Sesiones de María Inés

Miércoles 1 de agosto de 2012
Gustavo roza la mejilla de María Inés. ¿Cómo estás? le pregunta. Regular contesta ella sin mirarlo, avanza majestuosa por el escritorio, entra al consultorio, deja la cartera sobre el diván y, con extremada parsimonia, se quita el tapado. ¿Naranja?, ¿coral?, evalúa Gustavo mientras se ubica en su sillón al tiempo que ella cruza con arte las piernas. Regular por qué pregunta. Mientras ella refiere con sumo detalle una discusión con la mucama, Gustavo la observa. Medias negras pero transparentes. Negros los zapatos de taco alto. Fino y alto. La vista de él sube. Negra la pollera. Negra y corta. Negra la polera. Negra, ceñida y mórbida. Dan ganas de tocarla. María Inés sigue enfrascada en las disputas domésticas.  Con la cocinera además de con la mucama. La vista de él, ahora, pasando por el collar de perlas, largo, de dos vueltas, llega a los ojos. Negros.  Almendrados, maquillados y negros. ¿Es solo eso lo que te tiene regular? decide interrumpirla. Ella arquea las cejas. Estoy casi segura contesta Gerardo tiene otra. Él, satisfecho, inquiere en qué se basa tu seguridad. Hace dos semanas que no me toca afirma ella,  la vista baja. ¿Y eso es nuevo? averigua él mientras piensa: dios mío, qué imbécil. No aguanto más dice ella y llora. Gustavo repara en que es el tercer paciente al hilo que llora, ¿su culpa o su mérito? Cuando ella se extiende para alcanzar la caja de pañuelos que él le ofrece, la pollera trepa y ofrece los muslos mientras ella confiesa elevando la voz no, no es nuevo, lo de siempre pero más. Pero menos la corrige él. Pero nada lo recorrige ella y el llanto se acentúa. Él quisiera decirle: no llores por él, es un imbécil, sin embargo solo agrega ¿y siempre tuvo otra? Ella lo mira fijo y él, de pronto se ilumina,  qué torpe, ni siquiera se lo había planteado. ¿Podrías hablarme del sexo entre ustedes? propone. Ella, la vista baja, cuenta desde el principio, desde que éramos novios, sentí que era yo quien lo forzaba momento en el que él, que ha seguido recordando situaciones, refuerza su suposición, quizás Gerardo no es solo un imbécil. Me trata como a una enferma dice ella y luego se interrumpe. Gustavo siente que vibra el bolsillo de su pantalón. Seguro que es Martina, piensa, al tiempo que exige no te detengas, María Inés, enferma de qué. Dice que soy ninfómana. ¿Y vos le creés? A veces  reconoce ella y llora más pero él no le da tregua a veces cuándo y aunque su celular sigue vibrando sabe que no lo atenderá  porque María Inés acaba de decir y suena desafiante cuando me masturbo. El portero eléctrico los sobresalta. Gustavo no puede creerlo.

Miércoles 8 de agosto de 2012
Hace casi media hora que María Inés habla sobre el próximo festejo de su cumpleaños. Treinta. Gustavo la escucha, en automático, define. A su madre  quizás le interesara. Y a Cecilia también. Las mujeres aman las fiestas. ¿Todas? Añade a Martina. Mis mujeres, se corrige. Aprovechando una ligera pausa de María Inés le pregunta ¿cómo van las cosas con tu marido? Ella sonríe raro cuando cuenta anoche me acosté desnuda, lo apreté fuerte desde atrás pero se hizo el dormido, entonces… Cinco, diez, quince segundos de silencio. ¿Entonces? Entonces lo mordí, en el hombro lo mordí, le saqué sangre; al menos conseguí que así gritara dice María Inés y luego calla. ¿Y después? Por más que siga contándote no se soluciona. Gustavo se siente involucrado,  en qué está fallando.  No sé para qué sigo viniendo agrega ella y a él le duele, tanto le duele. Cauto, debo ser muy cauto, se indica. Cuando logra reponerse pregunta ¿para qué te parece que venis? Ella, al instante, contesta porque me gusta y su sonrisa es tan irresistible que Gustavo se siente ridículamente orgulloso. No sabe qué decir. Sonríe. Ella agrega aquí siempre me siento bien, hasta cuando me hacés llorar me siento bien. Él, recuperada la lucidez profesional, dice tal vez si también te permitieras llorar frente a Gerardo conseguirías sentirte mejor. Él es el que llora confiesa ella, la vista baja. Qué interesante, considerás que las lágrimas de él invalidan las tuyas añade Gustavo mientras se echa el cabello hacia atrás. Alguien tiene que ser fuerte. ¿Y por qué la fuerte tenés que ser vos? Él está satisfecho, el tratamiento se desliza en la dirección correcta. Aunque faltan unos minutos determina terminamos por hoy. Ella lo mira arqueando las cejas. Él sonríe, apenas. Ella, obediente, se incorpora.

Miércoles 15 de agosto de 2012
María Inés le tiende el paraguas. Qué original  dice Gustavo e inmediatamente se arrepiente. Me lo trajo Gerardo de Europa aclara ella el mango es de asta de ciervo. Él lo coloca en el paragüero. Entran juntos al consultorio. Ella se saca el piloto, lo cuelga con cuidado en el perchero, y sin hacer ningún comentario se acuesta en el diván, jean y suéter ceñidos, botas de cuero. ¿Cansada? inquiere él. Arrasada contesta ella cruzando las manos bajo la nuca. Gustavo está molesto. María Inés se acostó sin siquiera consultarle. Él no es un analista ortodoxo. Y si así lo fuera, su propio sillón debería ubicarse a espaldas de ella, fuera de su campo visual. No sabe cómo manejar la situación. ¿Debe pedirle que se siente?, ¿debe reubicarse él? Ella, tendida frente a él, lo mira. Él traga saliva, intenta relajarse. ¿Querés contarme? sugiere. Desde el miércoles pasado duermo en el cuarto de huéspedes  explica ella. ¿Y el colchón es incómodo? trata él de aflojar la tensión.  Ella hace un gesto de fastidio.  Es incómodo a los treinta años vivir vacila, busca la palabra alzada y calla. ¿Alzada? pregunta él, impactado, cuando le queda claro que ella no seguirá hablando.  No aguanto estar a su lado sin que me toque toma un almohadón y lo coloca bajo su cabeza me da vergüenza, no sé cómo explicártelo. María Inés cierra los ojos soy como un hueco que late. ¿Ser mujer es solo ser un hueco? Ella hace un gesto despectivo con los hombros.  No me alcanza con tocarme, soy un agujero que precisa ser llenado. Te sentís un agujero reformula él. Qué más da; me consumo, noche tras noche me consumo. Gustavo inspira hondo, vaya con la sesión liviana. ¿Pudiste transmitirle a él esto que me estás diciendo? ¿Para qué?, ¿para que vuelva a decirme que soy una enferma?; no sé si estoy enferma pero te aseguro que si sigo así me voy a enfermar dice ella y calla. Se pone de lado y le clava la mirada. A él la situación se le torna insoportable. Carraspea. Se sirve un vaso de agua. Está por preguntarle si antes de Gerardo también se sentía así cuando ella añade anoche volví;  él lo intentó pero no pudo. ¿No pudo? Ella  recoge las piernas, se las abraza. No se le paraba precisa. ¿Entonces? Me lamió, como si fuera un perro me lamió. Gustavo siente  que el sexo  le late. Cruza las piernas. Se imagina un mar de cucarachas avanzando hacia él. El atisbo de erección cede. Por suerte ella abandona descripciones y urde planes. Gustavo verifica, aliviado, que ya casi son las cinco.

Miércoles 22 de agosto de 2012
María Inés le tiende un papel doblado. Lo encontré en el bolsillo de Gerardo explica. Preferiría que lo leyeras vos. No puedo dice ella. Él se pone los anteojos. Lee en voz alta. No soporto más vivir así. Cada mañana me propongo dejarte, sin embargo no puedo. Tanto me hacés gozar, tanto me hacés sufrir. Aceptate. Si no lo pudiste hacer por vos, hacelo por mí. Te amo. A. Gustavo le devuelve el papel, ella lo toma y lo apoya sobre la mesita. ¿Qué me decís? pregunta. Vos ya lo sabías. Ella se cubre la cara con las dos manos. ¿Qué hiciste con la carta? Se la serví. No te entiendo. Le serví la carta en un plato, con el puré al lado. Qué agallas. Cómo encarará él a Cecilia. ¿Cómo reaccionó Gerardo? pregunta. Se quedó paralizado un buen rato y después se levantó de la mesa y fue hasta el cuarto; yo lo seguí y lo encontré tirado en la cama; me senté  a su lado, entonces me contó que es una clienta que lo provocó tanto que no pudo resistirse; fue cosa de un mes, ya está todo terminado. ¿Y vos le creíste? Primero no pero después sí. ¿Después de qué? Me pidió perdón, me dijo que me amaba, que no entendía qué le había pasado, estaba desesperado, lloraba; me hizo el amor. Gustavo teme que su corazón pueda escucharse, hasta dónde estaba él mismo capacitado para no ver. ¿No vas a decirme nada? reclama ella ¿qué pensás?, ¿qué soy una idiota por creerle? Lo estás diciendo vos, no yo. ¿Podés entender lo que se siente cuando te engaña quien amás? Gustavo se lleva la mano a la boca del estómago. Le duele. Santiago tenía razón, debería haber suspendido. ¿Es tan tremenda la infidelidad? continúa María Inés ¿tan extraña? Gustavo sacude la cabeza. ¡Decime algo por favor! reclama ella. ¿Cuándo fue esto? El miércoles pasado. ¿Cómo te sentiste esta semana? Ella se echa el cabello hacia atrás. Está más hermosa que nunca, piensa Gustavo, qué absurdo es el amor. Aunque te parezca absurdo, me sentí mejor. ¿Lo peor es la incertidumbre?,  duda él. Hace una pausa y sugiere  ¿me contás sobre estos días? Ella se inclina, Gustavo teme que se acueste pero solo levanta una pierna y se sienta sobre ella. Volví a mi cama, tuvimos relaciones un par de veces. ¿Él pudo? Ella lo mira. ¿Por qué me lo preguntás? Me comentaste que alguna otra vez no había podido. Porque tenía a la otra. Entonces, todo bien. Digamos ella hurta la vista. ¿Qué significa digamos? ¡Basta, Gustavo!, no quiero hablar más de eso. De acuerdo Gustavo levanta las palmas de las manos ¿cómo lo notaste en todo lo demás? Normal, cariñoso, atento como siempre; el sábado fuimos al Colón y luego a cenar afuera; el domingo a casa de sus viejos. ¿Volvieron a conversar del tema? No, él no quiere; me juró que todo había terminado y decidí creerle, Lo mira, desafiante. ¿Hago mal? Hiciste bastante. Ella arquea las cejas. Buscaste indicios, lo encaraste; durante meses sufriste en silencio ahora empezaste a actuar. ¿Empecé? Él la mira en silencio. María Inés baja las piernas, la espalda recta en el asiento. ¿Te gusta la música clásica? pregunta. Él asiente con la cabeza. Escuchamos a una chelista maravillosa, Sol Gavetta, es argentina pero de fama mundial. Él la recuerda bien, la vio hace un par de años. Ella le habla del concierto, de los compositores, de las obras. Nunca vi unos brazos así, como que se desprendían de ella independientes de ella, parecía una medusa. Se interrumpe para servirse un vaso de agua. Bebe. Después la miré por Youtube añade. ¿Qué observaste? La manera en que se relaciona con el chelo con la voz más ronca agrega como si le hiciera el amor hace una ligera pausa ¿te cuento algo? Él asiente. Me excité mirándola. ¿Quizás porque ella no depende de un hombre para gozar?, ¿porque controla su propio instrumento? ¡Gustavo! exclama, incorporándose. Sí, ya es casi la hora la imita él. Cuando ella se está poniendo el abrigo él indica  te olvidaste algo mientras toma el papel apoyado en la mesa. ¿Puedo mirarlo de nuevo? consulta.  Ella se encoge de hombros.  Él  la lee de nuevo a pesar de que recuerda cada palabra. En el momento de abrir la puerta  él  pregunta ¿qué es lo que tiene que aceptar Gerardo? Ella frunce la boca, ladea ligeramente el cuello. Hasta el miércoles la besa en la mejilla y cierra.

Miércoles 29 de agosto de 2012
Mientras la precede Gustavo recuerda su pregunta de cierre. Se ubica y le sonríe. María Inés, calzas negras, suéter largo rojo, se sienta sobre las piernas flexionadas. Se toma con una mano la punta de las botas negras. Con la otra, se sostiene el mentón. Está seria. El sábado fue mi fiesta de cumpleaños cuenta. Él sonríe. Ante el prolongado silencio de ella, decide intervenir ¿y cómo estuvo? La fiesta, bien; yo, mal. ¿Por qué?  Ella rearma su postura, libera los brazos, gesticula mientras cuenta en un momento me miré como desde afuera. ¿Y qué viste? A una mujer espléndidamente vestida, espléndidamente maquillada, espléndidamente peinada, representando una farsa en un espléndido salón, con un espléndido servicio y un espléndido catering. ¿Cuál era la farsa?, ¿cumplías treinta y dos en lugar de treinta? intenta relajarla. Ella no sonríe al decir los estaba engañando a todos, ni una sola de las cien personas presentes sabía quién soy yo en realidad, qué me pasa. ¿Nadie te conoce?, ¿ni una sola de tus amigas? Ella cabecea al decir tendrías que haber estado vos. Gustavo, esforzándose en reprimir una sonrisa, comenta todavía no me explicaste en qué consistía la farsa. Parecía la princesa Máxima; yo percibía que todos me admiraban, me envidiaban; una mujer joven y linda, con un marido buenmocísimo y lleno de plata que la abrazaba como si la quisiera. Gustavo carraspea, trata de organizar la información vamos por partes, es cierto que sos joven y muy linda, supongo que tu marido es buen mozo aunque no lo conozco, sé que les sobra el dinero, y si es cierto que tu marido te abrazaba, ¿en qué reside, entonces, la farsa?, ¿en que no te quiere? Sí que me quiere ella sacude la cabeza con energía pero como a una hermana; te juro que vi como miraban los hombres mi espalda desnuda, se les notaba la temperatura en las miradas; desde que soy adolescente que me miran así, será por eso que nunca conseguí tener un amigo. No veo la relación entre tu sensación Gustavo abre las manos en un gesto vago, busca la palabra térmica y el amor fraternal de tu marido. Ella hace una mueca de impaciencia. Creo que de todos los hombres presentes, exceptuando a mi padre y a mi hermano, Gerardo era el único que no me miraba así. María Inés se sirve un vaso de agua, parece agitada. ¿Qué pasó después de la fiesta? pregunta él. Nada, por supuesto, estaba muy cansado, pero no pasó nada el domingo, ni el lunes ni ayer. ¿Pensás que sigue con su affaire? Ella eleva los hombros. Quizás dice. ¿Volvieron a hablar del tema? Jura que terminó todo, dice que está muy estresado por el trabajo, tienen un caso importantísimo entre manos, vuelve a cualquier hora. Él, involuntariamente, sonríe. No me mirés así, llamé mil veces al estudio en distintos horarios y siempre lo encontré; ayer caí de sorpresa a la nochecita. ¿Y estaba? Sí, estaba; le cayó pésimo mi presencia, odia que lo controle; bromeó al respecto con el socio; terminé yéndome sola a lo de mis viejos María Inés se adelanta hacia él ¿querés que te cuente algo bueno?; mi hermano editó el video de la fiesta y primero puso fotos de cuando éramos chicos, me hizo emocionar. Mientras María Inés describe con detalle el trabajo de su hermano, Gustavo intenta desalojar imágenes de  Cecilia, por primera vez en la sesión piensa en ella, insoportable imaginársela con él. Los sorprende el portero eléctrico sin que el tema del marido vuelva a emerger. Gustavo tiene una súbita corazonada. ¿Cómo se llama el socio? pregunta mientras la despide. Ella lo mira con sorpresa. Alberto, ¿por? La aparición de Raúl lo exime de la respuesta.

Miércoles 5 de setiembre de 2012
Lo que nunca María Inés llega quince minutos tarde. Se sienta, se desabrocha un par de botones de la blusa y sin dar ningún tipo de explicaciones sobre su tardanza,  comienza a hablar de su trabajo. Gustavo solo la escucha. Atención flotante. Después de un largo rato le cuesta concentrarse. La imagen de Cecilia aparece. Se clava las uñas en la palma de la mano y  logra espantarla. Ante una pausa de ella él pregunta ¿por qué te decidiste a diseñar ropa?  Ella lo mira, sorprendida.  Siempre supe que la ropa era lo mío; me hubiera gustado tanto ser modelo. ¿Qué te lo impidió? María Inés cabecea  creo que mis padres se hubieran suicidado, ya bastante tuvieron con que  no fuera abogada como toda la familia. ¿Te casaste con un abogado para compensar?  Ella sonríe.  Papá lo ama a Gerardo, fue profesor suyo. ¿Qué te gustaba de ser modelo? Qué sé yo, llevar ropa linda, supongo.  ¿Qué te miraran? No te entiendo dice ella, reacomodándose. El otro día comentaste que en la fiesta sentiste la mirada de todos los hombres y no parecía molestarte, todo lo contrario. A qué nena no le gusta que la miren. Gustavo percibe que se agudizan sus sentidos. Pero vos ya no sos una nena. A qué mujer, perdón se corrige ella mientras se abotona de nuevo la blusa me olvidé el reloj, ¿es la hora? pregunta.  María Inés está por subir al ascensor  cuando comenta qué raro, hoy no me hacés la pregunta del estribo. ¿Del estribo? Te creía más criollo ella sonríe, encantadora la pregunta del final, Gustavo, la de la despedida.

Miércoles 12 de setiembre de 2012
María Inés, hoy de vestido ceñido violeta,  se acomoda en el sillón. Sus movimientos son lentos, elásticos. Suntuosos, determina Gustavo. Estoy muy cansada informa y se desliza en el diván. Sostiene con ambas manos la pierna flexionada.  También las botas son violetas.  La pollera trepa pero ella la acomoda. Por suerte, piensa él.  ¿Por qué estás tan cansada? le pregunta. Duermo mal informa siempre duermo mal. Hoy vamos a empezar por el final anuncia Gustavo. Ella baja la pierna, se acomoda de lado y lo mira. No te entiendo. Por el estribo dice Gustavo y ella sonríe. Ella también sabe sonreír, tan distinta de Ana María y sin embargo la sonrisa de alguna manera las conecta.  Gustavo decide permanecer en silencio. La sesión entera si hace falta, se promete.  Estuve pensando en tu pregunta dice ella después de un buen rato y calla.  ¿En cuál? ¿No te acordás? ella parece extrañada.  Sí, las recuerdo perfectamente, ¿a cuál de ellas te referís? inquiere él.  ¿Vos no te crees lo de la historia con la clienta, no? ¿La creés vos? repregunta él que siente que el pulso se le acelera.  Estuve releyendo la carta informa ella. ¿La trajiste? No hace falta, me la sé de memoria; tenés razón; qué es lo que él debería aceptar, cuando la leí por primera vez no reparé en eso y después no quise volver a mirarla, no pude. ¿Y cuándo pudiste? Recién hace unos días y desde entonces dejo de pensar en esa frase. ¿Qué pensaste? Mil pavadas. ¿Me contás alguna? propone Gustavo. ¿Qué es aceptarse para vos? pregunta ella. No importa lo que sea para mí, ¿qué es aceptarse, María Inés? Admitirse como uno realmente es. Gustavo asiente con la cabeza, vamos bien, piensa. Me pregunto qué es lo que le cuesta admitir a Gerardo dice María Inés. ¿Y qué te contestás? No sé dice ella. ¿No sabés o no querés saber? Ella de nuevo se incorpora. Él calla. Luego de un rato María Inés dice Gerardo es un ganador, qué es lo que podría no gustarle de sí mismo reflexiona ella, acostada de veras, no sé qué pensar. Me parece que te estás haciendo trampa dice al fin Gustavo. ¿Trampa? ¿Qué es lo que menos te gusta de Gerardo? Todo me gusta de él. Dios mío, cómo puede ser tan resistente piensa Gustavo e intenta te cambio la pregunta, ¿qué expectativas tuyas no cumple Gerardo? Solo la cama contesta ella luego de buen rato. Me llama la atención que digas solo cuando dedicamos varias sesiones al tema. Ella se sienta en el diván como impulsada por un resorte. ¿Qué es lo que debe aceptar?, ¿qué ya no le gusto? Hace un par de sesiones comentaste que desde el noviazgo sentiste que eras vos la que lo forzabas. Bueno, no exageremos, forzarlo no es la palabra. Es la que utilizaste vos. ¿Qué querés decirme?, ¿qué nunca le gusté? Tal vez sí le gustaste, sí le gustás, pero eso no implica que lo excites. ¿Y por qué me habría elegido entonces? Él calla. ¿Soy una mujer incapaz de calentar a un hombre? Sabés perfectamente que sos muy atractiva, comentaste que siempre supiste seducir a los hombres. ¿Entonces qué pasa con Gerardo? inquiere ella. Gustavo la mira con intensidad y reformula su pregunta ¿qué pasa con la sexualidad de Gerardo? ¿Estás sugiriendo que es gay? Él opta por el silencio. Ella  se tapa la cara. Es imposible, lo tendrías que ver, se parece a Banderas, todas mueren por él. María Inés se incorpora. Esto es absurdo  toma la cartera me voy. Como prefieras dice Gustavo y la acompaña hasta la puerta. Te veo el miércoles la despide.

Miércoles 19 de setiembre de 2012
María Inés intenta justificar su tardanza. Describe el trayecto realizado, los semáforos titilantes, el piquete en la avenida. Gustavo la escucha, en absoluto silencio. Silencio que prolonga cuando ella calla.  ¿No vas a hablar? pregunta María Inés  ¿me estás castigando? ¿Por qué habría de castigarte? dice Gustavo, sorprendido. Porque no te cuento lo que pasó. Gustavo la mira. Ella se desprende los zapatos con un movimiento armónico de los tobillos y luego se sienta sobre las piernas recogidas. Gerardo se enojó muchísimo, me preguntó si había enloquecido; ¨es ese sicólogo que te llena la cabeza de disparates¨, no quiere que siga viniendo. ¿Te dan ganas de hacerle caso? Si tengo que ser sincera, venir aquí me pone peor; desde que encontré la carta estoy luchando por reconstruir mi pareja y vos, en lugar de ayudarme, me sembrás dudas.  Para que una semilla germine la tierra tiene que estar preparada dice él.  ¿Qué pretendés decirme? ¿Podría yo hacerte dudar de la honestidad de tu madre?  Ella se echa el cabello hacia atrás.  Quiero recuperar la paz pide. Tampoco estabas en paz cuando iniciaste el tratamiento le recuerda él. Vos no podés retenerme. Por supuesto que no, la única manera de que una terapia funcione es si está impulsada por el deseo. Ella sonríe con desdén. Yo soy una especialista en deseos insatisfechos diceÉl calla. Vos estás convencido de que Gerardo es gay, ¿no? Gustavo junta las palmas y apoya el mentón sobre los dedos. Creo que lo importante,  más allá  del motivo por el cual eso ocurre, es que parece que Gerardo no puede satisfacerte.  Ella esconde la cabeza entre las dos manos.  No doy más; encima mañana se va a Rosario, tienen un caso importante; le propuse acompañarlo, pero me dijo que van a estar a full, no tiene sentido. ¿Con quién se va? Con el socio; igual me va a venir bien distenderme un poco; mañana voy al  teatro con unas amigas, hace mucho que no salgo sin él. ¿Te llevás bien con Alberto?  María Inés lo mira con sorpresa. Qué memoria que tenés  comenta  y como suena el portero eléctrico se incorpora. Ya saliendo, ella comenta claro, fue  la otra pregunta del estribo.

Miércoles 26 de setiembre de 2012
En cuanto se ubica, media hora tarde, María Inés dice no me explico cómo te diste cuenta. ¿De qué? pregunta Gustavo; ella no articula bien. No pongas esa cara de yo no fui; me saca que te hagas el tonto cuando tu maldita agudeza es lo que me destruyó la vida. Él recibe la agresión, desconcertado. María Inés se echa el cabello hacia atrás con las dos manos. ¿A qué te referís? A la segunda pregunta del estribo aclara ella. Entonces Gustavo inmediatamente comprende. El bendito dueño de la A. María Inés toma un trago de agua y, mientras recorre con un dedo el borde del vaso, cuenta con parsimonia Gerardo me había avisado que no vendría a cenar porque tenían que redactar un expediente; yo estaba comiendo una ensalada en la cocina cuando vi, colgando del llavero de la pared, el duplicado de la llave del estudio; estuve mirándola como hipnotizada un largo rato, hasta que me acordé de vos, de tu pregunta; agarré la llave, busqué el blazer y la cartera y salí sin apagar la luz; tomé un taxi; mientras subía en el ascensor el corazón me retumbaba; abrí la puerta sin hacer ruido y entré; avancé descalza sobre la moquet  María Inés deja el vaso sobre la mesa, se incorpora y comienza a caminar frente a Gustavo, de un lado a otro, una y otra vez. Como una autómata, piensa él y se agarra del brazo del sillón para evitar decirle que se quede quieta. Ella, por fin, se detiene detrás de él, dice entonces los vi y calla. Gustavo, incomodísimo, gira hacia ella.  María Inés, sentate le ordena. Ella obedece. Permanece en silencio, extrañamente rígida. ¿Qué viste? pregunta Gustavo luego de un buen rato.  ¿Hace falta que te lo diga? Sí  indica él, rotundo. Trataré de ser gráfica, entonces anuncia, burlona. Gerardo estaba apoyado contra la pared, los ojos cerrados, la bragueta abierta, las manos sobre la cabeza de Alberto, que, arrodillado sobre la alfombra, lo agarraba de la cadera mientras le chupaba la pija con fruición. Luego de unos segundos sonríe con amargura y añade eso sí, los dos de riguroso traje y corbata. ¿Qué hiciste vos? pregunta Gustavo tratando de que no se perciba su conmoción. Me fui; estaban tan entretenidos que no se dieron cuenta. ¿Y después? Llegué a casa, tomé un Rivotril y me acosté; me desperté a las nueve y él, obvio, ya se había ido; tomé otro par  y dormí hasta las tres; me duché, me vestí, Gustavo la observa: está tan producida como de costumbre tomé un café continúa y vine para acá. Entonces lo que me contaste ocurrió anoche. Sí, claro, ¿no te lo dije?  Gustavo niega con la cabeza. ¿Cómo te sentís? pregunta. No siento nada, ¿De cuánto era el Rivotril que  tomaste? No sé. ¿Quién te lo recetó? Nadie, se lo olvidó una amiga hace unos días; tengo la tirita acá lo saca todavía quedan un montón, por suerte mira con atención el blíster de dos miligramos son. Dámelo ordena GustavoElla lo mira, arqueando las cejas.  ¿Por qué? pregunta cerrando el puño. Él extiende su mano, la palma hacia arriba. María Inés, dámelo insiste, sereno pero categórico. Ella niega con la cabeza. Suena el portero eléctrico y María Inés amaga incorporarse. Él la detiene con un gesto. Es tarde dice ella.  No importa; haré esperar a mi paciente hasta que me lo des. María Inés, muy lentamente, va abriendo el puño.

Miércoles 3 de octubre de 2012
María Inés se sienta en el diván, agarra un almohadón y se abraza a él. Ya está, Gerardo no tuvo más remedio que admitirlo informa. ¿Querés contarme cómo reaccionó? propone Gustavo.  A medida que le fui describiendo la escena que presencié, la cara se le descomponía; creo que jamás vi en rostro alguno, tamaña expresión de dolor; me dijo que era la primera vez que tenía relación con un hombre, que Alberto era el culpable de tanto que le había insistido; que se habían tenido que emborrachar para poder hacerlo; que estaba avergonzado, que me juraba que nunca más iba a suceder; lloraba, me abrazaba, te juro que me dio lástima lo mira, como provocándolo se ve que del susto se le paro la pija, me hizo el amor como nunca. Gustavo comprueba, aliviado, que María Inés ha perdido el poder de excitarlo. ¿Será que dejé de ser hombre?,  piensa. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta. No sé contesta ella es como si estuviera anestesiada.  Gustavo entonces se acuerda del blíster.  Tengo algo que es tuyo le recuerda, y ante el gesto de inteligencia de ella pregunta  ¿querés que te devuelva el medicamento? No hace falta informa María Inés de todos modos, si preciso puedo conseguir más. ¿Volviste a tomar psicofármacos? Alguna noche que no podía dormir. Consultalo con tu médico recomienda Gustavo.  No te preocupes, una amiga me dio un sedante que es mucho más suave. Igual le indica él con esos medicamentos no se juega. Ella se encoge de hombros. Luego se incorpora camina hasta la ventana, mira hacia afuera y vuelve a sentarse. ¿Te puedo hacer una pregunta? consulta.  Por supuesto contesta Gustavo.  ¿Vos pensás que Gerardo se puede curar de su homosexualidad? Esta mina es idiota, piensa Gustavo, y luego se alarma de haber pensado tamaña barbaridad de un paciente.  Yo no hablaría de curar; la homosexualidad no es una enfermedad. ¿Pensás que es definitivo? insiste ella.  Gustavo se queda reflexionando, no puede obviar la respuesta. Si bien Gerardo sostiene que solo se trata de un episodio aislado afirma todo lo que has ido contado sobre su historia sexual, habla de que su dificultad es de larga data. María Inés permanece en silencio, mirándolo. Luego señala hoy, para seguir viviendo, necesito creer que solo es un episodio; mi mamá me crió diciéndome que cuando Dios nos sometía a una prueba, nos daba también las fuerzas necesarias para soportarla; no soy tonta Gustavo teme enrojecer pero en este momento solo puedo esto lo mira con intensidad no me pidas más de lo que puedo. Él sonríe, de pronto muy triste.  De acuerdo dice levantando ambas palmas.

Miércoles 10 de octubre de 2012
Anoche tuve un sueño extraño cuenta María Inés en cuanto se ubica.  Me gustaría escucharlo comenta Gustavo.  Ella apoya la nuca en el respaldo del diván y cierra los ojos. Yo estaba parada y el techo del cuarto era demasiado alto y estaba formado por millones de estrellas respira hondo y agrega eso fue todo.  Gustavo se endereza en su sillón.  ¿Qué hacían las estrellas? Nada contesta María Inés eran muy luminosas. ¿Las estrellas te miraban? Sí, no podían hacer otra cosa. ¿Te gustaba que te miraran? No, por eso cerraba los ojos. ¿Y vos que hacías? Yo caminaba. Trata de describirme cómo te sentías. Transparente contesta ella luego de un rato los rayos atravesaban mi cuerpo y podían ver hasta mis huesos. ¿Hay alguna situación de tu vida en que recuerdes haberte sentido así? No contesta María Inés inmediatamente.  Él, temiendo equivocarse, arriesga ¿tampoco cuando eras pequeña?  Como si fuera un resorte, ella se endereza y abre los ojos. ¡Ya te dije que no!  Gustavo la observa con atención.  María Inés  tiene los ojos desmesuradamente abiertos, le tiemblan las manos.  Me desperté gritando; solo cuando Gerardo me abrazó logré tranquilizarme; me tomó en sus brazos  y me acunó  hasta que volví a dormirme. Quizás él percibió que en ese momento eras una criatura asustada. Ella levanta las piernas y se sienta como un indio. Parece una nena piensa, Gustavo.  Hay algo que me llama la atención señala primero te describiste parada y luego dijiste que caminabas él hace una pausa hasta que consigue que ella lo mire ¿por qué empezaste a caminar? Tenía que caminar. ¿Alguien te lo pedía?  El rostro de ella se crispa. Tengo demasiados problemas como para seguir perdiendo tiempo con  un sueño idiota. Gustavo se incorpora y determina mejor dejamos por hoy.

Miércoles 17 de octubre de 2012


A Gustavo lo sorprende el atuendo de María Inés. Jean, camisa rosa a cuadritos, zapatillas. La cara sin maquillar.  Una chiquilina,  muy lejos de sus treinta años. Se mordisquea las uñas. ¿Cómo anduvo tu semana? le pregunta al ver que ella calla. Sin mayores novedades; el viernes fui a visitar a mi abuela, hacía mucho que no la veía; vive sola, bah, con una señora que la cuida; fuimos porque era el cumpleaños. ¿Con quién fuiste? Con mi mamá, ella va casi todos los días. Y vos no enuncia Gustavo.  ¿Me estás retando? Estoy repitiendo lo que me contaste le aclara él.. Mamá siempre se enoja conmigo porque no voy  informa María Inés. ¿Y por qué no vas? Estoy muy ocupada, y me queda a trasmano. Aja comenta Gustavo así te justificás ante tu madre. ¿A qué viene tu interés? Si, como comentaste al despedirte la última sesión, tenés tantos problemas, me imagino que no estarás desperdiciando tu tiempo aquí dedicándolo a idioteces.  La mirada de María Inés se endurece. Me cuesta ir a verla admite ante el silencio de Gustavo agrega es que yo mucho no la quiero. ¿No tuvo relación con vos? ¡Sí!, cuando mamá iba al estudio me dejaba en casa de mis abuelos. ¿A vos sola? Sí, mi hermano es bastante más grande, ya iba a la escuela. ¿Tu abuelo vive? No, hace mil años que murió, yo era chica.  Gustavo tiene una intuición.  ¿A él tampoco lo querías?  ¡Menos todavía! dice mientras vuelve a comerse las uñas.  Me imagino, entonces, que a vos no te gustaba que tu mamá te dejara con ellos trata Gustavo de ordenar las pistas.  No, hacía berrinches pero ella me dejaba igual. ¿Cuántos años tenías? Desde bebita hasta que empecé el jardín de infantes, a los cuatro. Empezaste grande. Sí, no había vacante en la escuela a la que me querían mandar. ¿Por qué no te gustaba quedarte? María Inés recoge las piernas sobre el diván, en silencio.  Era muy chiquita, casi no me acuerdo. Quiere decir que de algo te acordás. Yo quería que mi abuela me llevara cuando iba a hacer las compras, pero ella no quería, decía que volvía muy cargada cuenta María Inés. ¿Con quién te quedabas? Con mi abuelo informa.  ¿Y qué hacian? ¡Nada! ¿Por eso no te querías quedar con tu abuelo? Aventura Gustavo ¿porque te aburrías? Ella no contesta. Cerrá los ojos le indica Gustavo. Ella obedece.  Sos chiquita y estás con tu abuelo. María Inés se abraza con ambas manos.  ¿Qué estás haciendo? ¡Nada!  repite ella, de mal modo. Gustavo le sirve un vaso de agua. Le respeta el larguísimo silencio. Gerardo se fue a Mendoza hace dos días informa luego.  ¿Con Alberto? pregunta él. No, mi papá le pidió que lo acompañara, tiene un caso muy complicado allá explica.  Lo extraño mucho murmura.


Miércoles 24 de octubre de 2012
María Inés se presenta, nuevamente, en jeans y zapatillas, la cara lavada. Volví a soñar con las estrellas informa ni bien se sienta sobre las piernas recogidas. Gustavo, entusiasmado, comprueba que lo esencial siempre retorna.  Todo era igual que la otra vez hasta que, en un momento, las estrellas se transformaron en ojos. Ajá comenta Gustavo los ojos solo pertenecen a personas o a animales. Eran ojos de persona se apresura a aclarar ella. ¿De una persona o de varias? Eran muchos pero yo sabía que eran de una única persona. Vamos bien, evalúa Gustavo, debo evitar cualquier torpeza. Los ojos pueden ser de hombres o de mujeres. O de chicos rectifica ella. ¿Eran ojos de una criatura? Ella niega con la cabeza y agrega me parece que eran de hombre, porque eran muy grandes y muy oscuros. ¿Solo los hombres tienen ojos grandes y oscuros? No reconoce ella. Pero a lo mejor vos conocías utiliza adrede el pasado algún hombre con ojos particularmente grandes y oscuros.  Puede ser solo dice ella.  ¿De qué color tiene los ojos tu papá? Azules; mi hermano también; yo los tengo negros como mi mamá. Si tu hermano tiene ojos azules habría alguien de la familia de tu mamá con ojos claros. Sí, mi abuela, celestes los tiene. Entonces tu abuelo los tenía oscuros. Sí  reconoce María Inés me acuerdo bien eran muy oscuros, negros como los míos y luego calla, la vista perdida en la ventana.  ¿Podría ser que los ojos de tu sueño fueran los de tu abuelo? Ella sigue inmersa en su silencio. María Inés ella, entonces, lo mira ¿cómo estabas vestida en tu sueño? Estaba desnuda informa.  Gustavo decide arriesgarse. Estabas desnuda y tu abuelo te miraba hace una pausa ¿por qué caminabas? Ella esconde la cara entre las dos manos porque él me pedía; siempre que mi abuela salía me hacía desnudar y me pedía que caminara. ¿Te tocaba? aventura. A mí, no. ¿A quién entonces? Él se tocaba María Inés solloza. A Gustavo le cuesta entenderle. Me hacía caminar desnuda, se abría la bragueta y mientras se tocaba me decía ¨sos tan linda que estás hecha para mirarte y gozar¨; cuando eyaculaba me ordenaba ¨anda vestirte que va a venir la abuela; ya sabés que no tenés que decirle nada; este es un juego entre los dos¨. ¿Y cuándo terminaron estos episodios? Cuando él se murió, yo tendría unos seis años y ya casi no me lo hacía porque ya iba al colegio y no nos quedábamos solos; ¿sabés, Gustavo?, me puse muy contenta cuando murió; mi mamá lloraba, mi abuela lloraba, hasta mi hermano lloraba  y yo sonreía; escuché que la abuela le decía a mamá  ¨esta nena no tiene sentimientos, el abuelo la adoraba¨.  ¿Nunca se lo contaste a tu mamá? Es la primera vez que se lo digo a alguien, ya me había olvidado de todo dice. Pero lo seguiste actuando ella lo mira, las cejas arqueadas seguís caminando por el mundo ofreciendo tu belleza a la mirada del otro, para que sea el otro quien se satisfaga, sin que vos obtengas a cambio, placer alguno. La mira intensamente y luego determina vamos a dejar acá.

Miércoles 31 de octubre de 2012
Qué quedó de la modelo de tapa de revista se pregunta Gustavo al abrirle la puerta a María Inés. Jean, remera. Nada que la distinga de cualquier chica porteña. Salvo la belleza, claro, porque aun sin producción sigue siendo hermosa. ¿Cómo estás? pregunta Gustavo  luego de un rato. Normal contesta ella mientras se mira las uñas. ¿Todo bien con Gerardo? Ella se encoge de hombros. Gustavo opta por el silencio. La sesión completa si hace falta, decide. ¿Vos estás esperando que yo te diga que me voy a separar de él? lo mira con intensidad ¿solo porque le haya gustado un hombre debo apartarme de su lado? Gustavo reflexiona y luego dice el único motivo válido para alejarte es si él no te hace feliz. María Inés se recuesta, se apoya sobre un codo, las piernas flexionadas. El problema es que me hace feliz en todo lugar que no sea la cama. ¿Y cómo pensás solucionarlo? ¿Qué posibilidades ves? sonríe ella, irónica. Gustavo decide ser brutal. La abstinencia, la masturbación, un amante, un ¨taxi boy¨, o hasta una orgía que incluya a Gerardo. ¿Tu intención es ofenderme? Solo pretendo ser realista, tenés treinta años, María Inés, me parece que sos demasiado joven para optar por la insatisfacción permanente. ¿Creés que si Gerardo hiciera una terapia lo podría solucionar? Gustavo se sirve un vaso de agua. Ya hemos hablado del tema dice Gerardo no tiene nada que corregir decide ser terminante esa es su orientación sexual. María Inés juega con sus pulseras, las mira con atención. No me imagino mi vida sin Gerardo; vos no sabés, él me cuida, me mima, me compra ropa, vive diciéndome lo hermosa que soy. Como tu abuelo Gustavo asienta el golpe disfruta mirándote pero no te toca; disfruta de que los demás lo vean con vos; quién podría dudar de su virilidad teniendo semejante mina al lado. María Inés se para. No estoy dispuesta a que me destruyas; no voy a seguir viniendo acá. Gustavo se incorpora. Avisame si cambiás de opinión. Ella se va sin saludarlo. Instantes después suena el timbre. Tu dinero dice ella entregándole los billetes. Él cierra la puerta y  los cuenta: como de costumbre, le está pagando todas las sesiones que faltan hasta fin de mes.

Miércoles 14 de noviembre de 2012

Camilo lo había alertado: ¡nos pasamos de la hora!, ¡qué raro que no llegó la de siempre! Valeria se había apresurado a incorporarse y la sesión concluyó abruptamente. Sin ninguna necesidad, pensó  Gustavo, porque María Inés tampoco hoy daba señales de vida. Ahora, sentado en el diván, cavila. Diez minutos después se dirige hacia el escritorio. Se sienta. Apoya la mano sobre el tubo del teléfono y vuelve a dudar. Se decide y marca. No atienden. Cuando ya está por cortar le llega la voz agitada de María Inés. Hola. Él quisiera apretar la horquilla pero, a su vez, dice hola¡Gustavo! exclama ella al instante. Quería saber cómo estabas. Después de un silencio interminable ella responde mal, muy mal.  Te estoy esperando. Ya es muy tarde, ¿puedo ir el miércoles próximo? Por supuestoCreí que estabas enojado dice ella y corta. 

Miércoles 21 de noviembre de 2014


Gustavo abre la puerta. El aspecto de María Inés lo alarma: varios kilos perdidos, despeinada, la cara sin maquillar. Gustavo recuerda una descripción de Delphine DeVigan que lo impactó: un paquete abollado. Acá estoy de nuevo informa ella.¿Y cómo estás? Asustada¿De qué? De mí contesta María Inés. ¿Qué te asusta de vos? Saber que soy capaz de cualquier cosa. Gustavo se alarma. Contame qué pasó durante todo este tiempo. Nada; ese es el problema; Gerardo hace de cuenta que nada pasó dice María Inés y luego, en voz muy baja, añade pero es como si yo llevara la muerte dentro. Gustavo decide ser imperativo. Explicame qué sentís. Gerardo mató a la que yo era. Quizás es una buena noticia. ¿Qué intentás decirme? Cuando eras una criatura tu abuelo te usaba para sus propios fines sin tener en cuenta qué estabas sintiendo; ahora Gerardo te necesita para inventar una imagen y a él tampoco parece interesarle cuál es el costo para vos; la gran diferencia es que cuando eras una nena para sobrevivir no encontraste otro recurso que convertirte en un envase, congelando tus propias necesidades; no podías escapar; ahora sos una adulta capaz de decidir cómo quiere que sea su vida. María Inés esconde la cabeza entre las manos. Le conté a mi mamá lo que había pasado y le dije que me quería separar. ¿Cómo reaccionó? Me preguntó si Gerardo estaba de acuerdo; le contesté que no; entonces me dijo que si íbamos a un divorcio controvertido saltarían los motivos y que eso iba a perjudicar al estudio, a mí y a todos; que aguantara hasta que consiguieran convencer a Gerardo. O sea que tu mamá, de nuevo, te entregó. María Inés se endereza y lo mira con espanto, califica Gustavo. ¡¿Qué me estás diciendo?! Gustavo traga saliva, se juega el todo por el todo. Cuando eras chiquita tu mamá te entregó a tu abuelo, desestimó tu llanto, tu resistencia a quedarte en esa casa; quizá a ella le había sucedido lo mismo con su padre cuando era pequeña; ella era la encargada de protegerte, no podía hacer la vista gorda; ahora reacciona de la misma manera; lo único que le importa es que nadie se entere, que el honor de la familia se salve y vos sos, otra vez la que tiene que pagar. María Inés se levanta, tambaleante. Me tengo que ir dice te veo el miércoles. Él la acompaña hasta la puerta. Ella ni siquiera se despide.

Miércoles 28 de noviembre de 2012
María Inés está aún más delgada aunque esta vez se arregló. Gustavo la hace pasar al escritorio pero la detiene, tomándola suavemente del brazo,  cuando ella se dirige al consultorio. Tuve un imprevisto, hoy no podré atenderte. ¿Y yo qué? dice ella bajando los brazos. Gustavo duda, ¿y si va a la clínica media hora más tarde? Lo siento muchomi hija está internada necesita justificarse acaban de avisarme que tengo que ir, ya. Ella se encoge de hombros. No sé si aguantaré hasta la semana próxima informa sin ninguna inflexión en la voz. Si querés, podemos vernos mañana propone él, allá la fábrica, allá su padre. Los ojos de ella se animan. ¿A qué hora? Cuando a vos te venga bien. Ella dice a la mañana. ¿A las ocho? pregunta él. Dale dice ella. Está frente a la puerta del ascensor cuando se da vuelta. Quedate tranquilo y ocupate de tu hija, te veo el próximo miércoles, voy a estar bien. Gustavo inspira profundamente. Gracias dice y luego añade cualquier cosa me llamás.

Miércoles 5 de diciembre de 2012
Perdoname por suspender nuestro encuentro del miércoles pasado se disculpa Gustavo. No es nada dice María Inés. ¿Cómo estás? No tan grave como tu hija, parece. A Gustavo le da rabia. Carraspea. Tu estado puede ser modificado por vos misma dice mi hija estuvo luchando por su vida. La mirada de María Inés se ablanda. ¿Cómo está ahora? Mejor, pero sigue internada; cancelé la sesión solo porque era imprescindible, entiendo perfectamente lo difícil de tu situación. Me arreglé sola informa ella. Contame, por favorEl miércoles pasado al salir de aquí no sabía adónde ir; empecé a caminar y cuando me quise acordar estaba frente a la casa de mis padres; subí; mi madre se sorprendió mucho, nunca voy sin avisar; fue raro verla en bata, despeinada, sin maquillar; yo había borrado todo lo que me habías dicho el miércoles anterior pero cuando  la tuve enfrente me cayó todo encima, como un baldazo; le pregunté si sabía que el abuelo había abusado de mí; se quedó muda, la boca le temblaba; hasta que le pregunté si su padre también había abusado de ella; se transfiguró, me dijo que estaba loca, creí que iba a pegarme; luego me pregunto si se lo había contado a alguien; evidentemente lo único que le importa es guardar las apariencias; me fui dando un portazo. Gustavo le ofrece un vaso de agua que ella acepta. Está por decirle que el hecho de que él no hubiera podido atenderla removió el abandono de su madre cuando decide que no, mejor no. Celebro que hayas podido hablar con tu madre; debe haber sido un terrible impacto para ella; quizá cuando se reponga acceda a contarte qué fue lo que ella vivió. Después de una semana, me llamó antes de venir para acá cuenta María Inés quedé en ir cuando salga. Se instala un silencio que, sin embargo, no es molesto. ¿Qué pasó con Gerardo? pregunta Gustavo luego de un largo rato. Por suerte está de viaje informa ella no me pidas tanto; de a uno por vez sonríe por primera vez y, mostrando los puños en alto, añade este roud es con mi madre¿Querés que dejemos aquí? propone él. Sí accede ella necesito ver a mi madre ya. Ambos se incorporan. Frente a la puerta del ascensor abierto, María Inés gira. Que tu hija se mejore, tiene suerte de tener un padre como vos.
Miércoles 12 de diciembre de 2012
Tiene mejor aspecto, evalúa Gustavo cuando le abre la puerta a María Inés. Ella lo besa en la mejilla, pasa y se ubica en el diván. Me encontré con mi vieja informa. ¿Cómo te fue? Empezó defendiéndose, diciendo que ni se imaginaba lo que pasaba con mi abuelo; mientras yo le contaba con detalles ella se tapaba los oídos; hasta que se quebró y empezó a sollozar; me contó que esa noche había soñado con que su padre la miraba, ¿te das cuenta?, lo mismo que soñé yo; pero recién en ese momento recuperó un par de escenas en las cuales su padre la tocaba; no podía parar de llorar; cuando logró calmarse me abrazó y me pidió perdón. Cuando Gustavo percibe que ella no seguirá hablando, comenta es extraordinario lo que conseguiste. Sí, pero tampoco te creas que la toqué con la varita mágica y se transformó; después de que tomamos un té me pidió que le prometiera que no se lo iba a contar a nadie; lo único que le importa es guardar las apariencias. Él reflexiona mucho antes de comentar no seas tan dura con ella; tampoco vos hablaste con tus amigas sobre tus dificultades sexuales con Gerardo. ¿Es un reproche? De ninguna manera, es solo una observación; lo importante es no depender de la aceptación de los otros para valorarse a sí mismo; ¿qué puede pasar si sacás de la sombra la relación con tu marido. ¿Qué puede pasar?, ¡puedo destruirlo! Creo que estás equivocada; probablemente le harías un favor, debe ser una condena para él verse obligado a ocultar su condición sexual; ¿pensás que va a  perder clientes?, por suerte soplan vientos nuevos, se está poniendo fin a la discriminación de género. Llega mañana informa María Inés no sé qué mierda voy a hacer. ¿De qué tenés miedo? ¡De todo!, temo vivir sin él, temo el escándalo, temo perder el tren de vida, temo que mi viejo no me perdone. Pero a pesar de todo eso sentís la necesidad de actuar. No puedo seguir así, Gustavo, voy a terminar matándome. Si pensaras que la única solución es matarte no vendrías. María Inés calla durante un largo rato. Mientras estoy aquí me siento a salvo; vos me protegés de mí misma. No soy yo; es la parte tuya que lucha por salir a la luz. ¡Qué parto más difícil! exclama ella con una sonrisa ¡y ni siquiera me ponés anestesia! Ambos ríen.

Miércoles 19 de diciembre de 2012


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