A las cinco y un minuto suena el portero eléctrico.
Instantes después, el timbre. Gustavo se reacomoda el cuello de la camisa, y alisa
el diván. Ya frente a la puerta inspira con profundidad, retiene el aire,
exhala con fuerza y abre. Un muchacho
altísimo, huesudo, de pelo muy corto, sonríe con timidez. ¿Gustavo? pregunta. Pasá, por
favor le indica él. Va a tenderle la mano cuando el chico se inclina y lo
besa. Gustavo le señala el camino.
Como el pibe lo precede, puede observarlo
sin disimulo. Jean, camisa a cuadros, zapatillas impecables. Tan lejos de las
rastas y tatuajes que Gustavo imaginaba. Al señalarle el diván, el chico agranda
los ojos. Mi tío no me aviso que me tengo que acostar exclama. Gustavo sonríe no, no te alarmes, solo cuando tengas ganas.
Uf dice el pibe mientras se sienta. Él toma la ficha y una birome. Joaquín, ¿no? Sí, pero todos me dicen Joaco.
Gustavo consigna las formalidades y
después deposita la ficha sobre la mesita. ¿Por
qué estás aquí, Joaco? El chico lo mira, parece sorprendido. Porque mi tío me dijo se justifica. Quizá tu tío te sugirió una terapia pero vos
accediste, señal de que percibís que hay algo que te inquieta; a eso me
refiero. Me va como la mierda en el colegio dice el pibe mirando el piso. Y eso te preocupa. A mí no, a mis viejos.
Pero la entrevista no me la pidieron ellos si no vos. Ellos no creen en esto; prefieren
pagarme año tras año, inútilmente, el profesor particular. Gustavo se
alarma. ¿Saben que estás acá? Todavía
no.¿Trabajás? El chico lo mira, extrañado. No contesta. ¿Y quién va a pagar estas sesiones? Mí tío informa
¿no te contó? Quiero que pongamos algunas
cosas en claro; yo ya no mantengo contacto con Raúl, si así fuera, no habría
aceptado atenderte a vos; nada de lo que hablemos en este espacio, será
comentado con tu tío ni con nadie; por otra parte, vos tenés diecisiete años,
sos menor de edad, no puedo atenderte sin el consentimiento de tus padres. Joaco se encoge de hombros. No me querés atender. No estoy diciendo eso,
tampoco que es imprescindible tener una entrevista con tus padres, pero sí que
estén al tanto. ¿Y si yo te digo que les avisé y te miento? No me parece que
fuera una buena manera de iniciar el tratamiento montarnos en mentiras; te
recomiendo que vayas a tu casa, que
evalúes tranquilo si tenés ganas de que trabajemos juntos; si resolvés que sí, hablá
con tus padres; si ellos acceden, venís el próximo miércoles, si no, me avisás.
¿Cómo vas a saber que ellos autorizaron?, ¿para eso me pediste el teléfono?, ¿o
vas a chequearlo con mi tío? Ya te dije, Joaco, que con Raúl ya no estoy en
contacto; y tampoco hablaré con tus padres. ¿Y me vas a creer? Por supuesto dice
Gustavo incorporándose. Esperá que te pago, ¿cuánto te debo? dice
el chico. Gustavo niega con la cabeza. Conseguí
la autorización y después arreglamos. Frente a la puerta abierta Joaco le palmea el brazo. Gracias, y perdoname. Se sumerge en las escaleras antes de que
Gustavo le pueda preguntar qué debe perdonarle.
Gustavo reflexiona. ¿Está preparado para atender a un
adolescente complicado? Ojalá que los padres no le den permiso, piensa, pero luego
se arrepiente. Lo desarma su sonrisa frágil y su aspecto de otra década. Ese
chico precisa ayuda. Le gustaría charlarlo con Raúl. No corresponde, determina.
El celular vibra. ¿Querés que nos
encontremos esta noche? pregunta Cecilia. Si hay algo que no desea, es terminar
el día enfrentando a su mujer. A mi ex mujer, se corrige. Pero los chicos necesitan
una explicación concreta Te llamo después
de comer y tomamos un café escribe.
Que ni se sueñe que van a cenar los cuatro juntos. Gustavo va al baño y se
apresta para recibir a Daniela.
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