jueves, 12 de junio de 2014

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A las cinco y un minuto suena el portero eléctrico. Instantes después, el timbre. Gustavo se reacomoda el cuello de la camisa, y alisa el diván. Ya frente a la puerta inspira con profundidad, retiene el aire, exhala con fuerza y abre.  Un muchacho altísimo, huesudo, de pelo muy corto, sonríe con timidez. ¿Gustavo? pregunta. Pasá, por favor le indica él. Va a tenderle la mano cuando el chico se inclina y lo besa. Gustavo le señala el camino. Como el pibe lo precede,  puede observarlo sin disimulo. Jean, camisa a cuadros, zapatillas impecables. Tan lejos de las rastas y tatuajes que Gustavo imaginaba. Al señalarle el diván, el chico agranda los ojos. Mi tío no me aviso que me tengo que acostar exclama. Gustavo sonríe no, no te alarmes, solo cuando tengas ganas. Uf dice el pibe mientras se sienta. Él toma la ficha y una birome. Joaquín, ¿no? Sí, pero todos me dicen Joaco. Gustavo consigna las formalidades  y después deposita la ficha sobre la mesita. ¿Por qué estás aquí, Joaco? El chico lo mira, parece sorprendido. Porque mi tío me dijo se justifica. Quizá tu tío te sugirió una terapia pero vos accediste, señal de que percibís que hay algo que te inquieta; a eso me refiero. Me va como la mierda en el colegio dice el pibe mirando el piso. Y eso te preocupa. A mí no, a mis viejos. Pero la entrevista no me la pidieron ellos si no vos. Ellos no creen en esto; prefieren pagarme año tras año, inútilmente, el profesor particular. Gustavo se alarma. ¿Saben que estás acá? Todavía no.¿Trabajás? El chico lo mira, extrañado. No contesta. ¿Y quién va a pagar estas sesiones? Mí tío informa ¿no te contó? Quiero que pongamos algunas cosas en claro; yo ya no mantengo contacto con Raúl, si así fuera, no habría aceptado atenderte a vos; nada de lo que hablemos en este espacio, será comentado con tu tío ni con nadie; por otra parte, vos tenés diecisiete años, sos menor de edad, no puedo atenderte sin el consentimiento de tus padres.  Joaco se encoge de hombros. No me querés atender. No estoy diciendo eso, tampoco que es imprescindible tener una entrevista con tus padres, pero sí que estén al tanto. ¿Y si yo te digo que les avisé y te miento? No me parece que fuera una buena manera de iniciar el tratamiento montarnos en mentiras; te recomiendo  que vayas a tu casa, que evalúes tranquilo si tenés ganas de que trabajemos juntos; si resolvés que sí, hablá con tus padres; si ellos acceden, venís el próximo miércoles, si no, me avisás. ¿Cómo vas a saber que ellos autorizaron?, ¿para eso me pediste el teléfono?, ¿o vas a chequearlo con mi tío? Ya te dije, Joaco, que con Raúl ya no estoy en contacto; y tampoco hablaré con tus padres. ¿Y me vas a creer? Por supuesto dice Gustavo incorporándose.  Esperá que te pago, ¿cuánto te debo? dice el chico. Gustavo niega con la cabeza. Conseguí la autorización y después arreglamos.  Frente a la puerta abierta Joaco  le palmea el brazo. Gracias, y perdoname. Se sumerge en las escaleras antes de que Gustavo le pueda preguntar qué debe perdonarle.


Gustavo reflexiona. ¿Está preparado para atender a un adolescente complicado? Ojalá que los padres no le den permiso, piensa, pero luego se arrepiente. Lo desarma su sonrisa frágil y su aspecto de otra década. Ese chico precisa ayuda. Le gustaría charlarlo con Raúl. No corresponde, determina. El celular vibra. ¿Querés que nos encontremos esta noche? pregunta Cecilia. Si hay algo que no desea, es terminar el día enfrentando a su mujer. A mi ex mujer, se corrige. Pero los chicos necesitan una explicación concreta Te llamo después de comer  y tomamos un café escribe. Que ni se sueñe que van a cenar los cuatro juntos. Gustavo va al baño y se apresta para recibir a Daniela.

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