A las cinco y diez, cuando Gustavo ya está
desahuciado, llega Raúl. No da ninguna
explicación sobre su demora. Se sienta en el diván y, como siempre, cruza la
rodilla derecha sobre la izquierda, las piernas bien abiertas, y descansa ambos
brazos sobre el respaldo. Sonríe. Se te
ve bien comenta Gustavo luego de un rato. Estoy bien dice Raúl y calla. ¿Tu
emprendimiento? intenta Gustavo. Viento
en popa. El silencio se instala, espeso. Gustavo fija su mirada en la de
Raúl, que vaga, errante. No sé si te
acordás de que el miércoles pasado te dije que quería terminar con la terapia al
fin se decide Raúl. Lo recuerdo
perfectamente. Y qué, ¿no me vas a dejar ir? Yo no soy el dueño de tus
decisiones contesta Gustavo. Va a continuar cuando recuerda las palabras de
Ana María. Por qué hacerle pasar un mal momento. Me parece importante que te animes a sostener tu deseo agrega sé bien lo difícil que es abandonar a un
analista y cuando termina de decirlo descubre su error. Ojo que yo no te estoy abandonando, no es
contra vos, es a favor mío; te agradezco un montón; no sé cómo explicártelo
pero esta terapia rompió una soga que me ligaba a mi viejo: me siento libre, el
alivio es gigantesco. Y no querés ahora, quedar ligado a mí recoge Gustavo
la tesis de Ana María. Raúl hace un gesto de sorpresa. Se reacomoda. Es cierto reconoce recién me
doy cuenta, necesito sentirme autónomo, por primera vez en mis cincuenta años.
Y yo te reconozco tu derecho; sabés que, por supuesto, podés recurrir a mí en
el momento en que vos sientas que lo
precises. Raúl suspira. Qué bueno, no
quería discutir con vos confiesa. Ya
nos peleamos bastante le recuerda Gustavo. Ambos ríen. ¿Ya me tengo que levantar? Tenés tiempo hasta las seis menos diez le
recuerda. Te quiero hablar de mi sobrino,
Joaquín se llama anuncia Raúl. Sí,
algo me comentaste. Ayer estuve charlando con él, no está bien ese chico; le
sugerí que hiciera una terapia, le conté cuánto me había servido a mí; hoy me
llamó y me preguntó si le podía recomendar a alguien. Gustavo se adelanta a
la pregunta que se aproxima; Natalia no, sería más apropiado un varón; quizás
Javier o Enrique. ¿Vos atendés
adolescentes? lo sorprende Raúl. Por qué no, él dejará de ser su paciente. Gustavo
asiente con la cabeza. ¿Te gustaría
atenderlo? Tendríamos que tener primero una entrevista. ¿Le puedo dar tu
teléfono? Instantes después Raúl se incorpora. Me voy anuncia. Ya frente a la puerta abierta Gustavo le tiende la
mano. Suerte dice. Raúl, obviando la
mano extendida, lo abraza.
Gustavo está desconcertado. El reloj de su vida tomó
un ritmo vertiginoso. Regresó su mujer, una paciente anuncia su inminente abandono,
otra ni se presenta, un tercero se despide pero le regala otro paciente. ¿Qué
será de su próximo miércoles? Si no capta al sobrino de Raúl, tres horas
quedarán en blanco. Sus sueños se desarman como castillos. Fue un milagro
conseguir poblar desde el inicio el consultorio. ¿Tiene sentido que intente
hablar con sus colegas buscando derivaciones o es mejor que acepte la derrota y
le entregue a su viejo también los miércoles? La llegada de Daniela lo encuentra
sin respuestas.
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