A las doce menos cinco la sala de espera es un
hervidero de gente. Cuando llega su turno, Gustavo entra. Hola, papi hace un esfuerzo por sonreír Martina ¿cuándo me vas a sacar de acá? Dijo el
doctor Grieco que tratará de que sea pronto contesta él acariciándole el
cabello. Sí, a mí también me dijo pero
escuché que estaban esperando la autorización del padre, ¿vos no querés que yo
me vaya? ¡Cómo decís eso, muñeca, es que todavía yo no había llegado! ¿Te
habías ido y me habías dejado sola acá? No, cómo te iba a dejar sola, mami
estaba afuera. ¡Es que yo quiero que estén los dos! Pero a veces tengo que ir
al trabajo, me tengo que ocupar de Nacho. ¿Por qué no viene a verme?, ¿está
enojado? No dejan entrar a los chicos. ¡Pero él ya es grande! En cuanto te
pasen a una habitación va a venir a visitarte. Decile que lo traiga a Lacán;
ahora ándate, que me contó mamá que están esperando la tía y las abuelas y
cuando suena el timbre se acaba todo. Gustavo aparta la sonda y la abraza
con cuidado. Está tan flaquita que siente cada uno de sus huesos.
Finalmente les dan el parte. Todos los parámetros
están un poco mejor. La pasaran a una habitación a la nochecita. ¿Habrá que dializarla de nuevo? pregunta
Cecilia. Veremos cómo evoluciona en las
próximas veinticuatro horas, pero es probable. Gustavo siente que Cecilia
se oprime contra él. La agarra del hombro. ¿Y a mí quién me sostiene?, piensa. Levanta la vista. Entre el gentío
descubre a Santiago.
Llega al consultorio dos menos cuarto. Apenas un rato
para prepararse. Le parece increíble que solo haya transcurrido una semana
desde la última vez. El celular suena. ¿Cómo
está Marti? pregunta Nacho. Mejor, hijo,
creo que a la noche la pasan a una habitación; me dijo que quería verte. ¿De
veras?, ¡se nota que está enferma!, ¿cómo hago para ir? Arreglo con tu mamá y
te aviso; ah, me pidió que le llevaras a Lacán. ¡Loca como siempre la Marti! Gustavo cuelga con una sonrisa.
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