Camilo llega diez minutos tarde. Después de aquí me voy a lo de Leo y no encontraba la carpeta que tengo
que llevar se disculpa al entrar. Se sienta, saca del bolsillo el celular y
lo pasa de una a otra mano, una y mil veces. ¿En qué estás pensando? le pregunta Gustavo luego de unos minutos. En nada contesta Camilo sin interrumpir
su actividad. ¿Seguís enojado? Las
mejillas del pibe se enrojecen al instante. Te
tengo que pedir perdón dice al rato,
la vista en el piso. ¿Por qué? Ahora
sí lo mira. ¿Por qué?, ¿no te acordás de
lo que pasó?, ¡te insulté! Me alegra que hayas podido hacerlo. ¿Me estás
burlando? De ninguna manera, es muy importante que hayas permitido, por unos
minutos, que escapara toda esa rabia que anida en vos. Camilo agita la
cabeza. No es cierto, te dije boludeces. Gustavo se toma unos
segundos. Luego pregunta ¿te acordaste
durante la semana de lo que pasó aquí el miércoles pasado? El chico asiente
con la cabeza. ¿Qué pensaste? Me moría de
vergüenza, no quería venir hoy, pero si no venía le tenía que contar a mis
papás por qué y eso era todavía peor. ¿Qué es lo que te provoca tanta
vergüenza? Que me hayas visto así. ¿Fuera de control? Es que yo no soy así. Vos
también sos así; pudiste comprobar que, a pesar de que manifestaste tu rabia, el mundo no se acabó. Camilo guarda el celular en el bolsillo. El mundo no se acaba, obvio, pero vos ya no
me querés igual. ¿El terapeuta puede querer a sus pacientes? Gustavo posterga sus propios
interrogantes y aclara no te quiero
igual, te quiero mejor porque te conozco más. Camilo lo mira de frente, por primera vez en
la sesión. La entrega de sus ojos conmueve a Gustavo. ¿De veras? Claro que sí. El chico hace una inspiración prolongada. ¿Pensás que si tus papás descubren que a
veces podés ser agresivo te van a querer menos? Camilo calla. ¿Ya no te enoja que te lo diga? El pibe
niega con la cabeza. Ahora que parecés comprender que tu actitud
no va a modificar el cariño de tus padres, ¿te sentís capaz de hacer una rabieta frente a ellos si, por
ejemplo, tu hermana te molesta? Camilo se queda pensando. Es que ellos ya tienen demasiados problemas
para que yo les dé otro más. ¿Cuál considerás que es el principal problema que
tienen tus papás? Que yo esté rengo contesta Camilo inmediatamente. Me equivoco o te sentís culpable de haberles
arruinado la vida. Es que es así. Antes del accidente, ¿también ocultabas tus
verdaderos sentimientos? Sí, pero no tanto, era mucho más chico. Camilo, mirame
el chico obedece el accidente no
arruinó tu vida ni la de tus padres, solo la modificó; de últimas, el principal
interesado sos vos, ¿por qué habrías de tener que proteger a los demás? ¡Porque
soy así! grita el chico. Que hayas
actuado de una manera hasta este momento no implica que debas seguir haciéndolo
el resto de tu vida; aunque ya tengas trece años, todavía sos un chico, tus
padres son adultos; ellos se pueden cuidar solos, tienen herramientas para
afrontar las dificultades que les vaya presentado la vida; son dos personas
sensibles pero fuertes; nada malo les va a pasar porque te escuchen peleando con tu hermana o porque en alguna
prueba no saques diez; ellos siempre te van a querer. Los ojos de Camilo
enrojecen. No quiero llorar otra vez, vas
a pensar que soy un bebé. Todos tenemos derecho a llorar: los niños y los
adultos; los hombres y las mujeres; es un privilegio poder permitírselo. ¿Vos
también llorás? Claro contesta Gustavo. ¿Y
no te da vergüenza? ¿Puede mentirle?
Un poco, pero lloro igual. Camilo
sonríe entre las lágrimas. Ya te dije, sos un grande.
Me quedé con ganas de abrazarlo, piensa Gustavo. Qué
difícil es saber qué corresponde, cuáles son las emociones que deben
controlarse. ¿Habría sido contraproducente que el chico hubiera recibido su
abrazo? ¿Qué le pasaría a Nacho por dentro?, ¿él también reprimiría
sentimientos por temor a no ser amado? ¿Y Martina? A Gustavo se le para un
instante el corazón. ¿Qué habría sentido durante todos esos días?, ¿no la
habrían obligado sin darse cuenta a ser demasiado valiente? Le duele el cuerpo
de ganas de abrazar a sus hijos. De ampararlos. De hacerles saber que los ama
con todas sus imperfecciones. Necesito hablar con Nacho, piensa, contarle lo
que le pasó con él durante todos estos años, legitimizar lo que el chico, en
consecuencia, debe haber sentido. Duele vivir, piensa.
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