma un trago de café, lo mira y pregunta ¿y vos? Ya te dije, no me jodas. Se dedican a las medialunas hasta que Santiago regresa a la carga. ¿La vas a recibir si decide volver? No va a volver. No te vayas por las ramas. Gustavo llama al mozo. Tengo curso se justifica. Ojalá te sea más útil que yo comenta su amigo. Lo único que me falta es que te hagas el mártir dice Gustavo, sonriendo y luego se acuerda ¿qué te dijo el contador?

Esta vez logra prestar atención. Mucha atención.  Abordaje sistémico de la terapia de pareja. Qué absurdo, recién ahora piensa que deberían encarar una terapia. Como dice el profesor, tanto para seguir como para separarse. No cree que ella quiera. Además, solo sería posible vía Skype, ella en Chile; él y el terapeuta acá. No sabe por qué le causa gracia. Se pone una mano en la cara para ocultar la sonrisa. Tiene todavía una semana por delante. Está tan vencido que no sabe cómo aprovecharla. Aunque ahora la prioridad es ver cómo se arregla con los chicos. Martina le parte el corazón. Esta semana lo va a llamar a  Grieco. Todos ríen y no tiene la menor idea de qué. La puta otra vez se distrajo.
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Lo sorprende el atuendo de Laura. Jeans, zapatillas.  Veo que hoy se vino deportiva comenta, risueño ¿quiere empatizar con su hija? Cómo le gusta burlarse de mí Laura ladea la cabeza pero sabe que sí, a la salida paso por su casa y vamos a  Palermo; el médico me dijo que mi osteoporosis está avanzando, no me queda otra que caminar. Claro, María le ahorrará un personal trainer. ¿Qué quiere que le diga?, ¿qué la sesión del otro día me dejó patas para arriba?, pues no le voy a dar el gusto hace una pausa y agrega no recuerdo cuándo fue la última vez que compartimos una actividad; de chiquita le encantaba que fuéramos a andar en bicicleta pero se quejaba si llevaba a alguno de sus hermanos en el canasto; lo mismo en la pileta, no entendía que no podía nadar con ella, siempre tenía algún bebé en brazos. Quizá cuando tenga hijos pueda entenderlo comenta Gustavo. Dice que no va a tenerlos aclara ella pero no le creo. ¿Por qué desestima sus decisiones? Lo hace para mortificarme dice ella con repentina rabia en la voz sabe que es lo que más deseo en la vida, siempre hace cosas para fastidiarme. ¿Estudiar Educación Física, por ejemplo? Era buenísima en el colegio, de las primeras; no sé por qué decidió seguir justo lo que anulaba su cerebro. ¿Por qué le gustaba, quizás? Ella hace un gesto despectivo.  Laura, ¿usted cree sinceramente que María pudo dedicarse a algo que no le interesa solo para perjudicarla?, ¿que se prive de tener un hijo para mortificarla?  Las mejillas de Laura se enrojecen. Se sirve un vaso de agua. ¿Usted cumplió con las expectativas de sus padres? arriesga Gustavo. Creo que nuca esperaron demasiado de mí, yo era el menor de sus problemas. Él duda, ¿es el momento de encarar los vínculos filiales? ¿Usted cumplió con sus propias expectativas? reformula la pregunta. Yo esperaba tanto de mí misma que es imposible que pudiera colmarlas. ¿En qué considera que falló? Todos decían que yo iba a hacer grandes cosas. ¿No era que sus padres no tenían expectativas puestas en usted?, ¿o ese todos no los incluye?  Ella cabecea. Él insiste ¿cuáles son las grandes cosas que no hizo? Laura se queda reflexionando unos segundos y luego comenta en cuanto terminé la tesis decidí que era un basta para mí; estaba por nacer Paulita, sufría cada día de mi vida en que tenía que dejarlos para ir al hospital; me planteé una pausa que terminó siendo un stop; no me arrepiento, volvería a hacerlo; tuve que dejar la ciencia para poder disfrutar a mis hijos con brutal intensidad. Qué adjetivo particular acota él. No hay nada en la vida que me haya provocado tanta plenitud como la primera infancia de mis hijos; desde el instante en que tuve a María experimenté  una profunda seguridad en mi aptitud  para ser madre; fue maravilloso comprobar que era capaz de satisfacer todos sus deseos, todas sus necesidades; fue mágico; mis bebés dormían bien, comían bien, no se enfermaban, eran precoces; si hubiera sido por mí habría tenido varios hijos más; mis hijos eran perfectos. Y ya no lo son  dice Gustavo. El gesto de Laura se endurece. Toma de nuevo agua.  Él intenta ¿y si usted no estuviera siendo demasiado ecuánime con ellos? No lo entiendo dice Laura. Considera que usted estaba habilitada para relegar su carrera en aras de hacer lo que deseaba pero que sus hijos no tienen el mismo derecho. Yo al menos estudié  se defiende ella.  Claro acota él al menos colgó un cuadrito con el título, al menos sus padres pueden decir que tienen una hija profesional la mira pero como ella calla él continúa es notable su doble discurso, por un lado crucifica a sus hijos por no haber ido a la universidad y por el otro, los crió demostrándoles que lo importante en la vida es hacer lo que uno anhela; a lo mejor sus hijos se parecen a usted más de lo que supone; ¿sabe qué?, me parece que sus hijos son muy valientes. Ella ahora lo mira, los ojos húmedos. Como su mamá concluye él. Necesito una tregua pide ella sonándose la nariz. Él sonríe.  ¿Cuándo sale el libro? pregunta luego de un rato.

En cuanto despide a Laura, Gustavo se aproxima al teléfono. Está por llamar a su casa cuando recuerda que Martina todavía está en la escuela, solo Nacho regresa temprano. Debe internalizar los horarios. Tendré que hacerme cargo de mis hijos, se dice. Lo único que no sabe es quién se va a hacer cargo de él. En los minutos que le quedan repasa la ficha de Camilo.  Es notable este pibe, piensa.
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El sábado es el cumple de Leo dice el chico luego de hablar un buen rato sobre su nueva tablet.  ¿Cómo lo festeja? Hace un baile. A Gustavo le duele por anticipado lo que sabe que vendrá.  Pero no voy a ir. Gustavo está obligado a hacer la inútil pregunta ¿por qué?  Camilo lo mira.  Ya sabés por qué, no preguntes boludeces. ¿Qué es lo que supones que sé? y vaya si Gustavo se siente boludo. Torpe, al menos. No puedo bailar contesta el chico por si no te diste cuenta. Pero sí podés escuchar música, sí podés conversar. Claro, a las chicas les va a encantar quedarse sentadas dándome charla. ¿Por qué no? dice Gustavo no creo que haya demasiados chicos que hablen tan bien como vos, por algo te eligieron como delegado le recuerda. Gustavo tiene un impulso. Se levanta y descuelga el espejo del pasillo. Regresa. Acerca su sillón al diván y coloca el espejo de modo que se refleje en él el rostro del chico.  ¿Qué ves? le pregunta. A mí, obvio. Olvidate que sos vos, contame qué ves. ¿Es un juego? pregunta Camilo. Supongamos que sí. El chico se observa largamente.  Es raro verse  comenta  uno nunca se mira. ¿Qué ves? insiste Gustavo.  Un chico. ¿Cómo es? Rubio, con el pelo bastante largo. ¿Los ojos? Comunes, marrones. Miralos bien. Bueno, no son marrones, marrones; son más claritos, casi amarillos, con puntitos verdes. ¿La nariz? Qué se yo, común. ¿Grande?, ¿torcida? El chico cabecea frente al espejo.  Siempre me dicen que la tengo respingada como mi mamá, es que yo me parezco mucho a mi mamá. ¿Y cómo es tu mamá? Relinda. Gustavo baja el espejo, lo apoya en el suelo.  Camilo, mirame. El chico obedece. Bailar no es la  única manera de conquistar a una chica. Sí, pero… se interrumpe.  ¿Pero qué? Ellas quieren otras cosas.  ¿Qué? Camilo calla.  ¿Qué las besen?, ¿qué las acaricien?  Camilo mira el piso, la cara roja.  ¿Pensás que vos no lo vas a podés hacer?; el problema de tu pierna ¿te impide tener una erección?, ¿te impide masturbarte? Ante la visible turbación del chico Gustavo agrega no hace falta que me contestes. Momento en que el chico levanta la vista. Camilo, vos no sos tus muletas ahora sí le dice. Quedan un rato en silencio hasta que el chico luego de mirar el reloj dice mi papá pidió que bajara cinco minutos antes busca las muletas y se incorpora. En el momento de despedirse Camilo dice me parece que voy a ir a la fiesta. La puerta ya cerrada, Gustavo sigue sonriendo.

No tengo que pensar en Cecilia, determina Gustavo, no ahora que debo seguir trabajando. Busca la ficha de María Inés. La lee con atención. Muchas puntadas sin nudo. Las preguntas del estribo, como ella misma las calificó, aun sin responderlas. Gustavo lee ¿fue una niña mirada? Guarda la ficha en el cajón del escritorio y sale al balcón. Hace frío. Un frío que lo revivifica. Acodado en la baranda ve a María Inés bajar del auto, caminar apurada la media cuadra. Hoy no se me va a escapar, determina.
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María Inés, hoy de vestido ceñido violeta,  se acomoda en el sillón. Sus movimientos son lentos, elásticos. Suntuosos, determina Gustavo. Estoy muy cansada informa y se desliza en el diván. Sostiene con ambas manos la pierna flexionada.  También las botas son violetas.  La pollera trepa pero ella la acomoda. Por suerte, piensa él.  ¿Por qué estás tan cansada? le pregunta. Duermo mal informa siempre duermo mal. Hoy vamos a empezar por el final anuncia Gustavo.  Ella baja la pierna, se acomoda de lado y lo mira. No te entiendo. Por el estribo dice Gustavo y ella sonríe. Ella también sabe sonreír, tan  distinta de Ana María y sin embargo la sonrisa de alguna manera las conecta.  Gustavo decide permanecer en silencio. La sesión entera si hace falta, se promete.  Estuve pensando en tu pregunta dice ella después de un buen rato y calla.  ¿En cuál? ¿No te acordás? ella parece extrañada.  Sí, las recuerdo perfectamente, ¿a cuál de ellas te referís? inquiere él.  ¿Vos no te crees lo de la historia con la clienta, no? ¿La creés vos? repregunta él que siente que el pulso se le acelera.  Estuve releyendo la carta informa ella. ¿La trajiste? No hace falta, me la sé de memoria; tenés razón; qué es lo que él debería aceptar, cuando la leí por primera vez no reparé en eso y después no quise volver a mirarla, no pude. ¿Y cuándo pudiste? Recién hace unos días y desde entonces dejo de pensar en esa frase. ¿Qué pensaste? Mil pavadas. ¿Me contás alguna? propone Gustavo. ¿Qué es aceptarse para vos? pregunta ella. No importa lo que sea para mí, ¿qué es aceptarse, María Inés? Admitirse como uno realmente es. Gustavo asiente con la cabeza, vamos bien, piensa. Me pregunto qué es lo que le cuesta admitir a Gerardo dice María Inés. ¿Y qué te contestás? No sé dice ella. ¿No sabés o no querés saber? Ella de nuevo se incorpora. Él calla. Luego de un rato María Inés dice Gerardo es un ganador, qué es lo que podría no gustarle de sí mismo reflexiona ella, acostada de veras, no sé qué pensar. Me parece que te estás haciendo trampa dice al fin Gustavo. ¿Trampa? ¿Qué es lo que menos te gusta de Gerardo? Todo me gusta de él. Dios mío, cómo puede ser tan resistente piensa Gustavo e intenta te cambio la pregunta, ¿qué expectativas tuyas no cumple Gerardo? Solo la cama contesta ella luego de buen rato. Me llama la atención que digas solo cuando dedicamos varias sesiones al tema. Ella se sienta en el diván como impulsada por un resorte. ¿Qué es lo que debe aceptar?, ¿qué ya no le gusto? Hace un par de sesiones comentaste que desde el noviazgo sentiste que eras vos la que lo forzabas. Bueno, no exageremos, forzarlo no es la palabra. Es la que utilizaste vos. ¿Qué querés decirme?, ¿qué nunca le gusté? Tal vez sí le gustaste, sí le gustás, pero eso no implica que lo excites. ¿Y por qué me habría elegido entonces? Él calla. ¿Soy una mujer incapaz de calentar a un hombre? Sabés perfectamente que sos muy atractiva, comentaste que siempre supiste seducir a los hombres. ¿Entonces qué pasa con Gerardo? inquiere ella. Gustavo la mira con intensidad y reformula su pregunta ¿qué pasa con la sexualidad de Gerardo? ¿Estás sugiriendo que es gay? Él opta por el silencio. Ella  se tapa la cara. Es imposible, lo tendrías que ver, se parece a Banderas, todas mueren por él. María Inés se incorpora. Esto es absurdo  toma la cartera me voy. Como prefieras dice Gustavo y la acompaña hasta la puerta. Te veo el miércoles la despide.

Me salí con la mía, piensa apoyado en la puerta cerrada y en un instante su satisfacción profesional cae al piso como un vaso desde una repisa. Se hace añicos. Le faltó decirle que él se había dado cuenta desde el principio. Porque es muy inteligente. Reverendo pelotudo, piensa. Se había dado cuenta de que el tipo era gay pero no se había dado cuenta de que la mujer que compartía su propia cama se revolcaba con otro. Apoya la mano en su corazón. Percibe su taquicardia. Inspira profundamente hasta que logra apaciguarse. Mira el reloj. Ahora sí.  Hola, papi le contesta Martina estoy tomando la leche con Nacho, Juanita preparó un budín de naranja que está riquísimo; sí, me fue muy bien en el colegio; ¿te paso con Nacho? ¿no?, se me enfría el Nesquik; volvé temprano que te cuento; un besito, papi, no, mejor dos. Gustavo corta sonriente. Esta nena me puede, piensa.
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Terminé con la refacción del baño y me salió otra obrita cuenta Raúl del local de al lado, les gustó lo que yo había hecho. Un nuevo trabajo que conseguís sin la intervención de tu padre. Sí, eso es lo mejor, no sé cómo explicártelo, siento que lo estoy jodiendo, mirá qué boludez, a él qué mierda le importa. Nunca es una boludez lo que decimos; a lo mejor le importás y todo. Raúl cruza la pierna sobre la rodilla, una postura tan suya.  ¿De veras creés que no le importás a tu padre?, todo lo que me contaste sobre él no habla de indiferencia. A ver si nos entendemos, yo no pienso que mi viejo no me quiera, lo que siento es que no me respeta; se cree que soy otra sucursal de Textilandia, que puede disponer de mí, piensa que soy un inútil que precisa que le estén marcando el camino para que no se equivoque; piensa que sin él yo no sería nada, que sin su plata no sería nadie; ¨te mandé a Miami¨, delante de la gente lo dice, ¿sabés lo que es tener un padre así? pregunta. Gustavo siente las axilas empapadas, por suerte es oscuro el suéter, piensa. A veces siento que lo odio. ¿Y otras veces? Mi viejo no es cualquier persona. Desde el momento en que es tu padre, jamás podría ser cualquier persona para vos dice Gustavo mirándolo a los ojos. Raúl agita la cabeza. Quiero decir que no es una persona del montón.; cuando él llega a un lugar ocupa todo el espacio. ¿Querés decir que otras veces lo admirás? Raúl se queda pensando. Siempre lo admiro contesta al cabo de unos segundos para bien o para mal. Explicate mejor pide Gustavo.  Hay que estar muy seguro de uno mismo para hacer las cosas que me hizo el viejo. ¿Vos no estás tan seguro de vos mismo? Obvio  confiesa Raúl por algo estoy aquí. Sin saber por qué,  Gustavo se encuentra diciendo me comentaste que tenés un hermano. Raúl levanta las cejas, inclina apenas la cabeza. Sí, tiene cinco años menos que yo. ¿Cómo te llevás con él? Qué decirte, no me llevo Raúl hace una larga pausa es el nene mimado. ¿El sí cumplió las expectativas paternas? Maradona le decía yo, siempre de diez, aunque en realidad se parece más a Messi, porque de rebelde, nada. ¿Trabaja en Textilandia? pregunta Gustavo, sonriendo. Veo que te gustó la palabrita; sí, por supuesto, es el gerente de marketing, junta la guita en carretilla. ¿Lo envidiás? arriesga Gustavo. El rostro de Raúl se crispa. Qué me decís, me da asco. ¿Asco? Es un obsecuente, desde chico es un obsecuente. ¿Cómo es eso? pregunta Gustavo sorprendido de que se sigan abriendo nuevos frentes. No llegaba a la mesa y ya sabía cómo manejar al viejo. ¿Y vos no?  Yo nunca hice lo que mi viejo quería. ¿Aunque coincidiera con tus reales deseos? No me entendés Raúl hace una mueca despectiva. Explicame mejor, entonces reclama Gustavo.  Jorge, así se llama mi hermano, cedía en pavadas pero en lo importante lograba convencerlo al viejo. Oyéndote parece que hubiera sido una actitud muy inteligente. No dudo ni de su inteligencia ni de su falta total de escrúpulos. Gustavo comprueba que ha dado en el blanco, Raúl se muerde las uñas; está agitado. ¿No contemplás la posibilidad de que a tu hermano realmente le gustaran las mismas cosas que a tu padre? Sí dice Raúl con rabia están cortados por la misma tijera. Hay que insistir en el flanco herido se dice Gustavo y lo invade una profunda sensación de cansancio. Abre y cierra los ojos con fuerza y pregunta ¿te acordás de cuando nació? Me encontraron empuñando un cuchillo entre los barrotes de su cuna; fue la primera gran paliza de mi viejo. ¿Te pegaba? Claro. ¿Por qué decís claro? Yo era insoportable cuenta sonriente hacía un quilombo tras otro. Gustavo cambia de posición. Para bueno estaba Jorge dice difícil competir con él si, como decís, estaba tan dotado para manejarlo. Raúl cabecea. Imposible, diría yo; una vez, para el día del padre, vendí mi colección de estampillas para comprarle un encendedor que yo sabía le encantaba, ¿sabés qué dijo mi hermano? Raúl golpea con los dedos la palma de la otra mano ¨le pedí a papá que de regalo de cumpleaños no fume más¨, ocho años tendría el pendejo; él había ido conmigo a comprar el encendedor. ¿Y tu padre qué hizo? Me lo devolvió, ¨cambialo por algo para vos¨, dijo; Jorgito sonreía. Raúl se hace sonar los nudillos ¿Conoces la historia de Caín? pregunta Gustavo. Raúl lo mirá desconcertado. Nunca supe por qué lo mató a Abel dice Raúl luego de unos instantes. Porque Dios prefirió la oveja que le regaló Abel al trigo de Caín aclara Gustavo.  Jorge sigue vivo dice Raúl sonriendo de lado. Pero lo que sentiste ese día no debe de haber sido muy diferente de lo que sintió Caín. Los ojos de Raúl se enrojecen mientras simula un bostezo. Luego se queda mirando hacia la ventana. Se está por largar a llover dice justo hoy que están pintando el frente.

Papi, pregunta mami si vas a venir a cenar.  Gustavo duda, ¿está en condiciones de soportar una cena de cuatro? Decile a mamá que llegaré tarde. Luego de un rato Martina dice pero voy a preparar con mami pollito al curry, me va a enseñar; vení, papi, porfi. Gustavo cierra los ojos. Está bien dice mientras escucha el portero eléctrico.
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Daniela se sienta en el diván, la vista en la alfombra. Luego de un silencio prolongado Gustavo pregunta ¿cómo estás hoy? Ella se toma unos segundos y dice tengo que decirle algo. Te escucho. No voy a seguir viniendo informa ahora sí mirándolo. Él siente una puntada en algún lugar de sí mismo. Falló, otra vez falló, con Daniela también falló. La perdimos, había dicho Martina de Cecilia. Si ya ahí la había corregido internamente, ahora no le queda más remedio que admitir la perdí, a Daniela también la perdí. Se quiere ir de ahí. O echarla en ese mismo instante. Que se corte la luz. Un temblor de tierra. No tener que contarle a Ana María que un paciente lo dejo. Que los pacientes también lo abandonan. Inspira profundamente, exhala con lentitud y propone me gustaría que me contaras por qué mientras se clava las uñas en las palmas apretadas. Mi mamá me dijo que no puede seguir cuidando a Lucas, después de dar mil vueltas y excusas terminó confesándome que le da miedo, su único nieto de dos años le da miedo. Él podría proponerle que viniera con el nene, por qué no, sería interesante pero sabe que Daniela, como su madre, también está buscando excusas, la abuela no debe ser la única posibilidad de dejarlo por una hora, una vez en la semana.  Aceptá tu fracaso Gustavo, se dice. Entonces la mira con atención. Daniela está pálida, ojerosa, desencajada. Gustavo logra apartarse de su propia frustración y piensa en ella, sabe por propia experiencia qué difícil es enfrentar a un analista para interrumpir un tratamiento, intentará hacérselo lo más fácil posible. Le sonríe ampliamente. La cara de Daniela, como en automático, se distiende. Lo de mi mamá me mató, era la única en quien me podía apoyar; estoy sola con mi hijo. Está Ariel le recuerda él. Ella agita la cabeza. Con todo lo demás sí, pero no con el nene. ¿Con quién lo dejaste? Con mamá, con quién si no. Te lo cuida ahora para que puedas despedirte. Ella lo mira con extrañeza. No, un rato no tiene problema, a lo que no está dispuesta es a seguir haciéndose cargo del nene cuando voy a trabajar, todavía no puedo creer que mi madre tampoco lo quiera a Lucas. Gustavo entrecruza los dedos, gira los pulgares. Me parece, Daniela, que estás confundiendo las cosas, que tu mamá haya decidido que no tiene fuerzas para ocuparse de su nieto, no significa que no lo quiera. Ella frunce el ceño. ¿Las madres de todas tus amigas se hacen cargo de los nietos mientras sus hijas trabajan? Daniela se queda pensativa. ¿Cuántos años tiene tu mamá? Sesenta y dos. ¿Siempre te cuidó el nene? Ella hace un gesto afirmativo. ¿No te parece que una mujer de esa edad tiene derecho a estar cansada luego de cuidar dos años a una criatura todas las mañanas de su vida? Pero yo se lo llevo. ¡Menos mal!  Daniela sonríe.  Él la mira con intensidad y le repite  que tu madre se anime a decirte que ya no tiene fuerzas físicas o anímicas no significa que no quiera al nene, de lo que viene dándote muestras hace dos años y medio. La sonrisa de Daniela, se extiende, la cara se le ilumina. Me parece que no es tu mamá el motivo por el cual decidís interrumpir el tratamiento arriesga él. Ella se pone seria de repente. Sí, si mi mamá no quiere Gustavo sonríe con intención y ella se rectifica no puede y continúa cuidarme más al nene yo no voy a poder seguir trabajando, imposible dejarlo en una guardería, y si no puedo trabajar, vamos a tener que ajustarnos con los gastos, sobre todo ahora que, más allá de la ayuda del certificado de discapacidad, deberemos afrontar el tratamiento de Luquitas. ¿Entonces? Entonces no voy a poder seguir pagándole. Gustavo siente que sus pulmones se dilatan. Inspira profundamente. Hubieras empezado por ahí dice. Ella lo mira extrañada ¿y por dónde empecé? pregunta. El cerebro de Gustavo trabaja a mil. ¿Vos quisieras seguir con el tratamiento? Claro contesta Daniela este es el único lugar donde no necesito mostrarme fuerte, nunca dejaré de agradecerle que me haya… obligado Daniela sonríe a reconocer que mi hijo es autista y que me haya impulsado a que  buscara ayuda,  al menos me deja encaminada. Yo no te estoy dejando la corrige él, emocionado. Bah, cuestión de palabras. De palabras se nutre este tratamiento. Yo no te estoy abandonando le repite él y tu madre tampoco. Los hechos pesan más que las palabras dice ella. A él se le aparece el rostro de su mamá. Si hay algo en lo que nunca pensó la vieja fue en la plata. Se queda en silencio un largo rato. No me parece que sea el momento indicado para interrumpir el tratamiento; no te preocupes por el dinero, me lo pagarás cuando puedas. Daniela arquea las cejas Mil gracias, Gustavo, pero me parece que no corresponde. La imagen de su madre troca en la de Ana María. Él tampoco sabe si corresponde. ¿Vos soportarías contraer una deuda?, ambos sabemos que precisás ayuda. Siempre evité contraer deudas, me pesan demasiado, pero lo intentaré.  ¿De acuerdo entonces? pregunta Gustavo mirándola fijamente. De acuerdo contesta ella sonriendo Dios lo puso en mi camino.

Está estacionando, luego de diez minutos de dar vueltas, cuando suena su celular. No te olvides del pollito. Ya me estoy relamiendo escribe. Mira su reloj. Diez minutos no dan para ir a tomar un café. Apaga el motor y enciende el DVD. No debemos de pensar que ahora es diferente. Apaga con bronca. Baja.
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No sé por dónde empezar arranca Gustavo estoy agotado. Ella solo sonríe. Tantos problemas que optar por alguno es como exigirle a una madre que elija cuál hijo quiere salvar. Analizar esa sola frase daría para un par de sesiones. ¿Por qué? inquiere él, sorprendido. Si ya se asume como madre será que la separación se aproxima; me temo que está sumando a sus hijos biológicos, sus pacientes; cree todavía que esta profesión nos hace omnipotentes; usted debe ser capaz de realizar una elección sabia  y deposita en mí la obligación de salvar al elegido, ¿no será demasiado?, somos solo seres humanos no dioses. Daniela acaba de decirme que Dios me había puesto en su camino. Gustavo le cuenta lo sucedido en la sesión. Ya sé que me va a retar dice Gustavo cuando concluye. ¿Por qué habría de retarlo? Violé las leyes del análisis: terapia que no se paga, terapia que no sirve. Una analista percibe cuando su trabajo sirve, cuando su trabajo es necesario, más allá de los honorarios. ¿Qué hubiera hecho usted? No importa lo que hubiera hecho yo, importa lo que hizo usted, lo que decidió usted; tampoco en el análisis existe la obediencia debida. Eso va en su propia contra, se supone que debo obediencia a mi control. Ambos comparten la sonrisa. Él aprovecha la pausa para desviar la atención de Daniela y le cuenta lo sucedido con Camilo. Me sorprenden sus recursos comenta ella. Él se pone a la defensiva ¿en qué me equivoqué? ¿Qué es un recurso para usted? pregunta ella. Algo que se utiliza para obtener un determinado fin. ¿Cuál era su fin con Camilo? Que acepte su discapacidad pero en su exacta medida, que comprenda el límite de sus limitaciones, que reconozca su enorme potencial dice y luego calla. ¿Y en lo inmediato? Que fuera a la fiesta. Creo que el espejo fue un buen recurso, ¿cómo se le ocurrió? No sé Gustavo eleva los hombros lo estaba descolgando antes de pensarlo; necesité que se viera; es un chico demasiado bello. ¿Demasiado? Sí él abre y cierra las manos un exceso de dones concentrados en él, porque además es brillante. ¿Recuerda la anécdota de la escultura de Moisés? Él agita la cabeza. Cuentan que tal era su perfección que cuando la terminó, Miguel Ángel la golpeó con su martillo, ordenándole que hablara; le provocó una marca en la rodilla que lo hace aún más humano. El auto se excedió en su propósito comenta Gustavo. Sí, pero el Moisés y Camilo siguen siendo notables dice ella y sin cambiar la inflexión de la voz propone volvamos a Daniela. El pulso de Gustavo se acelera.  Me da la sensación de que usted necesita hacerse cargo de ella. ¿Lo dice por lo del dinero? No, desde el principio tengo esta percepción  Ana María lo mira con intensidad ¿qué es lo que tanto lo conmueve de Daniela?  ¿Le parece poco que tenga un hijo autista? dice él con rabia. ¿Usted tiene alguna persona querida con discapacidad emocional? No dice Gustavo no sigamos invirtiendo tiempo en el tema le quiero comentar algo muy importante sobre María Inés.  Ella ladea la cabeza y dice lo escucho. Hoy se planteó la posibilidad de que su marido fuera gay. Usted lo vio venir desde la primera hora; ¿quiere contarme? propone. Gustavo se explaya. Lo que me desespera es que se van abriendo puntas que a su vez se bifurcan, no termino de detectar un conflicto cuando surge otro y queda abandonado el primero; así nunca lograré concluir un tratamiento. Luego de unos segundos de silencio ella dice el problema de tratar a los seres humanos es que con ellos fracasa el método científico; cuando uno quiere analizar una variable es imposible mantener constante las demás. Sí dice Gustavo somos amebas; emitimos permanentemente seudópodos en toda dirección oculta la cara entre las manos y comenta el miércoles que viene Cecilia ya no estará acá. ¿Se contactó con su terapeuta? pregunta ella. contesta él le llevará meses recuperarse; me dejó el número de un reemplazante. ¿Llamó? El agita la cabeza. No estoy en condiciones de empezar de nuevo. Ajá solo dice ella. Gustavo, súbitamente, se ilumina. ¿Le parece que podríamos modificar la modalidad del encuadre? ¿Cómo sería eso? Me temo que en este momento de mi vida, mis pacientes son el menor de mis problemas. Como él calla ella pregunta ¿qué quiere decir? Él se reacomoda; apoya los codos sobre las rodillas separadas. Luego de un rato dice iniciamos estos encuentros con el objetivo de que me supervisara en el inicio de esta profesión. Sí, lo se. No sé si usted estará de acuerdo en el cambio del rumbo dice él mirando el tapiz incaico. Hable claramente, Gustavo. Qué difícil me la hace señala él, levanta la vista y le sonríe ¿aceptaría convertirse en la analista de un hombre al que la vida se le está partiendo en dos? Ana María sonríe y comenta como usted sostiene, somos amebas, en permanente mutación; lo espero el miércoles próximo agrega mientras se levanta. Él se siente extraordinariamente aliviado. ¿Podría ser más temprano? solicita se me van a complicar los horarios con los chicos.

Cuando está por Cabildo, detenido ante el semáforo de Federico Lacroze,  suena su celular.  ¿A qué hora llegás, papi? En cinco minutos, muñequita informa. Al bajar el auto se pone una pastilla de menta en la boca.

Veni, papi. Gustavo se desembaraza de Lacan y se dirige a la cocina. La nena, en un banquito, revuelve la cacerola con una cuchara de madera. Cecilia, el pelo recogido con una gomita, delantal, cuela el arroz en la pileta. Una nube de vapor asciende hacia su rostro. Él besa a la nena en el cabello. Lo hice casi sola. Cecilia lo mira, sonriente. Hola le dice él mientras tira la pastilla en el cesto.
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Gustavo, sentado en su lugar, usando su servilleta, observa a su familia.  A mi exfamilia, piensa. Nacho conversa animadamente con Cecilia, sobre la fiesta que tendrá el próximo sábado. Martina pasa el pan por la salsa. Qué rico que me salió dice viste, papi, qué suerte, cuando mami se vaya a Chile yo ya puedo cocinar.  La cabeza de Cecilia gira pero cuando nota que Gustavo la está mirando desvía rápidamente la vista. Nacho aparta el plato a medio comer.  Me voy a bañar  informa mientras se levanta.  Mami, cuando vuelvas lo vas a encontrar a papi más gordito. Ahora sí, las miradas de Gustavo y Cecilia coinciden.

Gustavo se está secando cuando tome una decisión. El piyama se resiste a deslizarse sobre su cuerpo todavía húmedo. Lo tironea. Cuando entra al cuarto Cecilia se está desvistiendo. El gira instintivamente la cabeza.  Dame unas sábanas para el sillón del living pide. La cabeza de Cecilia emerge del camisón.  ¿Por qué?  Y vos me lo preguntás… ¿será porque me cansé de compartir la cama con la amante de otro hombre?; ¿dónde están? reclama de muy mal modo, momento en el que repara que ni siquiera  sabe dónde se guardan las sábanas. No quiero que te vayas dice ella. ¿Me estás tomando el pelo?  Ella se acerca y le apoya las manos en los brazos. Tratemos de aprovechar los días que nos quedan. Él se aparta. ¿Estás loca o lo hacés de jodida? Baja la voz pide Cecilia y luego agrega yo te sigo queriendo. Gustavo siente que las piernas se le aflojan. Tengo ganas de pegarle, piensa. Traga saliva y dice ¿te das cuenta de lo que me estás haceindo?, te vas a Chile con tu amante, abandonás a los chicos y en lugar de ayudarme a cortar lo que me une a vos, decís que me querés para que yo no pueda desprenderme del amor que te tuve.  Ella se echa el cabello hacia atrás. Tenés razón dice perdóname. ¡Papi! grita Martina ¿me traés soda? Gustavo va a la cocina. Cuando regresa del cuarto de la nena, el sillón está abierto y la cama hecha. Se está metiendo entre las sábanas llenas de princesas cuando escucha los pasos de Cecilia. ¿Tomamos un café? propone.  Él quiere no estar, desaparecer, dejar de existir pero la sonrisa de Cecilia, camisón rosa, chinelas, cabello alborotado, es irresistible. Busca las pantuflas y se incorpora. La sigue a la cocina. No te voy a preguntar cómo estás porque te vas a enojar pone el agua y el café en la máquina, saca los pocillos de la alacena; luego agrega pero necesito saber qué pensás, qué sentís. Claro, porque me querés dice él con sorna. Aunque no puedas entenderme, te quiero tanto como siempre. El rostro de Gustavo se crispa. Lo único que conseguís así es irritarme; accedí a este café porque los días van corriendo y todavía no solucionamos lo operativo. ¿Querés que los chicos se queden aquí? pregunta al tiempo que sirve el café. Gustavo la mira desconcertado, ¿esa es la mujer con quien vivió durante quince años? Se clava las uñas en la palma de la mano. Por lo visto considerás un dato menor el hecho de no desarraigar a tus hijos; ¿te parece sumarle a tu ausencia un cambio de decorado?; malditas las ganas que tengo de hacerme cargo de chicos y casa pero no se me pasa por la cabeza sumarles otro dolor: Cecilia, ¿tan loca estás que ya no te importa lo que les pase? Ella lo mira con intensidad al decir no te esfuerces porque no conseguirás hacerme sentir que los abandono; me voy solo dos meses y los dejo en buenas manos, ya sean las tuyas o las de las abuelas apura de un trago su café el que más me preocupa es Nacho.  A él le sorprende el comentario.  ¿Nacho?, a mí me aflige más Martina.  Cecilia sonríe con sorna.  Por eso me preocupa Nacho. No te entiendo dice él mientras siente una opresión entre las costillas. Vos solo pensás en la nena, Nacho no forma parte de tu  mundo. La opresión ya es una garra.  Vos sí que  pensás en ellos. Sí, hace catorce años que son el centro de mis pensamientos, los dos por igual, porque yo nunca hice diferencias entre mis hijos. ¿Qué querés sugerir? No lo sugiero, lo digo, lo afirmo, lo firmo; vos no los querés igual; ¿no te diste cuenta todavía?  Gustavo quisiera poder contestarle que no es cierto, que es un infamia pero solo dice ¿te parece que este es justo el momento para que deliberemos sobre mis deficiencias paternas cuando vos te ne frega los que les pase; sí, vos sos muy ecuánime porque te importa tan poco una como el otro; tratemos de centrarnos en los temas de índole práctica, horarios, instrucciones.  Cecilia lo mira, con desprecio, cataloga, Gustavo, y dice ya vengo mientras abre la puerta. Regresa al rato con un cuaderno. Se sienta, lo abre y toma un trago de café. Está frío comenta, lo mira y explica te anoté los horarios de las actividades; todos los números de teléfonos que puedas precisar; los remedios que toman para cada malestar; las fechas de las próximas pruebas, las reuniones de padres, las citas con el dentista; con Juana ya hablé, le dejé los menús preparados para todo este tiempo; ya llené el freezer y el placar del baño explota de dentífricos y champús; ahora te muestro donde dejé unos regalos para los eventuales cumpleaños de los amigos. Gustavo está azorado, nunca pensó que fueran tantas las cosas en las que había que pensar. El hogar transformado en una PyME. ¿Y se supone que él debe ocuparse de esa infinidad de ítems? Una pesadilla. Creo que no faltará nada dice Cecilia, satisfecha.  No, quédate tranquila, solo faltarás vos. Los ojos de Cecilia se humedecen.  Mejor me voy a dormir  dice y sale. Gustavo deja las tazas en la pileta. Apaga la luz.
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Miércoles 19
El despertador hiere sus oídos. Gustavo enciende el velador. Se despereza. Se sienta en la cama buscando fuerzas para levantarse. Recién logró dormirse a las tres, ¿cómo enfrentará su día?  Lacán le lame los dedos de los pies. Él lo empuja con violencia. El perro se va agachando la cabeza, la cola entre las patas. Pobrecito, piensa Gustavo, pero no tiene energías para llamarlo. Va al baño. Orina largamente. Se mira en el espejo. ¿Me afeito antes o después?, se pregunta. Instantes después la maquinita se desliza por sus mejillas. Luego va al cuarto de la nena.  Levanta las cortinas.  Se sienta en la cama y le hace cosquillas. Un rato más, mami  pide Martina, tapándose con la frazada. Gustavo inspira profundamente. Que abra los ojos mi muñequita pide. La nena se incorpora con presteza.  Papi, ¡sos vos! Martina se levanta. Sobre la silla la ropa de gimnasia que Cecilia dejó preparada. Gustavo abre la puerta del cuarto de su hijo. Desde allí indica arriba, Nacho. Como no obtiene respuesta insiste arriba, hijo. Ya voy contesta el chico sin abrir los ojos. Gustavo se dirige a la cocina. Controla la lista adherida a la heladera. Nesquik tibio para Martina, frío para Nacho. Introduce dos rebanadas de pan en la tostadora, él desayunará con Santiago. Minutos después los tres están sentados a la mesa de la cocina. ¿Me hacés otra, papi?, con frutilla pide Martina. Come la mía dice Nacho no tengo hambre. Gustavo entonces lo mira. El pelo rubio, revuelto, los ojos con sueño. Qué lindo está. Se parece tanto a ella, piensa. Siente el impulso de acomodarle  el cabello pero lo reprime. Ya es demasiado grande.

Se fue ayer a la tarde informa Gustavo. Santiago traga un trozo de medialuna. Con la boca aún llena pregunta ¿cómo fue la despedida? No sé; por una vez preferí estar en la fábrica que en casa; ¨acompañala a Ezeiza¨ me insistía mi viejo. Le contaste que se iba. Sí, pero solo por el trabajo; lo mismo que a mi madre, pero me parece que ella mucho no se lo traga. ¿Cómo estás? Aliviado, la última semana fue insoportable; me fui a dormir al living. ¿Qué le dijiste a los chicos? Que tenía trabajo para hacer y que no quería despertar a la mamá; odio mentirles, mirá que sicólogo trucho; es que no soy yo el que tiene que dar explicaciones; cuando Cecilia regrese será la encargada de dar la cara; es una hija de puta, los dejó así, sin más Gustavo mira el reloj tengo curso explica justo en miércoles me toca debutar de hombre orquesta; en fin  Gustavo llama al mozo subordinación y valor.

Gustavo participa activamente de la clase. Sí, está mejor. Le sobreviene una punzante lucidez. El profesor parece sorprendido. Habrá creído que yo era un imbécil, piensa Gustavo. Al salir lo deslumbra el espléndido mediodía de invierno. Hoy es el primer día del resto de mi vida. Qué lugar común. Aunque en realidad, sí. Su vida cambió. No tengo mujer, se dice y después piensa que le sacaron algo. La costilla de Adán. Se llevó mi costilla, decide, por eso me duele el pecho. La falta. Me falta. Cuando la conocí aún no estaba terminado. Ella me modeló. Ella me sacó algo mío y rellenó el agujero con abrazos; me dio comida y cobijo como la Edurne de Serrat. Pollo al curry, sábanas perfumadas. Recuerda la primera vez. Estaban estudiando  en un bar y se cortó la luz. Vayamos a casa, propuso él, sin recordar que había dejado todo hecho un quilombo. Hacia allí fueron. En el ascensor comenzaron a besarse, hasta ahora solo castos compañeros. Al llegar al décimo piso, ardían. Él fue al baño a verificar la existencia de eventuales preservativos. Cuando salió, su casa ya era otra. Ella era un hada que con su varita había hecho la cama con pericia de enfermera, había recogido la ropa del piso y la había doblado sobre la silla. Desde ese primer segundo, ella se había hecho cargo de él. A cambio de su costilla, claro. Ella no tenía aún los diecinueve. Final de neurofisiología.  Y sobre las sábanas prolijamente estiradas, para infinita sorpresa de él, ella dejó la huella de su virginidad perdida. Se manchó hasta el colchón. Ella luego, aún desnuda, trató con cepillito de uñas y jabón, arrodillada, de borrar los rastros. Fue inútil. Quedó la aureola. Quizá por eso él nunca quiso cambiar esa cama, en la que habían dormido juntos durante quince años. Como un pacto mágico. Tal vez ahora desapareciera la mancha. Cuando volviera a su casa lo iba a verificar. Mil momentos como este quedan en mi mente. Mira hacia arriba. Lo cobija el techo verde de Melián. Pone la llave en la cerradura. Lleva en la mano una bolsita con dos empanadas.
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Laura, otra vez, con atuendo deportivo. Parece que aprobó a su personal trainer. No estuvo mal dice ella, sonriente. Estuvo bien, entonces la corrige él. Sí, bastante bien. ¿Qué fue lo que no funcionó? Nada, no sé por qué me lo pregunta. Por su bastante. Ella se encoge de hombros. Bah, es una manera de decir. Debo insistir, se dice él y vuelve a la carga ajá, ¿quién no estuvo del todo bien?, ¿ella o usted?  Laura se muerde el labio. No me enrede con juegos de palabras; estuvo muy bien, solo que me costó seguirle el tren. ¿Cómo es eso?  Laura se vuelca sobre el respaldo. Me hizo dar mil vueltas alrededor del parque, yo ya no podía más; claro, mucho tiempo sin hacer gimnasia; con esto del libro llevo meses sentada; cada vez que empezábamos una vuelta, dudaba de poder terminarla. ¿Ella no le preguntó si estaba cansada? Sí, claro, al terminar cada circuito. ¿Entonces? Yo le decía que no. ¿Por qué le mentía? Laura resopla, se la ve fastidiada. Usted magnifica todo; ahora resulta que yo le miento a mi hija. Gustavo entrecruza las manos y se echa atrás en su sillón. No debo abandonar, piensa. Le cambio la pregunta, ¿por qué no quiso confesarle que estaba cansada?  Ella inspira profundamente, endereza la espalda. Vio como es la gimnasia, hay que resistir; lo peor es que después de dar todas las vueltas que ella consideró adecuadas fuimos a su gimnasio y me martirizó con los abdominales; creí que iba a reventar. Él  gira los dedos entrecruzados mientras comenta pero no podía pedirle clemencia a su hija, quizás porque eso hubiera sido admitir su debilidad. Sonriente le pregunta ¿cuándo terminó la sesión de tortura? Laura también sonríe al contestar cuando María dijo: me parece, mamá, que ya es demasiado por hoy, la verdad es que estás bárbara. Y eso a usted la puso feliz. Ella agita la cabeza. No, eso me hizo sentir que la estaba engañando; yo sabía que lo iba a pagar caro, de hecho, al día siguiente no me podía mover. ¿Qué podía pasar si por una vez mamá abandonaba su omnipotencia? Estoy vieja dice Laura encorvando la espalda.  Debió ser extraño descubrir un ámbito en el cual su hija la superara. Es cierto admite ella no es solo cuestión de edad; la veía moverse con una elasticidad que le desconocía; todos sus movimientos eran sensuales. ¿Sensuales? Sí, si por sensuales entendemos el placer; parecía que mi hija disfrutaba de lo que estaba haciendo. ¿Parecía? él adelanta la espalda hacia ella ¿por qué le resulta tan difícil aceptar que su hija hace lo que hace por ella misma no en contra de usted? Laura se sirve un vaso de agua, lo toma hasta la última gota.  Después comenta comenzaron a llegar cinco o seis mujeres de mi edad, si viera con qué afecto la saludaban; tiene muy lindo puesto el gimnasio.  ¿Usted no lo conocía? No, hace poco que lo alquiló; le quise pagar la clase pero no hubo caso; insistí hasta que se impacientó; déjame que yo haga algo por vos, me pidió ya de mal modo; pero yo no quiero robarle su tiempo. Qué hueso duro de roer piensa Gustavo y agrega ¿tanto le cuesta admitir que puede recibir de su hija algo que usted no le podría dar? Laura se apoya en el respaldo. Usted me cansa, Gustavo, y no quiero decir que me aburre ni que me impacienta, me cansa, me agota pensar en lo que no quiero pensar. ¿En qué no quiere pensar? Siempre sentí que mis hijos eran prolongaciones mías, como un embarazo eterno; parte de mi cuerpo, alimentados por mi sangre, sus corazones latiendo impulsados por el mío; mi vida garantizaba la de ellos; no podía darme el lujo de dejar de respirar. ¿Y ahora? Ya no me necesitan  dice y se abraza a sí misma con ambas manos.  Sí, es cierto, ya no la necesitan para respirar. No es solo eso, son autónomos; mi vida o mi muerte no afecta la vida de ellos. No comparto su opinión; por supuesto que si usted se muere sus hijos seguirán viviendo pero su vida sería menos rica; todavía tiene mucho para darles, sus nietos aún no empezaron a nacer. El celular de Laura suena. Perdón pide mientras lee un mensaje de texto. Sonríe mientras teclea. Era Paula dice me pregunta qué le gusta más si el dulce de batata o el de membrillo. ¿Y usted que le contestó? Batata; desde chiquita le gusta más el de batata y nunca se acuerda.  Gustavo sonríe ¿ve que todavía no puede morirse?, ¿cómo sabría ella lo que tiene que comer? Los quiero tanto que duele dice mientras se restriega los ojos con ambas manos. ¿No sería mejor que aprendiera a quererlos sin dolor?, ¿qué se permitiera solamente disfrutar de su amor?; están grandes, Laura; ya los crió; trate de confiar en su producto; disfrute de su  producción que, por lo que cuenta, no es tan, tan mala. Laura baja la vista, entrelaza las manos.  No se burle de mí, Gustavo. Tenemos una dura tarea por delante: en el momento en que admita que no son un defecto suyo sino ellos mismos, disminuirá su angustia y, al mismo tiempo, ellos dejaran de portar el dolor inextinguible de saber que no son lo que su madre deseaba. Lo que me dice me está matando. No es lo que yo digo, es lo que usted dice. Me voy anuncia Laura levantándose ya es demasiado por hoy. Las palabras de María  le recuerda él. Ella mueve la cabeza.  Le prometo que voy a pensar en todo lo que me dijo.

No debo pensar, se indica Gustavo, ni en mí como hijo ni en mí como padre, no es el momento, como a Laura, me puede matar; deberé estar atento con Ana María, siempre al acecho pero cuando termina de pensarlo decide: soy un imbécil, como puedo estar frente a un consultorio cuando yo mismo me planteo despistar a mi analista. Va hasta el baño. Se mira en el espejo. Doy lástima, opina. Se moja la cara. La hunde en la toalla y se presiona los párpados. Ya en el escritorio revisa la ficha de Camilo. ¿Habría ido a la fiesta?
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¿Viste que lindo día? pregunta el chico es que el viernes empieza la primavera. Es cierto dice Gustavo y descubre que lo había olvidado ¿lo vas a festejar? Claro, como todos las años, ¿por qué este año no habría de festejarlo? Gustavo lo mira fijo, en silencio, un largo rato. El chico le sostiene la mirada.  Vamos a la quinta de un compañero, la misma de siempre dice de pronto y baja la mirada al agregar el año pasado no pude ir.  ¿Por qué? pregunta Gustavo preparándose para un exabrupto. Estaba internado contesta Camilo casi en un susurro. ¿Estuviste mucho tiempo internado? No me acuerdo. Si no te acordás seguramente fueron unos pocos días intenta Gustavo. Camilo  agita el puño, la palma hacia arriba, los dedos juntos. Sí, seguro, la primera vez estuve como dos meses; la segunda, en Estados Unidos, casi quince días. ¿Te operaron dos veces? Sí, pero no me quiero acordar. ¿Por qué?  Camilo lo mira con rabia ¿qué te pensás?, ¿qué la pasé de diez? Me imagino que no dice Gustavo lamentando haber transportado al chico desde el picnic de la primavera hasta la cama de hospital. Se sirve agua y le ofrece a Camilo. Beben los dos. ¿Dónde queda la quinta? pregunta. El chico se encoge de hombros. Ni idea dice.  Gustavo percibe, con pavor, que su mente se ha quedado en blanco. No sabe qué decir, no intenta siquiera pensar qué decir. Se instala el silencio. No de segundos, corren los minutos. Gustavo siente que nunca podrá volver a hablar. Camilo juega con su celular. Lo pone y lo saca del estuche, la vista baja. De pronto lo mira con intensidad. Fue un infierno dice te juro que si hice algo mal ya lo pagué; bah, ese fue el anticipo, ahora lo sigo pagando en cuotas. ¿Creés en Dios? Si, justo, ¿te parece que puedo creer en Dios después de lo que me pasó? Quién tengo adelante, se alerta Gustavo, ojo con este pibe, no me perdonará una simpleza. ¿Hablás con tus padres de lo que sentiste en esa época? Camilo agita la cabeza. ¿Para qué?, todos la pasamos mal.  A lo mejor te alivia contar lo que padeciste. Lo que quiero es olvidarme. ¿Y podés? No, cómo voy a olvidarme si todavía me duele. Nunca comentaste nada, qué te duele. Todo; ¿te animás a ver? Por supuesto contesta Gustavo. Estoy asustado, piensa. El chico se levanta el pantalón. La pierna tiene la forma normal pero es un rosario de cicatrices. Gustavo se asombra de haber pensado en un rosario. Vaya con Dios, se tomó vacaciones.  Te dio asco, ¿no?, seguro que te dio asco. No, ¿por qué habría de darme asco?, se ve que ya está todo completamente cicatrizado; ¿a vos te daba asco? Al principio no quería mirarme pero cuando empecé a bañarme no me quedó más remedio que mirar; antes estaba mucho peor, mi mamá al principio tampoco se animaba a mirarme, tenía que curarme mi papá; pero en Houston me mejoraron bastante; me hicieron una microsurgical reconstruction, ¿sabés inglés? Bastante  contesta Gustavo. Cuando mi papá se volvió, era yo el que hablaba con las enfermeras y los médicos, mi mamá se ponía tan nerviosa que no entendía nada eso que estudió muchos años. ¿Vos hablabas con los médicos? Sí, a veces estaba mi tía que vive allá, estuvimos en su casa más de un mes. ¿Te dolia mucho? No te lo puedo explicar, quería morirme, le pedía a mi papá que me matara; una vez intenté asfixiarme con la almohada pero no funcionó. Gustavo siente un sudor frío que le moja la camisa. Ojo con este chico, se repite. ¿Por qué no funcionó? pregunta mientras se abotona el chaleco.  Cuando me empecé a ahogar tiré la almohada a la mierda. Será que en el fondo no querías morirte. No podía pensar en nada, estaba tomado por el dolor, como las películas de los demonios. ¿No te daban calmantes? Acá me daban morfina, no sabés cómo esperaba que llegara la enfermera, se terminaba todo, a veces me reía de mi dolor pero después él volvía más furioso; cuánto más lo sacaban cuando volvía inventaba una tortura peor. ¿Cómo te defendías?, ¿llorabas, gritabas? Al principio sí pero después para lo único que me servía era para que mis papás se pusieran peor. ¿Estaban siempre con vos? Siempre, a veces uno a veces los dos. ¿Y cuándo intentaste ahogarte con la almohada? Mamá se había quedado dormida en la silla, pobrecita; pero después el dolor se fue aliviando un poco, o será que me acostumbré; pero cuando fui a Houston fue peor todavía; yo le pedía morfina al médico pero me explicó que  el dolor me iba a acompañar mucho tiempo, era muy riesgoso que me acostumbrara a la morfina; me dieron otras cosas, claro, pero como la morfina no hay, te deja como volando y sos feliz, por un ratito sos feliz. ¿Y ahora cómo estás? Me parece que nunca más voy a ser feliz. ¿Por el dolor? Eso es lo de menos, me duele pero se aguanta. ¿Y qué es lo de más? Ya no puedo estar contento. ¿Porque no podés caminar bien? Sí, también por eso. ¿Y por qué más? No sé, a lo mejor porque ya no creo en Dios. Camilo mira el reloj. Qué raro que no vino mi papá, se pasó dos minutos. Busca las muletas, se para y se acerca a la ventana. Te dije dice sonriente está abajo. Cuando está saliendo dice estuvo buena la fiesta.

Hola, pa, recién llego contesta Nacho. ¿Está Juana? verifica Gustavo. Sí, está planchando, ¿querés que le diga algo? No, dejá, ¿comiste? Sí, un sándwich en el cole. ¿Te fue bien? Como siempre. Decile a tu hermana que me mande un mensajito en cuanto llegue. Dale. Gustavo ya no sabe de qué hablarle. Llamame si precisás algo  ofrece.  ¿No te molesta cuando estás trabajando? No te preocupes, lo tengo en vibrador  le aclara. Gustavo descubre, aturdido, que su hijo, en seis meses, no lo llamó una vez.
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María Inés intenta justificar su tardanza. Describe el trayecto realizado, los semáforos titilantes, el piquete en la avenida. Gustavo la escucha, en absoluto silencio. Silencio que prolonga cuando ella calla.  ¿No vas a hablar? pregunta María Inés  ¿me estás castigando? ¿Por qué habría de castigarte? dice Gustavo, sorprendido. Porque no te cuento lo que pasó. Gustavo la mira. Ella se desprende los zapatos con un movimiento armónico de los tobillos y luego se sienta sobre las piernas recogidas. Gerardo se enojó muchísimo, me preguntó si había enloquecido; ¨es ese sicólogo que te llena la cabeza de disparates¨, no quiere que siga viniendo. ¿Te dan ganas de hacerle caso? Si tengo que ser sincera, venir aquí me pone peor; desde que encontré la carta estoy luchando por reconstruir mi pareja y vos, en lugar de ayudarme, me sembrás dudas.  Para que una semilla germine la tierra tiene que estar preparada dice él.  ¿Qué pretendés decirme? ¿Podría yo hacerte dudar de la honestidad de tu madre?  Ella se echa el cabello hacia atrás.  Quiero recuperar la paz pide. Tampoco estabas en paz cuando iniciaste el tratamiento le recuerda él. Vos no podés retenerme. Por supuesto que no, la única manera de que una terapia funcione es si está impulsada por el deseo. Ella sonríe con desdén. Yo soy una especialista en deseos insatisfechos dice. Él calla. Vos estás convencido de que Gerardo es gay, ¿no? Gustavo junta las palmas y apoya el mentón sobre los dedos. Creo que lo importante,  más allá  del motivo por el cual eso ocurre, es que parece que Gerardo no puede satisfacerte.  Ella esconde la cabeza entre las dos manos.  No doy más; encima mañana se va a Rosario, tienen un caso importante; le propuse acompañarlo, pero me dijo que van a estar a full, no tiene sentido. ¿Con quién se va? Con el socio; igual me va a venir bien distenderme un poco; mañana voy al  teatro con unas amigas, hace mucho que no salgo sin él. ¿Te llevás bien con Alberto?  María Inés lo mira con sorpresa. Qué memoria que tenés  comenta  y como suena el portero eléctrico se incorpora. Ya saliendo ella comenta claro, fue  la otra pregunta del estribo.

Gustavo se pregunta qué es lo que mantiene unida una pareja. ¿La obstinación?, ¿la imposibilidad de reconocer que nos equivocamos al elegirla, que nos seguimos equivocando día a día? ¿Qué pasa con María Inés? Ni siquiera tienen hijos. Ella es joven, linda, sin problemas económicos.  ¿Por qué sigue ligada a su marido? ¿Lo ama? ¿Ama él a Cecilia? Quizá su dolor está capitaneado por la humillación. Recién en ese instante puede ponerlo en palabras: Cecilia me humilló. Tengo vergüenza.  La vergüenza está relacionada con la mirada de los demás, recuerda.
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Raúl se cruza con María Inés en el palier está mal entrazado, califica Gustavo. El ruedo del jean deshilachado, la remera arrugada, el taco de los mocasines gastado, sin afeitar.  ¿Huele?  Se deja caer sobre el diván, se reclina sobre el respaldo y cierra los ojos. Luego de un prolongado silencio Gustavo pregunta ¿te pasó algo? Raúl abre los ojos y sonríe. ¿Querés conocer la última del rey? Gustavo asiente. ¿Sabés de dónde surgieron los trabajitos que estaba haciendo? Gustavo entiende, con las vísceras entiende.  Me da vergüenza contártelo, Lisa no lo sabe; como un pelotudo, me llené la boca diciendo que había logrado algo al margen de mi viejo; ¿será Dios?, me lo choco por donde vaya; si viajo al África me sorprende arriba de un camello; si me refugio en el Polo, lo encuentro adentro del iglú; qué mierda tengo que hacer para que me deje en paz; decímelo, Gustavo, para eso vine; te juro que por momentos me dan ganas de matarlo; o de matarme; en este mundo no hay lugar para los dos. ¿Cómo te enteraste? La otra tarde pasé por casa  porque era el cumpleaños de mi madre; me preguntó por el trabajo y le empecé a contar que venía  caliente por una discusión que había tenido con los del volquete, que habían aparecido a las diez de la mañana; ¨sí¨, dijo mi viejo, ¨a las diez de la mañana esa zona es imposible¨; en un segundo se me fue el alma al piso; ¨¿cómo conocés la zona?¨, le pregunté, ¨si es la primera vez que te hablo de la obra¨; intentó un par de burdas explicaciones pero sonreía; yo le conozco esa sonrisa; hubiera querido sacársela de una trompada; me tuve que agarrar las manos.  Manos con que se tapa la cara. ¿Qué hiciste? Me fui informa con el rostro aún oculto.  ¿Qué sentís en este momento? Vergüenza, ya te dije, toda la vida me hizo sentir  vergüenza de mí mismo, ¿vos sabés lo qué es vivir con eso?, ¿lo que es vivir tratando de que nadie se dé cuenta de lo que hay algo que está mal en vos? ¿Y qué es lo que está mal en vos? inquiere Gustavo. Una vez, tendría unos seis años, mi mamá me pidió que le acercara un vaso de agua; yo llené el vaso en la canilla de la cocina y se lo llevé, caminaba con mucho cuidado, viste como son los chicos, estaba orgulloso; fui hasta el dormitorio, mi mamá estaba recostada en la cama, me acuerdo bien, amamantando a mi hermano; papá estaba sentado en un sillón, leyendo el diario; siempre que lo veía me ponía nervioso, la cosa es que tropecé con su pie y le tiré el agua encima; papá me apartó de un empujón, ¨este chico no sirve para nada¨, dijo, se levantó y se fue. ¿Y qué hiciste vos? pregunta Gustavo luego de unos instantes. Me pillé; mi mamá me dijo ¨correte que estás mojando la alfombra¨ y después me pidió que buscara un trapo; primero fui a mi cuarto a cambiarme rápido para que papá no se diera cuenta, pero cuando me estaba sacando el calzoncillo apareció; ¨encima te measte¨, dijo, ¨parece que tenemos dos bebés¨; yo intenté ponerme de nuevo el calzoncillo porque no quería que me viera desnudo; ¨andá a lavarte, no seas asqueroso¨, me ordenó y salió.  Raúl se restriega los ojos con brusquedad. Al cruzar las piernas tira un adorno que hay sobre la mesita. Se agacha y lo recoge. ¿Ves?, sigo igual de torpe. Parece que tu padre hizo un buen trabajo comenta Gustavo. Los ojos de Raúl recuperan su viveza.  Te convenció de que no servís para nada. Es que nunca serví para nada dice, hundiendo la cabeza entre los hombros. A lo mejor no servís para lo que tu padre querría reformula Gustavo. Te juro que intenté apartarme del camino que él me había trazado, pero él me condujo de nuevo a Miami. ¿Considerás que tu padre es mejor que vos? ¡Obvio!  contesta Raúl con energía. ¿Hay algún frente en el que consideres que lo superás?  Raúl se queda pensando.  Sabés que no, hasta es bueno en los deportes. ¿Qué hubieras hecho si a tu hijo mayor se le volcaba el agua al ver a su mamá amamantando al menor?  ¿Si se hubiera tropezado con mi pie? Supongamos acuerda Gustavo. Le hubiera pedido perdón. ¿Y si lo hubieras encontrado cambiándose un calzoncillo pillado? Esa sí que me tocó, salí en puntas de pie del cuarto, por suerte no me vio. Ambos se quedan en silencio.  Me parece que encontramos algo en lo que sos mucho mejor que tu papa.

Qué lástima que sea mi paciente, piensa Gustavo, me gustaría tanto hablarle de  mi padre. Él sí que lo entendería. Cómo se puede destruir a un hijo creyendo, encima, ser su benefactor. ¿Qué hacía yo cuando Nacho se pillaba?, se pregunta. La mente en blanco. ¿A qué edad había dejado los pañales?, ¿ya había nacido Martina? De ella sí que se acuerda, un verano en Villa Gesell, qué rápido que había aprendido. Esta nena fue rápida para todo, se dice.  Va a sufrir mucho con la separación. Se me parte el alma, siente. ¿Llegaste, muñequita? le escribe. Va hasta la cocina. Abre la alacena y come  un alfajor. Instantes después vibra el celular. Me colgué sorry besoooo.
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Daniela comenta que cambió de opinión, y cuando Gustavo ya está pensando: de nuevo, se va, agrega no voy a dejar el trabajo. ¿Cómo es eso? inquiere, aliviado. Mi mamá me contó que se había quedado muy mal, pero que las fuerzas no le daban; dijo que teníamos que encontrar una solución porque era imprescindible que yo siguiera trabajando; mientras tanto, mi jefe me hizo llamar, dijo que lamentaba muchísimo que me fuera, que cuál era el motivo; le conté que no podía estar fuera de casa tanto tiempo porque tenía un hijo autista, así se lo dije, nadie del trabajo lo sabía; me pidió que se lo dejara pensar y al día siguiente me ofreció trabajar tres días desde casa y dos en la oficina sin modificarme el sueldo; le di pena concluye. ¿Pena? pregunta Gustavo debés ser una empleada muy eficiente, seguramente confía en que trabajarás de manera responsable, aunque nadie te esté controlando. Daniela hace un gesto despectivo y comenta en cuanto se enteró, mamá ofreció ocuparse de Lucas los otros dos días y que, de última, si la situación se le ponía muy difícil, ella se encargaría de contratar a alguien para que la ayudara; recién ahí tomé conciencia del sacrificio que había hecho durante dos años y como me resistí a su propuesta, repitió que era imprescindible que yo trabajara; finalmente acepté, tiene razón. ¿No podrían vivir solo con el sueldo de tu marido? pregunta Gustavo. contesta ella deberíamos ajustarnos en muchas cosas, por eso te había dicho de dejar la terapia, pero sí, podríamos, Ariel tiene un buen sueldo y un trabajo muy estable en una empresa importante. ¿Por qué, entonces, sería imprescindible que trabajaras? Eso lo dijo mi mamá le aclara Daniela pregúnteselo  ella. ¿Y por qué te parece que puede haberlo dicho?  Ella eleva los hombros sin embargo al cabo de un rato contesta creo que tiene miedo de que mi marido me deje. ¿Tu mamá te hizo algún comentario al respecto? averigua. No, pero estoy segura de que lo piensa. ¿Y por qué tu marido habría de dejarte? Por Lucas contesta ella con energía mamá sabe que Ariel no lo quiere. ¿Tu madre te lo comentó? No, pero es fácil darse cuenta. Gustavo se queda reflexionando y luego comenta es interesante, ponés en la cabeza de tu mamá tus propios pensamientos; me parece que sos vos la que teme ser abandonada. Daniela se queda en silencio un largo rato y luego comenta cuando estuve en Ramsay vi varias mujeres que habían sido abandonadas. Sí  recuerda Gustavo comentaste la de la chiquita Down. Lucas solo me tiene a mí  dice Daniela con convicción yo debo ser capaz de cuidarlo y de mantenerlo. Lucas no te tiene solo a vos la corrige él tu madre lo cuida desde que nació y, que yo sepa, Ariel sigue estando a tu lado. Pero no al lado del nene aclara ella elevando la voz. ¿No contemplás la posibilidad de que Ariel, como tu madre, pueda estar asustado, que pueda sentirse torpe, incapaz de saber cómo actuar con Lucas? arriesga Gustavo. Daniela endereza la espalda. Nunca me lo había planteado admite.  Antes de que comenzaran las dificultades con el nene, ¿tu marido se hacía cargo de él? Ella niega con la cabeza. Yo siempre fui muy obsesiva con Luquitas confiesa recuerdo que cuando Ariel quería tenerlo en brazos me preguntaba ¨¿me lo prestás?¨  Gustavo se sirve agua. Parece que consideraras que solo es hijo tuyo dice.  Él nunca lo quiso se justifica Daniela. A lo mejor nunca le permitiste que lo quisiera dice Gustavo y experimenta una extraña opresión. Ella lo mira, las cejas muy arqueadas. ¿Dejas al nene con Ariel? pregunta Gustavo mientras se oprime con un dedo la boca del estómago.  Ella baja la vista. ¿Nunca? insiste él. Bueno, sí, cuando me baño. ¿Qué podría pasar si los dejaras a solas?  Daniela no contesta. ¿Tenés miedo de que Ariel le haga daño al nene? Ella chasquea con la lengua. Mire las cosas que dice. ¿De qué tenés miedo, entonces? No sé dice ella y cierra los ojos un instante. ¿Me querés hablar de tu padre? y ante el silencio de ella insiste ¿se ocupaba de vos?  Ella se lleva una mano a la frente. Luego de un rato cuenta mi papá era alcohólico, pero hace más de veinte años que no bebe una gota; mi mamá está muy orgullosa de que él haya podido superarlo; mis padres se aman, todavía se aman. ¿Tenés hermanos? No, tuvieron miedo de reincidir; dice mamá que papá tenía terror de que yo naciera defectuosa. ¿Desde cuándo era alcohólico?  Poco después de que se casaron a mi padre lo despidieron, se angustió mucho y empezó a beber; para colmo yo decidí nacer, pobre mi mamá, la debe haber pasado demasiado mal. Mientras ella saca un paquete de pastillas del morral Gustavo piensa que seguramente el alcoholismo era anterior, causa del despido, no consecuencia. ¿Le tenías miedo a tu papá? Ella calla. ¿Te pegaba? Mi mamá  no lo hubiera permitido. Daniela se oprime la boca del estómago, cierra los ojos. ¿Te sentís mal? pregunta Gustavo. Es el dolor de siempre, no tiene importancia contesta ella. ¿Lo consultaste con el médico? Sí, alguna vez, gastritis. ¿Y te duele más cuando te pones nerviosa? Puede ser contesta ella. ¿Querés un té? ofrece él, sintiéndose absurdamente culpable. No, gracias, ya va a pasar. Gustavo permanece en silencio, reflexionando. No puede equivocarse. Daniela  dice al fin no necesitás defender a Lucas de Ariel como suponés que tu mamá te defendió de tu papá; el autismo de tu hijo no tiene nada que ver con el alcoholismo; mirame ella lo obedece tu historia es otra; no obstaculices la relación de Ariel con el nene; Lucas lo necesita. Los ojos de Daniela se empañan. Me da tanta vergüenza dice. ¿Qué te da vergüenza? Daniela se incorpora. No me siento bien dice prefiero irme. Gustavo también se para. Cuando están en la puerta, él la toma del brazo y le ofrece si necesitás hablar conmigo no dudes en llamarme. Gracias dice ella muchas gracias y cuando intenta sonreír le ruedan dos lágrimas.

Estoy abrumado, reconoce Gustavo. Jamás va a poder ayudar a sus pacientes si en lugar de ponerle el nudo al hilo sigue enhebrando más y más agujas. Busca las fichas e intenta volcar lo ocurrido en las distintas sesiones. Me supera, decide, no logro apartar lo accesorio de lo fundamental. Se da cuenta de que carece de objetivos. Estuvo toda la tarde sentado frente a sus pacientes como un barco sin timón. Llamará a Ana María para cancelar la sesión. La pagará con alegría. Suspira, aliviado. Recuerda, entonces, que le pidió que le adelantara el horario. Mira el reloj. Se levanta.
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Mientras sube las escaleras, detrás de ella, Gustavo se pregunta qué es lo que cambiará. Como atender la puerta en piyama, piensa. Y sonríe, sonríe a solas mientras asciende el último escalón. Ana María cierra la puerta. Con levedad, evalúa Gustavo, todo en ella es delicado. Se sienta y la mira, ligeramente turbado. ¿De qué tengo que hablar? pregunta,  sonriendo. Las manos de ella describen un semicírculo. Es extraña la situación; me siento busca la palabra que se le escapa desprotegido. ¿Cómo es eso? Como estar en la escribanía a punto de firmar un poder general, ¿De qué poderes estaría invistiéndome? Recién, cuando subía me vi a mí mismo en piyama confiesa él, sonriendo. Es una imagen peculiar, ¿qué representa para usted el piyama? Lo que somos, sin corbata, sin perfume, sin ropa interior contesta Gustavo. Sería maravilloso si pudiéramos iniciar este nuevo espacio desde allí. No cantemos victoria replica él es doblemente difícil para mí; necesito que me respete como profesional y estoy a punto de darle carta blanca para que conozca mis miserias. Todavía está a tiempo, Gustavo dice ella, muy seria quizá su propuesta de la semana pasada surgió en un momento de… confusión interna del cual ha logrado sobreponerse. Él apoya los codos en las rodillas y se sostiene la cabeza. Suelo citar una frase de Proust, decía algo así como que  las decisiones importantes de la vida siempre se toman en estados de ánimo pasajeros busca las palabras agitando las manos, las palmas hacia arriba, los dedos extendidos soy un ovillo de inquietudes. Será cuestión de empezar a desovillarlo ella sonríe ¿por dónde empezamos? Cecilia se fue dice él al tiempo que se endereza y cruza los brazos ayer se fue y nos dejó. ¿Cómo lo dejó a usted? Con bronca admite Gustavo todavía no logro convencerme; dejó a los pibes, los abandonó. Que se haya ido no significa que los haya abandonado. Las palabras de Cecilia comenta él, irritado ¿las mujeres establecen un pacto secreto de defensa mutua? No la estoy defendiendo aclara Ana María solo considero que ir unos meses a trabajar no significa que haya abandonado a sus hijos. ¿Tampoco a mí? replica, sumerge la cabeza entre las dos manos y agrega evidentemente hoy no tengo paciencia, ¿y sabe qué? se descubre la cara todo el tiempo me pregunto en qué fallé. ¿Y qué se contesta? No lo sé, mi vida es mi familia, más allá de algún café con Santiago, no viví más que para laburar  por ellos; tengo treinta y cinco años, Ana María, y hace catorce que vivo para ella. Hace un hijo que vive para ella. Gustavo se endereza contra el respaldo. ¿Cómo dice? Su hijo tiene catorce años, ¿o me equivoco? Acaba de cumplirlos admite él hoy a la hora del desayuno lo miré y fue como si lo viera por primera vez; ya no es un nene; fue muy raro, yo los desperté, yo les preparé el Nesquik, yo los llevé al colegio; como descubrir una vida paralela que se vivía en mi casa sin mí. ¿Mientras usted dormía?  Gustavo se queda mirándola.  ¿Hace catorce años que Cecilia se ocupa de todo eso antes de ir a trabajar mientras usted duerme? Es que antes ella no trabajaba. ¿Hace cuánto? Gustavo se queda haciendo cuentas.  Sí, cuando Martina entró al jardín. Ocho años informa, ligeramente avergonzado, carraspea y consulta ¿le puedo contar sobre mi consultorio?  Ana María sonríe, con desdén, califica Gustavo, y dice por supuesto. Solo con usted puedo compartirlo. No necesita disculparse aclara ella.  Es sobre Daniela anticipa y luego le sintetiza  la sesión. ¿Por qué dio por hecho que Daniela defiende a Lucas de Ariel como su madre la defendió de su padre si ella no dijo nada que lo habilitara? Gustavo queda desconcertado. Se me ocurrió hacer esa construcción, ¿está mal? Lo mismo con respecto al fantasma del alcoholismo, si bien es interesante, al vincularlo tan rápido con Lucas, en lugar de desplegar el conflicto puede inducirá a que lo suprima. Gustavo se desmorona. Quisiera cerrar los ojos y abrirlos hace quince años. Recuerda a Kundera. Su vida entonces era leve. Dejamos acá indica Ana María incorporándose. En el momento de despedirse Gustavo informa Camilo fue a la fiesta. Lo suponía comenta ella, sonriendo.

Ni bien sube al auto busca su teléfono. Hola, mamá, no sabía que estabas. Sí  contesta su madre me pidió Martina que viniera; llegué a las ocho; le dije a Juana que podía irse, ¿hice mal? Hiciste bien, en media hora estoy por allí, ¿hace falta algo? Arranca. Maneja despacio, buscando una confitería abierta. A su madre le encantan los bombones de fruta.
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Encuentra a su madre en la cocina. A mi madre y a mi hija, piensa.  Juana había dejado un pollo preparado, pero Nacho me pidió canelones. Y yo quería tortilla protesta la nena. Pero él me los pidió primero; te prometo que la próxima te doy el gusto a vos.  Siempre malcriándolos dice él. ¿Para qué están las abuelas? Gustavo se dirige al living. La mesa ya está puesta. Cuatro. Va hasta el cuarto de Nacho. La puerta está cerrada. Golpea. ¿Se puede? Pasá. Nacho está  acostado, a oscuras. ¿Dormías? No. Gustavo se queda parado, no sabe qué hacer. ¿Estás bien? pregunta.  Sí, cansado. ¿Ya te bañaste? No. ¿Querés que te prepare un baño? Ni ahí dice algo tiene de bueno que no esté mamá.  ¿Enciendo la luz? No. ¿Te sentís bien? insiste.  No me  jodas, papá. Gustavo regresa al living. Es tanto más fácil hablar con Camilo, piensa.

Su mamá, sentada en el lugar de Cecilia, sirve la comida. Estos canelones están mortales, abuela, sos lo más dice Nacho con energía.  ¿Cómo festejan el día de la primavera? pregunta su madre. Gustavo recuerda la conversación con Camilo. Registra, sorprendido, que no se le había ocurrido pensar qué iba a hacer su propio hijo. Íbamos a ir al country de Tomás, pero al padre se le rompió la camioneta y no entramos todos en el auto de la mamá.  ¿Dónde queda? averigua su abuela. En Pilar contesta. Pueden ir en colectivo comenta ella. Sí, pero a un  par no los dejan. Gustavo se pregunta si Nacho habría consultado con Cecilia; él, ni enterado. ¿Y si le pedís a tu papá que los lleve? Las miradas de padre e hijo se cruzan, fugazmente.  No da comenta Nacho. ¿Por qué?  insiste la abuela. Papá trabaja. Gustavo percibe tres pares de ojos sobre él. Está atontado. Si es tempranito los puedo llevar propone luego de unos instantes.  ¡¿De veras, pa?! pregunta Nacho con tal esperanza en la voz que Gustavo no entiende cómo no se le ocurrió a él mismo ofrecerse. ¿Cuántos son? averigua. Cinco contesta el chico, y como el padre no reacciona agrega podemos amucharlos atrás y yo voy adelante con vos. Buen plan comenta Gustavo. Nacho se levanta y va corriendo al teléfono.  ¡Le voy a avisar a Tomy!  Gustavo levanta la mirada y se encuentra con la de su madre. Se siente avergonzado. Solo falta que ella diga: ¨así me gusta¨. Nosotras vamos a hacer un picnic en el jardín de Nati  dice Martina y ante la cejas levantadas de su padre añade no te preocupes, papi, la mamá nos lleva desde el colegio y mami ya le pidió a Juana que me fuera a buscar. ¡Dice el papá de Tomás que del regreso se ocupa él! grita Nacho desde el teléfono. Todo encaminado comenta la abuela, oprimiendo la mano de Gustavo.

Gustavo se estira en la cama.  Es la única ventaja de dormir solo, piensa. Cecilia dice entre dientes. Y de repente es tanta su añoranza que se pone de lado, flexiona las piernas y se abraza a sí mismo.
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Miércoles 26
Gustavo escucha el despertador. Lacán también porque segundos después se presenta en el dormitorio, las patas sobre la cama, la lengua afuera, la saliva goteando sobre el acolchado. Él lo acaricia pero luego lo echa. Va al baño, se afeita, despierta a los chicos. Ya en la cocina no precisa mirar la lista. Prepara café y los nesquiks. Frío, para Nacho. Pone dos rebanadas de pan en la tostadora y luego otro par. Unta dos con mermelada de durazno para Nacho y dos de frutilla, una para la nena y otra para él.  Primero llega Nacho, luego Martina. Mientras mastica una tostada Gustavo pone más pan a tostar. Pa, tendrías que conseguir una tostadora en te entren cuatro panes a la vez sugiere Nacho. Mami las hacía todas primero y después las calentaba en el microondas explica Martina. Gustavo vislumbra su imagen preparando carradas de tostadas a las siete de la mañana, día tras día, mes tras mes, año tras año. Recuerda un  episodio de Alf, tostando pan compulsivamente. Pa, ya saltaron le avisa Nacho. ¿Me hacés una con mantequita y azúcar? solicita la nena. Gustavo experimenta un súbito cansancio.

Yo quiero solo un café en jarrito le explica Gustavo a su amigo desayuné con los chicos. Los estás domesticando. No te entiendo. ¿Leíste ¨El principito¨? pregunta Santiago. Ah, sí; lo del zorro comenta Gustavo sin darle importancia y pregunta ¿qué pasó con la auditoría? Mientras moja las medialunas en el café con leche Santiago habla de su negocio. Cuando termina pregunta ¿qué sabés de Cecilia? Nada, sé que habla con los chicos pero yo no quiero ni escucharla. ¿Los pibes cómo están? Los veo bien, nos vamos arreglando; tengo que hacerle un monumento a mi vieja, está al pie del cañón. Como siempre comenta Santiago.  Pesadísima, eso sí. ¡Como siempre! ríe Santiago y luego pregunta ¿cómo va tu consultorio?  Gustavo lo mira, arqueando las cejas. Nunca me preguntás por mis pacientes.  Ayer me preguntó Marisa. ¿Hablaban de mí? ¿Está prohibido? No, me sorprende explica Gustavo elevando los hombros yo nunca le contaba a Cecilia lo que charlaba con vos.  ¡Pero Marisa no es mi mujer, todavía es mi novia! ¿Todavía? comenta Gustavo, ¡ya te tiró los galgos!  Ambos ríen.

Gustavo participa activamente de la clase. Utilización de las resistencias. Plantea el caso de María Inés. Todos lo escuchan, le hacen preguntas. A la salida, varios van a tomar café. Una mujer, de unos cuarenta años, sentada a su lado, comenta que está empezando a ejercer la profesión. Yo también soy principiante admite Gustavo y se acuerda de Ana María. Reprime una sonrisa. Estoy de buen humor, se dice, extrañado.

Estaciona el auto en la esquina. Camina por Melián. Se nota en el aire que llegó la primavera. Un día soñado, diría su mamá. Se acoda en el balcón hasta que ve aparecer a Laura, caminando a paso vivo. Jogging y zapatillas. Gustavo sonríe.
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sonríe Laura no hace falta que me lo pregunte, sigo con mi personal trainer. Cuenta que ya ha aceptado que su hija no le cobre. Iré todos los miércoles, al salir de aquí, comenta aunque no creo que sea el día más apropiado. ¿Por qué? inquiere Gustavo. Usted suele dejarme de cama dice sonriendo. Quizás es justo eso lo que precisa: un lugar para descansar; descansar de su exigencia para con sus hijos que, en definitiva, es una extensión de la exigencia con usted misma. Como si fuera tan fácil. Sé que  no es fácil, por eso estamos trabajando tan duro que usted queda de cama. Laura se echa hacia atrás y ríe con alegría. El sábado vino a cenar mi sobrino, hacía meses que no la veía, antes nos encontrábamos seguido; es mi ahijado explica. Gustavo piensa que ya no se fastidia con Laura. Sabe que, más tarde o más temprano, volverá al nudo. ¿Aprendí  a tener paciencia?,  se pregunta. Ni bien se recibió de ingeniero entró a trabajar en la Ford; se despierta a las cinco de la mañana porque a las siete tiene que estar en Pacheco; vuelve a su casa a las diez de la noche; muchas veces trabaja los fines de semana; hace dos años que esa es su vida; le pregunté si seguía con su novia; ¨no, tía, no tengo tiempo ni energías; ella se cansó¨; le pagan muy bien, eso sí; ¨si consigo mantener este ritmo otro dos años podré sacar un crédito y comprarme un departamento¨; a las diez dijo que se iba;¨ estoy muerto¨ se disculpó ¨ sueño con meterme en la cama y no levantarme hasta el lunes¨; veintiséis años tiene.  Laura se interrumpe, toma un vaso de agua. Estaban mis hijas, con sus parejas continúa las vi vitales, relajadas; nos quedamos charlando hasta las mil y quinientas; arreglaron para ir a San Pedro al día siguiente; los cuatro juntos ¿Por qué me cuenta todo esto? Ella lo mira. ¿Sabe, Gustavo?, mi sobrino me partió el alma; ¿quién le devuelve estos dos años que le entregó al trabajo?; no quisiera esa vida para ninguno de mis hijos. ¿A pesar de que su sobrino es profesional? Si no la gana, la empata dice Laura meneando la cabeza usted me cansa; Gustavo, me agota.

Gustavo controla su buzón de entrada. Mensaje de Nacho. Lo abre, alarmado. Saqué 10 en el trabajo. Gracias por ayudarme.  No borra el mensaje. Conmovido, lo guarda. Me alegra contesta ¿cenamos afuera para festejar? Instantes después recibe copado pa. Tampoco lo borra.
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Tras un largo rato de hablar sobre la película que vio el fin de semana, Camilo informa ayer le pregunté a mi papá por qué había llegado tarde. Como calla Gustavo inquiere ¿qué te contestó? Camilo sonríe de costado que no se acordaba; empezó a decir boludeces; me dio vergüenza. ¿Vergüenza? Por él contesta el chico, se echa el cabello hacia atrás y agrega por suerte mamá nos llamó a comer. Se queda un rato mirando por la ventana y luego dice no sé por qué mierda no me miente. ¿Cómo es eso? Que es un boludo, hubiera inventado cualquier cosa así no lo jodía más. Camilo lo mira a los ojos y plantea ¿qué te parece que pasó? ¿Y a vos? repregunta Gustavo.  Algo malo, si no me lo diría. ¿Cómo qué? ¡Qué sé yo!  dice en mal tono ¡y qué mierda me importa!, no quiero hablar más. Busca las muletas, se incorpora, camina hasta la ventana, apoya la frente en el vidrio. Salió el sol informa y luego agrega capaz que hoy voy a estudiar a lo de Leo, tenemos que hacer un trabajo sobre los griegos. ¿De qué depende? De nada, voy.  Gustavo revisa en sus neuronas. Entonces Sofía no va a estar. Camilo gira bruscamente, tanto que trastabilla. ¿Quién te dijo? Vos comentaste que la hermana de Leo se llama Sofía. Te dije tantas cosas, ¿cómo te acordás? Porque me hablaste bastante de ella. ¿Sí? Dijiste que era muy linda. Las mejillas de Camilo se encienden. Me contaste, también, que las mujeres no dejaban estudiar, ¿qué te hizo cambiar de opinión?  El chico se encoge de hombros. ¿Para qué me preguntás lo que ya sabés? dice mientras se apoya nuevamente en la ventana ahí llegó mi papá informa y agrega, sonriendo, pícaro como vos siempre decís, la seguimos la próxima. A este pibe lo quiero, descubre Gustavo.

Ya subi al micro lee Gustavo.  Avisame cuando llegues a casa, muñequita teclea. Las manos en los bolsillos, Gustavo se ubica en el sitio que Camilo dejó vacante. La frente sobre el cristal. Qué estará haciendo Cecilia. Ya más de una semana sin ella. Sin ella dice en voz alta. Sobrevivo, piensa, mientras los dedos descubren un papelito arrugado. Lo extrae, intenta alisarlo. El ticket de la tintorería. Le tiene que pedir a Juana que retire el pantalón. Si no salió la mancha, tendrá que comprarse otro. La grasa de bicicleta es infernal. A la de Martina se le sale la cadena a cada rato. Siempre le compraba los pantalones Cecilia. Mismo modelo, distinto color.  Ni sabe cuál es su talle.
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En cuanto se ubica, media hora tarde, María Inés dice no me explico cómo te diste cuenta. ¿De qué? pregunta Gustavo; ella no articula bien. No pongas esa cara de yo no fui; me saca que te hagas el tonto cuando tu maldita agudeza es lo que me destruyó la vida. Él recibe la agresión, desconcertado. María Inés se echa el cabello hacia atrás con las dos manos. ¿A qué te referís? A la segunda pregunta del estribo aclara ella. Entonces Gustavo inmediatamente comprende. El bendito dueño de la A. María Inés toma un trago de agua y, mientras recorre con un dedo el borde del vaso, cuenta con parsimonia Gerardo me había avisado que no vendría a cenar porque tenían que redactar un expediente; yo estaba comiendo una ensalada en la cocina cuando vi, colgando del llavero de la pared, el duplicado de la llave del estudio; estuve mirándola como hipnotizada un largo rato, hasta que me acordé de vos, de tu pregunta; agarré la llave, busqué el blazer y la cartera y salí sin apagar la luz; tomé un taxi; mientras subía en el ascensor el corazón me retumbaba; abrí la puerta sin hacer ruido y entré; avancé descalza sobre la moquet  María Inés deja el vaso sobre la mesa, se incorpora y comienza a caminar frente a Gustavo, de un lado a otro, una y otra vez. Como una autómata, piensa él y se agarra del brazo del sillón para evitar decirle que se quede quieta. Ella, por fin, se detiene detrás de él, dice entonces los vi y calla. Gustavo, incomodísimo, gira hacia ella.  María Inés, sentate le ordena. Ella obedece. Permanece en silencio, extrañamente rígida. ¿Qué viste? pregunta Gustavo luego de un buen rato.  ¿Hace falta que te lo diga? Sí  indica él, rotundo. Trataré de ser gráfica, entonces anuncia, burlona. Gerardo estaba apoyado contra la pared, los ojos cerrados, la bragueta abierta, las manos sobre la cabeza de Alberto, que, arrodillado sobre la alfombra, lo agarraba de la cadera mientras le chupaba la pija con fruición. Luego de unos segundos  sonríe con amargura y añade eso sí, los dos de riguroso traje y corbata. ¿Qué hiciste vos? pregunta Gustavo tratando de que no se perciba su conmoción. Me fui; estaban tan entretenidos que no se dieron cuenta. ¿Y después? Llegué a casa, tomé un Rivotril y me acosté; me desperté a las nueve y él, obvio, ya se había ido; tomé otro par  y dormí hasta las tres; me duché, me vestí Gustavo la observa: está tan producida como de costumbre tomé un café y vine para acá. Entonces lo que me contaste ocurrió anoche. Sí, claro, ¿no te lo dije?  Gustavo niega con la cabeza. ¿Cómo te sentís? pregunta. No siento nada, ¿De cuánto era el Rivotril que  tomaste? No sé. ¿Quién te lo recetó? Nadie, se lo olvidó una amiga hace unos días; tengo la tirita acá lo saca todavía quedan un montón, por suerte mira con atención el blíster  de dos miligramos son. Dámelo ordena Gustavo. Ella lo mira, arqueando las cejas.  ¿Por qué? pregunta cerrando el puño. Él extiende su mano, la palma hacia arriba. María Inés, dámelo insiste, sereno pero categórico. Ella niega con la cabeza. Suena el portero eléctrico y María Inés amaga incorporarse. Él la detiene con un gesto. Es tarde dice ella.  No importa; haré esperar a mi paciente hasta que me la des. María Inés, muy lentamente, va abriendo el puño.
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¿Qué le pasaba a tu paciente? pregunta Raúl mientras se sienta. ¿A qué viene tu comentario? inquiere Gustavo, extrañado.  Tenía los ojos sin luz. Es una hermosa frase comenta. ¿Viste?, no soy tan bruto como parezco. ¿A quién le parecés bruto? Raúl empuja ambas manos hacia abajo al tiempo que cabecea. Tu comentario habla de un gran poder de observación y de una sensibilidad capaz de detectar tenues cambios en un rostro afirma Gustavo. Casi parezco una señorita. ¿Considerás que ser sensible es una virtud femenina? Raúl junta los dedos y agita la mano derecha. Qué pretendés, me criaron con el ¨leitmotiv¨ de que los hombres no lloran; ¿sabés qué?, desarrollé una técnica para conjurar las lágrimas; cuando veo que se aproximan giro la lengua adentro del paladar; probalo, es infalible.  Raúl extiende ambos brazos sobre el respaldo, abre las rodillas. Utilizaste el presente para describir tu método comenta Gustavo ¿debo tomarlo como señal de que solés tener ganas de llorar? Raúl permanece en silencio mientras se muerde los labios.  ¿Qué situaciones siguen desafiando tus lágrimas? Raúl se queda reflexionando. Tantas y tan distintas dice, al cabo de un rato la bronca, la tristeza, la emoción, el dolor, la belleza; hasta un buen libro puede darme ganas de llorar. Pero no llorás. Me extraña Gustavo, los hombres no lloran. ¿Tampoco a solas? Raúl no contesta.  ¿Le transmitiste la consigna a tus propios hijos? Te voy a contar una que te va a gustar; hace unos años estábamos en el country de mis viejos y un auto atropelló a nuestro perrito; hicimos una fosa y lo enterramos; mis chicos estaban llorando abrazados a su madre cuando apareció el Rey; ¿qué te parece que les dijo? , ¨a ver si dejan de llorar; yo no tengo nietos maricones¨; los nenes se separaron de la madre tratando de controlar la congoja. ¿Y vos qué hiciste? Estaba furioso pero no pude enfrentarlo; los agarré de las manitos y nos fuimos a caminar por el parque; el más grande, ocho años tendría, dijo, ¨estoy muy triste, papi, no me aguanto, ¿puedo llorar un poquito?¨; me arrodillé y lo abracé y qué me dice el mocoso: ¨por favor, no le cuentes al abuelo¨; sentí que explotaba; subí mujer, pibes y bolsos en el auto y me fui; Lisa no entendía nada Raúl esconde la cabeza entre las manos no fui capaz de decirle una palabra a mi viejo, ni siquiera por mis hijos, me da vergüenza contártelo. Gustavo se encuentra haciendo girar la lengua contra el paladar. Segundos después dice ¿de veras creés que no le dijiste nada?

Qué bueno cuando una generación puede reparar el daño que produjo la anterior, piensa Gustavo. Maravilloso que de un hijo como Raúl hubiera surgido un padre como Raúl. Gustavo se pregunta si él es mejor padre que su propio padre. Con Martina, sí, obvio, se contesta. Pero cuando piensa en su relación con Nacho se le seca la boca. Se acuerda del zorro de El principito.
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Hablé con mi mamá informa Daniela luego de un rato. ¿Sobre qué? indaga Gustavo. Sobre mi papá; me contó de nuevo toda la historia de Alcohólicos Anónimos; ellos lo salvaron. ¿Cuál es la relación de tu padre con Lucas? Daniela lo mira, parece desconcertada. ¿Mi papá?, ya sabe cómo son los hombres con los chicos. ¿Cómo son? Distantes, diría yo. ¿Tu mamá nunca le pidió que la ayudara a cuidar a Lucas? Con respecto al nene, mi mamá es como yo, solo confía en ella. ¿No será que vos sos como tu mamá? ¿Cuál es la diferencia? dice ella con un gesto despectivo. Me parece que en tu familia, la distancia de los hombres con los niños está determinada por las mujeres. Por algo será se justifica ella. ¿Por qué? Ayer mi mamá me confesó el motivo por el que llevó a mi viejo de las orejas a ALANON bajo amenaza de dejarlo si se resistía. Daniela calla. Luego de un rato Gustavo pregunta ¿cuál fue? Un sábado mamá hizo horas extras en el trabajo; cuando volvió, a la noche, me encontró parada en la cuna, agarrada de los barrotes, roja de tanto llorar, los pañales y las sábanas empapados; mi papá se había ido; en la heladera estaban todas las mamaderas que mamá había dejado preparadas. ¿Qué tiempo tenías? Casi un año. ¿Recordás algo? Por suerte, no. A lo mejor sí, por eso no te animás a dejar al nene con tu marido.  Daniela se cubre la cara con ambas manos.  ¿Cómo te llevás ahora con tu padre? Muy bien pero…  ¿Pero qué? Pero distante  contesta ella, sonriendo.  ¿Y con tu mamá?  El rostro de Daniela se transforma, se dulcifica. La amo dice.

Gustavo atiende su celular.  Hay paro de  trenes informa Juana si no salgo ahora, pierdo el último. Páseme con Nacho, por favor pide él. ¿Qué querés?  A Gustavo le molesta el tono. ¿Estás ocupado? pregunta con retintín. Justo por pasar de nivel. Gustavo inspira hondo. ¿Me cuidás a Marti hasta las nueve que llego? pide.  Porsu, quedate tranqui contesta el chico, ahora cordial la voz después vamos a cenar ¿no? Porsu contesta sonriendo Gustavo, que ya se había olvidado. También se olvidó de que había cambiado el horario con Ana María. Sale corriendo.
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Antes de empezar con mi vida, quiero contarle que María Inés descubrió a su marido en el estudio, teniendo sexo oral con el dueño de la A: tomó una barbaridad de Rivotril; antes de irse la  obligué a que me diera los comprimidos sobrantes. ¿La obligó? Gustavo asiente con la cabeza. Le dije que hasta que no me los entregara, mi próximo paciente seguiría tocando el timbre; en ese instante ni me lo planteé, supe que lo tenía que hacer. ¿Y ahora duda? Ante usted dudo reconoce Gustavo. ¿Lo volvería a hacer? Sí contesta él, categórico no podía arriesgarme a que siguiera intoxicándose. ¿Necesita mi aprobación? inquiere ella y luego, la sonrisa en abanico, agrega somos personas antes que analistas. Él también sonríe, aliviado. Luego de un rato informa Cecilia se fue; hace ya ocho días que se fue. ¿Cómo los sobrellevó? Gustavo se queda reflexionando. No estuvo tan mal; los chicos no dejaron de hacer nada de lo que tenían que hacer; Juana, la empleada, es una joya; mi suegra colaboró bastante y a mi vieja hay que levantarle un monumento, ella es la única con quien Nacho se abre un poco. ¿Nacho es su hijo? Él la mira, sorprendido. A Martina, sí, pero a él nunca lo nombró. Qué raro comenta Gustavo y luego añade esta semana, por primera vez, lo ayudé a hacer un trabajo, le pusieron un diez; hoy cenaremos afuera para festejar. ¿Para festejar que compartió una actividad con su hijo? Él se siente molesto. Ana María bebe un vaso de agua y comenta hace un par de semanas no logró recordar qué lo había alterado de su sesión con Daniela. ¿Por qué lo trae ahora a colación? pregunta él. Ella solo encoge levemente los hombros. Sí, recordé lo que me puso mal dice él y siente que súbitamente se le seca la boca. No quiero hablar de eso, piensa; ella no me puede obligar. Se sirve un vaso de agua. ¿Me lo quiere contar? pide Ana María con tanta dulzura que los frenos de él estallan. Colapsan. Me identifico mucho con el marido, yo tampoco quise que Nacho naciera confiesa con infinita vergüenza y calla. Está agotado, le cuesta respirar. Retiene un sorbo de agua en la boca, antes de tragarlo. ¿Cecilia, como Daniela, lo obligó? No a concebirlo; se pinchó el preservativo. ¿Sí a tenerlo? Él asiente con la cabeza. Hacía cuatro meses que éramos novios; ella diecinueve años, yo veinte; segundo año de la carrera, alumnos de diez; los dos participábamos activamente en el centro de estudiantes; no trabajábamos; ¿le parece, Ana María, que estaban dadas las condiciones para que tuviéramos un hijo? A usted no le parecía concluye ella. ¡No!, fue una locura, lo sigo pensando, pero no hubo manera de convencer a Cecilia; ni sus padres, ni yo; una roca; le dije que no me iba a hacer cargo de la criatura, amenacé con dejarla, no le importaba nada cuenta Gustavo con rabia. Veo que su mujer siempre fue osada comenta ella con una sonrisa incisiva. Gustavo, en un instante, descubre que nada de cuanto él pueda hacer, va a desviar a su mujer un milímetro de su camino. La perdimos, había intuido Martina. No quiero ni acordarme regresa Gustavo al pasado me jodió la vida, la carrera, me obligó a depender de mi viejo. Ella no lo obligó lo corrige Ana María. Él la mira, desconcertado. Usted decidió libremente acompañarla, ¿Libremente?, ¿la iba a dejar sola embarazada de mí? Qué frase ambigua comenta ¿embarazada de usted o por usted? Ana María se reacomoda en su sillón, cruza las piernas. Me gustaría que reflexionara al respecto señala Cecilia tomó la decisión de afrontar el embarazo y usted también tomó una decisión: acompañarla. ¿Sabe quién fue la única que la apoyó desde el principio? Ana María lo mira mi propia madre; las dos juntas en mi contra, demasiado para mí. ¿Se arrepiente de haberse quedado junto a ella?  Él se queda pensando, intenta ser sincero. Yo la amaba. ¿La amaba? pregunta Ana María con intención. Gustavo se agarra la cabeza entre las manos la amaba y la amo confiesa la puta que la parió, me encadenó a su vida y ahora me echa de un puntapié como a un perro. Gustavo se sirve agua, trata de serenarse. Tal vez le está otorgando un poder desmedido dice Ana María ella no lo encadenó, usted decidió unir su vida a la de ella. ¿Y qué?, ¿la iba a dejar? pregunta Gustavo, irritado. Podría haberla asistido económicamente si se sentía responsable, no precisaba casarse. Usted no me entiende, ya le dije que la amaba. ¿Preferiría que no existiera Nacho? pregunta Ana María, mirándolo con intensidad. Tengo treinta y cinco años y un hijo de catorce, ¿sabe lo que significa eso? También tiene otra de diez. Sí, pero es absolutamente distinto, a Martina la planeamos. No contestó mi pregunta original insiste ella ¿preferiría que Nacho no existiera? Gustavo  cruza y descruza  los dedos durante un buen rato. Cuando se dispone a hablar Ana María determina piénselo y lo charlamos la próxima.


Estoy yendo le escribe a Martina. Pone el auto en marcha. Está por arrancar cuando de nuevo teclea. Llego en veinte minutos, decile a tu hermana que esté lista, ya sabés como son las mujeres. Pone primera. Lo asombra la perspicacia de Ana María. Nacho es mi talón de Aquiles, piensa, y allí dirigió ella las flechas. Sin piedad. Cuando llega a Loreto les escribe a Martina y a Nacho vayan bajando. Pero antes de enviar el mensaje borra el teléfono de la nena.
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Suben al auto peleando, los dos en el asiento de atrás. Yo quiero ir a Mac informa la nena. Y yo quiero comer pizza dice Nacho, bastante que te dejo venir, papá me invitó a mí porque me saqué una buena nota y con vos siempre sale. Pero a la tarde se defiende Martina. Gustavo gira la cabeza y los enfrenta. ¿Los Inmortales?, ¿Almacén de Pizzas? propone Gustavo. Burgio determina Nacho. ¡Ese lugar es una mugre!, ¡ni siquiera podemos sentarnos! protesta la nena. Pero la pizza es lo más argumenta el chico. ¡A Burgio vamos! decide Gustavo y ante el puchero de la nena agrega después te llevo a tomar un helado. ¡En Fredo! exige Martina. Hecho promete él. El auto de atrás le toca bocina. Nacho tararea. ¿Charly García?, piensa Gustavo mientras pone primera.

Al regresar, el contestador titila. Soy yo, por dónde andaban picarones, ¿de farra?; les mando un beso enorme, los quiero mucho. El buen humor de Gustavo se desvanece. Rápido a acostarse que es muy tarde ordena. Cuando sale de la ducha, recorre los dormitorios, con Lacán pisándole los talones. Tapa a Martina, apaga la luz de Nacho. No logró sacarle dos palabras seguidas durante la cena. Martina siempre se las arregla para monopolizar la conversación, descubre. Se dirige a la cocina. Mientras se filtra el café va a la biblioteca. Localiza El Pincipito rápidamente, Cecilia acomoda los libros por orden alfabético. Cecilia. Gustavo sacude la cabeza. Lleva libro y taza al dormitorio. Localiza el fragmento del zorro. ¨¿Qué significa domesticar? volvió a preguntar el Principito. Es una cosa ya olvidada dijo el zorro, significa crear lazos; tú para mí todavía no eres más que un niño igual a otros cien mil niños, pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro, tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo. ¿Qué debo hacer? preguntó el Principito. Debes tener mucha paciencia respondió el zorro al principio te sentarás un poco lejos de mí, así, de esta manera, sobre la hierba; te miraré de reojo y tú no dirás nada; pero cada día podrás sentarte un poco más cerca; el lenguaje es fuente de malentendidos.¨  Qué absurdo, se dice, tengo que domesticar a mi propio hijo. Apaga la luz. Una frase retumba en su cabeza mientras intenta dormirse: el lenguaje es fuente de malentendidos.
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OCTUBRE

Miércoles 3
Gustavo saca cuatro rebanadas de pan del paquete y las mete en la tostadora nueva; otra dos, en la vieja. Cuando llegan los chicos y se sientan dice cierren los ojos; una, dos y… aprieta los botones y las seis saltan a la vez. Martina insiste a mami no le va a gustar, ella las calentaba en el microondas. Como cada vez que la nombran, el estado de Gustavo se altera. Segundos después, con la boca llena, la nena decreta la verdad, papi, a vos te salen más ricas. Sos un capo, pa comenta Nacho, untando la segunda. Cada día podrás sentarte un poco más cerca.

Marisa propuso que viviéramos juntos cuenta Santiago. Las mujeres siempre nos complican la vida, juegan al amor libre pero en cuanto te descuidás, te echaron el lazo comenta Gustavo. Qué ánimos que me das se queja su amigo. ¿Qué le dijiste? No tuve muchas opción, me hizo el planteo detrás de un helecho que acababa de mudar de su depto al mío. ¿La querés? La necesito dictamina Santiago lo que es mucho más grave. Los dos ríen juntos. Brindemos con café propone Gustavo ahora podrás entender lo que es una mina complicándote la existencia; ya te veo, en diez meses, acunando un pendejo. Tengo ganas de ser padre confiesa Santiago. ¿Y eso? pregunta él, atónito. Me estoy poniendo viejo. Viejo soy yo le sale del alma a Gustavo. Te recuerdo que tengo seis meses más que vos. Pero vos lidiarás con lactantes mientras yo me enfrento con adolescentes. ¿Tenés problemas con Nacho? Ese chico es hermético, no le sacás dos palabras seguidas. ¿Hermético con vos o hermético en general? pregunta Santiago echándose atrás en la silla. Qué se yo, con mi vieja habla bastante. No hablar con tu vieja es imposible hasta para un adolescente dictamina Santiago me acuerdo cuando iba a tu casa en la época del secundario; si por alguna razón nos quedábamos a solas, palabra va, palabra viene, tu vieja terminaba sacándome el nombre de la chica que me gustaba. Mi mamá te adora afirma Gustavo. Y yo a ella, lo sabés. Gustavo se entretiene haciendo girar la taza de café. San pregunta al cabo de un rato ¿por qué el otro día me hablaste del zorro de Saint-Exupéry? No sé contesta su amigo jugueteando con un sobrecito de azúcar me pareció que te está costando más de la cuenta relacionarte con mi ahijado. ¿Cómo me conocés tanto? pregunta Gustavo. Santiago le palmea el hombro mientras dice ¡venticinco años juntos, hermano!

Está saliendo del curso cuando Natalia, la aprendiz de terapeuta, lo alcanza. ¿Querés comer algo? propone, tengo que hacer tiempo y odio almorzar sola. Mientras buscan un restaurante próximo, ella le habla de una paciente. Se parece a tu María Inés comenta. A Gustavo le extraña que haya retenido el nombre. Durante toda la comida, ensalada para ella, ravioles, para él, hablan sobre sus respectivos consultorios. Todavía me pongo nerviosa cada vez que suena el timbre confiesa ella lo único que me tranquiliza es que mis pacientes no saben que recién empiezo, por eso puse el título en un lugar poco visible. Ríen. Estoy atendiendo a una adolescente comenta ella los padres me presionan para que les dé una entrevista pero no sé cómo manejarlo; la piba no quiere saber de nada. Él le habla sobre Camilo. Hora y media sin padre, sin hijos, sin mujer. Un remanso, define Gustavo.
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Laura, luego de un buen rato de describir la reunión con su editora, comenta ayer Paula, mi hija menor, nos contó que está por poner un jardín de infantes con dos amigas; Luis ofreció prestarle dinero, pero ella no quiere saber de nada; dijo que ya habían conseguido un inversor que estaba muy interesado en el proyecto y que prefería mantener la independencia económica con respecto a nosotros; me estuvo contando la propuesta educativa; el rasgo distintivo del jardín va a ser el desarrollo del pensamiento lógico en las criaturas; ya diseñaron un montón de juegos; están pensando en publicar un librito. Laura se detiene, está agitada de tanto hablar, Gustavo le ofrece agua. Ambos toman. Ajá dice Gustavo, sonriendo de costado. ¿De nuevo se burla de mí? Gustavo levanta ambas palmas y se encoge de hombros. No podía creer que esa que estaba hablando frente a nosotros, no solo de pedagogía, sino también de habilitaciones, inspecciones, rentabilidad, punto de equilibrio fuera mi chiquita. Gustavo la mira fijo durante unos segundos. ¿Le puedo hacer una pregunta? inquiere. Venga contesta Laura entrecerrando los ojos. Por un momento, por un brevísimo momento, ¿se sintió orgullosa de su hija? Pregunta denegada informa ella ni se sueñe que le voy a dar el gusto de decirle que sí. Segundos después Laura vuelve a hablar de su libro: ya le dieron las primeras pruebas.  Gustavo controla el reloj, solo unos minutos por delante. Laura ¿intentó contactarse con su hijo?  El rostro de ella, en un instante, gana diez años. No me animo informa.

Llegó la cuenta de la luz informa Juana y luego agrega sí, ahora se lo paso. Hola, hijo, cómo estás. Bien, pa. ¿Cómo te fue en el colegio? Bien. ¿Comiste? Estoy en eso. ¿Precisás algo? No. Llamame cualquier cosa. OK. Gustavo corta. Imposible comunicarse con ese pibe. Se queda mal cuando corta.  El lenguaje es fuente de malentendidos, recuerda.
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¿Cómo te fue en lo de Leo? inicia la sesión Gustavo. Camilo sonríe, travieso ¿vos me estás preguntando por Sofía?  Gustavo  abre los codos, las palmas extendidas yo te pregunté por tu amigo pero si vos querés hablarme de Sofía... Camilo lo mira, con complicidad. Cuando Leo se fue a duchar me quedé charlando con ella  un rato relargo. ¿Sobre qué? Del colegio, ella también es delegada de su curso; quedamos en que iré a su casa el viernes a la tarde para presentar un proyecto conjunto de primero y segundo año, para que nos pongan profesores de apoyo en horario extraescolar; después trataremos de enganchar al delegado de tercero; el papá de ella es abogado,  nos va a dar una mano con la nota; espero que mi papá me puede llevar. ¿Y si no puede? Le pido a mi mamá o  me tomo un remís; no me dejan viajar en colectivo, yo me animo pero todavía no me dejan. ¿Y antes del accidente? Sí  contesta Camilo alargando la i iba a todos lados con mis amigos; ¿vos no podés hablar con mis viejos y decirles que me dejen? ¿Te gustaría que yo hablara con tus padres? Arriesga Gustavo. De eso sí. ¿Y de qué no? Camilo lo mira, muy serio ¿todo lo que yo te cuento es un secreto entre nosotros, no? Por supuesto lo tranquiliza Gustavo solo aceptaría conversar con tus padres en tu presencia. ¿Ellos te pidieron? Sí, varias veces. Pero les dijiste que no se reasegura Camilo. Me negué porque consideraba que no era el momento propicio, tal vez ahora sí lo sea. ¿Y si yo no quiero? Por supuesto que no, este es tu espacio.  Camilo se queda en silencio un largo rato. Luego pregunta ¿te parece que le lleve algo? ¿Cómo? pregunta Gustavo, desconcertado. Si queda bien que le dé a Sofía algún regalo. Cómo le cuesta a Gustavo contener la sonrisa.  Podrías llevarle una golosina, a casi todas los mujeres les gustan las cosas dulces lo aconseja. Es una buena idea dice pensé en unas flores pero es demasiado jugado. ¿Y vos tenés ganas de jugarte? Pregunta Gustavo. ¿¡Ganas!?  el chico abre los ojos como platos me muero de ganas  hace una mueca con la boca pero también me muero de miedo. ¿Pensás que le gustás? Sería un milagro Camilo suspira y luego sonríe, triste y ya te dije que no creo en Dios, si no le pediría la energía regresa a su rostro primero tengo que conseguir alguien que me lleve. Me parece que si le contás a tu papá qué importante que es para vos ir, él va a encontrar la manera de alcanzarte. ¿De veras te parece? Gustavo asiente con la cabeza. Capaz le digo. Minutos después, cuando lo despide, Gustavo propone avisame cuando quieras que invite a tus padres. Dale dice el chico.

Gustavo siente ganas de compartir el silencioso pedido de Camilo, con Natalia. Está pensando en eso cuando suena el teléfono del consultorio. Ya llegué, papi informa Martina vine con Clarita, ¿te acordás que te avisé? No, no se acordaba en absoluto. Juana está preparando la merienda, nos hizo una chocotorta. Juana sí que se acordó. Acá Nacho me pide el teléfono. Gustavo se alarma, ¿habrá pasado algo? Hola, pa, llamó mamá para ver cómo me había ido en el oral de Historia. Cierto, otro olvido. ¿Cómo te fue? Super contesta el chico me preguntaron justo lo que vos me explicaste anoche de la revolución francesa. Me alegro mucho. Gustavo se queda esperando. Nada, eso, que mamá llamó. Corta, desconcertado. Cecilia, como siempre, puente entre ellos. Gustavo registra dos hechos: él no se había acordado del examen; Nacho no se había animado a llamarlo para contárselo. Mamá llamó.
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María Inés se sienta en el diván, agarra un almohadón y se abraza a él. Ya está, Gerardo no tuvo más remedio que admitirlo informa. ¿Querés contarme cómo reaccionó? propone Gustavo.  A medida que le fui describiendo la escena que presencié, la cara se le descomponía; creo que jamás vi en rostro alguno, tamaña expresión de dolor; me dijo que era la primera vez que tenía relación con un hombre, que Alberto era el culpable de tanto que le había insistido; que se habían tenido que emborrachar para poder hacerlo; que estaba avergonzado, que me juraba que nunca más iba a suceder; lloraba, me abrazaba, te juro que me dio lástima lo mira, como provocándolo se ve que del susto se le paro la pija, me hizo el amor como nunca. Gustavo comprueba, aliviado, que María Inés ha perdido el poder de excitarlo. ¿Será que dejé de ser hombre?,  piensa. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta. No sé contesta ella es como si estuviera anestesiada.  Gustavo entonces se acuerda del blíster.  Tengo algo que es tuyo le recuerda, y ante el gesto de inteligencia de ella pregunta  ¿querés que te devuelva el medicamento? No hace falta informa María Inés de todos modos, si preciso puedo conseguir más. ¿Volviste a tomar psicofármacos? Alguna noche que no podía dormir. Consultalo con tu médico recomienda Gustavo.  No te preocupes, una amiga me dio un sedante que es mucho más suave. Igual le indica él con esos medicamentos no se juega. Ella se encoge de hombros. Luego se incorpora camina hasta la ventana, mira hacia afuera y vuelve a sentarse. ¿Te puedo hacer una pregunta? consulta.  Por supuesto contesta Gustavo.  ¿Vos pensás que Gerardo se puede curar de su homosexualidad? Esta mina es idiota, piensa Gustavo, y luego se alarma de haber pensado tamaña barbaridad de un paciente.  Yo no hablaría de curar; la homosexualidad no es una enfermedad. ¿Pensás que es definitivo? insiste ella.  Gustavo se queda reflexionando, no puede obviar la respuesta. Si bien Gerardo sostiene que solo se trata de un episodio aislado afirma todo lo que has ido contado sobre su historia sexual, habla de que su dificultad es de larga data. María Inés permanece en silencio, mirándolo. Luego señala hoy, para seguir viviendo, necesito creer que solo es un episodio; mi mamá me crió diciéndome que cuando Dios nos sometía a una prueba, nos daba también las fueras necesarias para soportarla; no soy tonta Gustavo teme enrojecer pero en este momento solo puedo más esto lo mira con intensidad no me pidas más de lo que puedo. Él sonríe, de pronto muy triste.  De acuerdo dice levantando ambas palmas.

Bien, mamá, estamos bien contesta Gustavo no, hoy termino tarde, tengo consultorio; si querés vamos mañana de pronto recuerda el rostro de Nacho, está grande el pibe lo consulto con los chicos y te confirmo.  Corta.  Mi vieja pertenece a otra categoría de madres que Cecilia, decide.
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Quiero ser hijo de otro padre informa Raúl,  hundiéndose en el diván. Yo también estoy harto del rey de Textilandia, piensa Gustavo y en cuanto lo piensa se indigna consigo mismo.  Carraspea.  ¿También quisieras ser padre de otros hijos? ¡No!, eso es lo único que me salió bien en la vida contesta, rotundo pero me hubiera gustado ser mejor padre; que ellos pudieran estar orgullosos de mí. ¿Por qué pensás que no están orgullosos de vos? Raúl ríe con sorna. ¿Vos dirías que soy un hombre exitoso? pregunta. ¿Solo el éxito es motivo de orgullo? plantea Gustavo y ante el silencio sostenido, agrega ¿alcanza para ser un buen padre? Raúl desvía la mirada y se atusa la barba. ¿El éxito de tu padre lo convirtió en un buen padre para vos? insiste y luego de un rato agrega  desarrollarse bajo la sombra de un padre triunfador no es fácil porque, además, los hombres notables no suelen caracterizarse por ser padres notables.  Raúl lo mira, agresivo. ¿Querés convencerme de que les estoy haciendo un favor a mis hijos siendo un fracasado? Nadie es un fracasado; hay momentos de la vida donde determinados proyectos pueden fracasar pero eso no involucra a la totalidad del ser; comentaste al iniciar la sesión que tus hijos te habían salido bien, quiere decir que hay áreas con las cuales estás satisfecho. El silencio de Raúl se hace tenso.  ¿En qué lugar de tu vida colocás a tus hijos?  Raúl sonríe, burlón. ¿Querés que te conteste con un cliché? Preferiría que me contestaras con sinceridad. Raúl se queda pensando. Me parece que les otorgo el segundo puesto. ¿Después de qué? inquiere.  Después de Lisa, claro. Me parece que los triunfadores suelen ubicar lo profesional o lo laboral en primer término.  El rostro de Raúl se distiende.  Tenés que aprender a valorarte más allá de tu padre, no se trata de competir con él, sino de comprender que cada uno eligió un camino distinto; con diferentes prioridades, con diferentes logros y diferentes déficits. Gustavo sirve dos vasos de agua. Ambos beben. Vos no sos solo el hijo de tu padre afirma. Luego de un rato tiene una intuición. ¿Cómo se llama tu papá? pregunta.  Raúl, por supuesto. ¿Y cómo se llama tu hijo mayor?  Los ojos de Raúl se humedecen. Sebastián informa.

Controla el mail. Mensaje de Cecilia. Hola, Gus. Llamé varias veces pero nunca te encuentro. Como todavía el personal no está completo, me tengo que ocupar de todo, estoy trabajando diez horas por día. Cansada pero feliz. Hago muchas relaciones públicas y bien sabés que eso me encanta. ¿Cómo te arreglás con los chicos? Los escucho bien. Nacho me comentó que lo estás ayudando a estudiar, eso es justamente lo que precisa y no lo digo porque le cueste, es mucho más inteligente de lo que vos suponés. Martina me lloriqueó un poco pero ya acordamos en que Nacho le abrirá una cuenta de Skype así podemos vernos todos los días. ¿Cómo estás vos?, ¿el consultorio?, ¿la fábrica? Un abrazo. Yo.  ¿Cómo estoy?, piensa Gustavo, todavía tiene el tupé de preguntármelo. Mierda en la cabeza, eso tiene. La respiración se le agita. Va a la cocina y abre una coca cola.
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Estuve pensando en lo que me dijo comenta Daniela. ¿Con respecto a qué? A cuánto dificulté  la relación de Ariel con Lucas. ¿A qué conclusión llegaste? Recordé los primeros meses del nene; lo veía tan frágil que me parecía que Ariel era demasiado torpe para sostenerlo, tenía miedo de que se le cayera. ¿De que lo tirara? aventura él ¡Gustavo, no insista! eleva Daniela el tono de voz. ¿En qué te parece que estoy insistiendo? Ella frota con la palma de una mano el dorso de la otra. En que yo tenía miedo de que Ariel le hiciera algo. ¿Y era así? Daniela se abraza a sí misma.  Sí dice llorando. ¿Por qué lo habías obligado a ser padre? Ella asiente con la cabeza.  ¿Seguís teniendo miedo? No dice entre hipos estaba loca. Estabas asustada Gustavo dulcifica la voz tu papá te había hecho daño pero eso no implica que Ariel vaya a dañar a Lucas, tampoco que tu propio padre pueda ahora dañarlo; estaba enfermo, Daniela, y hace años que ya no lo está; quizás los  cuatro, padres y abuelos, puedan sostenerse para ocuparse juntos de Lucas; un chiquito autista requiere mucha atención, es demasiado para una mujer sola. Aunque los sollozos de ella no se detienen, a Gustavo, ahora, no le duelen, sabe que es para mejor. Daniela debe desprenderse de su coraza de autosuficiencia para poder aceptar la ayuda. La deja llorar sin intervenir.  Cuando la ve calmada pregunta ¿el nene comenzó el tratamiento? El lunes vino a casa la fonoaudióloga, una chica joven como yo. ¿Lo dejaste solo con ella? Sí, después de un ratito me hizo salir; yo estaba segura de que Lucas iba a hacer un berrinche, pero no, se ve que está acostumbrada a tratar nenes así.  ¿Cómo te sentiste? Fue muy raro; me dieron ganas de llorar. ¿Por qué? Daniela  oculta el rostro entre las manos. Su voz apenas se escucha al decir  me sentí desplazada, yo llevaba dos años y medio intentando conectarme con mi hijo y ella, de la nada, fue aceptada; me dio rabia, dolor y rabia se descubre la cara y lo mira ya sé que es un disparate pero es lo que sentí. Gustavo le sonríe. Es muy valioso que puedas reconocerlo; ¿cuándo empieza con la sicóloga? Mañana. Me gustaría que le preguntaras qué opina sobre el amamantamiento. No hace falta responde ella y mirándolo fijo comenta hace dos semanas que lo desteté. Él se aclara la garganta.

Gustavo baja las cortinas, cierra la llave de gas, apaga las luces. Ahora ya no le queda ese ratito que tanto apreciaba antes de ir a su control. A mi analista, se rectifica. Ya arriba del auto intenta refrescar la última sesión. Una nebulosa. Sabe que reconoció ante ella que se identificaba con el marido de Daniela porque el embarazo de Nacho también había sido accidental. Ana María en el momento de despedirse le encargó que pensara en algo. No logra recordar en qué.
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Cinco minutos antes de lo convenido se apoya en la puerta, esperando que llegue la hora. El ruido de pasos acercándose lo sobresalta. Se aparta. La puerta se abre y sale una mujer mayor. Ana María, en el vano de la puerta, le sonríe. Sube tras ella pensando que es extraño suponerle a Ana María otros pacientes. ¿Me gustaría ser el único? evalúa. Segunda semana sin Cecilia: en lo operativo bien, nos vamos arreglando, pero la casa perdió energía, no sé cómo explicárselo, todo está demasiado bien. ¿Usted está demasiado bien? reformula Ana María. Frente a ellos, sí, pero cuando apago la luz la estantería se me viene abajo. ¿La extraña? Estoy tan enojado que no me doy cuenta. ¿Los chicos también están enojados? Ellos no saben por qué se fue. Si no entendí mal, Cecilia se fue por el trabajo; que esté allí con ¿Ricardo, se llamaba?, es una consecuencia, no una causa. ¿A usted también le vendió ese buzón? reclama él, muy enojado. Solo repito sus palabras, Gustavo, aunque no tuviera ninguna relación con él, ella igual se habría ido; ¿o me equivoco? Gustavo se toca la frente. Lo peor vendrá cuando regrese admite. Ella cabecea. Satisfecha, piensa él con rabia. ¿Alguna otra vez estuvo tan enojado con ella? Está por contestar que no cuando recuerda el primer embarazo. Calla, entonces. No tengo ganas de hablar, piensa. Le sobreviene un cansancio infinito. ¿Pensó en lo que le sugerí la última sesión? lo convoca Ana María. Le da vergüenza admitir que no solo no pensó sino que ni siquiera puede recordar de qué se trataba. Ella parece darse cuenta porque le repite ¿preferiría que Nacho no existiera? Gustavo percibe en él ese rencor que no se extingue. Cecilia lo violentó. Ella me puso entre la espada y la pared se justifica. No le estoy preguntando por ella le aclara Ana María sino por su hijo; aunque para usted son dos caras de la misma moneda; ¿no se da cuenta de que lleva catorce años vengándose de ella con su negativa a amar a su hijo?  Gustavo experimenta un golpe brutal. Como quien cae por habérsele cortado el talón de Aquiles. Nacho es mi talón de Aquiles, diagnostica. Cierra los ojos un instante, está ligeramente mareado. No me siento bien dice mejor me voy. Como prefiera consiente ella incorporándose.

Gustavo sube al auto. Le duele la cabeza. No quiere volver  a su casa. Y qué si le pide a Juana que le dé de comer a los chicos antes de irse. O si la llama a su madre para que vaya. Necesita pensar. Arranca. Ante un semáforo, por Plaza Italia, busca el celular. Vaya nomás, Juana, estoy llegando. Pobre mujer, tiene hora y media de viaje.
80
No alcanza Gustavo a llegar al pasillo, con Lacán pisándole los talones, cuando es interceptado por el abrazo de Martina. Hola, papi, te extrañé, ¿por qué llegaste tan tarde?  Los miércoles tengo pacientes, hijita le explica. ¡Odio a tus pacientes!, ¡los querés más que a mí! Y que a mí no te cuento agrega Nacho saliendo de su habitación. Gustavo va al baño. Cuando sale, el chico ya está sentado a la mesa. Estoy muerto de hambre dice. Martina regresa de la cocina con una bandeja sostenida entre ambas manos. Camina con sumo cuidado. Gustavo recuerda la anécdota de Raúl pequeño sosteniendo el vaso. ¿Así que te fue bien en la prueba? comenta Gustavo. Nacho asiente, la boca llena de pan. ¿Qué te preguntaron? Serví, papi, que se enfría ordena Martina. Mientras Gustavo se dedica a repartir tarta y ensalada, la nena cuenta con sumo detalle un incidente entre dos compañeros. Sigue hablando mientras mastica. Gustavo, escuchándola a medias, mira a su hijo que, sosteniéndose el mentón en el codo apoyado en la mesa, bufa entre bocado y bocado. Si de mí hubiera dependido, no estaría aquí, piensa. Lo observa con atención. Se parece a la madre, es lindo el pendejo. De pronto la mirada del chico se fija en él. Sin embargo, los ojos son los míos, decide. La forma, el color. Son los míos, repite. Mis ojos transportados a otra cara. A la cara de su hijo. Papi, no me escuchás protesta Martina. Nacho revolea los ojos parecidos a los suyos mientras se muerde el labio de abajo. Gustavo le guiña un ojo. Nacho devuelve el gesto. Martina sigue hablando. Cuando por fin la nena se detiene, Nacho comenta me preguntaron sobre las causas. ¿Y qué contestaste? Nombré el surgimiento de la clase burguesa, el descontento de las clases bajas, la ilustración, la crisis económica y la guerra de independencia de Estados Unidos; todo lo que me explicaste, ¿viste? Gustavo lo escucha con tanta sorpresa como si Lacán hubiera empezado a hablar. Es mi hijo, se repite, yo no quise que naciera pero está. El domingo a las cinco Independiente juega con Rafaela anuncia Nacho. Pero la nona nos invitó a merendar. Yo de aquí no me muevo informa el chico andá vos sola con papá, que más querés. Gustavo recuerda a Ana María. Es mi hijo, se repite. Te llevo temprano y después vuelvo a mirar el partido con tu hermano. De paso evito el encuentro con mi suegra, piensa. Los ojos de Nacho son dos platos. ¿De veras, pa? ¨Cada día podrás sentarte un poco más cerca¨, dijo el zorro.

Ya en la cama, Gustavo piensa. Necesito una mina, piensa, mientras mete la mano dentro del piyama.
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10 de octubre
Gustavo siente una respiración a su lado. ¿Cecilia?, se pregunta, adormilado. Enciende la luz. Martina. Otra vez se pasó a su cama. Mira el reloj. Las cinco de la mañana. La fiaca litigando con los preceptos de la sicología. Ya totalmente despierto, toma a la nena del hombro y la sacude con delicadeza. Marti, a tu cama indica con firmeza. Papi, porfi, tuve una pesadilla. Él se levanta y la incorpora. Vamos, muñequita, ya te dije que este no es tu lugar. La nena, protestando, obedece. Él la acompaña, la arropa. Cualquier cosa me avisás. Regresa a su cuarto y se acuesta. Media hora después comprende que ya no dormirá.  Va hasta el baño y luego a la cocina, a prepararse un té. Hoy pedirá turno con Grieco. Esta nena no está bien, resuelve. Mañana la irá a buscar al colegio y de allí a merendar. Le parte el alma verla triste. Hace dos días que Cecilia no se comunica, qué mierda tiene en la cabeza. Ayer la nena estuvo como una hora intentando en el Skype sin suerte. Se acostó llorando. Va a tener que contactarse con Cecilia. Hace tres semanas que la esquiva pero hoy le escribirá. No se le hace eso a una hija.

Sale de la entrega de boletines, perplejo.  No conoce a uno solo de los padres de los compañeros de Nacho. Todos le preguntaron por Cecilia. Todos y todas, se corrige, sonriendo. No sabe a cuántas reuniones fue en estos catorce años. De la secundari,a seguro, ninguna. Papá tampoco iba, piensa, intentando justificarse. Finalmente encuentra un argumento irrebatible: tampoco ha ido a las de Martina. Camina hacia el curso, aliviado. Se perdió el café con Santiago, único cable a tierra.  Después lo llamará.

El profesor lo retiene. Cuando sale a la calle, Natalia ya no está. Tiene una corazonada. Camina por Pueyrredón hasta Córdoba. Allí la encuentra, en Pertutti, en la mesa contra la ventana, ¿Se puede? pregunta mientras se sienta. La sonrisa de ella es elocuente. Despeja la mesa, haciéndole lugar. Todavía no pedí; ¿querés que compartamos unas costillitas a  la riojana?; estoy antojada pero para mí sola es mucho. Amo que me elijan la comida comenta él, sonriendo. ¿Sabés que surgió del mismo Camilo, el pibito que atiendo, la posibilidad de que los padres vengan al consultorio. Contame, por favor solicita ella, entusiasmada.
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¿Se peleó con su personal trainer? comenta Gustavo cuando ve entrar a Laura con traje saco y zapatos de taco alto. Al sonreír, ella agita el cabello. No, vengo de la editorial; no se imagina lo bien que me trataron. ¿Usted suponía que no iba a ser así?  Laura durante un buen rato habla sobre su encuentro con el responsable de diseñar la tapa. ¿Le mostró la foto que había seleccionado? ¿Cómo hace para acordarse de todo? pregunta ella, arqueando las cejas. ¿Se la mostró? insiste él. No, me dio vergüenza reconoce ella quién soy yo para darle indicaciones a un profesional. Otra profesional, que, por algún motivo, había elegido esa foto le aclara él. Me dejó su dirección de mail, por ahí se la mando si a usted le parece. No le estoy dando indicaciones, Laura, solo sugiero que haga conocer sus deseos, deje a los otros la posibilidad de que le digan sí o no. Puede ser dice ella que luego de una pausa informa el domingo fue el cumpleaños de Luis; fuimos todos a almorzar afuera. ¿Su hijo también? Sí, hacía más de siete meses que no lo veía; hasta último momento pensé que no iba a ir. Sin embargo fue recalca él. Sí, se sentó en la otra punta y casi no me dirigió la palabra, pero fue; en un momento María sugirió que para el día de la madre nos reuniéramos en su casa; mucha gracia no me causó, siempre nos reunimos en la nuestra;  de a poco me van desplazando. Quizá su hija pensó que en terreno neutral sería más fácil para Federico. Ni se me ocurrió admite Laura sí, tal vez. ¿Y qué dijo su hijo? Ni sí, ni no; fue raro verlo, por momentos sentí que ese no era mi hijo; parecía más grande, se dejó la barba, no le conocía la ropa; me sorprendió hasta el tono de voz; como si hubiera crecido a mis espaldas. Quizá precisó tomar distancia para que usted pudiera verlo como es realmente. Sí, mi hijo ya es un hombre. ¿Cuántos años tiene? Veintiséis contesta Laura y los ojos se le llenan de lágrimas. María puso un gimnasio, Paula está planeando un jardín de infantes y su hijo pudo vivir ocho meses sin su asistencia; ¿tanto le cuesta verlos crecer? Gustavo la mira con intensidad ¿por qué no disfrutar de haber generado tres seres humanos independientes? Con las chicas lo estoy consiguiendo pero verlo a Federico me golpeó. ¿Qué tal si intenta comunicarse con él de adulto a adulto? propone Gustavo mientras recuerda lo difícil que le resulta contactarse con su propio hijo.   Le prometo que lo intentaré.

Desde el domingo que no te comunicás con tus hijos. Martina llora, duerme mal. Nacho ni quiere hablar del tema. ¿Tan poco te importan? Envía el mail sin releerlo. Está agitado. Sale al balcón. Un día precioso. Octubre es el mes más lindo del año, piensa. Recién se da cuenta que Cecilia no va a estar para el día de la madre. Pobres pibes.
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Camilo llega, se acomoda en el diván y calla. Luego de un rato Gustavo le pregunta. ¿Hay algo que me quieras contar? El chico niega con la cabeza. ¿Lograste que te llevaran a reunirte con Sofía? Sí, pero mi mamá se quedó charlando con la madre; un bajón. ¿Vos le pediste que se fuera? ¿Delante de todos le iba a pedir?, se tendría que haber dado cuenta sola, es grande, ¿no? ¿Se tendría que haber dado cuenta de que vos sos grande? le aclara Gustavo. ¡Obvio!, me trata como si tuviera diez años; Camilito de aquí, Camilito de allá; parece tarada.  ¿Con tu mamá también estás enojado? ¡No me los banco!, ¡no los aguanto más!  Camilo aprieta los puños cerrados. ¿Solo porque no pueden ver que ya creciste?  Camilo lo mira fijo, en absoluto silencio durante un largo rato y luego saca el celular del bolsillo. ¿Estás esperando una llamada? El chico niega con la cabeza y lo guarda. ¿Pasó algo? arriesga Gustavo. La otra noche los escuché discutir informa y calla. ¿Me querés contar? Camilo se encoge de hombros pero después de unos segundos dice oía las voces pero no entendía lo que decían; en un momento mi mamá empezó a llorar, entonces agarré un vaso y lo apoyé en la pared; me pareció escuchar que ella decía: ¨en algún momento se lo vas a tener que decir a los chicos¨. ¿Te pareció?  Camilo, sin mirarlo, reconoce no, lo escuché muy bien. Como el chico permanece en silencio Gustavo inquiere ¿y después? Se ve que mi hermanito también  oyó algo porque empezó a llorar, mamá lo fue a ver y así se acabó todo.  ¿Y qué se te ocurre que tendría que contarles tu papá? ¡Ni idea! ¿Pensás preguntárselo? ¡Para qué!, todavía no conseguí que me diga por qué llegó tarde; a mí no me lo va a decir nunca. ¿Y a quién pensás que podría decírselo?  Camilo calla.  Creo que hay muchas cosas que estás necesitando hablar con tus padres y que no encontrás la manera. El chico asiente con la cabeza. ¿Llegó el momento?, se pregunta Gustavo.  ¿Te parece que los invitemos a tus papá, a ver si aquí te resulta más fácil conversar con ellos? Camilo apoya la nuca sobre sus brazos cruzados, mira por la ventana. Después de unos cuantos minutos dice puede ser.

Gustavo busca el celular. Camilo aceptó invitar a sus padres  le escribe a Natalia. Tendrá que consultar con Ana María cómo manejarlo. ¿Quién está más asustado con la posible entrevista?, ¿Camilo o yo?, evalúa.  Llama a su casa. Hola, pa atiende Nacho sí, todo bien; no, no me tomaron; sí, comí en casa, recién termino.  Gustavo ya no sabe cómo sostener la conversación y aunque no debe, pregunta ¿sabés algo de tu madre? No dice el chico mamá está borrada y luego agrega voy a sacar a pasear a Lacán. No solo Martina acusó recibo del alejamiento de Cecilia. Qué hija de puta.
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Anoche tuve un sueño extraño cuenta María Inés en cuanto se ubica.  Me gustaría escucharlo comenta Gustavo.  Ella apoya la nuca en el respaldo del diván y cierra los ojos. Yo estaba parada y el techo del cuarto era demasiado alto y estaba formado por millones de estrellas respira hondo y agrega eso fue todo.  Gustavo se endereza en su sillón.  ¿Qué hacían las estrellas? Nada contesta María Inés eran muy luminosas. ¿Las estrellas te miraban? Sí, no podían hacer otra cosa. ¿Te gustaba que te miraran? No, por eso cerraba los ojos. ¿Y vos que hacías? Yo caminaba. Trata de describirme cómo te sentías. Transparente contesta ella luego de un rato los rayos atravesaban mi cuerpo y podían ver hasta mis huesos. ¿Hay alguna situación de tu vida en que recuerdes haberte sentido así? No contesta María Inés inmediatamente.  Él, temiendo equivocarse, arriesga ¿tampoco cuando eras pequeña?  Como si fuera un resorte, ella se endereza y abre los ojos. ¡Ya te dije que no!  Gustavo la observa con atención.  María Inés  tiene los ojos desmesuradamente abiertos, le tiemblan las manos.  Me desperté gritando; solo cuando Gerardo me abrazó logré tranquilizarme; me tomó en brazos  y me acunó  hasta que volví a dormirme. Quizás él percibió que en ese momento eras una criatura asustada. Ella levanta las piernas y se sienta como un indio. Parece una nena piensa, Gustavo.  Hay algo que me llama la atención señala primero te describiste parada y luego dijiste que caminabas él hace una pausa hasta que consigue que ella lo mire ¿por qué empezaste a caminar? Tenía que caminar. ¿Alguien te lo pedía?  El rostro de ella se crispa. Tengo demasiados problemas como para seguir perdiendo tiempo con  un sueño idiota. Gustavo se incorpora y determina mejor dejamos por hoy.

Gustavo registra el sueño con precisión. Sus suposiciones se confirman.  Subraya el ¿niña mirada? que ya había apuntado. Debe ser muy cuidadoso o, como le anticipo Ana María con Daniela, lo que empieza a emerger será reprimido. Regresa la imagen del elefante en la cristalería. Suena el teléfono. Su madre ofreciendo compartir la cena. Está por decirle que no, que hoy regresa tarde, cuando recuerda las lágrimas de Martina. Llámalo a Nacho solicita y combiná con él; si prefieren ir a tu casa, pediles el remís de siempre; si no, venite a casa; yo después te alcanzo.
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Raúl se deja caer sobre el diván. Desliza los pies hacia adelante y queda apoyado en la nuca. Calla. ¿Estás cansado? pregunta Gustavo luego de un rato. Sí, de vivir así. Explicame, por favor.  Necesito cambiar mi vida. Gustavo le ofrece agua pero Raúl se niega. La sesión pasada ya hablamos de tu padre y de tus hijos le recuerda sin embargo, hace mucho que no mencionás a Lisa, ¿a ella también quisieras cambiarla? Raúl se queda reflexionando un buen rato y luego dice aunque te suene cursi, ella es el amor de mi vida; tiene sus cosas, por supuesto, pero es una gran mina.  Una gran puta lo azuza Gustavo.  ¡¿Qué decís?!  reacciona Raúl.  Solo repito tus palabras, comentaste que Lisa era una puta porque solo cojía cuando llevabas plata a casa. Raúl se hace sonar los nudillos. El ruido irrita a Gustavo. Estamos bien informa Raúl, tajante lo que quiero estabilizar es el laburo. En otra oportunidad comentaste que ella  quería que siguieras adosado a tu padre.  Lo que pasa es que Lisa está harta de la inseguridad económica y sabe que si yo agachara la cabeza y trabajara en la empresa, todos nuestros problemas desaparecerían. Los problemas económicos sí le aclara Gustavo. No está bueno ver que tus hijos necesitan cosas que vos no podés darles se justifica Raúl. Dijiste que querías que tus hijos estuvieran orgullosos de vos, ¿lo lograrías trabajando en la empresa? Me mareás, Gustavo. En el cambio de vida que mencionaste al iniciar esta sesión, ¿estaba contemplada la posibilidad de bajar la cabeza? Anoche Lisa me pidió que lo intentara, subieron las expensas, el colegio de los chicos; está agotada de hacer horas extras admite RaúlGustavo se plantea cómo detenerlo.  Te pido que durante esta semana no tomes ninguna resolución y que te dediques a evaluar en profundidad cuáles son tus posibilidades laborales, independientes de tu padre. Tengo  cincuenta años, Gustavo, quién me va a emplear. ¿Y si pensaras en algún emprendimiento personal?¡Fácil lo hacés vos!  lo desestima Raúl.  Nunca dije que fuera fácil.

Gustavo está enojado. Tanto trabajo para escindir a Raúl de su padre y Lisa mandándolo a la boca del lobo. Las mujeres son todas iguales, decide, nos consideran instrumentos. Vibra el celular. Vamos a lo de la abuela informa Nacho. Los veo allá teclea.
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Daniela está comentando que fue al cumpleaños de la sobrina de Ariel.  Es muy duro enfrentarme con chicos de la edad de Lucas; cuando mis amigas me invitan no voy,  este era de la primita, no podía dejar de ir. ¿Cómo estuvo el nene? pregunta Gustavo. En su mundo pero bien, tienen un jardín enorme y habían alquilado un centro de juegos inflable y a Lucas le encanta trepar, tiene mucha destreza, aprendió a caminar a los diez meses; fue agotador porque no se bajó del juego ni un minuto; en un momento mi cuñada me pidió que la ayudara a repartir los panchos; no tuve más remedio que decirle que sí; le pedí a Ariel que lo vigilara; tardé un montón; cuando llegué Ariel no estaba; empecé a buscar a Luquitas pero no lo encontraba, era un mar de chicos; no lo podía creer, al nene no se lo puede dejar un minuto solo; no te explico la desesperación que me agarró; me enojé con vos, yo tenía razón. ¿Por qué? pregunta él ¿Ariel había abandonado al nene como tu padre te había abandonado a vos?  Daniela sonríe y agita ligeramente la cabeza. Entonces escuché un silbido: era Ariel desde el fondofui corriendo y lo encontré hamacando a Lucas. Ella se cubre la cara con las manos.  Para colmo dice luego de un rato le tendí los brazos para sacarlo de la hamaca pero Lucas me rechazó; ¨andá a charlar un rato tranquila¨, me ofreció Ariel, ¨yo me ocupo del nene¨. ¿Te fuiste? Sí, llorando contesta ella, mirando el piso. Lo importante es que te fuiste.

Hoy tuve un buen día, reconoce Gustavo cuando cierra la puerta tras Daniela. Después recuerda las lágrimas de Martina, el mamá se borró de Nacho. Buen día en el consultorio, se corrige.  Se prepara un té, lo toma de parado y sale hacia Villa Freud.
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Cuando debuté en este oficio me sentía inseguro en el consultorio y seguro en la vida, ahora me sucede exactamente lo contrario comenta Gustavo, ya ubicado frente a Ana María.. ¿Qué es lo que más inseguridad le provoca en la vida cotidiana? Relacionarme con Nacho contesta él sin atisbo de duda y luego de un rato añade me sirvió lo que me dijo la sesión pasada Gustavo se reacomoda en el sillón, cruza las piernas siempre había adjudicado mi dificultad para vincularme con Nacho a la falta de deseo de que naciera; no es disparatado pensar que mi desamor tuviera dedicatoria. ¿Dedicatoria? ¨Podrás obligarme a tener un hijo pero no podrás obligarme a que lo quiera¨; Cecilia siempre estuvo mortificada con el tema, más aún cuando nació Martina y descubrió que con la nena, desde el primer momento, me vinculé con total fluidez; no me malentienda, no es que no haya funcionado como padre de Nacho, cumplí con todas las obligaciones: lo llevé al colegio, al cine, al médico y hasta le leí algún cuento; pero siempre lo percibí como un ser ajeno a mí; yo me justificaba esgrimiendo que con Martina era más cariñoso por ser nena; el Edipo y toda la historia; ¿sabe cuándo verifiqué que no era cierto? Ana María lo mira arqueando las cejas cuando comencé a atender a Camilo; con ese pibe desde el primer instante me surgió el impulso de abrazarlo. Ana María hace una larga pausa y luego acota seguramente siempre estuvo pendiente de lo que usted sentía por su hijo y quizá no pudo evaluar en su justa medida cuál era la necesidad del chico hacia usted; si, como lo ha comentado en numerosas oportunidades, su relación con Martina es tan estrecha, es obvio que Nacho debe haber notado la diferencia; ¿nunca le hizo un planteo al respecto?  Gustavo niega con la cabeza y dice los chicos suelen aceptar la realidad que les toca y no se rebelan contra ella. El gesto de Ana María se torna severo. Parece que estuviera hablando de cualquier  niño, yo me refiero a su hijo dice. Gustavo se queda mirándola, no entiende qué pretende ella de él. Desde el inicio del tratamiento, usted demostró una especial empatía con Camilo; ¿quiere intentar, por un segundo, ponerse en el lugar de su hijo? Como a una pared a la que remueven un ladrillo de la base, la estructura de lo que Gustvo es, rechina. Quién pudiera tener de nuevo catorce años dice intentando detener el derrumbe. ¿Tan convencido está de que Nacho está pasándola de maravillas? Gustavo casi puede escuchar el estruendo. Lleva las manos, sin darse cuenta, hacia los oídos.  Seguramente  está atrapado entre los escombros porque experimenta un profundo dolor en el pecho. Cierra los ojos. Las palabras de Ana María le llegan desde lejos: ¿se siente bien?  ¨El lenguaje es fuente de malentendidos¨, recuerda él. Gustavo lo convoca ella. Él logra mirarla. Ella le ofrece agua. Gustavo bebe. No tengo derecho por fin consigue decir es una criatura. Entonces la caja de sus costillas se sacude. Esconde la cabeza entre las manos y, por primera vez en catorce años, llora el llanto de su hijo.

Está como si lo hubieran apaleado. Con qué fuerzas enfrentar la cena familiar. De pronto recuerda el cambio de decorado y suspira, aliviado. Yo también necesito a mi mamá, piensa. Arranca y tres cuadras después, estaciona en doble fila. Pone las luces de emergencia. Ya sabe dónde comprar los bombones.
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En cuanto su madre lo ve, pregunta ¿te pasó algo? Estoy cansado contesta él. ¿Seguro? insiste. Ya en el ascensor, Gustavo se plantea si no se equivocó al promover el encuentro. Martina lo está esperando en el palier. Ante su carita radiante,  Gustavo decide que sí, fue una buena idea. ¡Papi!, ¡la abuela me hizo tortilla! dice la nena, abrazada a su cintura.  Abuela y nieta regresan a la cocina. Gustavo entra al living. No quiero verlo a Nacho, diagnostica, y está en lo cierto porque cuando descubre al chico frente a la pantalla de su netbook, los ojos se le llenan de lágrimas. Simula un bostezo y revuelve el cabello rubio. Hola, hijo. Nacho levanta la mirada. No te había oído dice minimizando al  instante el Skype. ¿Pudiste comunicarte con mamá? pregunta él. El  chico agita la cabeza.  Ya te dije, está borrada. Gustavo se sienta en el sillón, a su lado. Nacho cierra la computadora.  ¿La extrañás? pregunta Gustavo. Para nada, lo que pasa es que me da rabia. ¿Qué es lo que te enoja? Eso, que se haya olvidado de nosotros. Nacho el pibe lo mira tu mamá no se olvidó de vos, lo que pasa es que está trabajando mucho. Sí, justo masculla.  ¿Por qué decís eso? pregunta Gustavo mientras siente que se le acelera el corazón. Nacho le clava los ojos durante unos instantes y luego se levanta.

Ya en la mesa, aturdido por el parloteo de nieta y abuela, Gustavo observa a su hijo. Revuelve la tortilla con el tenedor, pero no come. Está por preguntarle si no tiene hambre cuando lo detiene el temor de enfrentar de nuevo su mirada de hielo. Recuerda de pronto a Camilo. ¿Nacho habrá oído algo? ¡Gustavo, te estoy hablando!  lo reprende su madre. Perdón, mamá, no te escuché. Dice Martina si se puede quedar a dormir. Pero mañana tiene colegio les recuera. ¡Falto!  dice la nena con entusiasmo. Gustavo se queda desconcertado. ¿Qué instrucciones dejó Cecilia al respecto?  ¡Papi, porfi! suplica la nena, las manitos juntas.  Hecho concede él imaginando que Nacho se plegará al pedido. No obstante, el chico permanece en silencio.

Sin consultar, Nacho se sienta adelante y enciende la radio. Toca los botones pero, luego de infinitas frases de infinitas canciones, apaga. Acciona, ahora, el reproductor de CD. No debemos de pensar que ahora es diferente. Él está por pedirle que la apague cuando el chico, sonriendo, comenta ah, la que te grabé yo. Una tristeza infinita envuelve a Gustavo mientras escucha mil momentos como este quedan en mi mente; no se piensa en el verano cuando cae la nieve;
deja que pase un momento y volveremos a querernos.
Un nudo en la garganta. A mí también me gusta Vicentico informa Nacho y sube el volumen. Gustavo necesitaría poder abrazarlo.
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Miércoles 17
Gustavo acciona la tostadora nueva. Cuatro rebanadas de pan. Un solo Nesquik. Frío. Nacho se sienta, los ojos hinchados de sueño. ¿Descansaste bien? le pregunta él. Recién me dormí a las cuatro informa el chico. Me hubieras avisado, estaba desvelado. Nacho, ahora lo mira con atención. ¿Tenés insomnio? pregunta. A veces confiesa él. Marti también, yo la escucho. ¿Qué escuchás? Cuando da vueltas en la cama  dice mientras mastica y luego comenta qué loco, a los tres  nos cuesta dormir y nunca decimos nada. El chico toma un trago de leche y luego indaga ¿mamá va a volver? ¡Claro!, ¿por qué preguntás eso? Nacho se encoge de hombros y parándose dice  vamos, que es tarde.

Me parece que Nacho se dio cuenta de algo comenta Gustavo. Santiago baja la taza y lo mira con interés.  Está muy enojado con la madre.  Tal vez porque ella se está comunicando poco comenta Sntiago ¿le preguntaste? Sí, pero sabés como es tu ahijado: una momia. Pensé que estaba un poco mejor con vos. Mejor está, tengo que reconocer admite Gustavo.  Quizá seas vos el que está precisando más contacto con él sugiere su amigo.  Gustavo lo mira con extrañeza.  No sé para qué voy a lo de Ana María si vos siempre me cantás la justa. Todavía no te pasé los honorarios bromea Santiago. Ambos ríen.

Gustavo y Natalia, en la secretaría, retiran la certificación del curso.  Caminan luego por Pueyrredón hasta Pertutti. Mientras comparten una pizza se ponen al día con las novedades de sus respectivos consultorios. Se produce, luego, un silencio incómodo.  Ya no nos veremos declara ella.  ¿Por qué? la rebate él me quedaría sin saber cómo van evolucionando tus pacientes. Ella sonríe. No nos conocemos agrega ella.  Soy de capricornio informa él. Ríen.  Solo sabrás cuál es mi signo cuando me invites a cenar. Hecho dice él mientras piensa  cómo se arreglará con los chicos.
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Finalmente el domingo nos reunimos en lo de María  anuncia Laura y señalando sus zapatillas agrega la primogénita avanza sobre mí.  Gustavo recuerda, entonces, el próximo día de la madre. Yo tengo más suerte que mis hijos,  evalúa. ¿No le gusta más considerar que avanzan  juntas? propone. Ella sonríe y comenta  ¿usted siempre tiene algo para decir? Él se encoge de hombros, divertido.  Federico ya confirmó que va informa Laura. ¿Eso la pone contenta? Me da miedo admite. Extraña apreciación. Mientras no lo veo puedo imaginarme que todo sigue igual, pero frente a él, siento que lo perdí. Gustavo va a hacer un comentario cuando ella añade  usted ya debe estar harto de escucharme hablar siempre de lo mismo, ¿no? Él se toma unos segundos antes de preguntar si no estuviera hablando de sus hijos, ¿de qué hablaría? Laura parece desconcertada. Abre  la cartera, busca algo que no encuentra y la cierra. Le conté que falleció mi hermano, ¿no? dice al fin. Nunca me lo comentó responde Gustavo, extrañado. ¿Cuándo? pregunta.  En enero, el 10 de enero. Gustavo hace cuentas: Laura fue su primera paciente. Un mes antes de que iniciáramos estos encuentros deduce él.  Sí, qué raro afirma ella creí que se lo había dicho; mi cuñada llamó por teléfono y de repente ya no tenía hermano;  infarto masivo; fue un gran golpe, era mi único hermano, catorce años menor; yo lo crié.  Usted acaba de decir que perdió a Federico, pero en realidad perdió a ese hijo que su hermano fue para usted acota Gustavo. ¿¡Cómo!? el rostro de Laura se tensa. Comentó que hacía siete meses que no veía a Federico; si no me equivoco las fechas son coincidentes. Sí  dice Laura no lo había pensado; las semanas que siguieron a la muerte de mi hermano son como una nebulosa. Tan borrosas que no encontró la manera de trabajar su duelo acá. Es que hago muchos esfuerzos para olvidarlo. ¿Para olvidar a su hermano? No, para olvidarme de que murió; a veces decreto que está de viaje, él viajaba mucho por su trabajo; me da vergüenza decirlo pero evito hablar con mi cuñada, escucharla me estrella en la realidad la voz de Laura se quiebra  me alegra que mi madre no esté viva; no lo hubiera podido tolerar las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. Usted no lo puede tolerar la corrige Gustavo.  El pecho de Laura se sacude en sollozos. Él la observa llorar, en silencio. Poco a poco ella se va tranquilizando. Desde el entierro que no lloro por él dice. Cuando la está despidiendo Gustavo acota que disfrute del domingo ella lo mira porque a Federico sí que no lo perdió.  

Mientras toma un té, parado en el balcón, Gustavo reflexiona. Laura se presentó a terapia escudándose en los conflictos con la publicación de su libro. Meses después se destapó el alejamiento del hijo. Hablando de eso surgió su desilusión con la maternidad. El fallecimiento de su hermano, ahora. ¿Así hasta cuándo? De Plutón a Mercurio, recuerda. Y luego, el Sol. Sonríe solo. Nunca olvidó la regla nemotécnica. Mevetima jusauneplu. Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno,  Plutón. Ya se la enseñó a Martina. ¿Y a Nacho? Ve bajar a Camilo de un auto. Está por entrar, cuando descubre que no solo el pibe desciende. No me avisó, no me preparé, piensa, mientras las palmas de las manos se le humedecen. Se apresura a buscar la ficha de Camilo.
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No la recordaba tan bonita. El cabello largo, lacio y rubio. La nariz respingada. Los pómulos nórdicos. La cara del hijo, resuelve Gustavo. Besa la  mejilla de Valeria y estrecha la mano de. Francisco. Adelante los invita mientras les indica con el brazo extendido el camino.  Camilo, las mejillas ligeramente sonrojadas, le hace señas desde el palier. ¿Viste que te los traje? susurra. Gustavo se turba. No previó ni dónde sentarlos.  Busca una silla en el escritorio. Cuando entra al consultorio, encuentra a los tres parados junto a la ventana. Ubíquense,  por favor  indica señalando el diván. Allí se acomodan Valeria y Camilo.  Gustavo coloca la silla a la izquierda de su sillón. Francisco se sienta. Gustavo trata, nervioso, de diseñar una estrategia en mínimos segundos. Les sonríe, mientras tanto. Camilo dijo que querías vernos se decide a hablar Valeria. Gustavo busca los ojos del chico que hurta la mirada. Hace un par de sesiones que veníamos considerando la posibilidad de convocarlos. ¿Por algo en particular? pregunta Francisco. Camilo, ¿querés contarles vos? sugiere Gustavo. El chico niega con la cabeza. Me dejo solo, rumia Gustavo.  Me parece que les está costando comunicarse. ¿Por qué dice eso? interviene Francisco. Hay cosas que Camilo quiere decirles y no puede y otras que quiere que ustedes le cuenten.  ¿Qué querés decirnos? pregunta la madre girando hacia él.  Camilo calla. ¿Te ayudo? propone Gustavo.  El chico se encoge de hombros. Camilo necesita más independencia transmite Gustavo siente que lo tratan como a un nene y que hay muchas cosas que no puede hacer. Me duele que diga eso Valeria se estruja las manos cuando, tanto mi marido como yo, postergamos nuestras propias actividades para que él pueda ir a donde se le ocurra ir. No es eso lo que está diciendo Gustavo la interrumpe su marido. A ver, Camilo. ¿qué es lo que no te dejamos hacer? vuelve ella a la carga. ¡Viajar solo! ¡Pero sí te llevamos a todos lados! dice ella elevando la voz la semana pasada quisiste ir a lo de Leo a las cinco de la tarde y salí antes del trabajo para poder acompañarte. Sí, ¡y te quedaste esperando como si yo fuera un idiota!; ¡me hiciste pasar un papelón! ¡No le hables así a tu madre! lo reconviene Francisco. Gustavo está asustado. La situación se le escapa de las manos. Debería haberlo consultado con Ana María. Me parece que lo que está sucediendo confirma las dificultades a las que me referí al iniciar la sesión; Camilo está diciendo que necesita que se den cuenta de que creció; Valeria lo recibe como una ingratitud y Francisco solo intenta conservar la armonía; ¿por qué no tratan de escucharse? Se hace el silencio. Gustavo ofrece agua, todos beben.  Camilo lo convoca Gustavo ¿qué querés decirles a tus papás?  El chico deja el vaso sobre la mesa. Necesito que me dejen mover solo. ¿Te molesta que te llevemos nosotros? pregunta Francisco.  Camilo baja la mirada pero luego lo enfrenta.  dice, rotundo me da vergüenza. ¿Te avergonzás de tus padres? la voz de Valeria es un hilo. Los ojos del chico se llenan de lágrimas. No lo hagas sentir peor la recrimina Francisco.  Gustavo se acuerda de Natalia: ya le contará que no es fácil.  Camilo no se avergüenza de ustedes; le da vergüenza quedar como un nene frente a sus amigos Gustavo hace una pausa intencionalmente larga y sus amigas. Francisco sonríe. Ya entendió, decide él. Hijo, ¿cómo te podemos ayudar? pregunta el padre. Camilo se endereza en el asiento. Ya te dije, quiero viajar solo. ¿Ir en remís en lugar de que te llevemos? En remís pero también en colectivo.  ¡¿En colectivo?! pregunta la madre, los hermosos ojos muy abiertos ¿con las muletas? Gustavo observa a Camilo, los hombros caídos, la vista en el piso. Quizá sea complicado viajar solo, pero si algún compañero lo ayuda, seguramente se podrá arreglar  propone mientras observa el rostro de Francisco. El hombre, traga saliva los ojos húmedos. Gustavo, por primera vez, se imagina a Nacho discapacitado. Se acuerda de Raúl, y hace girar la lengua contra el paladar. Estoy de acuerdo, hijo enuncia el padre mañana mismo comenzaremos a practicar. Las silenciosas lágrimas de Valeria  se van transformando en sollozos. Camilo la abraza.

¿Nos vemos el miércoles próximo? pregunta Francisco en el palier. ¿Qué te parece? consulta Gustavo a Camilo, que ya está abriendo el ascensor. Dale dice el pibe. Valeria, que había entrado a buscar el abrigo, sale. Gracias, de veras, muchas gracias dice mientras él la ayuda a ponérselo. Entra y se deja caer sobre el diván. Instantes después se incorpora y va hasta el teléfono. Hola, mamá, ¿todo bien?; ¿te puedo pedir un favor?, ¿esta noche podrías cenar con los chicos?; muchas gracias, después te confirmo. Busca ahora el celular. ¿Estás dispuesta a develarme tu signo? teclea, sonriente.
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A Gustavo lo sorprende el atuendo de María Inés. Jean, camisa rosa a cuadritos, zapatillas. La cara sin maquillar.  Una chiquilina,  muy lejos de sus treinta años. Se mordisquea las uñas. ¿Cómo anduvo tu semana? le pregunta al ver que ella calla. Sin mayores novedades; el viernes fui a visitar a mi abuela, hacía mucho que no la veía; vive sola, bah, con una señora que la cuida; fuimos porque era el cumpleaños. ¿Con quién fuiste? Con mi mamá, ella va casi todos los días. Y vos no enuncia Gustavo.  ¿Me estás retando? Estoy repitiendo lo que me contaste le aclara él.. Mamá siempre se enoja conmigo porque no voy  informa María Inés. ¿Y por qué no vas? Estoy muy ocupada, y me queda a trasmano. Aja comenta Gustavo así te justificás ante tu madre. ¿A qué viene tu interés? Sí, como comentaste al despedirte la última sesión, tenés tantos problemas, me imagino que no estarás desperdiciando tu tiempo aquí dedicándolo a idioteces.  La mirada de María Inés se endurece. Me cuesta ir a verla admite  ante el silencio de Gustavo agrega es que yo mucho no la quiero. ¿No tuvo relación con vos? ¡Sí!, cuando mamá iba al estudio me dejaba en casa de mis abuelos. ¿A vos sola? Sí, mi hermano es bastante más grande, ya iba a la escuela. ¿Tu abuelo vive? No, hace mil años que murió, yo era chica.  Gustavo tiene una intuición.  ¿A él tampoco lo querías?  ¡Menos todavía! dice mientras vuelve a comerse las uñas.  Me imagino, entonces, que a vos no te gustaba que tu mamá te dejara con ellos trata Gustavo de ordenar las pistas.  No, hacía berrinches pero ella me dejaba igual. ¿Cuántos años tenías? Desde bebita hasta que empecé el jardín de infantes, a los cuatro. Empezaste grande. Sí, no había vacante en la escuela a la que me querían mandar. ¿Por qué no te gustaba quedarte? María Inés recoge las piernas sobre el diván, en silencio.  Era muy chiquita, casi no me acuerdo. Quiere decir que de algo te acordás. Yo quería que mi abuela me llevara cuando iba a hacer las compras, pero ella no quería, decía que volvía muy cargada cuenta María Inés. ¿Con quién te quedabas? Con mi abuelo informa.  ¿Y qué hacian? ¡Nada! ¿Por eso no te querías quedar con tu abuelo? aventura Gustavo ¿porque te aburrías? Ella no contesta. Cerrá los ojos le indica Gustavo. Ella obedece.  Sos chiquita y estás con tu abuelo. María Inés se abraza con ambas manos.  ¿Qué estás haciendo? ¡Nada!  repite ella, de mal modo. Gustavo le sirve un vaso de agua. Le respeta el larguísimo silencio. Gerardo se fue a Mendoza hace dos días informa luego.  ¿Con Alberto? pregunta él. No, mi papá le pidió que lo acompañara, tiene un caso muy complicado allá explica.  Lo extraño mucho murmura.

Gustavo apunta la sesión. No quiere olvidar ni una palabra. Insistir con el abuelo, escribe. Vibra su celular. Me desocupo a las siete, llamame y combinamos, lee. Levanta el teléfono. Hola, hijo atiende su madre. Mañana sin falta le comprará el regalo. Lo consultará con Martina.
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Hace un rato me llamó mi hermano comenta Raúl para invitarnos a comer un asado el sábado en su country. ¿Qué le dijiste? Que lo iba a consultar con Lisa, pero ni le pregunté, le voy a decir que no podemos, excusas siempre hay, y además el domingo es el día de la madre, andá a enganchar a los pibes dos días seguidos se excusa Raúl. ¿Festeja algo? No, comentó que hacía mucho que no nos veíamos, que era una lástima que los primos estuvieran tan distanciados; se ve que se golpeó la cabeza. ¿Por qué no querés ir? Raúl se atusa la barba. No tengo nada en común con mi hermano dice. ¿Ni siquiera el padre?  Raúl lo mira, levantando las cejas.  ¿Nunca le preguntaste si no le pesa trabajar con él? inquiere Gustavo. Jamás hablamos sobre nuestro viejo.  Gustavo permanece en silencio.  ¿No me vas decir que  tal vez llegó el momento? Gustavo sonríe. Parece que no hace falta dice. Raúl se echa el pelo hacia atrás, se restriega la cara y comenta me quedé rumiando en lo que charlamos el otro día; me di cuenta de que volver a engancharme en las empresas de mi viejo es tirar por la borda todo lo que venimos trabajando acá; por suerte un amigo me pidió un proyecto para refaccionarle la casa y, además, estuve pensando en lo del emprendimiento; ¿sabés lo que es Autocad? lo mira a Gustavo que niega con la cabeza un programa de dibujo que se utiliza en arquitectura; lo manejo con los ojos cerrados,  tengo mucha experiencia; se me ocurrió dar clases, ¿te parece un disparate? Gustavo sonríe. Parece una buena idea aprueba, satisfecho. Consigo mismo, satisfecho.


Apoyado en la puerta, duda de la decisión tomada.  ¿Tengo una cita?, se pregunta, ¿cuántos miles de años desde la última? Cecilia me robó la vida, decide, no tuve una sola cita de hombre adulto. A los veinte, la última.  Tendría que llamarlo a Santiago, piensa, pero cuando mira la hora descubre que ya no tiene tiempo. Ahora Daniela, luego, a las corridas, Ana María. Después Natalia, se dice en voz alta porque precisa escucharse. Ni siquiera sabe si le gusta.  Vibra el celular. Papi no me llamaste lee. Me olvidé de los chicos, comprueba. Va a cenar la abuela, llego tarde. Besos, muñequita teclea sintiéndose agudamente culpable. Abre el mensaje, cambia la última frase y lo reenvía. Chau, hijo.
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Empecé a trabajar desde casa informa Daniela. ¿Cómo te resulta? No fue fácil comenta ella mientras saca una pastilla del paquete creí que iba a poder hacerme cargo del nene mientras trabajaba pero tenía que interrumpir a cada rato; ahora está viniendo mamá; prepara la comida, le cambia los pañales, atiende a la fonoaudióloga; cuando el nene se pone difícil me avisa y en un ratito lo soluciono; no sé qué haría sin ella. ¿Te envían todos los profesionales a tu casa? pregunta Gustavo, sorprendido.  Solo la fonoaudióloga, la sicóloga, no. ¿Lo llevás vos? Daniela se ruboriza ligeramente, baja la vista. No puedo porque es el día que voy a la oficina; lo lleva Ariel; la mujer nos pidió que evitáramos los cambios. ¿Lucas ofrece resistencia a ir con el papá? Para nada,  me contó mi mamá que en cuanto aparece Ariel a buscarlo, se arrima y le tiende la manito; los lleva mi papá en el auto y después los pasa a buscar, y los acerca a casa.  Gustavo la observa, en silencio, sonriente. ¿Por qué me mira así?  pregunta ella, arreglándose  el cabello. ¿Seguís pensando que estás sola para ocuparte de tu hijo?


Ni bien despide a Daniela, Gustavo busca el celular. Creí que te habías arrepentido contesta Natalia. Recién termino de atender y ya salgo para mi terapia; me desocupo a las ocho y mediapor Villa Freud; acepto sugerencias.
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Hoy Nacho me preguntó si su mamá iba a volver inicia la sesión Gustavo es que Cecilia está borradísima, ¿hasta de sus hijos se olvidó?; me parece que el chico algo registró, quizás nos escuchó discutir. Y sí comenta Ana María los hijos perciben todo; además, le debe llamar la atención que ustedes no se mantengan en contacto. No soy yo quien tiene que darle explicaciones se justifica Gustavo. Quizá pueda darle crédito a su percepción de que algo está pasando entre sus padres sin precisar los motivos; es probable que lo irrite que usted desestime de plano sus dudas. Puede ser admite Gustavo si la indiferencia de la madre se instala, algo tendré que decirles; Martina ya está haciendo síntomas; duerme mal, cada dos por tres aterriza en mi cama. ¿Duerme con usted? pregunta muy seria, Ana María. No, todavía me queda alguna neurona; no se lo permito, aunque tengo que reconocer que yo también me siento muy solo en mi cama; me siento muy solo en la vida, en realidad. Ella sonríe con dulzura. Hoy, de improviso, se me aparecieron los padres de Camilo, él los invitó; me conmovió verlos unidos en el dolor por su hijo. ¿Nunca se sintió ligado a Cecilia a través de Nacho? No, ahora me doy cuenta reconoce Gustavo debe haber sido duro para ella. ¿Tanto que necesitó vengarse yéndose con otro hombre? aventura ella. No estoy diciendo eso; solo que a lo mejor no fui tan buen marido como yo suponía; ni hablar del padre que fui para Nacho; recién lo estoy descubriendo; es un gran pibe. Quiere decir que Cecilia hizo un buen trabajo. Sí, siempre fue excelente madre, no sé qué le está pasando. ¿Intentó hablar con ella? No la quiero escuchar. ¿Ni por sus hijos? Él sumerge la vista en la alfombra. ¿Cuándo vuelve Cecilia? pregunta Ana María. Supuestamente en un mes. ¿Usted, como su hijo, duda de que regrese? Solo quiero que vuelva por ellos. Claro, porque a usted le conviene que Cecilia permanezca indefinidamente en Chile. ¿Qué quiere sugerir? pregunta él, irritado. Que mientras ella esté lejos, usted puede hacer de cuenta que solo se fue por el trabajo; no necesita dar explicaciones ni a sus padres ni a sus hijos; hasta puede engañarse a sí mismo; es el marido abnegado que para que su mujer pueda desarrollarse profesionalmente, se hace cargo de sus hijos. Gustavo experimenta una repentina vergüenza. Teme enrojecer. Se sirve un vaso de agua. Carraspea.  Cuando salga de aquí cenaré con una mujer dice buscando recuperar su autoestimaAna María hace un gesto de sorpresa.  Él se siente fortalecido. Es una compañera del curso continúa contando Natalia se llama, creo que es mayor que yo. ¿Soltera? No lo sé; solo hablamos de nuestros pacientes, ella también es principiante; cuando me quise acordar estaba inmerso en esta cena. ¿Se arrepiente? Tengo que confesarle que me asusta; quizás ella lo tomó como una cita y yo ni sé si tengo ganas ni sé cómo debo actuar; Cecilia tenía razón, estoy oxidado. ¿Quién promovió el encuentro? Gustavo se queda reflexionando. Ella, en realidad  admite. Despreocúpese, ella, entonces, sabrá conducirlo.
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Cuando llega, encuentra a Natalia tras la puerta de vidrio.  Mientras ella se acerca al auto, el corazón de él se agita. Cómo puedo ser tan boludo, piensa. Qué puntual comenta Natalia, ya sentada a su lado, mientras lo besa en la mejilla. ¿Adónde vamos? pregunta él. Hay un restaurante muy tranquilo a un par de cuadras; si estás de acuerdo, yo te guío. Gustavo recuerda las palabras de Ana María y se le escapa una sonrisa.  Quizá percibiéndola, ella agrega o a donde vos quieras. Mientras conduce, obediente, Gustavo se tranquiliza. Natalia habla. Del tránsito, del clima. En cuanto se instalan ella ofrece ¿picoteamos unas rabas?, aquí las hacen riquísimas; ¿un vinito blanco? Pedí lo que quieras; yo no tomo cuando manejo dice y se siente como el rey de los pelotudos; ella es la que maneja, la que lo maneja.  Contame de vos propone él, tratando de tomar la iniciativa. Soy de capricornio informa ella, echa la cabeza hacia atrás y ríe. ¿Alguna otra pista? Me separé en enero, tengo un nene de cinco años; antes trabajaba  en la empresa de mi marido por eso es que ahora retomé la sicología informa mientras hace girar el índice derecho sobre la copa aún vacía. Muchos cambios en tu vida comenta él. Sí, como dice Lerner, fue un volver a empezar. ¿Divorcio de común acuerdo? averigua él.  Descubrí que hacía dos años que tenía otra mina: la secretaria; yo, por supuesto, la conocía; una chica jovencita. El mozo se acerca con el vino.  Gustavo no lo detiene cuando le sirve.  ¿Te arrepentiste? pregunta ella en cuanto el hombre se aleja  Él se encoge de hombros y eleva la copa. Brindan en silencio.  Es tu turno indica ella.  Estoy casado, tengo una hija de diez años y un pibe de catorce. ¡Qué grandes! comenta ella  porque vos sos muy joven, Treinta y cinco informa él, incómodo.  ¿Felizmente casado? pregunta Natalia. Si así fuera no estaría aquí, sino cenando con mi esposa. Contame exige ella. La llegada de las rabas los interrumpe. Dale, te escucho pide Natalia alzando el tenedor,  Mi mujer está en Chile  él duda, solo lo ha hablado con Santiago y Ana María, ¿debe confesarse ante una desconocida? Ya que fuiste sincera te devuelvo con la misma moneda al fin decide mi mujer está allí trabajando con su amante, algo así como su jefe; ¿te suena la historia?; regresa en un mes, supongo.  ¿Suponés? Eran sus planes pero no estamos en contacto. ¿Y los pibes?  Gustavo siente vergüenza al confesarle los dejó, están conmigo. Como reforzando sus palabras, suena el celular. Perdón pide él es mi hija Papi donde estás lee. Cenando, más tarde te veo. Besos, muñequita escribe y luego apaga el aparato. La nena es muy demandante explica. ¿Todavía no resolvió el Edipo? plantea ella, burlona. Ambos ríen. La conversación se vuelca, entonces, hacia sus respectivos pacientes. Gustavo le describe con detalle la visita de los padres de Camilo. Ahora sí se siente como pez en el agua. Le encanta hablar con ella sobre su consultorio mientras desfilan el pollo, el helado y el café. Es aguda, inteligente, sensible,  De pronto Gustavo mira el reloj. Las doce de la noche. Es tardísimo comenta dejé a los chicos con mi mamá.  Llama al mozo y, pese a las protestas de ella, paga.  Salen y caminan en silencio la cuadra hasta el auto.  Cuando llegan frente a la casa de ella, Natalia le da un beso en la mejilla. Él la toma del mentón y roza levemente sus labios. Te llamo le dice. Ella sonríe, triste, y baja del coche.


Gustavo abre la puerta de calle intentado no hacer ruido. Inútilmente. Lacán se abalanza revoleando  la cola y ladrando. ¡Sh! intenta calmarlo. ¿Papi?, ¿sos vos? le llega desde el cuarto de Martina. Gustavo, contrariado, menea la cabeza. Sonamos, se dice, y se dirige cabizbajo, seguido por el perro, hacia la voz.  ¿Adónde fuiste? lo recibe la nena.  Callate que vas a despertar a la abuela le ordena él, con un dedo sobre los labios.  Estaba despierta comunica su madre  desde la otra camita, encendiendo el velador. Tuve que cenar con una compañera del curso informa Gustavo, que odia mentir.  ¿Por qué?  Demasiado para él. Para terminar un trabajo pendiente  decide suavizar la situación. ¡Ufa!  protesta Martina.  ¡A dormir que es tarde! ordena él. Mira entonces a su madre. Sus ojos son un par de lanzas.  Buenas noches las saluda mientras entorna la puerta.
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Miércoles 24
Nacho está bajando del auto cuando se agarra la cabeza con las manos. ¡Si seré boludo! ¿Qué pasó? pregunta Gustavo mirando por el espejo retrovisor.  ¡Me dejé el trabajo de geografía sobre la mesa de la cocina!; me van a poner un uno y tengo que levantar nota. Gustavo mira el reloj, la puta madre en un rato te lo traigo ofreceNacho lo mira, atónito. ¿De veras, pa? En el primer semáforo Gustavo busca el celular.  Retrasado media hora escribe.  Estaciona el auto sobre Cabildo, pone las luces de emergencia y le pide al portero que se lo mire. En la cocina encuentra a Juana lavando las tazas del desayuno y a Lacán muy concentrado comiendo, pero no al trabajo. Lo llevé al dormitorio de Nachito, está sobre el escritorio informa ella.  Sale corriendo. En el ascensor descubre que está transpirado. ¡Maldición! dice en voz alta. Al salir descubre una infracción por mal estacionamiento pero no al portero. Puteando sube al auto, qué tiene en la cabeza el pendejo. Llega al colegio, estaciona sobre la raya amarilla de la entrada y toca el timbre.  Un hombre le pregunta en qué segundo está el chico. Gustavo no lo sabe. Su cara de desesperación es tan elocuente que el hombre se compromete a entregar el trabajo.  Gustavo se deja caer sobre el asiento del coche, las manos húmedas. Suena el celular. No, San, hoy no puedo, después te explicó con su única neurona sobreviviente propone  ¿por qué no te venís a cenar así ves a los chicos? Arranca bruscamente, maneja por Cabildo y luego por Santa Fe. Dobla por Coronel Díaz. Da un par de vueltas buscando un hueco para el auto pero luego decide que ya fue demasiado estrés por ese día y opta por una playa de estacionamiento.  Antes de salir del coche se pasa un pañuelo por la frente. Busca desodorante en la guantera. Se acomoda el cabello con las manos y baja.

Natalia baja a abrirle. Sin cartera, registra Gustavo. Lo besa en la mejilla. ¿Desayunamos en casa? propone cuando volvía de llevar al nene al colegio compré medialunas. Cuánta razón tenía Ana María, solo es cuestión de dejarse conducir. Mientras suben en el ascensor, con un hombre gordísimo, Gustavo la observa con atención. Pollera corta, tacos altos, los labios pintados.  Como marcando el centro de un tiro al blanco. Porque sabe que allí aterrizará, más tarde o más temprano, su propia boca. ¿Me gusta?, se pregunta. Es una linda mina, intenta ser objetivo, Mientras Natalia gira para abrir la puerta, él baja la mirada. Piernas de diez. Gustavo apaga el celular. Está ligeramente excitado.


 Muebles negros, profusión de adornos dorados, cortinados pesados.  La mesa puesta con esmero para el desayuno. A Gustavo le enternece el ramito de jazmines entre ambas tazas. Cómo no le traje flores, se reta. Recuerda la conversación con Camilo. O un chocolate, o bombones. La culpa la tiene Nacho, se justifica. ¿Me ayudás? lo convoca ella.  Él va hacia la cocina, reluciente y blanca. Ella le señala el plato con las facturas mientras lleva hacia el comedor la cafetera y la lechera de porcelana.  Se ubican alrededor de la mesa. Él le pregunta por sus pacientes. Ella se explaya, entusiasmada. ¿Regresaron los padres de Camilo? averigua Natalia.  No volví a tener consultorio desde que nos vimos informa él.  Cierto dice ella solo los miércoles, sesión; ¿querés más café? ofrece.  Él niega y ella se incorpora para levantar la mesa. Él la ayuda. Qué absurdo, piensa, compartiendo tareas domésticas. Natalia deja todo en la pileta y propone mejor nos sentamos en el living y lo guía hacia el sillón de tres cuerpos. Ya ubicados, ella lo mira. Su sonrisa es una ofrenda, piensa Gustavo que se inclina hacia ella y la besa en los labios. Natalia, los ojos cerrados, abre la boca. Él se sumerge en ella. Sus manos abriendo botones, bajando cierres. Minutos después ella, sosteniéndose la blusa entreabierta, lo conduce al dormitorio. Él la sigue, el pantalón delatando su rotunda erección.
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Se encuentra con Laura, cuando está abriendo la puerta de calle. Él odia llegar sobre la hora; está agitado. Suben juntos hablando del tránsito.  Nos reunimos el domingo relata Laura ya sentada yo amanecí muy triste, discutí  con Luis por el pan que había comprado y me puse a llorar. Como ella permanece en silencio, Gustavo le pregunta ¿por qué se sentía mal?  Laura se echa el cabello hacia atrás.  No sé contesta pero después me puse bien. Tratemos de pensar qué la puso mal antes y qué modificó luego su estado anímico. Ella se encoge de hombros. Está usted para entenderme, yo ya renuncié dice sonriendo. Vamos por partes enuncia Gustavo la otra sesión comentó que sentía que el hecho de que el festejo del día de la madre fuera en lo de su hija era una señal de que ella avanzaba sobre usted Laura cabecea también dijo que tenía miedo de ver a Federico porque le costaba reconocer que ya es un hombre y, por último Gustavo se interrumpe hasta que ella lo mira  este es el primer día de la madre en que falta su hermano, quien, de alguna manera, fue una suerte de hijo para usted. Cuando estoy aquí siento que mi piel deja de protegerme y me vuelvo transparente. Gustavo recuerda las palabras de María Inés frente a las estrellas de su sueño. Ahora le toca a usted analizar por qué logró transformar su desazón. Laura se reacomoda, cruza las piernas. Cuando entré a lo de María, me emocioné; armó la mesa de pingpong; compró una tela y la cubrió; un centro precioso de flores; ocho lugares; increíble que nuestra familia haya crecido tanto: Federico vino a saludarme, no recuerdo cuándo fue la última vez que me abrazó así; en el momento de despedirnos le pregunté cuándo tenía un ratito para que nos encontráramos; prometió que me llamaría; dudo mucho de que eso ocurra pero al menos no me dijo, como otras veces, directamente que no. Gustavo sonríe.  Veo que ha tenido un buen día de la madre. Sí admite ella  pero cuando regresé a casa me puse a ver fotos de mi hermano, todavía no lo había hecho y me agarró un ataque de llanto; Luis vino, me abrazo y me mandó a la cama con un té. Todo estuvo bien aclara Gustavo hasta las lágrimas por su hermano; el peor duelo es el que se niega; seguiremos trabajando en el tema. Laura de repente se pone muy seria ¿nunca me va a liberar? Gustavo, sorprendido, contesta en el momento en que usted considere que ya no me necesita. ¡Me parece que falta bastante! dice ella, dulcificando el rostro.


Gustavo se acuesta en el diván. No puede creer lo que pasó. Me acosté con otra mujer, piensa. Quince años buceando en el cuerpo de Cecilia y ahora, de la nada, enredado en otras piernas. No es la única capaz de proporcionarme placer, piensa. ¿Cuánto hacía que no se sentía deseado por una mujer?, ¿cuánto que no era él quién tomaba la iniciativa? Descubre que Cecilia tenía razón: hacía mucho que no eran amantes. ¿Cómo no se dio cuenta de que Cecilia ya no era la mujer ardiente de antes?, ¿cuándo dejó de serlo? El timbre lo asusta. Se incorpora como un resorte. Alisa el diván.
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Valeria no pudo venir explica Francisco mientras se sienta tuvo que ir a buscar a  nuestro hijito menor al jardín porque estaba vomitando. Pero viniste vos aclara Camilo. ¿Hay algo que le quieras decir a tu papá? pregunta Gustavo. Luego de unos segundos el chico dice ya hablamos de lo que yo quería decirle, preguntale a él si no hay algo que quiera contarme. Gustavo, entonces, se dirige a Francisco. ¿Hay algo que quieras decirle a tu hijo? ¿Por qué me lo preguntás? inquiere Francisco, apretándose los nudillos. Gustavo calla.  Dale, papá, no te hagas el tonto se burla Camilo. No sé a qué te referís. ¿De qué cosa azul nos tenemos que enterar? El rostro de Francisco se transfigura. Cierra los ojos. Después de unos segundos Gustavo le pregunta  ¿te sentís bien? mientras le sirve un vaso de agua. Francisco bebé. No me contestaste insiste Camilo. Quizá tu papá prefiere hablar con vos a solas; ¿quieren que salga un ratito? propone Gustavo. Si te vas, no me lo va a contar plantea el chico.  No se puede obligar a nadie a hablar le aclara Gustavo. Está bien desestima Francisco en algún momento se lo tengo que decir gira en el diván, inspira hondo y enfrenta a Camilo Azul es mi hijita. Gustavo, desconcertado, observa a Camilo, cuyos ojos adquieren un tamaño descomunal. ¡¿Qué?!  exclama el chico. Tiene un año y vive en Rosario con su mamá agrega Francisco bajando la mirada. ¡No puede ser! dice Camilo pero luego de un rato comenta claro, por eso viajás tanto a Rosario, no por el trabajo; vos mentís, siempre mentís; ¡nunca más voy a creerte!  Gustavo retira la vista del chico y la dirige al padre. Está pálido, tiembla mientras dice por eso no quise decírtelo, porque sabía que no lo ibas a aceptar. ¿Por qué tuviste otra hija? Camilo está furioso ¿no te alcanzaba con nosotros tres?, ¿no te alcanzaba con mamá que buscaste otra mujer?sos una basura. Gustavo no sabe cómo manejar la situación. Me excede, evalúa. Me parece, Camilo, que deberías darle a tu papá la posibilidad de que se explique. Francisco le oprime el brazo pero el chico lo rechaza. Hijo balbucea Francisco sé que a tu edad es imposible que me entiendas; cuando mamá se fue a Estados Unidos a cuidar a tu tía, me quedé solo por un mes, pasarán muchos años antes de que puedas comprenderlo, pero es muy difícil para un hombre estar solo durante un mes. Gustavo piensa en Cecilia, piensa en Natalia. Conocí a un mujer continúa Francisco y pasó lo que no tendría que haber pasado; luego quedó embarazada y, aunque no la planeé ni la deseé, nació Azul y yo no pude abandonarla porque también es mi hija; tu mamá sufrió mucho pero finalmente lo entendió; hace un año que estoy buscando el momento apropiado para contártelo. ¡Sos un mentiroso!, ¡nunca te voy a perdonar!   Francisco cierra los ojos, apoya la nuca en el respaldo. Gustavo busca, desesperadamente, un recurso. Que tu papá haya decidido que no era la situación adecuada para contarte lo de Azul no lo convierte en un mentiroso. Francisco se endereza, traga saliva. Estabas en medio de las dos operaciones, hijo, ¿cómo podía proporcionarte otro dolor?, y no me equivoqué al ocultártelo, porque evidentemente no estabas preparado para recibir la noticia. Camilo, mírame pide Gustavo los padres no somos dioses y cuando repara en el plural ya es tarde somos seres humanos, y, como tales, pasibles de equivocarnos; ¿qué es lo que decís que nunca le perdonarás a tu papá? ¡Que me haya mentido! Pero ahora te está diciendo la verdad; una verdad que vos reclamaste pero que no estás pudiendo aceptar; ¿no le podés perdonar que te haya mentido o no podés perdonarlo por  Azul? ¡La nena no tiene la culpa!  dice Camilo y al instante las lágrimas empiezan a deslizarse por sus mejillas. ¿Cómo es? pregunta un rato después, la cara ya empapada. Muy parecida a Tobi, pero rubiecita. Como yo dice el chico, se pasa las manos por las mejillas y pregunta ¿mamá la conoce? Francisco asiente ¿querés a la nena?  Francisco vuelve a asentir ¿cómo a nosotros? Francisco busca la mirada de Gustavo que baja levemente el mentón. Sí  admite el hombre es mi hija y tiende un pañuelo de tela que el chico acepta. Entonces es mi hermana  dice Camilo mirando a Gustavo, que asiente con la cabeza. Los ojos del chico enfrentan ahora al padre. Y si es mi hermana quiero conocerla. Francisco, como tocado por un rayo, se cubre la cara con las manos y estalla en sollozos. Camilo apoya la mano sobre la cabeza de su padre. Ya va a estar todo bien, pa dice.


Gustavo se apoya sobre la puerta y cierra los ojos. Le duele todo. Extraña la sensación de haber estado dentro de Camilo y de Francisco al mismo tiempo. Va hasta la cocina y se calienta un café. ¿Cómo reaccionará Nacho cuando Cecilia le cuente de su amante? Se sorprende y se alarma: no pensó el potencial reaccionaría si no el rotundo futuro reacionará. Futuro imperfecto, si mal no recuerda. Prueba el café. Le agrega más azúcar. Acude la frase de su abuela: para amarga, la vida.
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María Inés se presenta, nuevamente, en jeans y zapatillas, la cara lavada. Volví a soñar con las estrellas informa ni bien se sienta sobre las piernas recogidas. Gustavo, entusiasmado, comprueba que lo esencial siempre retorna.  Todo era igual que la otra vez hasta que, en un momento, las estrellas se transformaron en ojos. Ajá comenta Gustavo los ojos solo pertenecen a personas o a animales. Eran ojos de persona se apresura a aclarar ella. ¿De una persona o de varias? Eran muchos pero yo sabía que eran de una única persona. Vamos bien, evalúa Gustavo, debo evitar cualquier torpeza. Los ojos pueden ser de hombres o de mujeres. O de chicos rectifica ella. ¿Eran ojos de una criatura? Ella niega con la cabeza y agrega me parece que eran de hombre, porque eran muy grandes y muy oscuros. ¿Solo los hombres tienen ojos grandes y oscuros? No reconoce ella. Pero a lo mejor vos conocías utiliza adrede el pasado algún hombre con ojos particularmente grandes y oscuros.  Puede ser solo dice ella.  ¿De qué color tiene los ojos tu papá? Azules; mi hermano también; yo los tengo negros como mi mamá. Si tu hermano tiene ojos azules habría alguien de la familia de tu mamá con ojos claros. Sí, mi abuela, celestes los tiene. Entonces tu abuelo los tenía oscuros. Sí  reconoce María Inés me acuerdo bien eran muy oscuros, negros como los míos y luego calla, la vista perdida en la ventana.  ¿Podría ser que los ojos de tu sueño fueran los de tu abuelo? Ella sigue inmersa en su silencio. María Inés ella, entonces, lo mira ¿cómo estabas vestida en tu sueño? Estaba desnuda informa.  Gustavo decide arriesgarse. Estabas desnuda y tu abuelo te miraba hace una pausa ¿por qué caminabas? Ella esconde la cara entre las dos manos porque él me pedía; siempre que mi abuela salía me hacía desnudar y me pedía que caminara. ¿Te tocaba? aventura. A mí, no. ¿A quién entonces? Él se tocaba María Inés solloza. A Gustavo le cuesta entenderle. Me hacía caminar desnuda, se abría la bragueta y mientras se tocaba me decía ¨sos tan linda que estás hecha para mirarte y gozar¨; cuando eyaculaba me ordenaba ¨anda vestirte que va a venir la abuela; ya sabés que no tenés que decirle nada; este es un juego entre los dos¨. ¿Y cuándo terminaron estos episodios? Cuando él se murió, yo tendría unos seis años y ya casi no me lo hacía porque ya iba al colegio y no nos quedábamos solos; ¿sabés, Gustavo?, me puse muy contenta cuando murió; mi mamá lloraba, mi abuela lloraba, hasta mi hermano lloraba  y yo sonreía; escuché que la abuela le decía a mamá  ¨esta nena no tiene sentimientos, el abuelo la adoraba¨.  ¿Nunca se lo contaste a tu mamá? Es la primera vez que se lo digo a alguien, ya me había olvidado de todo dice. Pero lo seguiste actuando ella lo mira, las cejas arqueadas seguís caminando por el mundo ofreciendo tu belleza a la mirada del otro, para que sea el otro quien se satisfaga, sin que vos obtengas a cambio, placer alguno. La mira intensamente y luego determina vamos a dejar acá.


Gustavo está azorado. ¿Será mi propia movilización la que está provocando está cadena de profundas revelaciones?, piensa, ¿yace en mí el poder? Por el poder de Grayskull recuerda. Él era He-man y Santiago, Skeletor. Una sonrisa flota en sus labios solo unos segundos. Estoy agotado, piensa y se pregunta cuánto más tiene para dar. Qué día. Los chicos, Natalia, Laura y su hijo, Camilo y su hermanita, María Inés y su abuelo. ¿Con qué pariente se enfrentará Raúl?, piensa cuando escucha el timbre.
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No sé cómo no se me había ocurrido antes capitalizar mi experiencia con el Autocad comenta Raúl luego de atribuir al tránsito los minutos de demora. Quizá porque pensás más en las cosas que no sabés hacer que en las que sí.  Ya me hice una página web, mi hijo mayor me ayudó; averigüé por aranceles potables sonríe con frescura hoy a la mañana recibí las primeras dos consultas, uno parece que prendió, ni que hubiera recibido dos cheques por diez mil dólares, me puse tan contento; ¿te parezco un pelotudo?, ¿no?; cincuenta años y entusiasmado como un pibe con un juguete nuevo. Me parecés un hombre con un proyecto indica Gustavo. Hace rato que no tenía más proyecto que odiar a mi viejo reconoce Raúl un odio que, como un veneno, me va quitando las fuerzas. Tal vez llegó el momento de que empieces a actuar no en contra de tu padre sino a favor tuyo. El domingo nos reunimos por el día de la madre; se lo comenté a mi viejo, ¿qué te parece que me dijo el rey de Textilandia? Gustavo se pone alerta, de ninguna manera va a permitir que, otra vez, le socave la autonomía. Arriesga algo propone Raúl, sonriendo. Lo mío no es la adivinación dice Gustavo levantando las palmas. Que era una buena idea; por una vez en la vida mi viejo me dio el okey; ¿estará tramando algo?; me ofreció alguna de sus múltiples oficinas para dar los cursos Gustavo levanta las cejas no, no te alarmes, le dije que en casa me arreglaré perfectamente.  ¿Lisa qué opina? Que mientras no exija una inversión todo va bien; dice que no tengo nada por perder y que sería bárbaro que pudiera enseñar algo que siempre me gustó tanto; ¿sabés?, estuve a punto de ofrecerle a Sebastián unos pesos para manejarme la página, pero después decidí que mejor no contaminar la relación; algo se aprende de la experiencia propia. Gustavo lo mira sonriendo. Hoy estoy de más, piensa. Además mi amigo me aceptó el presupuesto para arreglarle la casa; ¿qué te pasa que estás mudo? pregunta Raúl como si le hubiera leído la mente. Solo satisfecho de escucharte. Raúl lanza una carcajada. Luego mira el reloj me tengo que ir un rato antes, cité al técnico de la compu a las seis, después no podía; necesito agregarle memoria. Gustavo se incorpora. No te podrás quejar, hoy no te di trabajo dice Raúl. Gustavo le tiende la mano.  Raúl se la estrecha con fuerza. Gracias por el empujón dice.

Apoyado en la puerta que acaba de cerrar Gustavo sigue sonriendo. Orgulloso. Estoy haciendo un buen trabajo, se dice. Recuerda cuánto lo irritaba Raúl. Le encontré la mano, decide. Muy orgulloso está. El poder de Grayskull. Disfruta pensando los logros que podrá contarle a Natalia. Pensar en ella le produce una ligera excitación. Va al baño y orina.
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 Daniela entra radiante, las mejillas sonrosadas. Arrebolada, define Gustavo. ¿Sabe cuál fue el regalo del día de la madre? comienza la sesión. Él, sonriendo, niega con la cabeza. Lucas me dijo mamá informa, se echa el cabello hacia atrás y continúa me contó Ariel que hace semanas que vienen practicando, en el auto de papá, cuando lo lleva a la sicóloga; él le puso el paquete entre las manos y el nene vino caminando, todo durito y me lo entregó; Ariel, mirándolo, le dijo ¨feliz día mamᨠy Luquitas, los ojos en los labios del padre, repitió ¨mamá¨. Gustavo necesita tragar saliva. No lo podía creer, todavía no puedo creerlo; no solo que mi hijo haya podido decir una palabra sino que el padre se la haya enseñado se le llenan los ojos de lágrimas cada vez que pienso en eso me conmuevo  Gustavo le tiende la caja de pañuelos perdóneme, ya debe estar aburrido de mis lágrimas; pero si usted tiene carilinas debe ser porque no soy yo la única que llora. Desde luego que no comenta Gustavo y no necesitás disculparte, celebro tus lágrimas, ellas te permiten expresar tus emociones. Lo mejor de venir acá es que ante usted puedo desarmarme. Es muy interesante lo que decís; en ciertas oportunidades moviendo una pieza equivocada puede  lograrse que un rompecabezas recupere la armonía original. Daniela busca una pastilla en su bolsillo y se la coloca en la boca. A veces se me seca la garganta explica. ¿A veces cuándo? Daniela se queda reflexionando. Cuando estoy mucho en lo que digo concluye y rápidamente añade Lucas está mejor; hace menos berrinches, más allá del ¨mamᨠsonríe con dulzura parece que está intentando empezar a comunicarse; ayer me tomó de la mano y me llevó hasta la heladera; antes solo lloraba y me correspondía a mí decodificarlo. Parece que la apertura de tu hijo hacia la comunicación impulsa la tuya. ¿Por qué lo dice? Por como te expresás hoy. Daniela se queda mirando a través de la ventana un largo rato. ¿En qué pensás? pregunta Gustavo. Nunca se lo comenté dice bajando la vista pero desde que comenzaron los problemas con el nene perdí todo deseo sexual; al principio Ariel insistía pero hace unos días me di cuenta de que ya ni lo intenta. ¿Y cuándo reparaste en ello? La otra noche; después de mucho tiempo me sentí excitada las mejillas se le colorean pensé que si se acercaba lo iba a aceptar; pero no se acercó; y a la noche siguiente tampoco. ¿Intentaste tomar la iniciativa?  Daniela parece sorprendida no, en nuestra pareja no funciona así. ¿Y quién puso las reglas? Ella se encoge de hombros. Nadie, así se fue dando. Si no hay un estatuto que lo prohíba dice él sonriendo nada impide que puedas modificarlas. Se me pasó por la cabeza que pueda andar con otra mujer. ¿Le comentaste algo? ¡No!, ahora que está mejor con el nene, no quiero provocar nada que pueda alterarlo. Me gustaría que me contaras cómo se han relacionado sexualmente desde que conformaron la pareja. Nunca tuvimos problemas al respecto cuenta ella aunque tampoco fue el centro del vínculo; yo diría que nuestros encuentros han sido castos. Curioso adjetivo asociado al sexo; ¿Ariel fue el promotor de ese tipo de relación? ¡No!, fui yo admite ella pero él siempre me respetó, a mí no me gustan las cosas raras. Y en los últimos meses no te gustaron ni siquiera las cosas castas. No se ría de mí dice ella me da mucha vergüenza hablar de esto. Quizá consideraste que no estaba bien que una madre preocupada por su hijo disfrutara sexualmente. Puede ser  admite ella. Tal vez ahora, que sentís que tu hijo va progresando te das permiso para gozar. Sí, pero ahora Ariel no quiere. ¿Qué podría pasar si fueras vos la que tomara la iniciativa?  Daniela se queda mirándolo. Se sorprendería mucho. ¿Se disgustaría? No, qué va dice ella sonriendo. Gustavo se incorpora. Dejemos acá indica.

No me comuniqué con los chicos, descubre Gustavo en cuanto despide a Daniela. No pensé en ellos, se rectifica. Se dirige, apurado, hacia el teléfono. Hola, princesita, ¿cómo estás? ¡Enojada porque no me llamaste! Pero te estoy llamando ahora; tuve mucho trabajo. Me imagino que hoy venís, ¿no? ¿Y por qué no habría de ir? ¡El miércoles pasado no viniste!  Aprendiz de bruja, la mocosa. Habrá un invitado sorpresa esta noche. ¡¿Mami?!  A Gustavo se le estruja el alma. No, corazón, mami está trabajando en Chile, va a ir el tío Santiago, ¿Le pediste que me traiga Nutela? ¡Cómo le voy a pedir! No importa, seguro que igual me trae; ahora le aviso a Juana que ponga otro plato.  Gustavo descubre que también se olvidó de avisarle a Juana. Imagina su malhumor. Decile a Juana que no se preocupe, que yo compro cualquier cosa. No, papi, está cocinando pastel de papas y eso, ¿sabés?, rinde. Corta con una sonrisa. Adorable la chiquilina. Tercer descubrimiento de la noche: no preguntó por Nacho. Va a volver a llamar cuando controla el reloj. Sale corriendo. Llegará tarde.
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Usted sí que conoce a las mujeres dice Gustavo ya sentado frente a Ana María. ¿A qué se refiere? Ella supo conducirme admite él, sonriente. ¿Cuál fue la ruta? El miércoles pasado a un restaurante y este, a su cama. A alta velocidad, por lo visto, ¿fue duro ser copiloto? Fue extraño, diría yo: es raro sentirme deseado, asediado; me casé tan joven que para mí el sexo siempre estuvo ligado al amor, por detrás de él, en realidad; es una experiencia novedosa que mis sentidos se deslicen independientemente de mis sentimientos; hoy Daniela me estuvo contando del sexo con su marido, lo puntualizó como ¨casto¨; me atravesó lo que dijo, aunque no calificaría de casto al sexo entre Cecilia y yo, sobre todo al principio; no sé cómo explicárselo, quizás como integral, sí define sonriendo sistémico; era una parte más de un todo; llegábamos a las sábanas con los débitos y los réditos de la jornada; apaciguados si los chicos habían tenido fiebre; briosos si nos habían aumentado el sueldo; tensos si habíamos discutido; oliendo al mismo jabón; idéntica crema de enjuague desprendiéndose de nuestros piyamas; la traba de la puerta intentaba vanamente dejar el resto de nuestra vida por detrás; una tos, un llanto era capaz de frenar el más desaforado orgasmo; no me quejo, era hermoso hacer el amor así, era auténtico dice con gesto enfático, auténtico, al fin encontró la palabra. ¿Y cuándo dejó de serlo? Para mí, nunca, Cecilia es la que desvalorizó nuestros encuentros; a mí me gusta hacer el amor con ella, siempre me gustó; es una hermosa mujer, con un cuerpo increíble que salió indemne de los embarazos; se dan vuelta para mirarla; y yo la perdí la voz de Gustavo se quiebra, se agarra la cabeza no sé por qué me dejó el llanto ya es franco no puedo vivir sin ella, perdóneme el papelón dice tratando de serenarse. Llore, Gustavo, llore lo que todavía no lloro. Largos minutos después, el llanto de Gustavo se va extinguiendo. Cuando lo ve tranquilo, Ana María indica es todo por hoy. Gustavo mira el reloj. Todavía es temprano le avisa. Seguimos la próxima ratifica ella. Gustavo, sorprendido, se incorpora.


Manejando, Gustavo llora. Estoy desconsolado, piensa, detenido ante un semáforo. El celular lo asusta.  ¿Cómo te fue en sesión?  pregunta Natalia. Bien escribe mañana te llamo. Mi mundo es Cecilia, determina, mi falta de Cecilia. De nuevo el celular. Lo mira, fastidiado. ¡El tío me trajo Nutela!  Entre lágrimas, al fin sonríe.
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Gustavo abre la puerta. Encuentra a todos  en los sillones del living. Martina, cucharita en mano, come el NutelaDespués no vas a cenar la reta Gustavo. Me lo trajo el tío se disculpa la nena engullendo otro bocado. Y a mí, un juego para la play comunica Nacho. Lacán, acostado en el sofá, la cabeza en la falda de Santiago, no da señales de vida. Le dije a Juana que se fuera informa Santiago ya me dio las instrucciones para calentar la comida, hace añares que no como pastel. Minutos después, los cuatro comparten la mesa. Gustavo observa al trío. Nacho comenta animadamente un partido de fútbol. Martina intenta meter baza. Mami me dijo que este día de la madre ella haría los regalos y que me compró algo que me va a dar cuando vuelva. Gustavo percibe un agujero interior. Tengo todo, menos a ella, piensa y por primera vez en un mes, la necesidad de Cecilia lo atraviesa, lacerándolo. Pa, no sabés lo que fue ese golazo lo convoca Nacho. Él intenta sonreír y con el pretexto de buscar bebida se dirige a la cocina. Se moja la cara en la pileta. Se está secando con el repasador cuando aparece su amigo. Che, qué te pasa, que tenés esa cara. Después te cuento contesta él abriendo la heladera.

Una lucha conseguir que los chicos  se acostaran. Gustavo prepara café mientras Santiago les da el último beso. Vas a ser un buen padre pronostica Gustavo cuando su amigo aparece en la cocina. Es fácil por un ratito; meritorio es lo tuyo Santiago se lleva la mano a la cabeza. Chapeaux dice. Gustavo sirve las tazas y cierra la puerta. ¿Me vas a contar qué te pasa? insiste Santiago. Salí con una mina. ¡Epa!, esa sí que no me la esperaba. Me encamé informa, Detalles, quiero detalles exige Santiago. Gustavo sonríe mientras se deja caer sobre la silla. Nada dice. ¿Qué?, ¿no se te paró? pregunta, preocupado. No te asustes, actué con eficacia; pero no me representó nada; aunque parezca absurdo, me acercó a Cecilia. ¿Supiste algo de ella? El domingo estuvo charlando un rato largo con los chicos por Skype; tanto me insistieron que tuve que acercarme; no la había visto todavía; resplandecía; pero yo estaba tan enojado que no me jodió. Y ahora se te fue la bronca. Soy un pelotudo admite, Gustavo ¿querés otro café? ofrece. Dale contesta Santiago te salió rico; estás hecho todo un amo de casa. El celular de Gustavo suena. Natalia. ¿Estás ocupado? lee. Charlando en casa con un amigo contesta. Llamame cuando puedas, te extraño. Levanta la vista del aparato y se encuentra con la sonrisa burlona de Santiago. ¿Se puede saber de qué te reís? pregunta Gustavo. Ya te tiene marcando el paso; todas las minas son iguales.


Gustavo baja a abrirle a Santiago. Cuando regresa termina de sacar la mesa, acomoda los platos en la pileta y se ducha. Ya en la cama escribe Recién se va mi amigo. Mañana tengo un día fatal pero si querés podemos encontrarnos al mediodía a comer una pavada. Besos muchos. Al apagar la luz se le impone el rostro de Cecilia. La puta que la parió.
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Miércoles 31

Sí, papá, ya estoy yendo contesta Gustavo mientras maneja. Nacho, a su lado, pregunta ¿te gusta trabajar con el abuelo? Él se queda desconcertado.  Hace mucho que no se lo plantea. ¿Para qué? , ¿tiene otra opción? Ya me acostumbré contesta, intentando ser sincero. No sé si me gustaría trabajar con vos dice el chico y como sigue de largo en la esquina de la escuela  lo alerta ¡pa, te pasaste!

Baja del auto y está por tocar el timbre cuando cambia de opinión. Camina hasta el kiosco de la esquina y compra flores. La cara de ella se ilumina al descubrirlas tras el vidrio. Suben en el ascensor, besándose. Obviando la mesa puesta, se abalanzan hacia el dormitorio. Ella grita cuando acaba. Gustavo repara en que Cecilia jamás gritó. Luego, duchados y vestidos, desayunan perfumados por los jazmines. Él, después de mucho tiempo, se siente pleno.


Gustavo decide matar dos pájaros de un tiro. Hola, mamá, ¿te parece que vayamos a tu casa esta noche? Está por pedirle que prepare más comida cuando decide que no tiene ningún sentido: su madre siempre cocina en exceso. Le dará una sorpresa.
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Laura se acomoda, sonriente. El lunes me llamó mi hijo y me propuso que almorzáramos; fue extraño, muchas veces en mi vida me vestí para ir a una cita con un hombre, hasta para venir aquí me arreglo confiesa sin embargo, nunca me había engalanado para encontrarme con mi hijo; acordamos vernos directamente en el restaurante; llegué dispuesta a esperarlo, siempre fue muy impuntual, pero cuando llegué, él ya estaba; pidió pescado al roquefort, en eso sigue igual sonríe y luego agrega antes de que trajeran la comida me contó que había empezado terapia, que había dedicado mucho tiempo a analizar nuestra relación y que por eso no había querido encontrarse antes conmigo; y, ante mi estupor, sacó del bolsillo una lista donde había apuntado todo lo que me quería decir; no podía creer lo que estaba escuchando; reclamos y reclamos; muchos absurdos, muchos legítimos. Todos legítimos aclara Gustavo porque responden a sus sentimientos, a sus percepciones. Sí, todavía no puedo entender cómo no percibí la enorme cantidad de situaciones mínimas que lo hicieron sufrir. ¿En qué se centraron sus protestas? Diferencias a favor de sus hermanas, sobre todo; la verdad es que me dejó pensando; Federico fue un chico que nunca pidió, recuerdo una vez cuando tenía poco más de un año, lo encontré durmiendo con su almohadita en el piso porque había vomitado en su cama, las chicas, en la misma situación, hacían un escándalo; sacó a relucir infinidad de minucias, ni tiene sentido que te las cuente; cuando terminó de hablar le dije; ¨todo lo que estás diciendo podría resumirse en: a mí me querés menos¨, pero no hubo manera de que lo aceptara; fíjese usted, yo creí que se había alejado de mí por desamor y en realidad fue por todo lo opuesto. Luego de unos instantes Gustavo pregunta ¿hubo alguna marcación con respecto a la exigencia? Sí, por supuesto, esas fueron las que califiqué como legítimas. Es muy valorable que su hijo haya podido exponer sus debilidades, eso habla de un alto grado de confianza en usted. Sí, fue hermoso; yo también le marqué las tantísimas veces en las que sufrí por él; ¨me saqué un peso de encima¨, dijo cuando nos despedimos con un abrazo apretadísimo. ¿Cómo se quedó usted? Me cayó encima el peso del que se liberó él; jamás me hubiera imaginado que mi hijo había sufrido por mi culpa. Yo no hablaría de culpas la corrige Gustavo quizá lo que tanto le cuesta es descubrir que usted no fue una madre perfecta. Lo intenté se defiende ella se lo juro, hice todos los esfuerzos posibles.  Somos solo seres humanos; sus hijos no son perfectos y usted tampoco lo es. Laura busca una aspirina en su cartera. Me duele la cabeza explica mientras se sirve un vaso de agua. Segundos después comenta sobre su las pruebas de su libro. En el momento de la despedida oprime la muñeca de Gustavo y dice gracias por ayudarme a recuperar a mi hijo.


Ya se fue mi primera paciente; muy lindo lo de hoy; besos escribe primero Gustavo, ¿Te entregaron la prueba de Geografía? luego y Cenaremos en lo de la abuela, muñequita  por último.  Se asoma al balcón. Un día espectacular. Octubre es hermoso, piensa. Estoy contento, advierte, extrañado, mientras las respuestas comienzan a llegar. Genialle voy a encargar ravioles. Sí, lindísimo; en cinco empiezo a atender. Nueve, gracias por la ayuda, pa. Ve que estaciona el auto del padre de Camilo. Solo baja el chico. El coche arranca.
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¿Tus papás no pudieron venir? Yo no quise  contesta Camilo, rotundo y luego permanece en silencio. ¿Lograron hablar de todo lo que necesitabas? Ponele contesta el chico, ladeando la boca. Parece que no concluye Gustavo. Me hubiera gustado saber cómo fue todo lo de la mina pero me pareció que no daba, además me da mucha lástima mi mamá; estoy seguro de que esa mujer tuvo algo que ver con la demora que provocó mi accidente. ¿Se lo preguntaste? No, si fue así me imagino la culpa que tendrá mi papá, para qué ponerlo peor. ¿Ya le contaron a tus hermanos? No, todavía no, están esperando que pase el cumple de Luciana. ¿Cuántos cumple? Once y Tobías tiene tres; para ellos va a ser mucho peor; Lu dejará de ser la única nena y Tobi ya no será el chiquitito; pobres, ¿no?  Gustavo se toma unos minutos antes de decir veo que vos te hacés cargo de los sentimientos de tu mamá, de tus hermanos y hasta de tu papá, ¿y los tuyos? A mí no me cambia nada se justifica el chico yo siempre seré el mayor, ¿qué me cambia? ¿La imagen de tu papá, quizás? ¡Es un pelotudo!  dice, con rabia  vos viste lo linda que es y además es rebuena, mis hermanos hacen lío pero son lo más, ¿me querés decir para qué necesitaba otra mujer y otra hija? Gustavo piensa en Nacho y en Martina: también son relindos pero Cecilia los dejó. A veces no son elecciones, las cosas se dan sin que uno pueda dominarlas. ¡Por eso te digo que es un pelotudo!, ¡lo hubiera pensado mejor! Veo que estás muy enojado con él. El rostro de Camilo se transforma. Yo lo amaba a mi papa, siempre hacía todo bien, sabía de todo, se ocupaba de nosotros, ni te cuento cómo se portó conmigo cuando me pisó el auto, no sé cuántos kilos bajó, no me dejaba solo ni un instante, no sé cómo me las hubiera arreglado sin él. ¿Y ya no lo amás?  Camilo le clava los ojos, hace doler la intensidad de su mirada. Primero no pude creer en Dios ahora no puedo creer ni en mi papá. Tu papá no es Dios, Camilo, todos los seres humanos nos equivocamos alguna vez pero eso no implica que ya no puedas creer en tu papá Gustavo hace una pausa y pregunta ¿te gustaría contarles lo de Azul a tus hermanos? El chico niega con la cabeza. ¿Por qué? Porque van a sufrir, Lu sobre todo. No hacerte sufrir fue el motivo por el cual tu papá retardó la verdad. ¿Retardó?, ocultó! lo corrige Camilo.  Te lo iba a decir, en algún momento iba a hacerlo? Gustavo busca la mirada del chico ¿seguís queriendo conocer a Azul? ¡Claro!, es mi hermana, pobrecita, qué quilombo le espera. ¿Se lo dijiste a tu papá? Solo cuando estaba aquí. A lo mejor conviene esperar hasta que tus hermanos puedan acompañarte. Quiero que la traiga porque a la nena la quiero conocer pero a esa mujer no. ¿Le contaste a alguien todo esto? A vos contesta Camilo sin mirarlo. En cuanto lo sepan tus hermanos, dejará de ser un secreto; no necesitás ocultarlo. Me da vergüenza explica. Una vergüenza sería si tu papá hubiera abandonado a su hija, sin embargo asumió la responsabilidad de sus actos; considero que tu papá es muy valiente. Camilo levanta los ojos. Tanta entrega en la mirada que Gustavo se conmueve. ¿De veras te parece?


Gustavo, mientras toma un té, se plantea qué pasaría con sus propios hijos si Cecilia decidiera reconstruir su vida. ¿Deberían padecer también nuevos hermanos? Cecilia sembrada por otro. A él le resulta intolerable, admite. Deja la taza sobre el escritorio y revisa la ficha de María Inés. ¿Qué pensará hacer con su matrimonio? Ya un par de sesiones sin tocar el tema.
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Qué quedó de la modelo de tapa de revista se pregunta Gustavo al abrirle la puerta a María Inés. Jean, remera. Nada que la distinga de cualquier chica porteña. Salvo la belleza, claro, porque aun sin producción sigue siendo hermosa. ¿Cómo estás? pregunta Gustavo  luego de un rato. Normal contesta ella mientras se mira las uñas. ¿Todo bien con Gerardo? Ella se encoge de hombros. Gustavo opta por el silencio. La sesión completa si hace falta, decide. ¿Vos estás esperando que yo te diga que me voy a separar de él? lo mira con intensidad ¿solo porque le haya gustado un hombre debo apartarme de su lado? Gustavo reflexiona y luego dice el único motivo válido para alejarte es si él no te hace feliz. María Inés se recuesta, se apoya sobre un codo, las piernas flexionadas. El problema es que me hace feliz en todo lugar que no sea la cama. ¿Y cómo pensás solucionarlo? ¿Qué posibilidades ves? sonríe ella, irónica. Gustavo decide ser brutal. La abstinencia, la masturbación, un amante, un ¨taxi boy¨, o hasta una orgía que incluya a Gerardo. ¿Tu intención es ofenderme? Solo pretendo ser realista, tenés treinta años, María Inés, me parece que sos demasiado joven para optar por la insatisfacción permanente. ¿Creés que si Gerardo hiciera una terapia lo podría solucionar? Gustavo se sirve un vaso de agua. Ya hemos hablado del tema dice Gerardo no tiene nada que corregir decide ser terminante esa es su orientación sexual. María Inés juega con sus pulseras, las mira con atención. No me imagino mi vida sin Gerardo; vos no sabés, él me cuida, me mima, me compra ropa, vive diciéndome lo hermosa que soy. Como tu abuelo Gustavo asienta el golpe disfruta mirándote pero no te toca; disfruta de que los demás lo vean con vos; quién podría dudar de su virilidad teniendo semejante mina al lado. María Inés se para. No estoy dispuesta a que me destruyas; no voy a seguir viniendo acá. Gustavo se incorpora. Avisame si cambiás de opinión. Ella se va sin saludarlo. Instantes después suena el timbre. Tu dinero dice ella entregándole los billetes. Él cierra la puerta y  los cuenta: como de costumbre, le está pagando todas las sesiones que faltan hasta fin de mes.


Gustavo va a la cocina. Al servirse un vaso de soda se da cuenta de que la mano le tiembla. La transpiración le chorrea bajo la camisa. Va hasta el baño y se lava. Se mira en el espejo. Está desencajado.  Su pecho es un tambor. Ojalá que Raúl se demore.
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Raúl se sienta. Cruza la pierna derecha sobre la rodilla izquierda. Extiende un brazo sobre el respaldo. Sonríe. Se te ve bien comenta Gustavo. Estoy bien le aclara Raúl la página está funcionando a full; logré armar un grupito; el lunes di la primera clase. ¿Cómo te sentiste? De diez comenta parece que hubiera nacido para enseñar; Lisa cuando me veía explicarle algo a mis hijos me lo había dicho varias veces. ¿Qué pasó con la refacción? pregunta Gustavo. Empiezo mañana, da para unos cuantos meses dice Raúl y calla. ¿Lisa? Raúl lanza una carcajada. Ya sabés, es una putaestamos cojiendo como nunca. Ante el prolongado silencio,  Gustavo pregunta ¿algo de lo que quieras hablar? Raúl se encoge de hombros., se queda un rato pensando y luego dice el viernes lo llamé a mi hermano; vinieron el sábado, cena de cuatro; no estuvo mal, nosotros medio trabados pero las mujeres condujeron la noche, se quedaron hasta la una. ¿Por qué se te ocurrió llamarlo? Pregunta Gustavo, extrañado. Lisa me insistió, en realidad ella siempre me insiste pero si me siento mal, no me dan ganas de verlo; odio ser siempre el perdedor; empiezo a sentirme mal cuando lo veo bajar de su Mercedes; fue la primera vez que se tocaron temas personales; están teniendo problemas con su hijo mayor; es probable que repita cuarto año por segunda vez; no saben en qué anda; le sugerí que lo llevaran a un sicólogo, ellos son muy resistentes al respecto, para tratar de presionar les comenté que yo estaba en terapia, se sorprendieron mucho, para mi viejo ese siempre fue un tema tabú; por primera vez en mi vida me dio pena, me imagino la preocupación de tener un hijo así; nosotros tuvimos suerte con los chicos, son dos joyas. No es solo cuestión de suerte acota Gustavo. Puede ser solo comenta Raúl y luego calla. Tanto tiempo que Gustavo pregunta ¿en qué estás pensando? Raúl mira el piso, se reacomoda, carraspea. Al fin dice ¿te parece que siga viniendo?, ya todo se encaminó. Gustavo se queda helado. ¿No querés venir más? No es eso, me pregunto hasta cuando necesitaré seguir en terapia. Gustavo mira el reloj. Considero que el alta es prematura pero ambos lo pensaremos durante esta semana; te veo el miércoles que viene. Como dice mi hermano, no te largan más comenta Raúl mientras se incorpora.


Gustavo está desconcertado. Dos pacientes seguidos queriendo dejarlo. No quiere que se vayan, ninguno de los dos. Son parte de mi vida, se dice. Mensaje de Natalia. Ni ganas de contestarlo. Me siento mal, piensa. Va hasta el baño y se toma una aspirina.
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Lucas dice agua informa Daniela pronuncia clarito; me dijo la fonoudióloga que cree que va a aprender a hablar; ahora lo sigue mucho al padre; cuando quiere algo, viene y lo agarra de la mano; Ariel lo entiende bastante. No tanto como a vos. ¡Soy la madre! dice ella e inmediatamente, mirando la alfombra, informa ¿a qué no sabe a dónde lo invité a mi marido? Gustavo eleva los hombros y cejas. A un hotel  mira a Gustavo y sonríe ante su expresión de sorpresa  fue su cumpleaños sigue explicando y le dije que tenía un regalo especial para él, Como yo no manejo lo fue guiando, el no entendía nada; cuando llegamos, creyó que le estaba haciendo una broma y se río; todo estuvo a punto de fracasar porque me ofendí y me dio una vergüenza tremenda; pero finalmente, entramos; le juro que nunca hicimos el amor así; en ese ámbito yo me sentía otra; cuando se cumplieron las dos horas la llamé a mi mamá y le pregunté si me bancaba otro rato; pasamos la tarde completa hablando y abrazándonos, con Lucas dando vueltas, hace dos años que no podemos estar tranquilos; cuando le dije que había pensado que tenía otra le agarró u ataque de risa; fue hermoso. Gustavo la observa: ella está hermosa. Sonrosada, los ojos brillantes. Ariel propuso que repitiéramos la experiencia al menos una vez por mes; es maravilloso sentirse la amante de tu marido busca una pastilla en la cartera, se abraza con ambos brazos y dice gracias, sin usted no hubiera descubierto que era capaz de tomar la iniciativa. Sus palabras caen sobre Gustavo como un bálsamo.


Frente al semáforo, Gustavo llama. San, ¿me hacés el favor de pasar a buscar a los chicos?, yo estaré en lo de mi vieja alrededor de las nueve y cuarto. Le tocan la bocina. Arranca. Friends will be friends, tararea.
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Necesitaría cuatro horas seguidas comenta Gustavo en cuanto se sienta. Yo también estuve pensando que quizás sería conveniente adicionar otra sesión semanal propone Ana MaríaGustavo se queda desconcertado. Qué notable dice usted me requiere aún más como paciente mientras a dos de mis pacientes ya no les srvo como analista. ¿Por qué no me cuenta lo que pasó? solicita ella.  Gustavo le transmite lo sucedido con María Inés y con Raúl. Son dos situaciones completamente diferentes concluye Ana María el deseo de Raúl es producto del buen trabajo que usted realizó con él; creo que es importante que Raúl sienta que puede tomar la decisión de separarse de usted en el momento en que lo crea necesario; fíjese lo difícil que le resultó a usted lograr que él pudiera independizarse de su propio padre; para nada insistiría en continuar el tratamiento; con respecto a María Inés, sería verdaderamente contraproducente interrumpir la terapia; es importantísimo lo que salió a luz de los abusos de su infancia; yo también considero que está estrechamente ligado con la relación con su marido; confiemos en que regresará; las sesiones abonadas por adelantado son un signo de que ella reconoce que precisa ayuda; yo esperaría hasta el próximo miércoles y si no aparece, intentaría convocarla telefónicamente; es un pésimo momento para interrumpir, la remoción de su pasado y su presente difícil constituyen una mezcla explosiva. El resto de mis pacientes van evolucionando muy bien  cuenta Gustavo para afirmarse la próxima sesión la dedicaré a ellos, hay varios puntos que me gustaría consultar con usted. ¿Y esta? pregunta Ana María. Esta la necesito para mí; estoy asustado, temo que mi relación con Natalia está yendo demasiado rápido; me parece que para ella está tomando un peso que no sé si seré capaz de sostener; no quiero usarla, ya la hirieron lo suficiente y a mí me encanta estar con ella pero hasta ahí; no estoy buscando una relación consistente, solo una ayuda para no terminar en el fondo del pozo. ¿En qué punto están sus sentimientos con respecto a Cecilia? Una bolsa de gatos; los chicos me insisten en que hable con ella cuando se conectan pero yo ya no sé qué excusa inventar; verla es tóxico para mí; quisiera que se quedara en Chile para siempre, pero en menos de un mes va a estar por acá. Y, entonces, usted deberá enterarse de las decisiones que ella a lo mejor ya ha tomado. ¿A qué decisiones se refiere?  Ana María lo mira con extrañeza es probable que a esta altura de los acontecimientos ella haya decidido si desea quedarse con Ricardo, regresar con usted, o continuar sola su camino; y me da la sensación de que usted todavía no ha resuelto cómo actuaría en cada una de las tres situaciones.  Gustavo se agarra la cabeza. No quiero pensar admite.  Sería conveniente que el regreso de ella lo encontrara con una posición tomada, no queda mucho tiempo por delante. Me parece que usted sigue luchando por su campaña de adicionar otra sesión comenta Gustavo, malhumorado. ¿De veras cree eso? indica ella arqueando las cejas y luego, incorporándose, añade lo espero el miércoles próximo.


Gustavo se detiene en la confitería. Compra bombones de fruta para su madre y una cheese cake. A Santiago le encanta.


Su madre baja a abrirle. ¿Llegaron los chicos? averigua Gustavo.  Creí que los traías vos comenta ella, preocupada. Les pedí un remís explica él ya estarán por llegar. En cuanto entran, suena el portero eléctrico. La cara de su madre se distiende. Voy yo informa Gustavo. Instantes después suben los cuatro en el ascensor. Gustavo le hace señas a los chicos de que guarden silencio. Los pibes entran. Martina se abalanza sobre su abuela y se abraza a su cintura. ¿Me preparaste los ravioles? pregunta. Santiago se introduce en la cocina sin ser visto. Levanta la tapa de la cacerola. Me parece que son pocos comenta. Gustavo disfruta viendo la cara de sorpresa de su madre. Más aún del abrazo en el pasillo. ¡Santiaguito!, ¡cuánto hace que no te veía! Minutos después los cinco comparten la mesa. Cualquier cosa hiervo otra plancha explica por las dudas compré de más. ¡Como siempre, abuela! comenta Nacho con la boca llena. ¡Están rerricos! dice Martina con las mejillas manchadas de salsa. Contame, Santiaguito, ¿estás de novio? pregunta la señora. ¡Me quieren cazzzar!, Isabel, ¡estoy desesperado! exclama Santiago, los ojos en blanco, ¿Te vas a casar, padrino? pregunta el chico. Cuidate de las mujeres, pibe, son de lo peor dice Santiago palmeándolo en el hombro. Gustavo los observa, en silencio. Papi, ¿estás bien? pregunta la nena. Él, sentado a su lado, la atrae contra sí y la besa. Más que bien, muñequita contesta tratando de contener las lágrimas.

Los chicos mirando la tele, su madre preparando el café, Gustavo charla con su amigo, acomodados en el sofá.  ¿Cómo va tu mina? Se llama Natalia contesta Gustavo, seco.  Santiago sonríe, circunspecto  ¿cómo está la señorita Natalia, caballero? No seas pelotudo que no estoy de humor para huevadas. ¡Qué carácter! Santiago hace una ligera pausa y luego pregunta ¿tuviste problemas con ella?  Gustavo cabecea. Ella es un encanto, soy yo el que no sabe dónde está parado.  Isabel llega con la bandeja. Tres tazas. Conversación terminada. Por suerte, piensa Gustavo.


Gustavo controla que los chicos estén dormidos y que Lacán tenga agua. Cierra la llave de gas. Está por acostarse cuando decide echarle un último vistazo a la computadora. Mail de Cecilia. Las manos de Gustavo se humedecen. Se le atranca el mouse. Solo un renglón: Regreso el miércoles próximo a las dos de la madrugada. Gustavo cierra los ojos, aturdido por un agudo dolor en el pecho. Se  abraza a sí mismo. Un único deseo: que se detenga el tiempo.

Fin Primera Parte


12 comentarios:

  1. Tengo un par de primos en Bs As, psicologos los dos, que poco veo. Ella mi prima no tiene tiempo para mí cuando visito, siempre con pacientes. Cuando converso con mi primo político me cuenta algunas historias de su práctica. El relato de estas vidas en la novela suenan exactamente como el mundo de mis primos. Muy real.

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  2. Quiero leer mas, muy interesante y atrapante!

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  3. Veo que estás leyendo en orden. Bueno cuando uno se saltea alguna entrega.

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  4. me gusta como se va desarrollando la historia de cada personaje permitiendo ir conociendolos de a poco!

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    1. Eso que voy dosificando mucho la información. Ya le pasarán cosas más interesantes a cada uno!

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  5. me lei todo de un tiron!! quiero mas!

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  6. Quiero compartir mi testimonio sobre cómo conseguí una tarjeta de cajero automático de BLANK que han cambiado mi vida hoy. Yo estaba viviendo en la calle donde las cosas eran tan difíciles para mí, incluso para pagar mis cuentas era muy difícil para mí tengo que aparcar fuera del apartamento que estaba viviendo y empezar a dormir en la calle de Las Vegas. Intenté todo lo que podía hacer para asegurar un trabajo, pero todo fue en vano. Así que decidí navegar a través de mi teléfono para los puestos de trabajo en línea donde me dieron un anuncio en Hackers publicidad una tarjeta de cajero automático en blanco que puede utilizarse para hackear cualquier cajero automático en todo el mundo, nunca pensé que esto podría ser real porque la mayoría de anuncios en el Internet se basan en el fraude, así que decidí darle una oportunidad y mirar donde me llevará a si puede cambiar mi vida para siempre. Me puse en contacto con estos hackers y me dijeron todo lo que era necesario para obtener la tarjeta. Y también tienen todo lo que se necesita para entregar la tarjeta en 48 horas para mí si estoy interesado en conseguir uno de allí tarjeta, acepté y decidí ir para uno. Esto es real y no es una estafa que me ayude. Para cortar la historia corto Solicité la tarjeta de cajero automático en blanco y se me entregó en 2 días y lo hice como me dijeron y hoy mi vida tiene cambiar de un caminante de la calle a vivir en una buena casa, no hay cajero automático MÁQUINAS este BLANK ATM CARD no puede penetrar, porque ha sido programado con varias herramientas y software antes de ser enviado a usted. Mi vida realmente ha cambiado y quiero compartir esto con el mundo, sé que esto es ilegal, pero también una manera inteligente de vivir Gran porque el gobierno no puede ayudarnos así que tenemos que ayudarnos a nosotros mismos. Si usted también desea esta TARJETA del COCHE EN BLANCO quiero que usted entre en contacto con Sr. Wandy vía su email wandyhackersworld88@gmail.com

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  7. Tengo mi ya programado y blanqueado tarjeta de cajero automático para retirar el máximo de $ 10,000 por día durante un

    máximo de 20 días. Estoy muy feliz por esto porque tengo la mía la semana pasada y lo he usado para obtener $ 60,000. MR

    Thomas Rossey está dando la tarjeta sólo para ayudar a los pobres y necesitados, aunque es ilegal, pero es algo agradable

    y no es como otra estafa pretendiendo tener las tarjetas de cajero en blanco. Y nadie es atrapado cuando se utiliza la

    tarjeta. Obtener el suyo de él. Simplemente envíale un correo electrónico a hackercredit.atmcards@gmail.com y sé feliz

    como yo ...

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  8. CONSIGA SU TARJETA DE COCHE EN BLANCO DE wandyhackersworld88@gmail.com y hacerse rico.
    Quiero compartir mi testimonio sobre cómo conseguí mi tarjeta de cajero automático BLANK que han cambiado mi vida hoy. Una vez vivía en la calle donde por las cosas eran tan difíciles para mí, incluso para pagar mis cuentas era muy difícil para mí tengo que aparcar de mi apartamento y empezar a dormir en la calle. Intenté todo lo que podía hacer para asegurar un trabajo, pero todo fue en vano. Así que decidí hojear a través de mi teléfono para los trabajos en línea donde conseguí un anuncio en piratas informáticos que anuncian una tarjeta en blanco del cajero automático que se pueda utilizar para cortar cualquier cajero automático por todo el mundo, nunca pensé que esto podría ser real porque la mayoría del anuncio en el Internet se basan en el fraude, así que decidí darle una oportunidad y mirar a donde me llevará si puede cambiar mi vida para siempre. Me puse en contacto con estos hackers y me dijeron que todo lo que necesitaba para obtener esta tarjeta, esto es real y no es una estafa que me ayude. Para cortar la historia corta que estos hackers son expertos en reparaciones ATM, programación y ejecución que me enseñó varios consejos y trucos acerca de entrar en un cajero automático con una tarjeta de cajero automático en blanco. Solicité la tarjeta de cajero automático en blanco y se me entregó en 3 días y lo hice como me dijeron y hoy mi vida tiene cambiar de un caminante de la calle a mi casa, no hay máquinas de ATM esta tarjeta de cajero automático en blanco puede penetrar en Porque se han programado con varias herramientas y software antes de que se le envíe. Mi vida realmente ha cambiado y quiero compartir esto con el mundo, sé que esto es ilegal, pero también una manera inteligente de vivir Gran porque el gobierno no puede ayudarnos así que tenemos que ayudarnos a nosotros mismos. Si usted también desea esta TARJETA del COCHE EN BLANCO quiero que usted entre en contacto con Sr. Wandy vía su email wandyhackersworld88@gmail.com

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  9. Hola
    Mi nombre es Jorge, he leído muchos comentarios sobre estas tarjetas de cajero automático y la semana pasada decidí contactar a uno de los piratas informáticos que dijo que la tarjeta puede ganarme $ 14,000 en una semana. En este momento estaba a punto de perder mi casa debido al préstamo que tenía en el banco durante dos años y necesitaba solo $ 30,000 para pagar el préstamo y el banco me daba solo dos meses para pagar o perdí mi casa. Les pedí ayuda a todos mis amigos y todos me contaron la misma historia de no poder ayudarme. Decidí tomar un riesgo al solicitar esta tarjeta ATM en blanco para ver si habrá una salida. Esperé esta tarjeta por 3 días hábiles y finalmente llegó la tarjeta pero tenía miedo de que no funcionara, tuve que hacerlo hasta aproximadamente las 11 pm para probarla en el cajero automático en una ciudad cercana. Mira, funciona y ahora he pagado todo mi préstamo solo en un mes.
    Agradezco a DIOS por usar cardscodehackers para ayudarme en un momento sin esperanza. Oro para que Dios continúe usándolos para ayudar a todos los que lo necesiten.
    contáctelos con esta dirección de correo electrónico a continuación.
    cardscodehackers@gmail.com

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