martes, 22 de julio de 2014

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Camilo llega diez minutos tarde. Después de aquí me voy a lo de Leo y no encontraba la carpeta que tengo que llevar se disculpa al entrar. Se sienta, saca del bolsillo el celular y lo pasa de una a otra mano, una y mil veces. ¿En qué estás pensando? le pregunta Gustavo luego de unos minutos. En nada contesta Camilo sin interrumpir su actividad. ¿Seguís enojado? Las mejillas del pibe se enrojecen al instante. Te tengo que pedir perdón dice al rato, la vista en el piso. ¿Por qué? Ahora sí lo mira. ¿Por qué?, ¿no te acordás de lo que pasó?, ¡te insulté! Me alegra que hayas podido hacerlo. ¿Me estás burlando? De ninguna manera, es muy importante que hayas permitido, por unos minutos, que escapara toda esa rabia que anida en vos. Camilo agita la cabeza. No es cierto, te dije boludeces. Gustavo se toma unos segundos. Luego pregunta ¿te acordaste durante la semana de lo que pasó aquí el miércoles pasado? El chico asiente con la cabeza. ¿Qué pensaste? Me moría de vergüenza, no quería venir hoy, pero si no venía le tenía que contar a mis papás por qué y eso era todavía peor. ¿Qué es lo que te provoca tanta vergüenza? Que me hayas visto así. ¿Fuera de control? Es que yo no soy así. Vos también sos así; pudiste comprobar que, a pesar de que manifestaste tu rabia, el mundo no se acabó. Camilo guarda el celular en el bolsillo. El mundo no se acaba, obvio, pero vos ya no me querés igual. ¿El terapeuta puede querer a sus pacientes? Gustavo posterga sus propios interrogantes y aclara no te quiero igual, te quiero mejor porque te conozco más.  Camilo lo mira de frente, por primera vez en la sesión. La entrega de sus ojos conmueve a Gustavo. ¿De veras? Claro que sí. El chico hace una inspiración prolongada. ¿Pensás que si tus papás descubren que a veces podés ser agresivo te van a querer menos? Camilo calla. ¿Ya no te enoja que te lo diga? El pibe niega con la cabeza.  Ahora que parecés comprender que tu actitud no va a modificar el cariño de tus padres, ¿te sentís capaz de  hacer una rabieta frente a ellos si, por ejemplo, tu hermana te molesta? Camilo se queda pensando. Es que ellos ya tienen demasiados problemas para que yo les dé otro más. ¿Cuál considerás que es el principal problema que tienen tus papás? Que yo esté rengo contesta Camilo inmediatamente. Me equivoco o te sentís culpable de haberles arruinado la vida. Es que es así. Antes del accidente, ¿también ocultabas tus verdaderos sentimientos? Sí, pero no tanto, era mucho más chico. Camilo, mirame el chico obedece el accidente no arruinó tu vida ni la de tus padres, solo la modificó; de últimas, el principal interesado sos vos, ¿por qué habrías de tener que proteger a los demás? ¡Porque soy así! grita el chico. Que hayas actuado de una manera hasta este momento no implica que debas seguir haciéndolo el resto de tu vida; aunque ya tengas trece años, todavía sos un chico, tus padres son adultos; ellos se pueden cuidar solos, tienen herramientas para afrontar las dificultades que les vaya presentado la vida; son dos personas sensibles pero fuertes; nada malo les va a pasar porque te escuchen  peleando con tu hermana o porque en alguna prueba no saques diez; ellos siempre te van a querer. Los ojos de Camilo enrojecen. No quiero llorar otra vez, vas a pensar que soy un bebé. Todos tenemos derecho a llorar: los niños y los adultos; los hombres y las mujeres; es un privilegio poder permitírselo. ¿Vos también llorás? Claro contesta Gustavo. ¿Y no te da vergüenza?  ¿Puede mentirle? Un poco, pero lloro igual. Camilo sonríe entre las lágrimas.  Ya te dije, sos un grande.

Me quedé con ganas de abrazarlo, piensa Gustavo. Qué difícil es saber qué corresponde, cuáles son las emociones que deben controlarse. ¿Habría sido contraproducente que el chico hubiera recibido su abrazo? ¿Qué le pasaría a Nacho por dentro?, ¿él también reprimiría sentimientos por temor a no ser amado? ¿Y Martina? A Gustavo se le para un instante el corazón. ¿Qué habría sentido durante todos esos días?, ¿no la habrían obligado sin darse cuenta a ser demasiado valiente? Le duele el cuerpo de ganas de abrazar a sus hijos. De ampararlos. De hacerles saber que los ama con todas sus imperfecciones. Necesito hablar con Nacho, piensa, contarle lo que le pasó con él durante todos estos años, legitimizar lo que el chico, en consecuencia, debe haber sentido. Duele vivir, piensa. 

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