Sesiones de Laura

Miércoles 1 de agosto de 2012
Laura le tiende la mano. Gustavo nota que hoy está especialmente arreglada. El pelo distinto, ¿más corto? evalúa mientras la observa sentarse. Todos sus modales son delicados, de señora. Ayer llamé a la editorial, “no debe considerarlo un negocio sino un gasto”, me aclaró el dueño,  dice con retintín como si yo no lo supiera  se reacomoda en el diván, suspira y continúa estuve revisando álbumes y rescaté una foto para la tapa, tendría unos dos años. ¿Quién? la interrumpe Gustavo. Yo contesta irguiéndose  ¿usted tampoco me presta atención cuando hablo de mi libro? ¿Usted supone que no le prestan atención? Laura hace una mueca despectiva y sigue la foto es de mala calidad pero los ojos dan exactamente el tono. ¿Y cuál sería ese tono? Ella permanece callada unos segundos. Mira la alfombra. Tristes, muy tristes. Como los tiene hoy piensa él y los ojos de ella se llenan de lágrimas. No sabe lo que fue mi mañana  Laura se seca las mejillas con el dorso de la mano desde que están los pintores la casa es un caos, por suerte ayer me había dejado la ropa preparada, pero el sobre con la foto no aparecía por ningún lado, subí y bajé mil veces, finalmente lo encontré en el primer lugar en que lo había buscado; le tocó entonces el turno al celular, me llamé otras mil veces pero no sonaba, hasta que me iluminé y lo encontré en el bolsillo de la robe colgada dentro del placar; cuando miré el reloj casi me muero,  corrí las siete cuadras hasta el subte, la camisa chorreada de transpiración; mientras bajaba las escaleras busqué en mi billetera. Gustavo carraspea, Laura no está diciendo nada, cuánto más debe dejarla hablar. Ella continúa. Luis siempre me da tarjetas que nunca uso, encontré una;  el molinete la chupó pero el fierro se atrancó; fui hasta la ventanilla, todos cargaban la SUBE, Gustavo tose para ocultar un incipiente bostezo, la mujer me miró mal cuando compré un pase; lo probé pero el molinete no cedió, hasta que lo empujé con más fuerza, o sea, la tarjeta anterior hubiera servido; me sentí tan idiota  hace una pausa y cabecea, abatida  por fin logré salir del subte, atravesé el gentío de  Corrientes y llegué; me atendió una chica joven, que hojeando la novela mientras hablaba por teléfono dictaminó “se nota que no es una principiante”. ¿Usted considera que su obra es la de un principiante? Basta, Gustavo ella eleva la voz pero instantes después pide perdón  y como él solo esboza una sonrisa ella continúa a veces al  releerme siento que sí, y a mi edad, es tristísimo. Veo que no está en un buen día dice él sonriendo. Todavía no le conté la pelea con Luis. Laura se acomoda el cabello y lo mira. La escucho dice. Discutimos por la plata, por lo que debía invertir en la publicación. Qué raro viniendo de él acota Gustavo. Me pidió que esperara la respuesta de Alfaguara  aclara ella. Entonces no le cuestionó la inversión la corrige. Sí, porque nunca me van a contestar. Quizás él considera que sí, confía en usted. Los ojos de Laura de nuevo se humedecen tampoco le conté que me estaba esperando en la puerta de la editorial. ¿Con quién, entonces, está tan enojada? ¡Conmigo! contesta y se echa a llorar. Gustavo espera a que se calme y luego dice pues yo la felicito. Laura se suena la nariz, abolla el pañuelo entre las manos y sigue hablando. Ahora de los pintores. A él le cuesta mucho prestarle atención. Le recuerda a su madre. Esa manera de enhebrar las frases casi sin fisuras. Ella cambia de posición. Cruza las piernas. Él le observa los tobillos. Sorprendentemente finos para su edad. En eso no se parece a su mamá. Gracias dice Laura mientras le da la mano me salvó el día. Él sonríe y cierra la puerta, despacio.

Miércoles 8 de agosto de 2012
La franca sonrisa de Laura. Brilla. Gustavo le da la mano y la acompaña hasta el diván. Ella cuelga el  blazer en el perchero thonet y se sienta. Hoy se la ve de mejor humor. ¿Se me nota? Hasta se permite coquetear, piensa Gustavo y acota a usted todo se le nota. Me llamaron de Alfaguara. Laura desliza una palma sobre otra, sonríe apretando los labios, entrecruza ahora los dedos. Por fin anuncia me aceptaron la novela. Caramba, qué noticia dice él sonriendo  sobre todo para una principiante. Ella se echa hacia atrás,  fresca su carcajada. La semana que viene firmaré el contrato. Mientras la escucha hablar de cláusulas y condiciones Gustavo evalúa si logrará terminar el trabajo del curso para el miércoles próximo. Tendrá que conseguir una prórroga. Calculé mal,  se dice pero luego se desdice y atribuye la demora a la imposibilidad de concentrarse, hace días que está alterado. Cecilia lo altera. Laura, ahora, comenta una cena familiar. Vinieron todos, una alegría verlos juntos dice Laura y continúa describiendo los detalles. Gustavo solo asiente, de vez en cuando. De pronto percibe el silencio y fija la mirada en ella. Laura entonces le sonríe, con dulzura piensa él, y dice gracias. ¿Gracias? pregunta, aumentando el contorno de los ojos. Sin su apoyo no me hubiera atrevido a presentarla confiesa. Gustavo mira, ahora, por la ventana. Una tarde soleada. Se distrae observando el cielo unos instantes, quizás demasiados, porque cuando vuelve a mirarla, ella ya no sonríe mientras dice poniéndose el blazer Luis tiene una tos bárbara, anoche casi no durmió.

Miércoles 15 de agosto de 2012
El lunes  firmé el contrato con la editorial cambia Laura de tema calculan que las pruebas estarán en un mes, todavía no me puedo convencer  se saca los anteojos y se pone una patilla en la boca  la otra noche, el mismo miércoles, hubo festejo familiar en lo de mi hija mayor  lo mira, como testeándolo, y le aclara por el libro. Me imaginaba añade Gustavo, sonriendo. Luis se apareció con un ramo de flores inmenso; mi yerno, con bombones; un lujo la comida. Gustavo se reacomoda en el sillón. Laura se explaya: ingredientes, recetas, vino, bromas. Una apretada cadena de palabras, ¿cuándo respira? Gustavo mira con disimulo el reloj. Pocos minutos por delante. Laura la interrumpe  todo parece ir muy bien, su libro encaminado, la familia de diez. Ella lo mira, de pronto seria. ¿Por qué dice parece? Él sonríe. Porque si ya superó los conflictos con la escritura, motivo de la consulta,  no sé en qué más la puedo ayudar. ¿Me está echando? De ninguna manera, le propongo que durante esta semana piense en si hay algo más en lo que podamos trabajar. Ambos se incorporan. La puerta del ascensor abierta, Gustavo le comenta hace mucho que no me habla de su hijo. Ella amaga abrir la boca pero solo se encoge de hombros. Se tropieza al subir al ascensor. Cierra sin mirarlo.

Miércoles 22 de agosto de 2012
En cuanto la ve, Gustavo recuerda la propuesta de la sesión anterior. Pero él, hoy, no tiene fuerzas. Va a abandonarse a la grata modorra que le producen sus palabras. Como un bálsamo. Una mano fresca en la frente afiebrada. Ya sentados, Gustavo la mira, sonriendo. Estuve pensando en lo que me dijo comenza ella. Él quisiera pedirle que le cuente de la editorial, de Luis, de las hijas, del arroz con pollo pero, disciplinado, le pregunta  ¿y a qué conclusión llegó? Estoy avergonzada. La sorpresa de Gustavo es franca. ¿Avergonzada? Hace meses que estoy aquí, hace meses que pago por venir aquí y le hablo de cualquier cosa menos de lo que de veras me preocupa recién ahora lo mira ¿cómo se dio cuenta de que el problema era con mi hijo? Gustavo está desconcertado. Hasta que recuerda su pregunta final de la sesión anterior. Sonríe. Ya le dije en una oportunidad que a usted todo se le nota. Ella se afloja. Él se oprime la boca del estómago. No sé por dónde empezar dice ella.. Él abre ambos brazos, las palmas hacia arriba. Por donde prefiera. Laura se estruja las manos, se muerde las uñas. Nunca la vio así. Mi hijo no quiere verme, le juro que no sé por qué. Gustavo siente los poros abiertos. Cuánto más fácil es entender el dolor del otro cuando uno también está sufriendo. ¿Podría hablarme sobre Federico? pide. Gustavo la escucha. Pese a la angustia que no amaina, está totalmente concentrado. El bebé llorón, el escolar brillante pero vago, el hijo rebelde, el hermano peleador. Solo era dulce conmigo. Laura sonríe, se le ablanda la cara, piensa él. Amo a mis dos hijas pero él siempre fue especial para mí; recuerdo el parto, cuando me dijeron que era varón sentí un orgullo profundo, visceral, un bebé hermoso, además; mi madre me decía: “este chico te va a dar muchas satisfacciones”  se echa el cabello hacia atrás todavía las estoy esperando.  Laura, luego, calla. Gustavo le ofrece agua. Ambos beben. Entró en el Nacional Buenos Aires, el tercer promedio, un año bien, luego un desastre, hubo que cambiarlo de colegio, repitió, terminó el secundario a los tumbos, no quiso seguir estudiando, después se metió en drogas, salió, empezó a arreglar computadoras, porque siempre desarmó cuanto tuvo por delante, tiene muchísimo trabajo, parece. ¿Parece? Sé lo que me cuentan Luis y las chicas, hace seis meses que no lo veo. Se suena la nariz y luego lo mira de frente. Estoy desesperada dice ya no sé qué hacer;  probé de todas las maneras, personalmente, por carta, por mail; no me responde, ni una palabra me responde. ¿Por qué nunca me lo contó? Ella le sostiene la mirada. No sé dice pero ahora estoy aliviada. Gustavo descubre que por un largo rato no pensó en Cecilia. Laura, no se vaya, quisiera pedirle. ¿A qué adjudica el alejamiento de Federico? Ella se queda pensando; cruza y descruza las piernas. No lo sé… bah, siempre me echó en cara que le estuve muy encima. ¿Hubo algún episodio puntual antes de este alejamiento? No, que yo recuerde, el último día que lo vi comentó que había dejado el curso de hardware que estaba haciendo. ¿Usted se lo reprochó? No hace falta, él sabe muy bien lo que pienso. Gustavo reflexiona. ¿La madre introyectada funcionando de superyó? ¿Cómo se siente usted cuando considera que actuó mal? intenta. Horrible, soy muy exigente conmigo misma; no sabe lo mal que me quedé el miércoles pasado, hasta pensé en no volver; yo lo estaba engañando ríe ¡y encima usted me descubrió! De a poco se le va borrando la sonrisa. ¿Por qué me hizo esa pregunta? Inquiere. Lo charlamos la próxima dice Gustavo levantándose. Aquí estaré informa ella.

Miércoles 29 de agosto de 2012
Hace unos meses, mi cuñada cuestionaba  la conveniencia de ayudar a los chicos en sus tareas escolares y le comenté que yo siempre había  estudiado con  mis hijos Laura verifica que él la esté mirando y continúa como creí imaginar lo que ella estaba pensando, agregué ¨por eso me salieron tan bien¨. Él se endereza en su silla, alerta. Un minuto después me dijo, en muy mal tono ¨no es la primera vez que hacés un comentario de este tipo, estoy cansada de oírte hablar mal de tus hijos; tus hijos son buenas personas, independientes, cariñosos, trabajadores; a lo mejor no cumplieron con tus expectativas pero eso no significa que te hayan salido mal¨. Gustavo, intencionalmente,  deja pasar unos segundos antes de preguntar ¿y qué piensa usted sobre el comentario de su cuñada? Laura se echa el cabello hacia atrás,  permanece con los brazos levantados unos instantes y luego los baja y los cruza. Se está protegiendo, piensa él. En ese momento no le di importancia, aunque me encantó que saliera en defensa de sus sobrinos, prueba de cuánto los quiere. ¿Y cuándo descubrió su cabal trascendencia? Laura se lleva la mano a la boca y carraspea. El miércoles pasado cuando salí de aquí dice y luego calla. Me gustaría que me explicara qué sintió pide él. Tuve la nítida percepción de lo duro que es no cumplir con las expectativas de los otros; me quedé pensando en lo que usted dijo; tiene razón Laura sonríe  uno sabe lo que los demás esperan de uno.  Él se toma solo unos segundos. ¿Por eso es que Federico no necesitó que usted lo retara por haber abandonado el curso de hardware para saber que otra vez la estaba defraudando? pregunta. Como tocada por una varita mágica, la cara de ella se desarma.  Cuando eran chiquitos estaba tan orgullosa de ellos; siempre eran los primeros en el colegio dice con los ojos húmedos. ¿Y ahora? inquiere él. Las lágrimas de ella descienden por sus mejillas. Se las seca con el dorso de la mano. Gustavo le señala la caja de pañuelos. Ella toma un par. Se suena la nariz, logra recomponerse. Son buenos chicos dice al fin. Si no me equivoco esa es la opinión de su cuñada; le repito la pregunta, Laura, ¿está orgullosa de sus hijos? Mientras la observa llorar Gustavo se plantea si alguna vez su padre estuvo orgulloso de él. ¿Está él orgulloso de Nacho? Laura dice no puedo explicarle cuánto me duele tener que confesarle que no. Él reflexiona unos segundos y propone qué le parece si para la próxima hace una lista de qué expectativas han colmado cada uno de sus hijos y cuáles no. Laura pregunta ¿débitos y réditos? Algo así responde él sonriendo.  Ella toma un vaso de agua, carraspea y comenta ayer me encontré con las compañeras del secundario. Gustavo se reacomoda en su sillón y se dispone a escucharla.

Miércoles 5 de setiembre de 2012
Laura se ubica, abre la cartera. ¿Me va a pagar ahora? , piensa Gustavo, extrañado. Hice los deberes dice ella y le tiende un papel. Él contempla un cuadro a doble entrada. Una columna para cada uno de sus tres hijos, diez filas evaluando distintas áreas, comenzando por ¨salud¨. En cada intersección, signos más o signos menos. Nunca se pierde la formación científica  comenta  él, sonriendo. Observa con atención la multitud de casilleros, ¿quién dijo que los afectos no pueden mensurarse? Es interesante  dice el orden de sus apreciaciones.  Así fueron apareciendo en mi cabeza  parece disculparse ella.  Claro acota él porque si hubiera menos en la  fila de salud, todos los problemas de los que estamos hablando carecerían de sentido. Ni imaginarlo dice ella con énfasis.  ¿De cuáles de los ítems se considera responsable?  pregunta él devolviéndole el papel. Ella lo toma y lo observa con atención. De su salud  ya no me ocupo. ¿Habrá influido en la buena salud de sus hijos  el embarazo, la lactancia, las vacunas, el pediatra? Los tres tienen excelente dentadura, además agrega ella y luego sonríe  topicaciones de fluor, sellado de las muelas, ortodoncia.  ¿Seguimos? propone él. Belleza lee ella y acota supongamos que eso sí viene de los genes, mi marido es particularmente buenmozo. ¿Nada de usted? Las chicas tienen buen cuerpo parece disculparse ella, mirando el piso. Ahora viene la pareja, ¿no? recuerda él. dice ella los tres tienen buenas parejas. ¿Alguna relación con sus treinta años de casados? Ella hace una mueca descalificativa y deja el papel sobre la mesita diciendo esto no tiene ningún sentido. Él lo recoge y reobserva la lista. Concentrémonos en las apreciaciones negativas, ¿no está satisfecha de los estudios de sus hijas? Sí responde ella ¿les puse menos? Un más y un menos contesta él. Porque no son universitarias.  Él sonríe ¿los estudios solo califican si son universitarios? Siempre supuse que mis tres hijos iban a ser profesionales. Gustavo luego de una pausa pregunta¿qué estudiaron sus hijas? La mayor Educación Física, la otra es maestra jardinera. Él aclara, sonriendo o sea que hicieron el Profesorado de Educación Física y el Profesorado de Educación Inicial. Sí, claro. Cuatro años de carrera, ambos. Veo que está bien informado. ¿Y eso merece un más o menos? Ella se encoge de hombros.  Hay otro punto que me llama la atención dice Gustavo luego de una pausa. Ella lo mira. Más allá de los dos menos que le adjudica a su relación con su hijo, de la cual ya hemos hablado, la que tiene con María merece solo un más o menos. Es que ella a veces me trata mal, se impacienta conmigo. ¿Será porque usted no es muy deportista? Gustavo, no se ría de mí pide Laura.  ¿Con la menor se lleva mejor porque a ella, como a usted, le encantan los niños? Será una buena madre vaticina ella. ¿Mejor que usted? A lo mejor consigue que los hijos le salgan médicos dice ella y ríe. A lo mejor no le interesa que sus hijos sean médicos  la corrige él y al instante los ojos de Laura se llenan de lágrimas.  ¿Seguimos la próxima? propone él. Ella se seca las mejillas con el dorso de la mano y se incorpora.

Miércoles 12 de setiembre de 2013
Lo sorprende el atuendo de Laura. Jeans, zapatillas.  Veo que hoy se vino deportiva comenta, risueño ¿quiere empatizar con su hija? Cómo le gusta burlarse de mí Laura ladea la cabeza pero sabe que sí, a la salida paso por su casa y vamos a  Palermo; el médico me dijo que mi osteoporosis está avanzando, no me queda otra que caminar. Claro, María le ahorrará un personal trainer. ¿Qué quiere que le diga?, ¿qué la sesión del otro día me dejó patas para arriba?, pues no le voy a dar el gusto hace una pausa y agrega no recuerdo cuándo fue la última vez que compartimos una actividad; de chiquita le encantaba que fuéramos a andar en bicicleta pero se quejaba si llevaba a alguno de sus hermanos en el canasto; lo mismo en la pileta, no entendía que no podía nadar con ella, siempre tenía algún bebé en brazos. Quizá cuando tenga hijos pueda entenderlo comenta Gustavo. Dice que no va a tenerlos aclara ella pero no le creo. ¿Por qué desestima sus decisiones? Lo hace para mortificarme dice ella con repentina rabia en la voz sabe que es lo que más deseo en la vida, siempre hace cosas para fastidiarme. ¿Estudiar Educación Física, por ejemplo? Era buenísima en el colegio, de las primeras; no sé por qué decidió seguir justo lo que anulaba su cerebro. ¿Por qué le gustaba, quizás? Ella hace un gesto despectivo.  Laura, ¿usted cree sinceramente que María pudo dedicarse a algo que no le interesa solo para perjudicarla ?, ¿Qué se prive de tener un hijo para mortificarla?  Las mejillas de Laura se enrojecen. Se sirve un vaso de agua. ¿Usted cumplió con las expectativas de sus padres? arriesga Gustavo. Creo que nunca esperaron demasiado de mí, yo era el menor de sus problemas. Él duda, ¿es el momento de encarar los vínculos filiales? ¿Usted cumplió con sus propias expectativas? reformula la pregunta. Yo esperaba tanto de mí misma que es imposible que pudiera colmarlas. ¿En qué considera que falló? Todos decían que yo iba a hacer grandes cosas. ¿No era que sus padres no tenían expectativas puestas en usted?, ¿o ese todos no los incluye?  Ella cabecea. Él insiste ¿cuáles son las grandes cosas que no hizo? Laura se queda reflexionando unos segundos y luego comenta en cuanto terminé la tesis decidí que era un basta para mí; estaba por nacer Paulita, sufría cada día de mi vida en que tenía que dejarlos para ir al hospital; me planteé una pausa que terminó siendo un stop; no me arrepiento, volvería a hacerlo; tuve que dejar la ciencia para poder disfrutar a mis hijos con brutal intensidad. Qué adjetivo particular acota él. No hay nada en la vida que me haya provocado tanta plenitud como la primera infancia de mis hijos; desde el instante en que tuve a María experimenté  una profunda seguridad en mi aptitud  para ser madre; fue maravilloso comprobar que era capaz de satisfacer todos sus deseos, todas sus necesidades; fue mágico; mis bebés dormían bien, comían bien, no se enfermaban, eran precoces; si hubiera sido por mí habría tenido varios hijos más; mis hijos eran perfectos. Y ya no lo son  dice Gustavo. El gesto de Laura se endurece. Toma de nuevo agua.  Él intenta ¿y si usted no estuviera siendo demasiado ecuánime con ellos? No lo entiendo dice Laura. Considera que usted estaba habilitada para relegar su carrera en aras de hacer lo que deseaba pero que sus hijos no tienen el mismo derecho. Yo al menos estudié  se defiende ella.  Claro acota él al menos colgó un cuadrito con el título, al menos sus padres pueden decir que tienen una hija profesional la mira pero como ella calla él continúa es notable su doble discurso, por un lado crucifica a sus hijos por no haber ido a la universidad y por el otro, los crió demostrándoles que lo importante en la vida es hacer lo que uno anhela; a lo mejor sus hijos se parecen a usted más de lo que supone; ¿sabe qué?, me parece que sus hijos son muy valientes. Ella ahora lo mira, los ojos húmedos. Como su mamá concluye él. Necesito una tregua pide ella sonándose la nariz. Él sonríe.  ¿Cuándo sale el libro? pregunta luego de un rato.

Miércoles 19 de setiembre de 2012
Laura, otra vez, con atuendo deportivo. Parece que aprobó a su personal trainer. No estuvo mal dice ella, sonriente. Estuvo bien, entonces la corrige él. Sí, bastante bien. ¿Qué fue lo que no funcionó? Nada, no sé por qué me lo pregunta. Por su bastante. Ella se encoge de hombros. Bah, es una manera de decir. Debo insistir, se dice él y vuelve a la carga ajá, ¿quién no estuvo del todo bien?, ¿ella o usted?  Laura se muerde el labio. No me enrede con juegos de palabras; estuvo muy bien, solo que me costó seguirle el tren. ¿Cómo es eso?  Laura se vuelca sobre el respaldo. Me hizo dar mil vueltas alrededor del parque, yo ya no podía más; claro, mucho tiempo sin hacer gimnasia; con esto del libro llevo meses sentada; cada vez que empezábamos una vuelta, dudaba de poder terminarla. ¿Ella no le preguntó si estaba cansada? Sí, claro, al terminar cada circuito. ¿Entonces? Yo le decía que no. ¿Por qué le mentía? Laura resopla, se la ve fastidiada. Usted magnifica todo; ahora resulta que yo le miento a mi hija. Gustavo entrecruza las manos y se echa atrás en su sillón. No debo abandonar, piensa. Le cambio la pregunta, ¿por qué no quiso confesarle que estaba cansada?  Ella inspira profundamente, endereza la espalda. Vio como es la gimnasia, hay que resistir; lo peor es que después de dar todas las vueltas que ella consideró adecuadas fuimos a su gimnasio y me martirizó con los abdominales; creí que iba a reventar. Él  gira los dedos entrecruzados mientras comenta pero no podía pedirle clemencia a su hija, quizás porque eso hubiera sido admitir su debilidad. Sonriente le pregunta ¿cuándo terminó la sesión de tortura? Laura también sonríe al contestar cuando María dijo: me parece, mamá, que ya es demasiado por hoy, la verdad es que estás bárbara. Y eso a usted la puso feliz. Ella agita la cabeza. No, eso me hizo sentir que la estaba engañando; yo sabía que lo iba a pagar caro, de hecho, al día siguiente no me podía mover. ¿Qué podía pasar si por una vez mamá abandonaba su omnipotencia? Estoy vieja dice Laura encorvando la espalda.  Debió ser extraño descubrir un ámbito en el cual su hija la superara. Es cierto admite ella no es solo cuestión de edad; la veía moverse con una elasticidad que le desconocía; todos sus movimientos eran sensuales. ¿Sensuales? Sí, si por sensuales entendemos el placer; parecía que mi hija disfrutaba de lo que estaba haciendo. ¿Parecía? él adelanta la espalda hacia ella ¿por qué le resulta tan difícil aceptar que su hija hace lo que hace por ella misma no en contra de usted? Laura se sirve un vaso de agua, lo toma hasta la última gota.  Después comenta comenzaron a llegar cinco o seis mujeres de mi edad, si viera con qué afecto la saludaban; tiene muy lindo puesto el gimnasio.  ¿Usted no lo conocía? No, hace poco que lo alquiló; le quise pagar la clase pero no hubo caso; insistí hasta que se impacientó; dejame que yo haga algo por vos, me pidió ya de mal modo; pero yo no quiero robarle su tiempo. Qué hueso duro de roer piensa Gustavo y agrega ¿tanto le cuesta admitir que puede recibir de su hija algo que usted no le podría dar? Laura se apoya en el respaldo. Usted me cansa, Gustavo, y no quiero decir que me aburre ni que me impacienta, me cansa, me agota pensar en lo que no quiero pensar. ¿En qué no quiere pensar? Siempre sentí que mis hijos eran prolongaciones mías, como un embarazo eterno; parte de mi cuerpo, alimentados por mi sangre, sus corazones latiendo impulsados por el mío; mi vida garantizaba la de ellos; no podía darme el lujo de dejar de respirar. ¿Y ahora? Ya no me necesitan  dice y se abraza a sí misma con ambas manos.  Sí, es cierto, ya no la necesitan para respirar. No es solo eso, son autónomos; mi vida o mi muerte no afecta la vida de ellos. No comparto su opinión; por supuesto que si usted se muere sus hijos seguirán viviendo pero su vida sería menos rica; todavía tiene mucho para darles, sus nietos aún no empezaron a nacer. El celular de Laura suena. Perdón pide mientras lee un mensaje de texto. Sonríe mientras teclea. Era Paula dice me pregunta qué le gusta más si el dulce de batata o el de membrillo. ¿Y usted que le contestó? Batata; desde chiquita le gusta más el de batata y nunca se acuerda.  Gustavo sonríe ¿ve que todavía no puede morirse?, ¿cómo sabría ella lo que tiene que comer? Los quiero tanto que duele dice mientras se restriega los ojos con ambas manos. ¿No sería mejor que aprendiera a quererlos sin dolor?, ¿qué se permitiera solamente disfrutar de su amor?; están grandes, Laura; ya los crió; trate de confiar en su producto; disfrute de su  producción que, por lo que cuenta, no es tan, tan mala. Laura baja la vista, entrelaza las manos.  No se burle de mí, Gustavo. Tenemos una dura tarea por delante: en el momento en que admita que no son un defecto suyo sino ellos mismos, disminuirá su angustia y, al mismo tiempo, ellos dejaran de portar el dolor inextinguible de saber que no son lo que su madre deseaba. Lo que me dice me está matando. No es lo que yo digo, es lo que usted dice. Me voy anuncia Laura levantándose ya es demasiado por hoy. Las palabras de María  le recuerda él. Ella mueve la cabeza.  Le prometo que voy a pensar en todo lo que me dijo.

Miércoles 26 de setiembre de 2012
 sonríe Laura no hace falta que me lo pregunte, sigo con mi personal trainer. Cuenta que ya ha aceptado que su hija no le cobre. Iré todos los miércoles, al salir de aquí, comenta aunque no creo que sea el día más apropiado. ¿Por qué? inquiere Gustavo. Usted suele dejarme de cama dice sonriendo. Quizás es justo eso lo que precisa: un lugar para descansar; descansar de su exigencia para con sus hijos que, en definitiva, es una extensión de la exigencia con usted misma. Como si fuera tan fácil. Sé que  no es fácil, por eso estamos trabajando tan duro que usted queda de cama. Laura se echa hacia atrás y ríe con alegría. El sábado vino a cenar mi sobrino, hacía meses que no lo veía, antes nos encontrábamos seguido; es mi ahijado explica. Gustavo piensa que ya no se fastidia con Laura. Sabe que, más tarde o más temprano, volverá al nudo. ¿Aprendí a tener paciencia?, se pregunta. Ni bien se recibió de ingeniero entró a trabajar en la Ford; se despierta a las cinco de la mañana porque a las siete tiene que estar en Pacheco; vuelve a su casa a las diez de la noche; muchas veces trabaja los fines de semana; hace dos años que esa es su vida; le pregunté si seguía con su novia; ¨no, tía, no tengo tiempo ni energías; ella se cansó¨; le pagan muy bien, eso sí; ¨si consigo mantener este ritmo otro dos años podré sacar un crédito y comprarme un departamento¨; a las diez dijo que se iba;¨ estoy muerto¨ se disculpó ¨ sueño con meterme en la cama y no levantarme hasta el lunes¨; veintiséis años tiene.  Laura se interrumpe, toma un vaso de agua. Estaban mis hijas, con sus parejas continúa las vi vitales, relajadas; nos quedamos charlando hasta las mil y quinientas; arreglaron para ir a San Pedro al día siguiente; los cuatro juntos ¿Por qué me cuenta todo esto? Ella lo mira. ¿Sabe, Gustavo?, mi sobrino me partió el alma; ¿quién le devuelve estos dos años que le entregó al trabajo?; no quisiera esa vida para ninguno de mis hijos. ¿A pesar de que su sobrino es profesional? Si no la gana, la empata dice Laura meneando la cabeza usted me cansa, Gustavo, me agota.

Miércoles 10 de octubre de 2012
¿Se peleó con su personal trainer? comenta Gustavo cuando ve entrar a Laura con traje saco y zapatos de taco alto. Al sonreír, ella agita el cabello. No, vengo de la editorial; no se imagina lo bien que me trataron. ¿Usted suponía que no iba a ser así?  Laura durante un buen rato habla sobre su encuentro con el responsable de diseñar la tapa. ¿Le mostró la foto que había seleccionado? ¿Cómo hace para acordarse de todo? pregunta ella, arqueando las cejas. ¿Se la mostró? insiste él. No, me dio vergüenza reconoce ella quién soy yo para darle indicaciones a un profesional. Otra profesional, que, por algún motivo, había elegido esa foto le aclara él. Me dejó su dirección de mail, por ahí se la mando si a usted le parece. No le estoy dando indicaciones, Laura, solo sugiero que haga conocer sus deseos, deje a los otros la posibilidad de que le digan sí o no. Puede ser dice ella que luego de una pausa informa el domingo fue el cumpleaños de Luis; fuimos todos a almorzar afuera. ¿Su hijo también? Sí, hacía más de siete meses que no lo veía; hasta último momento pensé que no iba a ir. Sin embargo fue recalca él. Sí, se sentó en la otra punta y casi no me dirigió la palabra, pero fue; en un momento María sugirió que para el día de la madre nos reuniéramos en su casa; mucha gracia no me causó, siempre nos reunimos en la nuestra;  de a poco me van desplazando. Quizá su hija pensó que en terreno neutral sería más fácil para Federico. Ni se me ocurrió admite Laura sí, tal vez. ¿Y qué dijo su hijo? Ni sí, ni no; fue raro verlo, por momentos sentí que ese no era mi hijo; parecía más grande, se dejó la barba, no le conocía la ropa; me sorprendió hasta el tono de voz; como si hubiera crecido a mis espaldas. Quizá precisó tomar distancia para que usted pudiera verlo como es realmente. Sí, mi hijo ya es un hombre. ¿Cuántos años tiene? Veintiséis contesta Laura y los ojos se le llenan de lágrimas. María puso un gimnasio, Paula está planeando un jardín de infantes y su hijo pudo vivir ocho meses sin su asistencia; ¿tanto le cuesta verlos crecer? Gustavo la mira con intensidad ¿por qué no disfrutar de haber generado tres seres humanos independientes? Con las chicas lo estoy consiguiendo pero verlo a Federico me golpeó. ¿Qué tal si intenta comunicarse con él de adulto a adulto? propone Gustavo mientras recuerda lo difícil que le resulta contactarse con su propio hijo.   Le prometo que lo intentaré.
Miércoles 17 de octubre
Finalmente el domingo nos reunimos en lo de María  anuncia Laura y señalando sus zapatillas agrega la primogénita avanza sobre mí.  Gustavo recuerda, entonces, el próximo día de la madre. Yo tengo más suerte que mis hijos,  evalúa. ¿No le gusta más considerar que avanzan  juntas? propone. Ella sonríe y comenta  ¿usted siempre tiene algo para decir? Él se encoge de hombros, divertido.  Federico ya confirmó que va informa Laura. ¿Eso la pone contenta? Me da miedo admite. Extraña apreciación. Mientras no lo veo puedo imaginarme que todo sigue igual, pero frente a él, siento que lo perdí. Gustavo va a hacer un comentario cuando ella añade  usted ya debe estar harto de escucharme hablar siempre de lo mismo, ¿no? Él se toma unos segundos antes de preguntar si no estuviera hablando de sus hijos, ¿de qué hablaría? Laura parece desconcertada. Abre  la cartera, busca algo que no encuentra y la cierra. Le conté que falleció mi hermano, ¿no? dice al fin. Nunca me lo comentó responde Gustavo, extrañado. ¿Cuándo? pregunta.  En enero, el 10 de enero. Gustavo hace cuentas: Laura fue su primera paciente. Un mes antes de que iniciáramos estos encuentros deduce él.  Sí, qué raro afirma ella creí que se lo había dicho; mi cuñada llamó por teléfono y de repente ya no tenía hermano;  infarto masivo; fue un gran golpe, era mi único hermano, catorce años menor; yo lo crié.  Usted acaba de decir que perdió a Federico, pero en realidad perdió a ese hijo que su hermano fue para usted acota Gustavo. ¿¡Cómo!? el rostro de Laura se tensa. Comentó que hacía siete meses que no veía a Federico; si no me equivoco las fechas son coincidentes. Sí  dice Laura no lo había pensado; las semanas que siguieron a la muerte de mi hermano son como una nebulosa. Tan borrosas que no encontró la manera de trabajar su duelo acá. Es que hago muchos esfuerzos para olvidarlo. ¿Para olvidar a su hermano? No, para olvidarme de que murió; a veces decreto que está de viaje, él viajaba mucho por su trabajo; me da vergüenza decirlo pero evito hablar con mi cuñada, escucharla me estrella contra la realidad la voz de Laura se quiebra  me alegra que mi madre no esté viva; no lo hubiera podido tolerar las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. Usted no lo puede tolerar la corrige Gustavo.  El pecho de Laura se sacude en sollozos. Él la observa llorar, en silencio. Poco a poco ella se va tranquilizando. Desde el entierro que no lloro por él dice. Cuando la está despidiendo Gustavo acota que disfrute del domingo ella lo mira porque a Federico sí que no lo perdió.  

Miércoles 24 de setiembre de 2012
Se encuentra con Laura, cuando está abriendo la puerta de calle. Él odia llegar sobre la hora; está agitado. Suben juntos hablando del tránsito.  Nos reunimos el domingo relata Laura ya sentada yo amanecí muy triste, discutí  con Luis por el pan que había comprado y me puse a llorar. Como ella permanece en silencio, Gustavo le pregunta ¿por qué se sentía mal?  Laura se echa el cabello hacia atrás.  No sé contesta pero después me puse bien. Tratemos de pensar qué la puso mal antes y qué modificó luego su estado anímico. Ella se encoge de hombros. Está usted para entenderme, yo ya renuncié dice sonriendo. Vamos por partes enuncia Gustavo la otra sesión comentó que sentía que el hecho de que el festejo del día de la madre fuera en lo de su hija era una señal de que ella avanzaba sobre usted Laura cabecea también dijo que tenía miedo de ver a Federico porque le costaba reconocer que ya es un hombre y, por último Gustavo se interrumpe hasta que ella lo mira  este es el primer día de la madre en que falta su hermano, quien, de alguna manera, fue una suerte de hijo para usted. Cuando estoy aquí siento que mi piel deja de protegerme y me vuelvo transparente. Gustavo recuerda las palabras de María Inés frente a las estrellas de su sueño. Ahora le toca a usted analizar por qué logró transformar su desazón. Laura se reacomoda, cruza las piernas. Cuando entré a lo de María, me emocioné; armó la mesa de pingpong; compró una tela y la cubrió; un centro precioso de flores; ocho lugares; increíble que nuestra familia haya crecido tanto: Federico vino a saludarme, no recuerdo cuándo fue la última vez que me abrazó así; en el momento de despedirnos le pregunté cuándo tenía un ratito para que nos encontráramos; prometió que me llamaría; dudo mucho de que eso ocurra pero al menos no me dijo, como otras veces, directamente que no. Gustavo sonríe.  Veo que ha tenido un buen día de la madre. Sí admite ella  pero cuando regresé a casa me puse a ver fotos de mi hermano, todavía no lo había hecho y me agarró un ataque de llanto; Luis vino, me abrazo y me mandó a la cama con un té. Todo estuvo bien aclara Gustavo hasta las lágrimas por su hermano; el peor duelo es el que se niega; seguiremos trabajando en el tema. Laura de repente se pone muy seria ¿nunca me va a liberar? Gustavo, sorprendido, contesta en el momento en que usted considere que ya no me necesita. ¡Me parece que falta bastante! dice ella, dulcificando el rostro.

Miércoles 31 de octubre de 2012
Laura se acomoda, sonriente. El lunes me llamó mi hijo y me propuso que almorzáramos; fue extraño, muchas veces en mi vida me vestí para ir a una cita con un hombre, hasta para venir aquí me arreglo confiesa sin embargo, nunca me había engalanado para encontrarme con mi hijo; acordamos vernos directamente en el restaurante; llegué dispuesta a esperarlo, siempre fue muy impuntual, pero cuando llegué, él ya estaba; pidió pescado al roquefort, en eso sigue igual sonríe y luego agrega antes de que trajeran la comida me contó que había empezado terapia, que había dedicado mucho tiempo a analizar nuestra relación y que por eso no había querido encontrarse antes conmigo; y, ante mi estupor, sacó del bolsillo una lista donde había apuntado todo lo que me quería decir; no podía creer lo que estaba escuchando; reclamos y reclamos; muchos absurdos, muchos legítimos. Todos legítimos aclara Gustavo porque responden a sus sentimientos, a sus percepciones. Sí, todavía no puedo entender cómo no percibí la enorme cantidad de situaciones mínimas que lo hicieron sufrir. ¿En qué se centraron sus protestas? Diferencias a favor de sus hermanas, sobre todo; la verdad es que me dejó pensando; Federico fue un chico que nunca pidió, recuerdo una vez cuando tenía poco más de un año, lo encontré durmiendo con su almohadita en el piso porque había vomitado en su cama, las chicas, en la misma situación, hacían un escándalo; sacó a relucir infinidad de minucias, ni tiene sentido que te las cuente; cuando terminó de hablar le dije; ¨todo lo que estás diciendo podría resumirse en: a mí me querés menos¨, pero no hubo manera de que lo aceptara; fíjese usted, yo creí que se había alejado de mí por desamor y en realidad fue por todo lo opuesto. Luego de unos instantes Gustavo pregunta ¿hubo alguna marcación con respecto a la exigencia? Sí, por supuesto, esas fueron las que califiqué como legítimas. Es muy valorable que su hijo haya podido exponer sus debilidades, eso habla de un alto grado de confianza en usted. Sí, fue hermoso; yo también le marqué las tantísimas veces en las que sufrí por él; ¨me saqué un peso de encima¨, dijo cuando nos despedimos con un abrazo apretadísimo. ¿Cómo se quedó usted? Me cayó encima el peso del que se liberó él; jamás me hubiera imaginado que mi hijo había sufrido por mi culpa. Yo no hablaría de culpas la corrige Gustavo quizá lo que tanto le cuesta es descubrir que usted no fue una madre perfecta. Lo intenté se defiende ella se lo juro, hice todos los esfuerzos posibles.  Somos solo seres humanos; sus hijos no son perfectos y usted tampoco lo es. Laura busca una aspirina en su cartera. Me duele la cabeza explica mientras se sirve un vaso de agua. Segundos después comenta sobre su las pruebas de su libro. En el momento de la despedida oprime la muñeca de Gustavo y dice gracias por ayudarme a recuperar a mi hijo.

Miércoles  7 de noviembre

¿Se siente bien? pregunta Laura luego de darle la mano está pálido. Un poco cansado contesta Gustavo y ella se apresura a ofrecer si quiere nos vemos otro día. De ninguna manera, pase no más. Se me nota, piensa Gustavo preocupado y recuerda que una vez su padre le comentó que los negociantes versados, huelen la miseria y presionan. En cuanto ella se sienta, él, tratando de recuperar el timón, pregunta ¿cómo se siente usted hoy? poniendo el acento en el pronombre. Laura luego de un largo rato dice esta semana estuve pensando mucho en todo lo que trabajé con usted; es extraño, no sé cómo explicárselo; me di cuenta de que, una a una, me fui sacando capas, como si fuera una cebolla y que gracias a eso me pude ver bajo otra óptica como escritora, como madre, como hermana y logré, en consecuencia, comprender procesos y modificar mis actitudes hace una pausa y luego, en voz muy baja, añade pero ahora tengo miedo. ¿Miedo? pregunta Gustavo, sumamente sorprendido. No sé si quiero seguir con esto; si siguen cayendo las capas nos encontraremos con el centro; estoy contenta con mi vida, qué si descubro cosas de mí que la pongan en peligro; pasé aquí varias meses hablando intrascendencias, no crea que no me doy cuenta, a lo mejor era mi manera de protegerme, pero al punto que hemos llegado, sé que usted no me lo permitirá lo mira con intensidad y yo tampoco. A ver si la entiendo dice Gustavo cuando logra reponerse me está planteando suspender la terapia. Ella asiente con la cabeza y luego pide no se enoje conmigo, por favor. Estoy paralizado, reconoce Gustavo, como esta mañana. ¿Por qué habría de enojarme con usted? consigue decir luego de infinitos segundos solo está manifestando sus temores; le sugiero que dejemos por hoy; durante la semana ambos pensaremos en su propuesta y el miércoles próximo tomaremos una decisión al respecto; ¿de acuerdo? De acuerdo repite ella incorporándose le pido de nuevo que no se enoje; usted bien sabe cuánto valoro el trabajo que hizo conmigo.

Miércoles 14 de noviembre de 2012
Gustavo estaciona el auto cerca de la esquina y se dirige a paso vivo al consultorio. Laura está frente a la puerta. Gustavo recuerda que ella también tiene intenciones de abandonarlo. Tres pacientes perdidos en dos semanas. Disminuye la velocidad, tratando de regularizar el ritmo de la respiración. Soy yo la que está en infracción, no se preocupe, llegué temprano; todavía no toqué el timbre lo tranquiliza Laura mientras le tiende la mano. A él, por primera vez, le resulta ridículo. ¿Quién lo decretó?, ya no lo recuerda. Porque a Daniela y a María Inés las beso, piensa. A María Inés la besaba, se corrige. Minutos después Laura ya está ubicada. Como de costumbre, piensa él. Quizá todo fue un mal sueño y pronto la escuchará hablar sobre sus hijos. Estuve muy triste toda la semana se decide ella a comenzar. ¿Por qué? le pregunta él, esperanzado. Laura parece sorprendida. Por la terapia, claro; me da mucha lástima tener que dejar. ¿Por qué utiliza el verbo tener? Laura se mira las manos, juega con la alianza. Ya se lo expliqué, Gustavo, le ruego que me ayude a sostener mi decisión: solo vine a despedirme. Él experimenta un súbito agobio. Como si una máquina le empujara la cabeza e intentara fundirlo con el sillón. Haciendo un gran esfuerzo  logra sonreír. Eleva ambas palmas y sugiere despídase, entonces. No se cómo agradecerle lo que hizo por mí; en mí, en realidad; hubiera querido iniciar este tratamiento hace veinte años, diez, al menos; ya es demasiado tarde. Laura deja el dinero sobre la mesita y se incorpora. Gustavo, desconcertado, también. Mucha suerte dice él ya frente a la puerta mientras le tiende la mano. Ella la obvia y le da un beso en la mejilla. Gracias dice y gira rápidamente.



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