lunes, 30 de junio de 2014

138

Gustavo se deja caer sobre el diván. ¿Qué si se acostara? Cerrar los ojos y que el mundo se detuviera. ¿Cansado? pregunta Ana María. Es más que eso contesta él estoy…desarmado. Interesante adjetivo; explíqueme, por favor.  Gustavo se reacomoda. Logré que Joaquín, mi paciente nuevo, me transmitiera las palabras exactas que su padre le dijo: ¨tan pelotudo como siempre¨; cuando lo escuché, algo fuerte me pasó; lo primero que pensé fue en Nacho; me pregunté si alguna vez lo había insultado. ¿Y qué se contestó? Quizá por dentro pero jamás lo verbalicé. ¿Y su padre? Gustavo la mira, las cejas levantadas. No la entiendo. Le estoy preguntando si alguna vez su propio padre lo insultó. La sonrisa de Gustavo es solo una mueca. No expresamente, que yo recuerde. ¿Y por dentro? Creo que al menos una vez por día piensa que soy un pelotudo confiesa Gustavo y la estantería que durante la tarde sintió que se removía, ahora, definitivamente, cae sobre él. ¿Usted se siente un pelotudo? Ya sé que no lo soy pero cada vez que mi padre no queda conforme con alguna tarea que me haya encargado, me siento así, o al menos, tengo la certeza de que él lo está pensando. Se instala un largo silencio. Gustavo está seguro de que es a Ana María a quien le corresponde hablar por eso la mira y espera. Hasta que finalmente llega la estocada. Entonces, ¿por qué sigue trabajando para su padre? Yo no trabajo para él se defiende Gustavo trabajo en la fábrica. ¿Son socios? Él niega con la cabeza. ¿Quién le paga? Gustavo calla.  En consecuencia, usted es empleado de su padre. Gustavo experimenta una repentina ira. Le gustaría pegarle, desarmarle su sonrisa de estrella de cine. Trata de encontrar un argumento que le demuestre que está equivocada, que la pelotuda es ella. Como no lo encuentra admite tiene razón, soy un pelotudo que a los treinta y cinco años sigue dependiendo de su padre. ¿Considera que no tiene otra posibilidad? Antes de que naciera Nacho trabajaba desgrabando clases; obvio que eso no era suficiente para mantener una familia. O sea que supone que Nacho, que le fue impuesto por Cecilia, es el responsable de su falta de autonomía, que no está mal en sí misma, en tanto no le originara conflicto, cosa que, acabamos de comprobar, sí le sucede. Gustavo calla. Crece la bronca hacia su mujer. Mi exmujer, se corrige. Comprendo perfectamente que en la situación de emergencia el trabajo en la fábrica haya parecido la única salida; lo que no tengo tan claro es por qué, catorce años después, sigue allí. Gustavo siente un mazazo. Una vergüenza profunda. Busca argumentos que va descartando de a uno. Porque soy un pelotudo admite al fin. Al final su padre tenía razón dice ella, se incorpora y decreta es todo por hoy. Gustavo cree que no logrará incorporarse. Inspira profundamente y se para. Ya en la calle, repara en que no se despidió.  Después de la humillación a la que acaba de someterme ella no merece mi mano, piensa. Y luego se corrige: mi mano no la merece a ella. Sale. En la esquina busca el celular y escribe: Estoy yendo para allá.

domingo, 29 de junio de 2014

151

Buen día, hijo lo recibe su madre. ¡Hola, papi! ¿Cómo durmió mi muñeca? Toda la noche aclara Isabel. ¿Ves, papi?, ya estoy bien, ¿cuándo vuelvo a casa? Ya falta menos, muñequita, mucho menos. Yo me voy anuncia su madre tengo que ir al  oculista. Chau, abu, volvé pronto que tengo que seguir tejiendo. Gustavo se sienta en el borde de la cama. ¿Cómo estás, hijita? Bien, ya te dije. ¿Preocupada? Martina niega con la cabeza. ¿No tenés ni un poquito de miedo? La nena se enrosca el cabello con ambos índices. ¿Ni un poquitito? Bueno, un poquitito sí. ¿De qué tenés miedo? De la máquina, no quiero que me la pongan más, decile a los doctores que me voy a portar bien, que voy a hacer todo lo que me digan. Gustavo la abraza. Nadie te quiere castigar, van a dejar de dializarte en cuanto te mejores otro poco. ¿Me lo prometés?  Gustavo siente una garra en la boca del estómago. No depende de mí, hija, todos están haciendo lo que es mejor para vos. ¡Si no me lo prometés es que no me la van a sacar nunca! grita la nena, golpeándolo en el pecho. Él va a pedirle que se tranquilice pero se arrepiente. Cuando la nena, agotada, se deja caer sobre las almohadas , él le explica Grieco cree que no vas a necesitar la máquina pero todavía no lo puede asegurar. Entonces le voy a pedir a la abuela que siga rezando, ya consiguió que me sacaran de terapia; papi, alcánzame el celu, ya mismo le escribo. Gustavo sonríe. La puerta se abre. ¡Hola, mami!, te extrañé. Cecilia besa a ambos. Se interesa por las novedades. Yo hoy no trabajo informa. Entonces me voy dice él levantándose tengo todo atrasado. ¡Ufa!, estuviste muy poquito. Vengo a la nochecita y duermo aquí. No hace falta comenta Cecilia mamá le prometió a Marti que hoy se quedaba ella. Vamos a jugar al dominó le aclara la nena la abuela Susana es una campeona. Gustavo las besa y sale. En el ascensor teclea: Voy para allá, ¿está bien? Antes de que se abra la puerta recibe Te espero.

148

Mi hija está internada cuenta ni bien se sienta. La sonrisa de Ana María se desvanece. ¿Qué pasó? Síndrome urémico hemolítico; desde el miércoles pasado en terapia intensiva, recién hace unas horas la pasaron a una habitación. ¿Ya está fuera de peligro? repite Ana María las palabras de Natalia. Gustavo se da cuenta de que la sola mención del síndrome alarma a todos. Claro responde si no seguiría en terapia. ¿Cómo atravesó usted todos estos días? Bien, fuerte, alguien tenía que estar fuerte; la nena estaba aterrada y, en un primer momento, Cecilia se me desmoronó. Se le desmoronó repite ella, con intención. Demasiadas cosas estos días. De las cuales, seguramente, Cecilia no es la menor. ¿Sabe lo que fue tenerla al lado durante toda esta semana? No. Él la mira, irritado. Considerando, en cada instante, si correspondía abrazarla o no. Otra presión que se impuso; Cecilia, en esos instantes, era la madre de su hija, tan desesperada como usted, pero permitiéndose demostrarlo; más que eso, permitiéndose reconocer la gravedad de la situación; ¿usted sabe que es una patología severa? Sí, pero ya pasó. ¿En algún momento contempló la posibilidad de que su hija pudiera morir? ¿Qué es lo que está buscando, Ana María? A usted, que quedó replegado dentro de su caparazón. Gustavo se siente injustamente atacado. Pero luego se le impone la imagen de Daniela. Es cierto, él tampoco se anima a sentir. Tiene miedo. Tiene terror. Terror de que su hija se muera. Él no vino aquí para sufrir más. Ya tiene bastante. Me tengo que ir informa me pidió Cecilia que fuera lo más pronto posible, quizás habló con el pediatra. Vaya, Gustavo, pero llévese comenta Ana María incorporándose. En el momento de darle la mano, se la rodea con la otra. Suerte, Gustavo, manténgame informada por favor y si me precisa, aquí estoy.

Gustavo se deja caer sobre el asiento del auto. Cierra los ojos. La garganta se le oprime. Se recupera y arranca. Un par de cuadras más adelante se acerca a la vereda y se detiene. Apoya la cabeza en el volante.

147

Cuando llega, agitado, se encuentra a Daniela en la entrada. Perdóneme, llegué antes se disculpa ella. Perdoname vos por las idas y venidas dice él mientras abre el ascensor. Ambos se sientan. Espero que todo esté bien dice ella. Él duda. ¿Corresponde dar información? Tengo a mi hija internada. ¿Algo grave? Esperemos que no. Lo lamento dice ella de veras, no me imaginaba que tuviera hijos. ¿Por qué no? No sé, es raro imaginarle una vida fuera de estas cuatro paredes. A él ya se le ha ocurrido una pregunta cuando recuerda la propuesta de la semana pasada: desde el principio, a fondo. ¿A qué se dedican tus padres? averigua. Daniela lo mira, los ojos de par en par. ¿Por qué me pregunta eso? Vamos a tratar de averiguar juntos de quiénes venís. Yo ya conozco mi historia. ¿Cómo la conociste? Daniela se queda pensando. No sé, supongo que a través de mamá. O sea que lo que sabés es lo que tu madre te contó. Claro reconoce ella. Retomemos mi pregunta, ¿qué hacen tus papás? Mi mamá está jubilada y papá es electricista. ¿De qué trabajaba tu mamá? Era enfermera. ¿Con quién te quedabas cuando tu mamá trabajaba? Daniela se queda mirándolo. No sé, nunca lo pensé. A lo mejor te quedabas con una abuela, o con una tía. Daniela agita la cabeza. Quizá te quedabas sola. Como tocada por un rayo, Daniela se abraza con ambas manos. ¡Mi mamá nunca me hubiera dejado sola! De acuerdo, no. Gustavo le ofrece agua. Daniela la rechaza. Él toma. El otro día comentaste que cuando tu mamá trabajaba los sábados, te dejaba con tu papá. Solo sé que me dejó esa vez. ¿Y con quién creés que te dejaba el resto de los sábados? Otra vez con lo mismo, no sé. ¿Desde cuándo era alcohólico tu padre? Ya le dije, poco después de que se casaron. Entonces, cuando tu mamá te dejó con él, sabía que te estaba dejando con un hombre alcohólico; seguramente eligió pensar que no te iba a pasar nada porque ella necesitaba ir a trabajar. ¿Adónde quiere llegar? A que ese miedo que te asaltó aquí el otro día, ese miedo que tu marido dice que te congela, el mismo que te incapacitó el día que se accidentó Lucas, el que te impedía dejar a tu hijo con Ariel quizá provenía de esas largas horas que pasabas con un hombre que no se podía hacer cargo de vos, de ese padre del cual tu madre no pudo protegerte. Las lágrimas avanzan por las mejillas de Daniela, silenciosas. ¡Ella no tenía la culpa! No estoy juzgando a tu mamá, solo estoy tratando de que juntos podamos reconstruir cómo te sentías. Tu papá, ¿alguna vez le pegó a tu mamá? ¡No!, ¡a ella no le pegaba! ¿Y a quién si no?, ¿a vos? ¡No! Daniela solloza papá no me pegaba. Gustavo calla y la deja llorar. Una inmensidad después informa ya es la hora, te veo el próximo miércoles. Daniela se incorpora, trastabilla y se agarra del brazo de él. Gustavo le oprime la mano.

Gustavo cierra tras Daniela. Se siente profundamente culpable Estoy experimentando, reconoce, y lo estoy haciendo a costa del sufrimiento ajeno. ¿Es necesario remover tanto dolor? Porque al mismo tiempo, tiene clara conciencia de que ese dolor no lo inventó él, ese dolor ya existía. Se sienta en el diván y se agarra la cabeza. Le duele. Busca el celular. ¿Cómo está la nena? Animada contesta Cecilia llegaron Nacho y tu mamá. Entonces voy a terapia y paso luego, mandale un beso, no te preocupes que esta noche me quedo yo. No es eso lo que me preocupa. ¿Pasó algo? Después hablamos. Gustavo decide que pasará por lo de Ana María solo un rato, no le avisó. Igual es de camino. Agarra las llaves y apaga la luz.

145

María Inés está aún más delgada aunque esta vez se arregló. Gustavo la hace pasar al escritorio pero la detiene, tomándola suavemente del brazo,  cuando ella se dirige al consultorio. Tuve un imprevisto, hoy no podré atenderte. ¿Y yo qué? dice ella bajando los brazos. Gustavo duda, ¿y si va a la clínica media hora más tarde? Lo siento mucho, mi hija está internada necesita justificarse acaban de avisarme que tengo que ir, ya. Ella se encoge de hombros. No sé si aguantaré hasta la semana próxima informa sin ninguna inflexión en la voz. Si querés, podemos vernos mañana propone él, allá la fábrica, allá su padre. Los ojos de ella se animan. ¿A qué hora? Cuando a vos te venga bien. Ella dice a la mañana. ¿A las ocho? pregunta él. Dale dice ella. Está frente a la puerta del ascensor cuando se da vuelta. Quedate tranquilo y ocupate de tu hija, te veo el próximo miércoles, voy a estar bien. Gustavo inspira profundamente. Gracias dice y luego añade cualquier cosa me llamás.

141

Gustavo está recostado contra la pared. Recién son las diez. Dos veces pidió ver a la nena y dos veces se lo negaron. Hijos de puta, piensa, se creen los dueños del poder. Abre el libro que descansa en su falda. Laura Gutman. El puerperio y otro misterios del alma femenina. Se lo pasó Natalia. Me lo pasó con la correspondiente paciente, aclara. Mientras sigue leyendo reconfirma su movimiento interno. Todo arranca de la infancia. Todo se construye allí. Inútil intentar arreglar la terraza sin conocer los materiales de las bases. Sin embargo, cuando él intentó remover las estructuras, sus pacientes se defendieron  como pez con anzuelo en la boca. Pero ahora él está decidido. Ya no se le van a escapar. Hola, hijo lo sorprende la voz de su madre antes que su beso en la mejilla ¿cómo está mi princesa? Gustavo experimenta un profundo alivio. Parece que mejor, con un poco de suerte esta tarde la pasan a una habitación contesta. ¡Gracias a Dios! exclama su madre rogué tanto por ella. Gracias a Grieco quisiera corregirlo él, repentinamente irritado. Así es con mamá, evalúa, del amor al odio sin escalas. ¿Puedo verla? No todavía, acompañame a tomar un café sugiere intentando relajarse.  Suben en el ascensor. Ella no para de hablar. Gustavo se arrepiente de su propuesta. Prefiero un té indica ya sentados tengo el estómago dado vuelta. Gustavo recuerda que, desde niño, a su madre siempre le dolió el estómago en situaciones críticas. Allá ella, no está en condiciones de ocuparse de alguien más. ¿Cecilia? Se fue un rato a trabajar. Ustedes están separados, ¿no? ¡Mamá!, ¿qué película te armaste ahora? Nadie quiere contarme nada, tus hijos son tumbas, se creen que soy idiota; desde que Cecilia regresó todos me eluden; si no hubiera sido por la enfermedad de la nena, no habría conseguido verlos. Gustavo recién repara en que nunca le dio instrucciones a los chicos con respecto a la información a la abuela. No hizo falta, por lo visto. ¿No confiás en tu propia madre? Estamos temporalmente distanciados admite él, ¿para qué seguir ocultándolo? pero ahora lo único que tiene que importarnos es Martina. A lo mejor la nena está tratando de juntarlos dictamina su madre. Gustavo recibe el impacto. Vos siempre fabulando, mamá. Ella ladea la boca y agita la cabeza. Vayamos bajando indica él Grieco debe estar por llegar.

140

Miércoles 28 de noviembre
Gustavo llega a la clínica, después de dejar a Nacho en el colegio, cerca de las ocho. Solo un minuto, es una excepción concede la enfermera luego de muchos ruegos. Gustavo se lava las manos y entra. Está agitado. Papi, sacame de acá pide Martina rodeada de tubos. No puedo, muñequita, todavía no, ya falta menos promete Gustavo clavándose las uñas en la palma de la mano. Porfi. Él le acaricia la cabeza. No quiere seguir mintiéndole. Una enfermera entra. Le pido que se retire indica. Gustavo sale. Cecilia sigue parada, apoyada contra la pared. Ya me echaron cuenta él. Son inflexibles dice ella y agrega voy a tomar un café. Te acompaño propone él yo tampoco desayuné. En el bar de la clínica piden café con leche y medialunas. ¿Lo viste a Grieco? pregunta Gustavo. Sí, pasó a las once de la noche; gracias a él me permitieron entrar un rato. ¿Qué dijo? Quiere sacarla de terapia, sabés cómo es él, dice que es muy contraproducente para el estado emocional de Martina; que la nena, tanto como el suero precisa a sus papás; me comentó que si yo estaba de acuerdo, él asumía los riesgos de pasarla a una habitación. ¿Qué le dijiste? Que tenía que charlarlo con vos. ¿Por qué no me llamaste? No quise despertarte, total sería luego del parte del mediodía; ¿vos que pensás? Gustavo se toma unos segundos. Grieco nunca pondría a la nena en peligro. Dijo que lo llamáramos en cuanto tomáramos una decisión informa Cecilia. Él la observa: está ojerosa, desencajada. ¿Pudiste dormir algo? No; todo el tiempo pensaba en el absurdo de que yo estuviera sentada de este lado y del otro, la nena, muerta de miedo, sola. Esperemos que esta noche ya esté en una pieza. Desayunan en silencio. Con el último trago Gustavo le pregunta ¿cómo estás? Rota. Él le oprime las manos. A veces pienso que todo esto es culpa mía dice Cecilia. No digas tonterías. Los ojos de ella se llenan de lágrimas. ¿Cómo va todo? pregunta Santiago. Gustavo se sobresalta y suelta las manos de Cecilia. Santiago la besa y se sienta. Bajo informa ella. Andá, no más, yo me quedo, total hasta el mediodía no nos dejarán verla ofrece Gustavo cualquier cosa te aviso. Entonces pasaré por el trabajo hace una semana que no aparezco. Santiago llama al mozo, espera a que Cecilia se aleje y pregunta ¿qué novedades? A lo mejor la pasan a sala; recién estuve con ella cinco minutos; es insoportable verla así; ya dura una semana este calvario; no sé para cuánto más tendrá, pobre criatura. Santiago toma un café mientras Gustavo sigue hablando sobre la nena. Apoya la taza sobre la mesa y pregunta ¿cómo van las cosas con Cecilia? Qué decirte; es una excelente madre. Sí, eso ya lo sabemos, te estoy preguntando cómo te resulta pasar tantas horas con ella. No sé, no tengo energía para analizarlo. ¿Cómo te arreglás con el trabajo? Los primeros días no aparecí; desde que está en terapia voy un rato a la mañana y otro a la tarde, igual no me dejan entrar; mi viejo se portó muy bien, vino varias veces a ver a Martina. ¿Y el consultorio? Hoy tengo; ya arreglé con Cecilia que me quedo aquí hasta la una y media y después me reemplaza ella. ¿Natalia? Hace una semana que no la veo; me llama a cada rato, para preguntarme por la nena, pero no me presiona; es una mina de oro; justo hoy empiezo con una paciente que ella me derivó; qué mal momento para tenerme como terapeuta. Santiago le palmea la espalda. Vos sos  bueno hasta dormido. Gustavo, por primera vez en la mañana, sonríe.

viernes, 27 de junio de 2014

137

Este es Ariel indica Daniela desde el palier. Adelante, mucho gusto le tiende la mano Gustavo. Es un muchacho delgado, apenas más alto que ella, de facciones delicadas y ojos claros. Gustavo recuerda la foto de Lucas. Sí, el chiquito se parece mucho al padre. Daniela se ubica y le hace un gesto al marido. Él se sienta a su lado. Parece cohibido.  Gustavo  sonríe y le pregunta ¿cómo estás? Daniela me pidió que viniera. ¿Vos querías venir? Ariel echa una rápida mirada a su mujer y luego mira a Gustavo. No mucho contesta sonriendo. ¿Entonces por qué estás aquí? Dani nunca me pide nada; si lo hizo será porque es importante para ella. ¿Te explicó por qué? Ariel niega con la cabeza. Daniela, me gustaría que le comentaras a tu marido lo que estuvimos charlando la sesión pasada. Mejor no dice ella creo que no fue una buena idea que Ariel viniera. Pero ya estoy aquí, qué precisás de mí. Daniela se retuerce las manos. ¿Me vas a contar de una vez por todas? No puedo contesta ella mirando el piso. Entonces me voy dice Ariel levantándose tuve que pedir permiso en el trabajo para venir. Daniela no emite sonido. Gustavo se incorpora y lo acompaña hasta la puerta. Perdoname pide el muchacho me saca cuando se congela. Gustavo le tiende la mano, sonriendo. Cuando vos quieras podés acompañarla le sugiere, resaltando el vos. Cierra la puerta y regresa al consultorio. Daniela sigue en la misma posición. Gustavo recuerda las palabras del marido. Sí, está congelada. ¿Qué te paso? le pregunta, luego de un rato. Usted pensará que soy idiota. Pienso que estás aterrada la corrige él. Ella se abraza a sí misma. Daniela, ¿de qué tenés tanto miedo? Luego de un largo silencio ella contesta no sé y comienza a sollozar. Gustavo siente un fuerte impacto. Pierde la noción del tiempo. Algo trascendental está operando dentro de él. Cuando vuelve en sí, ella lo está mirando, ya calmada. Parece extrañada. Todo lo que hemos hecho hasta el momento son emparches dice Gustavo te propongo que empecemos de nuevo, de otra manera; que indaguemos en tu infancia con detalle y profundidad; solo así podrás conocerte; si no, seguiremos a ciegas la mira con intensidad ¿estás dispuesta?, no va a ser fácil. Ella, desencajada, asiente con la cabeza.


Gustavo se recuesta sobre la puerta cerrada. Hoy ha sido un día importante, piensa. Está tratando de recordar en detalle las sesiones cuando vibra el celular. Mensaje de Cecilia. Llamame en cuanto puedas. Me había olvidado de mi hija, se reta. No tiene ganas de hablar con Cecilia. Sin embargo, obedece al instante. ¿Qué pasó? La nena no sigue bien volvió a vomitar. Gustavo controla el reloj. Voy a terapia, cerca de las nueve estoy en casa y decidimos qué hacer. Cuando cuelga descubre que hace unos meses Cecilia hubiera actuado por las suyas sin consultarle. El peso de su actual responsabilidad lo aplasta.

jueves, 26 de junio de 2014

136

¿Qué significa tu presencia? le pregunta Gustavo a Joaquín cuando lo ve instalado. El chico hace un gesto extraño con la boca. No te capto. ¿Tus padres saben que estás aquí? Joaquín se calza una sonrisa burlona. Vos tampoco confiás en mí, yo sabía. Gustavo está por zafar con un giro idiomático cuando el chico agrega si estoy es porque me dejaron; en eso quedamos, ¿no? Tenés razón admite él una a cero. Una sonrisa de dientes blancos afloja la ceñuda cara del chico. ¿Querés contarme cómo se lo tomaron? propone Gustavo. No tengo ganas de hablar de ellos. De acuerdo, hablame de vos. Joaquín lo mira, parece desconcertado. ¿Y qué querés que te cuente? Por qué estás acá, por ejemplo. Ya te dije, me va mal en el colegio. Sin embargo me aclaraste que esa era una preocupación de tus padres; ¿cuál es la tuya? Siempre me fue mal en el colegio. Entonces sí te preocupa. No me importan las notas y esas cosas, ya estoy acostumbrado a llevarme materias, total ya estoy en cuarto y solo repetí una vez. ¿Y qué otra cosa sí te importa? El chico se encoge de hombros, hace un gesto despectivo con la boca. ¿Por qué creés que te va mal? Mucho no estudio. ¿Cuándo estudias sacás buenas notas? Casi nunca. ¿A qué lo atribuís? Es que yo no sirvo para nada responde Joaquín, la vista en el piso. ¿Quién dice eso? pregunta Gustavo. El chico  levanta la cabeza. Yo lo pienso contesta al cabo de un rato. ¿Desde cuándo lo pensás? Joaquín se encoge de hombros. Ni idea. ¿Ni idea? Bah, desde siempre admite. Gustavo hace, adrede, un largo silencio. Hasta que el chico lo mira. ¿Quién te dice desde siempre que no servís para nada? Gustavo percibe que el rostro del chico va sufriendo mínimas y paulatinas transformaciones. La boca se arquea hacia abajo, los hombros caen. ¿Quién decidió que no servís para nada? El chico calla. ¿Tu mamá? Joaquín niega. ¿Tu papá? El pibe, los codos en las rodillas,  esconde la cabeza entre las manos. Luego de varios minutos Gustavo  lo convoca  Joaco,  ¿querés tomar algo? El pibe se incorpora. No, gracias. Me gustaría que hiciéramos un ejercicio. Joaquín lo mira con curiosidad. ¿De qué tipo? pregunta. Cerrá los ojos indica Gustavo ahora tratá de recordar alguna escena en que tu papá te diga que no servís para nada. El chico aprieta los párpados con fuerza. Hoy me retó porque rompí un vaso. ¿Qué te dijo? Eso, me retó. ¿Cuáles fueron sus exactas palabras? No me acuerdo. Hacé un esfuerzo. El chico permanece en silencio un largo rato. Joaco, ¿qué te dijo tu papá? pregunta Gustavo con dulzura. ¡Tan pelotudo como siempre! grita el pibe, abre los ojos y lo mira ¿ahora estás contento?, ¿a vos también te gusta hacerme sentir mal? ¿Estaban solos? continúa Gustavo desestimando los comentarios. No, con mi mamá. ¿Ella no dijo nada? No, mi mamá nunca me insulta, mi mamá es una masa. Gustavo se queda reflexionando. O sea que tu mamá no te defendió. Joaco se endereza en el sillón. ¿Cómo? Tu mamá permite que tu papá te maltrate. ¡Mi papá ni me tocó! se defiende el chico. Cuando tu papá te pega, ¿tu mamá te defiende? Joaquín se agarra la cabeza con ambas manos. Es que mi papá es imparable. ¿Tu papá es violento con vos? Es raro que me pegue pero cosas, sí que me dice. ¿A tu mamá también la maltrata? ¡No!, jamás le grita, a ella la ama. ¿Y a vos? Joaquín permanece con el rostro oculto durante varios minutos. Luego se descubre, fija los ojos en Gustavo y en voz bajísima dice no lo sé. Gustavo contiene el fuerte impulso de abrazarlo. El chico se levanta. Se me hace tarde informa y deja el dinero sobre la mesa. ¿Querés que vuelva el miércoles? pregunta ya en la puerta. Por supuesto contesta Gustavo tengo muchas ganas agrega mientras le oprime  el brazo. Los ojos del chico se llenan de lágrimas.


Gustavo está desolado. Nunca le dije pelotudo a Nacho, piensa, tratando de entenderse. Sin embargo no logra serenarse. Se asoma al balcón. Refrescó mucho.  Se aprieta los brazos con ambas manos. Un auto estaciona justo enfrente. Daniela se baja. Qué raro, piensa él, siempre llega caminando. Ve, entonces, que del auto también desciende un hombre.  Cierra la puerta y se dispone a recibirlos.

miércoles, 25 de junio de 2014

135

Gustavo abre la puerta. El aspecto de María Inés lo alarma: varios kilos perdidos, despeinada, la cara sin maquillar. Gustavo recuerda una descripción de Delphine DeVigan que lo impactó: un paquete abollado. Acá estoy de nuevo informa ella.¿Y cómo estás? Asustada. ¿De qué? De mí contesta María Inés. ¿Qué te asusta de vos? Saber que soy capaz de cualquier cosa. Gustavo se alarma. Contame qué pasó durante todo este tiempo. Nada; ese es el problema; Gerardo hace de cuenta que nada pasó dice María Inés y luego, en voz muy baja, añade pero es como si yo llevara la muerte dentro. Gustavo decide ser imperativo. Explicame qué sentís. Gerardo mató a la que yo era. Quizás es una buena noticia. ¿Qué intentás decirme? Cuando eras una criatura tu abuelo te usaba para sus propios fines sin tener en cuenta qué estabas sintiendo; ahora Gerardo te necesita para inventar una imagen y a él tampoco parece interesarle cuál es el costo para vos; la gran diferencia es que cuando eras una nena para sobrevivir no encontraste otro recurso que convertirte en un envase, congelando tus propias necesidades; no podías escapar; ahora sos una adulta capaz de decidir cómo quiere que sea su vida. María Inés esconde la cabeza entre las manos. Le conté a mi mamá lo que había pasado y le dije que me quería separar. ¿Cómo reaccionó? Me preguntó si Gerardo estaba de acuerdo; le contesté que no; entonces me dijo que si íbamos a un divorcio controvertido saltarían los motivos y que eso iba a perjudicar al estudio, a mí y a todos; que aguantara hasta que consiguieran convencer a Gerardo. O sea que tu mamá, de nuevo, te entregó. María Inés se endereza y lo mira con espanto, califica Gustavo. ¡¿Qué me estás diciendo?! Gustavo traga saliva, se juega el todo por el todo. Cuando eras chiquita tu mamá te entregó a tu abuelo, desestimó tu llanto, tu resistencia a quedarte en esa casa; quizá a ella le había sucedido lo mismo con su padre cuando era pequeña; ella era la encargada de protegerte, no podía hacer la vista gorda; ahora reacciona de la misma manera; lo único que le importa es que nadie se entere, que el honor de la familia se salve y vos sos, otra vez la que tiene que pagar. María Inés se levanta, tambaleante. Me tengo que ir dice te veo el miércoles. Él la acompaña hasta la puerta. Ella ni siquiera se despide.



Gustavo, apoyado sobre la puerta, piensa que María Inés, de una manera o de otra, siempre logra alterarlo. Cierra un instante los ojos y se acuerda de su hija. No quiere comunicarse con Cecilia por eso, parado, teclea ¿Cómo está mi muñequita? Instantes después lee Muy mal ¿cuándo venís? Cuando se vaya tu madre, quisiera contestarle pero escribe: Lo más pronto que pueda. Muchos besos. ¿Corresponde que la llame a Cecilia? Si hubiera pasado algo importante ella lo habría alertado. Mira el reloj. No tuvo noticias de Joaquín.

lunes, 23 de junio de 2014

134

Hoy vine solo informa Camilo. ¿Tus papás no podían venir? pregunta Gustavo. Fui yo el que no quise. ¿Por qué? Porque aquí venía yo, no ellos. ¿Qué novedades? el chico se encoge de hombros ¿le contaron de Azul a tus hermanos? Sí, este fin de semana. ¿Cómo reaccionaron? Luciana lloró mucho, pero después se entusiasmó, viste cómo son las mujeres, quiere conocer a la nena ya mismo, y Tobi no entendió nada, tiene tres años. ¿Seguís con rabia? No y ya me cansé de hablar de este tema; parece que lo único que existiera en este mundo es Azul; Luciana me tiene frito con la beba. ¿Y qué otro tema te preocupa? Ninguno contesta moviendo la boca para uno y otro lado. ¿Ninguno? Ninguno en particular dice dedicado ahora hacerse sonar los nudillos. La semana que viene terminan las clases informa luego de un rato. ¿Estás contento? Camilo se queda pensando. Sí y no dice luego de un rato. Explicame, por favor. Lo que más me gusta es no tener que levantarme temprano. ¿Y por qué no querés que empiecen las vacaciones? ¡Yo no dije eso!, solo que tengo miedo de aburrirme un poco. A tus amigos los podés ver igual. No te creas; casi todos tienen que estudiar ; yo, por suerte, no me llevé ninguna materia. No es solo cuestión de suerte opina Gustavo algo tendrás que ver vos con el éxito obtenido. Yo tengo mi método; presto atención en clase y después el día de la prueba me despierto más temprano, leo una vez el libro o la carpeta y listo; no sé qué les pasa a los otros. A lo mejor no tienen tanta facilidad para el estudio. Camilo se encoge de hombros. Y como están estudiando este mes no va a ver ninguna fiesta.  La madre del borrego, piensa Gustavo. ¿Sofía también se lleva materias? No contesta Camilo con energía es rebuena alumna después hace una pausa y lo mira a Gustavo ¿por qué me preguntaste por ella? Porque pensé que ahora que se terminan las clases ya no la verás todos los días y si, además, no hay fiestas… Sí, es una cagada. Tendrás que pensar en un plan B. Camilo lo mira con atención. ¿Plan B?, no te entiendo. Tendrás que encontrar algún recurso que te permita verla. Yo no te dije que quiero verla. Gustavo sonríe. Camilo se pone colorado y baja la cabeza. Tenés razón admite sí que quiero. ¿Le contaste al hermano, Leo creo que se llama, que ella te gusta? No, pero igual él siempre me carga. Gustavo se queda pensando. ¿Por qué no te ofrecés a ayudarlo a  estudiar y con ese pretexto vas a su casa? Los ojos de Camilo se iluminan. Es una idea posta, ¡sos lo más!  Una honda satisfacción desciende sobre Gustavo. Allá Ana María si lo reta por dar consejos.


En cuanto Camilo se va, Gustavo se dirige al teléfono. Atiende Cecilia. ¿Cómo está la nena? pregunta él. Sigue durmiendo informa ella. ¿Tiene fiebre? No parece. ¿Nacho llegó? Sí, ¿querés que te lo pase? No, enseguida tengo una paciente; mandale un beso; y otro para Martina cuando se despierte. Gustavo corta molesto. ¿Qué hace ella instalada en la casa como si nada hubiera pasado? Quizás es un plan tejido entre madre e hija. QuizáCecilia planea desterrarlo a él. Que ni se lo sueñe. Va a la cocina y toma un vaso de jugo. Recién entonces se recupera como profesional. ¿Cómo será el reencuentro con María Inés? ¿Vendrá?, se pregunta.

viernes, 20 de junio de 2014

133

Natalia lo espera con la mesa puesta y un pollo en el horno. Gustavo se alegra de no haberla defraudado. Le cuenta las peripecias con la nena. Sus sospechas de que solo se trata de manejos. Para mí el mejor indicador de gravedad con mi hijita, más allá de fiebres o de vómitos, es su estado general. Gustavo se pone a analizar situaciones y repara en que hace días que la nena está muy caída. Quizás no era solo por el regreso de la madre y la evidencia del distanciamiento entre ellos. De pronto se siente en falta. ¿Cómo está Martina? le escribe a Cecilia. Durmiendo le contesta no quiso almorzar. A él ya no le molesta que esté con su hija. Es una tranquilidad. ¿Quién puede cuidarla mejor? Natalia le sirve. Él tampoco tiene hambre pero come para no desairarla. Preferiría irse temprano al consultorio pero no tiene más remedio que seguir a Natalia al dormitorio. Después de hacer el amor, Natalia le lleva un café a la cama. Es una buena mina, evalúa él. Le comenta el alejamiento de Laura. Ayer una paciente me comentó que su prima acaba de tener un bebé y que está muy deprimida; le indicaron una terapia; me preguntó si quería atenderla pero, obviamente, no corresponde; ¿te animás?  Él le pide más detalles. Mientras saborean el café pasan revista a sus respectivos consultorios. Es una mina más que buena, decide Gustavo.

jueves, 19 de junio de 2014

132

Gustavo deja el auto en una cochera y camina hasta la guardia. Es una mañana fresca pero muy soleada. Preciosa Encuentra a Cecilia y a la nena, la cabeza apoyada en la falda de la madre, sentadas en la sala de espera. ¿Cómo está mi muñequita? pregunta, agachándose. Papi, me siento muy mal. Gustavo la observa: está pálida, ojerosa. ¿Qué pasó? le pregunta a Cecilia. Anoche no quiso cenar; a la madrugada empezó con diarrea y hoy a la mañana, con vómitos. ¿Hace mucho que llegaron? Diez minutos, es la próxima. Si tenés que ir a trabajar, andá, yo me quedo, recién tengo pacientes a las dos pero recuerda a Laura y se corrige a las tres.  No, gracias dice Cecilia y luego gira y en voz muy baja agrega no me gusta nada. Al cabo de unos minutos los llaman. Entran los tres. El médico revisa a la nena mientras Cecilia describe los síntomas. Una gastroenteritis concluye pero el hígado está un poco agrandado. Les indica la dieta y agrega si en venticuatro no remiten los vómitos y la diarrea, la traen de nuevo; manténganla hidratada, eso es muy importante. Gustavo repara en los plurales. ¿Somos una entidad?, se pregunta mientras salen, ¿una pareja? Una pareja de padres, al menos, se responde. ¿Querés tomar algo? le pregunta Cecilia a Martina. Tiene que tomar algo la corrige él.  Ya sentados los tres en una confitería, la nena, mustia, da vueltas ante su taza de té llena. Vamos hija, otro traguito le insiste Cecilia.  Gustavo mira el reloj: Natalia estará esperándolo. Teclea en su celular: La nena está enferma, la traje a la guardia. Te llamo luego. Cecilia ofrece la llevo a casa y me quedo con ella. No hace falta, estoy libre hasta las tres; además está Juana, andá a trabajar tranquila. Ya avisé que hoy no voy. ¡Vengan los dos a casa y charlan tranquilos! dice la nena, renaciendo de sus cenizas.  Gustavo se pregunta si Martina habrá encontrado un recurso para tenerlos juntos.

Gustavo maneja. Atrás, Cecilia y Martina. Mi mujer y mi hija, piensa. Mira por el espejo retrovisor. La cabeza de la nena apoyada en la falda de la madre, que le acaricia el cabello. Él percibe que está enojado con Martina. Está dispuesta a hacérmela más difícil, rumia. Maneja por Cabildo demasiado rápido. Cuidado le indica Cecilia cuando están a punto de rozar un auto estacionado. Sé cuidarme solo, quisiera decirle. Frente a su casa les pide que bajen. ¿No venís, papi? reclama la nena. No hace falta contesta él se queda tu mamá. Ufa protesta estoy enferma. Cualquier cosa avisame le pide a Cecilia. Las observa caminar hacia la entrada y le llama la atención la postura de la nena. Como si se hubiera vuelto más chiquita. Arranca.

miércoles, 18 de junio de 2014

131

Miércoles 21 de noviembre
Los ladridos desaforados de Lacán lo despiertan a las seis de la mañana. Lo encuentra en la cocina. El gato de la vecina sentado muy orondo en el balconcito del lavadero. Gustavo logra sacar al perro y cerrar la puerta. Nacho aparece con el pelo revuelto. ¿Qué pasó? Gustavo le cuenta la anécdota perruna. ¡Te voy a matar! le grita Nacho a un Lacán que baja las orejas y mete la cola entre las patas. ¿Y ahora qué hago?, si me vuelvo a dormir ya no me despierto más. ¿Vamos a desayunar afuera? propone Gustavo. Dale dice el chico aprovechemos que no está Marti, cuando se entere se mata. ¿Y cómo habría de enterarse? ¡Yo le voy a contar!, durante años me refregó en la cara todas las veces que salió sola con vos. Gustavo sonríe. Él se perdió los avatares de tener un hermano. Media hora después desayunan en McDonald´s. El café es imposible pero, como dice Nacho, las medialunas se la bancan. El sábado tengo un baile comenta Nacho con la boca llena.  ¿Tenés ganas de ir? A mí no me gusta bailar dice el chico. A mí tampoco me gustaba le cuenta Gustavo a menos que me interesara alguna chica. Claro admite Nacho, la vista enterrada en el vaso de jugo. ¿Tenés alguna en vista? ¡Eso siempre, pa! contesta, canchero. Gustavo quisiera pellizcarle los cachetes colorados.  ¿Se puede saber el nombre? ¿Para qué?, no la conocés. ¿Te da bolilla? Bastante, se me da bien con las mujeres. Gustavo esconde la cara entre las manos para disimular la sonrisa. Estoy orgulloso, piensa. Suena su celular. Martina de nuevo está vomitando, la voy a llevar a la Suizo. El rostro de Gustavo se endurece en un instante. Estoy desayunando con Nacho en Mc, lo dejo en el colegio y voy para allá. ¿Qué pasó? Tu hermana está vomitando, ¡Seguro que no quiere ir al cole! No seas malo lo reconviene él, aunque piensa lo mismo. ¿Tenemos que ir ya? pregunta Nacho con cara de fastidio. No nos moveremos de acá hasta que me cuentes cómo se llama la señorita. ¡No jodas, pa! dice el chico, riendo. ¿Sofía?, ¿Camila?, ¿Agustina? ¡Ni loco te lo cuento! exclama el pibe, agarrando la mochila, y empujando al padre. ¿Mariana?, ¿Lucía? ¡Nunca vas a adivinar! ¿Valeria?, ¿Jimena? insiste Gustavo mientras caminan hacia el auto. Lo sigue embromando en el coche hasta que llegan al colegio. Cuando se dispone a bajar, la cara de Nacho se transforma. Mirá, pa, es esa, la rubia. Gustavo descubre a una chiquilina de pelo largo y pollera muy corta. Tenés buen gusto, hay que reconocer; saludala de mi parte. ¡Sí, justo! dice el pibe antes de dar un portazo. Gustavo maneja hasta la clínica, sonriendo. Seguro que lo de la nena no es nada.



lunes, 16 de junio de 2014

129

Dejé todo listo le indica Juana que lo esperaba con la cartera puesta hasta mañana. Él se siente culpable. Debería haberle avisado que se fuera un rato antes. Martina se acerca corriendo y lo abraza. ¡Vino mi papi! A lo mejor la nena se dio cuenta de que hacía días que ella tampoco era la de antes. Él le entrega la golosina. Me la guardo para el cole, así me acuerdo de vos. Mocosa compradora. Malas artes de las mujeres, piensa luego con amargura. Está por preguntarle cómo le fue en lo de los abuelos cuando decide que no tiene ganas de escuchar hablar de Cecilia. Como si pudiera leerle el pensamiento la nena cuenta la abuela Susana me preparó ravioles. Él siente una absurda punzada de celos. Martina sigue telepática porque agrega pero no estaban tan ricos como los de la abuela Isabel. Nacho, que acaba de entrar al living, acota como los de la abuela Isabel no existen y luego agrega hace mucho que no la vemos. Gustavo recuerda que no la llamó; varias veces los invitó a cenar. No quiero hablar con ella, admite. Cenan la tarta preparada por Juana. La espinaca no me gusta protesta la nena. Vamos, hace días que no comés verdura. ¿Vos qué sabés?, los ravioles eran de acelga por eso tanto no me gustaron. Y sí, hay muchas cosas que él ya no sabe. En cuanto terminan de cenar los manda a la cama. Gustavo cierra la puerta de su cuarto y llama a Cecilia. Ya estoy libre informa. Yo también dice ella. ¿Nos encontramos en van Gogh en media hora? propone él y ella acepta. Un rato después Gustavo va al cuarto de Martina. Duerme. Él la tapa y apaga el velador. A Nacho lo encuentra leyendo. Qué milagro comenta ¿qué leés? Los ojos del perro siberiano, es para el cole. Gustavo se sienta sobre la cama. Voy a salir informa. ¡¿Qué?! Voy a estar aquí no más, en Van Gogh. ¿Con quién te encontrás? pregunta el chico mientras deja caer el libro al piso. Gustavo reflexiona unos instantes y luego dice con tu mamá; tenemos que organizar varios asuntos. ¿Se van a arreglar? reformula el chico. No por el momento. Nacho se acuesta. ¿No vas a leer más? No tengo ganas. Gustavo le revuelve el cabello. Cuidá a tu hermana pide cualquier cosa me llamás al celular. Dale dice el chico y apaga la luz.

domingo, 15 de junio de 2014

128

Acaba de tocar el timbre cuando suena su celular. Papi malo hoy no me llamaste. Ni hoy ni ayer piensa él.  Está por responderle cuando sale una mujer. Ana María hace un gesto invitándolo a entrar. Mientras sube tras ella observa sus tobillos finos bajo la falda larga. Como antes Daniela, le parece una chica. En cuanto se acomoda toma su celular y teclea. Te quiero, muñequita. Perdón pide mi hija protesta por mi indiferencia. ¿Con razón? inquiere ella. La verdad que sí admite él. ¿Será que le molesta compartirla con Cecilia? Él la mira, sorprendido. Está por defenderse cuando la sonrisa de Ana María lo desarma. Tal vez, no lo había pensado; está mucho con ella. ¿Usted siente que la eligió?, ¿que lo traicionó? Suena a un mecanismo infantil comenta él. No debe ser fácil para usted después de estos meses en que fue el único referente para sus hijos creer que pasó a segundo lugar. Nacho nada que ver se defiende hoy me contó que no quería salir con la madre. Él sí que es leal. No me haga sentir como un idiota pide él aunque no me crea hoy me alarmé cuando Nacho dijo que la madre ahora se hacía la buenita. ¿Por qué no habría de creerle?; solo estoy tratando de que pueda sacar sus celos a luz; es natural  que se sienta desplazado. Está noche hablaré con Cecilia; desde el miércoles pasado que no estamos en contacto. ¿Qué le dijeron a los chicos? A pesar de la resistencia de Cecilia los reuní y les expliqué que su madre y yo estábamos pasando un momento complicado y que por ahora no íbamos a vivir juntos. ¿Cómo se lo tomaron? Martina  se angustió, lloró mucho; Nacho le preguntó a la madre si por eso se había ido a Chile; tonto no es, seguramente ya se había dado cuenta de algo. ¿Quién se fue? ¡Ella, por supuesto! Ana María se apoya en el respaldo de su sillón, apoya los codos y cruza las manos. Lo mira con una semisonrisa.  Hoy estuve con Natalia dice Gustavo y calla. ¿Le contó? Él asiente. ¿Cómo reaccionó? Gustavo ladea la boca. No le gustó ni medio; de todos modos interrumpí el diálogo abruptamente; mañana la llamaré. ¿Por qué lo interrumpió? Era la hora de Laura Gustavo siente que el centro de sus intereses hace un giro de ciento ochenta grados. Se fue informa me dijo que debería haber iniciado el tratamiento hace diez o veinte años, que ahora le daba miedo seguir analizando su presente y descubrir que no era feliz; la dejé ir sin lucharla. Gustavo experimenta un súbito cansancio; ¿cómo juntar energías para cenar con los chicos y, sobre todo, para encarar a su mujer? A mi exmujer, se corrige. Creo que hizo lo correcto; si en algún momento lo precisa, volverá a recurrir a usted. Él cabecea, abatido. ¿Le interesa que le derive algún paciente? ¿Me tiene confianza pese a todo? Si así no fuera no se lo estaría ofreciendo. Muchas gracias dice él solo me queda libre el horario de las 14 porque la llamé a María Inés; me dijo que estaba muy mal y me preguntó si podía venir el próximo miércoles; además comencé con Joaquín, el sobrino de Raúl; aunque no sé si seguirá. ¿No hicieron buen contacto? Creo que sí, pero le pedí que se lo planteara a los padres, ellos no saben nada; no me pareció correcto iniciar un tratamiento a sus espaldas. Estoy de acuerdo comenta Ana María. Él sonríe y dice ¿qué pasa que hoy no me reta?, ¿le doy lástima? Ella endurece la expresión. Si hay algo que no me da es lástima dice ella muy seria y se incorpora.
 
Gustavo está avergonzado. Ana María me despidió, piensa, me lo merezco. Camina hacia el auto a paso vivo. ¿Y si le pidiera a Cecilia que cenara con los chicos, que se quedara y él se fuera a lo de Natalia? Necesito dormir en brazos de una mujer, diagnostica. Que lo arrullen. Compra en un kiosco un bonobon para Martina. ¿Puede ser tan pelotudo como para ofenderse con la criatura por disfrutar de su madre? Que aproveche ella, que puede.

viernes, 13 de junio de 2014

127

¿Cómo está Lucas? pregunta Gustavo cuando Daniela, ya sentada, lo mira. Mejor, por suerte, ya casi no le duele. ¿Y cómo estás vos?  Ella eleva los hombros. No sé, no me entiendo, no soy la misma. ¿La misma que cuándo? Que antes del accidente; algo me pasó. Gustavo recuerda la sesión pasada. Daniela había manifestado una aguda culpa. Me está matando la culpa explica ella como si hubiera podido leerle el pensamiento.  ¿Qué es lo que te hace sentir tan mal? Ya le expliqué, no pude hacerme cargo de mi hijo. Me gustaría que trataras de precisarme tus sensaciones. Cuando lo vi aullar en la ambulancia; todas mis ilusiones volaron de golpe; qué tonta, porque el nene estaba un poco mejor yo ya fantaseaba con que se habían equivocado con el diagnóstico; los vidrios me estrellaron en la realidad. Asumir esa realidad es lo que estamos trabajando en este espacio, y no es tarea fácil. Las lágrimas comienzan a deslizarse por las mejillas de Daniela. Ella no parece percibirlas. Él le alcanza la caja de pañuelos de papel. Minutos después, Daniela, la mirada perdida, estruja los restos del pañuelo entre las manos. Lo peor fue cuando le agarró el ataque al bajar de la ambulancia dice parecía poseído, ese no es mi hijo, me decía yo. ¿Sentiste rechazo por él? Daniela cierra los ojos y asiente con la cabeza. Uno es responsable de sus actitudes no de sus sentimientos acota Gustavo vos no abandonaste a tu hijo; a pesar del rechazo que estabas experimentando fuiste capaz de confortarlo. El llanto de Daniela regresa. ¡¿Por qué yo no puedo tener un hijo normal?! Que Lucas sea autista no significa que vos no puedas tener un hijo normal. La mirada de Daniela se hace viva. Hace rato que le estoy dando vueltas al tema de tener otro hijo pero no me animé a decírselo a nadie porque ya sé que me dirán que estoy loca; siempre soñé con tener al menos cuatro hijos, por eso me apuré en quedar embarazada;  y ahora el autismo del nene me obliga también a renunciar a mis proyectos; venía bien y me desequilibré, estoy asustada. Gustavo le apoya una mano en el antebrazo. Tranquilizate, no estás loca. ¡Sí, es eso justo lo que siento! , y trato de disimular para que Ariel no se dé cuenta.  Gustavo tiene una intuición. ¿Querés que te acompañé la próxima sesión? ¿Se puede? contesta ella mirándolo a los ojos. Se puede todo lo que contribuya a ponerte bien. Ella inspira hondo. Le voy a preguntar dice. Gustavo sonríe. ¿Le tengo que avisar? No hace falta contesta él vos sos la protagonista; este es tu espacio.


Gustavo se asoma al balcón y ve alejarse a Daniela. Desde la altura parece una criatura. Está confundido. Siente que perdió durante la sesión la linealidad del pensamiento. La angustia de ella me arrolló, piensa, ¿perdí el rumbo? Hoy sí que tiene ganas de ver a Ana María. Necesidad. Junta sus cosas.

jueves, 12 de junio de 2014

126

A las cinco y un minuto suena el portero eléctrico. Instantes después, el timbre. Gustavo se reacomoda el cuello de la camisa, y alisa el diván. Ya frente a la puerta inspira con profundidad, retiene el aire, exhala con fuerza y abre.  Un muchacho altísimo, huesudo, de pelo muy corto, sonríe con timidez. ¿Gustavo? pregunta. Pasá, por favor le indica él. Va a tenderle la mano cuando el chico se inclina y lo besa. Gustavo le señala el camino. Como el pibe lo precede,  puede observarlo sin disimulo. Jean, camisa a cuadros, zapatillas impecables. Tan lejos de las rastas y tatuajes que Gustavo imaginaba. Al señalarle el diván, el chico agranda los ojos. Mi tío no me aviso que me tengo que acostar exclama. Gustavo sonríe no, no te alarmes, solo cuando tengas ganas. Uf dice el pibe mientras se sienta. Él toma la ficha y una birome. Joaquín, ¿no? Sí, pero todos me dicen Joaco. Gustavo consigna las formalidades  y después deposita la ficha sobre la mesita. ¿Por qué estás aquí, Joaco? El chico lo mira, parece sorprendido. Porque mi tío me dijo se justifica. Quizá tu tío te sugirió una terapia pero vos accediste, señal de que percibís que hay algo que te inquieta; a eso me refiero. Me va como la mierda en el colegio dice el pibe mirando el piso. Y eso te preocupa. A mí no, a mis viejos. Pero la entrevista no me la pidieron ellos si no vos. Ellos no creen en esto; prefieren pagarme año tras año, inútilmente, el profesor particular. Gustavo se alarma. ¿Saben que estás acá? Todavía no.¿Trabajás? El chico lo mira, extrañado. No contesta. ¿Y quién va a pagar estas sesiones? Mí tío informa ¿no te contó? Quiero que pongamos algunas cosas en claro; yo ya no mantengo contacto con Raúl, si así fuera, no habría aceptado atenderte a vos; nada de lo que hablemos en este espacio, será comentado con tu tío ni con nadie; por otra parte, vos tenés diecisiete años, sos menor de edad, no puedo atenderte sin el consentimiento de tus padres.  Joaco se encoge de hombros. No me querés atender. No estoy diciendo eso, tampoco que es imprescindible tener una entrevista con tus padres, pero sí que estén al tanto. ¿Y si yo te digo que les avisé y te miento? No me parece que fuera una buena manera de iniciar el tratamiento montarnos en mentiras; te recomiendo  que vayas a tu casa, que evalúes tranquilo si tenés ganas de que trabajemos juntos; si resolvés que sí, hablá con tus padres; si ellos acceden, venís el próximo miércoles, si no, me avisás. ¿Cómo vas a saber que ellos autorizaron?, ¿para eso me pediste el teléfono?, ¿o vas a chequearlo con mi tío? Ya te dije, Joaco, que con Raúl ya no estoy en contacto; y tampoco hablaré con tus padres. ¿Y me vas a creer? Por supuesto dice Gustavo incorporándose.  Esperá que te pago, ¿cuánto te debo? dice el chico. Gustavo niega con la cabeza. Conseguí la autorización y después arreglamos.  Frente a la puerta abierta Joaco  le palmea el brazo. Gracias, y perdoname. Se sumerge en las escaleras antes de que Gustavo le pueda preguntar qué debe perdonarle.


Gustavo reflexiona. ¿Está preparado para atender a un adolescente complicado? Ojalá que los padres no le den permiso, piensa, pero luego se arrepiente. Lo desarma su sonrisa frágil y su aspecto de otra década. Ese chico precisa ayuda. Le gustaría charlarlo con Raúl. No corresponde, determina. El celular vibra. ¿Querés que nos encontremos esta noche? pregunta Cecilia. Si hay algo que no desea, es terminar el día enfrentando a su mujer. A mi ex mujer, se corrige. Pero los chicos necesitan una explicación concreta Te llamo después de comer  y tomamos un café escribe. Que ni se sueñe que van a cenar los cuatro juntos. Gustavo va al baño y se apresta para recibir a Daniela.

martes, 10 de junio de 2014

124

Mi mamá quiso venir explica Camilo en cuanto se abre la puerta. Bienvenida dice Gustavo mientras besa a Valeria en la mejilla. Ella se sienta al lado de su hijo, la vista baja. Parece cohibida. Camilo masca chicle. Como el silencio se instala y ambos parecen incómodos, Gustavo decide ser frontal. ¿Por qué quisiste venir, Valeria? Ella lo mira. Me preocupa saber cómo se tomó Camilo la noticia. ¿Cuál noticia? busca Gustavo que sea ella quien la verbalice. Lo de la beba. ¿Se lo preguntaste? Me elude se justifica ella. ¿Se lo preguntaste claramente? insiste él. Valeria niega con la cabeza. Camilo, tu mamá quiere saber cómo te sentís al saber que tenés una hermanita. El chico agarra un pañuelo de papel y envuelve el chicle. Estoy enojado dice luego de un rato mientras se ata los cordones de las zapatillas. ¿Enojado con quién? le pregunta su madre. ¿Con quién va a ser?, ¡con papá! gira y la mira ¿vos no estás enojada con él?  Valeria le agarra ambas manos. Nunca estuve enojada; angustiada, desesperada, decepcionada, sí, pero no enojada. ¿Y ahora cómo estás? Triste porque vos estás sufriendo. Te pregunto por vos. Ella se toma unos segundos antes de contestar tranquila, en paz. Yo no dice el chico a veces me parece que me acostumbro pero después me vuelve la rabia. Valeria busca un pañuelo en su cartera y se seca los ojos. Ambos callan. Me gustaría que nos contaras qué es exactamente lo que te genera rabia pide Gustavo. Que ya nada va a ser como antes. Nada es como antes, la vida es un continuo cambio explica Gustavo. Es que todos decían que nuestra familia era perfecta acota Camilo. ¿Quiénes son todos? pregunta Gustavo. Mis amigos, las mamás de mis amigos, ya te dije, todos. ¿Y por qué ya no es perfecta? Camilo lo mira a los ojos. ¿No te das cuenta?, porque estoy rengo y ahora, para colmo, papá tiene una hija con otra mujer. ¿Sentís que tus piernas atentan contra la perfección de tu familia? pregunta Gustavo ¡Claro! Las lágrimas se deslizan por las mejillas de Valeria. Lo más importante en una familia es el amor y ni la renguera ni tu hermana atentan contra ella; quizás hasta logren unirlos aún más. Valeria abraza a su hijo. Camilo se aparta para mirarla. ¿Vos la conocés? pregunta. Sí. ¿Cómo es? Una muñeca, me la hubiera agarrado, adoro los bebés. ¿No la podemos traer con nosotros? La nena tiene una mamá. ¡Pero el papá es nuestro!, ¡y yo no voy a aguantar que mi papá vea a esa mujer!  Camilo, la relación de tu padre con la mamá de Azul no te compete, sí es asunto tuyo si la existencia de Azul afecta la relación de tu padre con vos. Ya éramos bastantes dice el chico. ¿Cómo reaccionarías si tu mamá quedara embarazada? Eso es totalmente diferente contesta Camilo con un gesto despectivo. Convengamos, entonces, que tu disgusto no tiene que ver con la cantidad. ¡Mi papá le metió los cuernos a mi mamá!, ¡¿no te das cuenta?! , ¡y yo eso no se lo puedo perdonar! Gustavo observa a Valeria. Demasiado involucrada en refrenar el llanto como para poder intervenir.  Ese problema es de tu mamá, no tuyo. Ella inspira hondo y logra decir yo ya lo perdoné. ¡¿Cómo pudiste?!  Gustavo le ofrece un vaso de agua que ella acepta. Inspira profundamente y dice después de tu accidente descubrí cuáles eran las cosas realmente importantes; creo que me habría muerto si tu papá no nos hubiera sostenido a todos; ni esa mujer, como la llamás vos, ni su nueva hija impidieron que te pusiera a vos por encima de todo; estás vivo hijo y seguimos estando juntos; será cuestión de que aprendamos a incorporar a la nena a nuestra familia en la medida de nuestras posibilidades, las de ella y las de su mamá; sumemos en lugar de restar gira para enfrentar a Gustavo ya lo hablamos con mi marido, este fin de semana se lo vamos a contar a los otros chicos ahora se dirige a su hijo ¿nos vas a ayudar? Camilo asiente en silencio y luego, bruscamente, se vuelca sobre la falda de su mamá. Ella le acaricia el cabello. Gustavo se siente de más.

lunes, 9 de junio de 2014

123

Gustavo estaciona el auto cerca de la esquina y se dirige a paso vivo al consultorio. Laura está frente a la puerta. Gustavo recuerda que ella también tiene intenciones de abandonarlo. Tres pacientes perdidos en dos semanas. Disminuye la velocidad, tratando de regularizar el ritmo de la respiración. Soy yo la que está en infracción, no se preocupe, llegué temprano; todavía no toqué el timbre lo tranquiliza Laura mientras le tiende la mano. A él, por primera vez, le resulta ridículo. ¿Quién lo decretó?, ya no lo recuerda. Porque a Daniela y a María Inés las beso, piensa. A María Inés la besaba, se corrige. Minutos después Laura ya está ubicada. Como de costumbre, piensa él. Quizá todo fue un mal sueño y pronto la escuchará hablar sobre sus hijos. Estuve muy triste toda la semana se decide ella a comenzar. ¿Por qué? le pregunta él, esperanzado. Laura parece sorprendida. Por la terapia, claro; me da mucha lástima tener que dejar. ¿Por qué utiliza el verbo tener? Laura se mira las manos, juega con la alianza. Ya se lo expliqué, Gustavo, le ruego que me ayude a sostener mi decisión: solo vine a despedirme. Él experimenta un súbito agobio. Como si una máquina le empujara la cabeza e intentara fundirlo con el sillón. Haciendo un gran esfuerzo  logra sonreír. Eleva ambas palmas y sugiere despídase, entonces. No se cómo agradecerle lo que hizo por mí; en mí, en realidad; hubiera querido iniciar este tratamiento hace veinte años, diez, al menos; ya es demasiado tarde. Laura deja el dinero sobre la mesita y se incorpora. Gustavo, desconcertado, también. Mucha suerte dice él ya frente a la puerta mientras le tiende la mano. Ella la obvia y le da un beso en la mejilla. Gracias dice y gira rápidamente.


Gustavo busca la ficha de Laura. El acta de defunción, piensa. Anota cada una de las palabras que ella pronunció. Quizás Ana María pueda ayudarlo a comprenderlas. Revisa la ficha de Camilo. Pobre Francisco. No quisiera estar en su lugar. Nacho rengo por mi culpa, piensa, pero luego recuerda sus propias palabras y reformula, rengo por mi impuntualidad. No le parece suficiente, ya hablaron suficiente de los accidentes y se corrige: rengo. Nacho.  Ahora se hace la buenita, dijo. ¿Corresponde que se lo cuente a Cecilia?, ¿o es una traición a la confianza del chico? Lo único que puede hacer es sugerirle que hable con la madre. De ella no va a partir. El timbre. Camilo.

domingo, 8 de junio de 2014

130

Gustavo echa una rápida mirada al interior del bar. Todavía es temprano. Se acomoda en una mesa del fondo y llama al mozo. Sin esperarla, se dice, estúpidamente orgulloso. Cecilia llega antes que el café. Estaba contra la ventana, ¿no me viste? Él se sobresalta, precisaba unos minutos para prepararse. Ella se los robó. Se incorpora y la besa en la mejilla, intentando obviar su perfume. Recién vuelvo de trabajar informa ella quizá para justificar la pollera corta, los tacos altos, la cara maquillada. Él  deduce que no hubiera llegado a tiempo para la cena. ¿Cómo estás? pregunta Cecilia. Ahí contesta él la voy llevando. Con los chicos la vas llevando más que bien, estoy muy sorprendida; nunca me hubiera imaginado, sobre todo con Nacho. Aun así te fuiste. Eran solo dos meses. Vos sabías que la relación entre Nacho y yo era difícil y lo dejaste en mis manos. Quizá tuve la suficiente intuición para suponer que funcionaría. La felicidad de tu hijo sobre la base de suposiciones. ¡Basta, Gustavo!; ¡si Nacho pudo sobrevivir catorce años a tu indiferencia no sé por qué no podía tolerar un par de meses mi ausencia! La voz de Cecilia se eleva sobre el murmullo general.  Gustavo percibe un par de cabezas que giran hacia ellos. Cecilia inspira hondo, toma un vaso de agua, se arregla el cabello. Perdón pide mientras le resbalan las lágrimas. Gustavo reprime las ganas de tomarle las manos. Las mira con atención: todavía tiene la alianza; él, también. Tenés razón admite soy yo el que tiene que pedirte perdón. Ella lo mira, los ojos muy abiertos. ¿Por qué? Si de algo me sirvió tu alejamiento fue para comprender que volqué sobre Nacho mi resentimiento contra vos por haberme obligado a que naciera cabecea ya sé que no me obligaste, lo hablé mucho en terapia, yo podría haberme ido; pero me quedé y el chico terminó pagando los platos rotos; nunca terminaré de arrepentirme. ¿De que naciera? No entendiste nada él hace un gesto despectivo me arrepiento de haberme privado durante catorce años de disfrutar a mi hijo; no tiene remedio pero trataré de hablarlo en cuanto perciba que él está preparado. Gustavo sonríe, ahora sí le toma las manos hiciste un excelente trabajo, es un gran pibe. Ella se las aprieta. Es el hijo de los dos dice. Él libera sus manos: se equivocó, movimiento fallido. No está bien conmigo admite ella ¿vos le contaste algo? Te aseguro que no contesta él pero es un chico sensible e inteligente; yo no quise mandarte al frente pero me parece que lo más aconsejable es que le cuentes la verdad; estoy seguro de que sabe más de lo que confiesa. Gustavo termina de un trago su café ya frío. ¿Cómo estás vos? Mal dice ella es una tortura ver a mis hijos de prestado él amaga hablar sí, ya sé, yo me lo busqué, no pretendo que me compadezcas; no veo el momento de alquilar un departamento y poder sostener una vida más normal con los chicos. Gustavo se alarma. Veo que ya estás decidida a separarte. Ella lo mira levantando los hombros. ¿Qué me decís?, sos vos el que no me permite vivir en casa; ¿tenés otra?, ¿no? Él la mira anonadado, ya no sabe quién es la víctima y quién el verdugo. Suena su celular. Nacho. Pa, Marti está vomitando. Voy para allá informa mientras llama al mozo. ¿Qué pasó? La nena está vomitando repite él. Minutos después caminan rápido las dos cuadras. Juntos. Suben. Encuentran a la nena vomitando en el inodoro. Nacho le sostiene la cabeza. Suerte que viniste, ma dice Nacho Marti no paraba de llamarte. Cecilia se arrodilla. Tranquila, chiquita, estoy aquí dice. Logra incorporarla y le toca la frente. Fiebre no tiene informa y luego busca en el botiquín sí, por suerte hay Reliverán. Gustavo parado en el pasillo la observa. Vamos a la cama, chiquita indica ella. Gustavo se dirige al dormitorio y saca las sábanas vomitadas. Cecilia llega con sábanas limpias y hace la cama. Upa, papi pide Martina. Gustavo la alza. La nena se abraza de su cuello. Minutos después, acostada entre sábanas planchadas, pide quédate, mami, dormí conmigo. Cecilia lo mira. Él asiente con la cabeza.

Gustavo, en su cama, intenta dormir. Sin suerte. Mocosa manijera, piensa, manipuladora como todas las mujeres. Unos golpes en la puerta lo sobresaltan. Se asusta: es ella. dice. La puerta se abre. ¿Puedo dormir con vos? pide Nacho Marti se levanta a cada rato. Gustavo abre las cobijas y lo invita. Del lado de la madre.

125

Camilo lo había alertado: ¡nos pasamos de la hora!, ¡qué raro que no llegó la de siempre! Valeria se había apresurado a incorporarse y la sesión concluyó abruptamente. Sin ninguna necesidad, pensó  Gustavo, porque María Inés tampoco hoy daba señales de vida. Ahora, sentado en el diván, cavila. Diez minutos después se dirige hacia el escritorio. Se sienta. Apoya la mano sobre el tubo del teléfono y vuelve a dudar. Se decide y marca. No atienden. Cuando ya está por cortar le llega la voz agitada de María Inés. Hola. Él quisiera apretar la horquilla pero, a su vez, dice hola. ¡Gustavo! exclama ella al instante. Quería saber cómo estabas. Después de un silencio interminable ella responde mal, muy mal.  Te estoy esperando. Ya es muy tarde, ¿puedo ir el miércoles próximo? Por supuesto. Creí que estabas enojado dice ella y corta. Gustavo decide que su desconcierto es como una planta que no para de crecer. Va la cocina. Se prepara un café. Mientras lo toma, batallan en su cabeza María Inés, Nacho, Camilo, Natalia, Cecilia. Pobre Ana Maria, qué sesión le espera, piensa. Está por recostarse un rato cuando recuerda a su nuevo paciente. ¿Vendrá? El pulso se le acelera. Cinco menos cinco. Faltan cinco para los cinco repite en voz alta y luego añade si seré imbécil.

viernes, 6 de junio de 2014

122

Miércoles 14
Suena el despertador. Antes de que junte fuerzas Lacán le está lamiendo la mano que cae de la cama. Lo acaricia, lo aparta y apaga el reloj. Va al baño, se afeita. Al ir a despertar a los chicos descubre vacía la cama de Martina. Recién recuerda que se quedó a dormir en casa de los abuelos. Espero que Cecilia no la haga faltar, piensa. Diez minutos después desayuna con su hijo. Me preguntó mamá si quería que esta tarde fuéramos a comprarme ropa cuenta Nacho. ¿Qué le dijiste? Que no preciso nada. Sin embargo las zapatillas ya te quedan chicas recuerda Gustavo. Es increíble lo rápido que está creciendo. Cuando puedas voy con vos. Gustavo lo mira sorprendido. ¿No querés salir con ella? Nacho entierra la vista en el vaso de Nesquik. Mirame, hijo. El chico levanta la vista. ¿Estás enojado con tu mamá? Nacho frunce el ceño. Con ese gesto ya parece un hombre, piensa Gustavo. Ante el silencio insiste ¿me escuchaste? Su hijo chasquea la boca. Ahora se hace la buenita dice. En Gustavo se enciende el botón de alarma. ¿Por qué decís eso? Nacho se levanta. Vamos, pa, que ya es tarde.

Al fin diste señales de vida lo recibe Santiago, sentado contra la ventana. ¿Cuándo regresa Cecilia? pregunta en cuanto Gustavo se acomoda. Volvió hace una semana. ¡Qué!, ¿por qué no me contaste? No tenía ganas de hablar con nadie Gustavo gira  y levanta la mano hacia el mozo un café, por favor, doble. Te escucho, pero que te quede claro que estoy muy ofendido. Gustavo arranca desde la llegada a Ezeiza. Esa misma noche se fue a dormir a los de sus viejos; desde entonces está allá, o al menos eso dice; pasa por casa casi todas las tardes, por suerte no la veo; Martina no se le despega, anoche durmió en lo de sus abuelos. ¿Los chicos te preguntaron algo más? No, hacen como si ella no hubiera vuelto, no me cuentan de sus visitas; nosotros seguimos funcionando como siempre. ¿Cómo siempre? Bah, como en estos últimos meses, es notable, ya no me pesa hacerme cargo de mis hijos; me acostumbré. Santiago se echa sobre el respaldo, mete las manos en los bolsillos. Festejemos: te curaste de Cecilia dice, con sorna. No digas boludeces, te estoy hablando de mis hijos no de ella. Santiago se pone repentinamente serio. Su tronco se adelanta. La viste y sucumbiste dice y después añade me salió en versito. Si te seguís haciendo el pelotudo me voy. Uf, qué carácter, hermano. El celular de Gustavo suena. Lee el mensaje y lo contesta. Me voy informa. Che, no te enojes. Gustavo cabecea, sonríe de lado. Era Natalia, hace dos semanas que pateo el encuentro, me dijo que si no aparezco  ya, todo se terminó. ¿Y vos le creíste?, esa mina está muerta por vos. Gustavo se incorpora. Pagame el café, te corresponde por salame.


Natalia baja a abrirle. Ya en el ascensor Gustavo se enciende. Suben besándose. En cuanto se escucha el ruido de la puerta, él empieza a desvestirla. Luego yacen juntos. Ella apoyada en su pecho, él abrazándola. ¿Me vas a contar por qué desapareciste? exige Natalia. Volvió mi mujer. Ella se incorpora con brusquedad. Me lo podrías haber dicho antes, dejarme a mí la posibilidad de decidir. ¿De decidir qué? pregunta Gustavo, también sentado. Si quería volver a acostarme con vos. Natalia, yo nunca te engañé, sabías perfectamente cuál era mi situación. Sabía cuál era tu situación cuando tu mujer estaba en Chile, pero ahora ella está acá, ella está durmiendo con vos. Estás equivocada replica Gustavo. La mirada de Natalia se aviva. Él le cuenta con detalle todo lo sucedido. Ella lo escucha en silencio. ¿Ya no la querés? pregunta Natalia luego de un rato. Él no sabe qué responder. Entonces mira el reloj. ¡La una y media! dice alarmado y salta de la cama.

jueves, 5 de junio de 2014

121

Sale del ascensor. Tiene las manos húmedas. Lo reciben Lacán y, desde la cocina, la voz de Martina. ¡Vení, papi!  Cecilia pica perejil mientras la nena guarda la crema en la heladera. ¿A que no sabés que cocinamos? Y él sabe y no le alegra. Golpe bajo, eso  no se hace. Papi, ¡te olvidaste de saludarme! reclama Martina. El intento de obviar la mejilla de Cecilia se desbarata.  Besa a ambas. En diez minutos está listo informa ella aprovechá el viaje y llevate el pan. De camino al dormitorio lo intercepta Nacho. Hola, pa dice y eleva la palma de la mano para que él la choque suerte que llegaste, las mujeres no paran de hablar, me ponen de la nuca. Tras los diez minutos anunciados se sientan a comer. Martina charlando hasta por los codos; Nacho, reticente. Gustavo lo observa. Este chico está raro, piensa. Quizá Cecilia también lo nota porque permanentemente trata de involucrarlo en la conversación. ¿Cómo está el pollito, papi? pregunta la nena. Riquísimo tiene que admitir él a su pesar. Instintivamente observa el plato de Nacho: aún casi lleno.


Me voy a acostar informa Nacho levantándose de la mesa. Gustavo siente que se le para el corazón: llegó el momento de actuar. Esperá un ratito, por favor, tenemos que charlar los cuatro indica. ¿No puede ser mañana?, estoy recansado. Pobrecito, te despertaste temprano intercede Cecilia. Nacho hace una mueca. ¿De qué querés que hablemos? pregunta la nena. Mejor nos sentamos en el living propone Gustavo. Los chicos obedecen. ¿Tiene que ser hoy?, yo también estoy fundida le pregunta Cecilia en voz baja. Sí, cuanto antes mejor insiste él. Instantes después los cuatro, acomodados en los sillones, se miran en silencio. Hacela corta, pa pide Nacho con cara de fastidio. En realidad es tu madre la que tiene que hablar. Mira entonces a Cecilia. Está desencajada, los brazos cruzados sobre sí misma. Hoy no estoy en condiciones dice en voz muy baja contales vos. Gustavo pesca un rápido intercambio visual entre sus hijos, las cejas arqueadas. Luego, percibe la intensidad de los tres pares de ojos sobre él. Se queda en blanco. ¿Qué debe decirles?, ¿qué la mamá tiene un amante?, ¿qué su papá permitió por semanas que siguiera viviendo en esa casa?, ¿qué los dejó para irse a Chile con ese hombre?, ¿qué ahora él es muy macho por eso no le permite quedarse? Recuerda las palabras de Ana María. Ahora lo importante son los chicos. Mamá y papá no están pasando por un buen momento de su relación; necesitamos tomarnos un tiempo para decidir si queremos seguir estando juntos. Recién cuando percibe el dolor en las caritas de los chicos se da cuenta de que pudo hablar. Se da cuenta, también, de que obvió el verbo abandonar. ¡Por favor no se separen! pide Martina llorando. Cecilia, a su lado, la abraza. ¿Por eso te fuiste a Chile? pregunta Nacho a su madre, agresivo. No, mi amor, me mandaron del trabajo. ¿No van a estar más juntos? solloza la nena No, muñequita, no al menos por ahora aclara Gustavo. ¿Por eso dormías en el living? Nacho sigue atando cabos. admite él. ¿Y quién se va a ir? Gustavo y Cecilia cruzan las miradas. Tenemos que decidir muchas cosas, pero esta noche me voy yo dice ella. ¿Y adónde te vas a ir? Martina le ahorra a Gustavo la pregunta. A lo de los abuelos. La nena hunde la cabeza en el pecho de la madre. A Gustavo se le rompe el corazón. Pase lo que pase, siempre seguirán teniendo mamá y papá, trataremos de que sea para ustedes dos lo más fácil posible. Me voy a dormir determina Nacho levantándose. ¿Me acostás, mami? pide la nena. Cecilia la acompaña a su cuarto y Nacho se dirige al suyo. Gustavo termina de levantar la mesa. Está lavando la vajilla cuando Cecilia entra a la cocina. Gracias dice ella. ¿Por lavar los platos?, no me gusta dejarle a Juana tanto quilombo. No, gracias por no mandarme al frente con los chicos. Él cierra la canilla y se seca las manos en el repasador. No lo hice por vos explica. Gracias en nombre de los chicos, entonces dice y amaga terminar de lavar. Dejá la detiene él después sigo. ¿Después de qué? Después de que te vayas. ¿Ya me estás echando?, ¿no querés que tomemos un café?  Gustavo recuerda las palabras de Ana María; ¿la está echando? Entonces mira a Cecilia de pleno. Jean, remera ajustada, el pelo recogido. Siente una leve excitación. Su única salvación consiste en que ella se vaya.  Preferiría que te fueras. Cecilia baja levemente los hombros. Él muere por abrazarla. Se clava las uñas en la palma de la mano. A la tarde vendré a ver a los chicos informa ella avísame cuándo querés que nos encontremos. Él asiente con la cabeza. Ella se dirige al living. Él se queda parado, los ojos cerrados, los brazos caídos. Minutos después Cecilia regresa con la cartera y un bolso. Me voy informa. Se acerca y lo besa en la mejilla. Su perfume lo trastoca. Que desaparezca. Ya. Él inspira profundamente y retiene el aire. Recién cuando escucha el ruido de la puerta, exhala. Se sienta ante la mesa de la cocina y esconde la cabeza entre las manos.

miércoles, 4 de junio de 2014

120

Volvió Cecilia informa Gustavo y no hace falta que me aclare que me encontró sin ninguna posición tomada añade enojado porque ella, como siempre, había tenido razón el miércoles pasado me mandó un mail avisándome; me pasé la semana postergando las decisiones y su llegada, por supuesto, me encontró sin respuestas. Ofrece las manos, las palmas hacia arriba y añade sonriendo como verá hice todo mal. Ella le devuelve la sonrisa y aclara en realidad, parece que no hizo. Gustavo ladea la cabeza y continúa me llamó desde Ezeiza a la madrugada y me preguntó si podía venir para casa; me tomó de sorpresa y le dije que sí; charlamos primero en casa y después en un bar; me contó que les ofrecieron quedarse en Chile, que él aceptó pero que ella no, porque no puede plantearse vivir sin los chicos; la relación con el tipo en ¨standby¨ definió; me planteó quedarse en casa hasta que definiéramos qué hacer pero le dije que no; propuso irse al living pero le aclaré que ni una noche iba a tolerar ese disparate; le dije que hoy mismo teníamos que decirle a los chicos la verdad de una vez por todas. Ana María se queda en silencio, mirándolo con su famosa sonrisa. A él le da bronca. ¿Le causan gracia mis miserias?  pregunta, muy serio. Ella, sin abandonar su sonrisa, le aclara nos equivocamos ambos porque hacer, sí que hizo. Gustavo arquea las cejas. Le dejó claro a su mujer que no podía regresar a su casa como si nada hubiera pasado; y pudo sostener su posición a pesar de la insistencia de ella; no es fácil echar a alguien. Yo no la eché. Ahora es Ana María quien eleva las cejas al mirarlo. ¿Está seguro? Él repara en que sí, fue capaz de negarse. Tal vez sí la eché. La echó le confirma Ana María y el siente un alivio indescriptible. Como si en la masa fofa en que se había transformado empezaran a brotar los huesos. Creo que la eché porque sabía que si se quedaba una sola noche, yo iba a sucumbir a mi enorme deseo de abrazarla. Doblemente valiosa su actitud; si usted la hubiera recibido, imagínese cómo se sentiría ahora consigo mismo. Se instala el silencio. Gustavo quisiera quedarse así, eternamente. ¿Qué pasó con Natalia? le pregunta Ana María. No le comenté nada, cancelé el encuentro de hoy. ¿Ya no tiene ganas de verla? No es eso, en realidad me encantaría poder hablarle de Cecilia, que ella como mujer me aconsejara. ¿Y qué lo detiene? No quiero hacerle daño; de todos modos, lo que más me preocupa ahora son los chicos. ¿Cómo le explicaron a usted sus padres la separación? Él la mira, como suspendido. Mamá siempre me contó que papá nos había abandonado por otra contesta luego de unos segundos.. ¿Usted considera que su padre lo abandonó? Gustavo se queda pensando. No concluye al cabo de un rato no lo tuve tanto como lo necesité pero a mí no me abandonó. ¿Sí a su madre? ¿A qué viene este revolver mi pasado? A que me parece importante que no repita el error; sus hijos no debieran sentir que su madre los abandona ni que su padre es un hombre abandonado. Gustavo mira el reloj. Repentinamente recuerda sus propósitos. Necesito consultarle sobre mis pacientes informa. Ana María lo invita con un gesto de sus manos. 

lunes, 2 de junio de 2014

118

A las cinco y diez, cuando Gustavo ya está desahuciado,  llega Raúl. No da ninguna explicación sobre su demora. Se sienta en el diván y, como siempre, cruza la rodilla derecha sobre la izquierda, las piernas bien abiertas, y descansa ambos brazos sobre el respaldo. Sonríe. Se te ve bien comenta Gustavo luego de un rato. Estoy bien dice Raúl y calla. ¿Tu emprendimiento? intenta Gustavo. Viento en popa. El silencio se instala, espeso. Gustavo fija su mirada en la de Raúl, que vaga, errante. No sé si te acordás de que el miércoles pasado te dije que quería terminar con la terapia al fin se decide Raúl. Lo recuerdo perfectamente. Y qué, ¿no me vas a dejar ir? Yo no soy el dueño de tus decisiones contesta Gustavo. Va a continuar cuando recuerda las palabras de Ana María. Por qué hacerle pasar un mal momento. Me parece importante que te animes a sostener tu deseo agrega sé bien lo difícil que es abandonar a un analista y cuando termina de decirlo descubre su error. Ojo que yo no te estoy abandonando, no es contra vos, es a favor mío; te agradezco un montón; no sé cómo explicártelo pero esta terapia rompió una soga que me ligaba a mi viejo: me siento libre, el alivio es gigantesco. Y no querés ahora, quedar ligado a mí recoge Gustavo la tesis de Ana María. Raúl hace un gesto de sorpresa.  Se reacomoda. Es cierto reconoce recién me doy cuenta, necesito sentirme autónomo, por primera vez en mis cincuenta años. Y yo te reconozco tu derecho; sabés que, por supuesto, podés recurrir a mí en el momento en que vos sientas que lo precises. Raúl suspira. Qué bueno, no quería discutir con vos confiesa. Ya nos peleamos bastante le recuerda Gustavo. Ambos ríen. ¿Ya me tengo que levantar? Tenés tiempo hasta las seis menos diez le recuerda. Te quiero hablar de mi sobrino, Joaquín se llama anuncia Raúl. Sí, algo me comentaste. Ayer estuve charlando con él, no está bien ese chico; le sugerí que hiciera una terapia, le conté cuánto me había servido a mí; hoy me llamó y me preguntó si le podía recomendar a alguien. Gustavo se adelanta a la pregunta que se aproxima; Natalia no, sería más apropiado un varón; quizás Javier o Enrique. ¿Vos atendés adolescentes? lo sorprende Raúl. Por qué no, él dejará de ser su paciente. Gustavo asiente con la cabeza. ¿Te gustaría atenderlo? Tendríamos que tener primero una entrevista. ¿Le puedo dar tu teléfono? Instantes después Raúl se incorpora. Me voy anuncia. Ya frente a la puerta abierta Gustavo le tiende la mano. Suerte dice. Raúl, obviando la mano extendida, lo abraza.


Gustavo está desconcertado. El reloj de su vida tomó un ritmo vertiginoso. Regresó su mujer, una paciente anuncia su inminente abandono, otra ni se presenta, un tercero se despide pero le regala otro paciente. ¿Qué será de su próximo miércoles? Si no capta al sobrino de Raúl, tres horas quedarán en blanco. Sus sueños se desarman como castillos. Fue un milagro conseguir poblar desde el inicio el consultorio. ¿Tiene sentido que intente hablar con sus colegas buscando derivaciones o es mejor que acepte la derrota y le entregue a su viejo también los miércoles? La llegada de Daniela lo encuentra sin respuestas.

domingo, 1 de junio de 2014

119

Lucas tuvo un accidente informa Daniela en cuanto se sienta. ¿Qué pasó? pregunta, alarmado, Gustavo. Mordió una copa y la rompió. ¿Se lastimó mucho? Bastante, le tuvieron que suturar la lengua contesta y calla. Luego de un rato Gustavo propone. ¿Me querés contar más? Ella se cubre la cara con ambas manos. Fue espantoso; por primera vez en años fuimos a almorzar afuera con el nene, un restaurante chiquito, muy tranquilo, cerca de casa; todo marchaba bastante bien, Ariel estuvo en la vereda con el nene hasta que trajeron la comida, le pedimos papas fritas que le encantan y las puede comer con las manitos; yo le había llevado su vasito de plástico, por supuesto, pero en un segundo me sacó mi copa y la mordió; escuché el ruido y cerré los ojos; cuando los abrí la sangre le salía a borbotones; Ariel atinó a sacarle los vidrios de la boca; los del restaurante llamaron al SAME que llegó rapidísimo; Ariel le sostenía una servilleta contra la boca y las tenía que cambiar enseguida porque se empapaban; finalmente lo llevaron al Hospital de Niños, lo cosieron y ya está mejor; un par de puntos nada más, no sé cómo podía salir tanta sangre de un corte tan chico. ¿Cómo actuó Lucas? No me quiero acordar; aullaba; cuando lo bajaron de la ambulancia no lo podían controlar entre dos y ni siquiera tiene tres años; tuvieron que operarlo con anestesia general. Gustavo le sirve agua y espera que se tranquilice un poco antes de preguntarle ¿y cómo te sentiste vos? Horrible; no supe cómo enfrentar la situación, no sé qué hubiera hecho sin Ariel; si por mí hubiera sido, mi hijo habría muerto, me paralicé. Dejaste de ser un adulto comenta Gustavo. Sí, era una nena aterrorizada. Pero estaba Ariel. Sí, él lo salvó. Y te contuvo a vos. Sí, creo que nunca lo quise tanto; lo admiré, además; fuerte pero dulce; y yo no serví para nada. ¿Te escapaste corriendo? Ella lo mira con intensidad. ¡¿Qué está diciendo?!, en cuanto salió de la anestesia la única que logro tranquilizarlo fui yo; hasta se dejó abrazar. Daniela ella lo mira no gastes energía retándote porque necesitás toda la posible para seguir adelante, seguramente no es fácil el posoperatorio. ¡No!, me tomé licencia, hay que darle de comer cosas frías a cada rato para aliviarle el dolor; hace días que casi no duermo. ¿Y todavía te sentís culpable? Ella  amaga con replicar pero luego se encoge de hombros y sonríe.


Gustavo busca papel y lápiz. Tiene que consultar tantas cosas con Ana María que teme olvidarse. Anota: ¿hice bien en no retener a Laura?; ¿es conveniente que Camilo venga la semana próxima solo con la madre?; ¿tengo que llamar a María Inés?; ¿corresponde que atienda al sobrino de Raúl?; ¿supe manejar la recaída de Daniela?. Cuando concluye la lista se da cuenta de que nada de todo eso es lo importante: volvió Cecilia.