jueves, 24 de julio de 2014

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Daniela, vestidito de verano, parece una adolescente. ¿Cómo está su hija? le pregunta antes de sentarse. Mucho mejor, esta mañana le dieron el alta. ¡¿Qué hace usted acá?!  Gustavo se siente repentinamente culpable. Está con la madre se justifica, momento en el que descubre que si Cecilia siguiera en Chile, él hubiera tenido que dejar de trabajar.  ¿Por qué le pareció tan lógico que fuera ella quien pospusiera sus obligaciones? Porque, encima, a ella le gusta trabajar, reconoce él. comenta Daniela los hombres tienen dos lugares en el cerebro, uno para el trabajo y otro para los hijos; las mujeres no tenemos esa posibilidad, los hijos nos invaden todo. Gustavo está a punto de contestarle cuando recuerda que no está allí para debatir ideas. Explicame cómo es eso; ¿no hay nada que puedas hacer sin transportarlo a Lucas? Daniela asiente con la cabeza. Así es, exactamente; el hijo es una mochila que las madres nos ponemos al hombro cuando nacen y de la cual no logramos desembarazarnos jamás. Se desembarazan en el parto. Ella sonríe. Estás equivocado, el parto no rompe nada; absurdo pensar en que separan algo cuando cortan el cordón; a veces me entra una angustia profunda, quisiera por un segundo olvidarme de que tengo un hijo, prescindir internamente de él, pero no lo logro: necesitaría cortar el cordón inmaterial que nos mantiene ligados pero no sé cómo hacerlo; es abrumador. Sin embargo un par de sesiones atrás comentaste que deseás tener otro hijo. La cara de ella se ilumina. Claro, no hay nada que el ser humano busque más que la intensidad. ¿Aunque traiga aparejada el dolor? La intensidad es el dolor mismo; no puedo explicarle; el parto es la síntesis; un dolor desconocido, de otra dimensión, que te obliga a replegarte, el mundo deja de existir, los otros no existen, solo existe ese dolor que te animaliza hasta que, en un instante, se rompen las compuertas, te inunda una energía cósmica y ya no sos una mujer, sos una hembra que grita y empuja hasta que tu cuerpo se abre para parir a tu hijo. Gustavo queda sobrecogido por la intensidad del relato brotando de esa mujer de menos de cincuenta kilos. ¿Cómo pueden pretender que yo no quiera otro hijo? Otro parto no es lo mismo que otro hijo. No, es solo el comienzo; nací para esto, Gustavo, no tengo la menor duda. Él intenta asimilar lo descripto a los partos de Cecilia pero no lo logra, ¿Quién fue tu obstetra? pregunta. Quien iba a ser, dirás, porque parí a mi hijo sola; cuando llegué al sanatorio subí a la habitación a esperar a que la partera, que estaba en camino, llegara; me quedé sola  mientras Ariel terminaba con los trámites; me acosté en la cama hasta que el dolor me obligó a bajar y a ponerme en cuatro patas; después perdí la noción de todo, cuando la partera entró, Lucas ya estaba prendido de la teta; después ella me ayudó a subir a la cama y se ocupó del cordón y de la placenta; cuando llegó el médico todo había terminado. ¿El bebé estaba bien? No se preocupe, Gustavo, no es de ahí el autismo: el test de Apgar le dio 10 hace una pausa y luego agrega no le comenté que Luquitas progresó mucho; hace una semana que duerme de un tirón, parece menos tenso. ¿A qué lo atribuís? Yo también dormí mejor, me dijo Ariel que un par de veces se levantó para ir al baño y que yo no me di cuenta. Te repito la pregunta, ¿a qué lo atribuís? Ella se queda un rato en silencio. ¿Supone que tiene algo que ver con lo que trabajamos acá? inquiere luego. Gustavo sonríe y gira ambas palmas hacia arriba. Varias veces durante esta semana me propuse hablar con mi mamá, pero no me animé; veo la ternura con que trata a mi hijo y me pregunto si también conmigo fue así, ¿cómo reclamarle a estas alturas que no me haya protegido de mi viejo? No se trata de reproches sino de aceptación de la realidad; lo que ocurrió, ocurrió, y aunque no le permitas acceder a la conciencia, desde la oscuridad sigue actuando; a lo mejor a tu madre le alivia hablar de lo que, de alguna manera, debe constituir un peso para ella. Daniela apoya la cara entre las manos. No quiero dañarla. Me parece que para tu mamá será un regalo saber que podés amarla sin necesidad de tergiversar la verdad. Puede ser comenta Daniela  le prometo que lo intentaré. No te confundas, Daniela, no lo harías por mí sino por vos. Ya lo sé admite ella sonriendo pero usted me da fuerzas. Te veo el miércoles determina Gustavo levantándose.

Gustavo maneja inmerso en el relato de Daniela. Experimenta una extraña envidia. Como si hubiera transcurrido  por la vida rodeado  por una capa amortiguadora del dolor. ¿Cuándo se sintió tan vivo como Daniela pariendo a su hijo? Desde la alegría, porque el engaño de Cecilia logró sacudirlo hasta las vísceras. Ni hablar de la enfermedad de Martina.

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