domingo, 8 de junio de 2014

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Gustavo echa una rápida mirada al interior del bar. Todavía es temprano. Se acomoda en una mesa del fondo y llama al mozo. Sin esperarla, se dice, estúpidamente orgulloso. Cecilia llega antes que el café. Estaba contra la ventana, ¿no me viste? Él se sobresalta, precisaba unos minutos para prepararse. Ella se los robó. Se incorpora y la besa en la mejilla, intentando obviar su perfume. Recién vuelvo de trabajar informa ella quizá para justificar la pollera corta, los tacos altos, la cara maquillada. Él  deduce que no hubiera llegado a tiempo para la cena. ¿Cómo estás? pregunta Cecilia. Ahí contesta él la voy llevando. Con los chicos la vas llevando más que bien, estoy muy sorprendida; nunca me hubiera imaginado, sobre todo con Nacho. Aun así te fuiste. Eran solo dos meses. Vos sabías que la relación entre Nacho y yo era difícil y lo dejaste en mis manos. Quizá tuve la suficiente intuición para suponer que funcionaría. La felicidad de tu hijo sobre la base de suposiciones. ¡Basta, Gustavo!; ¡si Nacho pudo sobrevivir catorce años a tu indiferencia no sé por qué no podía tolerar un par de meses mi ausencia! La voz de Cecilia se eleva sobre el murmullo general.  Gustavo percibe un par de cabezas que giran hacia ellos. Cecilia inspira hondo, toma un vaso de agua, se arregla el cabello. Perdón pide mientras le resbalan las lágrimas. Gustavo reprime las ganas de tomarle las manos. Las mira con atención: todavía tiene la alianza; él, también. Tenés razón admite soy yo el que tiene que pedirte perdón. Ella lo mira, los ojos muy abiertos. ¿Por qué? Si de algo me sirvió tu alejamiento fue para comprender que volqué sobre Nacho mi resentimiento contra vos por haberme obligado a que naciera cabecea ya sé que no me obligaste, lo hablé mucho en terapia, yo podría haberme ido; pero me quedé y el chico terminó pagando los platos rotos; nunca terminaré de arrepentirme. ¿De que naciera? No entendiste nada él hace un gesto despectivo me arrepiento de haberme privado durante catorce años de disfrutar a mi hijo; no tiene remedio pero trataré de hablarlo en cuanto perciba que él está preparado. Gustavo sonríe, ahora sí le toma las manos hiciste un excelente trabajo, es un gran pibe. Ella se las aprieta. Es el hijo de los dos dice. Él libera sus manos: se equivocó, movimiento fallido. No está bien conmigo admite ella ¿vos le contaste algo? Te aseguro que no contesta él pero es un chico sensible e inteligente; yo no quise mandarte al frente pero me parece que lo más aconsejable es que le cuentes la verdad; estoy seguro de que sabe más de lo que confiesa. Gustavo termina de un trago su café ya frío. ¿Cómo estás vos? Mal dice ella es una tortura ver a mis hijos de prestado él amaga hablar sí, ya sé, yo me lo busqué, no pretendo que me compadezcas; no veo el momento de alquilar un departamento y poder sostener una vida más normal con los chicos. Gustavo se alarma. Veo que ya estás decidida a separarte. Ella lo mira levantando los hombros. ¿Qué me decís?, sos vos el que no me permite vivir en casa; ¿tenés otra?, ¿no? Él la mira anonadado, ya no sabe quién es la víctima y quién el verdugo. Suena su celular. Nacho. Pa, Marti está vomitando. Voy para allá informa mientras llama al mozo. ¿Qué pasó? La nena está vomitando repite él. Minutos después caminan rápido las dos cuadras. Juntos. Suben. Encuentran a la nena vomitando en el inodoro. Nacho le sostiene la cabeza. Suerte que viniste, ma dice Nacho Marti no paraba de llamarte. Cecilia se arrodilla. Tranquila, chiquita, estoy aquí dice. Logra incorporarla y le toca la frente. Fiebre no tiene informa y luego busca en el botiquín sí, por suerte hay Reliverán. Gustavo parado en el pasillo la observa. Vamos a la cama, chiquita indica ella. Gustavo se dirige al dormitorio y saca las sábanas vomitadas. Cecilia llega con sábanas limpias y hace la cama. Upa, papi pide Martina. Gustavo la alza. La nena se abraza de su cuello. Minutos después, acostada entre sábanas planchadas, pide quédate, mami, dormí conmigo. Cecilia lo mira. Él asiente con la cabeza.

Gustavo, en su cama, intenta dormir. Sin suerte. Mocosa manijera, piensa, manipuladora como todas las mujeres. Unos golpes en la puerta lo sobresaltan. Se asusta: es ella. dice. La puerta se abre. ¿Puedo dormir con vos? pide Nacho Marti se levanta a cada rato. Gustavo abre las cobijas y lo invita. Del lado de la madre.

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