domingo, 8 de junio de 2014

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Camilo lo había alertado: ¡nos pasamos de la hora!, ¡qué raro que no llegó la de siempre! Valeria se había apresurado a incorporarse y la sesión concluyó abruptamente. Sin ninguna necesidad, pensó  Gustavo, porque María Inés tampoco hoy daba señales de vida. Ahora, sentado en el diván, cavila. Diez minutos después se dirige hacia el escritorio. Se sienta. Apoya la mano sobre el tubo del teléfono y vuelve a dudar. Se decide y marca. No atienden. Cuando ya está por cortar le llega la voz agitada de María Inés. Hola. Él quisiera apretar la horquilla pero, a su vez, dice hola. ¡Gustavo! exclama ella al instante. Quería saber cómo estabas. Después de un silencio interminable ella responde mal, muy mal.  Te estoy esperando. Ya es muy tarde, ¿puedo ir el miércoles próximo? Por supuesto. Creí que estabas enojado dice ella y corta. Gustavo decide que su desconcierto es como una planta que no para de crecer. Va la cocina. Se prepara un café. Mientras lo toma, batallan en su cabeza María Inés, Nacho, Camilo, Natalia, Cecilia. Pobre Ana Maria, qué sesión le espera, piensa. Está por recostarse un rato cuando recuerda a su nuevo paciente. ¿Vendrá? El pulso se le acelera. Cinco menos cinco. Faltan cinco para los cinco repite en voz alta y luego añade si seré imbécil.

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