Gustavo echa una rápida mirada al interior del bar.
Todavía es temprano. Se acomoda en una mesa del fondo y llama al mozo. Sin
esperarla, se dice, estúpidamente orgulloso. Cecilia llega antes que el café. Estaba contra la ventana, ¿no me viste?
Él se sobresalta, precisaba unos minutos para prepararse. Ella se los robó. Se
incorpora y la besa en la mejilla, intentando obviar su perfume. Recién vuelvo de trabajar informa ella
quizá para justificar la pollera corta, los tacos altos, la cara maquillada.
Él deduce que no hubiera llegado a tiempo
para la cena. ¿Cómo estás? pregunta
Cecilia. Ahí contesta él la voy llevando. Con los chicos la vas
llevando más que bien, estoy muy sorprendida; nunca me hubiera imaginado, sobre
todo con Nacho. Aun así te fuiste. Eran solo dos meses. Vos sabías que la
relación entre Nacho y yo era difícil y lo dejaste en mis manos. Quizá tuve la
suficiente intuición para suponer que funcionaría. La felicidad de tu hijo
sobre la base de suposiciones. ¡Basta, Gustavo!; ¡si Nacho pudo sobrevivir
catorce años a tu indiferencia no sé por qué no podía tolerar un par de meses
mi ausencia! La voz de Cecilia se eleva sobre el murmullo general. Gustavo percibe un par de cabezas que giran
hacia ellos. Cecilia inspira hondo, toma un vaso de agua, se arregla el
cabello. Perdón pide mientras le
resbalan las lágrimas. Gustavo reprime las ganas de tomarle las manos. Las mira
con atención: todavía tiene la alianza; él, también. Tenés razón admite soy yo el
que tiene que pedirte perdón. Ella lo mira, los ojos muy abiertos. ¿Por qué? Si de algo me sirvió tu
alejamiento fue para comprender que volqué sobre Nacho mi resentimiento contra
vos por haberme obligado a que naciera cabecea ya sé que no me obligaste, lo hablé mucho en terapia, yo podría haberme
ido; pero me quedé y el chico terminó pagando los platos rotos; nunca terminaré
de arrepentirme. ¿De que naciera? No entendiste nada él hace un gesto
despectivo me arrepiento de haberme
privado durante catorce años de disfrutar a mi hijo; no tiene remedio pero
trataré de hablarlo en cuanto perciba que él está preparado. Gustavo
sonríe, ahora sí le toma las manos hiciste
un excelente trabajo, es un gran pibe. Ella se las aprieta. Es el hijo de los dos dice. Él libera
sus manos: se equivocó, movimiento fallido.
No está bien conmigo admite ella ¿vos
le contaste algo? Te aseguro que no contesta él pero es un chico sensible e inteligente; yo no quise mandarte al frente
pero me parece que lo más aconsejable es que le cuentes la verdad; estoy seguro
de que sabe más de lo que confiesa. Gustavo termina de un trago su café ya
frío. ¿Cómo estás vos? Mal dice ella es una tortura ver a mis hijos de prestado él
amaga hablar sí, ya sé, yo me lo busqué,
no pretendo que me compadezcas; no veo el momento de alquilar un departamento y
poder sostener una vida más normal con los chicos. Gustavo se alarma. Veo que ya estás decidida a separarte. Ella
lo mira levantando los hombros. ¿Qué me
decís?, sos vos el que no me permite vivir en casa; ¿tenés otra?, ¿no? Él
la mira anonadado, ya no sabe quién es la víctima y quién el verdugo. Suena su
celular. Nacho. Pa, Marti está vomitando.
Voy para allá informa mientras llama al mozo. ¿Qué pasó? La nena está vomitando repite él. Minutos después
caminan rápido las dos cuadras. Juntos. Suben. Encuentran a la nena vomitando
en el inodoro. Nacho le sostiene la cabeza. Suerte
que viniste, ma dice Nacho Marti no
paraba de llamarte. Cecilia se arrodilla. Tranquila, chiquita, estoy aquí dice. Logra incorporarla y le toca
la frente. Fiebre no tiene informa y
luego busca en el botiquín sí, por suerte
hay Reliverán. Gustavo parado en el pasillo la observa. Vamos a la cama, chiquita indica ella.
Gustavo se dirige al dormitorio y saca las sábanas vomitadas. Cecilia llega con
sábanas limpias y hace la cama. Upa, papi
pide Martina. Gustavo la alza. La
nena se abraza de su cuello. Minutos después, acostada entre sábanas planchadas,
pide quédate, mami, dormí conmigo.
Cecilia lo mira. Él asiente con la cabeza.
Gustavo, en su cama, intenta dormir. Sin suerte. Mocosa
manijera, piensa, manipuladora como todas las mujeres. Unos golpes en la puerta
lo sobresaltan. Se asusta: es ella. Sí dice.
La puerta se abre. ¿Puedo dormir con vos?
pide Nacho Marti se levanta a cada
rato. Gustavo abre las cobijas y lo invita. Del lado de la madre.
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