Miércoles 12 de diciembre
El despertador lo
sobresalta. Le lleva unos segundos
recordar que terminaron las clases. Va al baño, orina, se lava los dientes y se
afeita. El espejo lo sorprende. Como si hubiera envejecido varios años durante
estas semanas. Se palpa las ojeras. De camino hacia la cocina pasa por el
cuarto de Nacho. Dejó la puerta abierta, qué raro. Lo observa dormir. Nunca se
había dado cuenta de que adopta la misma postura que Cecilia. Le duele el
cuerpo al recordarla acostada exactamente así. Las dos manos bajo la almohada,
la mejilla izquierda apoyada, la boca entreabierta. El chico parece percibir su
mirada porque abre los ojos y se incorpora. ¿Pasa
algo, pa? No, solo te miraba, dormí tranquilo. Va hasta la cocina y se
prepara un café. No tiene hambre. Lleva la taza al dormitorio y bebe mientras
se viste. Quedó en estar a las ocho pero la inquietud galopa por sus venas,
alterándole el pulso. Deja arriba de la mesa una nota para Nacho, nuevamente
dormido y el dinero que le pidió Juana. Recién llega a las ocho.
El contraste entre el
calor de la calle y el aire acondicionado le provoca un escalofrío. Lo altera
que demore el ascensor. Piso doce,
gracias por su visita. Abre la puerta sin golpear. Primero divisa a
Martina, profundamente dormida. Mirándola así, es la de siempre. Luego descubre
a Cecilia, en el sillón. Es una réplica de su hijo. Como él, parece adivinarlo
y entreabre los ojos. Al verlo se sienta como un resorte, tapándose el pecho
con la sábana. ¿Me quedé dormida? pregunta.
Él, un dedo cruzando los labios dice descansá
otro rato; soy yo el que me adelanté. Ella se deja caer sobre la almohada y
bosteza. A Gustavo le duele su cercanía. Es
imposible dormir acá se justifica ella entran
cada cinco minutos; ya me levanto. Tranquila, no hay apuro; yo salgo un rato. Se
sienta en un sillón del pasillo. Un rato después, Cecilia le hace señas. Él se
aproxima y la besa en la mejilla. Lo sacude su olor. Dijeron que en cuanto el médico firme el alta podemos llevarla; nunca
antes de las ocho y media, ¿me acompañás a tomar un café?, la nena está
dormidísima. Planta baja, gracias por su visita los despide el ascensor
compartido con varias enfermeras. ¿Desayunaste?
pregunta ella en cuanto se sientan. Un
café bebido contesta él al tiempo que percibe su estómago vacío. Ahora sí
que muere por unas medialunas. Ella me devolvió el apetito, piensa. Hace días que
no come bien. ¿Cómo van tus cosas? le
pregunta en cuanto el mozo se retira. ¿A
qué te referís? Al príncipe de Gales. No seas agresivo, Gus. Perdoname, en
serio me interesa. Ella se queda pensando un buen rato. Le dije a Ricardo que en este momento no
tengo espacio más que para la nena; me ofreció venir para acompañarme pero yo
no quise, él no tiene nada que ver con todo esto. Gustavo, ridículamente,
se pone contento. Hace rato que no estaba contento. ¿Y Natalia? pregunta ella. El ánimo de él decae. Bruscamente. Estamos en la misma contesta sonriendo me di cuenta de que no tengo nada para darle;
ni siquiera para recibir; solo puedo relacionarme con quienes aman a la nena;
hay amigos a los que no quiero ver. Ella asiente. Cuando el silencio
empieza a ser molesto Cecilia pregunta ¿cómo
va el consultorio? Gustavo le cuenta
sus progresos. Cada vez me cuesta más ir
a la fábrica concluye. ¿No te
planteaste dedicarte en exclusivo a ser sicólogo? Lo estoy viendo en mi propia
terapia. ¿Retomaste con Andrés? No, estoy trabajando con Ana María consultorio
y vida privada. ¿Por qué no? Él arquea las cejas. Por la guita, claro; de aquí a que pueda vivir del consultorio faltan
años luz. Ella se queda pensando. Yo
estoy ganando muy bien, me puedo hacer cargo de los gastos de los chicos hasta
que tu profesión funcione. Él no puede creer lo que está escuchando. Mil gracias dice lo voy a pensar y como está conmovido agrega ya son ocho y media mejor vayamos subiendo y llama al mozo.
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