Gustavo corre hasta el auto. Quince minutos después no
sabe ni cómo, está entrando a la clínica. Qué
suerte que viniste lo recibe Cecilia si
no le daban el alta de terapia antes de las cinco, lo dejaban para mañana;
vení, te acompaño adonde tenés que firmar. Bajan solos en el ascensor.
Ambos mirando hacia adelante. Él, sin darse cuenta, apoya la mano sobre el
hombro de Cecilia. Ella, sin darse vuelta, toma esa mano con su propia mano.
Gustavo cierra los ojos.
Papi, ¡me liberaste! lo recibe la nena, ya en su habitación. No fui yo, muñeca dice él mientras la
abraza con precaución porque sigue la madeja de tubos. Sí, no podía salir porque vos no querías. ¿Quién te dijo ese disparate?
Yo lo oí, no querías firmar. Gustavo se sienta en la cama. No es así, estaba trabajando; vine en cuanto
mami me avisó. ¿Y Nacho? Ahora le voy a pedir a la abuela Isabel que lo
traiga. ¿Por qué no lo traés vos? Me tengo que ir al consultorio. ¡No! Te
prometo que vuelvo rapidito decide él mientras la besa. ¿Y con quién me quedo? Con mamá, fue a
buscarse un café, ya viene. Confirmando sus palabras la puerta se abre. La
carita de la nena se ilumina. ¡Mi mami
querida!
En el ascensor Gustavo teclea: Te espero en el consultorio, como siempre. De acuerdo contesta
Daniela cuando él está subiendo al auto. Antes de arrancar escribe: recién me
desocupo, Joaco, perdóname. Te veo el miércoles. Llamame cuando quieras.
Gustavo lo lamenta tanto. Este chico no está para padecer más desamores. Pero
mi hija está primero, intenta aliviar su conciencia. Pone el auto en marcha. La
vio más animada a Martina. Pronto estará de diez, se promete.
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