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AGOSTO 2012
AGOSTO 2012
Miércoles 1
Gustavo junta los papeles llenos de tachaduras
esparcidos sobre el escritorio. ¿Para
qué imprimís mil veces, pa? se burla siempre Nacho, gastás los cartuchos, corregí en la pantalla. Se incorpora,
abre la puerta del balcón y se acoda sobre la baranda. Dan ganas de dejarse
caer sobre el colchón tejido de vereda a vereda por las copas de los
jacarandás. Por eso, a pesar de la opinión de su padre, eligió el departamento.
Ama esas pocas cuadras de Melián. El follaje amortiguando el ruido de los
escasos autos sobre los adoquines. Se llena los pulmones de aire frío y
entra. Ya en la cocina, revisa el cronograma adherido a los azulejos. Sus
pacientes, todavía no puede creerlo. Soy un aprendiz, piensa, un aprendiz de
treinta y cinco años. Aprendiz de terapeuta, dice en voz alta. Pone
sobre la bandeja una jarra con agua fría y dos vasos; la deposita sobre la
mesita del consultorio. Casi la hora.
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Laura le tiende la mano. Gustavo nota que hoy está
especialmente arreglada. El pelo distinto, ¿más corto? evalúa mientras la
observa sentarse. Todos sus modales son delicados, de señora. Ayer llamé a la editorial, “no debe
considerarlo un negocio sino un gasto”, me aclaró el dueño, dice
con retintín como si yo no lo
supiera se reacomoda en el diván, suspira y continúa estuve revisando álbumes y rescaté una foto
para la tapa, tendría unos dos años. ¿Quién? la interrumpe
Gustavo. Yo contesta irguiéndose ¿usted tampoco me
presta atención cuando hablo de mi libro? ¿Usted supone que no le prestan
atención? Laura hace una mueca despectiva y sigue la foto es de mala calidad pero los ojos dan
exactamente el tono. ¿Y cuál sería ese tono? Ella permanece callada
unos segundos. Mira la alfombra. Tristes,
muy tristes. Como los tiene hoy piensa él y los ojos de ella se llenan de
lágrimas. No sabe lo que fue mi
mañana Laura se seca las mejillas con el dorso de la mano desde que están los pintores la casa es un
caos, por suerte ayer me había dejado la
ropa preparada, pero el sobre con la foto no aparecía por ningún lado, subí y
bajé mil veces, finalmente lo encontré en el primer lugar en que lo había
buscado; le tocó entonces el turno al celular, me llamé otras mil veces pero no
sonaba, hasta que me iluminé y lo encontré en el bolsillo de la robe colgada
dentro del placar; cuando miré el reloj casi me muero, corrí las siete
cuadras hasta el subte, la camisa chorreada de transpiración; mientras bajaba
las escaleras busqué en mi billetera. Gustavo carraspea, Laura no está
diciendo nada, cuánto más debe dejarla hablar. Ella continúa. Luis siempre me da tarjetas que nunca
uso, encontré una; el molinete la chupó pero el fierro se atrancó; fui
hasta la ventanilla, todos cargaban la SUBE, Gustavo tose para ocultar
un incipiente bostezo, la mujer me
miró mal cuando compré un pase; lo probé pero el molinete no cedió, hasta que
lo empujé con más fuerza, o sea, la tarjeta anterior hubiera servido; me sentí
tan idiota hace una pausa y cabecea, abatida por fin logré salir del subte, atravesé el
gentío de Corrientes y llegué; me atendió una chica joven,
que hojeando la novela mientras hablaba por teléfono dictaminó “se nota que no
es una principiante”. ¿Usted considera que su obra es la de un principiante? Basta,
Gustavo ella eleva la voz pero instantes después pide perdón y como él solo esboza
una sonrisa ella continúa a veces
al releerme siento que sí, y a mi edad, es tristísimo. Veo que no está en
un buen día dice él sonriendo. Todavía no le conté la pelea con Luis. Laura se acomoda el
cabello y lo mira. La escucho dice
él. Discutimos por la plata, por lo
que debía invertir en la publicación. Qué raro viniendo de él acota
Gustavo. Me pidió que esperara la
respuesta de Alfaguara aclara ella. Entonces no le cuestionó la inversión la corrige. Sí, porque nunca me van a
contestar. Quizás él considera que sí, confía en usted. Los ojos de
Laura de nuevo se humedecen tampoco
le conté que me estaba esperando en la puerta de la editorial. ¿Con quién,
entonces, está tan enojada? ¡Conmigo! contesta y se echa a
llorar. Gustavo espera a que se calme y luego dice pues yo la felicito. Laura se suena la
nariz, abolla el pañuelo entre las manos y sigue hablando. Ahora de los
pintores. A él le cuesta mucho prestarle atención. Le recuerda a su madre. Esa
manera de enhebrar las frases casi sin fisuras. Ella cambia de posición. Cruza
las piernas. Él le observa los tobillos. Sorprendentemente finos para su
edad. En eso no se parece a su mamá.
Gracias dice Laura mientras le da la mano me salvó el día. Él sonríe y cierra
la puerta, despacio, Todavía sonríe cuando vibra su celular. ¿A qué horas venís? dice
Martina no tuve clases a la tarde,
mamá tiene una reunión y no vuelve hasta las nueve. ¿Y Nacho? Recién se
fue a lo de Tomás. ¿Quién es Tomás? ¡Papi!, ¡Tomás es el mejor amigo! Él
tiene la extraña sensación de que se hunde en algo blando. Pero estás con Juana atina a
decir y sigue hundiéndose porque Martina resopla los miércoles no viene. Entonces estás
solita. Obvio dice la nena y agrega, burlona a menos que cuentes a Lacán que está acá, lamiéndome. El
timbre suena. En cuanto pueda te
llamo, no le abras a nadie. Corta interrumpiendo las protestas. El timbre
vuelve a sonar. Gustavo se apura a atender. Hoy lo tengo que retirar diez minutos antes dice el padre de
Camilo y se mete en el ascensor que dejó abierto. El chico avanza con
dificultad, apoya las muletas en el diván y se deja caer sobre el
respaldo. Bufando se saca la campera.
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Camilo se estira los dedos, resopla, la vista clavada
en la ventana. Parece que
estás de mal humor sugiere Gustavo y recuerda a Martina, en la próxima
pausa tratará de calmarla. Re admite
el chico. ¿Me querés contar por qué?
La profe de Cívica nos mandó un trabajo superlargo para mañana y al final lo
tengo que hacer yo solo. Qué tal si me explicás desde el principio. Camilo
se endereza en el asiento, lo mira. Me
tocaba con Leo, pero yo tuve que venir para acá; él me invitó a dormir
para hacerlo a la noche pero yo no quise. El chico saca el celular del
bolsillo, lo abre, vuelve a guardarlo. Se rasca la nariz. ¿Por qué no quisiste ir? El chico
se ruboriza Leo tiene una hermana.
¿Entonces? Las mujeres molestan, no te dejan estudiar. Gustavo, divertido,
agrega vos también tenés una
hermana. Pero es chica dice Camilo mientras juega con la malla
del reloj. ¿Y la de Leo? Es más
grande que yo, está en segundo ¿Cómo se llama? Sofía contesta y las
mejillas ya son dos frambuesas. A Gustavo le cuesta ocultar una sonrisa. Contame cómo es. Morocha, alta, con el pelo
por la cintura la mirada de Camilo se entierra en el piso linda, relinda y dos
lagrimones comienzan a rodar. Al cabo de un buen rato Gustavo pregunta ¿por qué llorás? El chico levanta
la cara mojada. ¿No te das cuenta?,
por estas muletas de mierda. Gustavo siente el impulso de abrazarlo.
No, tras dos meses de intentarlo Camilo pudo quebrarse, de ninguna
manera debe consolarlo. Piensa y piensa hasta que le llega la frase correcta.
Un alivio. Está por decir vos no sos tus muletas, cuando el chico se limpia las
mejillas con la manga y pregunta ¿puedo
ir al baño? Gustavo asiente, lamentándolo. Cuando lo ve de espaldas,
alejándose, se acuerda de Nacho. Cierra los ojos. ¿Cuál era Tomás?, ¿el
rubiecito que llevaron a Pinamar? Cuando la llame a Martina se lo preguntará.
Solita en casa, qué peligro. Cecilia está loca, le hubiera avisado a
Juana. Gustavo escucha las muletas. Parpadea. Camilo se acomoda. Él
intenta ¿en qué estás
pensando? y no se sorprende cuando Camilo, como si le hubieran
apretado un botón, arranca en el trabajo
de Cívica, tenemos que buscar en los diarios notas sobre la discriminación y
después comentarlas. Gustavo podría intentar relacionarlo con las
muletas pero el momento ya pasó. Habrá que tener paciencia. Camilo sigue
hablando de lo que planea escribir. Qué lúcido es este pibe, evalúa Gustavo y
escucha con interés los proyectos cívicos de Camilo.
Cierra la puerta tras chico y padre. Inspira hondo. Se
acerca al escritorio, busca el teléfono y llama a su casa. Sin éxito. El
pulso se le acelera. Recién al tercer intento obtiene el jadeo de
Martina. Me estaba
duchando. ¿Cómo vas a bañarte estando sola?, ¡mirá si te pasaba algo!
Vení, entonces. Ya te explique que los miércoles tengo pacientes. Qué me
importa, deciles que me enfermé. Gustavo va a retarla cuando suena el
timbre. Te dejo, preciosa informa. Papi, ¡me hiciste salir mojada del baño!
Vuelvo a llamarte en cuanto pueda promete. ¿Dónde mierda está
Cecilia? ¡Papá! grita la
nena pero el timbre insiste y él tiene que cortar. No le gusta hacer
esperar a sus pacientes. Se acomoda el cuello de la camisa a cuadros y se pasa
los dedos entreabiertos por el cabello. Ensaya ante el espejo su sonrisa de
analista. Abre. El perfume de María Inés lo arrasa. Las manos se le humedecen.
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Gustavo roza la mejilla de María Inés. ¿Cómo estás? le
pregunta. Regular contesta
ella sin mirarlo, avanza majestuosa por el escritorio, entra al consultorio,
deja la cartera sobre el diván y, con extremada parsimonia, se quita el tapado.
¿Naranja?, ¿coral?, evalúa Gustavo mientras se ubica en su sillón al tiempo que
ella cruza con arte las piernas. Regular
por qué pregunta. Mientras ella refiere con sumo detalle una discusión
con la mucama, Gustavo la observa. Medias negras pero transparentes. Negros los
zapatos de taco alto. Fino y alto. La vista de él sube. Negra la pollera. Negra
y corta. Negra la polera de ¿angora? Negra, ceñida y mórbida. Dan ganas de
tocarla. María Inés sigue enfrascada en las disputas domésticas. Con la
cocinera además de con la mucama. La vista de él, ahora, pasando por el collar
de perlas, largo, de dos vueltas, llega a los ojos. Negros. Almendrados,
maquillados y negros. ¿Es solo eso
lo que te tiene regular? decide interrumpirla. Ella arquea las
cejas. Estoy casi segura contesta Gerardo tiene otra. Él, satisfecho,
inquiere en qué se basa tu
seguridad. Hace dos semanas que no me toca afirma ella, la vista
baja. ¿Y eso es nuevo? averigua
él mientras piensa: dios mío, qué imbécil. No aguanto más dice ella y llora. Gustavo repara en que es el
tercer paciente al hilo que llora, ¿su culpa o su mérito? Cuando ella se
extiende para alcanzar la caja de pañuelos que él le ofrece, la pollera trepa y
ofrece los muslos mientras ella confiesa elevando la voz no, no es nuevo, lo de siempre pero
más. Pero menos la corrige él. Pero nada lo recorrige ella y el llanto se acentúa. Él
quisiera decirle: no llores por él, es un imbécil, sin embargo solo
agrega ¿y siempre tuvo otra? Ella
lo mira fijo y él, de pronto se ilumina, qué torpe, ni siquiera se lo
había planteado. ¿Podrías hablarme del
sexo entre ustedes? propone. Ella, la vista baja, cuenta desde el principio, desde que éramos novios,
sentí que era yo quien lo forzaba momento en el que él, que ha seguido
recordando situaciones, refuerza su suposición, quizá Gerardo no es solo un
imbécil. Me trata como a una enferma dice
ella y luego se interrumpe. Gustavo siente que vibra el bolsillo de su
pantalón. Seguro que es Martina, piensa, al tiempo que exige no te detengas, María Inés, enferma de qué.
Dice que soy ninfómana. ¿Y vos le
creés? A veces reconoce ella y llora más pero él no le da
tregua a veces cuándo y
aunque su celular sigue vibrando sabe que no lo atenderá porque María
Inés acaba de decir y suena desafiante cuando
me masturbo. El portero eléctrico los sobresalta. Gustavo no puede
creerlo.
Lo que nunca, se pasó de la hora. Tanto que el
ascensor que debe llevarse a María Inés le trae a Raúl. Debo evitar estas
desprolijidades, rumia Gustavo cuando ambos pacientes se sonríen en el relevo.
Además, ni un minuto para hablar con la nena. Ya entrando Raúl comenta qué mina, guardadita te la tenías, voy
a llegar siempre temprano pero a él no le causa gracia. Ninguna
gracia.
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Gustavo acaba de leer El lenguaje de los gestos por eso observa con atención a Raúl,
sentado con soltura en el diván. Como si fuera suyo, piensa. Está
reclinado sobre el respaldo, la sonrisa franca, la pierna derecha apoyada sobre
la rodilla izquierda. Un hombre concluye él, qué duda. Recuerda las
piernas cruzadas de María Inés, también su postura es acorde a lo descripto
para su género. Gustavo se pregunta cómo se sentará el marido de ella. Hoy lucís satisfecho inicia la
sesión. Anoche finalmente cojimos dice
Raúl. Se te nota comenta
Gustavo. En cuanto entré a casa
después de mi primera vez, la vieja me preguntó “¿te pasó algo?”, ¿será que se
me queda pegado el olor a sexo? ¿Será que tengo buen olfato con los
pacientes? bromea Gustavo. Raúl ríe. Gustavo repara en que es la
primera risa en tres meses de tratamiento. ¿Debe reír él? Solo acentúa la
sonrisa y después pide contame. Aunque
no puedas creerlo, fue ella la que vino al pie; yo ya ni la buscaba, estoy
harto de me deje pagando. ¿Pasó algo que explique el cambio de actitud de Lisa?
¿De veras considerás que vale la pena hacer el esfuerzo de intentar comprender
a las mujeres? Raúl ríe de nuevo y después refiere con sumo detalle
todo lo acontecido en la cama, se regodea describiendo sus
habilidades amatorias. Cuando Gustavo considera que ya es más que suficiente y
se dispone a interrumpirlo, Raúl, de la nada, informa le dije a Lisa que estaba pensando en irme de casa. Al fin, piensa
Gustavo. Sin embargo, solo comenta entonces el sexo fue resultado de una amenaza. Amenaza, no se
defiende Raúl lo estoy pensando en
serio. Lo estabas pensando lo corrige él y la sonrisa de Raúl se
congela. Le arruiné la alegría, piensa Gustavo. Siempre conseguís
joderme se lo confirma Raúl. ¿Trayéndote a la realidad? ¿Qué es la
realidad? se enoja Raúl. El proyecto de irte de tu casa se va a pique
porque tu esposa aceptó tener sexo con vos dice Gustavo. ¿Habrá
sido demasiado agresivo? Si Ana María lo escuchara, ¿lo retaría? La sombra
permanente de su propia analista. ¿Vos querés que me vaya de
casa? pregunta Raúl. ¿Vos creés que deberías irte de tu casa? reformula
Gustavo. Raúl apoya los codos en las rodillas, junta las manos y se proyecta
hacia adelante mientras dice a lo mejor es la única manera de que ella
descubra que me necesita. ¿Entonces? pregunta Gustavo. No puedo
irme. ¿Por qué? Raúl entierra la vista en la alfombra. ¿Por
quién? Los ojos de Raúl describen una trayectoria curva hasta que
enfrentan a Gustavo. Soy yo el que no puede vivir sin
ella confiesa en voz muy baja. Hace meses que estás viviendo sin
ella. Raúl parece tan abatido que Gustavo mira su reloj y aunque faltan unos
minutos determina lo dejamos por hoy.
Ocho minutos por delante. ¿Martina o
Cecilia? Desde el celular y parado llama a Cecilia, ella debe
ocuparse de la nena. ¿Se puede saber dónde corno estás? le larga
antes de saludarla. En una reunión. ¿Qué reunión? ruge Gustavo.
Cecilia corta. Él insiste, descontrolado. El celular solicitado está
apagado o fuera del área de servicio. Marca el número de su
casa. Hola, pa contesta Nacho. ¿No estabas en lo de un
amigo? Sí, pero mamá me pidió que volviera a cuidar a Marti, diez años tiene la
bebita. Gustavo escucha el ruido del ascensor y pese a la voz de la
nena exigiendo pasame con papi, corta. Al arreglarse el cuello de la
camisa se roza la yugular. Bombea. Mal estado para estrenar a Daniela. Otra
derivación del compañero de golf de su padre. ¿Le sobran los pacientes o es
solo por hacerle un favor a mi viejo?, piensa. Cuando abre la puerta se
sorprende. No parecía tan jovencita por teléfono. Frágil.
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Jean, zapatillas, sonrisa triste en la cara lavada. El
pelo lacio y pardo. Como un gorrión, diría Serrat. Atraviesan el
escritorio. Ya en el consultorio Gustavo le señala el diván. ¿Me siento? Siempre que quieras podés acostarte responde él. Ella niega
enérgicamente con la cabeza y se ubica. Gustavo, enfrente, le sonríe. Toma una
ficha y una birome. Daniela, ¿no? Sí,
Daniela Godoy. ¿Edad? Veintiséis años. Mientras sigue aportando los datos que le solicitan, ella cruza y
descruza los dedos. Una y otra vez. Terminado el interrogatorio y luego de unos
segundos de silencio Gustavo pregunta ¿por
qué viniste? Estoy mal responde ella sin mirarlo. ¿Mal por qué? Algo no anda bien con mi hijo ¿Cuántos años tiene? Dos,
dos años y cinco meses. Contame un poco pide Gustavo y como ella calla él
intenta ¿vos no andás bien con él? Ella
endereza bruscamente la espalda. Él no
anda bien conmigo lo corrige. ¿Y cómo
es eso? No me deja que lo toque, que lo abrace, algo le pasó de repente. ¿Por
qué decís de repente? Antes no era así. ¿Antes cuándo? busca Gustavo
precisiones. Cuando era chiquito. ¿Y
ahora es grande? Ella cabecea, sonriendo, pero luego se le endurece el
gesto. Cambió mucho luego del año y
medio. ¿Hubo alguna situación familiar coincidente? Daniela niega con la
cabeza y agrega ya le dije, fue de
repente. ¿Solo cambió con vos? No entiendo. ¿Con el padre sigue siendo
afectivo? Con el padre nunca fue afectivo, bah, el padre tampoco nunca fue
afectivo con él. ¿Con vos tampoco? El rostro de Daniela se ilumina. Conmigo es un dulce. ¿Se llevan bien
entonces? En líneas generales, digamos que sí. ¿Y en líneas particulares? Ella
ladea la cabeza y afirma el problema es
Lucas. Sí, me comentaste que por eso habías venido. El problema entre nosotros
es Lucas precisa mientras busca algo en su cartera. Parece una chiquilina,
piensa Gustavo. Difícil imaginársela con una criatura a cargo. Daniela extrae
un paquete de pastillas. Se me seca la
garganta se justifica y ofrece
¿quiere? Él hace un gesto negativo. Cuando la ve nuevamente concentrada le
pide háblame sobre Lucas. Como ella
calla, la mirada en la alfombra él se rectifica hablame de lo que quieras. Ella
se endereza y lo mira él es lo que más
quiero en el mundo. Gustavo opta por el silencio, se recuesta en su sillón
y le sonríe. Luego de un buen rato ella cuenta ayer herví una calabaza, la pelé
y la metí en la procesadora. Él la escucha, extrañado. En cuanto apreté el botón escuché un aullido de animal; fui corriendo al cuarto del nene; Lucas,
tirado en el piso, se tapaba los oídos con las dos manos; quise abrazarlo pero
él me empujó, con tanta fuerza me empujaba, como si me odiara. Se queda
callada, la vista perdida. ¿Entonces?
pregunta Gustavo cuando percibe que ella ya no hablará. Entonces
corrí hasta a la cocina y tiré del cable del aparato; mágicamente los chillidos
pararon. Daniela, de nuevo, calla; los labios apretados, la vista en la
ventana. Daniela, ¿qué pasó después? Ella
lo mira, se pasa la lengua por los labios y cuenta cuando volví al cuarto, Lucas había sacado todas las zapatillas del
placar y las estaba poniendo en fila, una recta perfecta; ni me miró se
echa el cabello hacia atrás con las dos manos justo en ese momento oí que se abría la puerta de calle; era Ariel que
desde el living me preguntaba qué había para la cena. ¿Le contaste? Sí ella sonríe displicente que había pollo con puré de calabaza. Gustavo
va a repreguntar cuando mira su reloj. Junta ambas manos y se oprime los
nudillos. ¿Te parece que la sigamos el
miércoles que viene a la misma hora? propone. Ella asiente con la cabeza y
se incorpora. Parece cohibida. Nunca hice
terapia, ¿se paga cada vez o por mes?
Al fin pregunta.
Gustavo se apoya en la puerta, aliviado. Última. Va
hasta la cocina y prepara café. Taza en mano se deja caer sobre el diván. Demasiados pacientes en el día para comenzar
había dictaminado Ana María. El rostro de Gustavo se desarma. Ana María. Se
olvidó del cambio de horario El celular
vibra. Cecilia, piensa. En la pantalla aparece la cara de Santiago. Otra vez.
No está de humor para su amigo. Deja la taza sobre la mesita, reacomoda los
almohadones y se acuesta. Cinco minutos, piensa. Cierra los ojos.
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Lo escucho pide Ana María en cuanto él termina de sentarse. Y
él, que solo querría cerrar los ojos y dormir, se obliga a informar una semana dura, mejor ni hablar del día de
hoy. ¿Por qué piensa que es mejor no
hablar del día de hoy? reformula ella y él que quisiera decirle que está
harto, de ella, de él, de Freud, de la asociación libre y de la atención
flotante le resume mucho de todo, como
dice Martina cuando le ofrecen helado y va a continuar cuando ella acota qué
interesante, es la primera vez que antepone su hija a sus pacientes. Está equivocada dice él maravillado de
su perspicacia hoy padecí toda la tarde
por tener que postergarla. Gustavo le habla de su tedio con Laura, de las
lágrimas de Camilo que ella aprecia enfáticamente. Cuando le está hablando
sobre Daniela, Ana María lo interrumpe. Las
intervenciones de un terapeuta siempre deben abrir, no cerrar; ¿cuánto sabe
sobre los verbos? Gustavo,
desconcertado, responde bastante, hace
poco los estuve estudiando con mi hija. No es lo mismo ordenar ¨hablame¨, como
usted hizo con Daniela, que preguntar ¨querés hablarme¨ o, mejor aún,
¨quisieras hablarme¨; ¨háblame¨ corresponde al modo imperativo, el de las
órdenes, ¨querés hablarme¨ al indicativo, el de los hechos reales, y ¨quisieras
hablarme¨ al modo subjuntivo, el de los deseos y las dudas; y de eso,
justamente, se trata una terapia; por otro lado, si manifiesta ¨me gustaría que
me contaras¨, deposita el deseo en usted mismo; si pregunta ¨¿te gustaría
contarme?¨, el deseo será el de su paciente; nuestra herramienta es el
lenguaje, Gustavo, por eso hay que cuidarlo tanto.
Camina cinco cuadras hasta Salguero. Última vez que va
con el auto. Villa Freud no da para más. Ya frente al volante, tarda
en arrancar. ¿Por qué no le planteó a Ana
María lo que le pasa con María Inés? Para eso va. Pero no puede
escucharla atribuirlo a la transferencia
erótica. Quizá debería independizarse un poco de sus juicios. En plena sesión
se descubre permanentemente pensando cómo evaluará su control tal o cual
intervención. ¿No será, Gustavo, que está
queriendo descontrolarse? casi la escucha decir.
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Cuando se quiere acordar, está en Juramento.
Cada día más pelotudo. Retoma Cabildo en la dirección contraria en medio
de un tránsito infernal, mete el auto en la cochera y sube. A través de la
puerta le llega la voz de los chicos.
Peleando. ¿Dónde mierda está Cecilia? Siente un fuerte impulso de retroceder.
Aprieta los puños. Al abrir la puerta, Lacán se
le abalanza, revoleando la cola. Él lo acaricia, detrás de las orejas. Gritos desde la cocina. Hacia
allí va. Encuentra a Martina parada en un banquito, frente a la hornalla. ¿Qué está pasando aquí? pregunta
enojado. Nacho no me quiere ayudar, yo
siempre tengo que hacer todo protesta la nena Él le saca los fósforos de la
mano. No me gusta que estés cerca del
fuego dice y enciende el quemador.
Mamá me pidió que pusiera agua a hervir. Tu madre arranca Gustavo pero se detiene porque escucha el ruido
del ascensor. Los ladridos del perro. Cecilia aparece en la cocina. Traje ravioles dice mostrando las
cajitas de cartón, sostenidas con ambas manos. Martina le rodea la cintura. Buenísimo, mami. Estoy liquidada informa Cecilia me
saco esta ropa y enseguida vengo. Recién entonces él la observa. Un vestido
que no reconoce, tacos altísimos, el
pelo recogido. Un par de mechones cayendo sobre la nuca desnuda. Gustavo
quisiera rozarla. Ama ese largo cuello. ¿Hay
crema, Marti? pregunta ella de
camino al dormitorio.
Gustavo entra al dormitorio y cierra la puerta.
Cecilia, ya en la cama, se desmaquilla. Él se sienta sobre el acolchado, a su
lado. ¿Qué pasa? pregunta Cecilia
poniéndose crema en la cara. Eso es lo
que quisiera saber, qué está pasando. No te pongas dramático, Gus, en estos días se juega mi ascenso dice
ella masajeándose las mejillas tené
paciencia y ayudame con los chicos, hago lo que puedo. Él la mira fijo. Charla postergada concede pero que te quede claro que solo conseguiste
una prórroga. Trato hecho dice ella sonriendo mientras levanta la palma
encremada. Él, muy serio, se incorpora.
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Miércoles 8
El despertador lo arranca de su sueño. Gustavo trata
de retener las imágenes, pero es inútil. Bosteza. Miércoles. El curso de terapia sistémica,
pasar por el banco, sus cinco pacientes al hilo. Ana María. La alarma suena por
segunda vez. Extiende la mano hacia su izquierda. Cecilia ya no está. Lacán se acerca meneando
la cola. Las patas sobre el acolchado.
Interensantísima la clase. Cibernética. El todo es más que la suma de las partes. Cada
vez que sale del curso la sensación se repite. El dolor por el tiempo perdido,
el apremio por recuperarlo. Hace seis meses, cuando Laura, su primera paciente
después de diez años de recibido, entró en el consultorio, creyó tocar el cielo
con las manos. Pero ya no le alcanza con que su padre le conceda un día a la
semana. Está caminando hacia el banco cuando decide que no. Los miércoles son
sagrados. Ni un segundo de su miércoles va a prestarle a su padre. Mañana hará
el depósito. Se siente, de pronto, pletórico de energía. Una urgencia punzante
por llegar a Melián. Que la fábrica reviente. Que su viejo reviente. Una urgencia
punzante por llegar a Melián. El todo es
más que la suma de las partes. Se pregunta cuál será el momento apropiado
para citar a los padres de Camilo. Apura el paso.
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La franca sonrisa de Laura. Brilla. Gustavo le da la
mano y la acompaña hasta el diván. Ella cuelga el blazer en el perchero thonet y se sienta. Hoy se la
ve de mejor humor. ¿Se me nota? Hasta se permite coquetear, piensa Gustavo
y acota a usted todo se le nota. Me llamaron de Alfaguara. Laura desliza una palma sobre otra, sonríe
apretando los labios, entrecruza ahora los dedos. Por fin anuncia me aceptaron la novela. Caramba, qué noticia dice él
sonriendo sobre todo para una principiante. Ella se echa hacia atrás, fresca su carcajada. La semana que viene firmaré el contrato. Mientras la escucha hablar
de cláusulas y condiciones Gustavo evalúa si logrará terminar el trabajo del
curso para el miércoles próximo. Tendrá
que conseguir una prórroga. Calculé mal, se dice pero luego se desdice y atribuye la
demora a la imposibilidad de concentrarse, hace días que está alterado. Cecilia lo altera. Laura, ahora,
comenta una cena familiar. Vinieron
todos, una alegría verlos juntos
dice Laura y continúa describiendo los detalles. Gustavo solo asiente, de vez en cuando. De pronto percibe el
silencio y fija la mirada en ella. Laura entonces le sonríe, con dulzura piensa
él, y dice gracias. ¿Gracias? pregunta,
aumentando el contorno de los ojos. Sin
su apoyo no me hubiera atrevido a presentarla confiesa. Gustavo mira,
ahora, por la ventana. Una tarde soleada. Se distrae observando el cielo unos
instantes, quizá demasiados, porque cuando vuelve a mirarla, ella ya no sonríe
mientras dice poniéndose el blazer Luis
tiene una tos bárbara, anoche casi no
durmió.
Necesita recostarse aunque sea unos minutos. No
entiende qué le pasa con Laura. No logra concentrarse. Lo amodorra su manera de
hablar. Cierra los ojos. Segundos después recupera un recuerdo. Su madre lo
reta. Él, ¿diez, doce años?, la escucha en silencio. Cuando ella al fin se
interrumpe, él dice señalando el reloj pulsera, te faltan diez minutos para llegar a la hora, ¿por qué no seguís? Siempre
fue infernal la vieja puesta a hablar. Las palabras de las mujeres tienen otra
densidad. ¿El gusto por el continente más que por el contenido? Cecilia también
es así. La habilidad de hablar indefinidamente sorteando el meollo. Está
envenenado con Cecilia, todo lo que proviene de ella le molesta. ¿Cuánto más
puede demorar el enfrentamiento? El timbre. Por suerte, Camilo. Él sí que nunca
lo irrita. Se incorpora y alisa el diván.
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No sé para
que sube dice Camilo mientras se
ubica. Y cuando Gustavo está por preguntarle por qué le molesta que su padre
suba, el chico cuenta me pusieron un diez
en cívica, fue el único diez. A medida que describe el trabajo, Camilo
cobra aplomo, crece, piensa Gustavo, un
pez en el agua. Gustavo lo proyecta hacia adelante ¿político?, ¿abogado? Ojalá
Nacho pudiera expresarse así. Gustavo espera, atento, alguna señal. Camilo dice
papá me felicitó, pero siempre me
felicita resopla por cualquier cosa. Hoy
comentaste que no sabías por qué tu papá subía con vos. Camilo, volcado
sobre el respaldo, los brazos tras la nuca, de golpe se endereza. ¿Te molesta? pregunta él y como no
obtiene respuesta insiste ¿por qué te
molesta?. El rostro de Camilo se endurece ¿no te das cuenta?, me trata como a un nene, tengo trece años.
Gustavo permanece en silencio, mirándolo, qué decir. Ya sé lo que estás pensando lo encara el chico cómo me va a dejar solo si soy rengo va subiendo la voz pero
siempre voy a ser rengo, entonces tengo que aprender aprieta los dientes me asfixia, me ahoga se deja caer con
violencia sobre el respaldo. Cuando el silencio ya se hace demasiado tenso. Gustavo pregunta ¿qué pasó? El chico lo mira. Hace
meses que tu papá te acompaña, ¿a qué viene ahora tu enojo? No pasó nada. Tratemos de pensar por qué justamente hoy te irritan sus cuidados. El
chico se muerde los labios, la vista en el piso. Gustavo, la suya en los
jacarandás, reflexiona, Camilo jamás mostró hostilidad hacia su padre, al
contrario, respeto, cariño, admiración. Entonces, lo observa. El sol cae de lleno sobre el cabello
rubio. Las mejillas coloradas, los
pómulos marcados, la boca delineada como con pincel. Tan bello que impresiona.
Camilo, con un movimiento brusco, eleva la cabeza y lo mira. Tanta ira en los
ojos color miel que Gustavo, instintivamente, baja la vista. Cuando vuelve a elevarla, los ojos de Camilo
siguen ahí, clavados en él. Y aunque a Gustavo le duele cada poro, siente que
su pecho se abre para recibir ese odio que necesita ser tomado, aunque no sea
para él. Y así quedan, mirándose de pleno, casi sin pestañear, por un tiempo
inmensurable. Hasta que el timbre los exime.
Seguimos la próxima dice Gustavo, incorporándose. Camilo, mientras busca
las muletas, masculla si es que vengo.
Gustavo abre la puerta, ¿Todo bien? pregunta el padre.
Gustavo se acuesta en el diván. El corazón le late
fuerte. La situación ha sido de una extraña violencia. Se acomoda un almohadón
debajo de la cabeza. Debió seguir
presionándolo dirá seguramente Ana María. ¿Es un logro aumentar la
angustia de un paciente?. De un chico, además. Se oprime los ojos cerrados.
Precisa un respiro. El timbre. Lo torturan los timbres. La gota de agua de los
chinos. Se levanta. Abre la puerta. El olfato precede a la vista. María Inés.
12
Hace casi media hora que María Inés habla sobre el
próximo festejo de su cumpleaños. Treinta. Gustavo la escucha, en automático,
define. A su madre quizás le interesara.
Y a Cecilia también. Las mujeres aman las fiestas. ¿Todas? Añade a Martina. Mis mujeres, se corrige. Aprovechando
una ligera pausa de María Inés le pregunta ¿cómo
van las cosas con tu marido? Ella sonríe raro cuando cuenta anoche me acosté desnuda, lo apreté fuerte
desde atrás pero se hizo el dormido, entonces… Cinco, diez, quince segundos
de silencio. ¿Entonces? Entonces lo
mordí, en el hombro lo mordí, le saqué sangre; al menos conseguí que así
gritara dice María Inés y luego calla. ¿Y
después? Por más que siga contándote no se soluciona. Gustavo se siente
involucrado, en qué está fallando. No sé
para qué sigo viniendo agrega ella y a él le duele, tanto le duele. Cauto,
debo ser muy cauto, se indica. Cuando logra reponerse pregunta ¿para qué te parece que venis? Ella, al
instante, contesta porque me gusta y
su sonrisa es tan irresistible que Gustavo se siente ridículamente orgulloso.
No sabe qué decir. Sonríe. Ella agrega aquí
siempre me siento bien, hasta cuando me hacés llorar me siento bien. Él,
recuperada la lucidez profesional, dice tal
vez si también te permitieras llorar frente a Gerardo conseguirías sentirte
mejor. Él es el que llora confiesa
ella, la vista baja. Qué interesante,
considerás que las lágrimas de él invalidan las tuyas añade Gustavo
mientras se echa el cabello hacia atrás.
Alguien tiene que ser fuerte. ¿Y por qué la fuerte tenés que ser vos? Él
está satisfecho, el tratamiento se desliza en la dirección correcta. Aunque
faltan unos minutos determina terminamos
por hoy. Ella lo mira arqueando las cejas. Él sonríe, apenas. Ella,
obediente, se incorpora.
Mientras María Inés espera el ascensor, la puerta
entornada, él la mira de atrás. Parece una
modelo. Antes de subir ella gira. El cierra la puerta con brusquedad. Se
reclina sobre el sillón del escritorio, los brazos cruzados apoyados tras la
nuca. Unos instantes. Luego busca las tres fichas y vuelca las sesiones. Con
detalle, pulcramente. No debe confiar en su memoria. No solamente. Mira el
reloj. Guarda los papeles.
13
Raúl se dedica a lo que Gustavo ya ha referido a Ana
María como maniobras dilatorias.
Anécdotas, bromas. Gustavo asiente, pasivo pero al acecho. Hasta que Raúl, de
la nada, dice Lisa parece una puta y
luego calla. Gustavo se endereza. Es un
comentario extraño, explicate. Solo
coje cuando traigo plata a casa. La madre del borrego, piensa Gustavo. ¿Tuvieron relaciones esta semana? pregunta. Anoche
se tiñó el pelo, anteanoche ordenó el placar, y así, y así, la puta que te
parió. Raúl cruza los brazos, cabecea.
Debo deducir entonces, que esta semana
no aportaste dinero. Raúl se encorva, como un caracol evalúa
Gustavo, y agrega ni esta, ni la otra, ni la anterior. Solo
me dijiste que sos arquitecto, contame en qué trabajás inquiere Gustavo
y ante el rictus de Raúl se rectifica de
qué solés trabajar. A ver Raúl
tamborilea los dedos cómo explicarte
esquiva la mirada de lo que venga, ¿Y qué
hacés cuando no viene nada?
pregunta Gustavo luego de un rato. Raúl sonríe, burlón ¿Lisa te pasó letra? Gustavo solo lo mira, intencionalmente muy
serio. Me pudre, no necesito que me digan
lo que tengo que hacer. Por qué no me
contás qué es lo que tenés que hacer.
Si fuera por Lisa, seguir adosado a mi viejo de por vida. ¿Y si
fuera por vos? Toda la vida dependí de mi viejo, necesito abrirme de mi viejo.
Una descarga de adrenalina para Gustavo.
Tu viejo… Gustavo arrastra
adrede la palabra nunca lo mencionaste.
¿Nunca te hablé del rey de Textilandia? Gustavo percibe el contraste entre
la amplitud de la sonrisa y la tensión en la mandíbula. ¿Textilandia es su empresa? Raúl lanza una carcajada, carente de
alegría, evalúa Gustavo. Vos tomás las
cosas al pie de la letra. Me gustaría trompearlo, piensa Gustavo y se
alarma por pensarlo. Mi viejo tiene
varias empresas textiles, no sé
exactamente cuántas se tira sobre
el respaldo más de cinco y menos de diez,
digamos. Un par largo, diría Nacho. Gustavo controla el reloj y
anuncia lamentablemente, tenemos que dejar acá; la semana que viene retomaremos
el tema. Me salvo el gong dice Raúl sonriendo y se incorpora.
Lo último que Gustavo ve de Raúl son los mocasines
desvencijados. Va hasta el espejo del pasillo. Se aprieta el cinturón, endereza
el cuello de la camisa nueva, lleva a su justo centro el escote en v del
chaleco. Apenas unas canas. Busca luego
el teléfono. ¿Está mamá? pregunta
antes de saludar a la nena. Estoy yo,
por si te interesa, que no parece.
Últimamente Martina lo sorprende, está creciendo demasiado rápido. Él repasa su
jueves. Reunión con el jefe de personal. La aplazará para el viernes. Mañana
voy a buscarte al colegio y después te invitó a merendar. Los gritos
de alegría de la nena lo conmueven. A pesar de que escucha el timbre se da
tiempo para despedirse de su hija como corresponde.
14
Anoche me
desperté sobresaltada sigue
diciendo Daniela me levanté a oscuras y
fui al cuarto del nene, fue….sobrenatural cobija la cara entre las palmas
de la mano y calla. Así, sin mirarme,
trata de describirme todo lo que viste pide él. El velador daba una luz muy tenue, entre amarilla y rosada, un cono
luminoso en la oscuridad, podía ver las partículas de polvo flotando Gustavo
retiene la respiración, la voz de ella es un susurro estaba descalza, sentía el piso frío bajo los pies, me apreté los
brazos con las manos. Luego de unos segundos de silencio él pregunta, tan
suavemente como puede ¿Y Lucas? Los
bracitos en alto, en puntas de pie, daba interminables vueltas alrededor de su
mesa; lo llamé, le hablé, pero no me veía, no me escuchaba, parecía un duende
en su piyamita con patas, entonces…. ¿Entonces? Me arrodillé y lo abracé,
recién ahí me miró, me empujó y se acostó en su cama; me quedé así, sentada en
la alfombra al lado de su cama, no sé cuánto rato hasta que lo escuché a Ariel.
¿Te llamaba? Ella cabecea y, con tensión en la voz, contesta roncaba. Gustavo se toma su tiempo antes
de preguntar ¿cómo te sentiste? Desolada contesta
ella, apretándose las sienes con los índices y luego lo mira ¿qué piensa de mi hijo? ¿Qué pensás vos? Hay
algo que anda mal contesta ella. ¿Qué
dice el pediatra? Que tengamos paciencia, que ya va a madurar. ¿Dice alguna palabra? Ella sacude la cabeza. Ni siquiera mamá. Él teme que Ana María
lo objete, él es el terapeuta de ella, no del nene, pero arriesgándose dice creo que deberían hacer otra consulta.
¿Conoce a alguien? Pregunta ella, con tanta entrega en la voz que Gustavo
se conmueve. Entonces, sabiendo, de nuevo, que no debe, busca en la agenda el teléfono del pediatra
de sus chicos. Es el mejor. ¿Es muy caro?
averigua ella. No te preocupes
dice él sabiendo que llamará a Grieco y le explicará la situación. Excelente
profesional y mejor persona.
Gustavo está inmóvil frente a la ventana, las manos en
los bolsillos, mirando hacia el cielo. Anochece. Lo único bueno de ver sufrir a
otro es la posibilidad de redimensionar los propios padeceres. Después de días
de alimentarla con cientos de lo que recién ahora logra calificar de detalles,
la bronca contra Cecilia palidece.
Experimenta un repentino acceso de buen humor. Falta casi una hora para ir a lo
de Ana María. Gratificará su espera con un buen café express. En Sigi. Se lo merece. Está orgulloso de sí
mismo, cosa extraña. Lleva jarra y vasos a la cocina. Los está enjuagando
cuando su celular vibra. Martina. Abre el mensaje, inquieto. submarino tostado jugo de naranja.
Gustavo inspira hondo y exhala con lentitud. Sonríe al teclear de todo, dos. Es mi hija, piensa
mientras apaga las luces. Sale. Ya arriba de auto recuerda su promesa de la
semana anterior. Luego de unos instantes de duda, arranca. En algún lado
conseguirá estacionar.
15
La pollera
larga, con vuelo, de Ana María lo precede. El discreto perfume, un par de
escalones por delante, lo guía. Ambas manos derechas deslizándose, sincrónicas,
por la baranda de madera. Frente a la puerta del consultorio, ella gira y con
una sonrisa insondable y un leve gesto
de sus uñas pintadas lo invita a pasar. Un tapiz incaico a modo de alfombra,
leve olor a incienso. Luego de seis meses de ir todos los miércoles, la extraña
sensación de observar todo por primera vez. Los sentidos agudizados. Gustavo se
sienta. Ella carraspea. Señal suficiente para que él confiese hoy tuve ganas de trompearlo a Raúl. Y
ante el entrecejo fruncido de ella, aclara, sonriendo no se asuste, no llegué a las manos; fue solo una sensación, una fuerte
sensación; nunca me había pasado algo así, ¿es normal? Ella recoge sus
palabras ¿qué significa que una actitud
sea normal?; sería inadmisible que agrediera físicamente a un paciente, aunque
es más frecuente de lo que uno quisiera suponer, que un terapeuta agreda
verbalmente. Tampoco lo insulté bromea Gustavo levantando las manos con las
palmas extendidas aunque sé que usted no se refiere a eso. Ana María cierra los
párpados y asiente con la cabeza. ¿Podría
contarme lo que sucedió? Después de varios meses de hablar casi con
exclusividad de la relación con su esposa, Raúl me reveló que hace meses que
está sin trabajo. ¿Y qué fue lo que desencadenó su ira? Gustavo reflexiona. Se burló de mí confiesa
luego. ¿Cómo fue eso? Él se refirió a su
padre como al ¨rey de Textilandia¨ y yo le pregunté si Textilandia era su
empresa. Gustavo traga saliva, le cuesta referirle me dijo que yo tomaba las cosas al pie de la letra; me hizo sentir un
infeliz. Parece una reacción desmedida ante esa frase. Sí admite Gustavo. ¿Podría precisarme lo que fue sintiendo en
el transcurso de la sesión? Gustavo le relata con detalle lo sucedido. Quizá fue la alusión a la relación de Raúl
con su padre lo que a usted lo alteró. Gustavo se siente repentinamente
vulnerable, querría encontrar un recurso que le permitiera desviar la
conversación sin embargo admite sí, es
posible, tengo conflictos con mi propio padre. Es imprescindible reconocer
cuando la historia de un paciente nos remite a la propia, fundamental mantener
la distancia emocional; ¿está trabajando el tema de su padre en su análisis?
Hace un mes que mi analista está enfermo, pero sí, en eso estábamos. Su ira fue
una llamada de atención, seguiremos atentos con esta cuestión. Gustavo se
sirve un vaso de agua. Cuando logra serenarse le habla de Daniela. No sé si fue correcto que le diera el
teléfono del pediatra de mis hijos. Ana María sonríe al decir hay circunstancias en las cuales debemos
hacerle un guiño a la teoría; no hay ninguna duda de que la prioridad es que
esa criatura reciba un tratamiento adecuado lo antes posible; tranquilícese,
Gustavo, trate de confiar más en su intuición.
Sube al auto pero en realidad necesita otro café. Una
sesión demasiado intensa. Además de Raúl y Daniela, Laura ¿No será que llegó la hora de darle el alta? A él no le gustó
escucharla y defendió la continuidad. Hay
que aprender a desprenderse de los pacientes. Para tratar de amortiguar el
malestar Gustavo rescata los réditos. Ha
conseguido que Camilo transfiera sobre usted el resentimiento contra el padre.
Una perla para atesorar. Ya por Cabildo presta mucha atención. No volverá a
pasarse.
16
Gustavo se mira en el espejo del ascensor. El cuello
de la camisa arrugado, la sombra de la barba, ojeras. Así lo dejan los
miércoles. Se detiene en el palier. Silencio absoluto. Alarmado, abre. Lacán se
precipita ladrando. Dice mamá que la
llames grita Nacho desde su cuarto. Gustavo se quita el saco y lo deja caer
sobre un sillón. Mira el reloj de péndulo: nueve y cuarto. Se acerca al
teléfono. Hola, soy Cecilia; no puede
atenderte, dejá un mensaje, por favor. Corta, fastidiado, y se dirige al
cuarto del chico. Hola, hijo saluda
desde la puerta ¿mamá te dijo algo?
Nacho, enfrascado en la computadora, informa que venía a las diez, que fuéramos preparando algo. Martina llega
corriendo y se aferra de la cintura del padre. ¡Yo sé hacer salchichas! Gustavo intenta controlar la bronca.
Inspira profundamente. ¿Qué les parece si
cenamos en McDonald’s? propone. Dale contesta
Nacho moviendo el mouse. Martina parece preocupada. ¿Vale igual la merienda de mañana? averigua. ¿Qué merienda? pregunta Nacho sin mirarlos. Ese es un asunto que tengo con tu hermana contesta Gustavo
guiñando un ojo. La nena, la boca ladeada, devuelve torpemente el guiño.
¡Martina! grita Gustavo desde el palier. Ya voy, me estoy peinando. Nacho revolea los ojos y llama al
ascensor. La nena llega corriendo. Huele a perfume. ¿Le dejamos una nota a mami? propone. No hace falta determina Gustavo, abriendo el ascensor. Que se joda.
Gustavo sentado en la cama, corrige su trabajo para el
curso. Modelos de la relación
mente-contexto. Los chicos duermen. La puerta de calle, finalmente, se
abre. Luego la de la cocina. Controla el reloj, son casi las once. Instantes
después Cecilia entra al dormitorio. ¿Ya
cenaron? pregunta sacándose el abrigo. Él la mira, serio. ¿Y a vos qué te parece? Como no encontré
nada en la cocina… Perdón, no te
dejamos el plato preparado. El rictus de Cecilia cambia en un
instante. Qué pasa, se me hizo tarde,
por una vez en catorce años se me hizo tarde, qué, ¿me voy a ir al infierno? No hay mejor defensa que un buen ataque,
registra Gustavo. Trata de serenarse. ¿Dónde
estuviste? pregunta en mejor tono. ¿No
te contó Nacho?, este chico siempre igual.
No es él quien tiene que darme explicaciones. Tuvimos una reunión con el
socio de Fridman, el de la filial de Córdoba, parece que se trasladará acá y yo
pasaría a ser su secretaria privada, me
duplicarían el sueldo, una oportunidad increíble. ¿Por qué no me comentaste
nada? Vos nunca me preguntás por mi
trabajo. Cecilia se saca los zapatos de taco, las pulseras, los aros.
Gustavo recibe el impacto. Es cierto, no suelen hablar del trabajo de ella. Del
de él, sí. ¿Fueron a cenar? pregunta. No, bueno en realidad algo así, empezamos
tomando café pero como se extendió la reunión terminamos comiendo unos
sándwiches. Y no pudiste avisar. No me di cuenta de que era tan tarde. La
bronca de Gustavo se va transformando en tristeza. Como si tuviera ensartado un
gancho en el abdomen que lo empujara hacia abajo. Me voy a duchar informa Cecilia. Está en el marco de la puerta
cuando se da vuelta y pregunta ¿adónde
fueron? A McDonald’s. ¿Cómo la pasaron? Gustavo tarda en contestar. Fue raro, de repente estaba sentado con los
dos chicos comiendo hamburguesas y me vi como si otro me estuviera viendo y
¿sabés qué? la mira fijo antes de agregar
me dio miedo. Cecilia se acerca, se
sienta junto a él. Mirá que sos zonzo,
Gus dice mientras le roza la mejilla. Él la abraza.
17
Miércoles
15
Se despierta y aún con los ojos cerrados palpa la
cama. Lo tranquiliza rozar el cabello de Cecilia. Ha sido una semana tranquila.
La escapada a McDonald´s y la charla posterior la hicieron entrar en razones.
Ni una llegada tarde. Tuvieron buena cama, además. Gustavo la observa bajo la
tenue luz que entra por la ventana. El cabello desparramado sobre la almohada,
el rostro relajado, el escote del piyama dejando entrever el nacimiento de los
senos. Él siente un súbito calor en la entrepierna. La alarma suena. Ella la
apaga, se despereza con holgura y se incorpora. ¿Desayunás con nosotros? propone. Me quedo otro rato en la cama. Gustavo se cubre la cabeza para
sofocar los gritos que sobrevendrán. ¡Arriba, chicos, es tarde!
Se pone la polera de lana que le regalaron sus hijos
para el cumpleaños. Cinco grados de sensación térmica. Camina por Cabildo hasta
Virrey del Pino. Entra en Van Gogh. Pide, como siempre, un café
con leche con dos medialunas de grasa que consume hojeando el Clarín. ANSES, AFIP, INDEC, SUBE, AFA. Boudou, De la
Rúa, Mihanovich, Messi, Schoklender, Oyarbide, Stornelli, Stiglitz. Recorre los titulares sin que las
letras atraviesen su epidermis. Dobla el diario y lo deja a un costado. Mira
por el ventanal. La gente se apura, empezó a lloviznar. Recién le avisaron que
se suspendía el curso, o sea, tiene la mañana libre. Hace días que Santiago lo
está llamando para concretar un encuentro. Abre el celular y pulsa el número de
Cecilia. El contestador. La boca del estómago se le frunce. Instantes después
el aparato suena. Atiende, aliviado. Pero no es ella. Lo
resolveré mañana, papá, estoy en el curso. Corta fastidiado. No hay manera de hacerle entender que
los miércoles no existe. La lluvia ya
es franca. Pide un cortado y saca el libro de Rolón. Había desestimado el
ofrecimiento pero su madre, como de costumbre, se salió con la suya y se lo
regaló. Para mis treinta y cinco piensa.
Avala y critica el texto a medida que se deslizan las páginas. Hace
marcaciones. Deja el libro y busca el celular. Estaba en una reunión, ya iba a contestarte, qué querías. A Gustavo
se le acelera el corazón. Como la pausa ya es sospechosa ofrece ¿ almorzamos juntos?, empiezo a atender recién a las dos. También la pausa de
ella es desmedida. Qué lástima dice
al cabo cité a un cliente a la una. Gustavo
corta mortificado. No logra adaptarse
al segundo puesto. Ahora el laburo es lo más importante para
ella. Ya no llueve. Llama al mozo.
18
El
lunes firmé el contrato con la editorial
cambia Laura de
tema calculan que las pruebas estarán en
un mes, todavía no me puedo convencer se
saca los anteojos y se pone una patilla en la boca la otra noche, el mismo
miércoles, hubo festejo familiar en lo de mi hija mayor lo mira, como testeándolo, y le aclara por el libro. Me imaginaba añade Gustavo, sonriendo. Luis se apareció con un ramo de flores inmenso; mi yerno, con bombones;
un lujo la comida. Gustavo se reacomoda en el sillón. Laura se explaya:
ingredientes, recetas, vino, bromas. Una apretada cadena de palabras, ¿cuándo
respira? Gustavo mira con disimulo el reloj. Pocos minutos por delante. Laura la interrumpe todo parece ir muy bien, su
libro encaminado, la familia de diez. Ella lo mira, de pronto seria. ¿Por qué dice parece? Él sonríe. Porque si ya superó los conflictos con la
escritura, motivo de la consulta, no sé
en qué más la puedo ayudar. ¿Me está echando? De ninguna manera, le propongo
que durante esta semana piense en si hay algo más en lo podamos trabajar. Ambos
se incorporan. La puerta del ascensor abierta, Gustavo le comenta hace mucho que no me habla de su hijo. Ella
amaga abrir la boca pero solo se encoge de hombros. Se tropieza al subir al
ascensor. Cierra sin mirarlo.
Llama desde el teléfono del consultorio al del
estudio. Al escuchar la voz de Cecilia corta. No se reconoce, boludo como un
adolescente. Va a la cocina.
Encuentra sobre la mesada una nota de Juana: necesita dinero para comprar
detergente y limpiavidrios. Pone agua a
hervir y se prepara un té. Ana María
tiene razón, él no quiere que se vaya Laura.
Primera paciente, y primera,
también, que logró alcanzar el objetivo
buscado en la terapia. Objetivos limitados.
¿Hay un límite para los objetivos? Se instala con la taza en el
escritorio. Inspira profundamente. Repasa
la ficha de Camilo. La semana pasada se fue tan enojado. ¿Vendrá?
19
Vine solo informa el
chico y luego agrega bah, subí solo. Lo
cual es bastante lo reafirma Gustavo.
Camilo se desplaza con inusual soltura
y se instala en el diván. ¿Cómo anduvo
esa semana? El chico lo mira. Bien,
en la escuela muy bien responde al cabo de un rato y calla. ¿Y en lo demás? Camilo se encoge de hombros, normal dice y sumerge la mirada en los
estantes de la biblioteca. ¿Algo que me quieras contar? El chico le habla de la tablet que le prometieron para el cumpleaños. Él es el encargado
del estudio de mercado. Describe con minuciosidad modelos, precios,
propiedades. Es como Nacho, piensa Gustavo,
bytes en la sangre. El chico está
comentando los videos pesan mucho
cuando queda como suspendido, los ojos muy abiertos. ¿Qué pasa, Camilo? El chico parpadea repetidamente y dice me vino a la cabeza el sueño de anoche. El pulso de Gustavo se acelera. Me gustaría mucho escucharte. Camilo lo
mira un instante pero después fija la vista en la ventana. Yo estoy en el piso levantando pesas, todo sudado, los brazos me
tiemblan y escucho la voz de papá que
dice Camilo vení a comer que es muy tarde y yo me distraigo y las pesas se me
caen encima y me aplastan y yo trato de levantarlas pero no puedo y lo quiero
llamar a papá para que me ayude y la voz no me sale y me doy cuenta de que me
voy a morir porque ya no puedo respirar. Gustavo intenta memorizar palabra
por palabra. Luego de un largo rato pregunta ¿entonces? Entonces me despierto informa Camilo jugueteando con sus
orejas, la vista baja. ¿La situación te
recuerda algo? El chico abandona las orejas y sacude la cabeza. Gustavo decide
jugarse el todo por el todo y pregunta ¿cómo
fue el accidente? No me acuerdo.
¿Perdiste la conciencia? Camilo se endereza de golpe. ¡¡Te
dije que no sé!! Gustavo llena un vaso de agua y se lo ofrece. Camilo toma
un trago, mira su reloj. Igual ya es
tarde dice. Apoya una pierna y se incorpora.
Gustavo sale al balcón. Cae una llovizna helada. Puede
divisar, entre medio del follaje, al padre descendiendo del auto y al chico,
rechazando la ayuda, tirar las muletas sobre el asiento y subir solo. Recién
cuando el auto arranca, Gustavo entra.
Lo confunde la rabia de Camilo. Lo turba. Más allá de la terapia, es
difícil conectarse con los chicos de esa edad, buscando torpemente la
independencia. Nacho está imposible. Va hasta la cocina. Se moja la cara con
agua y se seca con el repasador. Mira el cronograma. Sí, María Inés. Se promete
no forzarla. Necesita una sesión liviana. Frente al espejo del pasillo se
acomoda el cabello e intenta aflojar el cuello de la polera. Tendría que
haberla cambiado. Siempre le molestó la
lana.
20
María Inés le tiende el paraguas. Qué original dice Gustavo e
inmediatamente se arrepiente. Me lo trajo
Gerardo de Europa aclara ella el
mango es de asta de ciervo. Él lo coloca en el paragüero. Entran juntos al
consultorio. Ella se saca el piloto, lo cuelga con cuidado en el perchero, y
sin hacer ningún comentario se acuesta en el diván, jean y suéter ceñidos,
botas de cuero. ¿Cansada? inquiere
él. Arrasada contesta ella cruzando
las manos bajo la nuca. Gustavo está molesto. María Inés se acostó sin siquiera
consultarle. Él no es un analista ortodoxo. Y si así lo fuera, su propio sillón
debería ubicarse a espaldas de ella, fuera de su campo visual. No sabe cómo
manejar la situación. ¿Debe pedirle que se siente?, ¿debe reubicarse él? Ella,
tendida frente a él, lo mira. Él traga saliva, intenta relajarse. ¿Querés contarme? sugiere. Desde el miércoles pasado duermo en el
cuarto de huéspedes explica ella. ¿Y el colchón es incómodo? trata él de
aflojar la tensión. Ella hace un gesto
de fastidio. Es incómodo a los treinta años vivir vacila, busca la palabra alzada y calla. ¿Alzada? pregunta él, impactado, cuando le queda claro que ella
no seguirá hablando. No aguanto estar a su lado sin que me toque toma
un almohadón y lo coloca bajo su cabeza
me da vergüenza, no sé cómo explicártelo. María Inés cierra los ojos soy como un hueco que late. ¿Ser mujer es
solo ser un hueco? Ella hace un gesto despectivo con los hombros. No me
alcanza con tocarme, soy un agujero que precisa ser llenado. Te sentís un
agujero reformula él. Qué más da; me
consumo, noche tras noche me consumo. Gustavo inspira hondo, vaya con la
sesión liviana. ¿Pudiste transmitirle a
él esto que me estás diciendo? ¿Para qué?, ¿para que vuelva a decirme que soy
una enferma?; no sé si estoy enferma pero te aseguro que si sigo así me voy a
enfermar dice ella y calla. Se pone de lado y le clava la mirada. A él la
situación se le torna insoportable. Carraspea. Se sirve un vaso de agua. Está
por preguntarle si antes de Gerardo también se sentía así cuando ella añade anoche volví; él lo
intentó pero no pudo. ¿No pudo? Ella recoge las piernas, se las abraza. No se le paraba precisa. ¿Entonces? Me lamió, como si fuera un perro
me lamió. Gustavo siente que el
sexo le late. Cruza las piernas. Se
imagina un mar de cucarachas avanzando hacia él. El atisbo de erección cede.
Por suerte ella abandona descripciones y urde planes. Gustavo verifica,
aliviado, que ya casi son las cinco.
Gustavo la despide, aturdido. Avergonzado. ¿Podrá contárselo
a Ana María? Es que María Inés es como una gata en celo,
intenta justificarse. La transferencia erótica de María Inés se hace oír,
reformula. La idea lo tranquiliza. No es mi culpa, piensa. Abre la heladera y
se sirve un vaso de coca-cola. Le agrega hielo. Tiene hambre, además. Corta un
trozo de queso. Buenísimo este fontina. Corta otro pedazo. Necesita reponerse
para enfrentar a Raúl. Alguno de los dos siempre termina violentándose.
21
Hace casi media hora que Gustavo escucha hablar a Raúl
sobre política. Ahora sobre la conferencia de Stiglitz en Económicas.
Es lo que yo siempre le digo a
Lisa, ninguna economía se recupera a
través de la austeridad. Gustavo lo mira, interesado. Explicame pide. Lisa cree que
reducir los gastos nos va a solucionar los problemas, pero es totalmente al
revés. No te sigo. Hay que pensar en
grande, no reducirse, invertir los gestos de Raúl son enérgicos, ampulosos es la única manera de despegar. Gustavo
busca un anzuelo. Para invertir se
necesita un capital. Raúl detiene sus movimientos, lo mira. ¿Qué querés decirme? ¿Qué creés que quiero
decirte? Raúl aprieta las manos cruzadas. Dejemos de jugar al gran bonete; me saca que repitas todo lo que digo sonríe,
despectivo a veces me pregunto si me
sirve para algo gastar tanta plata viniendo acá. La teoría de Lisa acota Gustavo. Se me está acabando la paciencia. Lo que te irritó fue la mención del capital, ¿estoy en lo cierto?
Raúl calla. ¿Qué representa para vos el
capital? Silencio. ¿Quién lo
representa? Más silencio. ¿El rey de Textilandia? Basta, Gustavo,
estoy harto de que me jodas. Raúl se incorpora, busca el dinero en el
bolsillo y lo deja sobre la mesa con brusquedad. De acuerdo dice Gustavo continuaremos
la semana que viene.
Gustavo está satisfecho. Raúl no consiguió alterarlo.
Ha recuperado su imagen, tan debilitada por la sesión anterior. Se acerca al
teléfono. Hola, papi la vocecita de
Martina. ¿Con quién estás, preciosa? Nacho fue a la librería, ya vuelve. ¿Y mamá? Vino hace un rato pero volvió a salir contesta la nena. ¿Adónde
fue? ¡Ni idea, preguntale a ella! los ladridos del perro de fondo ¿cuándo venís vos? Alrededor de las nueve y
media Gustavo escucha la puerta del ascensor ¿qué querés que te lleve? El timbre. Churros rellenos con dulce de leche. Él cabecea sonriendo. ¡Algo más fácil, Marti! pide. ¡¡Porfi, papi!!
22
Daniela, el abrigo puesto, muy seria informa ayer tuvimos
la cita. Qué velocidad, Gustavo sabía que Grieco no iba a fallarle. ¿Cómo les fue? Pregunta. Daniela amaga con abrir los labios pero las
palabras no salen de su boca. Permanece inmóvil, congelada piensa él, el aire
se pone denso. Él carraspea. Ella se cubre el rostro con las manos. Daniela dulcifica la voz qué les dijo. Ella se descubre, lo mira
fijo y sin manifestar emoción alguna, apagada, relata en cuanto entramos, el doctor Grieco
pidió desde el escritorio, ¨Lucas, alcanzame la pelota¨, pero el nene ni
lo miró, entonces el pediatra se paró, se agachó, se acercó y se la volvió a
pedir, pero nada; después Lucas se sentó en el suelo, sacó todos los autitos
del canasto y los puso en fila, el hombre se arrodilló, sacó uno y le dijo ¨qué
te parece si con este vamos a pasear; Lucas se lo arrancó y lo devolvió a la
fila; cuando el hombre insistió, el nene pegó un grito, el médico volvió
al escritorio, nos preguntó mil cosas,
dio vueltas y vueltas, nos aclaró que no era un especialista y después nos
recomendó uno. Daniela se sirve un vaso de agua, lo toma con parsimonia. Recién entonces emitió la sentencia dice
al fin. ¿La sentencia? Daniela, la
vista perdida en los jacarandás, informa forzando la dicción síndrome
a precisar del espectro autista. La puta que te pario, piensa Gustavo y como no puede decirlo pregunta ¿a quién les recomendó? Al doctor
Álvarez Campos los ojos de Daniela de pronto vivos ¿lo conoce? Gustavo asiente, va a
contarle que lo tuvo de profesor en la facultad pero cambia de idea. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta. Daniela lo mira hasta que, como si la
hubieran golpeado en el abdomen, se dobla sobre sí misma. La cabeza sobre las
rodillas. Gustavo se para y se sienta a su lado. Le pone una mano sobre el
cabello. Ella, entonces, solloza.
Sentado en Sigi,
Gustavo intenta distenderse. Pasa
revista a sus pacientes. Todos le generan conflicto. Lo aterra equivocarse.
¿Debería sumar otra sesión de control? La rabia de Camilo y de Raúl. El tedio
con Laura. Insoslayable lo que le sucedió con María Inés. Cecilia. Para obviar
a su mujer pide la cuenta. Paga y se levanta. Todavía es temprano. Camina por
Salguero. Entra en una panadería, sin suerte. En la cuadra siguiente intenta
con otra. Solo quedó uno relleno dice
la vendedora. Para justificar la exigua compra él le cuenta que es un antojo de
su hija. Qué lindo tener un papá así dice
la mujer sonriente mientras le tiende el mínimo paquete.
23
Gustavo ha comenzado por Camilo. ¿Fue atinado mencionar
el accidente? Ana María cruza las piernas con elegancia creo que se precipitó; yo hubiera ido
preguntando sobre los distintos elementos del sueño; quizá de ese modo hubiese
logrado que fuera el mismo chico el que nombrara el accidente. Es que, más allá
de la permanente alusión a la renguera o a las muletas, es la primera vez en
meses en que percibí que Camilo me abría una puerta replica él. Ana María despliega su sonrisa. Más tarde o más temprano Camilo va a aludir
al tema que atraviesa su vida. Sí, pero los meses siguen corriendo se
justifica Gustavo el otro día me llamó la
madre, no supe qué decirle. Un terapeuta ha de saber esperar las
manifestaciones del inconsciente, porque el inconsciente siempre insiste;
quédese tranquilo, Gustavo, el tratamiento avanza. Él inspira hondo,
quisiera poder transmitirle lo que experimenta frente al chico. Es
feroz cuando se irrita explica. A
pesar de que Camilo aún no lo explicite, el enojo hacia su padre sigue operando en la transferencia. Lo
comprendo en la teoría pero me resulta difícil acorazarme ante su rabia. Su
hijo tiene esa edad, ¿no? Gustavo, alerta, asiente con la cabeza pero ella,
luego de cruzar las piernas en sentido contrario, lo que hace flamear su larga
pollera, abandona el tema y comenta qué
sueño transparente; creo que, más allá de la obvia importancia de las pesas, la
clave está en la tardanza. Él la mira, sorprendido. ¿Por qué lo supone? ¿Qué fue lo último que dijo el chico al despedirse?
Que era tarde. ¿Qué le dijo el padre cuando lo llamó a comer? Que era tarde tiene
que reconocer él. Ella sonríe, se
encoge de hombros y agrega vamos bien.
Él,
entonces, le habla de la agresión de Raúl, está orgulloso de no haberse
alterado. Otra vez le toca a usted hacer
de padre, dos hijos a falta de uno bromea Ana María, qué extraño. ¿Y Laura? pregunta de improviso. Gustavo
comenta, de algún modo molesto por haberla obedecido, que le planteó el
estancamiento de la terapia. Cuando le refiere su comentario final sobre el
hijo, ella inquiere ¿está buscando un
argumento para retenerla? y ante la cara de desconcierto de él insiste ¿por qué le cuesta tanto soltar a sus
pacientes? Él le dice que no es así, que de Raúl, por ejemplo, quisiera liberarse. Le cambio, entonces, la pregunta, ¿por qué
le cuesta tanto separarse de Laura? Él recibe el impacto. Le entra por los
poros. Se parece a mi mamá admite.
Lamentablemente es la hora
informa ella otro tema que le queda para
analizar. Gustavo se incorpora, aliviado. No hubo tiempo para hablar de
María Inés.
Camina hacia el
auto a paso vivo. Hace mucho frío. Mientras calienta el motor, enciende la
radio. Vicentico. Paisaje. Gustavo
sube el volumen. No se piensa en el
verano cuando cae la nieve, deja que pase un momento y volveremos a querernos.
Tararea. Tú, no podrás faltarme… Un
bocinazo le avisa que el semáforo ya está en verde. Pone primera. Qué tema. Le
pedirá a Nacho que se lo grabe. Cuando termina la canción apaga la radio. Le
duele la cabeza. Una batidora. Laura, Ana María, Camilo, Raúl. Cecilia.
24
Coloca la oreja sobre la puerta cerrada. En cuanto
pone la llave en la cerradura se escuchan ladridos. Abre. Lacán le hace
fiestas. ¿Sos vos? pregunta Cecilia desde la cocina. La encuentra, con
delantal, revolviendo una salsa. Cena
especial dice me dieron ganas de
cocinar. Él la besa levemente en los labios. Martina llega corriendo y lo
abraza. Papi, ¡me pusieron nueve en el mapa! Él le
entrega el paquetito. ¡Yo sabía que me lo
ibas a traer! Está encendiendo la luz del baño cuando escucha la voz de
Nacho. ¿Viste, pa, que Independiente
empató? Lacán, sentado a su lado, jadeando, lo mira lavarse las manos. Marti, guarda el churro para el postre, que
ya vamos a comer indica Cecilia desde la cocina. Mil momentos como este quedan en mi mente.
25
Miércoles
22
Cuando Gustavo entra a Van Gogh, agitado, Santiago ya está, recostado contra la ventana,
leyendo Página 12. Perdoname dice él me quedé dormido y señalando el diario
pregunta ¿lavándote el cerebro? Juré no
volver a hablar de política con vos
contesta Santiago, plegándolo. Café con
leche con dos medialunas de grasa pide Gustavo. Solo un café doble para mí. ¿Estás a dieta, gordinflón? bromea
Gustavo. No tengo hambre. Ya ante las
tazas humeantes Gustavo pregunta, sonriente ¿qué
te está pasando? A mí, nada. Entonces, ¿a qué viene tanto apuro? Santiago
se reclina en la silla. Va sin anestesia
dice bajando la mirada la vi a Cecilia
con un tipo. Mi vida cambió, es el primer pensamiento de Gustavo. Quien
pudiera volver el tiempo atrás, solo unas horas. Negarse a este café. Sus miércoles son fatales. ¿Me escuchaste? pregunta su amigo. Él
solo asiente con la cabeza. Supone que debe conocer los detalles por eso pregunta
¿qué estaban haciendo? Santiago lo
mira. No me lo hagas más difícil, me
costó un huevo decidirme a contártelo. ¿Qué estaban haciendo? eleva la voz.
Se estaban besando. ¿Cómo? ¿Precisás que te lo diga?, el tipo le
estaba comiendo la boca. ¿Y ella? Estás boludo, Gustavo, ella se dejaba comer.
¿Dónde? En Aeroparque. ¿Estás seguro de que era ella? No, solo me pareció, pero
como soy tan pelotudo por las dudas vine y te lo dije, viejo, ¿qué te pasa?, tu
mujer se estaba besando con un tipo, me duele como la san puta decírtelo pero
fue exactamente así. ¿Cómo era él? Basta, Gus, preguntale a ella, no soy
Sherlock Holmes. No puede ser se resiste Gustavo. No puede ser pero es, todas las minas son iguales. Cecilia no. ¡Cecilia
sí! Me estás haciendo mierda. Ah, ahora el que te hace mierda soy yo, ¿vas a
seguir defendiéndola? Gustavo recupera la sensación. Se está hundiendo en
algo blando. ¿Qué pensás hacer?
pregunta su amigo. No puedo ni pensar, me
estoy hundiendo confiesa. Vamos,
macho, esto no es la muerte de nadie, ¿qué pareja no se mete los cuernos alguna
vez?, a veces son momentos, bien lo sabrás vos, luego pasa. No en la nuestra, pensarás que soy un
pelotudo, pero desde que la conocí a Cecilia jamás miré a otra mina; la quiero,
no podés entender que es la mujer que elegí, en la que siempre confié y ahora
la muy turra me toma de boludo, hace rato que está rara, que llega tarde, pero
me vendió que era por el trabajo y yo se lo compré, qué imbécil, cuando le pasa
a algún paciente yo pienso qué imbécil, cómo no se dio cuenta si es obvio y yo
caí como un reverendo boludo, “de lo que pase en estas semanas depende mi
ascenso”, ¿su ascenso en qué?, ¿en su carrera de puta? Parala, Gus, no te lo
tomes así, dejala hablar, algo tendrá para decirte. No sabía que vos también
eras analista; ¿qué va a tener para decirme?, ¿qué el tipo coje mejor que yo?,
¿qué se hartó de estar conmigo?, ¿qué se hartó de los chicos?; es increíble, estuvo dejando sola a la nena,
las hormonas le lavaron el cerebro se restriega los ojos ¿y qué se supone que tengo que hacer yo?,
¿echarla a patadas de casa?, ¿arrodillarme y pedirle que lo deje?; para qué
mierda me lo dijiste, me partiste en dos. Serenate, hermano, así no la podés
enfrentar. Hoy atiendo, para colmo,
hasta las nueve no paro. Cancelá. Gustavo lo mira, azorado. Qué culpa tienen mis pacientes. En el estado
en que estás no creo que les seas de mucha utilidad. Santiago llama al
mozo. Se me hace tarde dice y saca la
billetera. Gustavo lo frena. Te la debo dice
y segundos después, sin mirarlo, agrega
gracias.
Gustavo empieza a caminar. Tú, no podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor. Le duelen los pulmones. Quisiera arrancarse la
cabeza. Una mañana, un café y quince años volando por el aire. Recuerda la
charla de la semana pasada. El trabajo, el ascenso, la realización personal.
Jamás dudó de ella. Cómo pudo ser tan boludo. Se avergüenza de lo que ella debe
de haber pensado. Pobrecito, Gus, no
quiere darse cuenta. El estudiante brillante, la mano derecha de su
padre, ahora el lúcido terapeuta. Eso
había sido para Cecilia. Eso había sido y ya nunca volverá a serlo. Un pelotudo
convencible con una sonrisa y un abrazo. Cecilia. La columna vertebral
alrededor de la cual construyó su vida. Ella siempre supo qué hacer. Cuándo
tener los hijos, cuándo casarse, cuándo mudarse, adónde ir de vacaciones, a qué
colegio mandar a los chicos, cuánto y cómo ahorrar. Impensable vivir sin ella. Tú me das la fuerza. Pone la llave en la
cerradura. Antes de abrir mira hacia arriba. Un techo de jacarandás. Aquel paisaje donde vivo yo.
Se masajea el pecho.
Tú, aire que respiro. No cede la opresión. Se prepara un té. Con mucha
azúcar. Para amarga la vida, decía su abuela. Lo toma de pie. Qué se supone que
tiene que hacer. Escucha el portero eléctrico. Vuelca la mitad del té y enjuaga
la taza. Santiago tenía razón, no está en condiciones de ocuparse de otro. Que
Freud lo ayude.
26
En cuanto la ve, Gustavo recuerda la propuesta de la
sesión anterior. Pero él, hoy, no tiene fuerzas. Va a abandonarse a la grata modorra
que le producen sus palabras. Como un bálsamo. Una mano fresca en la frente
afiebrada. Ya sentados, Gustavo la mira, sonriendo. Estuve pensando en lo que me dijo comenza ella. Él quisiera pedirle
que le cuente de la editorial, de Luis, de las hijas, del arroz con pollo pero,
disciplinado, le pregunta ¿y a qué conclusión llegó? Estoy
avergonzada. La sorpresa de Gustavo es franca. ¿Avergonzada? Hace meses que estoy aquí, hace meses que pago por venir
aquí y le hablo de cualquier cosa menos de lo que de veras me preocupa recién
ahora lo mira ¿cómo se dio cuenta de que
el problema era con mi hijo? Gustavo está desconcertado. Hasta que recuerda
su pregunta final de la sesión anterior. Sonríe. Ya le dije en una oportunidad que a usted todo se le nota. Ella se
afloja. Él se oprime la boca del estómago. No
sé por dónde empezar dice ella.. Él
abre ambos brazos, las palmas hacia arriba. Por
donde prefiera. Laura se estruja las manos, se muerde las uñas. Nunca la
vio así. Mi hijo no quiere verme, le juro
que no sé por qué. Gustavo siente los poros abiertos. Cuánto más fácil es
entender el dolor del otro cuando uno también está sufriendo. ¿Podría hablarme sobre Federico? pide. Gustavo la escucha. Pese a la
angustia que no amaina, está totalmente concentrado. El bebé llorón, el escolar
brillante pero vago, el hijo rebelde, el hermano peleador. Solo era dulce conmigo. Laura sonríe, se le ablanda la cara, piensa
él. Amo a mis dos hijas pero él siempre
fue especial para mí; recuerdo el parto, cuando me dijeron que era varón sentí
un orgullo profundo, visceral, un bebé hermoso, además; mi madre me decía:
“este chico te va a dar muchas satisfacciones”
se echa el cabello hacia atrás todavía
las estoy esperando. Laura, luego,
calla. Gustavo le ofrece agua. Ambos beben. Entró
en el Nacional Buenos Aires, el tercer promedio, un año bien, luego un
desastre, hubo que cambiarlo de colegio, repitió, terminó el secundario a los
tumbos, no quiso seguir estudiando, después se metió en drogas, salió, empezó a
arreglar computadoras, porque siempre desarmó cuanto tuvo por delante, tiene
muchísimo trabajo, parece. ¿Parece? Sé lo que me cuentan Luis y las chicas,
hace seis meses que no lo veo. Se suena la nariz y luego lo mira de frente.
Estoy desesperada dice ya no sé qué hacer; probé de todas las maneras, personalmente,
por carta, por mail; no me responde, ni una palabra me responde. ¿Por qué nunca
me lo contó? Ella le sostiene la mirada. No sé dice pero ahora estoy
aliviada. Gustavo descubre que por un largo rato no pensó en Cecilia. Laura,
no se vaya, quisiera pedirle. ¿A qué
adjudica el alejamiento de Federico? Ella se queda pensando; cruza y
descruza las piernas. No lo sé… bah,
siempre me echó en cara que le estuve muy encima. ¿Hubo algún episodio puntual
antes de este alejamiento? No, que yo recuerde, el último día que lo vi comentó
que había dejado el curso de hardware que estaba haciendo. ¿Usted se lo
reprochó? No hace falta, él sabe muy bien lo que pienso. Gustavo
reflexiona. ¿La madre introyectada funcionando de superyó? ¿Cómo se siente usted cuando considera que actuó mal? intenta. Horrible, soy muy exigente conmigo misma; no
sabe lo mal que me quedé el miércoles pasado, hasta pensé en no volver; yo lo
estaba engañando ríe ¡y encima usted
me descubrió! De a poco se le va borrando la sonrisa. ¿Por qué me hizo esa pregunta? Inquiere. Lo charlamos la próxima dice Gustavo levantándose. Aquí estaré informa ella.
Gustavo se apoya contra la puerta cerrada. En un
instante se agudiza su dolor. La nítida conciencia de lo irreparable.
Independientemente de lo que en adelante suceda, nada será igual. Cecilia me engañó dice en voz alta
porque precisa escucharse para convencerse. Algo le oprime los pulmones,
dificultándole la respiración. Las pesas de Camilo.
27
¿Cómo anduvo la
semana? pregunta Gustavo. Bien contesta
Camilo. ¿Algo que me quieras contar? El
chico niega con la cabeza. ¿Algún otro
sueño? ¿Por qué te interesan tanto los sueños? Los sueños suelen expresar
sentimientos que están muy dentro de nosotros, de los que a veces no nos damos
cuenta. Camilo saca un chicle del bolsillo y pregunta ¿te molesta? Gustavo niega. El chico masca en silencio. Luego de un
buen rato clava la vista en Gustavo. Desafiante. Sí que me acuerdo del accidente dice. Gustavo experimenta una
profunda emoción. ¿Me lo contás? propone. El chico hace un globo. Se le
revienta contra los labios. Se saca el
chicle de la boca, lo envuelve en un pañuelo de papel que agarra de la mesita y
se lo mete en el bolsillo. Crucé la calle
corriendo cuenta y un auto me
atropelló. Unos segundos después agrega la
culpa fue mía y calla. ¿Por qué
hablás de culpas? Porque soy un pelotudo, crucé mal. ¿Cambia en algo las cosas
adjudicarle a alguien la culpa? ¡¡No entendés que estoy rengo y encima es por
mi culpa!! Si la culpa hubiera sido del
auto, ¿te sentirías mejor? El chico lo mira, parece sorprendido. Me gustaría que me contaras el accidente con
detalle, todo lo que recuerdes, todo lo que se te vaya presentando. ¿Para qué?
Creo que si lográs revivirlo, te vas a sacar las pesas de encima. El chico
carraspea y cuenta estaba caminando por
la calle y empecé a correr, seguí corriendo y cuando llegué a la esquina no
paré y el auto me pisó y me quedé rengo. Gustavo sirve dos vasos de agua.
Ambos toman. Camilo se recuesta sobre el respaldo. Estoy muy cansado dice. ¿Querés
acostarte? propone Gustavo y como
el chico solo lo mira se rectifica me
gustaría que te acostaras. Camilo se encoge de hombros y obedece. Gustavo
le alcanza un almohadón. Cerrá los ojos pide
pensá de nuevo en el accidente.
Camilo se oprime los párpados. ¿En dónde
estás? En la esquina del colegio contesta
en un susurro. Estás caminando por la
calle y de pronto empezás a correr hace una pausa ¿por qué empezás a correr? Porque lo veo a mi papá. ¿De dónde venís? De
lo de Leo, fui a lo de Leo a hablar por teléfono porque mi hermana tenía miedo.
¿Miedo de qué? Era tarde y papá no llegaba y yo lo llamo pero no me atiende
entonces vuelvo porque dejé sola a Luciana y ella tiene miedo porque es chica y
además mujer, y cuando vuelvo lo veo a papá y cuando lo veo me alivio entonces
corro y corro hasta que mi papá grita Camilo y entonces yo me paro y ahora
escucho los frenos del auto y después estoy en el piso y el auto está arriba
mío y me quiero parar pero siento tanto peso y se me cierran los ojos yo los
quiero abrir pero se me cierran y me duele y después lo escucho a papá y abro
los ojos y lo veo pero ya no los puedo abrir más y después escucho una sirena
pero desde afuera porque estoy adentro y alguien me golpea el pecho y cuando al
fin puedo abrir los ojos los veo a mi hermana y a mi papá pero no me miran
porque mi hermana llora y mi papá la abraza y el hombre me sigue pegando y me
doy cuenta de que me voy a morir porque ya no puedo respirar entonces me mueven
y me bajan y me sacudo y me duele y todos gritan y alguien me agarra la mano y
es mi mamá porque la escucho y tengo una máscara y me muero y me duele tanto
que grito y lo llamo a mi papá y le pido que me ayude porque un cocodrilo me
está mordiendo las piernas y mi papá me abraza y me dice que ya todo va a pasar
pero no es cierto porque abro los ojos y lo veo a mi papá que está llorando y
yo nunca lo vi llorar a mi papá. Camilo calla. Las lágrimas ruedan
silenciosas por sus mejillas. Gustavo se incorpora. Se sienta a su lado en el
diván y le toma la mano. Estoy con vos,
acá. El chico abre los ojos. Se sienta. Gustavo lo abraza. Camilo solloza.
Gustavo no puede tolerar el roce de la camisa, le
duele la piel. Se desabrocha un par de botones. Pocas veces en la vida se
sintió tan conectado a un ser humano. Quizás en los partos de Cecilia. El dolor
del pibe metiéndose dentro de su propia piel. ¿Habría servido para algo remover
lo que la sabia defensa del chico había decidido reprimir?, ¿qué le había
hecho? A Camilo le había costado incorporarse, caminar. Un Cristo arrastrando
las muletas. Recién al abrirle a María Inés, al sentir su perfume de mujer,
recupera su propio dolor. Cómo creerlo de Cecilia.
28
María Inés le tiende un papel doblado. Lo encontré en el bolsillo de Gerardo explica. Preferiría que lo leyeras vos. No puedo dice
ella. Él se pone los anteojos. Lee en voz alta. No soporto más vivir así. Cada mañana me propongo dejarte, sin embargo
no puedo. Tanto me hacés gozar, tanto me hacés sufrir. Aceptate. Si no lo pudiste
hacer por vos, hacelo por mí. Te amo. A. Gustavo le devuelve el papel, ella
lo toma y lo apoya sobre la mesita. ¿Qué
me decís? pregunta. Vos ya lo sabías.
Ella se cubre la cara con las dos manos. ¿Qué hiciste con la carta? Se la serví. No te entiendo. Le serví la
carta en un plato, con el puré al lado. Qué agallas. Cómo encarará él a
Cecilia. ¿Cómo reaccionó Gerardo?
pregunta. Se quedó paralizado un buen
rato y después se levantó de la mesa y fue hasta el cuarto; yo lo seguí y lo
encontré tirado en la cama; me senté a
su lado, entonces me contó que es una clienta que lo provocó tanto que no pudo
resistirse; fue cosa de un mes, ya está todo terminado. ¿Y vos le creíste?
Primero no pero después sí. ¿Después de qué? Me pidió perdón, me dijo que me
amaba, que no entendía qué le había pasado, estaba desesperado, lloraba; me
hizo el amor. Gustavo teme que su corazón pueda escucharse, hasta dónde
estaba él mismo capacitado para no ver. ¿No
vas a decirme nada? reclama ella ¿qué
pensás?, ¿qué soy una idiota por creerle? Lo estás diciendo vos, no yo. ¿Podés
entender lo que se siente cuando te engaña quien amás? Gustavo se lleva la
mano a la boca del estómago. Le duele. Santiago tenía razón, debería haber suspendido. ¿Es tan
tremenda la infidelidad? continúa
María Inés ¿tan extraña? Gustavo
sacude la cabeza. ¡Decime algo por favor!
reclama ella. ¿Cuándo fue esto? El
miércoles pasado. ¿Cómo te sentiste esta semana? Ella se echa el cabello
hacia atrás. Está más hermosa que nunca, piensa Gustavo, qué absurdo es el
amor. Aunque te parezca absurdo, me sentí
mejor. ¿Lo peor es la incertidumbre?,
duda él. Hace una pausa y sugiere
¿me contás sobre estos días? Ella se inclina,
Gustavo teme que se acueste pero solo levanta una pierna y se sienta sobre
ella. Volví a mi cama, tuvimos relaciones
un par de veces. ¿Él pudo? Ella lo mira. ¿Por qué me lo preguntás? Me comentaste que alguna otra vez no había
podido. Porque tenía a la otra. Entonces, todo bien. Digamos ella hurta la
vista. ¿Qué significa digamos? ¡Basta,
Gustavo!, no quiero hablar más de eso. De acuerdo Gustavo levanta las
palmas de las manos ¿cómo lo notaste en
todo lo demás? Normal, cariñoso, atento como siempre; el sábado fuimos al Colón
y luego a cenar afuera; el domingo a casa de sus viejos. ¿Volvieron a conversar
del tema? No, él no quiere; me juró que todo había terminado y decidí creerle, Lo
mira, desafiante. ¿Hago mal? Hiciste
bastante. Ella arquea las cejas. Buscaste
indicios, lo encaraste; durante meses sufriste en silencio ahora empezaste a
actuar. ¿Empecé? Él la mira en silencio. María Inés baja las piernas, la
espalda recta en el asiento. ¿Te gusta la
música clásica? pregunta. Él asiente con la cabeza. Escuchamos a una chelista maravillosa, Sol Gabetta, es argentina pero
de fama mundial. Él la recuerda bien, la vio hace un par de años. Ella le
habla del concierto, de los compositores, de las obras. Nunca vi unos brazos así, como que se desprendían de ella
independientes de ella, parecía una medusa. Se interrumpe para servirse un
vaso de agua. Bebe. Después la miré por
Youtube añade. ¿Qué observaste? La manera en que se relaciona con el
chelo con la voz más ronca agrega como si le hiciera el amor hace una
ligera pausa ¿te cuento algo? Él
asiente. Me excité mirándola. ¿Quizá
porque ella no depende de un hombre para gozar?, ¿porque controla su propio
instrumento? ¡Gustavo! exclama, incorporándose. Sí, ya es casi la hora la imita él. Cuando ella se está poniendo el
abrigo él indica te olvidaste algo mientras toma el papel
apoyado en la mesa. ¿Puedo mirarlo de
nuevo? consulta. Ella se encoge de
hombros. Él la lee de nuevo a pesar de que recuerda cada
palabra. En el momento de abrir la puerta
él pregunta ¿qué es lo que tiene que aceptar Gerardo? Ella frunce la boca,
ladea ligeramente el cuello. Hasta el
miércoles la besa en la mejilla y cierra.
Qué fácil es ver por los ojos de los otros siendo
ciegos los propios. Le hubiera gustado tanto confesarle a María Inés cuánto la
comprende; ir juntos a tomar un café; darse mutuos consejos. Ser un solo
hombro. Una sola cabeza apoyada en ese hombro. Ella, al menos, lo descubrió
sola, no había necesitado un amigo que le abriera los ojos. Había dejado de
lado la dignidad y la seguía peleando desde el llano. Inútilmente, consideraba
él; lo de Gerardo no tenía arreglo. ¿Su vínculo con Cecilia sí? Que Raúl no le
hablara de Lisa, por favor.
29
Raúl comenta me
salió un laburito. Describe con entusiasmo la próxima refacción del baño de
un local. Gustavo lo escucha, en silencio. Sin embargo, en cuanto Raúl calla,
le propone háblame de tu padre. Veo que
tenés la idea fija. Se reacomoda, se toca la barba. Mi viejo me destruyó, eso sí, con la mejor de las intenciones. ¿Cómo es
eso? Desde chiquito su objetivo fue convertirme en su sucesor, pobre, no tuvo
suerte con su primogénito; me hice echar de todos los colegios bilingües a los
que me mandó; terminé el secundario a los ponchazos en un estatal; el drama fue
cuando comencé a militar en Montoneros, imagínate, casi le agarra el ataque,
primero ideológicamente y luego, claro, por temor, quería, a toda costa, que me
fuera a estudiar a Estados Unidos, pero yo estaba muy comprometido, ¿te la hago corta?, un día
vino la cana a buscarme, destruyeron mi cuarto, buscaban papeles, pero por
supuesto yo en casa, no tenía nada, cuando volví a la noche, en esa época no
había celulares, mi vieja estaba al borde de un infarto; me asusté, la puta madre cómo me asuste; papá me esperaba con el pasaje comprado; al día siguiente salí para Miami, allí vivía
un tío; yo tenía diecinueve años, le
avisé a mi contacto, a mi novia que también militaba y hui como una rata; me
quedé hasta que subió Alfonsín; ni bien volví la conocí a Lisa y empecé
arquitectura, todos contentos; ¿qué te parece la historia? concluye. Gustavo reflexiona unos segundos y luego
señala creo que tu militancia no comenzó
con Montoneros. No te sigo dice Raúl. Militaste
contra tu padre desde la infancia. Raúl arquea las cejas, se tironea de la
barba. De todos modos continúa Gustavo
en el episodio puntual que acabás de
referirme, no me doy cuenta cuál es
el motivo para tamaño rencor. Raúl
sonríe, amargo. Excluí un detalle. Bebe agua. Te
escucho. Lo de la cana fue trucho, lo fraguó mi viejo. ¿Cómo te enteraste? Él
mismo me lo dijo, nunca olvidaré esa tarde, se reía, como si festejara un
chiste, me cagó la vida y se reía; el valiente exilado transformado en el
pelotudito de papá, ni a Lisa se lo conté. Se incorpora. ¿Puedo ir al baño? pregunta. Gustavo
asiente. Inspira y exhala. Trata de relajarse. Demasiado para hoy. Cuando
regresa, Raúl comenta me querés creer que
los azulejos del baño son los mismos que acabo de comprar para el local. Licencia
para el rey de Textilandia, piensa Gustavo, aliviado, mientras lo escucha
hablar de albañiles y contratistas.
Gustavo se acerca al teléfono. Comienza a marcar pero se arrepiente. Qué decirle. Se va
quemando el día sin que logre discernir cuál deberá ser su actitud. Por primera
vez piensa en los chicos. Se sorprende: se había olvidado de los chicos. Su
decisión los involucrará. Su propia relación con sus hijos se involucrará. Está aturdido. No pensó en ellos. Indicador
de que mal está posicionado en la realidad. Son chicos todavía. Nacho entrando
en una edad difícil. Siempre tan pegado a su mamá. Como un bloque. Nunca
consiguió conectarse con él. Con Martina desde el principio fue otra cosa.
¿Cuestión de piel? No pensó en sus hijos. No es solo cuestión de dignidad, es
la vida misma. Va al baño. Orina. Se lava las manos. Se mira en el espejo. Ese
es él después del cisma. Le sorprende que no le haya cambiado la cara.
30
Cada vez que Gustavo ve a Daniela, renueva su
percepción inicial. El pajarito pardo
cantado por Serrat. Conseguí un turno con
Álvarez Campos para el lunes que viene informa ella ni bien se sienta. Tuviste suerte comenta Gustavo hay gente que debe esperar meses. En
realidad el doctor Grieco me lo consiguió. El incondicional Grieco, piensa
Gustavo, llamaré para agradecerle. Estoy
ansiosa, hace tanto que debería haberme dado cuenta admite ella. Te diste cuenta la tranquiliza él por eso viniste aquí buscando ayuda. Ella
sonríe, como un sol, determina Gustavo. ¿Cómo está tu marido? Negador, dice que están
todos locos, que solo quieren sacarnos plata, que ya madurará. Quizá comparte
la opinión de tu pediatra. De mi
anterior pediatra anuncia con energía
no quiero verlo más; me hizo perder tanto tiempo. Me gustaría que me contaras
más sobre tu relación con Lucas. Lo amo dice ella y lo que me pone peor de todo es
que él no se deja querer mira el piso
por eso todavía lo amamanto; tiene dos años y cinco meses y todavía lo amamanto Daniela hace una
pausa y agrega es el único momento en que
se deja acariciar. ¿Precisás
justificarte? Ella se ruboriza, más
aún cuando él le pregunta ¿Ariel está en
desacuerdo? No lo tolera explica
ella solo lo amamanto cuando él no está. ¿Sí en presencia de otros? Tampoco ella sacude la cabeza y se
detiene quizás esperando más preguntas. Luego, bajando la vista, agrega me da vergüenza. Él espera unos segundos
antes de decir quizá la vergüenza se deba
a que percibís que seguir amamantándolo responde a una necesidad tuya; habría
que analizar cuáles son las necesidades de tu hijito; sería bueno que pudieras
charlarlo con los profesionales que lo atenderán. ¿Usted cree que lo estoy
perjudicando? No estoy diciendo eso le aclara estoy intentando que pensemos juntos por qué te escondés para amamantar
a tu hijo. Ella oculta la cara en el cuenco que forman sus manos. Le miento hasta a mi mamá. ¿En qué consiste
tu mentira? Le dije que ya no le doy la teta; cuando cumplió dos años se lo
dije. Daniela ella se descubre y lo
mira ¿por qué seguís amamantándolo? Es mi bebé dice casi en un susurro. Tal vez seguir dándole la teta ha sido tu
manera de poder creerle al pediatra la mirada de Daniela clavada en él en la
medida en que lo consideres un bebé se atenúa tu preocupación porque no hable. Los
ojos de ella se llenan de lágrimas. Daniela
y cuánto le cuesta decírselo Lucas ya no es un bebé. Ella llora,
mansamente llora.
Cerrar la puerta es recuperar la lanza atravesándolo.
¿El alma es un espacio? Solo así podía entenderse que fuera capaz de albergar
tanto dolor. Porque le duele el cuerpo. En medio de las costillas. Se presiona
el esternón. Justo allí. ¿De qué va a hablarle a Ana María?, ¿del accidente de
Camilo?, ¿del rey de Textilandia?, ¿del hijo de Laura?, ¿o del de Daniela? La angustia le humedece el cuerpo pero le
seca la boca, qué absurdo. Apoya la frente contra la ventana. El frío del
cristal le hace bien. Ya es casi de noche, los faros de los autos destellan
entre el follaje. Se siente sucio, transpirado. Preciso una ducha, diagnostica.
Mira el reloj. Tendrá que tomar un taxi. Va hacia el baño. Abre la canilla y se
desnuda.
31
Ana María le sonríe. Una magnífica sonrisa de
analista, evalúa él. Distante pero cálida. Él siente que los ojos se le llenan
de lágrimas. Carraspea, intentando controlarlas pero es inútil. Las lágrimas
fluyen ajenas a su voluntad. Estoy llorando, se dice, sorprendido. La sonrisa
de Ana María retrocede, desaparece. Troca en una leve inclinación de la cabeza,
en una tenue crispación del rostro. Gustavo,
¿qué pasó? Él saca un pañuelo de su bolsillo. Se suena la nariz. Logra
serenarse. Ella lo espera. Seria lo espera. Cecilia
me engaña confiesa y luego se arrepiente ya sé que este no es el espacio apropiado para hablarlo pero me enteré
hoy. Lo escucho lo habilita ella. Esta
mañana un amigo me contó que la vio besándose con un tipo; no sé cómo no me di
cuenta solo, si lo pienso ahora, ella me dio indicios, muchos indicios. Tantos
como el marido de María Inés lo interrumpe ella. Él sacude la cabeza no, Ana María, hoy no estoy en condiciones
de seguir ocupándome de mis pacientes, no sé cómo pude atenderlos se
incorpora será mejor que me vaya.
Siéntese, Gustavo no es un pedido es una orden ¿qué pasa con su terapia personal? Mi analista sigue enfermo, lo
operaron, no sé cuándo podrá atenderme. ¿Quiere seguir contándome? No sé ni por
dónde empezar, usted no me conoce. Ella le sonríe. Esa puta e inigualable
sonrisa, piensa él. Cuando salga de aquí,
cuando regrese a mi casa, voy a tener que enfrentarla, tengo que decidir cómo
enfrentarla. Se esconde la cabeza
entre las manos. Así, sin mirarla, se siente mejor. ¿Cuáles
son las opciones? la escucha preguntar. ¿Obviar
la información, echarla, irme? ¿Escucharla? sugiere ella. Nunca
voy a poder perdonarla dice, ahora, mirándola. El perdón, dicen, es un don divino; ¿si intentara comprenderla?
Cuando mi vieja se enteró de que mi padre la engañaba, lo echó, sin pensar en
la plata, en las conveniencias; una mujer muy fuerte, lo echó sin pensar en
nada. ¿Ni siquiera en usted? Él recibe el impacto. Un golpe brutal que lo
obliga a retener las lágrimas. ¿Cuántos años tenía? Cuatro, no recuerdo a mi
padre en casa traga saliva desde que
tengo uso de razón me faltó, siempre me faltó. ¿No volvió a verlo? ¡Oh, sí!, lo
veo cada día de mi vida, bah, los fines de semana no, ni los miércoles; se reacomoda en el diván pero si
algo de lo que hoy no quiero hablar es de mi padre. Yo no lo traje aquí aclara ella. Ya sé reconoce Gustavo él es
omnipresente. Siempre le faltó pero es omnipresente. ¡No quiero hablar de él!
mira el reloj tengo una hora para decidir
mi futuro, el de mis hijos. ¿No le parece que es demasiado terminante?, quizá
precise más tiempo para tomar una decisión. Y qué, ¿no regreso a casa esta
noche? Lo está diciendo usted. Por favor, deje de jugar a la analista dice
con bronca. Soy una analista replica
ella, sonriente.
Sale y camina hasta la esquina. Ana María tiene razón,
necesita tiempo. No está físicamente capacitado para enfrentar la cena
familiar. Se arrima a la pared y busca el celular. Llegó más tarde, no me esperen a comer teclea. Percibe que sus
costillas se distienden. Es él quien precisa una prórroga. Hace frío. Se
levanta las solapas del saco y mete las manos en los bolsillos. Apura el paso.
Cuando llega a Santa Fe, duda. Autos, luces, carteles, bocinas, peatones. Hace
mucho que no caminaba a esta hora por ahí. Luego dobla a la derecha y camina
hasta Coronel Díaz. Entra en Tolón.
Allí iba con Cecilia cuando salían del consultorio del obstetra.
32
La taquicardia de Gustavo crece a medida que el
ascensor sube. Ya es franca cuando sale. A través de la puerta le llega un
aroma que logra identificar como de curry. Abre. En el comedor, cubiertos y un
vaso sobre la mesa. Su servilleta, azul. Veni,
papi le llega la voz de Martina. Se dirige hacia los dormitorios. Encuentra
a los tres en la cama grande, tapados con el acolchado, Cecilia al medio. Mirá, pa, ese soy yo el primer día de jardín
dice Nacho. Como si pudiera no reconocerlo. Te deje el plato en el microondas informa Cecilia. Gustavo se
concentra en las imágenes, Cecilia con Martina en brazos. Nacho saludando a la
cámara, mostrando la mochila. El flequillo rubio, los ojos negros, el delantal
de cuadritos. Un trío del que la cámara lo excluye. Siente que las lágrimas se
le agolpan. Qué le pasa, no es él este de hoy. Voy a comer informa pese a las protestas de la nena. Se dirige a
la cocina y abre el microondas dispuesto a rescatar el plato y guardarlo en la
heladera. Una rata mordisqueándole la boca del estómago. Sí, no se había
equivocado, el famoso pollo al curry de Cecilia. El olor lo traspone. Cambia de
parecer y aprieta el botón. Mientras espera un minuto, apoyado en la mesada, ve
el escurridor. Tres platos. La rata se revuelve. Abre la heladera y se sirve
soda. Va con plato y vaso hacia la mesa. Se sienta. Solo. Porque cuatro menos
tres es solo uno. La aritmética no falla. Alza el pollo ensartado en el tenedor
hasta la boca. En cuanto lo deposita sobre la lengua el sabor le reconforta el
alma. Como un trago de chocolate
caliente para el alpinista. ¿Cuántas veces habría paladeado ese pollo? La
primera cuando cumplieron un mes de casados, casi podría jurarlo. Le extraña
recordarlo. El pollo de los cumpleaños, también. De pronto se inquieta, ¿qué se
festeja hoy?, se pregunta, ¿se me escapó una fecha?, ¿o acaso se está congratulando
por haberse echado un amante? El pollo deja de deslizarse por su esófago.
Siente que se ahoga. Toma un trago de soda. Las burbujas lo reaniman. Hola, papi dice Martina, camisón largo y
pantuflas de Snoopy ¿por qué no comiste
con nosotros? Me quedé trabajando. ¿Trabajando dónde? En un bar contesta
Gustavo, que odia mentir. ¿En un bar?,
para eso hubieras trabajado acá. Acá me distraigo. Claro, nosotros te molestamos dice Martina meneando la cabeza. No digas tonterías, vení dame un abrazo propone
él apartando la silla de la mesa. El cuerpito de Martina se funde al suyo. Tan
flaquita. Es frágil, piensa Gustavo, es la más frágil. Le acaricia el cabello
todavía húmedo. Marti, a dormir
indica la voz de Cecilia. Uf dice la
nena desprendiéndose y luego, con cara de resignada agrega chau. Él se queda solo.
Gustavo se ducha Mientras se lava los dientes con
parsimonia se mira en el espejo. Si seré pelotudo, piensa, tengo miedo. Se
enjuaga la boca, apaga la luz y sale. La puerta del dormitorio cerrada. Inspira
hondo y abre. Cecilia está acostada, leyendo. Él se queda parado en el marco de
la puerta. Quizá demasiado tiempo porque ella baja el libro y pregunta ¿qué te pasa? Él no quiere estar allí,
no debería haber venido. Ana María tenía razón, precisa tiempo. Por qué debe
hablar hoy, quién lo obliga. ¿Santiago? Un odio irracional hacia su amigo le
sube a la garganta. Para qué mierda se encontró con él. Le arruinó la vida.
Santiago siempre le tuvo envidia, desde el colegio. Gus, ¿qué te pasa? insiste Cecilia. Parece alarmada. Abandona el
libro sobre las sábanas y amaga con levantarse. Nada responde él y va a agregar no te preocupes pero se arrepiente,
entra, se para junto a ella y le dice te
doy la oportunidad de que blanquees la
situación. A ella se le desarma
la cara. Vuelve a sentarse. Evalúa cuánto sé, especula Gustavo, ensaya como
negarlo. Y después piensa que a lo mejor Santiago vio mal, se equivocó. Al cabo
de unos segundos Cecilia dice no te pido
perdón porque no lo merezco. Gustavo siente que se tambalea y, automáticamente,
se sienta. Al lado de ella. ¿Estás bien? pregunta
Cecilia tocándole el antebrazo. Él se desprende del contacto y la mira en
silencio. No responde. Ella baja la
mirada. Tampoco es fácil para mí dice ella pero me alivia no tener que seguir mintiéndote. ¿Cuánto hace? averigua
él. Casi un año. ¡Un año! esconde la cabeza entre las
manos no, si me merezco el carnet de pelotudo. Ella
pone sus manos sobre las de él. ¿Te
acordás cuando fui a la filial de Córdoba?, bueno, allí lo conocí, al principio
la relación fue solo por Internet. Hasta que dejó de serlo él se descubre
el rostro. Sí, hasta que dejó de serlo;
hace cuatro meses vino a verme, ni siquiera me avisó, te aseguro que lo hubiera
frenado; se me apareció y pasó lo que no tenía que pasar; pensarás que estoy
loca pero estoy contenta de poder contártelo, me enfermaba tener que mentirte.
¿Y por qué no me lo contaste antes, entonces? Porque pensaba que se me iba a
pasar, todas las noches me acostaba pensando que cuando me despertara iba a
estar curada. Pero no dice él. Pero no confirma ella no solo no me curaba, cada vez estaba peor. ¿Qué significa peor?
Ella cierra los ojos al decirle Gus, esto
no es una calentura, estoy enamorada luego se corrige creo que estoy enamorada. Gustavo piensa que el dolor es un pozo
sin fondo, siempre se puede estar peor. Un dolor que no le impide atar cabos. Y ahora se traslada a Buenos Aires dice ahora vas a ser su secretaria privada, él te
va a pagar. Las lágrimas ruedan por las mejillas de Cecilia sin que ningún
gesto las acompañe. Ajenas a ella misma, piensa él, son mías sus lágrimas. No aclara ella eso después. ¿Después de qué? Primero tiene que ir un par de meses a
Chile a supervisar una nueva filial. Gustavo experimenta un brusco alivio,
tiene tiempo por delante, tiempo para intentar recuperarla. Alivio que se
esfuma cuando ella añade y yo voy a ir con él. ¿¡Qué?! Ahora soy su
secretaria. Gustavo siente ganas de golpearla. Instintivamente se agarra
las manos. Dejá de tomarme de boludo, no
sos la secretaria, sos la amante. Vos no entendés, él no me paga, él es otro
empleado de la empresa, ellos no sospechan nada. Parece que no soy el único
boludo. ¡Basta, Gus! ¡Y vos me decís basta! grita él. Tranquilizate pide ella están
los chicos. Hubieras pensado antes en
ellos. El llanto de Cecilia se hace franco. A él le da pena. Qué absurdo,
él siente pena por ella. Me odio dice
Cecilia entre sollozos pero no me puedo controlar; te juro que lo intenté, tantas veces lo intenté. Te
vas a ir con él, y me lo decís así; qué te pasó Cecilia, no sos la mujer que yo
conocí. ¡Claro que no!, conociste a una piba de veinte años, que postergó todo
por vos. ¡Ahora me vas a echar la culpa
a mí!, ¡vos sos la única responsable de
haber arruinado tu carrera, de haber arruinado la mía también! Unos golpes en la puerta lo interrumpen. ¡Mami, papi, qué pasa que gritan! Nada,
querida, andá a acostarte tranquila contesta él. Vení, mami, tengo miedo. Cecilia se seca las lágrimas con el dorso
de la mano, carraspea. Ya voy dice y
se levanta, descalza.
Media hora después Gustavo, cansado de esperar, se
levanta. Va hasta el cuarto de Martina. Madre e hija duermen abrazadas. Se
queda unos instantes contemplándolas bajo la tenue luz del velador. Sobre la
almohada, el cabello rubio de Cecilia se mezcla con el oscuro de la nena. Ambas
respiran con la boca ligeramente entreabierta. Él recoge el acolchado del piso
y las tapa.
33
Miércoles
29
Gustavo, en doble fila, observa a sus hijos entrar a
la escuela. Todavía no son las ocho. Dos horas para el curso. Ojalá pudiera
regresar a su casa, a su cama, taparse la cabeza con la frazada y volver a
dormir. Desde luego, no lo conseguiría. Conciliar el sueño se ha convertido en
un problema. Los bocinazos lo obligan a arrancar. ¿Hacia dónde? Pone primera.
Media hora después recorre con la vista las mesas
hasta que descubre a su amigo junto a la ventana. ¿Qué pasó? pregunta Santiago sin darle tiempo a sentarse. No me sacarás una palabra hasta que tome un
café anuncia. Ya con la taza en la mano informa Cecilia se fue ayer. ¿Cómo que se fue? Ya te conté lo de Chile. Sí,
pero no parecía inminente. Gustavo deja la taza, ampara la frente entre los
brazos acodados. La cosa se precipitó, no
voy a entrar en detalles, se tuvo que ir por una semana dice mientras duda
del acierto de haberse encontrado con su amigo, no es alivio lo que experimenta
y cuando Santiago averigua ¿con él?
la duda se transforma en certeza. ¿Necesitás
preguntármelo? dice mirándolo con rabia y como Santiago solo se encoge de
hombros, agrega sí, se fue con él pero en
calidad de jefe, porque ahora encima es su jefe, la puta que lo parió. Santiago
se echa atrás en su silla. Y vos la
dejaste ir dice. Es su trabajo; no le
queda otra se justifica mientras baja la vista y toma un sorbo de agua. ¿Pero vos sos pelotudo o te hacés?
Gustavo piensa que sí, es un pelotudo, es el rey de los pelotudos pero debe
defenderse. Esto es muy complicado, San,
por un lado está su relación con él y por el otro el trabajo en sí, le
ofrecieron una carrada de plata y un puesto de mucha responsabilidad, Cecilia
no está dispuesta a perderlo. ¿Y vos te creés ese rollo? Gustavo se está
impacientando, pésima la idea de provocar ese café. Cabecea. Vos no entendés dice le habían ofrecido el puesto antes de que pasara nada con él, es una
oportunidad que parece que hace años estaba esperando. Santiago no le da
tregua ¿parece? Gustavo sigue
sintiendo que debe defenderse, qué absurdo, ¿de qué?, ¿de la opinión de su
amigo? Cecilia no solía hablarme de su
trabajo, sabés que es muy reservada. Santiago sonríe, despectivo, pero
cuando Gustavo está a punto de levantarse, le palmea el brazo y le pregunta viejo, ¿cómo estás? y la bronca de
Gustavo se pliega, se arruga como un papel rumbo al cesto. La noción de su
desvalimiento infinito, qué difícil ser confortado por un hombre. Mamá,
Cecilia, Martina, abrácenme reclama. Santiago aumenta la presión de su mano.
Gustavo siente la presión en los lagrimales pero por suerte logra controlarse. Estoy como puedo; creo que todavía no tome
conciencia de todo lo que se avecina. ¿Por qué?, ¿te dijo que lo del tipo va en
serio? Gustavo se restriega los ojos. Me
dijo que está enamorada, y que no está dispuesta a renunciar; que nos adora a
mí y a los chicos pero que esta vez se va a poner a ella misma en primer lugar.
Recién al escucharse tiene la cabal noción de que no hay vuelta atrás, no es
una pesadilla, aunque sí, sí que lo es. Despertame, amigo, piensa. ¿Y qué van hacer? lo estrella Santiago
en el presente justo cuando suena su celular. Voy para allá dice Gustavo. ¿Qué
pasó? pregunta su amigo. Me llamaron
del colegio, Martina vomitó.
Gustavo tira la mochila sobre el asiento delantero, se
sienta y arranca. Ya son casi las diez. ¿Adónde
vamos? pregunta Martina. A lo de la
abuela, ya le avisé. Quedate conmigo, papi, me duele mucho la panza. Él
siente miedo, sí, miedo. Eso es toda la
pizza que comiste anoche, te avisé dice mirándola por el espejo retrovisor tengo curso y después consultorio le
explica pero cuando registra la carita compungida agrega si puedo paso un ratito al mediodía mientras
piensa que Cecilia no tiene derecho.
En cuanto dobla por Monroe descubre a su madre esperando en la vereda. Arrima
el auto. La nena baja y se sumerge en brazos de su abuela. ¿Qué le pasó a mi princesa? Gomité la pizza. ¿Y tu mamá? ¡Está en
Chile, se fue ayer! ¿¡En Chile!? Gustavo siente que pierde pie. Se fue por el trabajo explica a través
de la ventanilla abierta. Su madre
menea la cabeza y entra a la casa con la nena aferrada a su cintura. La imagen
perdura en la retina de Gustavo cuando pone primera.
Al salir del curso recupera su presente. Debo evitar
los espacios muertos, se dice. ¿Por qué
cambió tiempo por espacio y libre por muerto? Está llegando al consultorio
cuando suena el celular. Te estamos
esperando, papi, la abuela preparó pollito. Coman no más, se me hizo tarde.
¡Pollito y puré de calabaza con lo que te gusta! Martina, no puedo hablar explica estoy manejando y corta. La cara
mortificada de la nena regresa a su retina. Mira el reloj. Tres cuartos de
hora. Avanza hasta la esquina y gira. Ruge su indignación contra Cecilia. No se
piensa en el verano cuando cae la nieve.
No debería haber comido tanto, se siente pesado. Pero
es inútil negarse a su madre. Estaciona a la vuelta y se dirige a Melián.
Cuando llega al departamento, Laura está en la entrada. Gustavo se siente
incómodo, nunca se encontró con un paciente fuera del consultorio. Ella, que
entró primera al ascensor, mientras aprieta el botón pregunta señor, ¿usted también va al quinto? Él
sonríe, súbitamente relajado. Cómo le gusta su profesión.
34
Hace unos
meses, mi cuñada cuestionaba la
conveniencia de ayudar a los chicos en sus tareas escolares y le comenté que yo
siempre había estudiado con mis hijos Laura verifica que él la esté mirando y continúa como creí imaginar lo que ella estaba pensando, agregué ¨por eso me
salieron tan bien¨. Él se endereza en su silla, alerta. Un minuto después me dijo, en muy mal tono
¨no es la primera vez que hacés un comentario de este tipo, estoy cansada de
oírte hablar mal de tus hijos; tus hijos son buenas personas, independientes,
cariñosos, trabajadores; a lo mejor no cumplieron con tus expectativas pero eso
no significa que te hayan salido mal¨. Gustavo, intencionalmente, deja pasar unos segundos antes de preguntar ¿y qué piensa usted sobre el comentario de
su cuñada? Laura se echa el cabello hacia atrás, permanece con los brazos levantados unos
instantes y luego los baja y los cruza. Se está protegiendo, piensa él. En ese momento no le di importancia, aunque
me encantó que saliera en defensa de sus sobrinos, prueba de cuánto los quiere.
¿Y cuándo descubrió su cabal trascendencia? Laura se lleva la mano a la
boca y carraspea. El miércoles pasado
cuando salí de aquí dice y luego calla. Me
gustaría que me explicara qué sintió pide
él. Tuve la nítida percepción de lo duro
que es no cumplir con las expectativas de los otros; me quedé pensando en lo
que usted dijo; tiene razón Laura sonríe uno sabe lo que los demás
esperan de uno. Él se toma solo unos
segundos. ¿Por eso es que Federico no
necesitó que usted lo retara por haber abandonado el curso de hardware para
saber que otra vez la estaba defraudando? pregunta. Como tocada por una
varita mágica, la cara de ella se desarma.
Cuando eran chiquitos estaba tan
orgullosa de ellos; siempre eran los primeros en el colegio dice con los
ojos húmedos. ¿Y ahora? inquiere él.
Las lágrimas de ella descienden por sus mejillas. Se las seca con el dorso de
la mano. Gustavo le señala la caja de pañuelos. Ella toma un par. Se suena la
nariz, logra recomponerse. Son buenos
chicos dice al fin. Si no me equivoco
esa es la opinión de su cuñada; le repito la pregunta, Laura, ¿está orgullosa
de sus hijos? Mientras la observa llorar Gustavo se plantea si alguna vez
su padre estuvo orgulloso de él. ¿Está él orgulloso de Nacho? Laura dice no puedo explicarle cuánto me duele tener
que confesarle que no. Él reflexiona unos segundos y propone qué le parece si para la próxima hace una
lista de qué expectativas han colmado cada uno de sus hijos y cuáles no. Laura
pregunta ¿débitos y réditos? Algo así responde
él sonriendo. Ella toma un vaso de agua, carraspea y
comenta ayer me encontré con las
compañeras del secundario. Gustavo se reacomoda en su sillón y se dispone a
escucharla.
Al cerrar la puerta Gustavo descubre que no pensó en
Cecilia. Una hora sin pensar en ella. Laura, regrese. Hace dos días que su
mujer se fue y él pasó una hora entera sin pensar en ella. Bienaventurada
profesión. Se le aparece la imagen de Martina. Pobrecita. Busca el teléfono. Hola,
papi, ¿cómo estás? ¿Cómo estás vos? Rebién, la abuela me preparó un té y me
fregó la panza. Él siente las mágicas manos de la madre sobre su propio
infantil abdomen. Me alegro mucho, tratá
de dormir la siesta. Sí, me voy a acostar a mirar la tele, porque la abuela
siempre mira la novela de las tres; te corto, papi, porque la abu me llama que
ya empieza. Gustavo apoya el tubo con una sonrisa. Su madre y su hija.
Suena el timbre.
35
Camilo ya no le informa que subió solo. Batalla ganada
en la dura lucha por su autonomía. Perdón
dice se me hizo tarde. Gustavo
mira el reloj, tres minutos. ¿Te molesta
llegar tarde? El chico asiente con la cabeza. Gustavo recuerda a Ana María,
entonces insiste ¿por qué? Camilo lo
mira con sorpresa. Porque está mal contesta.
A ver, a ver dice él qué pasaría
si te demoraras en llegar acá. Qué
se yo, nada, pero vos a lo mejor te preocupás. ¿Qué creés que haría yo si te
retrasaras demasiado? El chico se encoge de hombros. No sé, nunca lo pensé responde. ¿Y
si lo pensás ahora? Supongo que
llamarías a mi papá al celu. Que es lo que vos hiciste cuando tu papá se
demoró. La cara del chico se tensa. Sí,
pero mi papá no me atendió. Gustavo solo lo mira a los ojos, en silencio.
Un largo rato después Camilo agrega no sé
por qué mierda no me atendió. ¿Se lo preguntaste? El chico cabecea, luego
juega con la boca, se muerde los labios. ¿Por
qué te enoja tanto que no te haya atendido? Si me hubiera atendido yo no
estaría rengo. ¿Alguna vez se lo dijiste? Los ojos del chico son dos platos. ¡¡No!! ¿Por qué te parece tan obvio? Porque
él ya se siente bastante mal por eso. ¿Y cómo lo sabés? Porque lo escuché. ¿Qué
es lo que escuchaste? Cuando estaba en el hospital dijo varias veces ¨fue mi
culpa¨, él se creía que yo estaba dormido pero lo oía, todo oía. ¿Estaban
solos? No, con mi mamá. ¿Y qué decía tu mamá? Ella no decía nada, lo abrazaba.
¿Nunca le preguntaste por qué se le hizo tarde? Camilo sacude la cabeza,
tanto que el flequillo le tapa los ojos. Me
cansé de hablar de esto informa echándose el cabello hacia atrás. ¿Y de qué te gustaría charlar? El chico
se queda un rato pensando y al cabo dice me
nombraron delegado del curso; están modificando el reglamento y quieren conocer
nuestra opinión. ¿Por qué te parece que te eligieron? Dicen que hablo bien cuenta
sonriendo, la vista baja. ¿Qué modificaciones
proponen? Camilo se endereza en el
asiento y comienza a hablar con fluidez, tanta que Gustavo piensa en Nacho y le duele, cómo le
duele. Largo rato después el portero eléctrico los interrumpe. Gustavo mira el
reloj. Las quince y cincuenta. Exactamente.
Gustavo busca el celular y controla su mail.
El corazón se le aturde: mensaje de Cecilia. Hola, Gus. Acá estamos trabajando a toda máquina. El viernes firmaremos
el contrato de alquiler de las oficinas, todo fue más rápido de lo calculado.
Casi seguro que regreso el martes, te aviso en cuanto nos confirmen el vuelo.
¿Cómo están los chicos? Los extraño mucho. Llamaré a casa a la noche, alrededor
de las diez, así puedo hablar con los tres. Un beso. Gustavo siente que
aumenta su temperatura. Arde de bronca. Ni siquiera le ahorró el plural de los
verbos. Decidió por lo visto, tomarse el fin de semana. Está por contestarle
hecho una furia cuando apaga el teléfono con brusquedad. No se merece ni una
letra.
36
Mientras la precede Gustavo recuerda su pregunta de
cierre. Se ubica y le sonríe. María Inés, calzas negras, suéter largo rojo, se
sienta sobre las piernas flexionadas. Se toma con una mano la punta de las
botas negras. Con la otra, se sostiene el mentón. Está seria. El sábado fue mi fiesta de cumpleaños cuenta.
Él sonríe. Ante el prolongado silencio de ella, decide intervenir ¿y cómo estuvo? La fiesta, bien; yo, mal.
¿Por qué? Ella rearma su postura,
libera los brazos, gesticula mientras cuenta en un momento me miré como desde afuera. ¿Y qué viste? A una mujer
espléndidamente vestida, espléndidamente maquillada, espléndidamente peinada,
representando una farsa en un espléndido salón, con un espléndido servicio y un
espléndido catering. ¿Cuál era la farsa?, ¿cumplías treinta y dos en lugar de
treinta? intenta relajarla. Ella no sonríe al decir los estaba engañando a todos, ni una sola de las cien personas
presentes sabía quién soy yo en realidad, qué me pasa. ¿Nadie te conoce?, ¿ni
una sola de tus amigas? Ella cabecea al decir tendrías que haber estado vos. Gustavo, esforzándose en reprimir
una sonrisa, comenta todavía no me
explicaste en qué consistía la farsa. Parecía la princesa Máxima; yo percibía
que todos me admiraban, me envidiaban; una mujer joven y linda, con un marido
buenmocísimo y lleno de plata que la abrazaba como si la quisiera. Gustavo
carraspea, trata de organizar la información vamos por partes, es cierto que sos joven y muy linda, supongo que tu
marido es buen mozo aunque no lo conozco, sé que les sobra el dinero, y si es
cierto que tu marido te abrazaba, ¿en qué reside, entonces, la farsa?, ¿en que
no te quiere? Sí que me quiere ella sacude la cabeza con energía pero como a una hermana; te juro que vi como
miraban los hombres mi espalda desnuda, se les notaba la temperatura en las
miradas; desde que soy adolescente que me miran así, será por eso que nunca
conseguí tener un amigo. No veo la relación entre tu sensación Gustavo abre
las manos en un gesto vago, busca la palabra térmica y el amor fraternal de tu marido. Ella hace una mueca de impaciencia. Creo que de todos los hombres presentes,
exceptuando a mi padre y a mi hermano, Gerardo era el único que no me miraba
así. María Inés se sirve un vaso de agua, parece agitada. ¿Qué pasó después de la fiesta? pregunta
él. Nada, por supuesto, estaba muy
cansado, pero no pasó nada el domingo, ni el lunes ni ayer. ¿Pensás que sigue
con su affaire? Ella eleva los hombros. Quizá
dice. ¿Volvieron a hablar del tema? Jura
que terminó todo, dice que está muy estresado por el trabajo, tienen un caso
importantísimo entre manos, vuelve a cualquier hora. Él, involuntariamente,
sonríe. No me mirés así, llamé mil veces
al estudio en distintos horarios y siempre lo encontré; ayer caí de sorpresa a
la nochecita. ¿Y estaba? Sí, estaba; le cayó pésimo mi presencia, odia que lo
control; bromeó al respecto con el socio; terminé yéndome sola a lo de mis
viejos María Inés se adelanta hacia él
¿querés que te cuente algo bueno?; mi hermano editó el video de la fiesta y
primero puso fotos de cuando éramos chicos, me hizo emocionar. Mientras
María Inés describe con detalle el trabajo de su hermano, Gustavo intenta
desalojar imágenes de Cecilia, por
primera vez en la sesión piensa en ella, insoportable imaginársela con él. Los
sorprende el portero eléctrico sin que el tema del marido vuelva a emerger.
Gustavo tiene una súbita corazonada. ¿Cómo
se llama el socio? pregunta mientras la despide. Ella lo mira con sorpresa.
Alberto, ¿por? La aparición de Raúl
lo exime de la respuesta.
37
Esta mina
raja la tierra comenta Raúl
mientras se sienta. Segundos después comienza a hablar de la obra. Se lo ve
contento, piensa Gustavo. Nunca te vi tan
entusiasmado le comenta en cuanto Raúl hace una pausa. Sí, la maldición bíblica no es tal. No te entiendo. Raúl sonríe,
con sorna califica él y responde ganarse
el pan con el sudor de la frente nos beneficia más de lo que nos perjudica se
atusa la barba rojiza ¿sabés lo que me
tiene mejor? busca la mirada de Gustavo es una de las pocas veces en la vida en que el
laburo no viene a través de mi viejo, o de alguna de sus infinitas relaciones.
¿Cómo está Lisa? Los ojos de Raúl
cobran brillo. Hecha una seda, ya te
dije, Lisa es una puta. Gustavo se toma unos minutos, reflexiona antes de
decir vos le adjudicás el cambio exclusivamente a
ella, quizá tu propia sexualidad esté ligada a la posibilidad de sentirte un
hombre más allá de la cama; tal vez tu sexualidad se vea inhibida por la
dependencia de tu padre. El rostro de Raúl se endurece. ¿Creés que me estás ayudando con la
brutalidad que acabás de decir? Él acusa recibo, se equivocó, su
intervención fue precipitada. Ana María lo alertó varias veces, descubrir la
causa de un conflicto no habilita a un terapeuta a explicitarlo hasta que no
llegue el momento propicio. Se sirve agua. Si
mi comentario es tan absurdo no veo el motivo de que te altere tanto. No me
altera, me da bronca que un título te habilite para decir lo primera boludez
que te pasa por la cabeza. Gustavo entierra la mirada en el piso, quisiera
como el ministro de economía decir: me quiero ir. Bastante con que su esposa
esté revolcándose en Chile con el amante para tener que soportar el castigo
adicional de un paciente cuya transferencia le resulta tan hostil. Quizá
debiera interrumpir el tratamiento, lo consultará con Ana María. Quizá debiera
abandonar la profesión, no sirve para esto. ¿Trabajar en la fábrica con su
padre para siempre? Cuando levanta la vista se choca con los ojos de Raúl sobre
él. La autoestima de Gustavo se precipita al escuchar ¿sabés una cosa?, mejor me voy. Gustavo se incorpora, en silencio,
al ver que Raúl se para. Antes de subir al ascensor, mientras Gustavo piensa
que, pese a todo, es una alivio haber perdido a este paciente, Raúl comenta otro día te cuento.
Gustavo se tira en el diván. Se tapa la cara con las
manos. No puede más. Todo le sale mal. Tampoco es tan ingenuo como para suponer
que es una es cuestión del destino. Él es el que está lleno de agujeros. ¿Por qué no irse? Hawai, París, Cuba. Tiene
ahorros. Podría vender el auto, además. Unos cuantos meses lejos de todo y de
todos. Quizá lograra reconstruirse. Empezar de cero en otro lugar. Mira el
reloj. ¿Habrá terminado Nacho su entrenamiento? Andá para lo de la abuela escribe en su celular Marti está allá, los busco a las 9.
Pobrecito Lacán, todo el día solo. ¿Habrá hecho pis?
38
Hace rato que Daniela describe con detalle la
entrevista con Álvarez Campos. La infinita cantidad de pruebas que le hicieron
al nene. Estuvimos más de cuatro horas
con distintos profesionales; ya nos
trazó un plan de acción: psicólogo, fonoaudióloga, psicopedagoga informa. Tiene un equipo excelente acota él. Sí,
ya me lo dijo parece molesta ojalá
pudiéramos atenderlo con él. ¿De qué depende? Daniela lo mira. De la plata, por supuesto mira el piso la entrevista la pagaron mis viejos. Él
lo evalúa y luego dice hay un recurso. Daniela
gira la cabeza. ¿Cuál? Él sabe lo que
va a provocar pero debe decirlo. Por el tratamiento de ella, además. El certificado de discapacidad. Ella lo
mira. Como un perro apaleado, lo
lamenta él. Ariel no va a querer dice
luego de un rato. ¿Y vos sí? Es que
Lucas no es discapacitado busca en su billetera, saca una foto y se
la entrega. Mírelo. La carita redonda, un flequillo
espeso y oscuro, los ojos transparentes de tan claros. Qué lindo chico comenta. Él
quisiera decirle que con esa cara no puede ser un caso grave, que lo detectaron
a tiempo, que lo van a poder curar. ¿Les
confirmó el diagnóstico? pregunta. Ella
guarda la foto, asiente con la cabeza y lo mira. Los ojos de Lacán. ¿Cuál? Para qué me pregunta
si ya lo sabe. Para que te escuches dice
con infinita pena. Vengo para
sentirme mejor no para que me torture y ni siquiera parece enojada. Gustavo sí que está enojado,
decididamente no sirve para esto. Quedan en silencio. Largo, denso. ¿Pudiste solucionar el horario del trabajo? pregunta al cabo
Gustavo.
Apoya la espalda en la puerta que acaba de cerrar. No
recuerda haberse sentido tan mal en toda su vida. Con Cecilia, con su
profesión, con su analista enfermo, con su padre. Malditas las ganas que tiene
de ir a lo de Ana María. Recordar que luego lo esperan los chicos en lo de su
madre, termina de agobiarlo. Quizá la infidelidad de Cecilia resulte
liberadora. Que se quede con todo, hijos incluidos. No está capacitado para
hacerse cargo de nadie. Vuelve a aparecer la imagen de una isla tropical. Total
ella ganará tanto que a los chicos no les va a faltar nada.
39
Estoy
pensando en dejar a mis pacientes inicia Gustavo el encuentro. Ana María sonríe, siempre sonríe. ¿Qué
pasó con Cecilia? inquiere ella. Se
fue a Chile por una semana, pero no quiero hablar de eso. Ella abre las
manos que tenía entrelazadas. Solo quería
verificar si la decisión de abandonar a sus pacientes se relacionaba con el
hecho de haber sido usted mismo abandonado. Él resopla. Su discurso me confirma que estoy harto de
las interpretaciones propias y ajenas; no sirvo para esto, tampoco para esto.
¿Tampoco? Hoy siento que no sirvo para nada, como marido, obvio, y como
terapeuta soy un elefante en una cristalería. Ana María lanza una
carcajada. Él siente que algo se le
afloja. Se reacomoda en el sillón. ¿Por
qué no me cuenta su día de
consultorio. Él le va relatando lo acontecido, más y más avergonzado a
medida que describe su impericia. Ella lo escucha sin intervenir ni una vez, en
absoluto silencio. Veamos, veamos
dice cuando él, al fin, calla. Hoy ha
logrado que una madre confiese que no está orgullosa de sus hijos, cosa que no
es de poca monta; ha conseguido que Camilo manifieste que considera a su padre
culpable del accidente; el hijo de Daniela no estaría en tratamiento si ella no
hubiera comenzado la terapia con usted; Raúl ha admitido que su sexualidad está
ligada a su padre; con respecto a María Inés su tarea ha sido la de un
detective, quizá haya descubierto al dueño de la A; yo diría que no ha sido una
jornada nada mala para, como se califica usted a sí mismo, un principiante.
Como al peregrino al que le ofrecen una gota de agua,
las palabras de Ana María han cauterizado las llagas producidas durante el
peregrinaje, mas no la lesión que lo había conducido a buscar la ayuda. Salir
del consultorio es que la imagen de Cecilia lo golpeé como el viento que se ha
desatado mientras él estaba bajo cubierto. Reparado, así se sintió. Qué si le
pregunta a Ana María si lo puede cobijar un rato más. Se ajusta el cuello de la
campera, mete las manos en los bolsillos y camina hacia el auto. Recuerda el
mail de Cecilia y apaga el celular.
40
Desde el palier lo asalta el aroma del vacío al horno.
Con papas, podría jurarlo. El olor de su mamá.
Pan para el peregrino. Toca el timbre. ¡Abu, papi! grita la nena.
Un ratito
más, pa pide Nacho mirando la tele
en el dormitorio enseguida termina. A Gustavo no le queda más remedio que acceder al
café que le ofrece su madre, pie del demorado interrogatorio del que lo
defendía la presencia de sus hijos. ¿Qué pasó con Cecilia? lo inicia su madre ni bien apoya la bandeja. Se fue a Chile. Sí, ya sé, pero por qué. Por
el trabajo. ¿Y cómo es eso? insiste
mientras le llena la taza. Van a abrir una filial en Santiago, fueron a
alquilar las oficinas. ¿Va a trabajar allí? Por unos meses, pero no todavía,
regresa el martes. ¿Y me lo decís así? ¿Y cómo querés que te lo diga, mamá?,
¿en inglés? Te conozco bien, algo está
pasando; ¿vos no querías que se fuera?, Marti me dijo que los escuchó discutir.
Él empuja la taza con rabia. Lo único
que falta es que le sonsaques información a la criatura se levanta ¡chicos!, vamos grita mañana hay que madrugar. Su madre menea la cabeza vos siempre igual, no sé de qué te sirve tanta sicología si sos incapaz
de confiar en tu propia madre. Diez minutos después, chicos y mochilas
preparadas, Gustavo se despide de su madre. Traémelos
cuando quieras ofrece ella o si te
viene mejor me acerco yo. Gracias,
mamá dice Gustavo, todavía fastidiado. Está por entrar al ascensor cuando regresa y la abraza. La madre, como
quien intenta dormir a un niño, lo palmea en la espalda.
El contestador titila. ¡Es mami! dice Martina qué
lástima que la perdimos. Gustavo siente un tirón detrás de las rodillas.
Media hora después sale del baño y
recorre la casa solo iluminada por la luz del pasillo. Los chicos duermen.
Lacán, arrebujado en el felpudo de la cocina, levanta la cabeza cuando lo ve
entrar, pero luego regresa a su sueño.
Gustavo entra al dormitorio. Apaga la luz y se acuesta, de su lado.
Luego rueda hacia el centro, estira brazos y piernas. Ay, mi amor, sin ti mi cama es ancha.
41
SETIEMBRE
Miércoles 5
Gus,
despertate, ¿qué te pasa? la voz de
Cecilia filtrándose en su pesadilla justo cuando la puerta del avión se abre y
la azafata intenta empujarlo hacia el vacío. Gustavo se sienta en la cama, se
restriega los ojos. ¿Estás bien? pregunta
ella sentada a su lado y ante su gesto de asentimiento agrega vaya que gritabas. Él la mira, está a
medio vestir. ¿Qué hora es? pregunta. Siete y media, llevo los chicos al colegio y
vuelvo; esperame y desayunamos juntos. Todo fue un mal sueño, se dice él,
aliviado, hasta que la valija junto a la cómoda le demuestra su error. En un
instante revive la breve charla a la madrugada. El regreso de Cecilia solo
confirma que se fue. La pesadilla continúa.
Gustavo va al baño. Se ducha, se afeita, se lava los
dientes. Se perfuma. Elige con cuidado la camisa y el pantalón. Enciende el
televisor para ver la sensación térmica.
Sensación térmica. Su yo está a medias helado, a medias hirviendo. Te espero en Van Gogh escribe en su celular. OK contesta Cecilia. OK.
Gustavo busca una mesa apartada y se sienta. Hojea el
diario pero no pasa de la segunda hoja. Cuántas veces se habrán encontrado en
esa misma mesa. Casi siempre los dos; los cuatro algún domingo de churros y
chocolate. El estómago le hace ruido. Qué absurdo, ruge de vacío pero él no detecta el hambre. Levanta la vista
justo cuando ella está entrando. El cabello rubio alborotado, el paso elástico,
la boca entreabierta, las mejillas sonrosadas. Derrama vida a su paso. Es
hermosa, piensa. La perdimos. La perdí, se corrige. Los ojos de Cecilia recorren las
mesas. Sonríe cuando lo descubre. Sonriendo se sienta frente a él. Tardé
porque Nacho se olvidó una carpeta y tuve que alcanzársela. ¿Qué tomás? pregunta él. Como siempre dice ella y a él le duele. Dos
cafés con leche le indica al mozo dos medialunas de grasa y dos de manteca,
bien blanquitas. Ella se saca el abrigo y lo acomoda sobre el respaldo. Está
lindo aquí. Quedan un largo rato
mirándose. ¿Cómo te fue? rompe
Gustavo el silencio. Ya te conté anoche, conseguimos unas
oficinas espectaculares en pleno centro, calculo que en quince días estará todo
listo para arrancar. Ella hace lugar
para la taza que deposita el mozo. Toma un trago. Qué bueno, el café en Santiago es imposible. Él sigue mirándola y
ella sigue sonriendo, mordisqueando una medialuna. Cómo te fue con él, te pregunto. Ella baja al mismo tiempo la
mirada y la factura. No quiero hacerte daño dice. No lo parece. Cecilia, entonces, lo mira. Es como tener de nuevo veinte años, me había
olvidado de como era sentir. Gustavo
intenta descubrir su error. ¿Por qué?
le pregunta. ¿Por qué, qué? Por qué dejaste de quererme.
Gus, yo te quiero, no pasa por ahí dice ella y alarga la mano para tomar la mano
que él retira. ¿Por dónde pasa entonces? Ella cruza los dedos, juega con los pulgares. Estoy ahogada, no me había dado cuenta de
que hace catorce años que estoy asfixiada. Gustavo cierra los ojos,
maravillado de que su dolor pueda seguir creciendo. ¿Hasta cuándo, hasta dónde?
No me entiendas mal continúa ella amo a los chicos con locura pero me perdí por ellos. Él abre los ojos y los fija en ella. Sí, es cierto, no puedo entenderte. Por
quererlos a los tres me dejé en el camino. Y ahora te encontraste. Sí confirma
ella creo que sí. ¿En dónde te
encontraste?, ¿en el trabajo o en la cama?
Ella aprieta los párpados un instante, sacude la cabeza. No sé
cómo explicártelo, hace años que una parte mía fue amputada, vos sabés cómo era
yo, amaba estudiar, estaba comprometida
políticamente, estaba loca por vos; todo
se fue licuando, yo me fui licuando; cuando volví a trabajar creí que mejoraría
pero empeoró, al menos como madre o cocinera era creativa; ¿sabés lo que fue
por años atender el teléfono durante horas como un robot? La furia de Gustavo asciende desde su abdomen.
¿Sabés lo que es aguantar durante catorce
años a mi viejo?, esto parece una broma porque la culpa la tuviste vos, vos te
cercenaste y a mí me mandaste a la boca del lobo; pero mirá, tenemos un linda
casa, un buen coche, veranemos todos los años, gracias a tu servilismo y al mío
se interrumpe de pronto iluminado ¿qué tiene que ver todo esto con mi
consultorio? Ella se queda en silencio y luego dice no lo había pensado pero quizá todo se desencadenó cuando te vi tan
feliz de ejercer tu profesión. Gustavo toma su café. Se enfrió, piensa. Te dio envidia dice, la taza en alto. No, no diría eso, me demostró que no era
demasiad tarde. Gustavo mira, con disimulo, el reloj de pared. En
quince minutos me tengo que ir al curso y todavía no hablamos de cómo sigue
esto. Así sos vos dice ella se está
jugando tu matrimonio pero solo pensás en tu curso; tenés razón yo tampoco debo
postergar mi trabajo, ya estoy una hora demorada, pero no importa, ¿no?,
postergarlo forma parte de mi papel en esta obra; a la noche la seguimos, si es
que tus pacientes no te dejan muy agotado. Cuando Cecilia se levanta la
mente de Gustavo queda en blanco. Cinco minutos después llama al mozo. Al
incorporarse observa sobre la mesa tres medialunas intactas y una mordisqueada.
Mientras el profesor discurre sobre como elaborar un
genograma Gustavo piensa que su mujer
estuvo una semana en Chile con su amante y, sin embargo, lo inviste con la
culpa. Qué inteligente es, determina, llevó todo al plano profesional cuando lo
que está en cuestión es nuestro vínculo matrimonial. Vínculo matrimonial, qué
lugar común. Está en juego la pareja, la familia, los chicos, la vida. El
profesor le hace una pregunta. Perdón pide
estaba distraído. Parece que la culpa
sigue siendo suya.
42
42
Laura se ubica, abre la cartera. ¿Me va a pagar ahora?
, piensa Gustavo, extrañado. Hice los
deberes dice ella y le tiende un papel. Él contempla un cuadro a doble
entrada. Una columna para cada uno de sus tres hijos, diez filas evaluando
distintas áreas, comenzando por ¨salud¨. En cada intersección, signos más o
signos menos. Nunca se pierde la
formación científica comenta él, sonriendo. Observa con atención la
multitud de casilleros, ¿quién dijo que los afectos no pueden mensurarse? Es interesante dice el
orden de sus apreciaciones. Así fueron
apareciendo en mi cabeza parece
disculparse ella. Claro acota él porque si hubiera menos en la
fila de salud, todos los problemas de los que estamos hablando
carecerían de sentido. Ni imaginarlo dice ella con énfasis. ¿De
cuáles de los ítems se considera responsable? pregunta él devolviéndole el papel. Ella lo
toma y lo observa con atención. De su
salud ya no me ocupo. ¿Habrá influido en
la buena salud de sus hijos el embarazo,
la lactancia, las vacunas, el pediatra? Los tres tienen excelente dentadura,
además agrega ella y luego sonríe topicaciones de fluor, sellado de las
muelas, ortodoncia. ¿Seguimos? propone él. Belleza lee ella y acota supongamos que eso sí viene de los genes, mi
marido es particularmente buenmozo. ¿Nada de usted? Las chicas tienen buen cuerpo parece disculparse ella, mirando el
piso. Ahora viene la pareja, ¿no? recuerda
él. Sí dice ella los tres tienen buenas
parejas. ¿Alguna relación con sus treinta años de casados? Ella hace una
mueca descalificativa y deja el papel sobre la mesita diciendo esto no tiene ningún sentido. Él lo
recoge y reobserva la lista. Concentrémonos
en las apreciaciones negativas, ¿no está satisfecha de los estudios de sus
hijas? Sí responde ella ¿les puse
menos? Un más y un menos contesta él. Porque
no son universitarias. Él sonríe ¿los estudios solo califican si son
universitarios? Siempre supuse que mis tres hijos iban a ser profesionales. Gustavo
luego de una pausa pregunta¿qué
estudiaron sus hijas? La mayor Educación Física, la otra es maestra jardinera.
Él aclara, sonriendo o sea que hicieron
el Profesorado de Educación Física y el Profesorado de Educación Inicial. Sí,
claro. Cuatro años de carrera, ambos. Veo que está bien informado. ¿Y eso
merece un más o menos? Ella se encoge de hombros. Hay
otro punto que me llama la atención dice Gustavo luego de una pausa. Ella lo mira. Más allá de los dos menos que le adjudica a su relación con su hijo, de
la cual ya hemos hablado, la que tiene con María merece solo un más o menos. Es
que ella a veces me trata mal, se impacienta conmigo. ¿Será porque usted no es
muy deportista? Gustavo, no se ría de mí pide Laura. ¿Con la menor se lleva mejor
porque a ella, como a usted, le encantan los niños. Será una buena madre vaticina
ella. ¿Mejor que usted? A lo mejor
consigue que los hijos le salgan médicos dice ella y ríe. A lo mejor no le interesa que sus hijos sean
médicos la corrige él y al instante
los ojos de Laura se llenan de lágrimas. ¿Seguimos la próxima? propone él. Ella se
seca las mejillas con el dorso de la mano y se incorpora.
Cuando cierra la puerta tras Laura, el recuerdo del
desayuno aterriza, brutal, en su abdomen.
La odio dice Gustavo en voz
alta aunque sabe que no es cierto. Deja que pase un momento y volveremos a
querernos. Tú.
43
Hace rato que Camilo está hablando del colegio
cuando intempestivamente dice anoche tuve un sueño raro. ¿Me lo contás?
propone Gustavo. Es que mucho no me acuerdo. Sin embargo considerás que fue raro, ¿por
qué? Yo estaba adentro de un envase y me caía arena en la cabeza; cada tanto
alguien daba vuelta el envase pero yo quedaba de nuevo con la cabeza para
arriba y me seguía cayendo la arena. La sangre de Gustavo cobra otro ritmo,
sus neuronas en frenética sinapsis. ¿Te
gustaba estar allí? pregunta. No, era
horrible; me quería escapar pero no podía porque el envase me sujetaba. Contame
más del envase pide. Era
transparente y alto como yo; ancho en la
cabeza y en los pies pero apretado en la panza. Cuánta razón tenía Ana
María ¿El envase se parecía a algún objeto que vos conozcas? El chico
niega con la cabeza. Pensemos juntos:
transparente, como dos embudos invertidos, con arena que va cayendo de a
poquito. Camilo se queda unos
segundo pensando y luego arriesga ¿un
reloj de arena? Gustavo solo levanta las cejas. Yo tengo uno para jugar al Scrabel
informa Camilo. ¿Con quién jugás
al Scrabel? Con mi papá, casi siempre me gana. ¿Qué te parece que podría
representar el reloj de arena? ¿El tiempo? contesta el chico. Cerrá los ojos pide Gustavo trata
de ver quién está dando vueltas el reloj. No hace falta dice Camilo con los
ojos muy abiertos ya sé quién lo daba
vueltas. ¿Quién? Un hombre sin cara. Gustavo toma un vaso de agua con
parsimonia. ¿Te acordás de lo que
charlamos la sesión pasada? pregunta luego. Claro contesta el chico. Me parece que te preocupa mucho saber por
qué llegó tarde tu papá, tal vez sería bueno que se lo preguntaras. Camilo
lo mira en silencio. Silencio que varios minutos después es roto por el portero
eléctrico. El chico, instintivamente mira la hora. Está esperando el ascensor cuando dice a lo mejor cuando sea grande voy a ser
sicólogo.
Estoy contento, se dice Gustavo y
después se dice que está loco. Su vida está astillándose y, por unos minutos,
se sintió contento. La aguda necesidad
de creer que sirve para algo. Porque Camilo no forma parte de su vida.
Recuerda, entonces, que ya hace rato que Nacho debería haber llegado. Va a
llamar a su casa cuando repara en que Cecilia ya regresó. Problema de ella.
Pensarla le arrebata la satisfacción alcanzada. A ella, evidentemente, ya no le
sirve.
44
Lo que nunca María Inés llega quince minutos tarde. Se
sienta, se desabrocha un par de botones de la blusa y sin dar ningún tipo de
explicaciones sobre su tardanza,
comienza a hablar de su trabajo. Gustavo solo la escucha. Atención
flotante. Después de un largo rato le cuesta concentrarse. La imagen de Cecilia
aparece. Se clava las uñas en la palma de la mano y logra espantarla. Ante una pausa de ella él
pregunta ¿por qué te decidiste a diseñar
ropa? Ella lo mira,
sorprendida. Siempre supe que la ropa era lo mío; me hubiera gustado tanto ser
modelo. ¿Qué te lo impidió? María Inés cabecea creo
que mis padres se hubieran suicidado, ya bastante tuvieron con que no fuera abogada como toda la familia. ¿Te
casaste con un abogado para compensar?
Ella sonríe. Papá lo ama a Gerardo, fue profesor suyo. ¿Qué te gustaba de ser
modelo? Qué sé yo, llevar ropa linda, supongo.
¿Qué te miraran? No te entiendo dice ella, reacomodándose. El otro día comentaste que en la fiesta
sentiste la mirada de todos los hombres y no parecía molestarte, todo lo
contrario. A qué nena no le gusta que la miren. Gustavo percibe que se
agudizan sus sentidos. Pero vos ya no sos
una nena. A qué mujer, perdón se corrige ella mientras se abotona de nuevo
la blusa me olvidé el reloj, ¿es la hora?
pregunta. María Inés está por subir al
ascensor cuando comenta qué raro, hoy no me hacés la pregunta del
estribo. ¿Del estribo? Te creía más criollo ella sonríe, encantadora la pregunta final, Gustavo, la de la
despedida.
Gustavo busca la ficha de María Inés y transcribe la
sesión con sumo cuidado. ¿Una nena
mirada? apunta. Siente que encontró algo importante, podría jurarlo.
Revisa, ahora, la ficha de Raúl. Acuerda con él, la intervención con respecto a su sexualidad fue burda y
precipitada, qué raro que Ana María no se lo haya marcado. Le di lástima,
decide.
45
Raúl habla sobre su trabajo con entusiasmo. Cuando está promediando la sesión, Gustavo
comenta pensé que quizá no vendrías.
Raúl lo mira con sorpresa si te dije que
otro día te contaba. ¿Qué? inquiere Gustavo. Raúl se tira sobre el respaldo
del diván, levanta los brazos, los cruza tras la nuca. ¿Cómo fue tu primera vez? pregunta. A lo mejor tenés ganas de
hablar sobre la tuya. La vista de Raúl se pierde en el ventanal. El día
en que cumplí quince años mi viejo, para mi sorpresa, me invitó al cine y
después a cenar; cuando estábamos comiendo el postre, un panqueque, me acuerdo
bien, me preguntó si ya había debutado, así me lo dijo; yo me puse colorado y
negué con la cabeza; él me preguntó si
al menos le había dado un beso a la que era entonces mi noviecita; cuando le
dije que sí, me preguntó ¨¿le tocaste las tetas?¨ , ¨no se deja¨, le contesté yo, él se rió y
dijo ¨esto hay que solucionarlo¨, mientras llamaba al mozo. Raúl se
interrumpe y pregunta ¿te aburre?
Continuá, por favor Gustavo
hace un gesto, alentándolo. Raúl entrecierra los ojos y sigue salimos,
subimos a un taxi y cuando le pregunté a dónde íbamos me contestó que era una
sorpresa; bajamos en un edificio de departamentos; tocó el portero eléctrico y
subimos en silencio; nos abrió una mujer joven, muy pintada, con ropa apretada
; ¨ aquí te traigo a mi pibe, te lo recomiendo¨, le encargo papá; ella se rió y le dijo
¨quedate tranquilo, te lo dejo como nuevo; volvé en una hora¨; papá se fue y yo
me quedé con la mina, temblando; ella se
desnudó, rajaba la tierra, y me puso en bolas; me tocó por todos lados pero no
se me paraba; a mí, que la tenía siempre al palo y que me pasaba el día
haciéndome pajas, no se me paró: lo peor era saber que se lo iba a contar a mi
papá Raúl se cubre los ojos con las manos cuando me vino a buscar yo bajé solo; me preguntó cómo me había ido y
yo le contesté que no quería hablar; él se rió se tironea de la barba, tanto
que la boca se le deforma creo que ahí
empecé a odiarlo. Lamento mucho que se nos haya acabado el tiempo
informa Gustavo es valiosísimo lo que acabás de contar. ¿Me querés creer que
siempre tengo miedo de que no se me
pare? Raúl se incorpora se me para pero siempre tengo miedo de que
no. Camina, con la cabeza gacha, hasta la puerta. ¿Estás bien? lo despide
Gustavo.
A veces preguntás cada boludez dice Raúl antes de darle la espalda.
Mientras disca, Gustavo se dice que solo quiere hablar
con la nena. Hola, papi atiende
Martina sí, estoy rebien. ¿Cómo te fue en la escuela? Aburrida, como
siempre. Gustavo deja de sonreír
cuando la nena dice corto porque estoy
tomando la leche con mamá, trajo facturas y Nacho no está así que puedo elegir
las mejores. Él se da cuenta de que
le jode. Su hija está disfrutando al merendar con su mamá y a él le jode. Lo asombra ser tan mezquino.
46
Le hice
caso dice Daniela. Gustavo sonríe ¿desde cuándo doy órdenes? El jueves pasado fui a Ramsay; el trámite ya
está iniciado. ¿Fuiste con Ariel? No quiso acompañarme contesta bajando la
cabeza. O no pudo aclara él. Ella se
encoge de hombros. ¿Cómo te sentiste?
Aliviada. ¿Aliviada? Basta ya de tapar
las cosas, de cerrar los ojos lo mira, casi sin pestañear mi hijo es autista y usted tiene razón, si
no puedo decirlo no lo voy a poder ayudar; es mi hijo, lo amo, no lo cambiaría
por otro y voy a luchar con todas mis fuerzas para sacarlo adelante.
Gustavo quisiera levantarse y abrazarla.
Te felicito dice sos la mamá que tu hijo necesita. Me sirvió
ver a tantas mujeres que están en la misma que yo, porque había algunos padres
pero casi todas eran mujeres, mujeres con sus chicos, pobres, algunas ricas,
como nivela el dolor; charle con varias mientras esperaba por horas; no será el grupo de apoyo que nos sugirió
Álvarez Campos, pero le aseguro que la espera me fue útil, no soy la única, ni
siquiera soy la que está peor; una mujer me contó que el marido la dejó cuando
supo que la nena era Dawn, y ella estaba
ahí, sola, pero estaba ahí. A Gustavo le duele recordarle vos también estabas sola. Ella se queda
mirándolo. ¿Le transmitiste a Ariel todo
esto que me estás contando? Daniela
sacude la cabeza y dice no lo necesito.
¿Tan segura estás? Soy capaz de ocuparme sola de mi hijo. Del hijo de ambos. Él
no lo quiere afirma ella. ¿No lo quiere porque es autista? Él no
quería que naciera confiesa. Gustavo experimenta una extraña
conmoción. ¿Por qué? pregunta, sobreponiéndose. Recién nos habíamos casado; además a él nunca le gustaron los chicos,
menos todavía los varones. ¿Por qué te embarazaste, entonces? Ella lo mira,
sorprendida. La culpa fue de él. ¿Cómo
ocurrió? Daniela se toma unos
minutos antes de contestar yo le había avisado que iba a suspender las
pastillas; si era él quien no quería tener hijos no me parecía justo tener que
seguir intoxicándome yo. ¿Y él qué opinó? Se enojó, claro, odia los
preservativos; optó por acabar afuera. ¿Entonces? Un día no pudo. Siempre podía
y un día no pudo comenta él mirándola de pleno. No quiero seguir hablando del tema dice ella ya para qué. Gustavo se sirve un vaso de agua, le ofrece pero ella
niega con la cabeza. O sea que él tuvo la culpa porque no logró
controlarse, hombre de poco control retoma Gustavo. No, Ariel es demasiado controlado, en todo. Daniela ella lo mira ¿qué fue lo que pasó? Ahora sí ella se
sirve agua y bebe con lentitud. Luego
deposita el vaso sobre la mesita y dice yo
lo trabé con las piernas. ¿Porque querías que te hiciera un hijo? Creo que
nunca me perdonará dice ella, agarrándose la cabeza. En consecuencia, la responsabilidad
del embarazo no fue de él, sí la del sexo, si no recuerdo mal las leyes
de la genética; Daniela ella lo
mira la
culpa del autismo no es de ninguno de los dos, son cuadros que ocurren. ¡Pero
él no lo quiere! Daniela llora. Se abraza a sí misma y llora. Él puede
escuchar su congoja. Daniela, vamos a
tener que dejar decide. Ella toma un
pañuelo de la caja, se limpia los
ojos y se levanta. Antes de cerrar la puerta él le oprime el brazo. Ella
sonríe, con infinita tristeza, piensa él, y gira hacia el ascensor.
Gustavo, sentado en Sigi, pide un café y saca las fichas. Apunta con
precisión todo lo ocurrido. Interrumpe su tarea y busca el celular. ¿Me
guardaste una factura? le escribe a Martina. Estaban
demasiado ricas contesta la nena perdón papi. Él sonríe, su hija siempre lo
hace reír. Está en la ficha de Daniela cuando piensa que a Nacho no le escribe.
No le escribo ni lo llamo, descubre.
47
Usted tenía
razón anuncia Gustavo en cuanto
se sienta. ¿A qué se refiere?
interroga Ana María. Él le cuenta, el sueño de Camilo. El reloj de arena. Le sugerí que hablara con su padre de la
tardanza. Gustavo, satisfecho de sus
intervenciones, espera algún elogio pero
Ana María, como si no hubiera escuchado cuanto acaba de transmitirle,
pregunta ¿qué fue lo que le generó más dificultades en su consultorio hoy?
Él, de algún modo ofendido, intenta revivir las sesiones. Percibe, con horror,
que tiene la mente en blanco. No se acuerda;
acaba de volcar todo en las fichas y no se acuerda. Luego le aparece una imagen
de la última sesión. Suspira, aliviado. Estoy
intentando recordar qué me altero de lo que me contó Daniela, pero se me
escapa. Cierre los ojos, tómese su tiempo indica Ana María. Los segundos
transcurren sin que él logre concentrarse. Una ira difusa creciendo en su
interior. Gustavo abre los ojos. Esto no tiene sentido dice tengo que resolver qué voy a hacer con
mi mujer y estoy aquí pensando pelotudeces y ni bien termina de decirlo se
sorprende de su agresividad, de su grosería.
Perdón pide no sé qué me pasa. Ella sonríe, su puta
sonrisa, piensa él, y pregunta ¿es usted el que está decidiendo? No
entiendo. ¿Depende de usted que su mujer decida irse o quedarse? Gustavo
siente que el mundo se le viene abajo. Cecilia tiene el poder. Su única
posibilidad de decidir hubiera sido
echarla el mismo día en que descubrió su infidelidad. Soy un pelotudo dice ni
siquiera me había dado cuenta de que ya nada depende de mí; ella está usando
nuestra casa con toda tranquilidad y confort hasta
que pueda irse con el otro; no sé cómo pude equivocarme tanto con ella, jamás
pensé que se animaría a hacer algo así. Quizás es más osada de lo que usted
consideraba. Las palabras atraviesan su cabeza, de oreja a oreja, piensa,
pero en lugar de irse retornan. No pensó que Cecilia es osada, jodidamente
osada. No quiere estar ahí. Prefiero irme
informa levantándose. Ana María se
encoge de hombros. No puedo retenerlo a la fuerza. Gustavo vuelve a sentarse. Me
avergüenzo ante usted de mí mismo, cómo puedo hacerme cargo de pacientes cuando
soy incapaz de hacerme cargo de mi propia vida. Una cosa no quita la otra, en
tanto pueda separarlas dentro del consultorio sonríe y, por lo que me contó de
su miércoles, puede con holgura. Ahora es ella la que se incorpora. Le
pido que durante esta semana piense por qué no pudo contarme que remueve en
usted Daniela. No es que no pude
intenta justificarse. Lo dejamos para la
próxima.
Mientras maneja Gustavo piensa en Ana María. Se toma
demasiadas atribuciones. Mañana llamará a … , le toma unos segundos recordar el
nombre de su analista, llamará a Andrés a ver cuándo comienza a atender, maldito el momento que
eligió para enfermarse. Ya por Cabildo se da cuenta de que no quiere regresar a
su casa. ¿Quién lo obliga? Cuando el
semáforo se pone en verde aprieta con brusquedad el acelerador. El motor grita.
48
En cuanto abre la puerta, Martina llega corriendo con un vigilante en
la mano. Me lo estaba por comer pero te
lo guardé dice tendiéndoselo. Él la
toma por la cintura, la eleva y la hace girar. Dale, papi, comételo que ya
vamos a cenar. Él la baja. La nena le introduce la factura en la boca. No griten que estoy hablando por teléfono dice
Nacho a pasos de ellos. No te había visto
se disculpa Gustavo. Como de costumbre dice el chico y vuelve a
su conversación. Qué cagada, chabón, bueno, nos vemos mañana. Nacho corta y se mete en su habitación. Marti, poné la mesa indica Cecilia desde
la cocina. Él, masticando el vigilante gomoso, se deja caer en el sillón. Caída
libre, piensa mientras mira a la nena afanándose con platos y cubiertos.
Ya está la comida servida cuando aparece Nacho. ¿Averiguó Tomás cómo les fue en el trabajo
práctico? pregunta Cecilia. Seis informa
él sin mirarla mientras presiona el sifón.
¿Solo seis? comenta la nena. Al menos
aprobó dice Cecilia. No le enseñés a
conformarse con tan poco se irrita
Gustavo. Nacho se levanta de la mesa. ¡Hijo!
dice Cecilia y cuando escucha el portazo se levanta y va hacia el cuarto del chico. Están todos locos comenta Martina con la
boca llena. Él siente náuseas. El vigilante no casa con la tortilla, determina.
Gustavo se ducha y se pone el piyama. Duda antes de
salir del baño. No sabe qué decir. Entra al dormitorio. Vacío. Se dirige al
living igual de vacío y llega a la cocina. Cecilia está sirviendo café. Cerrá dice y dispone las tazas sobre la
mesita. Él se sienta. Ella, camisón, robe y chinelas, se ubica frente a él. Acá estamos dice. Sonríe y agrega perdoname por lo de esta mañana. Él la
mira, arqueando las cejas. Porque me fui.
Él se encoge de hombros, como si eso fuera lo importante. Está a punto de
preguntarle qué piensa hacer cuando repara en que eso sería habilitarla a que
considere que puede hacer lo que se le ocurra. ¿Cuáles son los límites de él?
Su madre no presentó opciones, adúlteros al paredón. ¿Qué estás pensando? pregunta ella. Porque las mujeres siempre
quieren saber en qué están pensando los hombres. Psicólogas sin licencia. Él no
contesta y apura el café. Está rico. Caliente, dulce y fuerte. Ella sabe cómo
le gusta el café. Ella sabe todo lo que a él le gusta. Hoy tuvimos reunión con la plana mayor informa, lo mira y ante su
falta de reacción continúa arrancamos el
veinte de este mes. Gustavo hace
cuentas, sí, hoy es cinco, exactos
quince días por delante. ¿Te vas, entonces? Ya te dije que sí, son solo
dos meses, después iré a la oficina nueva de aquí, en Puerto Madero. ¿Y los
chicos? Ella lo mira, parece
sorprendida. Si vos no querés hacerte cargo, los dejaré con
mamá; ya la consulté, está dispuesta a recibirlos. La indignación de Gustavo se desborda como la
espuma de un vaso de cerveza. Veo que ya tenés todo cuidadosamente planeado,
al margen de mí, soy solo un detalle. ¡Qué tonterías decís! lo desestima
ella. Hablaste con tu madre antes que
conmigo, ¡¿pero qué te creés?!, ¿que somos figuritas que acomodás a tu antojo?
La cara de ella se va desarmando, piensa él, caen las comisuras, la nariz se
dilata, las cejas descienden. Hago lo que puedo dice. Lo
que querés la corrige él. No sé si es
lo que quiero, es lo que no puedo dejar de hacer y el temblor de su voz
delata la angustia. Él siente que la espuma baja. Me mueve una fuerza que no domino; ¿sabés lo que es por una vez en la
vida no tener miedo?; estoy dispuesta a tirarme de cabeza desde el trampolín.
¿A costa de nosotros tres? Ya no podía quererlos bien, Gustavo, quizá salvarme
sea la única manera en que puedo preservar el amor que les tengo. Que nos
tuviste. Que les tengo, son parte de mí. ¿A quién incluye tu plural? A los
chicos y a vos. ¿Así que me querés? él proyecta el labio inferior hacia
adelante extraña manera de demostrármelo.
Ella agita la cabeza, los cabellos
le cruzan la cara. Necesito irme primero por el trabajo, al que no estoy dispuesta a
renunciar dice y luego calla. ¿Y segundo? A partir de este momento de mi
vida no estoy dispuesta a renunciar a ninguna pasión; pocas veces el destino
nos ofrece la oportunidad de sentirnos demencialmente vivos y es un delito
dejarlos pasar; siempre midiendo los pasos, los actos, la plata, los tiempos,
las cuotas; el maldito fantasma de la seguridad, si me porto bien, si hago
todos los deberes, nada malo podrá sucederme; nada más que enmohecerte en el
intento; quién tiene comprada la vida, en qué momento pasamos al otro lado
mientras los sueños siguen postergados hasta que baje la inflación, hasta que
suban las propiedades, hasta que los chicos crezcan. Él ya no resiste y la
interrumpe veo que estás decidida a resignarlos.
Yo nunca los voy a abandonar, pero tampoco me voy a inmolar por ellos. ¿Cuáles
son tus planes? Me voy a Chile, me sumerjo por dos meses en mi trabajo y pruebo
qué ocurre con mi relación con Ricardo; si funciona, adelante con los faroles,
sino, al menos lo intenté. Gustavo
no puede creer lo que está escuchando, la que está escuchando. ¿Dónde estaba
metida esta mujer? Puede percibir la tensión en cada músculo de ella. Vibra. Se siente viejo de repente. Gastado,
seco. Casi mineral. Aunque un agónico dolor surge de sus entrañas y lo redime,
devolviéndolo al reino de los humanos. ¿Y si la relación no resulta pensás que aquí estaremos ansiosos por darte la
bienvenida? Sé que los chicos estarán, pase lo que pase siempre seguiré siendo
su madre; no necesito contártelo a vos, mirá la relación que tenés con tu papá.
¿Y yo? pregunta él, agitado veo
que ni figuro en el reparto. Ya no éramos una pareja, Gustavo, dos buenos
amigos, dos excelentes hermanos. Él siente una puñalada directa a los
testículos. Necesita ser brutal. ¿Dos
hermanos que cojen un par de veces por semana? Eso es fisiológico, Gus; de
nuestro sexo rutinario a la pasión que teníamos los primeros tiempos hay más
distancia que de aquí a la Luna; no voy a resignarme a los treinta y cuatro años; voy a jugarme y si sale mal, será cuestión de volver a empezar.
No te reconozco. Pues deberías hacerlo, ya una vez me viste así. Él la mira
con sorpresa, ¿Cuándo? balbucea. Cuando quedé embarazada de Nacho. El techo
termina de aplastarlo. Las deudas no perimen. Daniela. Ana María.
49
Miércoles
12
Gustavo abre los ojos. Le llega el ruido del desayuno.
Miércoles. El próximo miércoles Cecilia ya no estará aquí. Cuando escucha el
ruido de la puerta, se levanta. No puedo con mi vida, piensa. El mensaje de
ayer terminó de demolerlo, Andrés tardaría meses en recuperarse. El número de
teléfono del reemplazante sugerido, duerme en el cajón de la mesita de luz. Con
qué energía comenzar una nueva terapia. Se está afeitando cuando recuerda la
prueba de Martina. Suerte le escribe.
Gracias papi te amo contesta la nena
instantes después. Debajo de la espuma de afeitar aparece una sonrisa.
Gustavo se para en la puerta y recorre el local con la
mirada. Santiago le hace una seña. Él se acerca. ¿Café con leche? le consulta su amigo y ante el asentimiento de
Gustavo le indica al mozo que ya se aleja otro.
Gustavo se sienta. ¿Novedades? pregunta
Santiago. Cecilia se va el miércoles próximo.
¿Y me lo decís así? ¿Y cómo querés que te lo diga? ¡Puteando! Ni fuerzas tengo contesta
encogiéndose de hombros. ¿Cuál es el
proyecto? Dos meses allí y luego a trabajar de secretaria privada en Puerto
Madero. Me importa poco el plano profesional dice Santiago. Dijo que probará la relación con el tipo y
que sobre la base de eso decidirá qué sucederá al regreso. ¿Quiere ver cómo la
coje? Consigna del día, hacerlo sentir peor a Gustavo, a ver cómo lo consigo.
Es que me saca tu sangre fría explica Santiago. Ya está, San, ya la perdí, lo que venga es anecdótico dice y le
cuenta los planteos de Cecilia, reiterados una y otra vez a lo largo de la
semana. ¿Y vos qué sentís? Envidia es la primera
palabra que cruza por la mente de Gustavo parece
comerse la vida. ¿Qué les dijo a los chicos? Que se va a trabajar. ¿Y cómo te
vas arreglar con la casa y los pendejos? Cecilia ya le pidió a Juana que venga
todos los días, mi vieja y mi suegra colaborarán, supongo. ¿Cómo se lo tomaron?
Martina hizo una escena, pobrecita; Nacho no dijo nada. Con el quilombo que
estaba haciendo la hermana, otra no le quedaba comenta Santiago, toma un
trago de café, lo mira y pregunta ¿y vos?
Ya te dije, no me jodas. Se dedican a las medialunas hasta que Santiago
regresa a la carga. ¿La vas a recibir si decide
volver? No va a volver. No te vayas por las ramas. Gustavo llama al mozo. Tengo curso se justifica. Ojalá te sea más útil que yo comenta su
amigo. Lo único que me falta es que te
hagas el mártir dice Gustavo, sonriendo y luego se acuerda ¿qué te dijo el contador?
Esta vez logra prestar atención. Mucha atención. Abordaje
sistémico de la terapia de pareja. Qué absurdo, recién ahora piensa que
deberían encarar una terapia. Como dice el profesor, tanto para seguir como
para separarse. No cree que ella quiera. Además, solo sería posible vía Skype, ella en Chile; él y el terapeuta
acá. No sabe por qué le causa gracia. Se pone una mano en la cara para ocultar
la sonrisa. Tiene todavía una semana por delante. Está tan vencido que no sabe
cómo aprovecharla. Aunque ahora la prioridad es ver cómo se arregla con los chicos.
Martina le parte el corazón. Esta semana lo va a llamar a Grieco. Todos ríen y no tiene la menor idea
de qué. La puta otra vez se distrajo.
50
Lo sorprende el atuendo de Laura. Jeans, zapatillas. Veo
que hoy se vino deportiva comenta, risueño ¿quiere empatizar con su hija? Cómo le gusta burlarse de mí Laura
ladea la cabeza pero sabe que sí, a la
salida paso por su casa y vamos a
Palermo; el médico me dijo que mi osteoporosis está avanzando, no me
queda otra que caminar. Claro, María le ahorrará un personal trainer. ¿Qué
quiere que le diga?, ¿qué la sesión del otro día me dejó patas para arriba?,
pues no le voy a dar el gusto hace una pausa y agrega no recuerdo cuándo fue la última vez que compartimos una actividad; de
chiquita le encantaba que fuéramos a andar en bicicleta pero se quejaba si
llevaba a alguno de sus hermanos en el canasto; lo mismo en la pileta, no
entendía que no podía nadar con ella, siempre tenía algún bebé en brazos. Quizá
cuando tenga hijos pueda entenderlo comenta Gustavo. Dice que no va a tenerlos aclara ella pero no le creo. ¿Por qué desestima sus decisiones? Lo hace para
mortificarme dice ella con repentina rabia en la voz sabe que es lo que más deseo en la vida, siempre hace cosas para
fastidiarme. ¿Estudiar Educación Física, por ejemplo? Era buenísima en el
colegio, de las primeras; no sé por qué decidió seguir justo lo que anulaba su
cerebro. ¿Por qué le gustaba, quizás? Ella hace un gesto despectivo. Laura, ¿usted cree sinceramente que María pudo
dedicarse a algo que no le interesa solo para perjudicarla?, ¿que se prive de
tener un hijo para mortificarla? Las
mejillas de Laura se enrojecen. Se sirve un vaso de agua. ¿Usted cumplió con las expectativas de sus padres? arriesga
Gustavo. Creo que nuca esperaron
demasiado de mí, yo era el menor de sus problemas. Él duda, ¿es el momento
de encarar los vínculos filiales? ¿Usted
cumplió con sus propias expectativas? reformula la pregunta. Yo esperaba tanto de mí misma que es
imposible que pudiera colmarlas. ¿En qué considera que falló? Todos decían que
yo iba a hacer grandes cosas. ¿No era que sus padres no tenían expectativas
puestas en usted?, ¿o ese todos no los incluye? Ella cabecea. Él insiste ¿cuáles son las grandes cosas que no hizo? Laura se queda
reflexionando unos segundos y luego comenta en
cuanto terminé la tesis decidí que era un basta para mí; estaba por nacer
Paulita, sufría cada día de mi vida en que tenía que dejarlos para ir al
hospital; me planteé una pausa que terminó siendo un stop; no me arrepiento,
volvería a hacerlo; tuve que dejar la ciencia para poder disfrutar a mis hijos
con brutal intensidad. Qué adjetivo particular acota él. No hay nada en la vida que me haya provocado
tanta plenitud como la primera infancia de mis hijos; desde el instante en que
tuve a María experimenté una profunda
seguridad en mi aptitud para ser madre;
fue maravilloso comprobar que era capaz de satisfacer todos sus deseos, todas
sus necesidades; fue mágico; mis bebés dormían bien, comían bien, no se
enfermaban, eran precoces; si hubiera sido por mí habría tenido varios hijos
más; mis hijos eran perfectos. Y ya no lo son
dice Gustavo. El gesto de
Laura se endurece. Toma de nuevo agua.
Él intenta ¿y si usted no
estuviera siendo demasiado ecuánime con ellos? No lo entiendo dice Laura. Considera
que usted estaba habilitada para relegar su carrera en aras de hacer lo que
deseaba pero que sus hijos no tienen el mismo derecho. Yo al menos estudié se defiende ella. Claro acota él al menos colgó un cuadrito con el título, al
menos sus padres pueden decir que tienen una hija profesional la mira pero
como ella calla él continúa es notable su
doble discurso, por un lado crucifica a sus hijos por no haber ido a la
universidad y por el otro, los crió demostrándoles que lo importante en la vida
es hacer lo que uno anhela; a lo mejor sus hijos se parecen a usted más de lo
que supone; ¿sabe qué?, me parece que sus hijos son muy valientes. Ella
ahora lo mira, los ojos húmedos. Como su
mamá concluye él. Necesito una tregua
pide ella sonándose la nariz. Él sonríe.
¿Cuándo sale el libro? pregunta
luego de un rato.
En cuanto despide a Laura, Gustavo se aproxima al
teléfono. Está por llamar a su casa cuando recuerda que Martina todavía está en
la escuela, solo Nacho regresa temprano. Debe internalizar los horarios. Tendré
que hacerme cargo de mis hijos, se dice. Lo único que no sabe es quién se va a
hacer cargo de él. En los minutos que le quedan repasa la ficha de Camilo. Es notable este pibe, piensa.
51
El sábado
es el cumple de Leo dice el chico
luego de hablar un buen rato sobre su nueva tablet.
¿Cómo lo festeja? Hace un baile. A Gustavo
le duele por anticipado lo que sabe que vendrá. Pero no voy a ir. Gustavo
está obligado a hacer la inútil pregunta ¿por
qué? Camilo lo mira. Ya
sabés por qué, no preguntes boludeces. ¿Qué es lo que supones que sé? y
vaya si Gustavo se siente boludo. Torpe, al menos. No puedo bailar contesta el chico por si no te diste cuenta. Pero sí podés escuchar música, sí podés
conversar. Claro, a las chicas les va a encantar quedarse sentadas dándome
charla. ¿Por qué no? dice Gustavo no
creo que haya demasiados chicos que hablen tan bien como vos, por algo te
eligieron como delegado le recuerda. Gustavo tiene un impulso. Se levanta y
descuelga el espejo del pasillo. Regresa. Acerca su sillón al diván y coloca el
espejo de modo que se refleje en él el rostro del chico. ¿Qué ves? le pregunta. A mí, obvio. Olvidate que sos vos, contame
qué ves. ¿Es un juego? pregunta Camilo. Supongamos
que sí. El chico se observa largamente. Es raro verse comenta uno nunca se mira. ¿Qué ves? insiste
Gustavo. Un chico. ¿Cómo es? Rubio, con el pelo bastante largo. ¿Los ojos?
Comunes, marrones. Miralos bien. Bueno, no son marrones, marrones; son más
claritos, casi amarillos, con puntitos verdes. ¿La nariz? Qué se yo, común.
¿Grande?, ¿torcida? El chico cabecea frente al espejo. Siempre
me dicen que la tengo respingada como mi mamá, es que yo me parezco mucho a mi
mamá. ¿Y cómo es tu mamá? Relinda. Gustavo baja el espejo, lo apoya en el
suelo. Camilo, mirame. El chico obedece. Bailar no es la única manera de
conquistar a una chica. Sí, pero… se interrumpe. ¿Pero
qué? Ellas quieren otras cosas. ¿Qué? Camilo
calla. ¿Qué las besen?, ¿qué las acaricien? Camilo mira el piso, la cara roja. ¿Pensás
que vos no lo vas a podés hacer?; el problema de tu pierna ¿te impide tener una
erección?, ¿te impide masturbarte? Ante la visible turbación del chico
Gustavo agrega no hace falta que me
contestes. Momento en que el chico levanta la vista. Camilo, vos no sos tus muletas ahora sí le dice. Quedan un rato en silencio hasta que el
chico luego de mirar el reloj dice mi
papá pidió que bajara cinco minutos antes busca las muletas y se incorpora.
En el momento de despedirse Camilo dice me
parece que voy a ir a la fiesta. La puerta ya cerrada, Gustavo sigue
sonriendo.
No tengo que pensar en Cecilia, determina Gustavo, no
ahora que debo seguir trabajando. Busca la ficha de María Inés. La lee con
atención. Muchas puntadas sin nudo. Las preguntas del estribo, como ella misma
las calificó, aun sin responderlas. Gustavo lee ¿fue una niña mirada? Guarda la ficha en el cajón del escritorio y
sale al balcón. Hace frío. Un frío que lo revivifica. Acodado en la baranda ve
a María Inés bajar del auto, caminar apurada la media cuadra. Hoy no se me va a
escapar, determina.
52
María Inés, hoy de vestido ceñido violeta, se acomoda en el sillón. Sus movimientos son
lentos, elásticos. Suntuosos, determina Gustavo. Estoy muy cansada informa y se desliza en el diván. Sostiene con
ambas manos la pierna flexionada.
También las botas son violetas.
La pollera trepa pero ella la acomoda. Por suerte, piensa él. ¿Por
qué estás tan cansada? le pregunta. Duermo
mal informa siempre duermo mal. Hoy
vamos a empezar por el final anuncia Gustavo. Ella baja la pierna, se
acomoda de lado y lo mira. No te entiendo.
Por el estribo dice Gustavo y ella
sonríe. Ella también sabe sonreír, tan
distinta de Ana María y sin embargo la sonrisa de alguna manera las
conecta. Gustavo decide permanecer en silencio. La
sesión entera si hace falta, se promete. Estuve pensando en tu pregunta dice ella
después de un buen rato y calla. ¿En cuál? ¿No te acordás? ella parece
extrañada. Sí, las recuerdo perfectamente, ¿a cuál de
ellas te referís? inquiere él. ¿Vos no te crees lo de la historia con la
clienta, no? ¿La creés vos? repregunta él que siente que el pulso se le
acelera. Estuve releyendo la carta informa ella. ¿La trajiste? No hace falta, me la sé de
memoria; tenés razón; qué es lo que él debería aceptar, cuando la leí por
primera vez no reparé en eso y después no quise volver a mirarla, no pude. ¿Y
cuándo pudiste? Recién hace unos días y desde entonces dejo de pensar en esa
frase. ¿Qué pensaste? Mil pavadas. ¿Me contás alguna? propone Gustavo. ¿Qué es aceptarse para vos? pregunta ella. No
importa lo que sea para mí, ¿qué es aceptarse, María Inés? Admitirse como uno
realmente es. Gustavo asiente con la cabeza, vamos bien, piensa. Me pregunto qué es lo que le cuesta admitir a Gerardo dice María Inés. ¿Y qué te contestás? No sé dice ella. ¿No sabés o no querés saber? Ella de nuevo se incorpora. Él calla.
Luego de un rato María Inés dice Gerardo
es un ganador, qué es lo que podría no gustarle de sí mismo reflexiona
ella, acostada de veras, no sé qué
pensar. Me parece que te estás haciendo trampa dice al fin Gustavo. ¿Trampa? ¿Qué es lo que menos te gusta de
Gerardo? Todo me gusta de él. Dios mío, cómo puede ser tan resistente
piensa Gustavo e intenta te cambio la
pregunta, ¿qué expectativas tuyas no cumple Gerardo? Solo la cama contesta
ella luego de buen rato. Me llama la
atención que digas solo cuando dedicamos varias sesiones al tema. Ella se
sienta en el diván como impulsada por un resorte. ¿Qué es lo que debe aceptar?, ¿qué ya no le gusto? Hace un par de
sesiones comentaste que desde el noviazgo sentiste que eras vos la que lo
forzabas. Bueno, no exageremos, forzarlo no es la palabra. Es la que utilizaste
vos. ¿Qué querés decirme?, ¿qué nunca le gusté? Tal vez sí le gustaste, sí le
gustás, pero eso no implica que lo excites. ¿Y por qué me habría elegido
entonces? Él calla. ¿Soy una mujer
incapaz de calentar a un hombre? Sabés perfectamente que sos muy atractiva,
comentaste que siempre supiste seducir a los hombres. ¿Entonces qué pasa con
Gerardo? inquiere ella. Gustavo la mira con intensidad y reformula su
pregunta ¿qué pasa con la sexualidad de
Gerardo? ¿Estás sugiriendo que es gay? Él opta por el silencio. Ella se tapa la cara. Es imposible, lo tendrías que ver, se parece a Banderas, todas mueren
por él. María Inés se incorpora. Esto
es absurdo toma la cartera me voy. Como prefieras dice Gustavo y la
acompaña hasta la puerta. Te veo el
miércoles la despide.
Me salí con la mía, piensa apoyado en la puerta
cerrada y en un instante su satisfacción profesional cae al piso como un vaso
desde una repisa. Se hace añicos. Le faltó decirle que él se había dado cuenta
desde el principio. Porque es muy inteligente. Reverendo pelotudo, piensa. Se
había dado cuenta de que el tipo era gay pero no se había dado cuenta de que la
mujer que compartía su propia cama se revolcaba con otro. Apoya la mano en su
corazón. Percibe su taquicardia. Inspira profundamente hasta que logra
apaciguarse. Mira el reloj. Ahora sí. Hola, papi le contesta Martina estoy tomando la leche con Nacho, Juanita
preparó un budín de naranja que está riquísimo; sí, me fue muy bien en el
colegio; ¿te paso con Nacho? ¿no?, se me enfría el Nesquik; volvé temprano que
te cuento; un besito, papi, no, mejor dos. Gustavo corta sonriente. Esta
nena me puede, piensa.
53
Terminé con
la refacción del baño y me salió otra obrita cuenta Raúl del local de al lado,
les gustó lo que yo había hecho. Un nuevo trabajo que conseguís sin la
intervención de tu padre. Sí, eso es lo mejor, no sé cómo explicártelo, siento
que lo estoy jodiendo, mirá qué boludez, a él qué mierda le importa. Nunca es
una boludez lo que decimos; a lo mejor le importás y todo. Raúl cruza la
pierna sobre la rodilla, una postura tan suya. ¿De veras creés que no le
importás a tu padre?, todo lo que me contaste sobre él no habla de
indiferencia. A ver si nos entendemos, yo no pienso que mi viejo no me quiera,
lo que siento es que no me respeta; se cree que soy otra sucursal de
Textilandia, que puede disponer de mí, piensa que soy un inútil que precisa que
le estén marcando el camino para que no se equivoque; piensa que sin él yo no
sería nada, que sin su plata no sería nadie; ¨te mandé a Miami¨, delante de la
gente lo dice, ¿sabés lo que es tener un padre así? pregunta. Gustavo
siente las axilas empapadas, por suerte es oscuro el suéter, piensa. A veces siento que lo odio. ¿Y otras veces?
Mi viejo no es cualquier persona. Desde el momento en que es tu padre, jamás
podría ser cualquier persona para vos dice Gustavo mirándolo a los ojos.
Raúl agita la cabeza. Quiero decir que no
es una persona del montón.; cuando él llega a un lugar ocupa todo el espacio.
¿Querés decir que otras veces lo admirás? Raúl se queda pensando. Siempre lo admiro contesta al cabo de
unos segundos para bien o para mal.
Explicate mejor pide Gustavo. Hay que estar muy seguro de uno mismo para
hacer las cosas que me hizo el viejo. ¿Vos no estás tan seguro de vos mismo?
Obvio confiesa Raúl por algo estoy aquí. Sin saber por
qué, Gustavo se encuentra diciendo me comentaste que tenés un hermano. Raúl
levanta las cejas, inclina apenas la cabeza.
Sí, tiene cinco años menos que yo. ¿Cómo te llevás con él? Qué decirte, no me
llevo Raúl hace una larga pausa es el
nene mimado. ¿El sí cumplió las expectativas paternas? Maradona le decía yo,
siempre de diez, aunque en realidad se parece más a Messi, porque de rebelde,
nada. ¿Trabaja en Textilandia? pregunta Gustavo, sonriendo. Veo que te gustó la palabrita; sí, por
supuesto, es el gerente de marketing, junta la guita en carretilla. ¿Lo
envidiás? arriesga Gustavo. El rostro de Raúl se crispa. Qué me decís, me da asco. ¿Asco? Es un
obsecuente, desde chico es un obsecuente. ¿Cómo es eso? pregunta Gustavo
sorprendido de que se sigan abriendo nuevos frentes. No llegaba a la mesa y ya sabía cómo manejar al viejo. ¿Y vos no? Yo nunca hice lo que mi viejo quería. ¿Aunque
coincidiera con tus reales deseos? No me entendés Raúl hace una mueca
despectiva. Explicame mejor, entonces
reclama Gustavo. Jorge, así se llama mi hermano, cedía en pavadas pero en lo importante
lograba convencerlo al viejo. Oyéndote parece que hubiera sido una actitud muy
inteligente. No dudo ni de su inteligencia ni de su falta total de escrúpulos. Gustavo
comprueba que ha dado en el blanco,
Raúl se muerde las uñas; está agitado. ¿No
contemplás la posibilidad de que a tu hermano realmente le gustaran las mismas
cosas que a tu padre? Sí dice Raúl con rabia están cortados por la misma tijera. Hay que insistir en el flanco
herido se dice Gustavo y lo invade una profunda sensación de cansancio. Abre y
cierra los ojos con fuerza y pregunta ¿te
acordás de cuando nació? Me encontraron empuñando un cuchillo entre los
barrotes de su cuna; fue la primera gran paliza de mi viejo. ¿Te pegaba? Claro.
¿Por qué decís claro? Yo era insoportable cuenta sonriente hacía un quilombo tras otro. Gustavo
cambia de posición. Para bueno estaba
Jorge dice difícil competir con él
si, como decís, estaba tan dotado para manejarlo. Raúl cabecea. Imposible, diría yo; una vez, para el día
del padre, vendí mi colección de estampillas para comprarle un encendedor que
yo sabía le encantaba, ¿sabés qué dijo mi hermano? Raúl golpea con los
dedos la palma de la otra mano ¨le pedí a
papá que de regalo de cumpleaños no fume más¨, ocho años tendría el pendejo; él
había ido conmigo a comprar el encendedor. ¿Y tu padre qué hizo? Me lo
devolvió, ¨cambialo por algo para vos¨, dijo; Jorgito sonreía. Raúl se hace
sonar los nudillos ¿Conoces la historia
de Caín? pregunta Gustavo. Raúl lo mirá desconcertado. Nunca supe por qué lo mató a Abel dice Raúl luego de unos
instantes. Porque Dios prefirió la oveja
que le regaló Abel al trigo de Caín aclara Gustavo. Jorge
sigue vivo dice Raúl sonriendo de lado. Pero
lo que sentiste ese día no debe de haber sido muy diferente de lo que sintió
Caín. Los ojos de Raúl se enrojecen mientras simula un bostezo. Luego se
queda mirando hacia la ventana. Se está
por largar a llover dice justo hoy
que están pintando el frente.
Papi,
pregunta mami si vas a venir a cenar. Gustavo duda, ¿está en condiciones
de soportar una cena de cuatro? Decile a mamá
que llegaré tarde. Luego de un rato Martina dice pero voy a preparar con mami pollito al curry, me va a enseñar; vení,
papi, porfi. Gustavo cierra los ojos. Está
bien dice mientras escucha el portero eléctrico.
54
Daniela se sienta en el diván, la vista en la
alfombra. Luego de un silencio prolongado Gustavo pregunta ¿cómo estás hoy? Ella se toma unos segundos y dice tengo que decirle algo. Te escucho. No voy a
seguir viniendo informa ahora sí mirándolo. Él siente una puntada en algún
lugar de sí mismo. Falló, otra vez falló, con Daniela también falló. La
perdimos, había dicho Martina de Cecilia. Si ya ahí la había corregido
internamente, ahora no le queda más remedio que admitir la perdí, a Daniela
también la perdí. Se quiere ir de ahí. O echarla en ese mismo instante. Que se
corte la luz. Un temblor de tierra. No tener que contarle a Ana María que un
paciente lo dejo. Que los pacientes también lo abandonan. Inspira
profundamente, exhala con lentitud y propone me gustaría que me contaras
por qué mientras se clava las uñas en las palmas apretadas. Mi mamá me dijo que no puede seguir cuidando
a Lucas, después de dar mil vueltas y excusas terminó confesándome que le da
miedo, su único nieto de dos años le da miedo. Él podría proponerle que
viniera con el nene, por qué no, sería interesante pero sabe que Daniela, como
su madre, también está buscando excusas, la abuela no debe ser la única
posibilidad de dejarlo por una hora, una vez en la semana. Aceptá tu fracaso Gustavo, se dice. Entonces
la mira con atención. Daniela está pálida, ojerosa, desencajada. Gustavo logra
apartarse de su propia frustración y piensa en ella, sabe por propia
experiencia qué difícil es enfrentar a un analista para interrumpir un
tratamiento, intentará hacérselo lo más fácil posible. Le sonríe ampliamente.
La cara de Daniela, como en automático, se distiende. Lo de mi mamá me mató, era la única en quien me podía apoyar; estoy
sola con mi hijo. Está Ariel le recuerda él. Ella agita la cabeza. Con todo lo demás sí, pero no con el nene.
¿Con quién lo dejaste? Con mamá, con quién si no. Te lo cuida ahora para que
puedas despedirte. Ella lo mira con extrañeza. No, un rato no tiene problema, a lo que no está dispuesta es a seguir
haciéndose cargo del nene cuando voy a trabajar, todavía no puedo creer que mi
madre tampoco lo quiera a Lucas. Gustavo entrecruza los dedos, gira los
pulgares. Me parece, Daniela, que estás confundiendo
las cosas, que tu mamá haya decidido que no tiene fuerzas para ocuparse de su
nieto, no significa que no lo quiera. Ella frunce el ceño. ¿Las madres de todas tus amigas se hacen
cargo de los nietos mientras sus hijas trabajan? Daniela se queda
pensativa. ¿Cuántos años tiene tu mamá?
Sesenta y dos. ¿Siempre te cuidó el nene? Ella hace un gesto afirmativo. ¿No te parece que una mujer de esa edad
tiene derecho a estar cansada luego de cuidar dos años a una criatura todas las
mañanas de su vida? Pero yo se lo llevo. ¡Menos mal! Daniela sonríe. Él la mira con intensidad y le repite que tu
madre se anime a decirte que ya no tiene fuerzas físicas o anímicas no
significa que no quiera al nene, de lo que viene dándote muestras hace dos años
y medio. La sonrisa de Daniela, se extiende, la cara se le ilumina. Me parece que no es tu mamá el motivo por el
cual decidís interrumpir el tratamiento arriesga él. Ella se pone seria de
repente. Sí, si mi mamá no quiere Gustavo
sonríe con intención y ella se rectifica no
puede y continúa cuidarme más al nene yo no voy a poder
seguir trabajando, imposible dejarlo en una guardería, y si no puedo trabajar,
vamos a tener que ajustarnos con los gastos, sobre todo ahora que, más allá de
la ayuda del certificado de discapacidad, deberemos afrontar el tratamiento de
Luquitas. ¿Entonces? Entonces no voy a poder seguir pagándole. Gustavo
siente que sus pulmones se dilatan. Inspira
profundamente. Hubieras empezado por ahí dice.
Ella lo mira extrañada ¿y por dónde
empecé? pregunta. El cerebro de Gustavo trabaja a mil. ¿Vos quisieras seguir con el tratamiento? Claro contesta Daniela este es el único lugar donde no necesito
mostrarme fuerte, nunca dejaré de agradecerle que me haya… obligado Daniela
sonríe a reconocer que mi hijo es autista
y que me haya impulsado a que buscara ayuda, al menos me deja encaminada. Yo no te estoy
dejando la corrige él, emocionado. Bah,
cuestión de palabras. De palabras se nutre este tratamiento. Yo no te estoy
abandonando le repite él y tu madre tampoco. Los hechos pesan más que
las palabras dice ella. A él se le aparece el rostro de su mamá. Si hay
algo en lo que nunca pensó la vieja fue en la plata. Se queda en silencio un
largo rato. No me parece que sea el
momento indicado para interrumpir el tratamiento; no te preocupes por el
dinero, me lo pagarás cuando puedas. Daniela arquea las cejas Mil gracias, Gustavo, pero me parece que no
corresponde. La imagen de su madre troca en la de Ana María. Él tampoco
sabe si corresponde. ¿Vos soportarías
contraer una deuda?, ambos sabemos
que precisás ayuda. Siempre evité contraer deudas, me pesan demasiado, pero lo
intentaré. ¿De acuerdo entonces? pregunta Gustavo mirándola fijamente. De acuerdo contesta ella sonriendo Dios lo puso en mi camino.
Está estacionando, luego de diez minutos de dar
vueltas, cuando suena su celular. No te
olvides del pollito. Ya me estoy relamiendo escribe. Mira su reloj. Diez
minutos no dan para ir a tomar un café. Apaga el motor y enciende el DVD. No debemos de pensar que ahora es diferente.
Apaga con bronca. Baja.
55
No sé por
dónde empezar arranca Gustavo estoy agotado. Ella solo sonríe. Tantos problemas que optar por alguno es
como exigirle a una madre que elija cuál hijo quiere salvar. Analizar esa sola
frase daría para un par de sesiones. ¿Por qué? inquiere él, sorprendido. Si ya se asume como madre será que la
separación se aproxima; me temo que está sumando a sus hijos biológicos, sus
pacientes; cree todavía que esta profesión nos hace omnipotentes; usted debe
ser capaz de realizar una elección sabia
y deposita en mí la obligación de salvar al elegido, ¿no será
demasiado?, somos solo seres humanos no dioses. Daniela acaba de decirme que
Dios me había puesto en su camino. Gustavo le cuenta lo sucedido en la
sesión. Ya sé que me va a retar dice
Gustavo cuando concluye. ¿Por qué habría
de retarlo? Violé las leyes del análisis: terapia que no se paga, terapia que
no sirve. Una analista percibe cuando su trabajo sirve, cuando su trabajo es
necesario, más allá de los honorarios. ¿Qué hubiera hecho usted? No importa lo
que hubiera hecho yo, importa lo que hizo usted, lo que decidió usted; tampoco
en el análisis existe la obediencia debida. Eso va en su propia contra, se
supone que debo obediencia a mi control. Ambos comparten la sonrisa. Él
aprovecha la pausa para desviar la atención de Daniela y le cuenta lo sucedido
con Camilo. Me sorprenden sus recursos comenta
ella. Él se pone a la defensiva ¿en qué me
equivoqué? ¿Qué es un recurso para usted? pregunta ella. Algo que se utiliza para obtener un
determinado fin. ¿Cuál era su fin con Camilo? Que acepte su discapacidad pero
en su exacta medida, que comprenda el límite de sus limitaciones, que reconozca
su enorme potencial dice y luego calla. ¿Y
en lo inmediato? Que fuera a la fiesta. Creo
que el espejo fue un buen recurso, ¿cómo se le ocurrió? No sé Gustavo eleva
los hombros lo estaba descolgando antes
de pensarlo; necesité que se viera; es un chico demasiado bello. ¿Demasiado? Sí
él abre y cierra las manos un exceso
de dones concentrados en él, porque además es brillante. ¿Recuerda la anécdota
de la escultura de Moisés? Él agita la cabeza. Cuentan que tal era su perfección que cuando la terminó, Miguel Ángel
la golpeó con su martillo, ordenándole que hablara; le provocó una marca en la
rodilla que lo hace aún más humano. El auto se excedió en su propósito comenta
Gustavo. Sí, pero el Moisés y Camilo
siguen siendo notables dice ella y sin cambiar la inflexión de la voz
propone volvamos a Daniela. El pulso
de Gustavo se acelera. Me da la sensación de que usted necesita
hacerse cargo de ella. ¿Lo dice por lo del dinero? No, desde el principio tengo
esta percepción Ana María lo mira
con intensidad ¿qué es lo que tanto lo
conmueve de Daniela? ¿Le parece poco que tenga un hijo autista?
dice él con rabia. ¿Usted tiene alguna
persona querida con discapacidad emocional? No dice Gustavo no sigamos invirtiendo tiempo en el tema le
quiero comentar algo muy importante sobre María Inés. Ella ladea la cabeza y dice lo escucho. Hoy se planteó la posibilidad de
que su marido fuera gay. Usted lo vio venir desde la primera hora; ¿quiere
contarme? propone. Gustavo se explaya. Lo
que me desespera es que se van abriendo puntas que a su vez se bifurcan, no termino de detectar un conflicto cuando
surge otro y queda abandonado el primero; así nunca lograré concluir un
tratamiento. Luego de unos segundos de silencio ella dice el problema de tratar a los seres humanos es
que con ellos fracasa el método científico; cuando uno quiere analizar una
variable es imposible mantener constante las demás. Sí dice Gustavo somos amebas; emitimos permanentemente
seudópodos en toda dirección oculta la cara entre las manos y comenta el miércoles que viene Cecilia ya no estará
acá. ¿Se contactó con su terapeuta? pregunta ella. Sí contesta él le llevará
meses recuperarse; me dejó el número de un reemplazante. ¿Llamó? El agita
la cabeza. No estoy en condiciones de
empezar de nuevo. Ajá solo dice ella. Gustavo, súbitamente, se ilumina. ¿Le parece que podríamos modificar la
modalidad del encuadre? ¿Cómo sería eso? Me temo que en este momento de mi
vida, mis pacientes son el menor de mis problemas. Como él calla ella
pregunta ¿qué quiere decir? Él se
reacomoda; apoya los codos sobre las rodillas separadas. Luego de un rato dice iniciamos estos encuentros con el objetivo
de que me supervisara en el inicio de esta profesión. Sí, lo se. No sé si usted
estará de acuerdo en el cambio del rumbo dice él mirando el tapiz incaico. Hable claramente, Gustavo. Qué difícil me la
hace señala él, levanta la vista y le sonríe ¿aceptaría convertirse en la analista de un hombre al que la vida se le
está partiendo en dos? Ana María sonríe y comenta como usted sostiene, somos amebas, en permanente mutación; lo espero el
miércoles próximo agrega mientras se levanta. Él se siente extraordinariamente
aliviado. ¿Podría ser más temprano? solicita
se me van a complicar los horarios con
los chicos.
Cuando está por Cabildo, detenido ante el semáforo de
Federico Lacroze, suena su celular. ¿A qué
hora llegás, papi? En cinco minutos, muñequita informa. Al bajar el auto se
pone una pastilla de menta en la boca.
Veni, papi. Gustavo se desembaraza de Lacan y se dirige a la
cocina. La nena, en un banquito, revuelve la cacerola con una cuchara de
madera. Cecilia, el pelo recogido con una gomita, delantal, cuela el arroz en
la pileta. Una nube de vapor asciende hacia su rostro. Él besa a la nena en el
cabello. Lo hice casi sola. Cecilia
lo mira, sonriente. Hola le dice él mientras tira la pastilla en el
cesto.
56
Gustavo, sentado en su lugar, usando su servilleta,
observa a su familia. A mi exfamilia,
piensa. Nacho conversa animadamente con Cecilia, sobre la fiesta que tendrá el
próximo sábado. Martina pasa el pan por la salsa. Qué rico que me salió dice viste,
papi, qué suerte, cuando mami se vaya a Chile yo ya puedo cocinar. La cabeza de Cecilia gira pero cuando nota que
Gustavo la está mirando desvía rápidamente la vista. Nacho aparta el plato a
medio comer. Me voy a bañar informa mientras se levanta. Mami,
cuando vuelvas lo vas a encontrar a papi más gordito. Ahora sí, las miradas
de Gustavo y Cecilia coinciden.
Gustavo se está secando cuando tome una decisión. El
piyama se resiste a deslizarse sobre su cuerpo todavía húmedo. Lo tironea.
Cuando entra al cuarto Cecilia se está desvistiendo. El gira instintivamente la
cabeza. Dame unas sábanas para el sillón del living pide.
La cabeza de Cecilia emerge del camisón.
¿Por qué? Y vos me lo preguntás… ¿será porque me cansé
de compartir la cama con la amante de otro hombre?; ¿dónde están? reclama
de muy mal modo, momento en el que repara que ni siquiera sabe dónde se guardan las sábanas. No quiero que te vayas dice ella. ¿Me estás tomando el pelo? Ella se acerca y le apoya las manos en los
brazos. Tratemos de aprovechar los días
que nos quedan. Él se aparta. ¿Estás
loca o lo hacés de jodida? Baja la voz pide Cecilia y luego agrega yo te sigo queriendo. Gustavo siente
que las piernas se le aflojan. Tengo ganas de pegarle, piensa. Traga saliva y
dice ¿te das cuenta de lo que me estás
haceindo?, te vas a Chile con tu amante, abandonás a los chicos y en lugar de
ayudarme a cortar lo que me une a vos, decís que me querés para que yo no pueda
desprenderme del amor que te tuve. Ella se echa el cabello hacia atrás. Tenés razón dice perdóname. ¡Papi! grita Martina ¿me traés soda? Gustavo va a la cocina. Cuando regresa del cuarto
de la nena, el sillón está abierto y la cama hecha. Se está metiendo entre las
sábanas llenas de princesas cuando escucha los pasos de Cecilia. ¿Tomamos un café? propone. Él quiere no estar, desaparecer, dejar de
existir pero la sonrisa de Cecilia, camisón rosa, chinelas, cabello alborotado,
es irresistible. Busca las pantuflas y se incorpora. La sigue a la cocina. No te voy a preguntar cómo estás porque te
vas a enojar pone el agua y el café en la máquina, saca los pocillos de la
alacena; luego agrega pero necesito saber
qué pensás, qué sentís. Claro, porque me querés dice él con sorna. Aunque no puedas entenderme, te quiero tanto
como siempre. El rostro de Gustavo se crispa. Lo único que conseguís así es irritarme; accedí a este café porque los
días van corriendo y todavía no solucionamos lo operativo. ¿Querés que los
chicos se queden aquí? pregunta al tiempo que sirve el café. Gustavo la
mira desconcertado, ¿esa es la mujer con quien vivió durante quince años? Se
clava las uñas en la palma de la mano. Por
lo visto considerás un dato menor el hecho de no desarraigar a tus hijos; ¿te
parece sumarle a tu ausencia un cambio de decorado?; malditas las ganas que
tengo de hacerme cargo de chicos y casa pero no se me pasa por la cabeza
sumarles otro dolor: Cecilia, ¿tan loca estás que ya no te importa lo que les
pase? Ella lo mira con intensidad al decir no te esfuerces porque no conseguirás hacerme sentir que los abandono;
me voy solo dos meses y los dejo en buenas manos, ya sean las tuyas o las de
las abuelas apura de un trago su café el
que más me preocupa es Nacho. A él
le sorprende el comentario. ¿Nacho?, a mí me aflige más Martina. Cecilia sonríe con sorna. Por eso me preocupa Nacho. No te
entiendo dice él mientras siente una opresión entre las costillas. Vos solo pensás en la nena, Nacho no forma
parte de tu mundo. La opresión ya es
una garra. Vos sí que
pensás en ellos. Sí, hace catorce años que son el centro de mis
pensamientos, los dos por igual, porque yo nunca hice diferencias entre mis
hijos. ¿Qué querés sugerir? No lo sugiero, lo digo, lo afirmo, lo firmo; vos no
los querés igual; ¿no te diste cuenta todavía? Gustavo quisiera poder contestarle que no es
cierto, que es un infamia pero solo dice ¿te
parece que este es justo el momento para que deliberemos sobre mis deficiencias
paternas cuando vos te ne frega los que les pase; sí, vos sos muy ecuánime
porque te importa tan poco una como el otro; tratemos de centrarnos en los
temas de índole práctica, horarios, instrucciones. Cecilia lo mira, con desprecio, cataloga,
Gustavo, y dice ya vengo mientras
abre la puerta. Regresa al rato con un cuaderno. Se sienta, lo abre y toma un
trago de café. Está frío comenta, lo
mira y explica te anoté los horarios de
las actividades; todos los números de teléfonos que puedas precisar; los
remedios que toman para cada malestar; las fechas de las próximas pruebas, las
reuniones de padres, las citas con el dentista; con Juana ya hablé, le dejé los
menús preparados para todo este tiempo; ya llené el freezer y el placar del
baño explota de dentífricos y champús; ahora te muestro donde dejé unos regalos
para los eventuales cumpleaños de los amigos. Gustavo está azorado, nunca
pensó que fueran tantas las cosas en las que había que pensar. El hogar transformado
en una PyME. ¿Y se supone que él debe ocuparse de esa infinidad de ítems? Una
pesadilla. Creo que no faltará nada dice
Cecilia, satisfecha. No, quédate tranquila, solo faltarás vos. Los
ojos de Cecilia se humedecen. Mejor me voy a dormir dice y sale. Gustavo deja las tazas en la
pileta. Apaga la luz.
57
Miércoles
19
El despertador hiere sus oídos. Gustavo enciende el
velador. Se despereza. Se sienta en la cama buscando fuerzas para levantarse.
Recién logró dormirse a las tres, ¿cómo enfrentará su día? Lacán le lame los dedos de los pies. Él lo
empuja con violencia. El perro se va agachando la cabeza, la cola entre las
patas. Pobrecito, piensa Gustavo, pero no tiene energías para llamarlo. Va al
baño. Orina largamente. Se mira en el espejo. ¿Me afeito antes o después?, se
pregunta. Instantes después la maquinita se desliza por sus mejillas. Luego va
al cuarto de la nena. Levanta las
cortinas. Se sienta en la cama y le hace
cosquillas. Un rato más, mami pide Martina, tapándose con la frazada.
Gustavo inspira profundamente. Que abra
los ojos mi muñequita pide. La nena se incorpora con presteza. Papi,
¡sos vos! Martina se levanta. Sobre la silla la ropa de gimnasia que
Cecilia dejó preparada. Gustavo abre la puerta del cuarto de su hijo. Desde
allí indica arriba, Nacho. Como no
obtiene respuesta insiste arriba, hijo.
Ya voy contesta el chico sin abrir los ojos. Gustavo se dirige a la cocina.
Controla la lista adherida a la heladera. Nesquik tibio para Martina, frío para
Nacho. Introduce dos rebanadas de pan en la tostadora, él desayunará con
Santiago. Minutos después los tres están sentados a la mesa de la cocina. ¿Me hacés otra, papi?, con frutilla pide
Martina. Come la mía dice Nacho no tengo hambre. Gustavo entonces lo
mira. El pelo rubio, revuelto, los ojos con sueño. Qué lindo está. Se parece
tanto a ella, piensa. Siente el impulso de acomodarle el cabello pero lo reprime. Ya es demasiado
grande.
Se fue ayer
a la tarde informa Gustavo.
Santiago traga un trozo de medialuna. Con la boca aún llena pregunta ¿cómo fue la despedida? No sé; por una vez
preferí estar en la fábrica que en casa; ¨acompañala a Ezeiza¨ me insistía mi
viejo. Le contaste que se iba. Sí, pero solo por el trabajo; lo mismo que a mi
madre, pero me parece que ella mucho no se lo traga. ¿Cómo estás? Aliviado, la
última semana fue insoportable; me fui a dormir al living. ¿Qué le dijiste a
los chicos? Que tenía trabajo para hacer y que no quería despertar a la mamá;
odio mentirles, mirá que sicólogo trucho; es que no soy yo el que tiene que dar
explicaciones; cuando Cecilia regrese será la encargada de dar la cara; es una
hija de puta, los dejó así, sin más Gustavo mira el reloj tengo curso explica justo en miércoles me toca debutar de hombre orquesta; en fin Gustavo llama al mozo subordinación y valor.
Gustavo participa activamente de la clase. Sí, está
mejor. Le sobreviene una punzante lucidez. El profesor parece sorprendido. Habrá
creído que yo era un imbécil, piensa Gustavo. Al salir lo deslumbra el
espléndido mediodía de invierno. Hoy es
el primer día del resto de mi vida. Qué lugar común. Aunque en realidad,
sí. Su vida cambió. No tengo mujer, se dice y después piensa que le sacaron
algo. La costilla de Adán. Se llevó mi costilla, decide, por eso me duele el
pecho. La falta. Me falta. Cuando la conocí aún no estaba terminado. Ella me
modeló. Ella me sacó algo mío y rellenó el agujero con abrazos; me dio comida y
cobijo como la Edurne de Serrat.
Pollo al curry, sábanas perfumadas. Recuerda la primera vez. Estaban
estudiando en un bar y se cortó la luz.
Vayamos a casa, propuso él, sin recordar que había dejado todo hecho un
quilombo. Hacia allí fueron. En el ascensor comenzaron a besarse, hasta ahora
solo castos compañeros. Al llegar al décimo piso, ardían. Él fue al baño a
verificar la existencia de eventuales preservativos. Cuando salió, su casa ya
era otra. Ella era un hada que con su varita había hecho la cama con pericia de
enfermera, había recogido la ropa del piso y la había doblado sobre la silla.
Desde ese primer segundo, ella se había hecho cargo de él. A cambio de su
costilla, claro. Ella no tenía aún los diecinueve. Final de
neurofisiología. Y sobre las sábanas
prolijamente estiradas, para infinita sorpresa de él, ella dejó la huella de su
virginidad perdida. Se manchó hasta el colchón. Ella luego, aún desnuda, trató
con cepillito de uñas y jabón, arrodillada, de borrar los rastros. Fue inútil.
Quedó la aureola. Quizá por eso él nunca quiso cambiar esa cama, en la que
habían dormido juntos durante quince años. Como un pacto mágico. Tal vez ahora
desapareciera la mancha. Cuando volviera a su casa lo iba a verificar. Mil
momentos como este quedan en mi mente. Mira hacia arriba. Lo cobija el
techo verde de Melián. Pone la llave en la cerradura. Lleva en la mano una
bolsita con dos empanadas.
58
Laura, otra vez, con atuendo deportivo. Parece que aprobó a su personal trainer. No
estuvo mal dice ella, sonriente. Estuvo
bien, entonces la corrige él. Sí,
bastante bien. ¿Qué fue lo que no funcionó? Nada, no sé por qué me lo pregunta.
Por su bastante. Ella se encoge de hombros. Bah, es una manera de decir. Debo insistir, se dice él y vuelve a
la carga ajá, ¿quién no estuvo del todo
bien?, ¿ella o usted? Laura se
muerde el labio. No me enrede con juegos
de palabras; estuvo muy bien, solo que me costó seguirle el tren. ¿Cómo es eso?
Laura se vuelca sobre el respaldo. Me hizo dar mil vueltas alrededor del
parque, yo ya no podía más; claro, mucho tiempo sin hacer gimnasia; con esto
del libro llevo meses sentada; cada vez que empezábamos una vuelta, dudaba de
poder terminarla. ¿Ella no le preguntó si estaba cansada? Sí, claro, al
terminar cada circuito. ¿Entonces? Yo le decía que no. ¿Por qué le mentía?
Laura resopla, se la ve fastidiada. Usted
magnifica todo; ahora resulta que yo le miento a mi hija. Gustavo
entrecruza las manos y se echa atrás en su sillón. No debo abandonar, piensa. Le cambio la pregunta, ¿por qué no quiso
confesarle que estaba cansada? Ella
inspira profundamente, endereza la espalda. Vio
como es la gimnasia, hay que resistir; lo peor es que después de dar todas las
vueltas que ella consideró adecuadas fuimos a su gimnasio y me martirizó con
los abdominales; creí que iba a reventar. Él gira los dedos entrecruzados mientras comenta
pero no podía pedirle clemencia a su
hija, quizás porque eso hubiera sido admitir su debilidad. Sonriente le
pregunta ¿cuándo terminó la sesión de
tortura? Laura también sonríe al contestar cuando María dijo: me parece, mamá, que ya es demasiado por hoy, la
verdad es que estás bárbara. Y eso a usted la puso feliz. Ella agita la
cabeza. No, eso me hizo sentir que la
estaba engañando; yo sabía que lo iba a pagar caro, de hecho, al día siguiente
no me podía mover. ¿Qué podía pasar si por una vez mamá abandonaba su
omnipotencia? Estoy vieja dice Laura encorvando la espalda. Debió
ser extraño descubrir un ámbito en el cual su hija la superara. Es cierto admite
ella no es solo cuestión de edad; la veía
moverse con una elasticidad que le desconocía; todos sus movimientos eran
sensuales. ¿Sensuales? Sí, si por sensuales entendemos el placer; parecía que
mi hija disfrutaba de lo que estaba haciendo. ¿Parecía? él adelanta la
espalda hacia ella ¿por qué le resulta
tan difícil aceptar que su hija hace lo que hace por ella misma no en contra de
usted? Laura se sirve un vaso de agua, lo toma hasta la última gota. Después comenta comenzaron a llegar cinco o seis mujeres de mi edad, si viera con qué
afecto la saludaban; tiene muy lindo puesto el gimnasio. ¿Usted no lo conocía? No, hace poco que lo
alquiló; le quise pagar la clase pero no hubo caso; insistí hasta que se
impacientó; déjame que yo haga algo por vos, me pidió ya de mal modo; pero yo
no quiero robarle su tiempo. Qué hueso duro de roer piensa Gustavo y agrega
¿tanto le cuesta admitir que puede
recibir de su hija algo que usted no le podría dar? Laura se apoya en el
respaldo. Usted me cansa, Gustavo, y no
quiero decir que me aburre ni que me impacienta, me cansa, me agota pensar en
lo que no quiero pensar. ¿En qué no quiere pensar? Siempre sentí que mis hijos
eran prolongaciones mías, como un embarazo eterno; parte de mi cuerpo,
alimentados por mi sangre, sus corazones latiendo impulsados por el mío; mi
vida garantizaba la de ellos; no podía darme el lujo de dejar de respirar. ¿Y
ahora? Ya no me necesitan dice y se
abraza a sí misma con ambas manos. Sí, es cierto, ya no la necesitan para
respirar. No es solo eso, son autónomos; mi vida o mi muerte no afecta la vida
de ellos. No comparto su opinión; por supuesto que si usted se muere sus hijos
seguirán viviendo pero su vida sería menos rica; todavía tiene mucho para
darles, sus nietos aún no empezaron a nacer. El celular de Laura suena. Perdón pide mientras lee un mensaje de
texto. Sonríe mientras teclea. Era Paula dice
me pregunta qué le gusta más si el dulce
de batata o el de membrillo. ¿Y usted que le contestó? Batata; desde chiquita
le gusta más el de batata y nunca se acuerda. Gustavo sonríe ¿ve que todavía no puede morirse?, ¿cómo sabría ella lo que tiene que
comer? Los quiero tanto que duele dice mientras se restriega los ojos con
ambas manos. ¿No sería mejor que
aprendiera a quererlos sin dolor?, ¿qué se permitiera solamente disfrutar de su
amor?; están grandes, Laura; ya los crió; trate de confiar en su producto;
disfrute de su producción que, por lo
que cuenta, no es tan, tan mala. Laura baja la vista, entrelaza las manos. No se
burle de mí, Gustavo. Tenemos una dura tarea por delante: en el momento en que
admita que no son un defecto suyo sino ellos mismos, disminuirá su angustia y,
al mismo tiempo, ellos dejaran de portar el dolor inextinguible de saber que no
son lo que su madre deseaba. Lo que me dice me está matando. No es lo que yo
digo, es lo que usted dice. Me voy anuncia Laura levantándose ya es demasiado por hoy. Las palabras de
María le recuerda él. Ella mueve la
cabeza. Le prometo que voy a pensar en todo lo que me
dijo.
No debo pensar, se indica Gustavo, ni en mí como hijo
ni en mí como padre, no es el momento, como a Laura, me puede matar; deberé
estar atento con Ana María, siempre al acecho pero cuando termina de pensarlo
decide: soy un imbécil, como puedo estar frente a un consultorio cuando yo
mismo me planteo despistar a mi analista. Va hasta el baño. Se mira en el
espejo. Doy lástima, opina. Se moja la cara. La hunde en la toalla y se
presiona los párpados. Ya en el escritorio revisa la ficha de Camilo. ¿Habría
ido a la fiesta?
59
¿Viste que
lindo día? pregunta el
chico es que el viernes empieza la
primavera. Es cierto dice Gustavo y descubre que lo había olvidado ¿lo vas a festejar? Claro, como todos las
años, ¿por qué este año no habría de festejarlo? Gustavo lo mira fijo, en
silencio, un largo rato. El chico le sostiene la mirada. Vamos a la quinta de un
compañero, la misma de siempre dice de pronto y baja la mirada al agregar el año pasado no pude ir. ¿Por
qué? pregunta Gustavo preparándose para un exabrupto. Estaba internado contesta Camilo casi en un susurro. ¿Estuviste mucho tiempo internado? No me
acuerdo. Si no te acordás seguramente fueron unos pocos días intenta
Gustavo. Camilo agita el puño, la palma
hacia arriba, los dedos juntos. Sí,
seguro, la primera vez estuve como
dos meses; la segunda, en Estados Unidos, casi quince días. ¿Te operaron dos
veces? Sí, pero no me quiero acordar. ¿Por qué? Camilo lo mira con rabia ¿qué te pensás?, ¿qué la pasé de diez? Me imagino que no dice
Gustavo lamentando haber transportado al chico desde el picnic de la primavera
hasta la cama de hospital. Se sirve agua y le ofrece a Camilo. Beben los dos. ¿Dónde queda la quinta? pregunta. El
chico se encoge de hombros. Ni idea dice. Gustavo percibe, con pavor, que su mente se
ha quedado en blanco. No sabe qué decir, no intenta siquiera pensar qué decir.
Se instala el silencio. No de segundos, corren los minutos. Gustavo siente que
nunca podrá volver a hablar. Camilo juega con su celular. Lo pone y lo saca del
estuche, la vista baja. De pronto lo mira con intensidad. Fue un infierno dice te juro
que si hice algo mal ya lo pagué; bah, ese fue el anticipo, ahora lo sigo
pagando en cuotas. ¿Creés en Dios? Si, justo, ¿te parece que puedo creer en
Dios después de lo que me pasó? Quién tengo adelante, se alerta Gustavo,
ojo con este pibe, no me perdonará una simpleza. ¿Hablás con tus padres de lo que sentiste en esa época? Camilo
agita la cabeza. ¿Para qué?, todos la
pasamos mal. A lo mejor te alivia contar
lo que padeciste. Lo que quiero es olvidarme. ¿Y podés? No, cómo voy a
olvidarme si todavía me duele. Nunca comentaste nada, qué te duele. Todo; ¿te
animás a ver? Por supuesto contesta Gustavo. Estoy asustado, piensa. El
chico se levanta el pantalón. La pierna tiene la forma normal pero es un
rosario de cicatrices. Gustavo se asombra de haber pensado en un rosario. Vaya
con Dios, se tomó vacaciones. Te dio asco, ¿no?, seguro que te dio asco.
No, ¿por qué habría de darme asco?, se ve que ya está todo completamente
cicatrizado; ¿a vos te daba asco? Al principio no quería mirarme pero cuando
empecé a bañarme no me quedó más remedio que mirar; antes estaba mucho peor, mi
mamá al principio tampoco se animaba a mirarme, tenía que curarme mi papá; pero
en Houston me mejoraron bastante; me hicieron una microsurgical reconstruction,
¿sabés inglés? Bastante contesta
Gustavo. Cuando mi papá se volvió, era yo
el que hablaba con las enfermeras y los médicos, mi mamá se ponía tan nerviosa
que no entendía nada eso que estudió muchos años. ¿Vos hablabas con los
médicos? Sí, a veces estaba mi tía que vive allá, estuvimos en su casa más de
un mes. ¿Te dolia mucho? No te lo puedo explicar, quería morirme, le pedía a mi
papá que me matara; una vez intenté asfixiarme con la almohada pero no
funcionó. Gustavo siente un sudor frío que le moja la camisa. Ojo con este
chico, se repite. ¿Por qué no funcionó? pregunta
mientras se abotona el chaleco. Cuando me empecé a ahogar tiré la almohada a
la mierda. Será que en el fondo no querías morirte. No podía pensar en nada,
estaba tomado por el dolor, como las películas de los demonios. ¿No te daban
calmantes? Acá me daban morfina, no sabés cómo esperaba que llegara la
enfermera, se terminaba todo, a veces me reía de mi dolor pero después él
volvía más furioso; cuánto más lo sacaban cuando volvía inventaba una tortura peor.
¿Cómo te defendías?, ¿llorabas, gritabas? Al principio sí pero después para lo
único que me servía era para que mis papás se pusieran peor. ¿Estaban siempre
con vos? Siempre, a veces uno a veces los dos. ¿Y cuándo intentaste ahogarte
con la almohada? Mamá se había quedado dormida en la silla, pobrecita; pero
después el dolor se fue aliviando un poco, o será que me acostumbré; pero
cuando fui a Houston fue peor todavía; yo le pedía morfina al médico pero me
explicó que el dolor me iba a acompañar
mucho tiempo, era muy riesgoso que me acostumbrara a la morfina; me dieron
otras cosas, claro, pero como la morfina no hay, te deja como volando y sos
feliz, por un ratito sos feliz. ¿Y ahora cómo estás? Me parece que nunca más
voy a ser feliz. ¿Por el dolor? Eso es lo de menos, me duele pero se aguanta.
¿Y qué es lo de más? Ya no puedo estar contento. ¿Porque no podés caminar bien?
Sí, también por eso. ¿Y por qué más? No sé, a lo mejor porque ya no creo en
Dios. Camilo mira el reloj. Qué raro
que no vino mi papá, se pasó dos minutos. Busca las muletas, se para y se
acerca a la ventana. Te dije dice
sonriente está abajo. Cuando está
saliendo dice estuvo buena la fiesta.
Hola, pa,
recién llego contesta Nacho. ¿Está Juana? verifica Gustavo. Sí, está planchando, ¿querés que le diga
algo? No, dejá, ¿comiste? Sí, un sándwich en el cole. ¿Te fue bien? Como
siempre. Decile a tu hermana que me mande un mensajito en cuanto llegue. Dale. Gustavo
ya no sabe de qué hablarle. Llamame si
precisás algo ofrece. ¿No te
molesta cuando estás trabajando? No te preocupes, lo tengo en vibrador le aclara. Gustavo descubre, aturdido,
que su hijo, en seis meses, no lo llamó una vez.
60
María Inés intenta justificar su tardanza. Describe el
trayecto realizado, los semáforos titilantes, el piquete en la avenida. Gustavo
la escucha, en absoluto silencio. Silencio que prolonga cuando ella calla. ¿No vas
a hablar? pregunta María Inés ¿me estás castigando? ¿Por qué habría de
castigarte? dice Gustavo, sorprendido. Porque
no te cuento lo que pasó. Gustavo la mira. Ella se desprende los zapatos
con un movimiento armónico de los tobillos y luego se sienta sobre las piernas
recogidas. Gerardo se enojó muchísimo, me
preguntó si había enloquecido; ¨es ese sicólogo que te llena la cabeza de
disparates¨, no quiere que siga viniendo. ¿Te dan ganas de hacerle caso? Si
tengo que ser sincera, venir aquí me pone peor; desde que encontré la carta
estoy luchando por reconstruir mi pareja y vos, en lugar de ayudarme, me
sembrás dudas. Para que una semilla
germine la tierra tiene que estar preparada dice él. ¿Qué pretendés decirme? ¿Podría
yo hacerte dudar de la honestidad de tu madre? Ella se echa el cabello hacia atrás. Quiero recuperar la paz pide. Tampoco estabas en paz cuando iniciaste el
tratamiento le recuerda él. Vos no
podés retenerme. Por supuesto que no, la única manera de que una terapia
funcione es si está impulsada por el deseo. Ella sonríe con desdén. Yo soy una especialista en deseos
insatisfechos dice. Él calla. Vos estás convencido de que Gerardo es gay,
¿no? Gustavo junta las palmas y apoya el mentón sobre los dedos. Creo que lo importante, más allá
del motivo por el cual eso ocurre, es que parece que Gerardo no puede
satisfacerte. Ella esconde la cabeza
entre las dos manos. No doy más; encima mañana se va a Rosario,
tienen un caso importante; le propuse acompañarlo, pero me dijo que van a estar
a full, no tiene sentido. ¿Con quién se va? Con el socio; igual me va a venir
bien distenderme un poco; mañana voy al
teatro con unas amigas, hace mucho que no salgo sin él. ¿Te llevás bien
con Alberto? María Inés lo mira con
sorpresa. Qué memoria que tenés comenta
y como suena el portero eléctrico se incorpora. Ya saliendo ella comenta claro, fue
la otra pregunta del estribo.
Gustavo se pregunta qué es lo que mantiene unida una
pareja. ¿La obstinación?, ¿la imposibilidad de reconocer que nos equivocamos al
elegirla, que nos seguimos equivocando día a día? ¿Qué pasa con María Inés? Ni
siquiera tienen hijos. Ella es joven, linda, sin problemas económicos. ¿Por qué sigue ligada a su marido? ¿Lo ama?
¿Ama él a Cecilia? Quizá su dolor está capitaneado por la humillación. Recién
en ese instante puede ponerlo en palabras: Cecilia me humilló. Tengo vergüenza. La
vergüenza está relacionada con la mirada de los demás, recuerda.
61
Raúl se cruza con María Inés en el palier está mal
entrazado, califica Gustavo. El ruedo del jean deshilachado, la remera
arrugada, el taco de los mocasines gastado, sin afeitar. ¿Huele?
Se deja caer sobre el diván, se reclina sobre el respaldo y cierra los
ojos. Luego de un prolongado silencio Gustavo pregunta ¿te pasó algo? Raúl abre los ojos y sonríe. ¿Querés conocer la última del rey? Gustavo asiente. ¿Sabés de dónde surgieron los trabajitos que
estaba haciendo? Gustavo entiende, con las vísceras entiende. Me da
vergüenza contártelo, Lisa no lo sabe; como un pelotudo, me llené la boca
diciendo que había logrado algo al margen de mi viejo; ¿será Dios?, me lo choco
por donde vaya; si viajo al África me sorprende arriba de un camello; si me
refugio en el Polo, lo encuentro adentro del iglú; qué mierda tengo que hacer
para que me deje en paz; decímelo, Gustavo, para eso vine; te juro que por
momentos me dan ganas de matarlo; o de matarme; en este mundo no hay lugar para
los dos. ¿Cómo te enteraste? La otra tarde pasé por casa porque
era el cumpleaños de mi madre; me preguntó por el trabajo y le empecé a contar
que venía caliente por una discusión que
había tenido con los del volquete, que habían aparecido a las diez de la
mañana; ¨sí¨, dijo mi viejo, ¨a las diez de la mañana esa zona es imposible¨;
en un segundo se me fue el alma al piso; ¨¿cómo conocés la zona?¨, le pregunté,
¨si es la primera vez que te hablo de la obra¨; intentó un par de burdas
explicaciones pero sonreía; yo le conozco esa sonrisa; hubiera querido
sacársela de una trompada; me tuve que agarrar las manos. Manos con que se tapa la cara. ¿Qué hiciste? Me fui informa con el
rostro aún oculto. ¿Qué sentís en este momento? Vergüenza, ya te dije, toda la vida me
hizo sentir vergüenza de mí mismo, ¿vos
sabés lo qué es vivir con eso?, ¿lo que es vivir tratando de que nadie se dé
cuenta de lo que hay algo que está mal en vos? ¿Y qué es lo que está mal en
vos? inquiere Gustavo. Una vez,
tendría unos seis años, mi mamá me pidió que le acercara un vaso de agua; yo
llené el vaso en la canilla de la cocina y se lo llevé, caminaba con mucho
cuidado, viste como son los chicos, estaba orgulloso; fui hasta el dormitorio,
mi mamá estaba recostada en la cama, me acuerdo bien, amamantando a mi hermano;
papá estaba sentado en un sillón, leyendo el diario; siempre que lo veía me
ponía nervioso, la cosa es que tropecé con su pie y le tiré el agua encima;
papá me apartó de un empujón, ¨este chico no sirve para nada¨, dijo, se levantó
y se fue. ¿Y qué hiciste vos? pregunta Gustavo luego de unos instantes. Me pillé; mi mamá me dijo ¨correte que estás
mojando la alfombra¨ y después me pidió que buscara un trapo; primero fui a mi
cuarto a cambiarme rápido para que papá no se diera cuenta, pero cuando me
estaba sacando el calzoncillo apareció; ¨encima te measte¨, dijo, ¨parece que
tenemos dos bebés¨; yo intenté ponerme de nuevo el calzoncillo porque no quería
que me viera desnudo; ¨andá a lavarte, no seas asqueroso¨, me ordenó y salió. Raúl se restriega los ojos con brusquedad. Al
cruzar las piernas tira un adorno que hay sobre la mesita. Se agacha y lo
recoge. ¿Ves?, sigo igual de torpe. Parece que tu padre hizo un buen trabajo comenta
Gustavo. Los ojos de Raúl recuperan su viveza.
Te convenció de que no servís para
nada. Es que nunca serví para nada dice, hundiendo la cabeza entre los
hombros. A lo mejor no servís para lo que
tu padre querría reformula Gustavo.
Te juro que intenté apartarme del camino que él me había trazado, pero él me
condujo de nuevo a Miami. ¿Considerás que tu padre es mejor que vos? ¡Obvio! contesta Raúl con energía. ¿Hay algún frente en el que consideres que
lo superás? Raúl se queda
pensando. Sabés que no, hasta es bueno en los deportes. ¿Qué hubieras hecho si a
tu hijo mayor se le volcaba el agua al ver a su mamá amamantando al menor? ¿Si se hubiera tropezado con mi pie?
Supongamos acuerda Gustavo. Le
hubiera pedido perdón. ¿Y si lo hubieras encontrado cambiándose un calzoncillo
pillado? Esa sí que me tocó, salí en puntas de pie del cuarto, por suerte no me
vio. Ambos se quedan en silencio. Me parece que encontramos algo en lo que sos
mucho mejor que tu papa.
Qué lástima que sea mi paciente, piensa Gustavo, me
gustaría tanto hablarle de mi padre. Él
sí que lo entendería. Cómo se puede destruir a un hijo creyendo, encima, ser su
benefactor. ¿Qué hacía yo cuando Nacho se pillaba?, se pregunta. La mente en
blanco. ¿A qué edad había dejado los pañales?, ¿ya había nacido Martina? De
ella sí que se acuerda, un verano en Villa Gesell, qué rápido que había
aprendido. Esta nena fue rápida para todo, se dice. Va a sufrir mucho con la separación. Se me
parte el alma, siente. ¿Llegaste,
muñequita? le escribe. Va hasta la cocina. Abre la alacena y come un alfajor. Instantes después vibra el
celular. Me colgué sorry besoooo.
62
Daniela comenta que cambió de opinión, y cuando
Gustavo ya está pensando: de nuevo, se va, agrega no voy a dejar el trabajo. ¿Cómo es eso? inquiere, aliviado. Mi mamá me contó que se había quedado muy
mal, pero que las fuerzas no le daban; dijo que teníamos que encontrar una
solución porque era imprescindible que yo siguiera trabajando; mientras tanto,
mi jefe me hizo llamar, dijo que lamentaba muchísimo que me fuera, que cuál era
el motivo; le conté que no podía estar fuera de casa tanto tiempo porque tenía
un hijo autista, así se lo dije, nadie del trabajo lo sabía; me pidió que se lo
dejara pensar y al día siguiente me ofreció trabajar tres días desde casa y dos
en la oficina sin modificarme el sueldo; le di pena concluye. ¿Pena? pregunta Gustavo debés ser una empleada muy eficiente,
seguramente confía en que trabajarás de manera responsable, aunque nadie te
esté controlando. Daniela hace un gesto despectivo y comenta en cuanto se enteró, mamá ofreció ocuparse
de Lucas los otros dos días y que, de última, si la situación se le ponía muy difícil, ella se encargaría de contratar
a alguien para que la ayudara; recién ahí tomé conciencia del sacrificio que
había hecho durante dos años y como me resistí a su propuesta, repitió que era
imprescindible que yo trabajara; finalmente acepté, tiene razón. ¿No podrían
vivir solo con el sueldo de tu marido? pregunta Gustavo. Sí contesta ella deberíamos ajustarnos en muchas cosas, por eso te había dicho de dejar
la terapia, pero sí, podríamos, Ariel tiene un buen sueldo y un trabajo muy
estable en una empresa importante. ¿Por qué, entonces, sería imprescindible que
trabajaras? Eso lo dijo mi mamá le aclara Daniela pregúnteselo ella. ¿Y por qué te parece que puede haberlo
dicho? Ella eleva los hombros sin
embargo al cabo de un rato contesta creo
que tiene miedo de que mi marido me deje. ¿Tu mamá te hizo algún comentario al
respecto? averigua. No, pero estoy
segura de que lo piensa. ¿Y por qué tu marido habría de dejarte? Por Lucas contesta
ella con energía mamá sabe que Ariel no
lo quiere. ¿Tu madre te lo comentó? No, pero es fácil darse cuenta. Gustavo
se queda reflexionando y luego comenta es
interesante, ponés en la cabeza de tu mamá tus propios pensamientos; me parece
que sos vos la que teme ser abandonada. Daniela se queda en silencio un
largo rato y luego comenta cuando estuve
en Ramsay vi varias mujeres que habían sido abandonadas. Sí recuerda Gustavo comentaste la de la chiquita Down. Lucas solo me tiene a mí dice Daniela con convicción yo debo ser capaz de cuidarlo y de
mantenerlo. Lucas no te tiene solo a vos la corrige él tu madre lo cuida desde que nació y, que yo sepa, Ariel sigue estando a
tu lado. Pero no al lado del nene
aclara ella elevando la voz. ¿No
contemplás la posibilidad de que Ariel, como tu madre, pueda estar asustado,
que pueda sentirse torpe, incapaz de saber cómo actuar con Lucas? arriesga
Gustavo. Daniela endereza la espalda. Nunca
me lo había planteado admite. Antes de que comenzaran las dificultades con
el nene, ¿tu marido se hacía cargo de él? Ella niega con la cabeza. Yo siempre fui muy obsesiva con Luquitas confiesa
recuerdo que cuando Ariel quería tenerlo
en brazos me preguntaba ¨¿me lo prestás?¨ Gustavo se sirve agua. Parece que consideraras que solo es hijo tuyo dice. Él
nunca lo quiso se justifica Daniela. A
lo mejor nunca le permitiste que lo quisiera dice Gustavo y experimenta una
extraña opresión. Ella lo mira, las cejas muy arqueadas. ¿Dejas al nene con Ariel? pregunta Gustavo mientras se oprime con
un dedo la boca del estómago. Ella baja
la vista. ¿Nunca? insiste él. Bueno, sí, cuando me baño. ¿Qué podría pasar
si los dejaras a solas? Daniela no
contesta. ¿Tenés miedo de que Ariel le
haga daño al nene? Ella chasquea con la lengua. Mire las cosas que dice. ¿De qué tenés miedo, entonces? No sé dice
ella y cierra los ojos un instante. ¿Me
querés hablar de tu padre? y ante el silencio de ella insiste ¿se ocupaba de vos? Ella se lleva una mano a la frente. Luego de
un rato cuenta mi papá era alcohólico,
pero hace más de veinte años que no bebe una gota; mi mamá está muy orgullosa
de que él haya podido superarlo; mis padres se aman, todavía se aman. ¿Tenés
hermanos? No, tuvieron miedo de reincidir; dice mamá que papá tenía terror de
que yo naciera defectuosa. ¿Desde cuándo era alcohólico? Poco después de que se casaron a mi padre lo
despidieron, se angustió mucho y empezó a beber; para colmo yo decidí nacer,
pobre mi mamá, la debe haber pasado demasiado mal. Mientras ella saca un
paquete de pastillas del morral Gustavo piensa que seguramente el alcoholismo
era anterior, causa del despido, no consecuencia. ¿Le tenías miedo a tu papá? Ella calla. ¿Te pegaba? Mi mamá no lo
hubiera permitido. Daniela se oprime la boca del estómago, cierra los ojos.
¿Te sentís mal? pregunta Gustavo. Es el dolor de siempre, no tiene importancia
contesta ella. ¿Lo consultaste con el
médico? Sí, alguna vez, gastritis. ¿Y te duele más cuando te pones nerviosa?
Puede ser contesta ella. ¿Querés un
té? ofrece él, sintiéndose absurdamente culpable. No, gracias, ya va a pasar. Gustavo permanece en silencio,
reflexionando. No puede equivocarse. Daniela
dice al fin no necesitás defender a Lucas de Ariel como suponés que tu mamá te defendió
de tu papá; el autismo de tu hijo no tiene nada que ver con el alcoholismo; mirame
ella lo obedece tu historia es otra;
no obstaculices la relación de Ariel con el nene; Lucas lo necesita. Los
ojos de Daniela se empañan. Me da tanta
vergüenza dice. ¿Qué te da vergüenza?
Daniela se incorpora. No me siento
bien dice prefiero irme. Gustavo
también se para. Cuando están en la puerta, él la toma del brazo y le ofrece si necesitás hablar conmigo no dudes en
llamarme. Gracias dice ella muchas
gracias y cuando intenta sonreír le ruedan dos lágrimas.
Estoy abrumado, reconoce Gustavo. Jamás va a poder
ayudar a sus pacientes si en lugar de ponerle el nudo al hilo sigue enhebrando
más y más agujas. Busca las fichas e intenta volcar lo ocurrido en las
distintas sesiones. Me supera, decide, no logro apartar lo accesorio de lo
fundamental. Se da cuenta de que carece de objetivos. Estuvo toda la tarde
sentado frente a sus pacientes como un barco sin timón. Llamará a Ana María
para cancelar la sesión. La pagará con alegría. Suspira, aliviado. Recuerda,
entonces, que le pidió que le adelantara el horario. Mira el reloj. Se levanta.
63
Mientras sube las escaleras, detrás de ella, Gustavo
se pregunta qué es lo que cambiará. Como atender la puerta en piyama, piensa. Y
sonríe, sonríe a solas mientras asciende el último escalón. Ana María cierra la puerta. Con levedad, evalúa Gustavo, todo en
ella es delicado. Se sienta y la mira, ligeramente turbado. ¿De qué tengo que hablar? pregunta, sonriendo. Las manos de ella describen un
semicírculo. Es extraña la situación; me
siento busca la palabra que se le escapa desprotegido. ¿Cómo es eso? Como estar en la escribanía a punto de
firmar un poder general, ¿De qué poderes estaría invistiéndome? Recién, cuando
subía me vi a mí mismo en piyama confiesa él, sonriendo. Es una imagen peculiar, ¿qué representa para
usted el piyama? Lo que somos, sin corbata, sin perfume, sin ropa interior contesta
Gustavo. Sería maravilloso si pudiéramos
iniciar este nuevo espacio desde allí. No cantemos victoria replica él es doblemente difícil para mí; necesito que
me respete como profesional y estoy a punto de darle carta blanca para que conozca
mis miserias. Todavía está a tiempo, Gustavo dice ella, muy seria quizá su propuesta de la semana pasada
surgió en un momento de… confusión interna del cual ha logrado sobreponerse. Él
apoya los codos en las rodillas y se sostiene la cabeza. Suelo citar una frase de Proust, decía algo así como que las decisiones importantes de la vida siempre
se toman en estados de ánimo pasajeros busca las palabras agitando las
manos, las palmas hacia arriba, los dedos extendidos soy un ovillo de inquietudes. Será
cuestión de empezar a desovillarlo ella sonríe ¿por dónde empezamos? Cecilia se fue dice él al tiempo que se
endereza y cruza los brazos ayer se fue y
nos dejó. ¿Cómo lo dejó a usted? Con bronca admite Gustavo todavía no logro convencerme; dejó a los
pibes, los abandonó. Que se haya ido no significa que los haya abandonado. Las
palabras de Cecilia comenta él, irritado
¿las mujeres establecen un pacto secreto de defensa mutua? No la estoy
defendiendo aclara Ana María solo
considero que ir unos meses a trabajar no significa que haya abandonado a sus
hijos. ¿Tampoco a mí? replica, sumerge la cabeza entre las dos manos y
agrega evidentemente hoy no tengo
paciencia, ¿y sabe qué? se descubre la cara todo el tiempo me pregunto en qué fallé. ¿Y qué se contesta? No lo sé,
mi vida es mi familia, más allá de algún café con Santiago, no viví más que
para laburar por ellos; tengo treinta y
cinco años, Ana María, y hace catorce que vivo para ella. Hace un hijo que vive
para ella. Gustavo se endereza contra el respaldo. ¿Cómo dice? Su hijo tiene catorce años, ¿o me equivoco? Acaba de
cumplirlos admite él hoy a la hora
del desayuno lo miré y fue como si lo viera por primera vez; ya no es un nene;
fue muy raro, yo los desperté, yo les preparé el Nesquik, yo los llevé al
colegio; como descubrir una vida paralela que se vivía en mi casa sin mí.
¿Mientras usted dormía? Gustavo se
queda mirándola. ¿Hace catorce años que Cecilia se ocupa de todo eso antes de ir a
trabajar mientras usted duerme? Es que antes ella no trabajaba. ¿Hace cuánto? Gustavo
se queda haciendo cuentas. Sí, cuando
Martina entró al jardín. Ocho años informa,
ligeramente avergonzado, carraspea y consulta ¿le puedo contar sobre mi consultorio? Ana María sonríe, con desdén, califica
Gustavo, y dice por supuesto. Solo con
usted puedo compartirlo. No necesita disculparse aclara ella. Es
sobre Daniela anticipa y luego le sintetiza
la sesión. ¿Por qué dio por hecho
que Daniela defiende a Lucas de Ariel como su madre la defendió de su padre si
ella no dijo nada que lo habilitara? Gustavo queda desconcertado. Se me ocurrió hacer esa construcción, ¿está
mal? Lo mismo con respecto al fantasma del alcoholismo, si bien es interesante,
al vincularlo tan rápido con Lucas, en lugar de desplegar el conflicto puede
inducirá a que lo suprima. Gustavo se desmorona. Quisiera cerrar los ojos y
abrirlos hace quince años. Recuerda a Kundera. Su vida entonces era leve. Dejamos acá indica Ana María
incorporándose. En el momento de despedirse Gustavo informa Camilo fue a la fiesta. Lo suponía comenta
ella, sonriendo.
Ni bien sube al auto busca su teléfono. Hola, mamá, no sabía que estabas. Sí contesta su madre me pidió Martina que viniera; llegué a las ocho; le dije a Juana que
podía irse, ¿hice mal? Hiciste bien, en media hora estoy por allí, ¿hace falta
algo? Arranca. Maneja despacio, buscando una confitería abierta. A su madre
le encantan los bombones de fruta.
64
Encuentra a su madre en la cocina. A mi madre y a mi
hija, piensa. Juana había dejado un pollo preparado, pero Nacho me pidió canelones. Y
yo quería tortilla protesta la nena. Pero
él me los pidió primero; te prometo que la próxima te doy el gusto a vos. Siempre malcriándolos dice él. ¿Para qué están las abuelas? Gustavo se
dirige al living. La mesa ya está puesta. Cuatro. Va hasta el cuarto de Nacho.
La puerta está cerrada. Golpea. ¿Se
puede? Pasá. Nacho está acostado, a oscuras. ¿Dormías? No. Gustavo se queda parado, no sabe qué hacer. ¿Estás bien? pregunta. Sí,
cansado. ¿Ya te bañaste? No. ¿Querés que te prepare un baño? Ni ahí dice algo tiene de bueno que no esté mamá. ¿Enciendo la luz? No. ¿Te sentís bien? insiste.
No
me jodas, papá. Gustavo regresa al
living. Es tanto más fácil hablar con Camilo, piensa.
Su mamá, sentada en el lugar de Cecilia, sirve la
comida. Estos canelones están mortales,
abuela, sos lo más dice Nacho con
energía. ¿Cómo festejan el día de la primavera? pregunta
su madre. Gustavo recuerda la conversación con Camilo. Registra, sorprendido,
que no se le había ocurrido pensar qué iba a hacer su propio hijo. Íbamos a ir al country de Tomás, pero al
padre se le rompió la camioneta y no entramos todos en el auto de la mamá. ¿Dónde queda? averigua su abuela. En Pilar contesta. Pueden ir en colectivo comenta ella. Sí, pero a un par no los dejan. Gustavo
se pregunta si Nacho habría consultado con Cecilia; él, ni enterado. ¿Y si le pedís a tu papá que los lleve?
Las miradas de padre e hijo se cruzan, fugazmente. No da comenta
Nacho. ¿Por qué? insiste la abuela. Papá trabaja. Gustavo percibe tres pares de ojos sobre él. Está
atontado. Si es tempranito los puedo
llevar propone luego de unos instantes. ¡¿De veras, pa?! pregunta Nacho con tal
esperanza en la voz que Gustavo no entiende cómo no se le ocurrió a él mismo
ofrecerse. ¿Cuántos son? averigua. Cinco contesta el chico, y como el
padre no reacciona agrega podemos amucharlos atrás y yo voy adelante con vos.
Buen plan comenta Gustavo. Nacho se levanta y va corriendo al teléfono. ¡Le
voy a avisar a Tomy! Gustavo levanta
la mirada y se encuentra con la de su madre. Se siente avergonzado. Solo falta
que ella diga: ¨así me gusta¨. Nosotras
vamos a hacer un picnic en el jardín de Nati dice Martina y ante la cejas levantadas de su
padre añade no te preocupes, papi, la
mamá nos lleva desde el colegio y mami ya le pidió a Juana que me fuera a
buscar. ¡Dice el papá de Tomás que del regreso se ocupa él! grita Nacho
desde el teléfono. Todo encaminado comenta
la abuela, oprimiendo la mano de Gustavo.
Gustavo se estira en la cama. Es la única ventaja de dormir solo, piensa. Cecilia dice entre dientes. Y de repente
es tanta su añoranza que se pone de lado, flexiona las piernas y se abraza a sí
mismo.
65
Miércoles
26
Gustavo escucha el despertador. Lacán también porque
segundos después se presenta en el dormitorio, las patas sobre la cama, la
lengua afuera, la saliva goteando sobre el acolchado. Él lo acaricia pero luego
lo echa. Va al baño, se afeita, despierta a los chicos. Ya en la cocina no
precisa mirar la lista. Prepara café y los nesquiks. Frío, para Nacho. Pone dos
rebanadas de pan en la tostadora y luego otro par. Unta dos con mermelada de
durazno para Nacho y dos de frutilla, una para la nena y otra para él. Primero llega Nacho, luego Martina. Mientras
mastica una tostada Gustavo pone más pan a tostar. Pa, tendrías que conseguir una tostadora en te entren cuatro panes a la
vez sugiere Nacho. Mami las hacía
todas primero y después las calentaba en el microondas explica Martina.
Gustavo vislumbra su imagen preparando carradas de tostadas a las siete de la
mañana, día tras día, mes tras mes, año tras año. Recuerda un episodio de Alf, tostando pan
compulsivamente. Pa, ya saltaron le
avisa Nacho. ¿Me hacés una con mantequita
y azúcar? solicita la nena. Gustavo experimenta un súbito cansancio.
Yo quiero
solo un café en jarrito le explica
Gustavo a su amigo desayuné con los
chicos. Los estás domesticando. No te
entiendo. ¿Leíste ¨El principito¨? pregunta Santiago. Ah, sí; lo del zorro comenta Gustavo sin darle importancia y
pregunta ¿qué pasó con la auditoría?
Mientras moja las medialunas en el café con leche Santiago habla de su negocio.
Cuando termina pregunta ¿qué sabés de
Cecilia? Nada, sé que habla con los chicos pero yo no quiero ni escucharla.
¿Los pibes cómo están? Los veo bien, nos vamos arreglando; tengo que hacerle un
monumento a mi vieja, está al pie del cañón. Como siempre comenta Santiago.
Pesadísima, eso sí. ¡Como siempre! ríe
Santiago y luego pregunta ¿cómo va tu
consultorio? Gustavo lo mira, arqueando
las cejas. Nunca me preguntás por mis
pacientes. Ayer me preguntó Marisa.
¿Hablaban de mí? ¿Está prohibido? No, me sorprende explica Gustavo elevando
los hombros yo nunca le contaba a Cecilia
lo que charlaba con vos. ¡Pero Marisa no
es mi mujer, todavía es mi novia! ¿Todavía? comenta Gustavo, ¡ya te tiró los
galgos! Ambos ríen.
Gustavo participa activamente de la clase. Utilización de las resistencias. Plantea
el caso de María Inés. Todos lo
escuchan, le hacen preguntas. A la salida, varios van a tomar café. Una mujer,
de unos cuarenta años, sentada a su lado, comenta que está empezando a ejercer
la profesión. Yo también soy principiante
admite Gustavo y se acuerda de Ana María. Reprime una sonrisa. Estoy de
buen humor, se dice, extrañado.
Estaciona el auto en la esquina. Camina por Melián. Se
nota en el aire que llegó la primavera. Un día soñado, diría su mamá. Se acoda
en el balcón hasta que ve aparecer a Laura, caminando a paso vivo. Jogging y
zapatillas. Gustavo sonríe.
66
Sí sonríe Laura no
hace falta que me lo pregunte, sigo con mi personal trainer. Cuenta que ya
ha aceptado que su hija no le cobre. Iré
todos los miércoles, al salir de
aquí, comenta aunque no creo que sea
el día más apropiado. ¿Por qué? inquiere Gustavo. Usted suele dejarme de cama dice sonriendo. Quizás es justo eso lo que precisa: un lugar para descansar; descansar
de su exigencia para con sus hijos que, en definitiva, es una extensión de la
exigencia con usted misma. Como si fuera tan fácil. Sé que no es fácil, por eso estamos trabajando tan
duro que usted queda de cama. Laura se echa hacia atrás y ríe con alegría. El sábado vino a cenar mi sobrino, hacía meses
que no la veía, antes nos encontrábamos seguido; es mi ahijado explica.
Gustavo piensa que ya no se fastidia con Laura. Sabe que, más tarde o más
temprano, volverá al nudo. ¿Aprendí a
tener paciencia?, se pregunta. Ni bien se recibió de ingeniero entró a
trabajar en la Ford; se despierta a las cinco de la mañana porque a las siete
tiene que estar en Pacheco; vuelve a su casa a las diez de la noche; muchas
veces trabaja los fines de semana; hace dos años que esa es su vida; le
pregunté si seguía con su novia; ¨no, tía, no tengo tiempo ni energías; ella se
cansó¨; le pagan muy bien, eso sí; ¨si consigo mantener este ritmo otro dos
años podré sacar un crédito y comprarme un departamento¨; a las diez dijo que
se iba;¨ estoy muerto¨ se disculpó ¨ sueño con meterme en la cama y no
levantarme hasta el lunes¨; veintiséis años tiene. Laura se interrumpe, toma un vaso de agua. Estaban mis hijas, con sus parejas continúa las vi vitales, relajadas; nos quedamos
charlando hasta las mil y quinientas; arreglaron para ir a San Pedro al día
siguiente; los cuatro juntos ¿Por qué me cuenta todo esto? Ella lo mira. ¿Sabe, Gustavo?, mi sobrino me partió el
alma; ¿quién le devuelve estos dos años que le entregó al trabajo?; no quisiera
esa vida para ninguno de mis hijos. ¿A pesar de que su sobrino es profesional?
Si no la gana, la empata dice Laura meneando la cabeza usted me cansa; Gustavo, me agota.
Gustavo controla su buzón de entrada. Mensaje de
Nacho. Lo abre, alarmado. Saqué 10 en el
trabajo. Gracias por ayudarme. No
borra el mensaje. Conmovido, lo guarda. Me
alegra contesta ¿cenamos afuera para
festejar? Instantes después recibe copado
pa. Tampoco lo borra.
67
Tras un largo rato de hablar sobre la película que vio
el fin de semana, Camilo informa ayer le
pregunté a mi papá por qué había llegado tarde. Como calla Gustavo inquiere
¿qué te contestó? Camilo sonríe de
costado que no se acordaba; empezó a decir boludeces; me dio vergüenza. ¿Vergüenza? Por él contesta el chico, se echa el
cabello hacia atrás y agrega por suerte
mamá nos llamó a comer. Se queda un rato mirando por la ventana y luego
dice no sé por qué mierda no me miente.
¿Cómo es eso? Que es un boludo, hubiera inventado cualquier cosa así no lo
jodía más. Camilo lo mira a los ojos y plantea ¿qué te parece que pasó? ¿Y a vos? repregunta Gustavo. Algo
malo, si no me lo diría. ¿Cómo qué? ¡Qué sé yo! dice en mal tono ¡y qué mierda me importa!, no quiero hablar más. Busca las muletas,
se incorpora, camina hasta la ventana, apoya la frente en el vidrio. Salió el sol informa y luego agrega capaz que hoy voy a estudiar a lo de Leo, tenemos
que hacer un trabajo sobre los griegos. ¿De qué depende? De nada, voy. Gustavo revisa en sus neuronas. Entonces Sofía no va a estar. Camilo
gira bruscamente, tanto que trastabilla. ¿Quién
te dijo? Vos comentaste que la hermana de Leo se llama Sofía. Te dije tantas
cosas, ¿cómo te acordás? Porque me hablaste bastante de ella. ¿Sí? Dijiste que
era muy linda. Las mejillas de Camilo se encienden. Me contaste, también, que las mujeres no dejaban estudiar, ¿qué te hizo
cambiar de opinión? El chico se
encoge de hombros. ¿Para qué me preguntás
lo que ya sabés? dice mientras se apoya nuevamente en la ventana ahí llegó mi papá informa y agrega,
sonriendo, pícaro como vos siempre decís,
la seguimos la próxima. A este pibe lo
quiero, descubre Gustavo.
Ya subi al
micro lee Gustavo. Avisame
cuando llegues a casa, muñequita teclea. Las manos en los bolsillos,
Gustavo se ubica en el sitio que Camilo dejó vacante. La frente sobre el
cristal. Qué estará haciendo Cecilia. Ya más de una semana sin ella. Sin ella dice en voz alta. Sobrevivo,
piensa, mientras los dedos descubren un papelito arrugado. Lo extrae, intenta
alisarlo. El ticket de la tintorería. Le tiene que pedir a Juana que retire el
pantalón. Si no salió la mancha, tendrá que comprarse otro. La grasa de
bicicleta es infernal. A la de Martina se le sale la cadena a cada rato.
Siempre le compraba los pantalones Cecilia. Mismo modelo, distinto color. Ni sabe cuál es su talle.
68
En cuanto se ubica, media hora tarde, María Inés dice no me explico cómo te diste cuenta. ¿De qué?
pregunta Gustavo; ella no articula bien. No
pongas esa cara de yo no fui; me saca que te hagas el tonto cuando tu maldita
agudeza es lo que me destruyó la vida. Él recibe la agresión,
desconcertado. María Inés se echa el cabello hacia atrás con las dos manos. ¿A qué te referís? A la segunda pregunta del
estribo aclara ella. Entonces Gustavo inmediatamente comprende. El bendito
dueño de la A. María Inés toma un
trago de agua y, mientras recorre con un dedo el borde del vaso, cuenta con
parsimonia Gerardo me había avisado que
no vendría a cenar porque tenían que redactar un expediente; yo estaba comiendo
una ensalada en la cocina cuando vi, colgando del llavero de la pared, el
duplicado de la llave del estudio; estuve mirándola como hipnotizada un largo
rato, hasta que me acordé de vos, de tu pregunta; agarré la llave, busqué el
blazer y la cartera y salí sin apagar la luz; tomé un taxi; mientras subía en
el ascensor el corazón me retumbaba; abrí la puerta sin hacer ruido y entré;
avancé descalza sobre la moquet María Inés deja el vaso sobre la mesa, se
incorpora y comienza a caminar frente a Gustavo, de un lado a otro, una y otra
vez. Como una autómata, piensa él y se agarra del brazo del sillón para evitar
decirle que se quede quieta. Ella, por fin, se detiene detrás de él, dice entonces los vi y calla. Gustavo,
incomodísimo, gira hacia ella. María Inés, sentate le ordena. Ella
obedece. Permanece en silencio, extrañamente rígida. ¿Qué viste? pregunta Gustavo luego de un buen rato. ¿Hace
falta que te lo diga? Sí indica él,
rotundo. Trataré de ser gráfica, entonces
anuncia, burlona. Gerardo estaba
apoyado contra la pared, los ojos cerrados, la bragueta abierta, las manos
sobre la cabeza de Alberto, que, arrodillado sobre la alfombra, lo agarraba de la cadera mientras le chupaba la pija con fruición. Luego de unos segundos
sonríe con amargura y añade eso
sí, los dos de riguroso traje y corbata. ¿Qué hiciste vos? pregunta Gustavo
tratando de que no se perciba su conmoción. Me
fui; estaban tan entretenidos que no se dieron cuenta. ¿Y después? Llegué a casa, tomé un Rivotril y me acosté; me desperté a las nueve
y él, obvio, ya se había ido; tomé otro par
y dormí hasta las tres; me duché, me vestí Gustavo la observa: está tan producida como de
costumbre tomé
un café y vine para acá. Entonces lo que me contaste ocurrió anoche. Sí, claro,
¿no te lo dije? Gustavo niega con la
cabeza. ¿Cómo te sentís? pregunta. No siento nada, ¿De cuánto era el Rivotril
que tomaste? No sé. ¿Quién te lo recetó?
Nadie, se lo olvidó una amiga hace unos días; tengo la tirita acá lo saca todavía quedan un montón, por suerte
mira con atención el blíster de dos miligramos son. Dámelo ordena
Gustavo. Ella lo mira, arqueando las
cejas.
¿Por qué? pregunta cerrando el puño. Él extiende su mano, la palma
hacia arriba. María Inés, dámelo insiste,
sereno pero categórico. Ella niega
con la cabeza. Suena el
portero eléctrico y María Inés amaga incorporarse. Él la detiene con un gesto. Es tarde dice ella. No
importa; haré esperar a mi paciente hasta que me la des. María Inés, muy
lentamente, va abriendo el puño.
69
¿Qué le
pasaba a tu paciente? pregunta Raúl
mientras se sienta. ¿A qué viene tu
comentario? inquiere Gustavo, extrañado. Tenía los ojos sin luz. Es una
hermosa frase comenta. ¿Viste?, no soy tan bruto como parezco. ¿A quién le
parecés bruto? Raúl empuja ambas manos hacia abajo al tiempo que cabecea. Tu comentario habla de un gran poder de
observación y de una sensibilidad capaz de detectar tenues cambios en un rostro
afirma Gustavo. Casi parezco una
señorita. ¿Considerás que ser sensible es una virtud femenina? Raúl junta
los dedos y agita la mano derecha. Qué
pretendés, me criaron con el ¨leitmotiv¨ de que los hombres no lloran; ¿sabés
qué?, desarrollé una técnica para conjurar las lágrimas; cuando veo que se
aproximan giro la lengua adentro del paladar; probalo, es infalible. Raúl extiende ambos brazos sobre el respaldo,
abre las rodillas. Utilizaste el presente
para describir tu método comenta Gustavo
¿debo tomarlo como señal de que solés tener ganas de llorar? Raúl permanece
en silencio mientras se muerde los labios.
¿Qué situaciones siguen desafiando
tus lágrimas? Raúl se queda reflexionando. Tantas y tan distintas dice, al cabo de un rato la bronca, la tristeza, la emoción, el dolor,
la belleza; hasta un buen libro puede darme ganas de llorar. Pero no llorás. Me
extraña Gustavo, los hombres no lloran. ¿Tampoco a solas? Raúl no contesta.
¿Le transmitiste la consigna a tus propios
hijos? Te voy a contar una que te va a gustar; hace unos años estábamos en el
country de mis viejos y un auto atropelló a nuestro perrito; hicimos una fosa y
lo enterramos; mis chicos estaban llorando abrazados a su madre cuando apareció
el Rey; ¿qué te parece que les dijo? , ¨a ver si dejan de llorar; yo no tengo
nietos maricones¨; los nenes se separaron de la madre tratando de controlar la
congoja. ¿Y vos qué hiciste? Estaba furioso pero no pude enfrentarlo; los
agarré de las manitos y nos fuimos a caminar por el parque; el más grande, ocho
años tendría, dijo, ¨estoy muy triste, papi, no me aguanto, ¿puedo llorar un
poquito?¨; me arrodillé y lo abracé y qué me dice el mocoso: ¨por favor, no le
cuentes al abuelo¨; sentí que explotaba; subí mujer, pibes y bolsos en el auto
y me fui; Lisa no entendía nada Raúl esconde la cabeza entre las manos no fui capaz de decirle una palabra a mi
viejo, ni siquiera por mis hijos, me da vergüenza contártelo. Gustavo se
encuentra haciendo girar la lengua contra el paladar. Segundos después dice ¿de veras creés que no le dijiste nada?
Qué bueno cuando una generación puede reparar el daño
que produjo la anterior, piensa Gustavo. Maravilloso que de un hijo como Raúl
hubiera surgido un padre como Raúl. Gustavo se pregunta si él es mejor padre
que su propio padre. Con Martina, sí, obvio, se contesta. Pero cuando piensa en
su relación con Nacho se le seca la boca. Se acuerda del zorro de El principito.
70
Hablé con
mi mamá informa Daniela luego de un
rato. ¿Sobre qué? indaga Gustavo. Sobre mi papá; me contó de nuevo toda la
historia de Alcohólicos Anónimos; ellos lo salvaron. ¿Cuál es la relación de tu
padre con Lucas? Daniela lo mira, parece desconcertada. ¿Mi papá?, ya sabe cómo son los hombres con
los chicos. ¿Cómo son? Distantes, diría yo. ¿Tu mamá nunca le pidió que la
ayudara a cuidar a Lucas? Con respecto al nene, mi mamá es como yo, solo confía
en ella. ¿No será que vos sos como tu mamá? ¿Cuál es la diferencia? dice ella
con un gesto despectivo. Me parece que en
tu familia, la distancia de los hombres con los niños está determinada por las
mujeres. Por algo será se justifica ella. ¿Por qué? Ayer mi mamá me confesó el motivo por el que llevó a mi viejo
de las orejas a ALANON bajo amenaza de dejarlo si se resistía. Daniela
calla. Luego de un rato Gustavo pregunta ¿cuál
fue? Un sábado mamá hizo horas extras en el trabajo; cuando volvió, a la noche,
me encontró parada en la cuna, agarrada de los barrotes, roja de tanto llorar, los
pañales y las sábanas empapados; mi papá se había ido; en la heladera estaban
todas las mamaderas que mamá había dejado preparadas. ¿Qué tiempo tenías? Casi un
año. ¿Recordás algo? Por suerte, no. A lo mejor sí, por eso no te animás a
dejar al nene con tu marido. Daniela
se cubre la cara con ambas manos. ¿Cómo te llevás ahora con tu padre? Muy bien
pero… ¿Pero qué? Pero distante contesta ella, sonriendo. ¿Y con
tu mamá? El rostro de Daniela se
transforma, se dulcifica. La amo
dice.
Gustavo atiende su celular. Hay paro
de trenes informa Juana si no salgo ahora, pierdo el último. Páseme con Nacho, por favor pide él. ¿Qué querés? A Gustavo le molesta el tono. ¿Estás ocupado? pregunta con retintín. Justo por pasar de nivel. Gustavo
inspira hondo. ¿Me cuidás a Marti hasta
las nueve que llego? pide. Porsu, quedate tranqui contesta el chico,
ahora cordial la voz después vamos a
cenar ¿no? Porsu contesta sonriendo Gustavo, que ya se había olvidado.
También se olvidó de que había cambiado el horario con Ana María. Sale
corriendo.
71
Antes de empezar con mi vida, quiero contarle que María
Inés descubrió a su marido en el estudio, teniendo sexo oral con el dueño de la
A: tomó una barbaridad de Rivotril; antes de irse la obligué a que me
diera los comprimidos sobrantes. ¿La obligó? Gustavo asiente con la cabeza. Le dije que hasta que no me los
entregara, mi próximo paciente seguiría tocando el timbre; en ese instante ni
me lo planteé, supe que lo tenía que hacer. ¿Y ahora duda? Ante usted dudo reconoce Gustavo. ¿Lo volvería
a hacer? Sí contesta él,
categórico no podía
arriesgarme a que siguiera intoxicándose. ¿Necesita mi aprobación? inquiere ella y luego, la sonrisa
en abanico, agrega somos
personas antes que analistas. Él
también sonríe, aliviado. Luego de un rato informa Cecilia se fue; hace ya ocho días
que se fue. ¿Cómo los sobrellevó? Gustavo
se queda reflexionando. No
estuvo tan mal; los chicos no dejaron de hacer nada de lo que tenían que hacer;
Juana, la empleada, es una joya; mi suegra colaboró bastante y a mi vieja hay
que levantarle un monumento, ella es la única con quien Nacho se abre un poco.
¿Nacho es su hijo? Él la
mira, sorprendido. A Martina, sí, pero a él nunca lo nombró. Qué raro comenta Gustavo y luego añade esta semana, por primera vez, lo
ayudé a hacer un trabajo, le pusieron un diez; hoy cenaremos afuera para
festejar. ¿Para festejar que compartió una actividad con su hijo? Él se siente molesto. Ana María
bebe un vaso de agua y comenta hace
un par de semanas no logró recordar qué lo había alterado de su sesión con
Daniela. ¿Por qué lo trae
ahora a colación? pregunta él. Ella solo encoge levemente los hombros. Sí, recordé lo que me puso mal dice él y siente que súbitamente
se le seca la boca. No quiero hablar de eso, piensa; ella no me puede obligar.
Se sirve un vaso de agua. ¿Me lo quiere contar? pide Ana María con tanta dulzura que
los frenos de él estallan. Colapsan. Me
identifico mucho con el marido, yo tampoco quise que Nacho naciera confiesa con infinita vergüenza y
calla. Está agotado, le cuesta respirar. Retiene un sorbo de agua en la boca,
antes de tragarlo. ¿Cecilia,
como Daniela, lo obligó? No a concebirlo; se pinchó el preservativo. ¿Sí a
tenerlo? Él asiente con la
cabeza. Hacía cuatro meses que
éramos novios; ella diecinueve años, yo veinte; segundo año de la carrera,
alumnos de diez; los dos participábamos activamente en el centro de
estudiantes; no trabajábamos; ¿le parece, Ana María, que estaban dadas las
condiciones para que tuviéramos un hijo? A usted no le parecía concluye ella. ¡No!, fue una
locura, lo sigo pensando, pero no hubo manera de convencer a Cecilia; ni sus
padres, ni yo; una roca; le dije que no me iba a hacer cargo de la criatura,
amenacé con dejarla, no le importaba nada cuenta
Gustavo con rabia. Veo que su mujer siempre fue osada comenta ella con una sonrisa
incisiva. Gustavo, en un
instante, descubre que nada de cuanto él pueda hacer, va a desviar a su mujer
un milímetro de su camino. La perdimos, había intuido Martina. No quiero ni acordarme regresa Gustavo al pasado me jodió la vida, la
carrera, me obligó a depender de mi viejo. Ella no lo obligó lo corrige Ana María. Él la mira,
desconcertado. Usted decidió
libremente acompañarla, ¿Libremente?, ¿la iba a dejar sola embarazada de mí?
Qué frase ambigua comenta ¿embarazada de usted o por
usted? Ana María se reacomoda en su sillón,
cruza las piernas. Me
gustaría que reflexionara al respecto señala Cecilia tomó la decisión de
afrontar el embarazo y usted también tomó una decisión: acompañarla. ¿Sabe
quién fue la única que la apoyó desde el principio? Ana María lo mira mi propia madre; las dos juntas en
mi contra, demasiado para mí. ¿Se arrepiente de haberse quedado junto a ella?
Él se queda pensando, intenta ser sincero. Yo
la amaba. ¿La amaba? pregunta
Ana María con intención. Gustavo se agarra la cabeza entre las manos la amaba y la amo confiesa la puta que la parió, me
encadenó a su vida y ahora me echa de un puntapié como a un perro. Gustavo se sirve agua, trata de
serenarse. Tal vez le
está otorgando un poder desmedido dice
Ana María ella no lo
encadenó, usted decidió unir su vida a la de ella. ¿Y qué?, ¿la iba a dejar? pregunta Gustavo, irritado. Podría haberla asistido
económicamente si se sentía responsable, no precisaba casarse. Usted no me
entiende, ya le dije que la amaba. ¿Preferiría que no existiera Nacho? pregunta Ana María, mirándolo con
intensidad. Tengo treinta y
cinco años y un hijo de catorce, ¿sabe lo que significa eso? También tiene otra
de diez. Sí, pero es absolutamente distinto, a Martina la planeamos. No
contestó mi pregunta original insiste
ella ¿preferiría que Nacho no
existiera? Gustavo
cruza y descruza los dedos durante un buen rato. Cuando se dispone a
hablar Ana María determina piénselo
y lo charlamos la próxima.
Estoy yendo le escribe a Martina. Pone el auto en marcha. Está por
arrancar cuando de nuevo teclea. Llego
en veinte minutos, decile a tu hermana que esté lista, ya sabés como son las
mujeres. Pone primera. Lo
asombra la perspicacia de Ana María. Nacho es mi talón de Aquiles, piensa, y
allí dirigió ella las flechas. Sin piedad. Cuando llega a Loreto les escribe a
Martina y a Nacho vayan
bajando. Pero antes de enviar el mensaje borra el teléfono de la nena.
72
Suben al auto peleando, los dos en el asiento de
atrás. Yo quiero ir a Mac informa la
nena. Y yo quiero comer pizza dice
Nacho, bastante que te dejo venir, papá
me invitó a mí porque me saqué una buena nota y con vos siempre sale. Pero a la tarde se defiende Martina.
Gustavo gira la cabeza y los enfrenta. ¿Los
Inmortales?, ¿Almacén de Pizzas? propone Gustavo. Burgio determina Nacho. ¡Ese
lugar es una mugre!, ¡ni siquiera podemos sentarnos! protesta la nena. Pero la pizza es lo más argumenta el
chico. ¡A Burgio vamos! decide
Gustavo y ante el puchero de la nena agrega
después te llevo a tomar un helado. ¡En Fredo! exige Martina. Hecho promete
él. El auto de atrás le toca bocina. Nacho tararea. ¿Charly García?, piensa
Gustavo mientras pone primera.
Al regresar, el contestador titila. Soy yo, por dónde andaban picarones, ¿de
farra?; les mando un beso enorme, los quiero mucho. El buen humor de
Gustavo se desvanece. Rápido a acostarse
que es muy tarde ordena. Cuando
sale de la ducha, recorre los dormitorios, con Lacán pisándole los talones.
Tapa a Martina, apaga la luz de Nacho. No logró sacarle dos palabras seguidas
durante la cena. Martina siempre se las arregla para monopolizar la
conversación, descubre. Se dirige a la cocina. Mientras se filtra el café va a
la biblioteca. Localiza El Pincipito
rápidamente, Cecilia acomoda los libros por orden alfabético. Cecilia. Gustavo
sacude la cabeza. Lleva libro y taza al dormitorio. Localiza el fragmento del
zorro. ¨¿Qué significa domesticar? volvió
a preguntar el Principito. Es una cosa ya
olvidada dijo el zorro, significa
crear lazos; tú para mí todavía no eres más que un niño igual a otros cien mil
niños, pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro, tú
serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo. ¿Qué debo
hacer? preguntó el Principito. Debes
tener mucha paciencia respondió el zorro al principio te sentarás un poco lejos de mí, así, de esta manera,
sobre la hierba; te miraré de reojo y tú no dirás nada; pero cada día podrás
sentarte un poco más cerca; el lenguaje es fuente de malentendidos.¨ Qué absurdo, se dice, tengo que domesticar a
mi propio hijo. Apaga la luz. Una frase retumba en su cabeza mientras intenta
dormirse: el lenguaje es fuente de
malentendidos.
73
OCTUBRE
Miércoles 3
Gustavo
saca cuatro rebanadas de pan del paquete y las mete en la tostadora nueva; otra
dos, en la vieja. Cuando llegan los chicos y se sientan dice cierren los ojos; una, dos y… aprieta
los botones y las seis saltan a la vez. Martina insiste a mami no le va a gustar, ella las calentaba en el microondas. Como
cada vez que la nombran, el estado de Gustavo se altera. Segundos después, con
la boca llena, la nena decreta la verdad,
papi, a vos te salen más ricas. Sos un capo, pa comenta Nacho, untando la
segunda. Cada día podrás sentarte un poco más cerca.
Marisa propuso que viviéramos
juntos cuenta Santiago. Las mujeres siempre nos complican la vida, juegan al amor libre pero en
cuanto te descuidás, te echaron el lazo comenta Gustavo. Qué ánimos que me das se queja su
amigo. ¿Qué le dijiste? No tuve muchas
opción, me hizo el planteo detrás de un helecho que acababa de mudar de su
depto al mío. ¿La querés? La necesito dictamina Santiago lo que es mucho más grave. Los dos ríen
juntos. Brindemos con café propone
Gustavo ahora podrás entender lo que es
una mina complicándote la existencia; ya te veo, en diez meses, acunando un
pendejo. Tengo ganas de ser padre confiesa Santiago. ¿Y eso? pregunta él, atónito. Me
estoy poniendo viejo. Viejo soy yo le sale del alma a Gustavo. Te recuerdo que tengo seis meses más que
vos. Pero vos lidiarás con lactantes mientras yo me enfrento con adolescentes.
¿Tenés problemas con Nacho? Ese chico
es hermético, no le sacás dos palabras seguidas. ¿Hermético con vos o hermético
en general? pregunta Santiago echándose atrás en la silla. Qué se yo, con mi vieja habla bastante. No
hablar con tu vieja es imposible hasta para un adolescente dictamina
Santiago me acuerdo cuando iba a tu casa
en la época del secundario; si por alguna razón nos quedábamos a solas, palabra
va, palabra viene, tu vieja terminaba sacándome el nombre de la chica que me
gustaba. Mi mamá te adora afirma Gustavo. Y yo a ella, lo sabés. Gustavo se entretiene haciendo girar la
taza de café. San pregunta al cabo de
un rato ¿por qué el otro día me hablaste
del zorro de Saint-Exupéry? No sé contesta su amigo jugueteando con un
sobrecito de azúcar me pareció que te
está costando más de la cuenta relacionarte con mi ahijado. ¿Cómo me conocés
tanto? pregunta Gustavo. Santiago le palmea el hombro mientras dice ¡venticinco años juntos, hermano!
Está
saliendo del curso cuando Natalia, la aprendiz
de terapeuta, lo alcanza. ¿Querés
comer algo? propone, tengo que hacer tiempo y odio almorzar sola. Mientras
buscan un restaurante próximo, ella le habla de una paciente. Se parece a tu María Inés comenta. A
Gustavo le extraña que haya retenido el nombre. Durante toda la comida,
ensalada para ella, ravioles, para él, hablan sobre sus respectivos
consultorios. Todavía me pongo nerviosa
cada vez que suena el timbre confiesa ella lo único que me tranquiliza es que mis pacientes no saben que recién
empiezo, por eso puse el título en un lugar poco visible. Ríen. Estoy atendiendo a una adolescente comenta
ella los padres me presionan para que les
dé una entrevista pero no sé cómo manejarlo; la piba no quiere saber de nada. Él
le habla sobre Camilo. Hora y media sin padre, sin hijos, sin mujer. Un
remanso, define Gustavo.
74
Laura,
luego de un buen rato de describir la reunión con su editora, comenta ayer Paula, mi hija menor, nos contó que
está por poner un jardín de infantes con dos amigas; Luis ofreció prestarle dinero, pero ella no quiere saber de nada; dijo
que ya habían conseguido un inversor que estaba muy interesado en el proyecto y
que prefería mantener la independencia económica con respecto a nosotros; me
estuvo contando la propuesta educativa; el rasgo distintivo del jardín va a ser
el desarrollo del pensamiento lógico en las criaturas; ya diseñaron un montón
de juegos; están pensando en publicar un librito. Laura se detiene, está
agitada de tanto hablar, Gustavo le ofrece agua. Ambos toman. Ajá dice Gustavo, sonriendo de costado. ¿De nuevo se burla de mí? Gustavo
levanta ambas palmas y se encoge de hombros. No podía creer que esa que estaba hablando frente a nosotros, no solo
de pedagogía, sino también de habilitaciones, inspecciones, rentabilidad, punto
de equilibrio fuera mi chiquita. Gustavo la mira fijo durante unos
segundos. ¿Le puedo hacer una pregunta?
inquiere. Venga contesta Laura
entrecerrando los ojos. Por un momento,
por un brevísimo momento, ¿se sintió orgullosa de su hija? Pregunta denegada informa
ella ni se sueñe que le voy a dar el
gusto de decirle que sí. Segundos después Laura vuelve a hablar de su
libro: ya le dieron las primeras pruebas.
Gustavo controla el reloj, solo unos minutos por delante. Laura ¿intentó contactarse con su hijo? El rostro de ella, en un instante, gana diez
años. No me animo informa.
Llegó la cuenta de la luz
informa Juana y luego agrega sí, ahora se lo paso. Hola, hijo, cómo estás. Bien, pa. ¿Cómo te fue en el colegio? Bien.
¿Comiste? Estoy en eso. ¿Precisás algo? No. Llamame cualquier cosa. OK. Gustavo
corta. Imposible comunicarse con ese pibe. Se queda mal cuando corta. El lenguaje es fuente de malentendidos, recuerda.
75
¿Cómo te
fue en lo de Leo? inicia la
sesión Gustavo. Camilo sonríe, travieso ¿vos
me estás preguntando por Sofía? Gustavo
abre los codos, las palmas extendidas yo te pregunté por tu amigo pero si vos querés hablarme de Sofía...
Camilo lo mira, con complicidad. Cuando
Leo se fue a duchar me quedé charlando con ella
un rato relargo. ¿Sobre qué? Del colegio, ella también es delegada de su
curso; quedamos en que iré a su casa el viernes a la tarde para presentar un
proyecto conjunto de primero y segundo año, para que nos pongan profesores de
apoyo en horario extraescolar; después trataremos de enganchar al delegado de
tercero; el papá de ella es abogado, nos
va a dar una mano con la nota; espero que mi papá me puede llevar. ¿Y si no
puede? Le pido a mi mamá o me tomo un
remís; no me dejan viajar en colectivo, yo me animo pero todavía no me dejan.
¿Y antes del accidente? Sí contesta
Camilo alargando la i iba a todos lados
con mis amigos; ¿vos no podés hablar con mis viejos y decirles que me dejen?
¿Te gustaría que yo hablara con tus padres? Arriesga Gustavo. De eso sí. ¿Y de qué no? Camilo lo
mira, muy serio ¿todo lo que yo te cuento
es un secreto entre nosotros, no? Por supuesto lo tranquiliza Gustavo solo aceptaría conversar con tus padres en
tu presencia. ¿Ellos te pidieron? Sí, varias veces. Pero les dijiste que no se
reasegura Camilo. Me negué porque
consideraba que no era el momento propicio, tal vez ahora sí lo sea. ¿Y si yo
no quiero? Por supuesto que no, este es tu espacio. Camilo se queda en silencio un largo rato.
Luego pregunta ¿te parece que le lleve
algo? ¿Cómo? pregunta Gustavo, desconcertado. Si queda bien que le dé a Sofía algún regalo. Cómo le cuesta a
Gustavo contener la sonrisa. Podrías llevarle una golosina, a casi todas
los mujeres les gustan las cosas dulces lo aconseja. Es una buena idea dice pensé
en unas flores pero es demasiado jugado. ¿Y vos tenés ganas de jugarte? Pregunta
Gustavo. ¿¡Ganas!? el chico abre los ojos como platos me muero de ganas hace una mueca con la boca pero también me muero de miedo. ¿Pensás que
le gustás? Sería un milagro Camilo suspira y luego sonríe, triste y ya te dije que no creo en Dios, si no le
pediría la energía regresa a su rostro primero
tengo que conseguir alguien que me lleve. Me parece que si le contás a tu papá
qué importante que es para vos ir, él va a encontrar la manera de alcanzarte.
¿De veras te parece? Gustavo asiente con la cabeza. Capaz le digo. Minutos después, cuando lo despide, Gustavo propone avisame cuando quieras que invite a tus
padres. Dale dice el chico.
Gustavo siente ganas de compartir el silencioso pedido
de Camilo, con Natalia. Está pensando en eso cuando suena el teléfono del
consultorio. Ya llegué, papi informa
Martina vine con Clarita, ¿te acordás que
te avisé? No, no se acordaba en absoluto. Juana está preparando la merienda, nos hizo una chocotorta. Juana
sí que se acordó. Acá Nacho me pide el
teléfono. Gustavo se alarma, ¿habrá pasado algo? Hola, pa, llamó mamá para ver cómo me había ido en el oral de Historia.
Cierto, otro olvido. ¿Cómo te fue? Super contesta el chico me preguntaron justo lo que vos me
explicaste anoche de la revolución francesa. Me alegro mucho. Gustavo se
queda esperando. Nada, eso, que mamá
llamó. Corta, desconcertado. Cecilia, como siempre, puente entre ellos. Gustavo registra dos hechos: él no se
había acordado del examen; Nacho no se había animado a llamarlo para
contárselo. Mamá llamó.
76
María Inés se sienta en el diván, agarra un almohadón
y se abraza a él. Ya está, Gerardo no
tuvo más remedio que admitirlo informa. ¿Querés
contarme cómo reaccionó? propone Gustavo. A medida que le fui describiendo
la escena que presencié, la cara se le descomponía; creo que jamás vi en rostro
alguno, tamaña expresión de dolor; me dijo que era la primera vez que tenía
relación con un hombre, que Alberto era el culpable de tanto que le había
insistido; que se habían tenido que emborrachar para poder hacerlo; que estaba
avergonzado, que me juraba que nunca más iba a suceder; lloraba, me abrazaba,
te juro que me dio lástima lo mira, como provocándolo se ve que del susto se le paro la pija, me hizo el amor como nunca. Gustavo
comprueba, aliviado, que María Inés ha perdido el poder de excitarlo. ¿Será que
dejé de ser hombre?, piensa. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta. No sé contesta ella es como si estuviera anestesiada.
Gustavo entonces se acuerda del blíster. Tengo algo que es tuyo le
recuerda, y ante el gesto de inteligencia de ella pregunta ¿querés que te devuelva el
medicamento? No hace falta informa María Inés de todos modos, si preciso puedo conseguir más. ¿Volviste a tomar
psicofármacos? Alguna noche que no podía dormir. Consultalo con tu médico recomienda
Gustavo. No te preocupes, una amiga me dio un sedante
que es mucho más suave. Igual le indica él con esos medicamentos no se juega. Ella se encoge de hombros. Luego
se incorpora camina hasta la ventana, mira hacia afuera y vuelve a sentarse. ¿Te puedo hacer una pregunta? consulta. Por
supuesto contesta Gustavo. ¿Vos pensás que Gerardo se puede curar de su
homosexualidad? Esta mina es idiota, piensa Gustavo, y luego se alarma de
haber pensado tamaña barbaridad de un paciente.
Yo no hablaría de curar; la
homosexualidad no es una enfermedad. ¿Pensás que es definitivo? insiste
ella. Gustavo se queda reflexionando, no puede
obviar la respuesta. Si bien Gerardo
sostiene que solo se trata de un episodio aislado afirma todo lo que has ido contado sobre su
historia sexual, habla de que su dificultad es de larga data. María Inés
permanece en silencio, mirándolo. Luego señala hoy, para seguir viviendo, necesito creer que solo es un episodio; mi
mamá me crió diciéndome que cuando Dios nos sometía a una prueba, nos daba
también las fueras necesarias para soportarla; no soy tonta Gustavo teme
enrojecer pero en este momento solo puedo
más esto lo mira con intensidad no me
pidas más de lo que puedo. Él sonríe, de pronto muy triste. De
acuerdo dice levantando ambas palmas.
Bien, mamá,
estamos bien contesta Gustavo
no, hoy termino tarde, tengo consultorio;
si querés vamos mañana de pronto recuerda el rostro de Nacho, está grande
el pibe lo consulto con los chicos y te
confirmo. Corta. Mi vieja pertenece a otra categoría de madres
que Cecilia, decide.
77
Quiero ser
hijo de otro padre informa
Raúl, hundiéndose en el diván. Yo también
estoy harto del rey de Textilandia, piensa Gustavo y en cuanto lo piensa se
indigna consigo mismo. Carraspea. ¿También
quisieras ser padre de otros hijos? ¡No!, eso es lo único que me salió bien en
la vida contesta, rotundo pero me
hubiera gustado ser mejor padre; que ellos pudieran estar orgullosos de mí.
¿Por qué pensás que no están orgullosos de vos? Raúl ríe con sorna. ¿Vos dirías que soy un hombre exitoso? pregunta.
¿Solo el éxito es motivo de orgullo? plantea
Gustavo y ante el silencio sostenido, agrega ¿alcanza para ser un buen padre? Raúl desvía la mirada y se atusa
la barba. ¿El éxito de tu padre lo
convirtió en un buen padre para vos? insiste y luego de un rato agrega desarrollarse bajo la sombra de un padre
triunfador no es fácil porque, además, los hombres notables no suelen
caracterizarse por ser padres notables. Raúl lo mira, agresivo. ¿Querés convencerme de que les estoy haciendo un favor a mis hijos
siendo un fracasado? Nadie es un fracasado; hay momentos de la vida donde
determinados proyectos pueden fracasar pero eso no involucra a la totalidad del
ser; comentaste al iniciar la sesión que tus hijos te habían salido bien,
quiere decir que hay áreas con las cuales estás satisfecho. El silencio de
Raúl se hace tenso. ¿En qué lugar de tu vida colocás a tus hijos? Raúl sonríe, burlón. ¿Querés que te conteste con un cliché? Preferiría que me contestaras
con sinceridad. Raúl se queda pensando. Me
parece que les otorgo el segundo puesto. ¿Después de qué? inquiere. Después de Lisa, claro. Me parece que los
triunfadores suelen ubicar lo profesional o lo laboral en primer término. El rostro de Raúl se distiende. Tenés
que aprender a valorarte más allá de tu padre, no se trata de competir con él,
sino de comprender que cada uno eligió un camino distinto; con diferentes
prioridades, con diferentes logros y diferentes déficits. Gustavo sirve dos
vasos de agua. Ambos beben. Vos no sos
solo el hijo de tu padre afirma. Luego de un rato tiene una intuición. ¿Cómo se llama tu papá? pregunta. Raúl,
por supuesto. ¿Y cómo se llama tu hijo mayor? Los ojos de Raúl se humedecen. Sebastián informa.
Controla el mail. Mensaje de Cecilia. Hola, Gus. Llamé varias veces pero nunca te
encuentro. Como todavía el personal no está completo, me tengo que ocupar de todo,
estoy trabajando diez horas por día. Cansada pero feliz. Hago muchas relaciones
públicas y bien sabés que eso me encanta. ¿Cómo te arreglás con los chicos? Los
escucho bien. Nacho me comentó que lo estás ayudando a estudiar, eso es
justamente lo que precisa y no lo digo porque le cueste, es mucho más
inteligente de lo que vos suponés. Martina me lloriqueó un poco pero ya
acordamos en que Nacho le abrirá una cuenta de Skype así podemos vernos todos
los días. ¿Cómo estás vos?, ¿el consultorio?, ¿la fábrica? Un abrazo. Yo. ¿Cómo estoy?, piensa Gustavo, todavía tiene el
tupé de preguntármelo. Mierda en la cabeza, eso tiene. La respiración se le
agita. Va a la cocina y abre una coca cola.
78
Estuve
pensando en lo que me dijo comenta
Daniela. ¿Con respecto a qué? A cuánto
dificulté la relación de Ariel con
Lucas. ¿A qué conclusión llegaste? Recordé los primeros meses del nene; lo veía
tan frágil que me parecía que Ariel era demasiado torpe para sostenerlo, tenía
miedo de que se le cayera. ¿De que lo tirara? aventura él ¡Gustavo, no insista! eleva Daniela el
tono de voz. ¿En qué te parece que estoy
insistiendo? Ella frota con la palma de una mano el dorso de la otra. En que yo tenía miedo de que Ariel le
hiciera algo. ¿Y era así? Daniela se abraza a sí misma. Sí dice
llorando. ¿Por qué lo habías obligado a
ser padre? Ella asiente con la cabeza. ¿Seguís teniendo miedo? No dice entre
hipos estaba loca. Estabas asustada Gustavo
dulcifica la voz tu papá te había hecho
daño pero eso no implica que Ariel vaya a dañar a Lucas, tampoco que tu propio
padre pueda ahora dañarlo; estaba enfermo, Daniela, y hace años que ya no lo
está; quizás los cuatro, padres y abuelos,
puedan sostenerse para ocuparse juntos de Lucas; un chiquito autista requiere
mucha atención, es demasiado para una mujer sola. Aunque los sollozos de
ella no se detienen, a Gustavo, ahora, no le duelen, sabe que es para mejor.
Daniela debe desprenderse de su coraza de autosuficiencia para poder aceptar la
ayuda. La deja llorar sin intervenir.
Cuando la ve calmada pregunta ¿el
nene comenzó el tratamiento? El lunes vino a casa la fonoaudióloga, una chica
joven como yo. ¿Lo dejaste solo con ella? Sí, después de un ratito me hizo
salir; yo estaba segura de que Lucas iba a hacer un berrinche, pero no, se ve
que está acostumbrada a tratar nenes así.
¿Cómo te sentiste? Fue muy raro; me dieron ganas de llorar. ¿Por qué? Daniela oculta el rostro entre las manos. Su voz
apenas se escucha al decir me sentí desplazada, yo llevaba dos años y
medio intentando conectarme con mi hijo y ella, de la nada, fue aceptada; me
dio rabia, dolor y rabia se descubre la cara y lo mira ya sé que es un disparate pero es lo que sentí. Gustavo le sonríe. Es muy valioso que puedas reconocerlo;
¿cuándo empieza con la sicóloga? Mañana. Me gustaría que le preguntaras qué
opina sobre el amamantamiento. No hace falta responde ella y mirándolo fijo
comenta hace dos semanas que lo desteté.
Él se aclara la garganta.
Gustavo baja las cortinas, cierra la llave de gas,
apaga las luces. Ahora ya no le queda ese ratito que tanto apreciaba antes de
ir a su control. A mi analista, se rectifica. Ya arriba del auto intenta
refrescar la última sesión. Una nebulosa. Sabe que reconoció ante ella que se
identificaba con el marido de Daniela porque el embarazo de Nacho también había
sido accidental. Ana María en el momento de despedirse le encargó que pensara
en algo. No logra recordar en qué.
79
Cinco minutos antes de lo convenido se apoya en la
puerta, esperando que llegue la hora. El ruido de pasos acercándose lo
sobresalta. Se aparta. La puerta se abre y sale una mujer mayor. Ana María, en
el vano de la puerta, le sonríe. Sube tras ella pensando que es extraño
suponerle a Ana María otros pacientes. ¿Me gustaría ser el único? evalúa. Segunda semana sin Cecilia: en lo operativo
bien, nos vamos arreglando, pero la casa perdió energía, no sé cómo
explicárselo, todo está demasiado bien. ¿Usted está demasiado bien? reformula
Ana María. Frente a ellos, sí, pero
cuando apago la luz la estantería se me viene abajo. ¿La extraña? Estoy tan
enojado que no me doy cuenta. ¿Los chicos también están enojados? Ellos no
saben por qué se fue. Si no entendí mal, Cecilia se fue por el trabajo; que
esté allí con ¿Ricardo, se llamaba?, es una consecuencia, no una causa. ¿A
usted también le vendió ese buzón? reclama él, muy enojado. Solo repito sus palabras, Gustavo, aunque no
tuviera ninguna relación con él, ella igual se habría ido; ¿o me equivoco?
Gustavo se toca la frente. Lo peor vendrá
cuando regrese admite. Ella cabecea. Satisfecha, piensa él con rabia. ¿Alguna otra vez estuvo tan enojado con
ella? Está por contestar que no cuando recuerda el primer embarazo. Calla,
entonces. No tengo ganas de hablar, piensa. Le sobreviene un cansancio
infinito. ¿Pensó en lo que le sugerí la
última sesión? lo convoca Ana María. Le da vergüenza admitir que no solo no
pensó sino que ni siquiera puede recordar de qué se trataba. Ella parece darse cuenta porque le
repite ¿preferiría que Nacho no
existiera? Gustavo percibe en él ese rencor que no se extingue. Cecilia lo
violentó. Ella me puso entre la espada y
la pared se justifica. No le estoy
preguntando por ella le aclara Ana María sino por su hijo; aunque para usted son dos caras de la misma moneda;
¿no se da cuenta de que lleva catorce años vengándose de ella con su negativa a
amar a su hijo? Gustavo experimenta
un golpe brutal. Como quien cae por habérsele cortado el talón de Aquiles.
Nacho es mi talón de Aquiles, diagnostica. Cierra los ojos un instante, está
ligeramente mareado. No me siento bien dice
mejor me voy. Como prefiera consiente
ella incorporándose.
Gustavo sube al auto. Le duele la cabeza. No quiere
volver a su casa. Y qué si le pide a
Juana que le dé de comer a los chicos antes de irse. O si la llama a su madre
para que vaya. Necesita pensar. Arranca. Ante un semáforo, por Plaza Italia,
busca el celular. Vaya nomás, Juana, estoy
llegando. Pobre mujer, tiene hora y media de viaje.
80
No alcanza Gustavo a llegar al pasillo, con Lacán
pisándole los talones, cuando es interceptado por el abrazo de Martina. Hola, papi, te extrañé, ¿por qué llegaste
tan tarde? Los miércoles tengo pacientes, hijita le explica. ¡Odio a tus pacientes!, ¡los querés más que
a mí! Y que a mí no te cuento agrega Nacho saliendo de su habitación.
Gustavo va al baño. Cuando sale, el chico ya está sentado a la mesa. Estoy muerto de hambre dice. Martina regresa de la cocina con una
bandeja sostenida entre ambas manos. Camina con sumo cuidado. Gustavo recuerda
la anécdota de Raúl pequeño sosteniendo el vaso. ¿Así que te fue bien en la prueba? comenta Gustavo. Nacho asiente,
la boca llena de pan. ¿Qué te
preguntaron? Serví, papi, que se enfría ordena Martina. Mientras Gustavo se
dedica a repartir tarta y ensalada, la nena cuenta con sumo detalle un
incidente entre dos compañeros. Sigue hablando mientras mastica. Gustavo, escuchándola
a medias, mira a su hijo que, sosteniéndose el mentón en el codo apoyado en la
mesa, bufa entre bocado y bocado. Si de mí hubiera dependido, no estaría aquí,
piensa. Lo observa con atención. Se parece a la madre, es lindo el pendejo. De
pronto la mirada del chico se fija en él. Sin embargo, los ojos son los míos,
decide. La forma, el color. Son los míos, repite. Mis ojos transportados a otra
cara. A la cara de su hijo. Papi, no me
escuchás protesta Martina. Nacho revolea los ojos parecidos a los suyos
mientras se muerde el labio de abajo. Gustavo le guiña un ojo. Nacho devuelve
el gesto. Martina sigue hablando. Cuando por fin la nena se detiene, Nacho
comenta me preguntaron sobre las causas.
¿Y qué contestaste? Nombré el surgimiento de la clase burguesa, el descontento
de las clases bajas, la ilustración, la crisis económica y la guerra de
independencia de Estados Unidos; todo lo que me explicaste, ¿viste? Gustavo
lo escucha con tanta sorpresa como si Lacán hubiera empezado a hablar. Es mi
hijo, se repite, yo no quise que naciera pero está. El domingo a las cinco Independiente juega con Rafaela anuncia
Nacho. Pero la nona nos invitó a
merendar. Yo de aquí no me muevo informa el chico andá vos sola con papá, que más querés. Gustavo recuerda a Ana María.
Es mi hijo, se repite. Te llevo temprano
y después vuelvo a mirar el partido con tu hermano. De paso evito el
encuentro con mi suegra, piensa. Los ojos de Nacho son dos platos. ¿De veras, pa? ¨Cada día podrás sentarte un
poco más cerca¨, dijo el zorro.
Ya en la cama, Gustavo piensa. Necesito una mina,
piensa, mientras mete la mano dentro del piyama.
81
10 de
octubre
Gustavo siente una respiración a su lado. ¿Cecilia?,
se pregunta, adormilado. Enciende la luz. Martina. Otra vez se pasó a su cama.
Mira el reloj. Las cinco de la mañana. La fiaca litigando con los preceptos de
la sicología. Ya totalmente despierto, toma a la nena del hombro y la sacude
con delicadeza. Marti, a tu cama indica
con firmeza. Papi, porfi, tuve una
pesadilla. Él se levanta y la incorpora. Vamos, muñequita, ya te dije que este no es tu lugar. La nena,
protestando, obedece. Él la acompaña, la arropa. Cualquier cosa me avisás. Regresa a su cuarto y se acuesta. Media
hora después comprende que ya no dormirá.
Va hasta el baño y luego a la cocina, a prepararse un té. Hoy pedirá
turno con Grieco. Esta nena no está bien, resuelve. Mañana la irá a buscar al
colegio y de allí a merendar. Le parte el alma verla triste. Hace dos días que
Cecilia no se comunica, qué mierda tiene en la cabeza. Ayer la nena estuvo como
una hora intentando en el Skype sin suerte. Se acostó llorando. Va a tener que
contactarse con Cecilia. Hace tres semanas que la esquiva pero hoy le
escribirá. No se le hace eso a una hija.
Sale de la entrega de boletines, perplejo. No conoce a uno solo de los padres de los
compañeros de Nacho. Todos le preguntaron por Cecilia. Todos y todas, se
corrige, sonriendo. No sabe a cuántas reuniones fue en estos catorce años. De
la secundari,a seguro, ninguna. Papá tampoco iba, piensa, intentando
justificarse. Finalmente encuentra un argumento irrebatible: tampoco ha ido a
las de Martina. Camina hacia el curso, aliviado. Se perdió el café con
Santiago, único cable a tierra. Después
lo llamará.
El profesor lo retiene. Cuando sale a la calle,
Natalia ya no está. Tiene una corazonada. Camina por Pueyrredón hasta Córdoba.
Allí la encuentra, en Pertutti, en la
mesa contra la ventana, ¿Se puede? pregunta
mientras se sienta. La sonrisa de ella es elocuente. Despeja la mesa,
haciéndole lugar. Todavía no pedí;
¿querés que compartamos unas costillitas a
la riojana?; estoy antojada pero para mí sola es mucho. Amo que me
elijan la comida comenta él, sonriendo. ¿Sabés
que surgió del mismo Camilo, el pibito que atiendo, la posibilidad de que los
padres vengan al consultorio. Contame, por favor solicita ella,
entusiasmada.
83
¿Se peleó
con su personal trainer? comenta
Gustavo cuando ve entrar a Laura con traje saco y zapatos de taco alto. Al
sonreír, ella agita el cabello. No, vengo
de la editorial; no se imagina lo bien que me trataron. ¿Usted suponía que no
iba a ser así? Laura durante un buen
rato habla sobre su encuentro con el responsable de diseñar la tapa. ¿Le mostró la foto que había seleccionado?
¿Cómo hace para acordarse de todo? pregunta ella, arqueando las cejas. ¿Se la mostró? insiste él. No, me dio vergüenza reconoce ella quién soy yo para darle indicaciones a un
profesional. Otra profesional, que, por algún motivo, había elegido esa foto le
aclara él. Me dejó su dirección de mail,
por ahí se la mando si a usted le parece. No le estoy dando indicaciones,
Laura, solo sugiero que haga conocer sus deseos, deje a los otros la
posibilidad de que le digan sí o no. Puede ser dice ella que luego de una
pausa informa el domingo fue el
cumpleaños de Luis; fuimos todos a almorzar afuera. ¿Su hijo también? Sí, hacía
más de siete meses que no lo veía; hasta último momento pensé que no iba a ir.
Sin embargo fue recalca él. Sí, se
sentó en la otra punta y casi no me dirigió la palabra, pero fue; en un momento
María sugirió que para el día de la madre nos reuniéramos en su casa; mucha
gracia no me causó, siempre nos reunimos en la nuestra; de a poco me van desplazando. Quizá su hija
pensó que en terreno neutral sería más fácil para Federico. Ni se me ocurrió admite
Laura sí, tal vez. ¿Y qué dijo su hijo?
Ni sí, ni no; fue raro verlo, por momentos sentí que ese no era mi hijo;
parecía más grande, se dejó la barba, no le conocía la ropa; me sorprendió
hasta el tono de voz; como si hubiera crecido a mis espaldas. Quizá precisó
tomar distancia para que usted pudiera verlo como es realmente. Sí, mi hijo ya
es un hombre. ¿Cuántos años tiene? Veintiséis contesta Laura y los ojos se
le llenan de lágrimas. María puso un
gimnasio, Paula está planeando un jardín de infantes y su hijo pudo vivir ocho
meses sin su asistencia; ¿tanto le cuesta verlos crecer? Gustavo la mira
con intensidad ¿por qué no disfrutar de
haber generado tres seres humanos independientes? Con las chicas lo estoy
consiguiendo pero verlo a Federico me golpeó. ¿Qué tal si intenta comunicarse
con él de adulto a adulto? propone Gustavo mientras recuerda lo difícil que
le resulta contactarse con su propio hijo.
Le prometo que lo intentaré.
Desde el
domingo que no te comunicás con tus hijos. Martina llora, duerme mal. Nacho ni
quiere hablar del tema. ¿Tan poco te importan? Envía el mail sin releerlo. Está agitado. Sale al
balcón. Un día precioso. Octubre es el mes más lindo del año, piensa. Recién se
da cuenta que Cecilia no va a estar para el día de la madre. Pobres pibes.
83
Camilo llega, se acomoda en el diván y calla. Luego de
un rato Gustavo le pregunta. ¿Hay algo
que me quieras contar? El chico niega con la cabeza. ¿Lograste que te llevaran a reunirte con Sofía? Sí, pero mi mamá se
quedó charlando con la madre; un bajón. ¿Vos le pediste que se fuera? ¿Delante
de todos le iba a pedir?, se tendría que haber dado cuenta sola, es grande,
¿no? ¿Se tendría que haber dado cuenta de que vos sos grande? le aclara
Gustavo. ¡Obvio!, me trata como si
tuviera diez años; Camilito de aquí, Camilito de allá; parece tarada. ¿Con tu mamá también estás enojado? ¡No me
los banco!, ¡no los aguanto más! Camilo
aprieta los puños cerrados. ¿Solo porque
no pueden ver que ya creciste? Camilo lo mira fijo, en absoluto silencio
durante un largo rato y luego saca el celular del bolsillo. ¿Estás esperando una llamada? El chico
niega con la cabeza y lo guarda. ¿Pasó
algo? arriesga Gustavo. La otra noche
los escuché discutir informa y calla. ¿Me
querés contar? Camilo se encoge de hombros pero después de unos segundos
dice oía las voces pero no entendía lo
que decían; en un momento mi mamá empezó a llorar, entonces agarré un vaso y lo
apoyé en la pared; me pareció escuchar que ella decía: ¨en algún momento se lo
vas a tener que decir a los chicos¨. ¿Te pareció? Camilo, sin mirarlo, reconoce no, lo escuché muy bien. Como el chico
permanece en silencio Gustavo inquiere ¿y
después? Se ve que mi hermanito también
oyó algo porque empezó a llorar, mamá lo fue a ver y así se acabó
todo. ¿Y qué se te ocurre que tendría
que contarles tu papá? ¡Ni idea! ¿Pensás preguntárselo? ¡Para qué!, todavía no
conseguí que me diga por qué llegó tarde; a mí no me lo va a decir nunca. ¿Y a
quién pensás que podría decírselo? Camilo calla. Creo que hay muchas cosas que
estás necesitando hablar con tus padres y que no encontrás la manera. El
chico asiente con la cabeza. ¿Llegó el momento?, se pregunta Gustavo. ¿Te
parece que los invitemos a tus papá, a ver si aquí te resulta más fácil
conversar con ellos? Camilo apoya la nuca sobre sus brazos cruzados, mira
por la ventana. Después de unos cuantos minutos dice puede ser.
Gustavo busca el celular. Camilo aceptó invitar a sus padres le escribe a Natalia. Tendrá que consultar con
Ana María cómo manejarlo. ¿Quién está más asustado con la posible entrevista?, ¿Camilo
o yo?, evalúa. Llama a su casa. Hola, pa atiende Nacho sí, todo bien; no, no me tomaron; sí, comí
en casa, recién termino. Gustavo ya
no sabe cómo sostener la conversación y aunque no debe, pregunta ¿sabés algo de tu madre? No dice el
chico mamá está borrada y luego
agrega voy a sacar a pasear a Lacán.
No solo Martina acusó recibo del alejamiento de Cecilia. Qué hija de puta.
84
Anoche tuve un sueño extraño cuenta María Inés en cuanto se ubica. Me gustaría escucharlo comenta
Gustavo. Ella apoya la nuca en el
respaldo del diván y cierra los ojos. Yo
estaba parada y el techo del cuarto era demasiado alto y estaba formado por
millones de estrellas respira hondo y agrega eso fue todo. Gustavo se
endereza en su sillón. ¿Qué hacían las estrellas? Nada contesta
María Inés eran muy luminosas. ¿Las
estrellas te miraban? Sí, no podían hacer otra cosa. ¿Te gustaba que te
miraran? No, por eso cerraba los ojos. ¿Y vos que hacías? Yo caminaba. Trata de
describirme cómo te sentías. Transparente contesta ella luego de un rato los rayos atravesaban mi cuerpo y podían ver
hasta mis huesos. ¿Hay alguna situación de tu vida en que recuerdes haberte
sentido así? No contesta María Inés inmediatamente. Él, temiendo equivocarse, arriesga ¿tampoco cuando eras pequeña? Como si fuera un resorte, ella se endereza y
abre los ojos. ¡Ya te dije que no! Gustavo la observa con atención. María Inés
tiene los ojos desmesuradamente abiertos, le tiemblan las manos. Me
desperté gritando; solo cuando Gerardo me abrazó logré tranquilizarme; me tomó
en brazos y me acunó hasta que volví a dormirme. Quizás él
percibió que en ese momento eras una criatura asustada. Ella levanta las
piernas y se sienta como un indio. Parece una nena piensa, Gustavo. Hay algo
que me llama la atención señala primero
te describiste parada y luego dijiste que caminabas él hace una pausa hasta
que consigue que ella lo mire ¿por qué
empezaste a caminar? Tenía que caminar. ¿Alguien te lo pedía? El rostro de ella se crispa. Tengo demasiados problemas como para seguir
perdiendo tiempo con un sueño idiota. Gustavo
se incorpora y determina mejor dejamos
por hoy.
Gustavo registra el sueño con precisión. Sus
suposiciones se confirman. Subraya el ¿niña mirada? que ya había apuntado.
Debe ser muy cuidadoso o, como le anticipo Ana María con Daniela, lo que
empieza a emerger será reprimido. Regresa la imagen del elefante en la
cristalería. Suena el teléfono. Su madre ofreciendo compartir la cena. Está por
decirle que no, que hoy regresa tarde, cuando recuerda las lágrimas de Martina.
Llámalo a Nacho solicita y combiná con él; si prefieren ir a tu casa,
pediles el remís de siempre; si no, venite a casa; yo después te alcanzo.
85
Raúl se deja caer sobre el diván. Desliza los pies
hacia adelante y queda apoyado en la nuca. Calla. ¿Estás cansado? pregunta Gustavo luego de un rato. Sí, de vivir así. Explicame, por favor. Necesito
cambiar mi vida. Gustavo le ofrece agua pero Raúl se niega. La sesión pasada ya hablamos de tu padre y
de tus hijos le recuerda sin embargo,
hace mucho que no mencionás a Lisa, ¿a
ella también quisieras cambiarla? Raúl se queda reflexionando un buen rato
y luego dice aunque te suene cursi, ella
es el amor de mi vida; tiene sus cosas, por supuesto, pero es una gran
mina. Una gran puta lo azuza
Gustavo. ¡¿Qué decís?! reacciona Raúl. Solo
repito tus palabras, comentaste que Lisa era una puta porque solo cojía cuando
llevabas plata a casa. Raúl se hace sonar los nudillos. El ruido irrita a
Gustavo. Estamos bien informa Raúl,
tajante lo que quiero estabilizar es el
laburo. En otra oportunidad
comentaste que ella quería que siguieras adosado a tu
padre. Lo que pasa es que Lisa está
harta de la inseguridad económica y sabe que si yo agachara la cabeza y
trabajara en la empresa, todos nuestros problemas desaparecerían. Los problemas
económicos sí le aclara Gustavo. No
está bueno ver que tus hijos necesitan cosas que vos no podés darles se
justifica Raúl. Dijiste que querías que
tus hijos estuvieran orgullosos de vos, ¿lo lograrías trabajando en la empresa?
Me mareás, Gustavo. En el cambio de vida que mencionaste al iniciar esta
sesión, ¿estaba contemplada la posibilidad de bajar la cabeza? Anoche Lisa me
pidió que lo intentara, subieron las expensas, el colegio de los chicos; está
agotada de hacer horas extras admite Raúl. Gustavo se plantea cómo
detenerlo. Te pido que durante esta semana no tomes
ninguna resolución y que te dediques a evaluar en profundidad cuáles son tus
posibilidades laborales, independientes de tu padre. Tengo cincuenta años, Gustavo, quién me va a
emplear. ¿Y si pensaras en algún emprendimiento personal?¡Fácil lo hacés vos! lo desestima Raúl. Nunca dije que fuera fácil.
Gustavo está enojado. Tanto trabajo para escindir a
Raúl de su padre y Lisa mandándolo a la boca del lobo. Las mujeres son todas
iguales, decide, nos consideran instrumentos. Vibra el celular. Vamos a lo de la abuela informa Nacho. Los veo allá teclea.
86
Daniela está comentando que fue al cumpleaños de la
sobrina de Ariel. Es muy duro enfrentarme con chicos de la edad
de Lucas; cuando mis amigas me invitan no voy,
este era de la primita, no podía dejar de ir. ¿Cómo estuvo el nene? pregunta
Gustavo. En su mundo pero bien, tienen un
jardín enorme y habían alquilado un centro de juegos inflable y a Lucas le
encanta trepar, tiene mucha destreza, aprendió a caminar a los diez meses; fue
agotador porque no se bajó del juego ni un minuto; en un momento mi cuñada me
pidió que la ayudara a repartir los panchos; no tuve más remedio que decirle
que sí; le pedí a Ariel que lo vigilara; tardé un montón; cuando llegué Ariel
no estaba; empecé a buscar a Luquitas pero no lo encontraba, era un mar de
chicos; no lo podía creer, al nene no se lo puede dejar un minuto solo; no te
explico la desesperación que me agarró; me enojé con vos, yo tenía razón. ¿Por
qué? pregunta él ¿Ariel había
abandonado al nene como tu padre te había abandonado a vos? Daniela sonríe y agita ligeramente la cabeza.
Entonces escuché un silbido: era Ariel
desde el fondo; fui corriendo y lo encontré hamacando a Lucas. Ella se cubre la
cara con las manos. Para colmo dice luego de un rato le tendí los brazos para sacarlo de la
hamaca pero Lucas me rechazó; ¨andá a charlar un rato tranquila¨, me ofreció
Ariel, ¨yo me ocupo del nene¨. ¿Te fuiste? Sí, llorando contesta ella,
mirando el piso. Lo importante es que te
fuiste.
Hoy tuve un buen día, reconoce Gustavo cuando cierra
la puerta tras Daniela. Después recuerda las lágrimas de Martina, el mamá se borró de Nacho. Buen día en
el consultorio, se corrige. Se prepara
un té, lo toma de parado y sale hacia Villa
Freud.
87
Cuando
debuté en este oficio me sentía inseguro en el consultorio y seguro en la vida,
ahora me sucede exactamente lo contrario comenta Gustavo, ya ubicado frente a Ana María.. ¿Qué es lo que más inseguridad le provoca en la vida cotidiana?
Relacionarme con Nacho contesta él sin atisbo de duda y luego de un rato
añade me sirvió lo que me dijo la sesión
pasada Gustavo se reacomoda en el sillón, cruza las piernas siempre había adjudicado mi dificultad para
vincularme con Nacho a la falta de deseo de que naciera; no es disparatado
pensar que mi desamor tuviera dedicatoria. ¿Dedicatoria? ¨Podrás obligarme a
tener un hijo pero no podrás obligarme a que lo quiera¨; Cecilia siempre estuvo
mortificada con el tema, más aún cuando nació Martina y descubrió que con la
nena, desde el primer momento, me vinculé con total fluidez; no me malentienda,
no es que no haya funcionado como padre de Nacho, cumplí con todas las
obligaciones: lo llevé al colegio, al cine, al médico y hasta le leí algún
cuento; pero siempre lo percibí como un ser ajeno a mí; yo me justificaba
esgrimiendo que con Martina era más cariñoso por ser nena; el Edipo y toda la
historia; ¿sabe cuándo verifiqué que no era cierto? Ana María lo mira
arqueando las cejas cuando comencé a
atender a Camilo; con ese pibe desde el primer instante me surgió el impulso de
abrazarlo. Ana María hace una larga pausa y luego acota seguramente siempre estuvo pendiente de lo
que usted sentía por su hijo y quizá no pudo evaluar en su justa medida cuál
era la necesidad del chico hacia usted; si, como lo ha comentado en numerosas
oportunidades, su relación con Martina es tan estrecha, es obvio que Nacho debe
haber notado la diferencia; ¿nunca le hizo un planteo al respecto? Gustavo niega con la cabeza y dice los chicos suelen aceptar la realidad que
les toca y no se rebelan contra ella. El gesto de Ana María se torna
severo. Parece que estuviera hablando de
cualquier niño, yo me refiero a su hijo dice. Gustavo se queda mirándola, no
entiende qué pretende ella de él. Desde
el inicio del tratamiento, usted demostró una especial empatía con Camilo;
¿quiere intentar, por un segundo, ponerse en el lugar de su hijo? Como a
una pared a la que remueven un ladrillo de la base, la estructura de lo que Gustvo
es, rechina. Quién pudiera tener de nuevo
catorce años dice intentando detener el derrumbe. ¿Tan convencido está de que Nacho está pasándola de maravillas? Gustavo
casi puede escuchar el estruendo. Lleva las manos, sin darse cuenta, hacia los
oídos. Seguramente está atrapado entre los escombros porque
experimenta un profundo dolor en el pecho. Cierra los ojos. Las palabras de Ana
María le llegan desde lejos: ¿se siente
bien? ¨El lenguaje es fuente de malentendidos¨, recuerda él. Gustavo lo convoca ella. Él logra
mirarla. Ella le ofrece agua. Gustavo bebe. No
tengo derecho por fin consigue decir es
una criatura. Entonces la caja de sus costillas se sacude. Esconde la
cabeza entre las manos y, por primera vez en catorce años, llora el llanto de
su hijo.
Está como si lo hubieran apaleado. Con qué fuerzas
enfrentar la cena familiar. De pronto recuerda el cambio de decorado y suspira,
aliviado. Yo también necesito a mi mamá, piensa. Arranca y tres cuadras
después, estaciona en doble fila. Pone las luces de emergencia. Ya sabe dónde
comprar los bombones.
88
En cuanto su madre lo ve, pregunta ¿te pasó algo? Estoy cansado contesta
él. ¿Seguro? insiste. Ya en el
ascensor, Gustavo se plantea si no se equivocó al promover el encuentro.
Martina lo está esperando en el palier. Ante su carita radiante, Gustavo decide que sí, fue una buena idea. ¡Papi!, ¡la abuela me hizo tortilla!
dice la nena, abrazada a su cintura.
Abuela y nieta regresan a la cocina. Gustavo entra al living. No quiero
verlo a Nacho, diagnostica, y está en lo cierto porque cuando descubre al chico
frente a la pantalla de su netbook,
los ojos se le llenan de lágrimas. Simula un bostezo y revuelve el cabello
rubio. Hola, hijo. Nacho levanta la
mirada. No te había oído dice
minimizando al instante el Skype. ¿Pudiste comunicarte con mamá? pregunta
él. El chico agita la cabeza. Ya te
dije, está borrada. Gustavo se sienta en el sillón, a su lado. Nacho cierra
la computadora. ¿La extrañás? pregunta Gustavo. Para
nada, lo que pasa es que me da rabia. ¿Qué es lo que te enoja? Eso, que se haya
olvidado de nosotros. Nacho el pibe lo mira tu mamá no se olvidó de vos, lo que pasa es que está trabajando mucho.
Sí, justo masculla. ¿Por qué decís eso? pregunta Gustavo
mientras siente que se le acelera el corazón. Nacho le clava los ojos durante
unos instantes y luego se levanta.
Ya en la mesa, aturdido por el parloteo de nieta y
abuela, Gustavo observa a su hijo. Revuelve la tortilla con el tenedor, pero no
come. Está por preguntarle si no tiene hambre cuando lo detiene el temor de
enfrentar de nuevo su mirada de hielo. Recuerda de pronto a Camilo. ¿Nacho
habrá oído algo? ¡Gustavo, te estoy
hablando! lo reprende su madre. Perdón, mamá, no te escuché. Dice Martina si
se puede quedar a dormir. Pero mañana tiene colegio les recuera. ¡Falto! dice la nena con entusiasmo. Gustavo se queda
desconcertado. ¿Qué instrucciones dejó Cecilia al respecto? ¡Papi,
porfi! suplica la nena, las manitos juntas. Hecho concede él imaginando
que Nacho se plegará al pedido. No obstante, el chico permanece en silencio.
Sin consultar, Nacho se sienta adelante y enciende la
radio. Toca los botones pero, luego de infinitas frases de infinitas canciones,
apaga. Acciona, ahora, el reproductor de CD. No debemos de pensar que ahora es diferente. Él está por pedirle
que la apague cuando el chico, sonriendo, comenta ah, la que te grabé yo. Una tristeza infinita envuelve a Gustavo
mientras escucha mil momentos como este
quedan en mi mente; no se piensa en el verano cuando cae la nieve;
deja que pase un momento y volveremos a querernos. Un nudo en la garganta. A mí también me gusta Vicentico informa Nacho y sube el volumen. Gustavo necesitaría poder abrazarlo.
deja que pase un momento y volveremos a querernos. Un nudo en la garganta. A mí también me gusta Vicentico informa Nacho y sube el volumen. Gustavo necesitaría poder abrazarlo.
89
Miércoles
17
Gustavo acciona la tostadora nueva. Cuatro rebanadas
de pan. Un solo Nesquik. Frío. Nacho
se sienta, los ojos hinchados de sueño. ¿Descansaste
bien? le pregunta él. Recién me dormí
a las cuatro informa el chico. Me
hubieras avisado, estaba desvelado. Nacho, ahora lo mira con atención. ¿Tenés insomnio? pregunta. A veces confiesa él. Marti también, yo la escucho. ¿Qué escuchás?
Cuando da vueltas en la cama dice
mientras mastica y luego comenta qué
loco, a los tres nos cuesta dormir y
nunca decimos nada. El chico toma un trago de leche y luego indaga ¿mamá va a volver? ¡Claro!, ¿por qué
preguntás eso? Nacho se encoge de hombros y parándose dice vamos,
que es tarde.
Me parece
que Nacho se dio cuenta de algo comenta Gustavo. Santiago baja la taza y lo mira con interés. Está
muy enojado con la madre. Tal vez porque
ella se está comunicando poco comenta Sntiago ¿le preguntaste? Sí, pero sabés como es tu ahijado: una momia. Pensé
que estaba un poco mejor con vos. Mejor está, tengo que reconocer admite
Gustavo. Quizá seas vos el que está precisando más
contacto con él sugiere su amigo. Gustavo lo mira con extrañeza. No sé
para qué voy a lo de Ana María si vos siempre me cantás la justa. Todavía no te
pasé los honorarios bromea Santiago. Ambos
ríen.
Gustavo y Natalia, en la secretaría, retiran la
certificación del curso. Caminan luego
por Pueyrredón hasta Pertutti.
Mientras comparten una pizza se ponen al día con las novedades de sus
respectivos consultorios. Se produce, luego, un silencio incómodo. Ya no
nos veremos declara ella. ¿Por qué? la rebate él me quedaría sin saber cómo van evolucionando
tus pacientes. Ella sonríe. No nos
conocemos agrega ella. Soy de capricornio informa él. Ríen. Solo
sabrás cuál es mi signo cuando me invites a cenar. Hecho dice él mientras
piensa cómo se arreglará con los chicos.
90
Finalmente
el domingo nos reunimos en lo de María anuncia Laura y señalando sus
zapatillas agrega la primogénita avanza
sobre mí. Gustavo recuerda,
entonces, el próximo día de la madre. Yo tengo más suerte que mis hijos, evalúa. ¿No
le gusta más considerar que avanzan
juntas? propone. Ella sonríe y comenta ¿usted
siempre tiene algo para decir? Él se
encoge de hombros, divertido. Federico ya confirmó que va informa Laura. ¿Eso la pone contenta? Me da miedo admite. Extraña apreciación. Mientras no lo veo
puedo imaginarme que todo sigue igual, pero frente a él, siento que lo perdí. Gustavo
va a hacer un comentario cuando ella añade
usted ya debe estar harto de
escucharme hablar siempre de lo mismo, ¿no? Él se toma unos segundos antes
de preguntar si no estuviera hablando de
sus hijos, ¿de qué hablaría? Laura parece desconcertada. Abre la cartera, busca algo que no encuentra y la
cierra. Le conté que falleció mi hermano,
¿no? dice al fin. Nunca me lo comentó
responde Gustavo, extrañado. ¿Cuándo?
pregunta. En enero, el 10 de enero. Gustavo hace cuentas: Laura fue su
primera paciente. Un mes antes de que
iniciáramos estos encuentros deduce él. Sí, qué raro afirma ella creí que se lo había dicho; mi cuñada llamó
por teléfono y de repente ya no tenía hermano;
infarto masivo; fue un gran golpe, era mi único hermano, catorce años
menor; yo lo crié. Usted acaba de decir
que perdió a Federico, pero en realidad perdió a ese hijo que su hermano fue
para usted acota Gustavo. ¿¡Cómo!? el
rostro de Laura se tensa. Comentó que
hacía siete meses que no veía a Federico; si no me equivoco las fechas son
coincidentes. Sí dice Laura no lo había pensado; las semanas que
siguieron a la muerte de mi hermano son como una nebulosa. Tan borrosas que no
encontró la manera de trabajar su duelo acá. Es que hago muchos esfuerzos para
olvidarlo. ¿Para olvidar a su hermano? No, para olvidarme de que murió; a veces
decreto que está de viaje, él viajaba mucho por su trabajo; me da vergüenza
decirlo pero evito hablar con mi cuñada, escucharla me estrella en la realidad
la voz de Laura se quiebra me alegra que mi madre no esté viva; no lo
hubiera podido tolerar las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. Usted no lo puede tolerar la corrige
Gustavo. El pecho de Laura se sacude en sollozos. Él
la observa llorar, en silencio. Poco a poco ella se va tranquilizando. Desde el entierro que no lloro por él dice.
Cuando la está despidiendo Gustavo acota que
disfrute del domingo ella lo mira porque
a Federico sí que no lo perdió.
Mientras toma un té, parado en el balcón, Gustavo
reflexiona. Laura se presentó a terapia escudándose en los conflictos con la
publicación de su libro. Meses después se destapó el alejamiento del hijo.
Hablando de eso surgió su desilusión con la maternidad. El fallecimiento de su
hermano, ahora. ¿Así hasta cuándo? De Plutón a Mercurio, recuerda. Y luego, el
Sol. Sonríe solo. Nunca olvidó la regla nemotécnica. Mevetima jusauneplu. Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno,
Urano, Neptuno, Plutón. Ya se la enseñó
a Martina. ¿Y a Nacho? Ve bajar a Camilo de un auto. Está por entrar, cuando
descubre que no solo el pibe desciende. No me avisó, no me preparé, piensa,
mientras las palmas de las manos se le humedecen. Se apresura a buscar la ficha
de Camilo.
91
No la recordaba tan bonita. El cabello largo, lacio y
rubio. La nariz respingada. Los pómulos nórdicos. La cara del hijo, resuelve
Gustavo. Besa la mejilla de Valeria y
estrecha la mano de. Francisco. Adelante los
invita mientras les indica con el brazo extendido el camino. Camilo, las mejillas ligeramente sonrojadas,
le hace señas desde el palier. ¿Viste que
te los traje? susurra. Gustavo se turba. No previó ni dónde sentarlos. Busca una silla en el escritorio. Cuando
entra al consultorio, encuentra a los tres parados junto a la ventana. Ubíquense,
por favor indica señalando el
diván. Allí se acomodan Valeria y Camilo.
Gustavo coloca la silla a la izquierda de su sillón. Francisco se
sienta. Gustavo trata, nervioso, de diseñar una estrategia en mínimos segundos.
Les sonríe, mientras tanto. Camilo dijo
que querías vernos se decide a hablar Valeria. Gustavo busca los ojos del
chico que hurta la mirada. Hace un par de
sesiones que veníamos considerando la posibilidad de convocarlos. ¿Por algo en
particular? pregunta Francisco. Camilo,
¿querés contarles vos? sugiere Gustavo. El chico niega con la cabeza. Me
dejo solo, rumia Gustavo. Me parece que les está costando comunicarse.
¿Por qué dice eso? interviene Francisco. Hay cosas que Camilo quiere decirles y no puede y otras que quiere que
ustedes le cuenten. ¿Qué querés decirnos? pregunta la madre
girando hacia él. Camilo calla. ¿Te ayudo? propone Gustavo.
El chico se encoge de hombros. Camilo
necesita más independencia transmite Gustavo siente que lo tratan como a un nene y que hay muchas cosas que no
puede hacer. Me duele que diga eso Valeria se estruja las manos cuando, tanto mi marido como yo, postergamos
nuestras propias actividades para que él pueda ir a donde se le ocurra ir. No
es eso lo que está diciendo Gustavo la interrumpe su marido. A ver, Camilo. ¿qué es lo que no te
dejamos hacer? vuelve ella a la carga. ¡Viajar
solo! ¡Pero sí te llevamos a todos lados! dice ella elevando la voz la semana pasada quisiste ir a lo de Leo a
las cinco de la tarde y salí antes del trabajo para poder acompañarte. Sí, ¡y
te quedaste esperando como si yo fuera un idiota!; ¡me hiciste pasar un
papelón! ¡No le hables así a tu madre! lo reconviene Francisco. Gustavo
está asustado. La situación se le escapa de las manos. Debería haberlo
consultado con Ana María. Me parece que
lo que está sucediendo confirma las dificultades a las que me referí al iniciar
la sesión; Camilo está diciendo que necesita que se den cuenta de que creció;
Valeria lo recibe como una ingratitud y Francisco solo intenta conservar la
armonía; ¿por qué no tratan de escucharse? Se hace el silencio. Gustavo
ofrece agua, todos beben. Camilo lo convoca Gustavo ¿qué querés decirles a tus papás? El chico deja el vaso sobre la mesa. Necesito que me dejen mover solo. ¿Te
molesta que te llevemos nosotros? pregunta Francisco. Camilo baja la mirada pero luego lo enfrenta.
Sí dice, rotundo me da vergüenza. ¿Te
avergonzás de tus padres? la voz de Valeria es un hilo. Los ojos del chico
se llenan de lágrimas. No lo hagas sentir
peor la recrimina Francisco. Gustavo
se acuerda de Natalia: ya le contará que no es fácil. Camilo
no se avergüenza de ustedes; le da vergüenza quedar como un nene frente a sus
amigos Gustavo hace una pausa intencionalmente larga y sus amigas. Francisco sonríe. Ya entendió, decide él. Hijo, ¿cómo
te podemos ayudar? pregunta el padre. Camilo se endereza en el asiento. Ya te dije, quiero viajar solo. ¿Ir en remís
en lugar de que te llevemos? En remís pero también en colectivo. ¡¿En colectivo?!
pregunta la madre, los hermosos ojos muy abiertos ¿con las muletas? Gustavo observa a Camilo, los hombros caídos, la
vista en el piso. Quizá sea complicado
viajar solo, pero si algún compañero lo ayuda, seguramente se podrá arreglar propone mientras observa el rostro de
Francisco. El hombre, traga saliva los ojos húmedos. Gustavo, por primera vez,
se imagina a Nacho discapacitado. Se acuerda de Raúl, y hace girar la lengua
contra el paladar. Estoy de acuerdo, hijo
enuncia el padre mañana mismo comenzaremos
a practicar. Las silenciosas lágrimas de Valeria se van transformando en sollozos. Camilo la
abraza.
¿Nos vemos
el miércoles próximo? pregunta
Francisco en el palier. ¿Qué te parece? consulta
Gustavo a Camilo, que ya está abriendo el ascensor. Dale dice el pibe. Valeria, que había entrado a buscar el abrigo,
sale. Gracias, de veras, muchas gracias
dice mientras él la ayuda a ponérselo. Entra y se deja caer sobre el diván.
Instantes después se incorpora y va hasta el teléfono. Hola, mamá, ¿todo bien?; ¿te puedo pedir un favor?, ¿esta noche podrías
cenar con los chicos?; muchas gracias, después te confirmo. Busca ahora el
celular. ¿Estás dispuesta a develarme tu
signo? teclea, sonriente.
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A Gustavo lo sorprende el atuendo de María Inés. Jean,
camisa rosa a cuadritos, zapatillas. La cara sin maquillar. Una chiquilina, muy lejos de sus treinta años. Se mordisquea
las uñas. ¿Cómo anduvo tu semana? le
pregunta al ver que ella calla. Sin
mayores novedades; el viernes fui a visitar a mi abuela, hacía mucho que no la
veía; vive sola, bah, con una señora que la cuida; fuimos porque era el
cumpleaños. ¿Con quién fuiste? Con mi mamá, ella va casi todos los días. Y vos
no enuncia Gustavo. ¿Me estás retando? Estoy repitiendo lo que me
contaste le aclara él.. Mamá siempre
se enoja conmigo porque no voy informa María Inés. ¿Y por qué no vas? Estoy muy ocupada, y me queda a trasmano. Aja comenta
Gustavo así te justificás ante tu madre.
¿A qué viene tu interés? Sí, como comentaste al despedirte la última sesión,
tenés tantos problemas, me imagino que no estarás desperdiciando tu tiempo aquí
dedicándolo a idioteces. La mirada
de María Inés se endurece. Me cuesta ir a
verla admite ante el silencio de
Gustavo agrega es que yo mucho no la
quiero. ¿No tuvo relación con vos? ¡Sí!, cuando mamá iba al estudio me dejaba
en casa de mis abuelos. ¿A vos sola? Sí, mi hermano es bastante más grande, ya
iba a la escuela. ¿Tu abuelo vive? No, hace mil años que murió, yo era chica. Gustavo tiene una intuición. ¿A él
tampoco lo querías? ¡Menos todavía! dice mientras vuelve a
comerse las uñas. Me imagino, entonces, que a vos no te gustaba que
tu mamá te dejara con ellos trata Gustavo de ordenar las pistas. No,
hacía berrinches pero ella me dejaba igual. ¿Cuántos años tenías? Desde bebita
hasta que empecé el jardín de infantes, a los cuatro. Empezaste grande. Sí, no
había vacante en la escuela a la que me querían mandar. ¿Por qué no te gustaba
quedarte? María Inés recoge las piernas sobre el diván, en silencio. Era
muy chiquita, casi no me acuerdo. Quiere decir que de algo te acordás. Yo
quería que mi abuela me llevara cuando iba a hacer las compras, pero ella no
quería, decía que volvía muy cargada cuenta María Inés. ¿Con quién te quedabas? Con mi abuelo informa. ¿Y qué
hacian? ¡Nada! ¿Por eso no te querías quedar con tu abuelo? aventura
Gustavo ¿porque te aburrías? Ella no
contesta. Cerrá los ojos le indica
Gustavo. Ella obedece. Sos chiquita y estás con tu abuelo. María
Inés se abraza con ambas manos. ¿Qué estás haciendo? ¡Nada! repite ella, de mal modo. Gustavo le sirve un
vaso de agua. Le respeta el larguísimo silencio. Gerardo se fue a Mendoza hace dos días informa luego. ¿Con
Alberto? pregunta él. No, mi papá le
pidió que lo acompañara, tiene un caso muy complicado allá explica. Lo
extraño mucho murmura.
Gustavo apunta la sesión. No quiere olvidar ni una
palabra. Insistir con el abuelo,
escribe. Vibra su celular. Me desocupo a
las siete, llamame y combinamos, lee.
Levanta el teléfono. Hola, hijo atiende
su madre. Mañana sin falta le comprará el regalo. Lo consultará con Martina.
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Hace un
rato me llamó mi hermano comenta
Raúl para invitarnos a comer un asado el
sábado en su country. ¿Qué le dijiste? Que lo iba a consultar con Lisa, pero ni
le pregunté, le voy a decir que no podemos, excusas siempre hay, y además el
domingo es el día de la madre, andá a enganchar a los pibes dos días seguidos se
excusa Raúl. ¿Festeja algo? No, comentó
que hacía mucho que no nos veíamos, que era una lástima que los primos
estuvieran tan distanciados; se ve que se golpeó la cabeza. ¿Por qué no querés
ir? Raúl se atusa la barba. No tengo
nada en común con mi hermano dice.
¿Ni siquiera el padre? Raúl lo mira,
levantando las cejas. ¿Nunca le preguntaste si no le pesa trabajar
con él? inquiere Gustavo. Jamás
hablamos sobre nuestro viejo. Gustavo permanece en silencio. ¿No me
vas decir que tal vez llegó el momento? Gustavo
sonríe. Parece que no hace falta dice.
Raúl se echa el pelo hacia atrás, se restriega la cara y comenta me quedé rumiando en lo que charlamos el
otro día; me di cuenta de que volver
a engancharme en las empresas de mi viejo es tirar por la borda todo lo que
venimos trabajando acá; por suerte un amigo me pidió un proyecto para
refaccionarle la casa y, además, estuve pensando en lo del emprendimiento;
¿sabés lo que es Autocad? lo mira a Gustavo que niega con la cabeza un programa de dibujo que se utiliza en
arquitectura; lo manejo con los ojos cerrados, tengo mucha experiencia; se me ocurrió dar
clases, ¿te parece un disparate? Gustavo sonríe. Parece una buena idea aprueba, satisfecho. Consigo mismo,
satisfecho.
Apoyado en la puerta, duda de la decisión tomada. ¿Tengo una cita?, se pregunta, ¿cuántos miles
de años desde la última? Cecilia me robó la vida, decide, no tuve una sola cita
de hombre adulto. A los veinte, la última.
Tendría que llamarlo a Santiago, piensa, pero cuando mira la hora
descubre que ya no tiene tiempo. Ahora Daniela, luego, a las corridas, Ana
María. Después Natalia, se dice en
voz alta porque precisa escucharse. Ni siquiera sabe si le gusta. Vibra el celular. Papi no me llamaste lee. Me olvidé de los chicos, comprueba. Va a cenar la abuela, llego tarde. Besos,
muñequita teclea sintiéndose agudamente culpable. Abre el mensaje, cambia
la última frase y lo reenvía. Chau, hijo.
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Empecé a trabajar desde casa informa Daniela. ¿Cómo te resulta? No fue fácil comenta ella mientras saca una pastilla del paquete creí que iba a poder hacerme cargo del nene mientras trabajaba pero tenía que interrumpir a cada rato; ahora está viniendo mamá; prepara la comida, le cambia los pañales, atiende a la fonoaudióloga; cuando el nene se pone difícil me avisa y en un ratito lo soluciono; no sé qué haría sin ella. ¿Te envían todos los profesionales a tu casa? pregunta Gustavo, sorprendido. Solo la fonoaudióloga, la sicóloga, no. ¿Lo llevás vos? Daniela se ruboriza ligeramente, baja la vista. No puedo porque es el día que voy a la oficina; lo lleva Ariel; la mujer nos pidió que evitáramos los cambios. ¿Lucas ofrece resistencia a ir con el papá? Para nada, me contó mi mamá que en cuanto aparece Ariel a buscarlo, se arrima y le tiende la manito; los lleva mi papá en el auto y después los pasa a buscar, y los acerca a casa. Gustavo la observa, en silencio, sonriente. ¿Por qué me mira así? pregunta ella, arreglándose el cabello. ¿Seguís pensando que estás sola para ocuparte de tu hijo?
Ni bien despide a Daniela, Gustavo busca el celular. Creí que te habías arrepentido contesta Natalia. Recién termino de atender y ya salgo para mi terapia; me desocupo a las ocho y media, por Villa Freud; acepto sugerencias.
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Hoy Nacho me preguntó si su mamá iba a volver inicia la sesión Gustavo es que Cecilia está borradísima, ¿hasta de sus hijos se olvidó?; me parece que el chico algo registró, quizás nos escuchó discutir. Y sí comenta Ana María los hijos perciben todo; además, le debe llamar la atención que ustedes no se mantengan en contacto. No soy yo quien tiene que darle explicaciones se justifica Gustavo. Quizá pueda darle crédito a su percepción de que algo está pasando entre sus padres sin precisar los motivos; es probable que lo irrite que usted desestime de plano sus dudas. Puede ser admite Gustavo si la indiferencia de la madre se instala, algo tendré que decirles; Martina ya está haciendo síntomas; duerme mal, cada dos por tres aterriza en mi cama. ¿Duerme con usted? pregunta muy seria, Ana María. No, todavía me queda alguna neurona; no se lo permito, aunque tengo que reconocer que yo también me siento muy solo en mi cama; me siento muy solo en la vida, en realidad. Ella sonríe con dulzura. Hoy, de improviso, se me aparecieron los padres de Camilo, él los invitó; me conmovió verlos unidos en el dolor por su hijo. ¿Nunca se sintió ligado a Cecilia a través de Nacho? No, ahora me doy cuenta reconoce Gustavo debe haber sido duro para ella. ¿Tanto que necesitó vengarse yéndose con otro hombre? aventura ella. No estoy diciendo eso; solo que a lo mejor no fui tan buen marido como yo suponía; ni hablar del padre que fui para Nacho; recién lo estoy descubriendo; es un gran pibe. Quiere decir que Cecilia hizo un buen trabajo. Sí, siempre fue excelente madre, no sé qué le está pasando. ¿Intentó hablar con ella? No la quiero escuchar. ¿Ni por sus hijos? Él sumerge la vista en la alfombra. ¿Cuándo vuelve Cecilia? pregunta Ana María. Supuestamente en un mes. ¿Usted, como su hijo, duda de que regrese? Solo quiero que vuelva por ellos. Claro, porque a usted le conviene que Cecilia permanezca indefinidamente en Chile. ¿Qué quiere sugerir? pregunta él, irritado. Que mientras ella esté lejos, usted puede hacer de cuenta que solo se fue por el trabajo; no necesita dar explicaciones ni a sus padres ni a sus hijos; hasta puede engañarse a sí mismo; es el marido abnegado que para que su mujer pueda desarrollarse profesionalmente, se hace cargo de sus hijos. Gustavo experimenta una repentina vergüenza. Teme enrojecer. Se sirve un vaso de agua. Carraspea. Cuando salga de aquí cenaré con una mujer dice buscando recuperar su autoestima. Ana María hace un gesto de sorpresa. Él se siente fortalecido. Es una compañera del curso continúa contando Natalia se llama, creo que es mayor que yo. ¿Soltera? No lo sé; solo hablamos de nuestros pacientes, ella también es principiante; cuando me quise acordar estaba inmerso en esta cena. ¿Se arrepiente? Tengo que confesarle que me asusta; quizás ella lo tomó como una cita y yo ni sé si tengo ganas ni sé cómo debo actuar; Cecilia tenía razón, estoy oxidado. ¿Quién promovió el encuentro? Gustavo se queda reflexionando. Ella, en realidad admite. Despreocúpese, ella, entonces, sabrá conducirlo.
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Hoy Nacho me preguntó si su mamá iba a volver inicia la sesión Gustavo es que Cecilia está borradísima, ¿hasta de sus hijos se olvidó?; me parece que el chico algo registró, quizás nos escuchó discutir. Y sí comenta Ana María los hijos perciben todo; además, le debe llamar la atención que ustedes no se mantengan en contacto. No soy yo quien tiene que darle explicaciones se justifica Gustavo. Quizá pueda darle crédito a su percepción de que algo está pasando entre sus padres sin precisar los motivos; es probable que lo irrite que usted desestime de plano sus dudas. Puede ser admite Gustavo si la indiferencia de la madre se instala, algo tendré que decirles; Martina ya está haciendo síntomas; duerme mal, cada dos por tres aterriza en mi cama. ¿Duerme con usted? pregunta muy seria, Ana María. No, todavía me queda alguna neurona; no se lo permito, aunque tengo que reconocer que yo también me siento muy solo en mi cama; me siento muy solo en la vida, en realidad. Ella sonríe con dulzura. Hoy, de improviso, se me aparecieron los padres de Camilo, él los invitó; me conmovió verlos unidos en el dolor por su hijo. ¿Nunca se sintió ligado a Cecilia a través de Nacho? No, ahora me doy cuenta reconoce Gustavo debe haber sido duro para ella. ¿Tanto que necesitó vengarse yéndose con otro hombre? aventura ella. No estoy diciendo eso; solo que a lo mejor no fui tan buen marido como yo suponía; ni hablar del padre que fui para Nacho; recién lo estoy descubriendo; es un gran pibe. Quiere decir que Cecilia hizo un buen trabajo. Sí, siempre fue excelente madre, no sé qué le está pasando. ¿Intentó hablar con ella? No la quiero escuchar. ¿Ni por sus hijos? Él sumerge la vista en la alfombra. ¿Cuándo vuelve Cecilia? pregunta Ana María. Supuestamente en un mes. ¿Usted, como su hijo, duda de que regrese? Solo quiero que vuelva por ellos. Claro, porque a usted le conviene que Cecilia permanezca indefinidamente en Chile. ¿Qué quiere sugerir? pregunta él, irritado. Que mientras ella esté lejos, usted puede hacer de cuenta que solo se fue por el trabajo; no necesita dar explicaciones ni a sus padres ni a sus hijos; hasta puede engañarse a sí mismo; es el marido abnegado que para que su mujer pueda desarrollarse profesionalmente, se hace cargo de sus hijos. Gustavo experimenta una repentina vergüenza. Teme enrojecer. Se sirve un vaso de agua. Carraspea. Cuando salga de aquí cenaré con una mujer dice buscando recuperar su autoestima. Ana María hace un gesto de sorpresa. Él se siente fortalecido. Es una compañera del curso continúa contando Natalia se llama, creo que es mayor que yo. ¿Soltera? No lo sé; solo hablamos de nuestros pacientes, ella también es principiante; cuando me quise acordar estaba inmerso en esta cena. ¿Se arrepiente? Tengo que confesarle que me asusta; quizás ella lo tomó como una cita y yo ni sé si tengo ganas ni sé cómo debo actuar; Cecilia tenía razón, estoy oxidado. ¿Quién promovió el encuentro? Gustavo se queda reflexionando. Ella, en realidad admite. Despreocúpese, ella, entonces, sabrá conducirlo.
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Cuando llega, encuentra a Natalia tras la puerta de vidrio. Mientras ella se acerca al auto, el corazón de él se agita. Cómo puedo ser tan boludo, piensa. Qué puntual comenta Natalia, ya sentada a su lado, mientras lo besa en la mejilla. ¿Adónde vamos? pregunta él. Hay un restaurante muy tranquilo a un par de cuadras; si estás de acuerdo, yo te guío. Gustavo recuerda las palabras de Ana María y se le escapa una sonrisa. Quizá percibiéndola, ella agrega o a donde vos quieras. Mientras conduce, obediente, Gustavo se tranquiliza. Natalia habla. Del tránsito, del clima. En cuanto se instalan ella ofrece ¿picoteamos unas rabas?, aquí las hacen riquísimas; ¿un vinito blanco? Pedí lo que quieras; yo no tomo cuando manejo dice y se siente como el rey de los pelotudos; ella es la que maneja, la que lo maneja. Contame de vos propone él, tratando de tomar la iniciativa. Soy de capricornio informa ella, echa la cabeza hacia atrás y ríe. ¿Alguna otra pista? Me separé en enero, tengo un nene de cinco años; antes trabajaba en la empresa de mi marido por eso es que ahora retomé la sicología informa mientras hace girar el índice derecho sobre la copa aún vacía. Muchos cambios en tu vida comenta él. Sí, como dice Lerner, fue un volver a empezar. ¿Divorcio de común acuerdo? averigua él. Descubrí que hacía dos años que tenía otra mina: la secretaria; yo, por supuesto, la conocía; una chica jovencita. El mozo se acerca con el vino. Gustavo no lo detiene cuando le sirve. ¿Te arrepentiste? pregunta ella en cuanto el hombre se aleja Él se encoge de hombros y eleva la copa. Brindan en silencio. Es tu turno indica ella. Estoy casado, tengo una hija de diez años y un pibe de catorce. ¡Qué grandes! comenta ella porque vos sos muy joven, Treinta y cinco informa él, incómodo. ¿Felizmente casado? pregunta Natalia. Si así fuera no estaría aquí, sino cenando con mi esposa. Contame exige ella. La llegada de las rabas los interrumpe. Dale, te escucho pide Natalia alzando el tenedor, Mi mujer está en Chile él duda, solo lo ha hablado con Santiago y Ana María, ¿debe confesarse ante una desconocida? Ya que fuiste sincera te devuelvo con la misma moneda al fin decide mi mujer está allí trabajando con su amante, algo así como su jefe; ¿te suena la historia?; regresa en un mes, supongo. ¿Suponés? Eran sus planes pero no estamos en contacto. ¿Y los pibes? Gustavo siente vergüenza al confesarle los dejó, están conmigo. Como reforzando sus palabras, suena el celular. Perdón pide él es mi hija, Papi donde estás lee. Cenando, más tarde te veo. Besos, muñequita escribe y luego apaga el aparato. La nena es muy demandante explica. ¿Todavía no resolvió el Edipo? plantea ella, burlona. Ambos ríen. La conversación se vuelca, entonces, hacia sus respectivos pacientes. Gustavo le describe con detalle la visita de los padres de Camilo. Ahora sí se siente como pez en el agua. Le encanta hablar con ella sobre su consultorio mientras desfilan el pollo, el helado y el café. Es aguda, inteligente, sensible, De pronto Gustavo mira el reloj. Las doce de la noche. Es tardísimo comenta dejé a los chicos con mi mamá. Llama al mozo y, pese a las protestas de ella, paga. Salen y caminan en silencio la cuadra hasta el auto. Cuando llegan frente a la casa de ella, Natalia le da un beso en la mejilla. Él la toma del mentón y roza levemente sus labios. Te llamo le dice. Ella sonríe, triste, y baja del coche.
Gustavo abre la puerta de calle intentado no hacer ruido. Inútilmente. Lacán se abalanza revoleando la cola y ladrando. ¡Sh! intenta calmarlo. ¿Papi?, ¿sos vos? le llega desde el cuarto de Martina. Gustavo, contrariado, menea la cabeza. Sonamos, se dice, y se dirige cabizbajo, seguido por el perro, hacia la voz. ¿Adónde fuiste? lo recibe la nena. Callate que vas a despertar a la abuela le ordena él, con un dedo sobre los labios. Estaba despierta comunica su madre desde la otra camita, encendiendo el velador. Tuve que cenar con una compañera del curso informa Gustavo, que odia mentir. ¿Por qué? Demasiado para él. Para terminar un trabajo pendiente decide suavizar la situación. ¡Ufa! protesta Martina. ¡A dormir que es tarde! ordena él. Mira entonces a su madre. Sus ojos son un par de lanzas. Buenas noches las saluda mientras entorna la puerta.
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Miércoles 24
Nacho está bajando del auto cuando se agarra la cabeza con las manos. ¡Si seré boludo! ¿Qué pasó? pregunta Gustavo mirando por el espejo retrovisor. ¡Me dejé el trabajo de geografía sobre la mesa de la cocina!; me van a poner un uno y tengo que levantar nota. Gustavo mira el reloj, la puta madre en un rato te lo traigo ofrece. Nacho lo mira, atónito. ¿De veras, pa? En el primer semáforo Gustavo busca el celular. Retrasado media hora escribe. Estaciona el auto sobre Cabildo, pone las luces de emergencia y le pide al portero que se lo mire. En la cocina encuentra a Juana lavando las tazas del desayuno y a Lacán muy concentrado comiendo, pero no al trabajo. Lo llevé al dormitorio de Nachito, está sobre el escritorio informa ella. Sale corriendo. En el ascensor descubre que está transpirado. ¡Maldición! dice en voz alta. Al salir descubre una infracción por mal estacionamiento pero no al portero. Puteando sube al auto, qué tiene en la cabeza el pendejo. Llega al colegio, estaciona sobre la raya amarilla de la entrada y toca el timbre. Un hombre le pregunta en qué segundo está el chico. Gustavo no lo sabe. Su cara de desesperación es tan elocuente que el hombre se compromete a entregar el trabajo. Gustavo se deja caer sobre el asiento del coche, las manos húmedas. Suena el celular. No, San, hoy no puedo, después te explicó con su única neurona sobreviviente propone ¿por qué no te venís a cenar así ves a los chicos? Arranca bruscamente, maneja por Cabildo y luego por Santa Fe. Dobla por Coronel Díaz. Da un par de vueltas buscando un hueco para el auto pero luego decide que ya fue demasiado estrés por ese día y opta por una playa de estacionamiento. Antes de salir del coche se pasa un pañuelo por la frente. Busca desodorante en la guantera. Se acomoda el cabello con las manos y baja.
Natalia baja a abrirle. Sin cartera, registra Gustavo. Lo besa en la mejilla. ¿Desayunamos en casa? propone cuando volvía de llevar al nene al colegio compré medialunas. Cuánta razón tenía Ana María, solo es cuestión de dejarse conducir. Mientras suben en el ascensor, con un hombre gordísimo, Gustavo la observa con atención. Pollera corta, tacos altos, los labios pintados. Como marcando el centro de un tiro al blanco. Porque sabe que allí aterrizará, más tarde o más temprano, su propia boca. ¿Me gusta?, se pregunta. Es una linda mina, intenta ser objetivo, Mientras Natalia gira para abrir la puerta, él baja la mirada. Piernas de diez. Gustavo apaga el celular. Está ligeramente excitado.
Muebles negros, profusión de adornos dorados, cortinados pesados. La mesa puesta con esmero para el desayuno. A Gustavo le enternece el ramito de jazmines entre ambas tazas. Cómo no le traje flores, se reta. Recuerda la conversación con Camilo. O un chocolate, o bombones. La culpa la tiene Nacho, se justifica. ¿Me ayudás? lo convoca ella. Él va hacia la cocina, reluciente y blanca. Ella le señala el plato con las facturas mientras lleva hacia el comedor la cafetera y la lechera de porcelana. Se ubican alrededor de la mesa. Él le pregunta por sus pacientes. Ella se explaya, entusiasmada. ¿Regresaron los padres de Camilo? averigua Natalia. No volví a tener consultorio desde que nos vimos informa él. Cierto dice ella solo los miércoles, sesión; ¿querés más café? ofrece. Él niega y ella se incorpora para levantar la mesa. Él la ayuda. Qué absurdo, piensa, compartiendo tareas domésticas. Natalia deja todo en la pileta y propone mejor nos sentamos en el living y lo guía hacia el sillón de tres cuerpos. Ya ubicados, ella lo mira. Su sonrisa es una ofrenda, piensa Gustavo que se inclina hacia ella y la besa en los labios. Natalia, los ojos cerrados, abre la boca. Él se sumerge en ella. Sus manos abriendo botones, bajando cierres. Minutos después ella, sosteniéndose la blusa entreabierta, lo conduce al dormitorio. Él la sigue, el pantalón delatando su rotunda erección.
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Se encuentra con Laura, cuando está abriendo la puerta de calle. Él odia llegar sobre la hora; está agitado. Suben juntos hablando del tránsito. Nos reunimos el domingo relata Laura ya sentada yo amanecí muy triste, discutí con Luis por el pan que había comprado y me puse a llorar. Como ella permanece en silencio, Gustavo le pregunta ¿por qué se sentía mal? Laura se echa el cabello hacia atrás. No sé contesta pero después me puse bien. Tratemos de pensar qué la puso mal antes y qué modificó luego su estado anímico. Ella se encoge de hombros. Está usted para entenderme, yo ya renuncié dice sonriendo. Vamos por partes enuncia Gustavo la otra sesión comentó que sentía que el hecho de que el festejo del día de la madre fuera en lo de su hija era una señal de que ella avanzaba sobre usted Laura cabecea también dijo que tenía miedo de ver a Federico porque le costaba reconocer que ya es un hombre y, por último Gustavo se interrumpe hasta que ella lo mira este es el primer día de la madre en que falta su hermano, quien, de alguna manera, fue una suerte de hijo para usted. Cuando estoy aquí siento que mi piel deja de protegerme y me vuelvo transparente. Gustavo recuerda las palabras de María Inés frente a las estrellas de su sueño. Ahora le toca a usted analizar por qué logró transformar su desazón. Laura se reacomoda, cruza las piernas. Cuando entré a lo de María, me emocioné; armó la mesa de pingpong; compró una tela y la cubrió; un centro precioso de flores; ocho lugares; increíble que nuestra familia haya crecido tanto: Federico vino a saludarme, no recuerdo cuándo fue la última vez que me abrazó así; en el momento de despedirnos le pregunté cuándo tenía un ratito para que nos encontráramos; prometió que me llamaría; dudo mucho de que eso ocurra pero al menos no me dijo, como otras veces, directamente que no. Gustavo sonríe. Veo que ha tenido un buen día de la madre. Sí admite ella pero cuando regresé a casa me puse a ver fotos de mi hermano, todavía no lo había hecho y me agarró un ataque de llanto; Luis vino, me abrazo y me mandó a la cama con un té. Todo estuvo bien aclara Gustavo hasta las lágrimas por su hermano; el peor duelo es el que se niega; seguiremos trabajando en el tema. Laura de repente se pone muy seria ¿nunca me va a liberar? Gustavo, sorprendido, contesta en el momento en que usted considere que ya no me necesita. ¡Me parece que falta bastante! dice ella, dulcificando el rostro.
Gustavo se acuesta en el diván. No puede creer lo que pasó. Me acosté con otra mujer, piensa. Quince años buceando en el cuerpo de Cecilia y ahora, de la nada, enredado en otras piernas. No es la única capaz de proporcionarme placer, piensa. ¿Cuánto hacía que no se sentía deseado por una mujer?, ¿cuánto que no era él quién tomaba la iniciativa? Descubre que Cecilia tenía razón: hacía mucho que no eran amantes. ¿Cómo no se dio cuenta de que Cecilia ya no era la mujer ardiente de antes?, ¿cuándo dejó de serlo? El timbre lo asusta. Se incorpora como un resorte. Alisa el diván.
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Valeria no pudo venir explica Francisco mientras se sienta tuvo que ir a buscar a nuestro hijito menor al jardín porque estaba vomitando. Pero viniste vos aclara Camilo. ¿Hay algo que le quieras decir a tu papá? pregunta Gustavo. Luego de unos segundos el chico dice ya hablamos de lo que yo quería decirle, preguntale a él si no hay algo que quiera contarme. Gustavo, entonces, se dirige a Francisco. ¿Hay algo que quieras decirle a tu hijo? ¿Por qué me lo preguntás? inquiere Francisco, apretándose los nudillos. Gustavo calla. Dale, papá, no te hagas el tonto se burla Camilo. No sé a qué te referís. ¿De qué cosa azul nos tenemos que enterar? El rostro de Francisco se transfigura. Cierra los ojos. Después de unos segundos Gustavo le pregunta ¿te sentís bien? mientras le sirve un vaso de agua. Francisco bebé. No me contestaste insiste Camilo. Quizá tu papá prefiere hablar con vos a solas; ¿quieren que salga un ratito? propone Gustavo. Si te vas, no me lo va a contar plantea el chico. No se puede obligar a nadie a hablar le aclara Gustavo. Está bien desestima Francisco en algún momento se lo tengo que decir gira en el diván, inspira hondo y enfrenta a Camilo Azul es mi hijita. Gustavo, desconcertado, observa a Camilo, cuyos ojos adquieren un tamaño descomunal. ¡¿Qué?! exclama el chico. Tiene un año y vive en Rosario con su mamá agrega Francisco bajando la mirada. ¡No puede ser! dice Camilo pero luego de un rato comenta claro, por eso viajás tanto a Rosario, no por el trabajo; vos mentís, siempre mentís; ¡nunca más voy a creerte! Gustavo retira la vista del chico y la dirige al padre. Está pálido, tiembla mientras dice por eso no quise decírtelo, porque sabía que no lo ibas a aceptar. ¿Por qué tuviste otra hija? Camilo está furioso ¿no te alcanzaba con nosotros tres?, ¿no te alcanzaba con mamá que buscaste otra mujer?; sos una basura. Gustavo no sabe cómo manejar la situación. Me excede, evalúa. Me parece, Camilo, que deberías darle a tu papá la posibilidad de que se explique. Francisco le oprime el brazo pero el chico lo rechaza. Hijo balbucea Francisco sé que a tu edad es imposible que me entiendas; cuando mamá se fue a Estados Unidos a cuidar a tu tía, me quedé solo por un mes, pasarán muchos años antes de que puedas comprenderlo, pero es muy difícil para un hombre estar solo durante un mes. Gustavo piensa en Cecilia, piensa en Natalia. Conocí a un mujer continúa Francisco y pasó lo que no tendría que haber pasado; luego quedó embarazada y, aunque no la planeé ni la deseé, nació Azul y yo no pude abandonarla porque también es mi hija; tu mamá sufrió mucho pero finalmente lo entendió; hace un año que estoy buscando el momento apropiado para contártelo. ¡Sos un mentiroso!, ¡nunca te voy a perdonar! Francisco cierra los ojos, apoya la nuca en el respaldo. Gustavo busca, desesperadamente, un recurso. Que tu papá haya decidido que no era la situación adecuada para contarte lo de Azul no lo convierte en un mentiroso. Francisco se endereza, traga saliva. Estabas en medio de las dos operaciones, hijo, ¿cómo podía proporcionarte otro dolor?, y no me equivoqué al ocultártelo, porque evidentemente no estabas preparado para recibir la noticia. Camilo, mírame pide Gustavo los padres no somos dioses y cuando repara en el plural ya es tarde somos seres humanos, y, como tales, pasibles de equivocarnos; ¿qué es lo que decís que nunca le perdonarás a tu papá? ¡Que me haya mentido! Pero ahora te está diciendo la verdad; una verdad que vos reclamaste pero que no estás pudiendo aceptar; ¿no le podés perdonar que te haya mentido o no podés perdonarlo por Azul? ¡La nena no tiene la culpa! dice Camilo y al instante las lágrimas empiezan a deslizarse por sus mejillas. ¿Cómo es? pregunta un rato después, la cara ya empapada. Muy parecida a Tobi, pero rubiecita. Como yo dice el chico, se pasa las manos por las mejillas y pregunta ¿mamá la conoce? Francisco asiente ¿querés a la nena? Francisco vuelve a asentir ¿cómo a nosotros? Francisco busca la mirada de Gustavo que baja levemente el mentón. Sí admite el hombre es mi hija y tiende un pañuelo de tela que el chico acepta. Entonces es mi hermana dice Camilo mirando a Gustavo, que asiente con la cabeza. Los ojos del chico enfrentan ahora al padre. Y si es mi hermana quiero conocerla. Francisco, como tocado por un rayo, se cubre la cara con las manos y estalla en sollozos. Camilo apoya la mano sobre la cabeza de su padre. Ya va a estar todo bien, pa dice.
Gustavo se apoya sobre la puerta y cierra los ojos. Le duele todo. Extraña la sensación de haber estado dentro de Camilo y de Francisco al mismo tiempo. Va hasta la cocina y se calienta un café. ¿Cómo reaccionará Nacho cuando Cecilia le cuente de su amante? Se sorprende y se alarma: no pensó el potencial reaccionaría si no el rotundo futuro reacionará. Futuro imperfecto, si mal no recuerda. Prueba el café. Le agrega más azúcar. Acude la frase de su abuela: para amarga, la vida.
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No me comuniqué con los chicos, descubre Gustavo en cuanto despide a Daniela. No pensé en ellos, se rectifica. Se dirige, apurado, hacia el teléfono. Hola, princesita, ¿cómo estás? ¡Enojada porque no me llamaste! Pero te estoy llamando ahora; tuve mucho trabajo. Me imagino que hoy venís, ¿no? ¿Y por qué no habría de ir? ¡El miércoles pasado no viniste! Aprendiz de bruja, la mocosa. Habrá un invitado sorpresa esta noche. ¡¿Mami?! A Gustavo se le estruja el alma. No, corazón, mami está trabajando en Chile, va a ir el tío Santiago, ¿Le pediste que me traiga Nutela? ¡Cómo le voy a pedir! No importa, seguro que igual me trae; ahora le aviso a Juana que ponga otro plato. Gustavo descubre que también se olvidó de avisarle a Juana. Imagina su malhumor. Decile a Juana que no se preocupe, que yo compro cualquier cosa. No, papi, está cocinando pastel de papas y eso, ¿sabés?, rinde. Corta con una sonrisa. Adorable la chiquilina. Tercer descubrimiento de la noche: no preguntó por Nacho. Va a volver a llamar cuando controla el reloj. Sale corriendo. Llegará tarde.
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María Inés se presenta, nuevamente, en jeans y zapatillas, la cara lavada. Volví a soñar con las estrellas informa ni bien se sienta sobre las piernas recogidas. Gustavo, entusiasmado, comprueba que lo esencial siempre retorna. Todo era igual que la otra vez hasta que, en un momento, las estrellas se transformaron en ojos. Ajá comenta Gustavo los ojos solo pertenecen a personas o a animales. Eran ojos de persona se apresura a aclarar ella. ¿De una persona o de varias? Eran muchos pero yo sabía que eran de una única persona. Vamos bien, evalúa Gustavo, debo evitar cualquier torpeza. Los ojos pueden ser de hombres o de mujeres. O de chicos rectifica ella. ¿Eran ojos de una criatura? Ella niega con la cabeza y agrega me parece que eran de hombre, porque eran muy grandes y muy oscuros. ¿Solo los hombres tienen ojos grandes y oscuros? No reconoce ella. Pero a lo mejor vos conocías utiliza adrede el pasado algún hombre con ojos particularmente grandes y oscuros. Puede ser solo dice ella. ¿De qué color tiene los ojos tu papá? Azules; mi hermano también; yo los tengo negros como mi mamá. Si tu hermano tiene ojos azules habría alguien de la familia de tu mamá con ojos claros. Sí, mi abuela, celestes los tiene. Entonces tu abuelo los tenía oscuros. Sí reconoce María Inés me acuerdo bien eran muy oscuros, negros como los míos y luego calla, la vista perdida en la ventana. ¿Podría ser que los ojos de tu sueño fueran los de tu abuelo? Ella sigue inmersa en su silencio. María Inés ella, entonces, lo mira ¿cómo estabas vestida en tu sueño? Estaba desnuda informa. Gustavo decide arriesgarse. Estabas desnuda y tu abuelo te miraba hace una pausa ¿por qué caminabas? Ella esconde la cara entre las dos manos porque él me pedía; siempre que mi abuela salía me hacía desnudar y me pedía que caminara. ¿Te tocaba? aventura. A mí, no. ¿A quién entonces? Él se tocaba María Inés solloza. A Gustavo le cuesta entenderle. Me hacía caminar desnuda, se abría la bragueta y mientras se tocaba me decía ¨sos tan linda que estás hecha para mirarte y gozar¨; cuando eyaculaba me ordenaba ¨anda vestirte que va a venir la abuela; ya sabés que no tenés que decirle nada; este es un juego entre los dos¨. ¿Y cuándo terminaron estos episodios? Cuando él se murió, yo tendría unos seis años y ya casi no me lo hacía porque ya iba al colegio y no nos quedábamos solos; ¿sabés, Gustavo?, me puse muy contenta cuando murió; mi mamá lloraba, mi abuela lloraba, hasta mi hermano lloraba y yo sonreía; escuché que la abuela le decía a mamá ¨esta nena no tiene sentimientos, el abuelo la adoraba¨. ¿Nunca se lo contaste a tu mamá? Es la primera vez que se lo digo a alguien, ya me había olvidado de todo dice. Pero lo seguiste actuando ella lo mira, las cejas arqueadas seguís caminando por el mundo ofreciendo tu belleza a la mirada del otro, para que sea el otro quien se satisfaga, sin que vos obtengas a cambio, placer alguno. La mira intensamente y luego determina vamos a dejar acá.
Gustavo está azorado. ¿Será mi propia movilización la que está provocando está cadena de profundas revelaciones?, piensa, ¿yace en mí el poder? Por el poder de Grayskull recuerda. Él era He-man y Santiago, Skeletor. Una sonrisa flota en sus labios solo unos segundos. Estoy agotado, piensa y se pregunta cuánto más tiene para dar. Qué día. Los chicos, Natalia, Laura y su hijo, Camilo y su hermanita, María Inés y su abuelo. ¿Con qué pariente se enfrentará Raúl?, piensa cuando escucha el timbre.
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Daniela entra radiante, las mejillas sonrosadas. Arrebolada, define Gustavo. ¿Sabe cuál fue el regalo del día de la madre? comienza la sesión. Él, sonriendo, niega con la cabeza. Lucas me dijo mamá informa, se echa el cabello hacia atrás y continúa me contó Ariel que hace semanas que vienen practicando, en el auto de papá, cuando lo lleva a la sicóloga; él le puso el paquete entre las manos y el nene vino caminando, todo durito y me lo entregó; Ariel, mirándolo, le dijo ¨feliz día mamᨠy Luquitas, los ojos en los labios del padre, repitió ¨mamá¨. Gustavo necesita tragar saliva. No lo podía creer, todavía no puedo creerlo; no solo que mi hijo haya podido decir una palabra sino que el padre se la haya enseñado se le llenan los ojos de lágrimas cada vez que pienso en eso me conmuevo Gustavo le tiende la caja de pañuelos perdóneme, ya debe estar aburrido de mis lágrimas; pero si usted tiene carilinas debe ser porque no soy yo la única que llora. Desde luego que no comenta Gustavo y no necesitás disculparte, celebro tus lágrimas, ellas te permiten expresar tus emociones. Lo mejor de venir acá es que ante usted puedo desarmarme. Es muy interesante lo que decís; en ciertas oportunidades moviendo una pieza equivocada puede lograrse que un rompecabezas recupere la armonía original. Daniela busca una pastilla en su bolsillo y se la coloca en la boca. A veces se me seca la garganta explica. ¿A veces cuándo? Daniela se queda reflexionando. Cuando estoy mucho en lo que digo concluye y rápidamente añade Lucas está mejor; hace menos berrinches, más allá del ¨mamᨠsonríe con dulzura parece que está intentando empezar a comunicarse; ayer me tomó de la mano y me llevó hasta la heladera; antes solo lloraba y me correspondía a mí decodificarlo. Parece que la apertura de tu hijo hacia la comunicación impulsa la tuya. ¿Por qué lo dice? Por como te expresás hoy. Daniela se queda mirando a través de la ventana un largo rato. ¿En qué pensás? pregunta Gustavo. Nunca se lo comenté dice bajando la vista pero desde que comenzaron los problemas con el nene perdí todo deseo sexual; al principio Ariel insistía pero hace unos días me di cuenta de que ya ni lo intenta. ¿Y cuándo reparaste en ello? La otra noche; después de mucho tiempo me sentí excitada las mejillas se le colorean pensé que si se acercaba lo iba a aceptar; pero no se acercó; y a la noche siguiente tampoco. ¿Intentaste tomar la iniciativa? Daniela parece sorprendida no, en nuestra pareja no funciona así. ¿Y quién puso las reglas? Ella se encoge de hombros. Nadie, así se fue dando. Si no hay un estatuto que lo prohíba dice él sonriendo nada impide que puedas modificarlas. Se me pasó por la cabeza que pueda andar con otra mujer. ¿Le comentaste algo? ¡No!, ahora que está mejor con el nene, no quiero provocar nada que pueda alterarlo. Me gustaría que me contaras cómo se han relacionado sexualmente desde que conformaron la pareja. Nunca tuvimos problemas al respecto cuenta ella aunque tampoco fue el centro del vínculo; yo diría que nuestros encuentros han sido castos. Curioso adjetivo asociado al sexo; ¿Ariel fue el promotor de ese tipo de relación? ¡No!, fui yo admite ella pero él siempre me respetó, a mí no me gustan las cosas raras. Y en los últimos meses no te gustaron ni siquiera las cosas castas. No se ría de mí dice ella me da mucha vergüenza hablar de esto. Quizá consideraste que no estaba bien que una madre preocupada por su hijo disfrutara sexualmente. Puede ser admite ella. Tal vez ahora, que sentís que tu hijo va progresando te das permiso para gozar. Sí, pero ahora Ariel no quiere. ¿Qué podría pasar si fueras vos la que tomara la iniciativa? Daniela se queda mirándolo. Se sorprendería mucho. ¿Se disgustaría? No, qué va dice ella sonriendo. Gustavo se incorpora. Dejemos acá indica.101
No sé cómo no se me había ocurrido antes capitalizar mi experiencia con el Autocad comenta Raúl luego de atribuir al tránsito los minutos de demora. Quizá porque pensás más en las cosas que no sabés hacer que en las que sí. Ya me hice una página web, mi hijo mayor me ayudó; averigüé por aranceles potables sonríe con frescura hoy a la mañana recibí las primeras dos consultas, uno parece que prendió, ni que hubiera recibido dos cheques por diez mil dólares, me puse tan contento; ¿te parezco un pelotudo?, ¿no?; cincuenta años y entusiasmado como un pibe con un juguete nuevo. Me parecés un hombre con un proyecto indica Gustavo. Hace rato que no tenía más proyecto que odiar a mi viejo reconoce Raúl un odio que, como un veneno, me va quitando las fuerzas. Tal vez llegó el momento de que empieces a actuar no en contra de tu padre sino a favor tuyo. El domingo nos reunimos por el día de la madre; se lo comenté a mi viejo, ¿qué te parece que me dijo el rey de Textilandia? Gustavo se pone alerta, de ninguna manera va a permitir que, otra vez, le socave la autonomía. Arriesga algo propone Raúl, sonriendo. Lo mío no es la adivinación dice Gustavo levantando las palmas. Que era una buena idea; por una vez en la vida mi viejo me dio el okey; ¿estará tramando algo?; me ofreció alguna de sus múltiples oficinas para dar los cursos Gustavo levanta las cejas no, no te alarmes, le dije que en casa me arreglaré perfectamente. ¿Lisa qué opina? Que mientras no exija una inversión todo va bien; dice que no tengo nada por perder y que sería bárbaro que pudiera enseñar algo que siempre me gustó tanto; ¿sabés?, estuve a punto de ofrecerle a Sebastián unos pesos para manejarme la página, pero después decidí que mejor no contaminar la relación; algo se aprende de la experiencia propia. Gustavo lo mira sonriendo. Hoy estoy de más, piensa. Además mi amigo me aceptó el presupuesto para arreglarle la casa; ¿qué te pasa que estás mudo? pregunta Raúl como si le hubiera leído la mente. Solo satisfecho de escucharte. Raúl lanza una carcajada. Luego mira el reloj me tengo que ir un rato antes, cité al técnico de la compu a las seis, después no podía; necesito agregarle memoria. Gustavo se incorpora. No te podrás quejar, hoy no te di trabajo dice Raúl. Gustavo le tiende la mano. Raúl se la estrecha con fuerza. Gracias por el empujón dice.
Apoyado en la puerta que acaba de cerrar Gustavo sigue sonriendo. Orgulloso. Estoy haciendo un buen trabajo, se dice. Recuerda cuánto lo irritaba Raúl. Le encontré la mano, decide. Muy orgulloso está. El poder de Grayskull. Disfruta pensando los logros que podrá contarle a Natalia. Pensar en ella le produce una ligera excitación. Va al baño y orina.
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No me comuniqué con los chicos, descubre Gustavo en cuanto despide a Daniela. No pensé en ellos, se rectifica. Se dirige, apurado, hacia el teléfono. Hola, princesita, ¿cómo estás? ¡Enojada porque no me llamaste! Pero te estoy llamando ahora; tuve mucho trabajo. Me imagino que hoy venís, ¿no? ¿Y por qué no habría de ir? ¡El miércoles pasado no viniste! Aprendiz de bruja, la mocosa. Habrá un invitado sorpresa esta noche. ¡¿Mami?! A Gustavo se le estruja el alma. No, corazón, mami está trabajando en Chile, va a ir el tío Santiago, ¿Le pediste que me traiga Nutela? ¡Cómo le voy a pedir! No importa, seguro que igual me trae; ahora le aviso a Juana que ponga otro plato. Gustavo descubre que también se olvidó de avisarle a Juana. Imagina su malhumor. Decile a Juana que no se preocupe, que yo compro cualquier cosa. No, papi, está cocinando pastel de papas y eso, ¿sabés?, rinde. Corta con una sonrisa. Adorable la chiquilina. Tercer descubrimiento de la noche: no preguntó por Nacho. Va a volver a llamar cuando controla el reloj. Sale corriendo. Llegará tarde.
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Usted sí que conoce a las mujeres dice Gustavo ya sentado frente a Ana María. ¿A qué se refiere? Ella supo conducirme admite él, sonriente. ¿Cuál fue la ruta? El miércoles pasado a un restaurante y este, a su cama. A alta velocidad, por lo visto, ¿fue duro ser copiloto? Fue extraño, diría yo: es raro sentirme deseado, asediado; me casé tan joven que para mí el sexo siempre estuvo ligado al amor, por detrás de él, en realidad; es una experiencia novedosa que mis sentidos se deslicen independientemente de mis sentimientos; hoy Daniela me estuvo contando del sexo con su marido, lo puntualizó como ¨casto¨; me atravesó lo que dijo, aunque no calificaría de casto al sexo entre Cecilia y yo, sobre todo al principio; no sé cómo explicárselo, quizás como integral, sí define sonriendo sistémico; era una parte más de un todo; llegábamos a las sábanas con los débitos y los réditos de la jornada; apaciguados si los chicos habían tenido fiebre; briosos si nos habían aumentado el sueldo; tensos si habíamos discutido; oliendo al mismo jabón; idéntica crema de enjuague desprendiéndose de nuestros piyamas; la traba de la puerta intentaba vanamente dejar el resto de nuestra vida por detrás; una tos, un llanto era capaz de frenar el más desaforado orgasmo; no me quejo, era hermoso hacer el amor así, era auténtico dice con gesto enfático, auténtico, al fin encontró la palabra. ¿Y cuándo dejó de serlo? Para mí, nunca, Cecilia es la que desvalorizó nuestros encuentros; a mí me gusta hacer el amor con ella, siempre me gustó; es una hermosa mujer, con un cuerpo increíble que salió indemne de los embarazos; se dan vuelta para mirarla; y yo la perdí la voz de Gustavo se quiebra, se agarra la cabeza no sé por qué me dejó el llanto ya es franco no puedo vivir sin ella, perdóneme el papelón dice tratando de serenarse. Llore, Gustavo, llore lo que todavía no lloro. Largos minutos después, el llanto de Gustavo se va extinguiendo. Cuando lo ve tranquilo, Ana María indica es todo por hoy. Gustavo mira el reloj. Todavía es temprano le avisa. Seguimos la próxima ratifica ella. Gustavo, sorprendido, se incorpora.
Manejando, Gustavo llora. Estoy desconsolado, piensa, detenido ante un semáforo. El celular lo asusta. ¿Cómo te fue en sesión? pregunta Natalia. Bien escribe mañana te llamo. Mi mundo es Cecilia, determina, mi falta de Cecilia. De nuevo el celular. Lo mira, fastidiado. ¡El tío me trajo Nutela! Entre lágrimas, al fin sonríe.
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Gustavo abre la puerta. Encuentra a todos en los sillones del living. Martina, cucharita en mano, come el Nutela. Después no vas a cenar la reta Gustavo. Me lo trajo el tío se disculpa la nena engullendo otro bocado. Y a mí, un juego para la play comunica Nacho. Lacán, acostado en el sofá, la cabeza en la falda de Santiago, no da señales de vida. Le dije a Juana que se fuera informa Santiago ya me dio las instrucciones para calentar la comida, hace añares que no como pastel. Minutos después, los cuatro comparten la mesa. Gustavo observa al trío. Nacho comenta animadamente un partido de fútbol. Martina intenta meter baza. Mami me dijo que este día de la madre ella haría los regalos y que me compró algo que me va a dar cuando vuelva. Gustavo percibe un agujero interior. Tengo todo, menos a ella, piensa y por primera vez en un mes, la necesidad de Cecilia lo atraviesa, lacerándolo. Pa, no sabés lo que fue ese golazo lo convoca Nacho. Él intenta sonreír y con el pretexto de buscar bebida se dirige a la cocina. Se moja la cara en la pileta. Se está secando con el repasador cuando aparece su amigo. Che, qué te pasa, que tenés esa cara. Después te cuento contesta él abriendo la heladera.
Una lucha conseguir que los chicos se acostaran. Gustavo prepara café mientras Santiago les da el último beso. Vas a ser un buen padre pronostica Gustavo cuando su amigo aparece en la cocina. Es fácil por un ratito; meritorio es lo tuyo Santiago se lleva la mano a la cabeza. Chapeaux dice. Gustavo sirve las tazas y cierra la puerta. ¿Me vas a contar qué te pasa? insiste Santiago. Salí con una mina. ¡Epa!, esa sí que no me la esperaba. Me encamé informa, Detalles, quiero detalles exige Santiago. Gustavo sonríe mientras se deja caer sobre la silla. Nada dice. ¿Qué?, ¿no se te paró? pregunta, preocupado. No te asustes, actué con eficacia; pero no me representó nada; aunque parezca absurdo, me acercó a Cecilia. ¿Supiste algo de ella? El domingo estuvo charlando un rato largo con los chicos por Skype; tanto me insistieron que tuve que acercarme; no la había visto todavía; resplandecía; pero yo estaba tan enojado que no me jodió. Y ahora se te fue la bronca. Soy un pelotudo admite, Gustavo ¿querés otro café? ofrece. Dale contesta Santiago te salió rico; estás hecho todo un amo de casa. El celular de Gustavo suena. Natalia. ¿Estás ocupado? lee. Charlando en casa con un amigo contesta. Llamame cuando puedas, te extraño. Levanta la vista del aparato y se encuentra con la sonrisa burlona de Santiago. ¿Se puede saber de qué te reís? pregunta Gustavo. Ya te tiene marcando el paso; todas las minas son iguales.
Gustavo baja a abrirle a Santiago. Cuando regresa termina de sacar la mesa, acomoda los platos en la pileta y se ducha. Ya en la cama escribe Recién se va mi amigo. Mañana tengo un día fatal pero si querés podemos encontrarnos al mediodía a comer una pavada. Besos muchos. Al apagar la luz se le impone el rostro de Cecilia. La puta que la parió.
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Miércoles 31
Sí, papá, ya estoy yendo contesta Gustavo mientras maneja. Nacho, a su lado, pregunta ¿te gusta trabajar con el abuelo? Él se queda desconcertado. Hace mucho que no se lo plantea. ¿Para qué? , ¿tiene otra opción? Ya me acostumbré contesta, intentando ser sincero. No sé si me gustaría trabajar con vos dice el chico y como sigue de largo en la esquina de la escuela lo alerta ¡pa, te pasaste!
Baja del auto y está por tocar el timbre cuando cambia de opinión. Camina hasta el kiosco de la esquina y compra flores. La cara de ella se ilumina al descubrirlas tras el vidrio. Suben en el ascensor, besándose. Obviando la mesa puesta, se abalanzan hacia el dormitorio. Ella grita cuando acaba. Gustavo repara en que Cecilia jamás gritó. Luego, duchados y vestidos, desayunan perfumados por los jazmines. Él, después de mucho tiempo, se siente pleno.
Gustavo decide matar dos pájaros de un tiro. Hola, mamá, ¿te parece que vayamos a tu casa esta noche? Está por pedirle que prepare más comida cuando decide que no tiene ningún sentido: su madre siempre cocina en exceso. Le dará una sorpresa.
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Laura se acomoda, sonriente. El lunes me llamó mi hijo y me propuso que almorzáramos; fue extraño, muchas veces en mi vida me vestí para ir a una cita con un hombre, hasta para venir aquí me arreglo confiesa sin embargo, nunca me había engalanado para encontrarme con mi hijo; acordamos vernos directamente en el restaurante; llegué dispuesta a esperarlo, siempre fue muy impuntual, pero cuando llegué, él ya estaba; pidió pescado al roquefort, en eso sigue igual sonríe y luego agrega antes de que trajeran la comida me contó que había empezado terapia, que había dedicado mucho tiempo a analizar nuestra relación y que por eso no había querido encontrarse antes conmigo; y, ante mi estupor, sacó del bolsillo una lista donde había apuntado todo lo que me quería decir; no podía creer lo que estaba escuchando; reclamos y reclamos; muchos absurdos, muchos legítimos. Todos legítimos aclara Gustavo porque responden a sus sentimientos, a sus percepciones. Sí, todavía no puedo entender cómo no percibí la enorme cantidad de situaciones mínimas que lo hicieron sufrir. ¿En qué se centraron sus protestas? Diferencias a favor de sus hermanas, sobre todo; la verdad es que me dejó pensando; Federico fue un chico que nunca pidió, recuerdo una vez cuando tenía poco más de un año, lo encontré durmiendo con su almohadita en el piso porque había vomitado en su cama, las chicas, en la misma situación, hacían un escándalo; sacó a relucir infinidad de minucias, ni tiene sentido que te las cuente; cuando terminó de hablar le dije; ¨todo lo que estás diciendo podría resumirse en: a mí me querés menos¨, pero no hubo manera de que lo aceptara; fíjese usted, yo creí que se había alejado de mí por desamor y en realidad fue por todo lo opuesto. Luego de unos instantes Gustavo pregunta ¿hubo alguna marcación con respecto a la exigencia? Sí, por supuesto, esas fueron las que califiqué como legítimas. Es muy valorable que su hijo haya podido exponer sus debilidades, eso habla de un alto grado de confianza en usted. Sí, fue hermoso; yo también le marqué las tantísimas veces en las que sufrí por él; ¨me saqué un peso de encima¨, dijo cuando nos despedimos con un abrazo apretadísimo. ¿Cómo se quedó usted? Me cayó encima el peso del que se liberó él; jamás me hubiera imaginado que mi hijo había sufrido por mi culpa. Yo no hablaría de culpas la corrige Gustavo quizá lo que tanto le cuesta es descubrir que usted no fue una madre perfecta. Lo intenté se defiende ella se lo juro, hice todos los esfuerzos posibles. Somos solo seres humanos; sus hijos no son perfectos y usted tampoco lo es. Laura busca una aspirina en su cartera. Me duele la cabeza explica mientras se sirve un vaso de agua. Segundos después comenta sobre su las pruebas de su libro. En el momento de la despedida oprime la muñeca de Gustavo y dice gracias por ayudarme a recuperar a mi hijo.
Ya se fue mi primera paciente; muy lindo lo de hoy; besos escribe primero Gustavo, ¿Te entregaron la prueba de Geografía? luego y Cenaremos en lo de la abuela, muñequita por último. Se asoma al balcón. Un día espectacular. Octubre es hermoso, piensa. Estoy contento, advierte, extrañado, mientras las respuestas comienzan a llegar. Genial, le voy a encargar ravioles. Sí, lindísimo; en cinco empiezo a atender. Nueve, gracias por la ayuda, pa. Ve que estaciona el auto del padre de Camilo. Solo baja el chico. El coche arranca.
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¿Tus papás no pudieron venir? Yo no quise contesta Camilo, rotundo y luego permanece en silencio. ¿Lograron hablar de todo lo que necesitabas? Ponele contesta el chico, ladeando la boca. Parece que no concluye Gustavo. Me hubiera gustado saber cómo fue todo lo de la mina pero me pareció que no daba, además me da mucha lástima mi mamá; estoy seguro de que esa mujer tuvo algo que ver con la demora que provocó mi accidente. ¿Se lo preguntaste? No, si fue así me imagino la culpa que tendrá mi papá, para qué ponerlo peor. ¿Ya le contaron a tus hermanos? No, todavía no, están esperando que pase el cumple de Luciana. ¿Cuántos cumple? Once y Tobías tiene tres; para ellos va a ser mucho peor; Lu dejará de ser la única nena y Tobi ya no será el chiquitito; pobres, ¿no? Gustavo se toma unos minutos antes de decir veo que vos te hacés cargo de los sentimientos de tu mamá, de tus hermanos y hasta de tu papá, ¿y los tuyos? A mí no me cambia nada se justifica el chico yo siempre seré el mayor, ¿qué me cambia? ¿La imagen de tu papá, quizás? ¡Es un pelotudo! dice, con rabia vos viste lo linda que es y además es rebuena, mis hermanos hacen lío pero son lo más, ¿me querés decir para qué necesitaba otra mujer y otra hija? Gustavo piensa en Nacho y en Martina: también son relindos pero Cecilia los dejó. A veces no son elecciones, las cosas se dan sin que uno pueda dominarlas. ¡Por eso te digo que es un pelotudo!, ¡lo hubiera pensado mejor! Veo que estás muy enojado con él. El rostro de Camilo se transforma. Yo lo amaba a mi papa, siempre hacía todo bien, sabía de todo, se ocupaba de nosotros, ni te cuento cómo se portó conmigo cuando me pisó el auto, no sé cuántos kilos bajó, no me dejaba solo ni un instante, no sé cómo me las hubiera arreglado sin él. ¿Y ya no lo amás? Camilo le clava los ojos, hace doler la intensidad de su mirada. Primero no pude creer en Dios ahora no puedo creer ni en mi papá. Tu papá no es Dios, Camilo, todos los seres humanos nos equivocamos alguna vez pero eso no implica que ya no puedas creer en tu papá Gustavo hace una pausa y pregunta ¿te gustaría contarles lo de Azul a tus hermanos? El chico niega con la cabeza. ¿Por qué? Porque van a sufrir, Lu sobre todo. No hacerte sufrir fue el motivo por el cual tu papá retardó la verdad. ¿Retardó?, ocultó! lo corrige Camilo. Te lo iba a decir, en algún momento iba a hacerlo? Gustavo busca la mirada del chico ¿seguís queriendo conocer a Azul? ¡Claro!, es mi hermana, pobrecita, qué quilombo le espera. ¿Se lo dijiste a tu papá? Solo cuando estaba aquí. A lo mejor conviene esperar hasta que tus hermanos puedan acompañarte. Quiero que la traiga porque a la nena la quiero conocer pero a esa mujer no. ¿Le contaste a alguien todo esto? A vos contesta Camilo sin mirarlo. En cuanto lo sepan tus hermanos, dejará de ser un secreto; no necesitás ocultarlo. Me da vergüenza explica. Una vergüenza sería si tu papá hubiera abandonado a su hija, sin embargo asumió la responsabilidad de sus actos; considero que tu papá es muy valiente. Camilo levanta los ojos. Tanta entrega en la mirada que Gustavo se conmueve. ¿De veras te parece?
Gustavo, mientras toma un té, se plantea qué pasaría con sus propios hijos si Cecilia decidiera reconstruir su vida. ¿Deberían padecer también nuevos hermanos? Cecilia sembrada por otro. A él le resulta intolerable, admite. Deja la taza sobre el escritorio y revisa la ficha de María Inés. ¿Qué pensará hacer con su matrimonio? Ya un par de sesiones sin tocar el tema.
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Qué quedó de la modelo de tapa de revista se pregunta Gustavo al abrirle la puerta a María Inés. Jean, remera. Nada que la distinga de cualquier chica porteña. Salvo la belleza, claro, porque aun sin producción sigue siendo hermosa. ¿Cómo estás? pregunta Gustavo luego de un rato. Normal contesta ella mientras se mira las uñas. ¿Todo bien con Gerardo? Ella se encoge de hombros. Gustavo opta por el silencio. La sesión completa si hace falta, decide. ¿Vos estás esperando que yo te diga que me voy a separar de él? lo mira con intensidad ¿solo porque le haya gustado un hombre debo apartarme de su lado? Gustavo reflexiona y luego dice el único motivo válido para alejarte es si él no te hace feliz. María Inés se recuesta, se apoya sobre un codo, las piernas flexionadas. El problema es que me hace feliz en todo lugar que no sea la cama. ¿Y cómo pensás solucionarlo? ¿Qué posibilidades ves? sonríe ella, irónica. Gustavo decide ser brutal. La abstinencia, la masturbación, un amante, un ¨taxi boy¨, o hasta una orgía que incluya a Gerardo. ¿Tu intención es ofenderme? Solo pretendo ser realista, tenés treinta años, María Inés, me parece que sos demasiado joven para optar por la insatisfacción permanente. ¿Creés que si Gerardo hiciera una terapia lo podría solucionar? Gustavo se sirve un vaso de agua. Ya hemos hablado del tema dice Gerardo no tiene nada que corregir decide ser terminante esa es su orientación sexual. María Inés juega con sus pulseras, las mira con atención. No me imagino mi vida sin Gerardo; vos no sabés, él me cuida, me mima, me compra ropa, vive diciéndome lo hermosa que soy. Como tu abuelo Gustavo asienta el golpe disfruta mirándote pero no te toca; disfruta de que los demás lo vean con vos; quién podría dudar de su virilidad teniendo semejante mina al lado. María Inés se para. No estoy dispuesta a que me destruyas; no voy a seguir viniendo acá. Gustavo se incorpora. Avisame si cambiás de opinión. Ella se va sin saludarlo. Instantes después suena el timbre. Tu dinero dice ella entregándole los billetes. Él cierra la puerta y los cuenta: como de costumbre, le está pagando todas las sesiones que faltan hasta fin de mes.
Gustavo va a la cocina. Al servirse un vaso de soda se da cuenta de que la mano le tiembla. La transpiración le chorrea bajo la camisa. Va hasta el baño y se lava. Se mira en el espejo. Está desencajado. Su pecho es un tambor. Ojalá que Raúl se demore.
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Raúl se sienta. Cruza la pierna derecha sobre la rodilla izquierda. Extiende un brazo sobre el respaldo. Sonríe. Se te ve bien comenta Gustavo. Estoy bien le aclara Raúl la página está funcionando a full; logré armar un grupito; el lunes di la primera clase. ¿Cómo te sentiste? De diez comenta parece que hubiera nacido para enseñar; Lisa cuando me veía explicarle algo a mis hijos me lo había dicho varias veces. ¿Qué pasó con la refacción? pregunta Gustavo. Empiezo mañana, da para unos cuantos meses dice Raúl y calla. ¿Lisa? Raúl lanza una carcajada. Ya sabés, es una puta, estamos cojiendo como nunca. Ante el prolongado silencio, Gustavo pregunta ¿algo de lo que quieras hablar? Raúl se encoge de hombros., se queda un rato pensando y luego dice el viernes lo llamé a mi hermano; vinieron el sábado, cena de cuatro; no estuvo mal, nosotros medio trabados pero las mujeres condujeron la noche, se quedaron hasta la una. ¿Por qué se te ocurrió llamarlo? Pregunta Gustavo, extrañado. Lisa me insistió, en realidad ella siempre me insiste pero si me siento mal, no me dan ganas de verlo; odio ser siempre el perdedor; empiezo a sentirme mal cuando lo veo bajar de su Mercedes; fue la primera vez que se tocaron temas personales; están teniendo problemas con su hijo mayor; es probable que repita cuarto año por segunda vez; no saben en qué anda; le sugerí que lo llevaran a un sicólogo, ellos son muy resistentes al respecto, para tratar de presionar les comenté que yo estaba en terapia, se sorprendieron mucho, para mi viejo ese siempre fue un tema tabú; por primera vez en mi vida me dio pena, me imagino la preocupación de tener un hijo así; nosotros tuvimos suerte con los chicos, son dos joyas. No es solo cuestión de suerte acota Gustavo. Puede ser solo comenta Raúl y luego calla. Tanto tiempo que Gustavo pregunta ¿en qué estás pensando? Raúl mira el piso, se reacomoda, carraspea. Al fin dice ¿te parece que siga viniendo?, ya todo se encaminó. Gustavo se queda helado. ¿No querés venir más? No es eso, me pregunto hasta cuando necesitaré seguir en terapia. Gustavo mira el reloj. Considero que el alta es prematura pero ambos lo pensaremos durante esta semana; te veo el miércoles que viene. Como dice mi hermano, no te largan más comenta Raúl mientras se incorpora.
Gustavo está desconcertado. Dos pacientes seguidos queriendo dejarlo. No quiere que se vayan, ninguno de los dos. Son parte de mi vida, se dice. Mensaje de Natalia. Ni ganas de contestarlo. Me siento mal, piensa. Va hasta el baño y se toma una aspirina.
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Lucas dice agua informa Daniela pronuncia clarito; me dijo la fonoudióloga que cree que va a aprender a hablar; ahora lo sigue mucho al padre; cuando quiere algo, viene y lo agarra de la mano; Ariel lo entiende bastante. No tanto como a vos. ¡Soy la madre! dice ella e inmediatamente, mirando la alfombra, informa ¿a qué no sabe a dónde lo invité a mi marido? Gustavo eleva los hombros y cejas. A un hotel mira a Gustavo y sonríe ante su expresión de sorpresa fue su cumpleaños sigue explicando y le dije que tenía un regalo especial para él, Como yo no manejo lo fue guiando, el no entendía nada; cuando llegamos, creyó que le estaba haciendo una broma y se río; todo estuvo a punto de fracasar porque me ofendí y me dio una vergüenza tremenda; pero finalmente, entramos; le juro que nunca hicimos el amor así; en ese ámbito yo me sentía otra; cuando se cumplieron las dos horas la llamé a mi mamá y le pregunté si me bancaba otro rato; pasamos la tarde completa hablando y abrazándonos, con Lucas dando vueltas, hace dos años que no podemos estar tranquilos; cuando le dije que había pensado que tenía otra le agarró u ataque de risa; fue hermoso. Gustavo la observa: ella está hermosa. Sonrosada, los ojos brillantes. Ariel propuso que repitiéramos la experiencia al menos una vez por mes; es maravilloso sentirse la amante de tu marido busca una pastilla en la cartera, se abraza con ambos brazos y dice gracias, sin usted no hubiera descubierto que era capaz de tomar la iniciativa. Sus palabras caen sobre Gustavo como un bálsamo.
Frente al semáforo, Gustavo llama. San, ¿me hacés el favor de pasar a buscar a los chicos?, yo estaré en lo de mi vieja alrededor de las nueve y cuarto. Le tocan la bocina. Arranca. Friends will be friends, tararea.
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Necesitaría cuatro horas seguidas comenta Gustavo en cuanto se sienta. Yo también estuve pensando que quizás sería conveniente adicionar otra sesión semanal propone Ana María. Gustavo se queda desconcertado. Qué notable dice usted me requiere aún más como paciente mientras a dos de mis pacientes ya no les srvo como analista. ¿Por qué no me cuenta lo que pasó? solicita ella. Gustavo le transmite lo sucedido con María Inés y con Raúl. Son dos situaciones completamente diferentes concluye Ana María el deseo de Raúl es producto del buen trabajo que usted realizó con él; creo que es importante que Raúl sienta que puede tomar la decisión de separarse de usted en el momento en que lo crea necesario; fíjese lo difícil que le resultó a usted lograr que él pudiera independizarse de su propio padre; para nada insistiría en continuar el tratamiento; con respecto a María Inés, sería verdaderamente contraproducente interrumpir la terapia; es importantísimo lo que salió a luz de los abusos de su infancia; yo también considero que está estrechamente ligado con la relación con su marido; confiemos en que regresará; las sesiones abonadas por adelantado son un signo de que ella reconoce que precisa ayuda; yo esperaría hasta el próximo miércoles y si no aparece, intentaría convocarla telefónicamente; es un pésimo momento para interrumpir, la remoción de su pasado y su presente difícil constituyen una mezcla explosiva. El resto de mis pacientes van evolucionando muy bien cuenta Gustavo para afirmarse la próxima sesión la dedicaré a ellos, hay varios puntos que me gustaría consultar con usted. ¿Y esta? pregunta Ana María. Esta la necesito para mí; estoy asustado, temo que mi relación con Natalia está yendo demasiado rápido; me parece que para ella está tomando un peso que no sé si seré capaz de sostener; no quiero usarla, ya la hirieron lo suficiente y a mí me encanta estar con ella pero hasta ahí; no estoy buscando una relación consistente, solo una ayuda para no terminar en el fondo del pozo. ¿En qué punto están sus sentimientos con respecto a Cecilia? Una bolsa de gatos; los chicos me insisten en que hable con ella cuando se conectan pero yo ya no sé qué excusa inventar; verla es tóxico para mí; quisiera que se quedara en Chile para siempre, pero en menos de un mes va a estar por acá. Y, entonces, usted deberá enterarse de las decisiones que ella a lo mejor ya ha tomado. ¿A qué decisiones se refiere? Ana María lo mira con extrañeza es probable que a esta altura de los acontecimientos ella haya decidido si desea quedarse con Ricardo, regresar con usted, o continuar sola su camino; y me da la sensación de que usted todavía no ha resuelto cómo actuaría en cada una de las tres situaciones. Gustavo se agarra la cabeza. No quiero pensar admite. Sería conveniente que el regreso de ella lo encontrara con una posición tomada, no queda mucho tiempo por delante. Me parece que usted sigue luchando por su campaña de adicionar otra sesión comenta Gustavo, malhumorado. ¿De veras cree eso? indica ella arqueando las cejas y luego, incorporándose, añade lo espero el miércoles próximo.
Gustavo se detiene en la confitería. Compra bombones de fruta para su madre y una cheese cake. A Santiago le encanta.
Su madre baja a
abrirle. ¿Llegaron los chicos? averigua
Gustavo. Creí que los traías vos comenta ella, preocupada. Les pedí un remís explica él ya estarán por llegar. En cuanto entran,
suena el portero eléctrico. La cara de su madre se distiende. Voy yo informa Gustavo. Instantes
después suben los cuatro en el ascensor. Gustavo le hace señas a los chicos de
que guarden silencio. Los pibes entran. Martina se abalanza sobre su abuela y
se abraza a su cintura. ¿Me preparaste
los ravioles? pregunta. Santiago se introduce en la cocina sin ser visto.
Levanta la tapa de la cacerola. Me parece
que son pocos comenta. Gustavo
disfruta viendo la cara de sorpresa de su madre. Más aún del abrazo en el
pasillo. ¡Santiaguito!, ¡cuánto hace que
no te veía! Minutos después los cinco comparten la mesa. Cualquier cosa hiervo otra plancha explica
por las dudas compré de más. ¡Como
siempre, abuela! comenta Nacho con la boca llena. ¡Están rerricos! dice Martina con las mejillas manchadas de salsa. Contame, Santiaguito, ¿estás de novio? pregunta
la señora. ¡Me quieren cazzzar!, Isabel,
¡estoy desesperado! exclama Santiago, los ojos en blanco, ¿Te vas a casar, padrino? pregunta el
chico. Cuidate de las mujeres, pibe, son
de lo peor dice Santiago palmeándolo en el hombro. Gustavo los observa, en
silencio. Papi, ¿estás bien? pregunta
la nena. Él, sentado a su lado, la atrae contra sí y la besa. Más que bien, muñequita contesta
tratando de contener las lágrimas.
Los chicos
mirando la tele, su madre preparando el café, Gustavo charla con su amigo,
acomodados en el sofá. ¿Cómo va tu mina? Se llama Natalia contesta
Gustavo, seco. Santiago sonríe, circunspecto ¿cómo
está la señorita Natalia, caballero? No seas pelotudo que no estoy de humor
para huevadas. ¡Qué carácter! Santiago hace una ligera pausa y luego
pregunta ¿tuviste problemas con ella? Gustavo cabecea. Ella es un encanto, soy yo el que no sabe dónde está parado. Isabel llega con la bandeja. Tres tazas.
Conversación terminada. Por suerte, piensa Gustavo.
Gustavo controla
que los chicos estén dormidos y que Lacán tenga agua. Cierra la llave de gas.
Está por acostarse cuando decide echarle un último vistazo a la computadora.
Mail de Cecilia. Las manos de Gustavo se humedecen. Se le atranca el mouse.
Solo un renglón: Regreso el miércoles
próximo a las dos de la madrugada. Gustavo cierra los ojos, aturdido por un
agudo dolor en el pecho. Se abraza a sí
mismo. Un único deseo: que se detenga el tiempo.
Fin Primera Parte
Tengo un par de primos en Bs As, psicologos los dos, que poco veo. Ella mi prima no tiene tiempo para mí cuando visito, siempre con pacientes. Cuando converso con mi primo político me cuenta algunas historias de su práctica. El relato de estas vidas en la novela suenan exactamente como el mundo de mis primos. Muy real.
ResponderEliminarMe encanta tu comentario.
EliminarQuiero leer mas, muy interesante y atrapante!
ResponderEliminarVeo que estás leyendo en orden. Bueno cuando uno se saltea alguna entrega.
ResponderEliminarme gusta como se va desarrollando la historia de cada personaje permitiendo ir conociendolos de a poco!
ResponderEliminarEso que voy dosificando mucho la información. Ya le pasarán cosas más interesantes a cada uno!
Eliminarme lei todo de un tiron!! quiero mas!
ResponderEliminarHabrá más. Ahora voy a tener mucho tiempo para escribir!
EliminarQuiero compartir mi testimonio sobre cómo conseguí una tarjeta de cajero automático de BLANK que han cambiado mi vida hoy. Yo estaba viviendo en la calle donde las cosas eran tan difíciles para mí, incluso para pagar mis cuentas era muy difícil para mí tengo que aparcar fuera del apartamento que estaba viviendo y empezar a dormir en la calle de Las Vegas. Intenté todo lo que podía hacer para asegurar un trabajo, pero todo fue en vano. Así que decidí navegar a través de mi teléfono para los puestos de trabajo en línea donde me dieron un anuncio en Hackers publicidad una tarjeta de cajero automático en blanco que puede utilizarse para hackear cualquier cajero automático en todo el mundo, nunca pensé que esto podría ser real porque la mayoría de anuncios en el Internet se basan en el fraude, así que decidí darle una oportunidad y mirar donde me llevará a si puede cambiar mi vida para siempre. Me puse en contacto con estos hackers y me dijeron todo lo que era necesario para obtener la tarjeta. Y también tienen todo lo que se necesita para entregar la tarjeta en 48 horas para mí si estoy interesado en conseguir uno de allí tarjeta, acepté y decidí ir para uno. Esto es real y no es una estafa que me ayude. Para cortar la historia corto Solicité la tarjeta de cajero automático en blanco y se me entregó en 2 días y lo hice como me dijeron y hoy mi vida tiene cambiar de un caminante de la calle a vivir en una buena casa, no hay cajero automático MÁQUINAS este BLANK ATM CARD no puede penetrar, porque ha sido programado con varias herramientas y software antes de ser enviado a usted. Mi vida realmente ha cambiado y quiero compartir esto con el mundo, sé que esto es ilegal, pero también una manera inteligente de vivir Gran porque el gobierno no puede ayudarnos así que tenemos que ayudarnos a nosotros mismos. Si usted también desea esta TARJETA del COCHE EN BLANCO quiero que usted entre en contacto con Sr. Wandy vía su email wandyhackersworld88@gmail.com
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ResponderEliminarTengo mi ya programado y blanqueado tarjeta de cajero automático para retirar el máximo de $ 10,000 por día durante un
máximo de 20 días. Estoy muy feliz por esto porque tengo la mía la semana pasada y lo he usado para obtener $ 60,000. MR
Thomas Rossey está dando la tarjeta sólo para ayudar a los pobres y necesitados, aunque es ilegal, pero es algo agradable
y no es como otra estafa pretendiendo tener las tarjetas de cajero en blanco. Y nadie es atrapado cuando se utiliza la
tarjeta. Obtener el suyo de él. Simplemente envíale un correo electrónico a hackercredit.atmcards@gmail.com y sé feliz
como yo ...
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ResponderEliminarQuiero compartir mi testimonio sobre cómo conseguí mi tarjeta de cajero automático BLANK que han cambiado mi vida hoy. Una vez vivía en la calle donde por las cosas eran tan difíciles para mí, incluso para pagar mis cuentas era muy difícil para mí tengo que aparcar de mi apartamento y empezar a dormir en la calle. Intenté todo lo que podía hacer para asegurar un trabajo, pero todo fue en vano. Así que decidí hojear a través de mi teléfono para los trabajos en línea donde conseguí un anuncio en piratas informáticos que anuncian una tarjeta en blanco del cajero automático que se pueda utilizar para cortar cualquier cajero automático por todo el mundo, nunca pensé que esto podría ser real porque la mayoría del anuncio en el Internet se basan en el fraude, así que decidí darle una oportunidad y mirar a donde me llevará si puede cambiar mi vida para siempre. Me puse en contacto con estos hackers y me dijeron que todo lo que necesitaba para obtener esta tarjeta, esto es real y no es una estafa que me ayude. Para cortar la historia corta que estos hackers son expertos en reparaciones ATM, programación y ejecución que me enseñó varios consejos y trucos acerca de entrar en un cajero automático con una tarjeta de cajero automático en blanco. Solicité la tarjeta de cajero automático en blanco y se me entregó en 3 días y lo hice como me dijeron y hoy mi vida tiene cambiar de un caminante de la calle a mi casa, no hay máquinas de ATM esta tarjeta de cajero automático en blanco puede penetrar en Porque se han programado con varias herramientas y software antes de que se le envíe. Mi vida realmente ha cambiado y quiero compartir esto con el mundo, sé que esto es ilegal, pero también una manera inteligente de vivir Gran porque el gobierno no puede ayudarnos así que tenemos que ayudarnos a nosotros mismos. Si usted también desea esta TARJETA del COCHE EN BLANCO quiero que usted entre en contacto con Sr. Wandy vía su email wandyhackersworld88@gmail.com
Hola
ResponderEliminarMi nombre es Jorge, he leído muchos comentarios sobre estas tarjetas de cajero automático y la semana pasada decidí contactar a uno de los piratas informáticos que dijo que la tarjeta puede ganarme $ 14,000 en una semana. En este momento estaba a punto de perder mi casa debido al préstamo que tenía en el banco durante dos años y necesitaba solo $ 30,000 para pagar el préstamo y el banco me daba solo dos meses para pagar o perdí mi casa. Les pedí ayuda a todos mis amigos y todos me contaron la misma historia de no poder ayudarme. Decidí tomar un riesgo al solicitar esta tarjeta ATM en blanco para ver si habrá una salida. Esperé esta tarjeta por 3 días hábiles y finalmente llegó la tarjeta pero tenía miedo de que no funcionara, tuve que hacerlo hasta aproximadamente las 11 pm para probarla en el cajero automático en una ciudad cercana. Mira, funciona y ahora he pagado todo mi préstamo solo en un mes.
Agradezco a DIOS por usar cardscodehackers para ayudarme en un momento sin esperanza. Oro para que Dios continúe usándolos para ayudar a todos los que lo necesiten.
contáctelos con esta dirección de correo electrónico a continuación.
cardscodehackers@gmail.com