Camilo lo había alertado: ¡nos pasamos de la hora!, ¡qué raro que no llegó la de siempre! Valeria
se había apresurado a incorporarse y la sesión concluyó abruptamente. Sin
ninguna necesidad, pensó Gustavo, porque
María Inés tampoco hoy daba señales de vida. Ahora, sentado en el diván,
cavila. Diez minutos después se dirige hacia el escritorio. Se sienta. Apoya la
mano sobre el tubo del teléfono y vuelve a dudar. Se decide y marca. No atienden.
Cuando ya está por cortar le llega la voz agitada de María Inés. Hola. Él quisiera apretar la horquilla
pero, a su vez, dice hola. ¡Gustavo! exclama ella al instante. Quería saber cómo estabas. Después de un
silencio interminable ella responde mal,
muy mal. Te estoy esperando. Ya es muy tarde, ¿puedo ir el miércoles
próximo? Por supuesto. Creí que
estabas enojado dice ella y corta. Gustavo decide que su desconcierto es
como una planta que no para de crecer. Va la cocina. Se prepara un café. Mientras
lo toma, batallan en su cabeza María Inés, Nacho, Camilo, Natalia, Cecilia.
Pobre Ana Maria, qué sesión le espera, piensa. Está por recostarse un rato
cuando recuerda a su nuevo paciente. ¿Vendrá? El pulso se le acelera. Cinco
menos cinco. Faltan cinco para los cinco repite
en voz alta y luego añade si seré
imbécil.
Novela por entregas. Gustavo está iniciando su carrera de terapeuta. Miércoles a miércoles, su propia vida y la de sus cinco pacientes se va modificando. ¿Los acompañamos?
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