Miércoles 14
Suena el despertador. Antes de que junte fuerzas Lacán
le está lamiendo la mano que cae de la cama. Lo acaricia, lo aparta y apaga el
reloj. Va al baño, se afeita. Al ir a despertar a los chicos descubre vacía la
cama de Martina. Recién recuerda que se quedó a dormir en casa de los abuelos.
Espero que Cecilia no la haga faltar, piensa. Diez minutos después desayuna con
su hijo. Me preguntó mamá si quería que esta
tarde fuéramos a comprarme ropa cuenta Nacho. ¿Qué le dijiste? Que no preciso nada. Sin embargo las zapatillas ya te
quedan chicas recuerda Gustavo. Es increíble lo rápido que está creciendo. Cuando puedas voy con vos. Gustavo lo
mira sorprendido. ¿No querés salir con ella?
Nacho entierra la vista en el vaso de Nesquik. Mirame, hijo. El chico levanta la vista. ¿Estás enojado con tu mamá? Nacho frunce el ceño. Con ese gesto ya
parece un hombre, piensa Gustavo. Ante el silencio insiste ¿me escuchaste? Su hijo chasquea la boca. Ahora se hace la buenita dice. En Gustavo se enciende el botón de
alarma. ¿Por qué decís eso? Nacho se
levanta. Vamos, pa, que ya es tarde.
Al fin diste señales de
vida lo recibe Santiago, sentado contra la
ventana. ¿Cuándo regresa Cecilia?
pregunta en cuanto Gustavo se acomoda. Volvió
hace una semana. ¡Qué!, ¿por qué no me contaste? No tenía ganas de hablar con
nadie Gustavo gira y levanta la mano
hacia el mozo un café, por favor, doble.
Te escucho, pero que te quede claro que estoy muy ofendido. Gustavo arranca
desde la llegada a Ezeiza. Esa misma
noche se fue a dormir a los de sus viejos; desde entonces está allá, o al menos
eso dice; pasa por casa casi todas las tardes, por suerte no la veo; Martina no
se le despega, anoche durmió en lo de sus abuelos. ¿Los chicos te preguntaron
algo más? No, hacen como si ella no hubiera vuelto, no me cuentan de sus
visitas; nosotros seguimos funcionando como siempre. ¿Cómo siempre? Bah, como
en estos últimos meses, es notable, ya no me pesa hacerme cargo de mis hijos;
me acostumbré. Santiago se echa sobre el respaldo, mete las manos en los
bolsillos. Festejemos: te curaste de
Cecilia dice, con sorna. No digas
boludeces, te estoy hablando de mis hijos no de ella. Santiago se pone
repentinamente serio. Su tronco se adelanta. La viste y sucumbiste dice y después añade me salió en versito. Si te seguís haciendo el pelotudo me voy. Uf, qué
carácter, hermano. El celular de Gustavo suena. Lee el mensaje y lo
contesta. Me voy informa. Che, no te enojes. Gustavo cabecea, sonríe
de lado. Era Natalia, hace dos semanas
que pateo el encuentro, me dijo que si no aparezco ya, todo se terminó. ¿Y vos le creíste?, esa
mina está muerta por vos. Gustavo se incorpora. Pagame el café, te corresponde por salame.
Natalia baja a abrirle. Ya en el ascensor Gustavo se
enciende. Suben besándose. En cuanto se escucha el ruido de la puerta, él
empieza a desvestirla. Luego yacen juntos. Ella apoyada en su pecho, él
abrazándola. ¿Me vas a contar por qué
desapareciste? exige Natalia. Volvió
mi mujer. Ella se incorpora con brusquedad. Me lo podrías haber dicho antes, dejarme a mí la posibilidad de
decidir. ¿De decidir qué? pregunta Gustavo, también sentado. Si quería volver a acostarme con vos.
Natalia, yo nunca te engañé, sabías perfectamente cuál era mi situación. Sabía cuál
era tu situación cuando tu mujer estaba en Chile, pero ahora ella está acá,
ella está durmiendo con vos. Estás equivocada replica Gustavo. La mirada de
Natalia se aviva. Él le cuenta con detalle todo lo sucedido. Ella lo escucha en
silencio. ¿Ya no la querés? pregunta
Natalia luego de un rato. Él no sabe qué responder. Entonces mira el reloj. ¡La una y media! dice alarmado y salta
de la cama.
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