Gustavo se deja caer sobre el diván. ¿Qué si se
acostara? Cerrar los ojos y que el mundo se detuviera. ¿Cansado? pregunta Ana María. Es
más que eso contesta él estoy…desarmado.
Interesante adjetivo; explíqueme, por favor. Gustavo se reacomoda. Logré que Joaquín, mi paciente nuevo, me transmitiera las palabras
exactas que su padre le dijo: ¨tan pelotudo como siempre¨; cuando lo escuché,
algo fuerte me pasó; lo primero que pensé fue en Nacho; me pregunté si alguna
vez lo había insultado. ¿Y qué se contestó? Quizá por dentro pero jamás lo
verbalicé. ¿Y su padre? Gustavo la mira, las cejas levantadas. No la entiendo. Le estoy preguntando si
alguna vez su propio padre lo insultó. La sonrisa de Gustavo es solo una
mueca. No expresamente, que yo recuerde.
¿Y por dentro? Creo que al menos una vez por día piensa que soy un pelotudo confiesa
Gustavo y la estantería que durante la tarde sintió que se removía, ahora, definitivamente,
cae sobre él. ¿Usted se siente un
pelotudo? Ya sé que no lo soy pero
cada vez que mi padre no queda conforme con alguna tarea que me haya encargado,
me siento así, o al menos, tengo la certeza de que él lo está pensando. Se instala un largo silencio. Gustavo está seguro de que es a Ana
María a quien le corresponde hablar por eso la mira y espera. Hasta que
finalmente llega la estocada. Entonces,
¿por qué sigue trabajando para su padre? Yo no trabajo para él se defiende
Gustavo trabajo en la fábrica. ¿Son
socios? Él niega con la cabeza. ¿Quién
le paga? Gustavo calla. En consecuencia, usted es empleado de su
padre. Gustavo experimenta una repentina ira. Le gustaría pegarle,
desarmarle su sonrisa de estrella de cine. Trata de encontrar un argumento que
le demuestre que está equivocada, que la pelotuda es ella. Como no lo encuentra
admite tiene razón, soy un pelotudo que a
los treinta y cinco años sigue dependiendo de su padre. ¿Considera que no tiene
otra posibilidad? Antes de que naciera Nacho trabajaba desgrabando clases;
obvio que eso no era suficiente para mantener una familia. O sea que supone que
Nacho, que le fue impuesto por Cecilia, es el responsable de su falta de
autonomía, que no está mal en sí misma, en tanto no le originara conflicto,
cosa que, acabamos de comprobar, sí le sucede. Gustavo calla. Crece la
bronca hacia su mujer. Mi exmujer, se corrige. Comprendo perfectamente que en la situación de emergencia el trabajo en
la fábrica haya parecido la única salida; lo que no tengo tan claro es por qué,
catorce años después, sigue allí. Gustavo siente un mazazo. Una vergüenza
profunda. Busca argumentos que va descartando de a uno. Porque soy un pelotudo admite al fin. Al final su padre tenía razón dice ella, se incorpora y decreta es todo por hoy. Gustavo cree que no
logrará incorporarse. Inspira profundamente y se para. Ya en la calle, repara en
que no se despidió. Después de la
humillación a la que acaba de someterme ella no merece mi mano, piensa. Y luego
se corrige: mi mano no la merece a ella. Sale. En la esquina busca el celular y
escribe: Estoy yendo para allá.
Novela por entregas. Gustavo está iniciando su carrera de terapeuta. Miércoles a miércoles, su propia vida y la de sus cinco pacientes se va modificando. ¿Los acompañamos?
Páginas
- Página principal
- Otros libros
- Personajes
- Sesiones de Laura
- Sesiones de Camilo
- Sesiones de María Inés
- Sesiones de Raúl
- Sesiones de Daniela
- Sesiones con Ana María
- Extraños cotidianos
- Terapias no tradicionales: imágenes
- Aclaración
- Paisaje(Vicentico)
- Entregas acumuladas en orden
- Sesiones de Joaquín
- Sesiones de Mariana
- Entregas acumuladas. Segunda parte.
Datos personales
lunes, 30 de junio de 2014
domingo, 29 de junio de 2014
151
Buen día, hijo lo recibe su madre. ¡Hola, papi! ¿Cómo durmió mi muñeca? Toda la noche aclara Isabel. ¿Ves, papi?, ya estoy bien, ¿cuándo vuelvo a
casa? Ya falta menos, muñequita, mucho menos. Yo me voy anuncia su madre tengo que ir al oculista. Chau, abu, volvé pronto que tengo
que seguir tejiendo. Gustavo se sienta en el borde de la cama. ¿Cómo estás, hijita? Bien, ya te dije.
¿Preocupada? Martina niega con la cabeza. ¿No tenés ni un poquito de miedo? La nena se enrosca el cabello con
ambos índices. ¿Ni un poquitito? Bueno,
un poquitito sí. ¿De qué tenés miedo? De la máquina, no quiero que me la pongan
más, decile a los doctores que me voy a portar bien, que voy a hacer todo lo
que me digan. Gustavo la abraza. Nadie
te quiere castigar, van a dejar de dializarte en cuanto te mejores otro poco.
¿Me lo prometés? Gustavo siente una
garra en la boca del estómago. No depende
de mí, hija, todos están haciendo lo que es mejor para vos. ¡Si no me lo
prometés es que no me la van a sacar nunca! grita la nena, golpeándolo en
el pecho. Él va a pedirle que se tranquilice pero se arrepiente. Cuando la
nena, agotada, se deja caer sobre las almohadas , él le explica Grieco cree que no vas a necesitar la
máquina pero todavía no lo puede asegurar. Entonces le voy a pedir a la abuela
que siga rezando, ya consiguió que me sacaran de terapia; papi, alcánzame el
celu, ya mismo le escribo. Gustavo sonríe. La puerta se abre. ¡Hola, mami!, te extrañé. Cecilia besa a
ambos. Se interesa por las novedades. Yo
hoy no trabajo informa. Entonces me
voy dice él levantándose tengo todo
atrasado. ¡Ufa!, estuviste muy poquito. Vengo a la nochecita y duermo aquí. No
hace falta comenta Cecilia mamá le
prometió a Marti que hoy se quedaba ella. Vamos a jugar al dominó le aclara
la nena la abuela Susana es una campeona.
Gustavo las besa y sale. En el ascensor teclea: Voy para allá, ¿está bien? Antes de que se abra la puerta recibe Te espero.
148
Mi hija está internada cuenta ni bien se sienta. La sonrisa de Ana María se
desvanece. ¿Qué pasó? Síndrome urémico
hemolítico; desde el miércoles pasado en terapia intensiva, recién hace unas
horas la pasaron a una habitación. ¿Ya está fuera de peligro? repite Ana
María las palabras de Natalia. Gustavo se da cuenta de que la sola mención del
síndrome alarma a todos. Claro responde
si no seguiría en terapia. ¿Cómo atravesó
usted todos estos días? Bien, fuerte, alguien tenía que estar fuerte; la nena
estaba aterrada y, en un primer momento, Cecilia se me desmoronó. Se le desmoronó repite ella, con
intención. Demasiadas cosas estos días.
De las cuales, seguramente, Cecilia no es la menor. ¿Sabe lo que fue tenerla al
lado durante toda esta semana? No. Él la mira, irritado. Considerando, en cada instante, si
correspondía abrazarla o no. Otra presión que se impuso; Cecilia, en esos
instantes, era la madre de su hija, tan desesperada como usted, pero
permitiéndose demostrarlo; más que eso, permitiéndose reconocer la gravedad de
la situación; ¿usted sabe que es una patología severa? Sí, pero ya pasó. ¿En
algún momento contempló la posibilidad de que su hija pudiera morir? ¿Qué es lo
que está buscando, Ana María? A usted, que quedó replegado dentro de su
caparazón. Gustavo se siente injustamente atacado. Pero luego se le impone
la imagen de Daniela. Es cierto, él tampoco se anima a sentir. Tiene miedo.
Tiene terror. Terror de que su hija se muera. Él no vino aquí para sufrir más.
Ya tiene bastante. Me tengo que ir informa
me pidió Cecilia que fuera lo más pronto
posible, quizás habló con el pediatra. Vaya, Gustavo, pero llévese comenta
Ana María incorporándose. En el momento de darle la mano, se la rodea con la
otra. Suerte, Gustavo, manténgame
informada por favor y si me precisa, aquí estoy.
Gustavo se deja caer sobre el asiento del auto. Cierra
los ojos. La garganta se le oprime. Se recupera y arranca. Un par de cuadras
más adelante se acerca a la vereda y se detiene. Apoya la cabeza en el volante.
147
Cuando llega, agitado, se encuentra a Daniela en la
entrada. Perdóneme, llegué antes se
disculpa ella. Perdoname vos por las idas
y venidas dice él mientras abre el ascensor. Ambos se sientan. Espero que todo esté bien dice ella. Él
duda. ¿Corresponde dar información? Tengo
a mi hija internada. ¿Algo grave? Esperemos que no. Lo lamento dice ella de veras, no me imaginaba que tuviera hijos.
¿Por qué no? No sé, es raro imaginarle una vida fuera de estas cuatro paredes. A
él ya se le ha ocurrido una pregunta cuando recuerda la propuesta de la semana
pasada: desde el principio, a fondo. ¿A
qué se dedican tus padres? averigua. Daniela lo mira, los ojos de par en
par. ¿Por qué me pregunta eso? Vamos a
tratar de averiguar juntos de quiénes venís. Yo ya conozco mi historia. ¿Cómo la
conociste? Daniela se queda pensando. No
sé, supongo que a través de mamá. O sea que lo que sabés es lo que tu madre te
contó. Claro reconoce ella. Retomemos
mi pregunta, ¿qué hacen tus papás? Mi mamá está jubilada y papá es electricista.
¿De qué trabajaba tu mamá? Era
enfermera. ¿Con quién te quedabas cuando tu mamá trabajaba? Daniela se
queda mirándolo. No sé, nunca lo pensé. A
lo mejor te quedabas con una abuela, o con una tía. Daniela agita la
cabeza. Quizá te quedabas sola. Como
tocada por un rayo, Daniela se abraza con ambas manos. ¡Mi mamá nunca me hubiera dejado sola! De acuerdo, no. Gustavo le
ofrece agua. Daniela la rechaza. Él toma. El
otro día comentaste que cuando tu mamá trabajaba los sábados, te dejaba con tu
papá. Solo sé que me dejó esa vez. ¿Y con quién creés que te dejaba el resto de
los sábados? Otra vez con lo mismo, no sé. ¿Desde cuándo era alcohólico tu
padre? Ya le dije, poco después de que se casaron. Entonces, cuando tu mamá te
dejó con él, sabía que te estaba dejando con un hombre alcohólico; seguramente
eligió pensar que no te iba a pasar nada porque ella necesitaba ir a trabajar.
¿Adónde quiere llegar? A que ese miedo que te asaltó aquí el otro día, ese
miedo que tu marido dice que te congela, el mismo que te incapacitó el día que
se accidentó Lucas, el que te impedía dejar a tu hijo con Ariel quizá provenía
de esas largas horas que pasabas con un hombre que no se podía hacer cargo de
vos, de ese padre del cual tu madre no pudo protegerte. Las lágrimas
avanzan por las mejillas de Daniela, silenciosas. ¡Ella no tenía la culpa! No estoy juzgando a tu mamá, solo estoy
tratando de que juntos podamos reconstruir cómo te sentías. Tu papá, ¿alguna
vez le pegó a tu mamá? ¡No!, ¡a ella no le pegaba! ¿Y a quién si no?, ¿a vos?
¡No! Daniela solloza papá no me pegaba. Gustavo calla y la
deja llorar. Una inmensidad después informa ya
es la hora, te veo el próximo miércoles. Daniela se incorpora, trastabilla
y se agarra del brazo de él. Gustavo le oprime la mano.
Gustavo cierra tras Daniela. Se siente profundamente
culpable Estoy experimentando, reconoce, y lo estoy haciendo a costa del sufrimiento
ajeno. ¿Es necesario remover tanto dolor? Porque al mismo tiempo, tiene clara
conciencia de que ese dolor no lo inventó él, ese dolor ya existía. Se sienta
en el diván y se agarra la cabeza. Le duele. Busca el celular. ¿Cómo está la nena? Animada contesta
Cecilia llegaron Nacho y tu mamá. Entonces
voy a terapia y paso luego, mandale un beso, no te preocupes que esta noche me
quedo yo. No es eso lo que me preocupa. ¿Pasó algo? Después hablamos.
Gustavo decide que pasará por lo de Ana María solo un rato, no le avisó. Igual
es de camino. Agarra las llaves y apaga la luz.
145
María Inés está aún más delgada aunque esta vez se
arregló. Gustavo la hace pasar al escritorio pero la detiene, tomándola suavemente
del brazo, cuando ella se dirige al
consultorio. Tuve un imprevisto, hoy no
podré atenderte. ¿Y yo qué? dice ella bajando los brazos. Gustavo duda, ¿y
si va a la clínica media hora más tarde? Lo
siento mucho, mi hija está internada necesita
justificarse acaban de avisarme que tengo que ir, ya. Ella se encoge de
hombros. No sé si aguantaré hasta la
semana próxima informa sin ninguna inflexión en la voz. Si querés, podemos vernos mañana propone
él, allá la fábrica, allá su padre. Los ojos de ella se animan. ¿A qué hora? Cuando a vos te venga bien. Ella
dice a la mañana. ¿A las ocho? pregunta
él. Dale dice ella. Está frente a la
puerta del ascensor cuando se da vuelta. Quedate
tranquilo y ocupate de tu hija, te
veo el próximo miércoles, voy a estar bien. Gustavo inspira profundamente. Gracias dice y luego añade cualquier cosa me llamás.
141
Gustavo está recostado contra la pared. Recién son las
diez. Dos veces pidió ver a la nena y dos veces se lo negaron. Hijos de puta,
piensa, se creen los dueños del poder. Abre el libro que descansa en su falda.
Laura Gutman. El puerperio y otro
misterios del alma femenina. Se lo pasó Natalia. Me lo pasó con la
correspondiente paciente, aclara. Mientras sigue leyendo reconfirma su
movimiento interno. Todo arranca de la infancia. Todo se construye allí. Inútil
intentar arreglar la terraza sin conocer los materiales de las bases. Sin
embargo, cuando él intentó remover las estructuras, sus pacientes se defendieron
como pez con anzuelo en la boca. Pero
ahora él está decidido. Ya no se le van a escapar. Hola, hijo lo sorprende la voz de su madre antes que su beso en la
mejilla ¿cómo está mi princesa?
Gustavo experimenta un profundo alivio. Parece
que mejor, con un poco de suerte esta tarde la pasan a una habitación
contesta. ¡Gracias a Dios! exclama su
madre rogué tanto por ella. Gracias a
Grieco quisiera corregirlo él, repentinamente irritado. Así es con mamá, evalúa,
del amor al odio sin escalas. ¿Puedo
verla? No todavía, acompañame a tomar un café sugiere intentando
relajarse. Suben en el ascensor. Ella no
para de hablar. Gustavo se arrepiente de su propuesta. Prefiero un té indica ya sentados tengo el estómago dado vuelta. Gustavo recuerda que, desde niño, a
su madre siempre le dolió el estómago en situaciones críticas. Allá ella, no
está en condiciones de ocuparse de alguien más. ¿Cecilia? Se fue un rato a trabajar. Ustedes están separados, ¿no?
¡Mamá!, ¿qué película te armaste ahora? Nadie quiere contarme nada, tus hijos
son tumbas, se creen que soy idiota; desde que Cecilia regresó todos me eluden;
si no hubiera sido por la enfermedad de la nena, no habría conseguido verlos. Gustavo
recién repara en que nunca le dio instrucciones a los chicos con respecto a la
información a la abuela. No hizo falta, por lo visto. ¿No confiás en tu propia madre? Estamos temporalmente distanciados admite
él, ¿para qué seguir ocultándolo? pero ahora
lo único que tiene que importarnos es Martina. A lo mejor la nena está tratando
de juntarlos dictamina su madre. Gustavo recibe el impacto. Vos siempre fabulando, mamá. Ella ladea
la boca y agita la cabeza. Vayamos
bajando indica él Grieco debe estar por
llegar.
140
Miércoles 28 de
noviembre
Gustavo llega a la clínica, después de dejar a Nacho
en el colegio, cerca de las ocho. Solo un
minuto, es una excepción concede la enfermera luego de muchos ruegos. Gustavo
se lava las manos y entra. Está agitado. Papi,
sacame de acá pide Martina rodeada de tubos. No puedo, muñequita, todavía no, ya falta menos promete Gustavo
clavándose las uñas en la palma de la mano. Porfi.
Él le acaricia la cabeza. No quiere seguir mintiéndole. Una enfermera
entra. Le pido que se retire indica. Gustavo
sale. Cecilia sigue parada, apoyada contra la pared. Ya me echaron cuenta él. Son inflexibles dice ella y agrega voy a tomar un café. Te acompaño propone
él yo tampoco desayuné. En el bar de
la clínica piden café con leche y medialunas. ¿Lo viste a Grieco? pregunta Gustavo. Sí, pasó a las once de la noche; gracias a él me permitieron entrar un
rato. ¿Qué dijo? Quiere sacarla de terapia, sabés cómo es él, dice que es muy
contraproducente para el estado emocional de Martina; que la nena, tanto como
el suero precisa a sus papás; me comentó que si yo estaba de acuerdo, él asumía
los riesgos de pasarla a una habitación. ¿Qué le dijiste? Que tenía que charlarlo con vos. ¿Por qué no me
llamaste? No quise despertarte, total sería luego del parte del mediodía; ¿vos
que pensás? Gustavo se toma unos segundos. Grieco nunca pondría a la nena en peligro. Dijo que lo llamáramos en
cuanto tomáramos una decisión informa Cecilia. Él la observa: está ojerosa,
desencajada. ¿Pudiste dormir algo? No;
todo el tiempo pensaba en el absurdo de que yo estuviera sentada de este lado y
del otro, la nena, muerta de miedo, sola. Esperemos que esta noche ya esté en
una pieza. Desayunan en silencio. Con el último trago Gustavo le pregunta ¿cómo estás? Rota. Él le oprime las
manos. A veces pienso que todo esto es
culpa mía dice Cecilia. No digas
tonterías. Los ojos de ella se llenan de lágrimas. ¿Cómo va todo? pregunta Santiago. Gustavo se sobresalta y suelta
las manos de Cecilia. Santiago la besa y se sienta. Bajo informa ella. Andá, no
más, yo me quedo, total hasta el mediodía no nos dejarán verla ofrece
Gustavo cualquier cosa te aviso. Entonces pasaré por el trabajo hace una
semana que no aparezco. Santiago llama al mozo, espera a que Cecilia se
aleje y pregunta ¿qué novedades? A lo
mejor la pasan a sala; recién estuve con ella cinco minutos; es insoportable
verla así; ya dura una semana este calvario; no sé para cuánto más tendrá,
pobre criatura. Santiago toma un café mientras Gustavo sigue hablando sobre
la nena. Apoya la taza sobre la mesa y pregunta ¿cómo van las cosas con Cecilia? Qué decirte; es una excelente madre.
Sí, eso ya lo sabemos, te estoy preguntando cómo te resulta pasar tantas horas
con ella. No sé, no tengo energía para analizarlo. ¿Cómo te arreglás con el
trabajo? Los primeros días no aparecí; desde que está en terapia voy un rato a
la mañana y otro a la tarde, igual no me dejan entrar; mi viejo se portó muy
bien, vino varias veces a ver a Martina. ¿Y el consultorio? Hoy tengo; ya
arreglé con Cecilia que me quedo aquí hasta la una y media y después me
reemplaza ella. ¿Natalia? Hace una semana que no la veo; me llama a cada rato,
para preguntarme por la nena, pero no me presiona; es una mina de oro; justo
hoy empiezo con una paciente que ella me derivó; qué mal momento para tenerme
como terapeuta. Santiago le palmea la espalda. Vos sos bueno hasta dormido. Gustavo,
por primera vez en la mañana, sonríe.
viernes, 27 de junio de 2014
137
Este es Ariel indica Daniela desde el palier. Adelante, mucho gusto le tiende la mano Gustavo. Es un muchacho
delgado, apenas más alto que ella, de facciones delicadas y ojos claros.
Gustavo recuerda la foto de Lucas. Sí, el chiquito se parece mucho al padre.
Daniela se ubica y le hace un gesto al marido. Él se sienta a su lado. Parece
cohibido. Gustavo sonríe y le pregunta ¿cómo estás? Daniela me pidió que viniera. ¿Vos querías venir? Ariel echa una rápida mirada a su mujer y luego
mira a Gustavo. No mucho contesta
sonriendo. ¿Entonces por qué estás aquí? Dani
nunca me pide nada; si lo hizo será porque es importante para ella. ¿Te explicó
por qué? Ariel niega con la
cabeza. Daniela, me gustaría que le
comentaras a tu marido lo que estuvimos charlando la sesión pasada. Mejor no dice
ella creo que no fue una buena idea que
Ariel viniera. Pero ya estoy aquí, qué precisás de mí. Daniela se retuerce
las manos. ¿Me vas a contar de una vez
por todas? No puedo contesta ella mirando el piso. Entonces me voy dice Ariel levantándose tuve que pedir permiso en el trabajo para venir. Daniela no emite
sonido. Gustavo se incorpora y lo acompaña hasta la puerta. Perdoname pide el muchacho me saca cuando se congela. Gustavo le
tiende la mano, sonriendo. Cuando vos
quieras podés acompañarla le sugiere, resaltando el vos. Cierra la puerta y regresa al consultorio. Daniela sigue en la
misma posición. Gustavo recuerda las palabras del marido. Sí, está congelada. ¿Qué te paso? le pregunta, luego de un
rato. Usted pensará que soy idiota.
Pienso que estás aterrada la corrige él. Ella se abraza a sí misma. Daniela, ¿de qué tenés tanto miedo? Luego
de un largo silencio ella contesta no sé
y comienza a sollozar. Gustavo siente
un fuerte impacto. Pierde la noción del tiempo. Algo trascendental está
operando dentro de él. Cuando vuelve en sí, ella lo está mirando, ya calmada.
Parece extrañada. Todo lo que hemos hecho
hasta el momento son emparches dice Gustavo te propongo que empecemos de nuevo, de otra manera; que indaguemos en
tu infancia con detalle y profundidad; solo así podrás conocerte; si no,
seguiremos a ciegas la mira con intensidad ¿estás dispuesta?, no va a ser fácil. Ella, desencajada, asiente
con la cabeza.
Gustavo se recuesta sobre la puerta cerrada. Hoy ha
sido un día importante, piensa. Está tratando de recordar en detalle las
sesiones cuando vibra el celular. Mensaje de Cecilia. Llamame en cuanto puedas. Me había olvidado de mi hija, se reta. No
tiene ganas de hablar con Cecilia. Sin embargo, obedece al instante. ¿Qué pasó? La nena no sigue bien volvió a
vomitar. Gustavo controla el reloj. Voy
a terapia, cerca de las nueve estoy en casa y decidimos qué hacer. Cuando
cuelga descubre que hace unos meses Cecilia hubiera actuado por las suyas sin
consultarle. El peso de su actual responsabilidad lo aplasta.
jueves, 26 de junio de 2014
136
¿Qué significa tu
presencia? le pregunta Gustavo a
Joaquín cuando lo ve instalado. El chico hace un gesto extraño con la boca. No te capto. ¿Tus padres saben que estás
aquí? Joaquín se calza una sonrisa burlona. Vos tampoco confiás en mí, yo sabía. Gustavo está por zafar con un
giro idiomático cuando el chico agrega si
estoy es porque me dejaron; en eso quedamos, ¿no? Tenés razón admite él una a cero. Una sonrisa de dientes
blancos afloja la ceñuda cara del chico. ¿Querés
contarme cómo se lo tomaron? propone Gustavo. No tengo ganas de hablar de ellos. De acuerdo, hablame de vos. Joaquín
lo mira, parece desconcertado. ¿Y qué
querés que te cuente? Por qué estás acá, por ejemplo. Ya te dije, me va mal en
el colegio. Sin embargo me aclaraste que esa era una preocupación de tus
padres; ¿cuál es la tuya? Siempre me fue mal en el colegio. Entonces sí te
preocupa. No me importan las notas y esas cosas, ya estoy acostumbrado a
llevarme materias, total ya estoy en cuarto y solo repetí una vez. ¿Y qué otra
cosa sí te importa? El chico se encoge de hombros, hace un gesto despectivo
con la boca. ¿Por qué creés que te va
mal? Mucho no estudio. ¿Cuándo estudias sacás buenas notas? Casi nunca. ¿A qué
lo atribuís? Es que yo no sirvo para nada responde Joaquín, la vista en el piso. ¿Quién
dice eso? pregunta Gustavo. El chico
levanta la cabeza. Yo lo pienso contesta
al cabo de un rato. ¿Desde cuándo lo
pensás? Joaquín se encoge de hombros. Ni
idea. ¿Ni idea? Bah, desde siempre admite. Gustavo hace, adrede, un largo
silencio. Hasta que el chico lo mira. ¿Quién
te dice desde siempre que no servís para nada? Gustavo percibe que el
rostro del chico va sufriendo mínimas y paulatinas transformaciones. La boca se
arquea hacia abajo, los hombros caen. ¿Quién
decidió que no servís para nada? El chico calla. ¿Tu mamá? Joaquín niega. ¿Tu
papá? El pibe, los codos en las rodillas, esconde la cabeza entre las manos. Luego de varios minutos Gustavo lo convoca
Joaco, ¿querés tomar algo? El pibe se incorpora. No, gracias. Me gustaría que hiciéramos un
ejercicio. Joaquín lo mira con curiosidad. ¿De qué tipo? pregunta. Cerrá
los ojos indica Gustavo ahora tratá
de recordar alguna escena en que tu papá te diga que no servís para nada. El
chico aprieta los párpados con fuerza. Hoy
me retó porque rompí un vaso. ¿Qué te dijo? Eso, me retó. ¿Cuáles fueron sus
exactas palabras? No me acuerdo. Hacé un esfuerzo. El chico permanece en
silencio un largo rato. Joaco, ¿qué te
dijo tu papá? pregunta Gustavo con dulzura. ¡Tan pelotudo como siempre! grita el pibe, abre los ojos y lo mira ¿ahora estás contento?, ¿a vos también te gusta hacerme sentir mal?
¿Estaban solos? continúa Gustavo desestimando los comentarios. No, con mi mamá. ¿Ella no dijo nada? No, mi
mamá nunca me insulta, mi mamá es una masa. Gustavo se queda reflexionando.
O sea que tu mamá no te defendió. Joaco
se endereza en el sillón. ¿Cómo? Tu mamá
permite que tu papá te maltrate. ¡Mi papá ni me tocó! se defiende el chico.
Cuando tu papá te pega, ¿tu mamá te
defiende? Joaquín se agarra la cabeza con ambas manos. Es que mi papá es imparable. ¿Tu papá es violento con vos? Es raro que
me pegue pero cosas, sí que me dice. ¿A tu mamá también la maltrata? ¡No!, jamás le grita, a ella la ama. ¿Y a vos? Joaquín permanece con el
rostro oculto durante varios minutos. Luego se descubre, fija los ojos en
Gustavo y en voz bajísima dice no lo sé. Gustavo
contiene el fuerte impulso de abrazarlo. El chico se levanta. Se me hace tarde informa y deja el
dinero sobre la mesa. ¿Querés que vuelva
el miércoles? pregunta ya en la puerta. Por
supuesto contesta Gustavo tengo
muchas ganas agrega mientras le
oprime el brazo. Los ojos del chico se
llenan de lágrimas.
Gustavo está desolado. Nunca le dije pelotudo a Nacho,
piensa, tratando de entenderse. Sin embargo no logra serenarse. Se asoma al
balcón. Refrescó mucho. Se aprieta los
brazos con ambas manos. Un auto estaciona justo enfrente. Daniela se baja. Qué
raro, piensa él, siempre llega caminando. Ve, entonces, que del auto también
desciende un hombre. Cierra la puerta y se
dispone a recibirlos.
miércoles, 25 de junio de 2014
135
Gustavo abre la puerta. El aspecto de María Inés lo
alarma: varios kilos perdidos, despeinada, la cara sin maquillar. Gustavo
recuerda una descripción de Delphine DeVigan que lo impactó: un paquete
abollado. Acá estoy de nuevo informa
ella.¿Y cómo estás? Asustada. ¿De qué? De mí contesta María Inés. ¿Qué te asusta de vos? Saber que soy capaz de cualquier cosa. Gustavo
se alarma. Contame qué pasó durante todo
este tiempo. Nada; ese es el problema; Gerardo hace de cuenta que nada pasó dice
María Inés y luego, en voz muy baja, añade pero
es como si yo llevara la muerte dentro. Gustavo decide ser imperativo. Explicame qué sentís. Gerardo mató a la que
yo era. Quizás es una buena noticia. ¿Qué intentás decirme? Cuando eras una
criatura tu abuelo te usaba para sus propios fines sin tener en cuenta qué
estabas sintiendo; ahora Gerardo te necesita para inventar una imagen y a él
tampoco parece interesarle cuál es el costo para vos; la gran diferencia es que
cuando eras una nena para sobrevivir no encontraste otro recurso que convertirte en un envase, congelando tus propias necesidades; no podías escapar; ahora sos una adulta capaz de decidir cómo quiere
que sea su vida. María Inés esconde la cabeza entre las manos. Le conté a mi mamá lo que había pasado y le dije que
me quería separar. ¿Cómo reaccionó? Me preguntó si Gerardo estaba de acuerdo;
le contesté que no; entonces me dijo que si íbamos a un divorcio controvertido
saltarían los motivos y que eso iba a perjudicar al estudio, a mí y a todos;
que aguantara hasta que consiguieran convencer a Gerardo. O sea que tu mamá, de
nuevo, te entregó. María Inés se endereza y lo mira con espanto, califica
Gustavo. ¡¿Qué me estás diciendo?! Gustavo
traga saliva, se juega el todo por el todo. Cuando
eras chiquita tu mamá te entregó a tu abuelo, desestimó tu llanto, tu
resistencia a quedarte en esa casa; quizá a ella le había sucedido lo mismo con
su padre cuando era pequeña; ella era la encargada de protegerte, no podía
hacer la vista gorda; ahora reacciona de la misma manera; lo único que le importa
es que nadie se entere, que el honor de la familia se salve y vos sos, otra vez
la que tiene que pagar. María Inés se levanta, tambaleante. Me tengo que ir dice te veo el miércoles. Él la acompaña hasta
la puerta. Ella ni siquiera se despide.
Gustavo, apoyado sobre la puerta, piensa que María
Inés, de una manera o de otra, siempre logra alterarlo. Cierra un instante los
ojos y se acuerda de su hija. No quiere comunicarse con Cecilia por eso,
parado, teclea ¿Cómo está mi muñequita? Instantes
después lee Muy mal ¿cuándo venís? Cuando
se vaya tu madre, quisiera contestarle pero escribe: Lo más pronto que pueda. Muchos besos. ¿Corresponde que la llame a
Cecilia? Si hubiera pasado algo importante ella lo habría alertado. Mira el
reloj. No tuvo noticias de Joaquín.
lunes, 23 de junio de 2014
134
Hoy vine solo informa Camilo. ¿Tus
papás no podían venir? pregunta Gustavo. Fui yo el que no quise. ¿Por qué? Porque aquí venía yo, no ellos. ¿Qué
novedades? el chico se encoge de hombros ¿le contaron de Azul a tus hermanos? Sí, este fin de semana. ¿Cómo reaccionaron? Luciana lloró mucho, pero
después se entusiasmó, viste cómo son las mujeres, quiere conocer a la nena ya
mismo, y Tobi no entendió nada, tiene tres años. ¿Seguís con rabia? No y ya me cansé
de hablar de este tema; parece que lo único que existiera en este mundo es
Azul; Luciana me tiene frito con la beba. ¿Y qué otro tema te preocupa? Ninguno
contesta moviendo la boca para uno y otro lado. ¿Ninguno? Ninguno en particular dice dedicado ahora hacerse sonar
los nudillos. La semana que viene
terminan las clases informa luego de un rato. ¿Estás contento? Camilo se queda pensando. Sí y no dice luego de un rato. Explicame,
por favor. Lo que más me gusta es no tener que levantarme temprano. ¿Y por qué
no querés que empiecen las vacaciones? ¡Yo no dije eso!, solo que tengo miedo
de aburrirme un poco. A tus amigos los podés ver igual. No te creas; casi todos
tienen que estudiar ; yo, por suerte, no me llevé ninguna
materia. No es solo cuestión de suerte opina Gustavo algo tendrás que ver vos con el éxito obtenido. Yo tengo mi método;
presto atención en clase y después el día de la prueba me despierto más
temprano, leo una vez el libro o la carpeta y listo; no sé qué les pasa a los
otros. A lo mejor no tienen tanta facilidad para el estudio. Camilo se
encoge de hombros. Y como están
estudiando este mes no va a ver ninguna fiesta. La madre del borrego, piensa Gustavo. ¿Sofía también se lleva materias? No contesta
Camilo con energía es rebuena alumna
después hace una pausa y lo mira a Gustavo ¿por qué me preguntaste por ella? Porque pensé que ahora que se
terminan las clases ya no la verás todos los días y si, además, no hay fiestas…
Sí, es una cagada. Tendrás que pensar en un plan B. Camilo lo mira con
atención. ¿Plan B?, no te entiendo.
Tendrás que encontrar algún recurso que te permita verla. Yo no te dije que
quiero verla. Gustavo sonríe. Camilo se pone colorado y baja la cabeza. Tenés razón admite sí que quiero. ¿Le contaste al hermano, Leo creo que se llama, que ella
te gusta? No, pero igual él siempre me carga. Gustavo se queda pensando. ¿Por qué no te ofrecés a ayudarlo a estudiar y con ese pretexto vas a su casa? Los ojos de Camilo se iluminan. Es una idea posta, ¡sos lo más! Una honda satisfacción desciende sobre Gustavo.
Allá Ana María si lo reta por dar consejos.
En cuanto Camilo se va, Gustavo se dirige al teléfono.
Atiende Cecilia. ¿Cómo está la nena? pregunta
él. Sigue durmiendo informa ella. ¿Tiene fiebre? No parece. ¿Nacho llegó? Sí,
¿querés que te lo pase? No, enseguida tengo una paciente; mandale un beso; y
otro para Martina cuando se despierte. Gustavo corta molesto. ¿Qué hace
ella instalada en la casa como si nada hubiera pasado? Quizás es un plan tejido
entre madre e hija. QuizáCecilia planea desterrarlo a él. Que ni se lo sueñe.
Va a la cocina y toma un vaso de jugo. Recién entonces se recupera como profesional.
¿Cómo será el reencuentro con María Inés? ¿Vendrá?, se pregunta.
viernes, 20 de junio de 2014
133
Natalia lo espera con la mesa puesta y un pollo en el
horno. Gustavo se alegra de no haberla defraudado. Le cuenta las peripecias con
la nena. Sus sospechas de que solo se trata de manejos. Para mí el mejor indicador de gravedad con mi hijita, más allá de
fiebres o de vómitos, es su estado general. Gustavo se pone a analizar
situaciones y repara en que hace días que la nena está muy caída. Quizás no era
solo por el regreso de la madre y la evidencia del distanciamiento entre ellos.
De pronto se siente en falta. ¿Cómo está
Martina? le escribe a Cecilia. Durmiendo
le contesta no quiso almorzar. A él
ya no le molesta que esté con su hija. Es una tranquilidad. ¿Quién puede cuidarla mejor? Natalia le sirve. Él tampoco tiene hambre pero come para
no desairarla. Preferiría irse temprano al consultorio pero no tiene más
remedio que seguir a Natalia al dormitorio. Después de hacer el amor, Natalia
le lleva un café a la cama. Es una buena mina, evalúa él. Le comenta el
alejamiento de Laura. Ayer una paciente
me comentó que su prima acaba de tener un bebé y que está muy deprimida; le
indicaron una terapia; me preguntó si quería atenderla pero, obviamente, no
corresponde; ¿te animás? Él le pide más detalles. Mientras
saborean el café pasan revista a sus respectivos consultorios. Es una mina más
que buena, decide Gustavo.
jueves, 19 de junio de 2014
132
Gustavo deja el auto en una cochera y camina hasta la
guardia. Es una mañana fresca pero muy soleada. Preciosa Encuentra a Cecilia y
a la nena, la cabeza apoyada en la falda de la madre, sentadas en la sala de
espera. ¿Cómo está mi muñequita? pregunta,
agachándose. Papi, me siento muy mal. Gustavo
la observa: está pálida, ojerosa. ¿Qué
pasó? le pregunta a Cecilia. Anoche no quiso cenar; a la madrugada empezó con diarrea y hoy a la mañana, con
vómitos. ¿Hace mucho que llegaron?
Diez minutos, es la próxima. Si tenés
que ir a trabajar, andá, yo me quedo, recién tengo pacientes a las dos pero
recuerda a Laura y se corrige a las tres.
No,
gracias dice Cecilia y luego gira y en voz muy baja agrega no me gusta nada. Al cabo de unos minutos los llaman. Entran los
tres. El médico revisa a la nena mientras Cecilia describe los síntomas. Una gastroenteritis concluye pero el hígado está un poco agrandado. Les
indica la dieta y agrega si en
venticuatro no remiten los vómitos y la diarrea, la traen de nuevo; manténganla
hidratada, eso es muy importante. Gustavo repara en los plurales. ¿Somos
una entidad?, se pregunta mientras salen, ¿una pareja? Una pareja de padres, al
menos, se responde. ¿Querés tomar algo?
le pregunta Cecilia a Martina. Tiene que
tomar algo la corrige él. Ya
sentados los tres en una confitería, la nena, mustia, da vueltas ante su taza
de té llena. Vamos hija, otro traguito le
insiste Cecilia. Gustavo mira el reloj:
Natalia estará esperándolo. Teclea en su celular: La nena está enferma, la traje a la guardia. Te llamo luego. Cecilia
ofrece la llevo a casa y me quedo con
ella. No hace falta, estoy libre hasta las tres; además está Juana, andá a
trabajar tranquila. Ya avisé que hoy no voy. ¡Vengan los dos a casa y charlan
tranquilos! dice la nena, renaciendo de sus cenizas. Gustavo se pregunta si
Martina habrá encontrado un recurso para tenerlos juntos.
Gustavo maneja. Atrás, Cecilia y Martina. Mi mujer y
mi hija, piensa. Mira por el espejo retrovisor. La cabeza de la nena apoyada en
la falda de la madre, que le acaricia el cabello. Él percibe que está enojado
con Martina. Está dispuesta a hacérmela más difícil, rumia. Maneja por Cabildo
demasiado rápido. Cuidado le indica
Cecilia cuando están a punto de rozar un auto estacionado. Sé cuidarme solo,
quisiera decirle. Frente a su casa les pide que bajen. ¿No venís, papi? reclama la nena. No hace falta contesta él se queda tu mamá. Ufa protesta estoy enferma. Cualquier cosa avisame le pide a Cecilia. Las observa caminar
hacia la entrada y le llama la atención la postura de la nena. Como si se hubiera
vuelto más chiquita. Arranca.
miércoles, 18 de junio de 2014
131
Miércoles 21 de
noviembre
Los ladridos desaforados de Lacán lo despiertan a las
seis de la mañana. Lo encuentra en la cocina. El gato de la vecina sentado muy
orondo en el balconcito del lavadero. Gustavo logra sacar al perro y cerrar la
puerta. Nacho aparece con el pelo revuelto. ¿Qué
pasó? Gustavo le cuenta la anécdota perruna.
¡Te voy a matar! le grita Nacho a un
Lacán que baja las orejas y mete la cola entre las patas. ¿Y ahora qué hago?, si me vuelvo a dormir ya no me despierto más. ¿Vamos
a desayunar afuera? propone Gustavo.
Dale dice el chico aprovechemos que
no está Marti, cuando se entere se mata. ¿Y cómo habría de enterarse? ¡Yo le
voy a contar!, durante años me refregó en la cara todas las veces que salió sola
con vos. Gustavo sonríe. Él se perdió los avatares de tener un hermano.
Media hora después desayunan en McDonald´s. El café es imposible pero, como dice Nacho, las medialunas se la bancan. El sábado tengo un baile comenta Nacho
con la boca llena. ¿Tenés ganas de ir? A mí no me gusta bailar dice el chico. A mí tampoco me gustaba le cuenta
Gustavo a menos que me interesara alguna
chica. Claro admite Nacho, la vista enterrada en el vaso de jugo. ¿Tenés alguna en vista? ¡Eso siempre, pa! contesta,
canchero. Gustavo quisiera pellizcarle los cachetes colorados. ¿Se
puede saber el nombre? ¿Para qué?, no la conocés. ¿Te da bolilla? Bastante, se
me da bien con las mujeres. Gustavo esconde la cara entre las manos para
disimular la sonrisa. Estoy orgulloso, piensa. Suena su celular. Martina de nuevo está vomitando, la voy a
llevar a la Suizo. El rostro de Gustavo se endurece en un instante. Estoy desayunando con Nacho en Mc, lo dejo en el colegio y voy para allá. ¿Qué pasó? Tu hermana está vomitando, ¡Seguro que
no quiere ir al cole! No seas malo lo reconviene él, aunque piensa lo
mismo. ¿Tenemos que ir ya? pregunta
Nacho con cara de fastidio. No nos
moveremos de acá hasta que me cuentes cómo se llama la señorita. ¡No jodas, pa! dice el chico, riendo. ¿Sofía?, ¿Camila?, ¿Agustina? ¡Ni loco te lo
cuento! exclama el pibe, agarrando la mochila, y empujando al padre. ¿Mariana?, ¿Lucía? ¡Nunca vas a adivinar!
¿Valeria?, ¿Jimena? insiste Gustavo mientras caminan hacia el auto. Lo
sigue embromando en el coche hasta que llegan al colegio. Cuando se dispone a
bajar, la cara de Nacho se transforma. Mirá,
pa, es esa, la rubia. Gustavo descubre a una chiquilina de pelo largo y
pollera muy corta. Tenés buen gusto, hay
que reconocer; saludala de mi parte. ¡Sí, justo! dice el pibe antes de dar
un portazo. Gustavo maneja hasta la clínica, sonriendo. Seguro que lo de la
nena no es nada.
lunes, 16 de junio de 2014
129
Dejé todo listo le indica Juana que lo esperaba con la cartera puesta hasta mañana. Él se siente culpable.
Debería haberle avisado que se fuera un rato antes. Martina se acerca corriendo
y lo abraza. ¡Vino mi papi! A lo
mejor la nena se dio cuenta de que hacía días que ella tampoco era la de antes. Él
le entrega la golosina. Me la guardo para
el cole, así me acuerdo de vos. Mocosa compradora. Malas artes de las
mujeres, piensa luego con amargura. Está por preguntarle cómo le fue en lo de
los abuelos cuando decide que no tiene ganas de escuchar hablar de Cecilia.
Como si pudiera leerle el pensamiento la nena cuenta la abuela Susana me preparó ravioles. Él siente una absurda punzada
de celos. Martina sigue telepática porque agrega pero no estaban tan ricos como los de la abuela Isabel. Nacho, que
acaba de entrar al living, acota como los
de la abuela Isabel no existen y luego agrega hace mucho que no la vemos. Gustavo recuerda que no la llamó;
varias veces los invitó a cenar. No quiero hablar con ella, admite. Cenan la
tarta preparada por Juana. La espinaca no
me gusta protesta la nena. Vamos, hace
días que no comés verdura. ¿Vos qué sabés?, los ravioles eran de acelga por eso
tanto no me gustaron. Y sí, hay muchas cosas que él ya no sabe. En cuanto
terminan de cenar los manda a la cama. Gustavo cierra la puerta de su cuarto y
llama a Cecilia. Ya estoy libre informa.
Yo también dice ella. ¿Nos encontramos en van Gogh en media hora?
propone él y ella acepta. Un rato después Gustavo va al cuarto de Martina.
Duerme. Él la tapa y apaga el velador. A Nacho lo encuentra leyendo. Qué milagro
comenta ¿qué leés? Los ojos del perro
siberiano, es para el cole. Gustavo se sienta sobre la cama. Voy a salir informa. ¡¿Qué?! Voy a estar aquí no más, en Van
Gogh. ¿Con quién te encontrás? pregunta el chico mientras deja caer el
libro al piso. Gustavo reflexiona unos instantes y luego dice con tu mamá; tenemos que organizar varios asuntos.
¿Se van a arreglar? reformula el chico.
No por el momento. Nacho se acuesta. ¿No
vas a leer más? No tengo ganas. Gustavo le revuelve el cabello. Cuidá a tu hermana pide cualquier cosa me llamás al celular. Dale dice
el chico y apaga la luz.
domingo, 15 de junio de 2014
128
Acaba de tocar el timbre cuando suena su celular. Papi malo hoy no me llamaste. Ni hoy ni
ayer piensa él. Está por responderle
cuando sale una mujer. Ana María hace un gesto invitándolo a entrar. Mientras
sube tras ella observa sus tobillos finos bajo la falda larga. Como antes
Daniela, le parece una chica. En cuanto se acomoda toma su celular y teclea. Te quiero, muñequita. Perdón pide mi hija protesta por mi indiferencia. ¿Con razón? inquiere ella. La verdad que sí admite él. ¿Será que le molesta compartirla con
Cecilia? Él la mira, sorprendido. Está por defenderse cuando la sonrisa de
Ana María lo desarma. Tal vez, no lo
había pensado; está mucho con ella. ¿Usted siente que la eligió?, ¿que lo
traicionó? Suena a un mecanismo infantil comenta él. No debe ser fácil para usted después de estos meses en que fue el único
referente para sus hijos creer que pasó a segundo lugar. Nacho nada que ver se
defiende hoy me contó que no quería salir
con la madre. Él sí que es leal. No me haga sentir como un idiota pide él aunque no me crea hoy me alarmé cuando Nacho
dijo que la madre ahora se hacía la buenita. ¿Por qué no habría de creerle?;
solo estoy tratando de que pueda sacar sus celos a luz; es natural que se sienta desplazado. Está noche hablaré
con Cecilia; desde el miércoles pasado que no estamos en contacto. ¿Qué le
dijeron a los chicos? A pesar de la resistencia de Cecilia los reuní y les
expliqué que su madre y yo estábamos pasando un momento complicado y que por
ahora no íbamos a vivir juntos. ¿Cómo se lo tomaron? Martina se angustió, lloró mucho; Nacho le preguntó a
la madre si por eso se había ido a Chile; tonto no es, seguramente ya se había
dado cuenta de algo. ¿Quién se fue? ¡Ella, por supuesto! Ana María se apoya
en el respaldo de su sillón, apoya los codos y cruza las manos. Lo mira con una
semisonrisa. Hoy estuve con Natalia dice Gustavo y calla. ¿Le contó? Él asiente. ¿Cómo
reaccionó? Gustavo ladea la boca. No
le gustó ni medio; de todos modos interrumpí el diálogo abruptamente; mañana la
llamaré. ¿Por qué lo interrumpió? Era la hora de Laura Gustavo siente que
el centro de sus intereses hace un giro de ciento ochenta grados. Se fue informa me dijo que debería haber iniciado el tratamiento hace diez o veinte
años, que ahora le daba miedo seguir analizando su presente y descubrir que no
era feliz; la dejé ir sin lucharla. Gustavo experimenta un súbito
cansancio; ¿cómo juntar energías para cenar con los chicos y, sobre todo, para
encarar a su mujer? A mi exmujer, se corrige. Creo que hizo lo correcto; si en algún momento lo precisa, volverá a
recurrir a usted. Él cabecea, abatido. ¿Le
interesa que le derive algún paciente? ¿Me tiene confianza pese a todo? Si así
no fuera no se lo estaría ofreciendo. Muchas gracias dice él solo me queda libre el horario de las 14 porque
la llamé a María Inés; me dijo que estaba muy mal y me preguntó si podía venir
el próximo miércoles; además comencé con Joaquín, el sobrino de Raúl; aunque no
sé si seguirá. ¿No hicieron buen contacto? Creo que sí, pero le pedí que se lo
planteara a los padres, ellos no saben nada; no me pareció correcto iniciar un
tratamiento a sus espaldas. Estoy de acuerdo comenta Ana María. Él sonríe y
dice ¿qué pasa que hoy no me reta?, ¿le
doy lástima? Ella endurece la expresión. Si hay algo que no me da es lástima dice ella muy seria y se incorpora.
Gustavo está avergonzado. Ana María me despidió,
piensa, me lo merezco. Camina hacia el auto a paso vivo. ¿Y si le pidiera a
Cecilia que cenara con los chicos, que se quedara y él se fuera a lo de
Natalia? Necesito dormir en brazos de una mujer, diagnostica. Que lo arrullen.
Compra en un kiosco un bonobon para
Martina. ¿Puede ser tan pelotudo como para ofenderse con la criatura por
disfrutar de su madre? Que aproveche ella, que puede.
viernes, 13 de junio de 2014
127
¿Cómo está Lucas? pregunta Gustavo cuando Daniela, ya sentada, lo mira. Mejor, por suerte, ya casi no le duele. ¿Y
cómo estás vos? Ella eleva los
hombros. No sé, no me entiendo, no soy la
misma. ¿La misma que cuándo? Que antes del accidente; algo me pasó. Gustavo
recuerda la sesión pasada. Daniela había manifestado una aguda culpa. Me está matando la culpa explica ella
como si hubiera podido leerle el pensamiento. ¿Qué es lo que te hace sentir
tan mal? Ya le expliqué, no pude hacerme cargo de mi hijo. Me gustaría que
trataras de precisarme tus sensaciones. Cuando lo vi aullar en la ambulancia;
todas mis ilusiones volaron de golpe; qué tonta, porque el nene estaba un poco
mejor yo ya fantaseaba con que se habían equivocado con el diagnóstico; los
vidrios me estrellaron en la realidad. Asumir esa realidad es lo que estamos
trabajando en este espacio, y no es tarea fácil. Las lágrimas comienzan a
deslizarse por las mejillas de Daniela. Ella no parece percibirlas. Él le
alcanza la caja de pañuelos de papel. Minutos después, Daniela, la mirada perdida, estruja los restos del pañuelo entre
las manos. Lo peor fue cuando le agarró
el ataque al bajar de la ambulancia dice
parecía poseído, ese no es mi hijo, me decía yo. ¿Sentiste rechazo por él? Daniela
cierra los ojos y asiente con la cabeza. Uno
es responsable de sus actitudes no de sus sentimientos acota Gustavo vos no abandonaste a tu hijo; a pesar del
rechazo que estabas experimentando fuiste capaz de confortarlo. El llanto
de Daniela regresa. ¡¿Por qué yo no puedo
tener un hijo normal?! Que Lucas sea autista no significa que vos no puedas
tener un hijo normal. La mirada de Daniela se hace viva. Hace rato que le estoy dando vueltas al tema
de tener otro hijo pero no me animé a decírselo a nadie porque ya sé que me
dirán que estoy loca; siempre soñé con tener al menos cuatro hijos, por eso me
apuré en quedar embarazada; y ahora el
autismo del nene me obliga también a renunciar a mis proyectos; venía bien y me
desequilibré, estoy asustada. Gustavo le apoya una mano en el antebrazo. Tranquilizate, no estás loca. ¡Sí, es eso
justo lo que siento! , y trato de disimular para que Ariel no se dé cuenta. Gustavo tiene una intuición.
¿Querés que te acompañé la próxima
sesión? ¿Se puede? contesta ella mirándolo a los ojos. Se puede todo lo que contribuya a ponerte bien. Ella inspira
hondo. Le voy a preguntar dice.
Gustavo sonríe. ¿Le tengo que avisar? No
hace falta contesta él vos sos la
protagonista; este es tu espacio.
Gustavo se asoma al balcón y ve alejarse a Daniela.
Desde la altura parece una criatura. Está confundido. Siente que perdió durante
la sesión la linealidad del pensamiento. La angustia de ella me arrolló,
piensa, ¿perdí el rumbo? Hoy sí que tiene ganas de ver a Ana María. Necesidad.
Junta sus cosas.
jueves, 12 de junio de 2014
126
A las cinco y un minuto suena el portero eléctrico.
Instantes después, el timbre. Gustavo se reacomoda el cuello de la camisa, y alisa
el diván. Ya frente a la puerta inspira con profundidad, retiene el aire,
exhala con fuerza y abre. Un muchacho
altísimo, huesudo, de pelo muy corto, sonríe con timidez. ¿Gustavo? pregunta. Pasá, por
favor le indica él. Va a tenderle la mano cuando el chico se inclina y lo
besa. Gustavo le señala el camino.
Como el pibe lo precede, puede observarlo
sin disimulo. Jean, camisa a cuadros, zapatillas impecables. Tan lejos de las
rastas y tatuajes que Gustavo imaginaba. Al señalarle el diván, el chico agranda
los ojos. Mi tío no me aviso que me tengo que acostar exclama. Gustavo sonríe no, no te alarmes, solo cuando tengas ganas.
Uf dice el pibe mientras se sienta. Él toma la ficha y una birome. Joaquín, ¿no? Sí, pero todos me dicen Joaco.
Gustavo consigna las formalidades y
después deposita la ficha sobre la mesita. ¿Por
qué estás aquí, Joaco? El chico lo mira, parece sorprendido. Porque mi tío me dijo se justifica. Quizá tu tío te sugirió una terapia pero vos
accediste, señal de que percibís que hay algo que te inquieta; a eso me
refiero. Me va como la mierda en el colegio dice el pibe mirando el piso. Y eso te preocupa. A mí no, a mis viejos.
Pero la entrevista no me la pidieron ellos si no vos. Ellos no creen en esto; prefieren
pagarme año tras año, inútilmente, el profesor particular. Gustavo se
alarma. ¿Saben que estás acá? Todavía
no.¿Trabajás? El chico lo mira, extrañado. No contesta. ¿Y quién va a pagar estas sesiones? Mí tío informa
¿no te contó? Quiero que pongamos algunas
cosas en claro; yo ya no mantengo contacto con Raúl, si así fuera, no habría
aceptado atenderte a vos; nada de lo que hablemos en este espacio, será
comentado con tu tío ni con nadie; por otra parte, vos tenés diecisiete años,
sos menor de edad, no puedo atenderte sin el consentimiento de tus padres. Joaco se encoge de hombros. No me querés atender. No estoy diciendo eso,
tampoco que es imprescindible tener una entrevista con tus padres, pero sí que
estén al tanto. ¿Y si yo te digo que les avisé y te miento? No me parece que
fuera una buena manera de iniciar el tratamiento montarnos en mentiras; te
recomiendo que vayas a tu casa, que
evalúes tranquilo si tenés ganas de que trabajemos juntos; si resolvés que sí, hablá
con tus padres; si ellos acceden, venís el próximo miércoles, si no, me avisás.
¿Cómo vas a saber que ellos autorizaron?, ¿para eso me pediste el teléfono?, ¿o
vas a chequearlo con mi tío? Ya te dije, Joaco, que con Raúl ya no estoy en
contacto; y tampoco hablaré con tus padres. ¿Y me vas a creer? Por supuesto dice
Gustavo incorporándose. Esperá que te pago, ¿cuánto te debo? dice
el chico. Gustavo niega con la cabeza. Conseguí
la autorización y después arreglamos. Frente a la puerta abierta Joaco le palmea el brazo. Gracias, y perdoname. Se sumerge en las escaleras antes de que
Gustavo le pueda preguntar qué debe perdonarle.
Gustavo reflexiona. ¿Está preparado para atender a un
adolescente complicado? Ojalá que los padres no le den permiso, piensa, pero luego
se arrepiente. Lo desarma su sonrisa frágil y su aspecto de otra década. Ese
chico precisa ayuda. Le gustaría charlarlo con Raúl. No corresponde, determina.
El celular vibra. ¿Querés que nos
encontremos esta noche? pregunta Cecilia. Si hay algo que no desea, es terminar
el día enfrentando a su mujer. A mi ex mujer, se corrige. Pero los chicos necesitan
una explicación concreta Te llamo después
de comer y tomamos un café escribe.
Que ni se sueñe que van a cenar los cuatro juntos. Gustavo va al baño y se
apresta para recibir a Daniela.
martes, 10 de junio de 2014
124
Mi mamá quiso venir explica Camilo en cuanto se abre la puerta. Bienvenida dice Gustavo mientras besa a
Valeria en la mejilla. Ella se sienta al lado de su hijo, la vista baja. Parece
cohibida. Camilo masca chicle. Como el silencio se instala y ambos parecen
incómodos, Gustavo decide ser frontal. ¿Por
qué quisiste venir, Valeria? Ella lo mira. Me preocupa saber cómo se tomó Camilo la noticia. ¿Cuál noticia? busca
Gustavo que sea ella quien la verbalice. Lo
de la beba. ¿Se lo preguntaste? Me elude se justifica ella. ¿Se lo preguntaste claramente? insiste
él. Valeria niega con la cabeza. Camilo,
tu mamá quiere saber cómo te sentís al saber que tenés una hermanita. El
chico agarra un pañuelo de papel y envuelve el chicle. Estoy enojado dice luego de un rato mientras se ata los cordones de
las zapatillas. ¿Enojado con quién? le
pregunta su madre. ¿Con quién va a ser?, ¡con papá! gira y la mira ¿vos
no estás enojada con él? Valeria le
agarra ambas manos. Nunca estuve enojada;
angustiada, desesperada, decepcionada, sí, pero no enojada. ¿Y ahora cómo
estás? Triste porque vos estás sufriendo. Te pregunto por vos. Ella se toma
unos segundos antes de contestar tranquila,
en paz. Yo no dice el chico a veces
me parece que me acostumbro pero después me vuelve la rabia. Valeria busca
un pañuelo en su cartera y se seca los ojos. Ambos callan. Me gustaría que nos contaras qué es exactamente lo que te genera rabia pide
Gustavo. Que ya nada va a ser como antes.
Nada es como antes, la vida es un continuo
cambio explica Gustavo. Es que todos
decían que nuestra familia era perfecta acota Camilo. ¿Quiénes son todos? pregunta Gustavo. Mis amigos, las mamás de mis amigos, ya te dije, todos. ¿Y por qué ya
no es perfecta? Camilo lo mira a los ojos. ¿No te das cuenta?, porque
estoy rengo y ahora, para colmo, papá tiene una hija con otra mujer. ¿Sentís
que tus piernas atentan contra la perfección de tu familia? pregunta
Gustavo ¡Claro! Las lágrimas se
deslizan por las mejillas de Valeria. Lo
más importante en una familia es el amor y ni la renguera ni tu hermana atentan
contra ella; quizás hasta logren unirlos
aún más. Valeria abraza a su hijo. Camilo se aparta para mirarla. ¿Vos la conocés? pregunta. Sí. ¿Cómo es? Una muñeca, me la hubiera
agarrado, adoro los bebés. ¿No la podemos traer con nosotros? La nena tiene una
mamá. ¡Pero el papá es nuestro!, ¡y yo no voy a aguantar que mi papá vea a esa
mujer! Camilo, la relación de tu padre con la mamá de Azul no te compete, sí
es asunto tuyo si la existencia de Azul afecta la relación de tu padre con vos.
Ya éramos bastantes dice el chico. ¿Cómo
reaccionarías si tu mamá quedara embarazada? Eso es totalmente diferente contesta
Camilo con un gesto despectivo. Convengamos,
entonces, que tu disgusto no tiene que ver con la cantidad. ¡Mi papá le metió
los cuernos a mi mamá!, ¡¿no te das cuenta?! , ¡y yo eso no se lo puedo perdonar!
Gustavo observa a Valeria. Demasiado involucrada en refrenar el llanto como
para poder intervenir. Ese problema es de tu mamá, no tuyo. Ella
inspira hondo y logra decir yo ya lo
perdoné. ¡¿Cómo pudiste?! Gustavo le
ofrece un vaso de agua que ella acepta. Inspira profundamente y dice después de tu accidente descubrí cuáles eran
las cosas realmente importantes; creo que me habría muerto si tu papá no nos
hubiera sostenido a todos; ni esa mujer, como la llamás vos, ni su nueva hija
impidieron que te pusiera a vos por encima de todo; estás vivo hijo y seguimos
estando juntos; será cuestión de que aprendamos a incorporar a la nena a
nuestra familia en la medida de nuestras posibilidades, las de ella y las de su
mamá; sumemos en lugar de restar gira para enfrentar a Gustavo ya lo hablamos con mi marido, este fin de
semana se lo vamos a contar a los otros chicos ahora se dirige a su hijo ¿nos vas a ayudar? Camilo asiente en
silencio y luego, bruscamente, se vuelca sobre la falda de su mamá. Ella le acaricia
el cabello. Gustavo se siente de más.
lunes, 9 de junio de 2014
123
Gustavo estaciona el auto cerca de la esquina y se
dirige a paso vivo al consultorio. Laura está frente a la puerta. Gustavo
recuerda que ella también tiene intenciones de abandonarlo. Tres pacientes
perdidos en dos semanas. Disminuye la velocidad, tratando de regularizar el
ritmo de la respiración. Soy yo la que
está en infracción, no se preocupe, llegué temprano; todavía no toqué el timbre
lo tranquiliza Laura mientras le tiende la mano. A él, por primera vez, le
resulta ridículo. ¿Quién lo decretó?, ya no lo recuerda. Porque a Daniela y a
María Inés las beso, piensa. A María Inés la besaba, se corrige. Minutos
después Laura ya está ubicada. Como de costumbre, piensa él. Quizá todo fue un
mal sueño y pronto la escuchará hablar sobre sus hijos. Estuve muy triste toda la semana se decide ella a comenzar. ¿Por qué? le pregunta él, esperanzado. Laura
parece sorprendida. Por la terapia,
claro; me da mucha lástima tener que dejar. ¿Por qué utiliza el verbo tener? Laura
se mira las manos, juega con la alianza. Ya
se lo expliqué, Gustavo, le ruego que me ayude a sostener mi decisión: solo
vine a despedirme. Él experimenta un súbito agobio. Como si una máquina le
empujara la cabeza e intentara fundirlo con el sillón. Haciendo un gran esfuerzo
logra sonreír. Eleva ambas palmas y sugiere despídase, entonces. No se cómo agradecerle lo que hizo por mí; en mí,
en realidad; hubiera querido iniciar este tratamiento hace veinte años, diez,
al menos; ya es demasiado tarde. Laura deja el dinero sobre la mesita y se
incorpora. Gustavo, desconcertado, también. Mucha
suerte dice él ya frente a la puerta mientras le tiende la mano. Ella la
obvia y le da un beso en la mejilla. Gracias
dice y gira rápidamente.
Gustavo busca la ficha de Laura. El acta de defunción,
piensa. Anota cada una de las palabras que ella pronunció. Quizás Ana María
pueda ayudarlo a comprenderlas. Revisa la ficha de Camilo. Pobre Francisco. No quisiera
estar en su lugar. Nacho rengo por mi culpa, piensa, pero luego recuerda sus
propias palabras y reformula, rengo por mi impuntualidad. No le parece
suficiente, ya hablaron suficiente de los accidentes y se corrige: rengo. Nacho.
Ahora
se hace la buenita, dijo.
¿Corresponde que se lo cuente a Cecilia?, ¿o es una traición a la confianza del
chico? Lo único que puede hacer es sugerirle que hable con la madre. De ella no
va a partir. El timbre. Camilo.
domingo, 8 de junio de 2014
130
Gustavo echa una rápida mirada al interior del bar.
Todavía es temprano. Se acomoda en una mesa del fondo y llama al mozo. Sin
esperarla, se dice, estúpidamente orgulloso. Cecilia llega antes que el café. Estaba contra la ventana, ¿no me viste?
Él se sobresalta, precisaba unos minutos para prepararse. Ella se los robó. Se
incorpora y la besa en la mejilla, intentando obviar su perfume. Recién vuelvo de trabajar informa ella
quizá para justificar la pollera corta, los tacos altos, la cara maquillada.
Él deduce que no hubiera llegado a tiempo
para la cena. ¿Cómo estás? pregunta
Cecilia. Ahí contesta él la voy llevando. Con los chicos la vas
llevando más que bien, estoy muy sorprendida; nunca me hubiera imaginado, sobre
todo con Nacho. Aun así te fuiste. Eran solo dos meses. Vos sabías que la
relación entre Nacho y yo era difícil y lo dejaste en mis manos. Quizá tuve la
suficiente intuición para suponer que funcionaría. La felicidad de tu hijo
sobre la base de suposiciones. ¡Basta, Gustavo!; ¡si Nacho pudo sobrevivir
catorce años a tu indiferencia no sé por qué no podía tolerar un par de meses
mi ausencia! La voz de Cecilia se eleva sobre el murmullo general. Gustavo percibe un par de cabezas que giran
hacia ellos. Cecilia inspira hondo, toma un vaso de agua, se arregla el
cabello. Perdón pide mientras le
resbalan las lágrimas. Gustavo reprime las ganas de tomarle las manos. Las mira
con atención: todavía tiene la alianza; él, también. Tenés razón admite soy yo el
que tiene que pedirte perdón. Ella lo mira, los ojos muy abiertos. ¿Por qué? Si de algo me sirvió tu
alejamiento fue para comprender que volqué sobre Nacho mi resentimiento contra
vos por haberme obligado a que naciera cabecea ya sé que no me obligaste, lo hablé mucho en terapia, yo podría haberme
ido; pero me quedé y el chico terminó pagando los platos rotos; nunca terminaré
de arrepentirme. ¿De que naciera? No entendiste nada él hace un gesto
despectivo me arrepiento de haberme
privado durante catorce años de disfrutar a mi hijo; no tiene remedio pero
trataré de hablarlo en cuanto perciba que él está preparado. Gustavo
sonríe, ahora sí le toma las manos hiciste
un excelente trabajo, es un gran pibe. Ella se las aprieta. Es el hijo de los dos dice. Él libera
sus manos: se equivocó, movimiento fallido.
No está bien conmigo admite ella ¿vos
le contaste algo? Te aseguro que no contesta él pero es un chico sensible e inteligente; yo no quise mandarte al frente
pero me parece que lo más aconsejable es que le cuentes la verdad; estoy seguro
de que sabe más de lo que confiesa. Gustavo termina de un trago su café ya
frío. ¿Cómo estás vos? Mal dice ella es una tortura ver a mis hijos de prestado él
amaga hablar sí, ya sé, yo me lo busqué,
no pretendo que me compadezcas; no veo el momento de alquilar un departamento y
poder sostener una vida más normal con los chicos. Gustavo se alarma. Veo que ya estás decidida a separarte. Ella
lo mira levantando los hombros. ¿Qué me
decís?, sos vos el que no me permite vivir en casa; ¿tenés otra?, ¿no? Él
la mira anonadado, ya no sabe quién es la víctima y quién el verdugo. Suena su
celular. Nacho. Pa, Marti está vomitando.
Voy para allá informa mientras llama al mozo. ¿Qué pasó? La nena está vomitando repite él. Minutos después
caminan rápido las dos cuadras. Juntos. Suben. Encuentran a la nena vomitando
en el inodoro. Nacho le sostiene la cabeza. Suerte
que viniste, ma dice Nacho Marti no
paraba de llamarte. Cecilia se arrodilla. Tranquila, chiquita, estoy aquí dice. Logra incorporarla y le toca
la frente. Fiebre no tiene informa y
luego busca en el botiquín sí, por suerte
hay Reliverán. Gustavo parado en el pasillo la observa. Vamos a la cama, chiquita indica ella.
Gustavo se dirige al dormitorio y saca las sábanas vomitadas. Cecilia llega con
sábanas limpias y hace la cama. Upa, papi
pide Martina. Gustavo la alza. La
nena se abraza de su cuello. Minutos después, acostada entre sábanas planchadas,
pide quédate, mami, dormí conmigo.
Cecilia lo mira. Él asiente con la cabeza.
Gustavo, en su cama, intenta dormir. Sin suerte. Mocosa
manijera, piensa, manipuladora como todas las mujeres. Unos golpes en la puerta
lo sobresaltan. Se asusta: es ella. Sí dice.
La puerta se abre. ¿Puedo dormir con vos?
pide Nacho Marti se levanta a cada
rato. Gustavo abre las cobijas y lo invita. Del lado de la madre.
125
Camilo lo había alertado: ¡nos pasamos de la hora!, ¡qué raro que no llegó la de siempre! Valeria
se había apresurado a incorporarse y la sesión concluyó abruptamente. Sin
ninguna necesidad, pensó Gustavo, porque
María Inés tampoco hoy daba señales de vida. Ahora, sentado en el diván,
cavila. Diez minutos después se dirige hacia el escritorio. Se sienta. Apoya la
mano sobre el tubo del teléfono y vuelve a dudar. Se decide y marca. No atienden.
Cuando ya está por cortar le llega la voz agitada de María Inés. Hola. Él quisiera apretar la horquilla
pero, a su vez, dice hola. ¡Gustavo! exclama ella al instante. Quería saber cómo estabas. Después de un
silencio interminable ella responde mal,
muy mal. Te estoy esperando. Ya es muy tarde, ¿puedo ir el miércoles
próximo? Por supuesto. Creí que
estabas enojado dice ella y corta. Gustavo decide que su desconcierto es
como una planta que no para de crecer. Va la cocina. Se prepara un café. Mientras
lo toma, batallan en su cabeza María Inés, Nacho, Camilo, Natalia, Cecilia.
Pobre Ana Maria, qué sesión le espera, piensa. Está por recostarse un rato
cuando recuerda a su nuevo paciente. ¿Vendrá? El pulso se le acelera. Cinco
menos cinco. Faltan cinco para los cinco repite
en voz alta y luego añade si seré
imbécil.
viernes, 6 de junio de 2014
122
Miércoles 14
Suena el despertador. Antes de que junte fuerzas Lacán
le está lamiendo la mano que cae de la cama. Lo acaricia, lo aparta y apaga el
reloj. Va al baño, se afeita. Al ir a despertar a los chicos descubre vacía la
cama de Martina. Recién recuerda que se quedó a dormir en casa de los abuelos.
Espero que Cecilia no la haga faltar, piensa. Diez minutos después desayuna con
su hijo. Me preguntó mamá si quería que esta
tarde fuéramos a comprarme ropa cuenta Nacho. ¿Qué le dijiste? Que no preciso nada. Sin embargo las zapatillas ya te
quedan chicas recuerda Gustavo. Es increíble lo rápido que está creciendo. Cuando puedas voy con vos. Gustavo lo
mira sorprendido. ¿No querés salir con ella?
Nacho entierra la vista en el vaso de Nesquik. Mirame, hijo. El chico levanta la vista. ¿Estás enojado con tu mamá? Nacho frunce el ceño. Con ese gesto ya
parece un hombre, piensa Gustavo. Ante el silencio insiste ¿me escuchaste? Su hijo chasquea la boca. Ahora se hace la buenita dice. En Gustavo se enciende el botón de
alarma. ¿Por qué decís eso? Nacho se
levanta. Vamos, pa, que ya es tarde.
Al fin diste señales de
vida lo recibe Santiago, sentado contra la
ventana. ¿Cuándo regresa Cecilia?
pregunta en cuanto Gustavo se acomoda. Volvió
hace una semana. ¡Qué!, ¿por qué no me contaste? No tenía ganas de hablar con
nadie Gustavo gira y levanta la mano
hacia el mozo un café, por favor, doble.
Te escucho, pero que te quede claro que estoy muy ofendido. Gustavo arranca
desde la llegada a Ezeiza. Esa misma
noche se fue a dormir a los de sus viejos; desde entonces está allá, o al menos
eso dice; pasa por casa casi todas las tardes, por suerte no la veo; Martina no
se le despega, anoche durmió en lo de sus abuelos. ¿Los chicos te preguntaron
algo más? No, hacen como si ella no hubiera vuelto, no me cuentan de sus
visitas; nosotros seguimos funcionando como siempre. ¿Cómo siempre? Bah, como
en estos últimos meses, es notable, ya no me pesa hacerme cargo de mis hijos;
me acostumbré. Santiago se echa sobre el respaldo, mete las manos en los
bolsillos. Festejemos: te curaste de
Cecilia dice, con sorna. No digas
boludeces, te estoy hablando de mis hijos no de ella. Santiago se pone
repentinamente serio. Su tronco se adelanta. La viste y sucumbiste dice y después añade me salió en versito. Si te seguís haciendo el pelotudo me voy. Uf, qué
carácter, hermano. El celular de Gustavo suena. Lee el mensaje y lo
contesta. Me voy informa. Che, no te enojes. Gustavo cabecea, sonríe
de lado. Era Natalia, hace dos semanas
que pateo el encuentro, me dijo que si no aparezco ya, todo se terminó. ¿Y vos le creíste?, esa
mina está muerta por vos. Gustavo se incorpora. Pagame el café, te corresponde por salame.
Natalia baja a abrirle. Ya en el ascensor Gustavo se
enciende. Suben besándose. En cuanto se escucha el ruido de la puerta, él
empieza a desvestirla. Luego yacen juntos. Ella apoyada en su pecho, él
abrazándola. ¿Me vas a contar por qué
desapareciste? exige Natalia. Volvió
mi mujer. Ella se incorpora con brusquedad. Me lo podrías haber dicho antes, dejarme a mí la posibilidad de
decidir. ¿De decidir qué? pregunta Gustavo, también sentado. Si quería volver a acostarme con vos.
Natalia, yo nunca te engañé, sabías perfectamente cuál era mi situación. Sabía cuál
era tu situación cuando tu mujer estaba en Chile, pero ahora ella está acá,
ella está durmiendo con vos. Estás equivocada replica Gustavo. La mirada de
Natalia se aviva. Él le cuenta con detalle todo lo sucedido. Ella lo escucha en
silencio. ¿Ya no la querés? pregunta
Natalia luego de un rato. Él no sabe qué responder. Entonces mira el reloj. ¡La una y media! dice alarmado y salta
de la cama.
jueves, 5 de junio de 2014
121
Sale del ascensor. Tiene las manos húmedas. Lo reciben
Lacán y, desde la cocina, la voz de Martina. ¡Vení, papi! Cecilia pica
perejil mientras la nena guarda la crema en la heladera. ¿A que no sabés que cocinamos? Y él sabe y no le alegra. Golpe bajo, eso no se
hace. Papi, ¡te olvidaste de saludarme! reclama
Martina. El intento de obviar la mejilla de Cecilia se desbarata. Besa a ambas. En diez minutos está listo informa ella aprovechá el viaje y llevate el pan. De camino al dormitorio lo
intercepta Nacho. Hola, pa dice y
eleva la palma de la mano para que él la choque suerte que llegaste, las mujeres no paran de hablar, me ponen de la
nuca. Tras los diez minutos anunciados se sientan a comer. Martina
charlando hasta por los codos; Nacho, reticente. Gustavo lo observa. Este chico
está raro, piensa. Quizá Cecilia también lo nota porque permanentemente trata
de involucrarlo en la conversación. ¿Cómo
está el pollito, papi? pregunta la nena. Riquísimo tiene que admitir él a su pesar. Instintivamente observa
el plato de Nacho: aún casi lleno.
Me voy a acostar informa Nacho levantándose de la mesa. Gustavo siente
que se le para el corazón: llegó el momento de actuar. Esperá un ratito, por favor, tenemos que charlar los cuatro indica.
¿No puede ser mañana?, estoy recansado.
Pobrecito, te despertaste temprano intercede Cecilia. Nacho hace una mueca.
¿De qué querés que hablemos? pregunta
la nena. Mejor nos sentamos en el living propone
Gustavo. Los chicos obedecen. ¿Tiene que
ser hoy?, yo también estoy fundida le
pregunta Cecilia en voz baja. Sí,
cuanto antes mejor insiste él. Instantes
después los cuatro, acomodados en los sillones, se miran en silencio. Hacela corta, pa pide Nacho con cara de
fastidio. En realidad es tu madre la que
tiene que hablar. Mira entonces a Cecilia. Está desencajada, los brazos
cruzados sobre sí misma. Hoy no estoy en
condiciones dice en voz muy baja contales
vos. Gustavo pesca un rápido intercambio visual entre sus hijos, las cejas
arqueadas. Luego, percibe la intensidad de los tres pares de ojos sobre él. Se
queda en blanco. ¿Qué debe decirles?, ¿qué la mamá tiene un amante?, ¿qué su
papá permitió por semanas que siguiera viviendo en esa casa?, ¿qué los dejó
para irse a Chile con ese hombre?, ¿qué ahora él es muy macho por eso no le permite
quedarse? Recuerda las palabras de Ana María. Ahora lo importante son los chicos.
Mamá y papá no están pasando por un buen
momento de su relación; necesitamos tomarnos un tiempo para decidir si queremos
seguir estando juntos. Recién cuando
percibe el dolor en las caritas de los chicos se da cuenta de que pudo hablar.
Se da cuenta, también, de que obvió el verbo abandonar. ¡Por favor no se separen! pide Martina llorando. Cecilia, a su
lado, la abraza. ¿Por eso te fuiste a
Chile? pregunta Nacho a su madre, agresivo. No, mi amor, me mandaron del trabajo. ¿No van a estar más juntos? solloza
la nena No, muñequita, no al menos por
ahora aclara Gustavo. ¿Por eso
dormías en el living? Nacho sigue atando cabos. Sí admite él. ¿Y quién se va
a ir? Gustavo y Cecilia cruzan las miradas. Tenemos que decidir muchas cosas, pero esta noche me voy yo dice
ella. ¿Y adónde te vas a ir? Martina
le ahorra a Gustavo la pregunta. A lo de
los abuelos. La nena hunde la cabeza en el pecho de la madre. A Gustavo se
le rompe el corazón. Pase lo que pase,
siempre seguirán teniendo mamá y papá, trataremos de que sea para ustedes dos lo
más fácil posible. Me voy a dormir determina Nacho levantándose. ¿Me acostás, mami? pide la nena. Cecilia
la acompaña a su cuarto y Nacho se dirige al suyo. Gustavo termina de levantar
la mesa. Está lavando la vajilla cuando Cecilia entra a la cocina. Gracias dice ella. ¿Por lavar los platos?, no me gusta dejarle a Juana tanto quilombo. No,
gracias por no mandarme al frente con los chicos. Él cierra la canilla y se
seca las manos en el repasador. No lo
hice por vos explica. Gracias en
nombre de los chicos, entonces dice y amaga terminar de lavar. Dejá la detiene él después sigo. ¿Después de qué? Después de que te vayas. ¿Ya me estás
echando?, ¿no querés que tomemos un café?
Gustavo recuerda las palabras de Ana María; ¿la está echando?
Entonces mira a Cecilia de pleno. Jean, remera ajustada, el pelo recogido.
Siente una leve excitación. Su única salvación consiste en que ella se vaya. Preferiría
que te fueras. Cecilia baja levemente los hombros. Él muere por abrazarla.
Se clava las uñas en la palma de la mano. A
la tarde vendré a ver a los chicos informa ella avísame cuándo querés que nos encontremos. Él asiente con la
cabeza. Ella se dirige al living. Él se queda parado, los ojos cerrados, los
brazos caídos. Minutos después Cecilia regresa con la cartera y un bolso. Me voy informa. Se acerca y lo besa en
la mejilla. Su perfume lo trastoca. Que desaparezca. Ya. Él inspira
profundamente y retiene el aire. Recién cuando escucha el ruido de la puerta,
exhala. Se sienta ante la mesa de la cocina y esconde la cabeza entre las manos.
miércoles, 4 de junio de 2014
120
Volvió Cecilia informa Gustavo y
no hace falta que me aclare que me
encontró sin ninguna posición tomada añade enojado porque ella, como
siempre, había tenido razón el miércoles
pasado me mandó un mail avisándome; me pasé la semana postergando las
decisiones y su llegada, por supuesto, me encontró sin respuestas. Ofrece
las manos, las palmas hacia arriba y añade sonriendo como verá hice todo mal. Ella le devuelve la sonrisa y aclara en realidad, parece que no hizo. Gustavo
ladea la cabeza y continúa me llamó desde
Ezeiza a la madrugada y me preguntó si podía venir para casa; me tomó de
sorpresa y le dije que sí; charlamos primero en casa y después en un bar; me
contó que les ofrecieron quedarse en Chile, que él aceptó pero que ella no,
porque no puede plantearse vivir sin los chicos; la relación con el tipo en
¨standby¨ definió; me planteó quedarse en casa hasta que definiéramos qué hacer
pero le dije que no; propuso irse al living pero le aclaré que ni una noche iba
a tolerar ese disparate; le dije que hoy mismo teníamos que decirle a los
chicos la verdad de una vez por todas. Ana María se queda en silencio,
mirándolo con su famosa sonrisa. A él le da bronca. ¿Le causan gracia mis miserias? pregunta, muy serio. Ella, sin abandonar su
sonrisa, le aclara nos equivocamos ambos
porque hacer, sí que hizo. Gustavo arquea las cejas. Le dejó claro a su mujer que no podía regresar a su casa como si nada
hubiera pasado; y pudo sostener su posición a pesar de la insistencia de ella; no es fácil echar a alguien. Yo no la eché. Ahora es Ana
María quien eleva las cejas al mirarlo. ¿Está
seguro? Él repara en que sí, fue capaz de negarse. Tal vez sí la eché. La echó le confirma Ana María y el siente un
alivio indescriptible. Como si en la masa fofa en que se había transformado
empezaran a brotar los huesos. Creo que
la eché porque sabía que si se quedaba una sola noche, yo iba a sucumbir a mi
enorme deseo de abrazarla. Doblemente valiosa su actitud; si usted la hubiera
recibido, imagínese cómo se sentiría ahora consigo mismo. Se instala el
silencio. Gustavo quisiera quedarse así, eternamente. ¿Qué pasó con Natalia? le pregunta Ana María. No le comenté nada, cancelé el encuentro de hoy. ¿Ya no tiene ganas de
verla? No es eso, en realidad me encantaría poder hablarle de Cecilia, que ella
como mujer me aconsejara. ¿Y qué lo detiene? No quiero hacerle daño; de todos
modos, lo que más me preocupa ahora son los chicos. ¿Cómo le explicaron a usted
sus padres la separación? Él la mira, como suspendido. Mamá siempre me contó que papá nos había abandonado por otra contesta
luego de unos segundos.. ¿Usted considera
que su padre lo abandonó? Gustavo se queda pensando. No concluye al cabo de un rato no
lo tuve tanto como lo necesité pero a mí no me abandonó. ¿Sí a su madre? ¿A qué
viene este revolver mi pasado? A que me parece importante que no repita el
error; sus hijos no debieran sentir que su madre los abandona ni que su padre
es un hombre abandonado. Gustavo mira el reloj. Repentinamente recuerda sus
propósitos. Necesito consultarle sobre
mis pacientes informa. Ana María lo invita con un gesto de sus manos.
lunes, 2 de junio de 2014
118
A las cinco y diez, cuando Gustavo ya está
desahuciado, llega Raúl. No da ninguna
explicación sobre su demora. Se sienta en el diván y, como siempre, cruza la
rodilla derecha sobre la izquierda, las piernas bien abiertas, y descansa ambos
brazos sobre el respaldo. Sonríe. Se te
ve bien comenta Gustavo luego de un rato. Estoy bien dice Raúl y calla. ¿Tu
emprendimiento? intenta Gustavo. Viento
en popa. El silencio se instala, espeso. Gustavo fija su mirada en la de
Raúl, que vaga, errante. No sé si te
acordás de que el miércoles pasado te dije que quería terminar con la terapia al
fin se decide Raúl. Lo recuerdo
perfectamente. Y qué, ¿no me vas a dejar ir? Yo no soy el dueño de tus
decisiones contesta Gustavo. Va a continuar cuando recuerda las palabras de
Ana María. Por qué hacerle pasar un mal momento. Me parece importante que te animes a sostener tu deseo agrega sé bien lo difícil que es abandonar a un
analista y cuando termina de decirlo descubre su error. Ojo que yo no te estoy abandonando, no es
contra vos, es a favor mío; te agradezco un montón; no sé cómo explicártelo
pero esta terapia rompió una soga que me ligaba a mi viejo: me siento libre, el
alivio es gigantesco. Y no querés ahora, quedar ligado a mí recoge Gustavo
la tesis de Ana María. Raúl hace un gesto de sorpresa. Se reacomoda. Es cierto reconoce recién me
doy cuenta, necesito sentirme autónomo, por primera vez en mis cincuenta años.
Y yo te reconozco tu derecho; sabés que, por supuesto, podés recurrir a mí en
el momento en que vos sientas que lo
precises. Raúl suspira. Qué bueno, no
quería discutir con vos confiesa. Ya
nos peleamos bastante le recuerda Gustavo. Ambos ríen. ¿Ya me tengo que levantar? Tenés tiempo hasta las seis menos diez le
recuerda. Te quiero hablar de mi sobrino,
Joaquín se llama anuncia Raúl. Sí,
algo me comentaste. Ayer estuve charlando con él, no está bien ese chico; le
sugerí que hiciera una terapia, le conté cuánto me había servido a mí; hoy me
llamó y me preguntó si le podía recomendar a alguien. Gustavo se adelanta a
la pregunta que se aproxima; Natalia no, sería más apropiado un varón; quizás
Javier o Enrique. ¿Vos atendés
adolescentes? lo sorprende Raúl. Por qué no, él dejará de ser su paciente. Gustavo
asiente con la cabeza. ¿Te gustaría
atenderlo? Tendríamos que tener primero una entrevista. ¿Le puedo dar tu
teléfono? Instantes después Raúl se incorpora. Me voy anuncia. Ya frente a la puerta abierta Gustavo le tiende la
mano. Suerte dice. Raúl, obviando la
mano extendida, lo abraza.
Gustavo está desconcertado. El reloj de su vida tomó
un ritmo vertiginoso. Regresó su mujer, una paciente anuncia su inminente abandono,
otra ni se presenta, un tercero se despide pero le regala otro paciente. ¿Qué
será de su próximo miércoles? Si no capta al sobrino de Raúl, tres horas
quedarán en blanco. Sus sueños se desarman como castillos. Fue un milagro
conseguir poblar desde el inicio el consultorio. ¿Tiene sentido que intente
hablar con sus colegas buscando derivaciones o es mejor que acepte la derrota y
le entregue a su viejo también los miércoles? La llegada de Daniela lo encuentra
sin respuestas.
domingo, 1 de junio de 2014
119
Lucas tuvo un accidente
informa Daniela en cuanto se sienta. ¿Qué pasó? pregunta, alarmado, Gustavo. Mordió una copa y la rompió. ¿Se lastimó
mucho? Bastante, le tuvieron que suturar la lengua contesta y calla. Luego
de un rato Gustavo propone. ¿Me querés
contar más? Ella se cubre la cara con ambas manos. Fue espantoso; por primera vez en años fuimos a almorzar afuera con el
nene, un restaurante chiquito, muy tranquilo, cerca de casa; todo marchaba
bastante bien, Ariel estuvo en la vereda con el nene hasta que trajeron la
comida, le pedimos papas fritas que le encantan y las puede comer con las
manitos; yo le había llevado su vasito de plástico, por supuesto, pero en un
segundo me sacó mi copa y la mordió; escuché el ruido y cerré los ojos; cuando
los abrí la sangre le salía a borbotones; Ariel atinó a sacarle los vidrios de
la boca; los del restaurante llamaron al SAME que llegó rapidísimo; Ariel le
sostenía una servilleta contra la boca y las tenía que cambiar enseguida porque
se empapaban; finalmente lo llevaron al Hospital de Niños, lo cosieron y ya
está mejor; un par de puntos nada más, no sé cómo podía salir tanta sangre de
un corte tan chico. ¿Cómo actuó Lucas? No me quiero acordar; aullaba; cuando lo
bajaron de la ambulancia no lo podían controlar entre dos y ni siquiera tiene
tres años; tuvieron que operarlo con anestesia general. Gustavo le sirve
agua y espera que se tranquilice un poco antes de preguntarle ¿y cómo te sentiste vos? Horrible; no supe
cómo enfrentar la situación, no sé qué hubiera hecho sin Ariel; si por mí hubiera
sido, mi hijo habría muerto, me paralicé. Dejaste de ser un adulto comenta
Gustavo. Sí, era una nena aterrorizada.
Pero estaba Ariel. Sí, él lo salvó. Y te contuvo a vos. Sí, creo que nunca lo quise
tanto; lo admiré, además; fuerte pero dulce; y yo no serví para nada. ¿Te
escapaste corriendo? Ella lo mira con intensidad. ¡¿Qué está diciendo?!, en cuanto salió de la anestesia la única que logro
tranquilizarlo fui yo; hasta se dejó abrazar. Daniela ella lo mira no gastes energía retándote porque necesitás
toda la posible para seguir adelante, seguramente no es fácil el posoperatorio.
¡No!, me tomé licencia, hay que darle de comer cosas frías a cada rato para
aliviarle el dolor; hace días que casi no duermo. ¿Y todavía te sentís
culpable? Ella amaga con replicar
pero luego se encoge de hombros y sonríe.
Gustavo busca papel y lápiz. Tiene que consultar
tantas cosas con Ana María que teme olvidarse. Anota: ¿hice bien en no retener a Laura?; ¿es conveniente que Camilo venga la
semana próxima solo con la madre?; ¿tengo que llamar a María Inés?;
¿corresponde que atienda al sobrino de Raúl?; ¿supe manejar la recaída de
Daniela?. Cuando concluye la lista se da cuenta de que nada de todo eso es
lo importante: volvió Cecilia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)