¿Su hija ya está bien? pregunta Daniela, no más entrar. Mejor, por suerte. Ella pasa y se ubica. ¿Cómo anduviste esta semana? pregunta Gustavo. Como si caminara unos centímetros sobre el suelo. ¿Podrías
explicármelo? Una sensación muy extraña; me hice cargo del nene, trabajé, me
acosté con Ariel, pero una parte de mí vibraba en otra dimensión; como si me
hubiera quedado colgada de la infancia; esta semana estuve caminando por allí
pero no logré recordar nada. ¿Alguna percepción difusa? Sí, la sensación de
estar alerta; creo que siempre estoy alerta; no sé cómo no me di cuenta antes
de lo de Lucas, me falló el sensor. No estoy de acuerdo, percibiste la
dificultad pero el pediatra lo desestimó, y aun así, viniste aquí buscando
ayuda; recuerdo ahora tu fantasía de que Ariel te engañaba, podemos pensarlo
que fue un producto de tu estado de alerta. Sí admite ella nunca puedo terminar de relajarme; hasta mi
sueño es muy liviano, Ariel dice que no se puede dar vuelta en la cama sin que
yo me incorpore inmediatamente. ¿Cuándo es preciso estar alerta? Ella lo
mira con intensidad. Se toma unos segundos
antes de contestar frente al
peligro, supongo. Suponés bien, entonces, ¿cuál es el peligro que permanentemente
te ronda? Ninguno concreto pero siempre hay infinitos peligros. Y cuando
detectás el peligro, ¿actúas con eficiencia? Daniela se queda pensando. A veces
contesta luego de un rato otras
me paralizo. Como cuando se accidentó el nene. ¡No me haga acordar! Quizá cuando te quedabas a solas con tu padre,
por más que estuvieras alerta, no era mucho lo que podías hacer por protegerte.
¿Usted cree que mi papá me pegaba? No sé si te pegaba pero es seguro que la
niña que eras captaba su violencia interior. Papá siempre está a punto de estallar. ¿Cómo te das cuenta? Porque se
le hinchan las venas del cuello. Daniela se agarra la cabeza con las dos
manos. ¡Me daban tanto asco!, creía que
se iban a reventar y que la sangre saldría a chorros. Asco y miedo. Sí, me daba
terror; se contenía, como ahora, pero yo no sabía si se iba a contener. Casi
siempre se contenía. ¿Qué querés decir? ¿Nunca te pegó? ¡Cómo me iba a pegar si
era mi papá! ¿Porque era alcohólico? Daniela se dobla sobre sí misma como
si la hubieran trompeado en el abdomen. Solloza. Tu papá no te va a pegar más, nadie volverá a pegarte, Daniela, sos una
mujer fuerte, capaz de huir de quienes te dañan, ya podés defenderte. De a
poco ella se va tranquilizando. ¿No se lo
contabas a tu mamá? Pobre mamá, que iba a hacer, tenía que trabajar, además
papá no me pegaba insiste ella. Ahora
sos madre, ¿dejarías a Lucas con un hombre alcohólico? ¡No!, por supuesto que
no. ¿No pensás que esa nena además de miedo debe haber sentido bronca ante la
imposibilidad de su mamá de defenderla? ¡¿Qué quiere de mí?! pregunta ella,
por primera vez agresiva. Que puedas reconocer
en vos ese miedo y esa rabia acumulada que no te permiten descansar en paz. ¡Yo
los amo a mis viejos! Nadie te niega ese sentimiento, tus padres deben haber
hecho lo mejor que pudieron arrastrando sus propias historias; no te estoy
pidiendo que los juzgues sino que los admitas tal cual son; en algún momento de
tu infancia tu padre te aterrorizó y tu madre no pudo protegerte, pero vos los
quisiste y podrás seguir queriéndolos a pesar de eso; viviste cientos de cosas
buenas con ellos, que siguen a tu lado, apoyándote, pero lo que sucedió,
sucedió y no alcanzarás la paz sin admitirlo. Me voy informa Daniela cuando
logra serenarse. Cuando están en la puerta Gustavo le recuerda. Si me necesitás, llamame. Siempre lo
necesito aclara ella antes de darse vuelta.
¿Alguna novedad? teclea porque no tiene fuerzas para escuchar a
Cecilia. Todo igual, la nena te espera,
ansiosa. Llego antes de las nueve, te aviso si me hacen problema para entrar. Escribe besos pero después los borra. Está
agotado. Una tarde demasiado intensa. Navego en otros mares,
piensa. Apaga las luces, acomoda y mientras sale, decide que es un absurdo que
tenga que esperar una semana para volver al consultorio. Acá es donde quiero estar, reconoce.
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