Daniela, vestidito de
verano, parece una adolescente. ¿Cómo
está su hija? le pregunta antes de sentarse. Mucho mejor, esta mañana le dieron el alta. ¡¿Qué hace usted acá?! Gustavo se siente repentinamente culpable. Está con la madre se justifica, momento
en el que descubre que si Cecilia siguiera en Chile, él hubiera tenido que
dejar de trabajar. ¿Por qué le pareció
tan lógico que fuera ella quien pospusiera sus obligaciones? Porque, encima, a
ella le gusta trabajar, reconoce él. Sí comenta
Daniela los hombres tienen dos lugares en
el cerebro, uno para el trabajo y otro para los hijos; las mujeres no tenemos
esa posibilidad, los hijos nos invaden todo. Gustavo está a punto de
contestarle cuando recuerda que no está allí para debatir ideas. Explicame cómo es eso; ¿no hay nada que
puedas hacer sin transportarlo a Lucas? Daniela asiente con la cabeza. Así es, exactamente; el hijo es una mochila
que las madres nos ponemos al hombro cuando nacen y de la cual no logramos
desembarazarnos jamás. Se desembarazan en el parto. Ella sonríe. Estás equivocado, el parto no rompe nada;
absurdo pensar en que separan algo cuando cortan el cordón; a veces me entra
una angustia profunda, quisiera por un segundo olvidarme de que tengo un hijo,
prescindir internamente de él, pero no lo logro: necesitaría cortar el cordón
inmaterial que nos mantiene ligados pero no sé cómo hacerlo; es abrumador. Sin
embargo un par de sesiones atrás comentaste que deseás tener otro hijo. La
cara de ella se ilumina. Claro, no hay
nada que el ser humano busque más que la intensidad. ¿Aunque traiga aparejada
el dolor? La intensidad es el dolor mismo; no puedo explicarle; el parto es la
síntesis; un dolor desconocido, de otra dimensión, que te obliga a replegarte,
el mundo deja de existir, los otros no existen, solo existe ese dolor que te
animaliza hasta que, en un instante, se rompen las compuertas, te inunda una
energía cósmica y ya no sos una mujer, sos una hembra que grita y empuja hasta
que tu cuerpo se abre para parir a tu hijo. Gustavo queda sobrecogido por
la intensidad del relato brotando de esa mujer de menos de cincuenta kilos. ¿Cómo pueden pretender que yo no quiera otro
hijo? Otro parto no es lo mismo que otro hijo. No, es solo el comienzo; nací
para esto, Gustavo, no tengo la menor duda. Él intenta asimilar lo
descripto a los partos de Cecilia pero no lo logra, ¿Quién fue tu obstetra? pregunta. Quien iba a ser, dirás, porque parí a mi hijo sola; cuando llegué al
sanatorio subí a la habitación a esperar a que la partera, que estaba en
camino, llegara; me quedé sola mientras
Ariel terminaba con los trámites; me acosté en la cama hasta que el dolor me
obligó a bajar y a ponerme en cuatro patas; después perdí la noción de todo,
cuando la partera entró, Lucas ya estaba prendido de la teta; después ella me
ayudó a subir a la cama y se ocupó del cordón y de la placenta; cuando llegó el
médico todo había terminado. ¿El bebé estaba bien? No se preocupe, Gustavo, no es
de ahí el autismo: el test de Apgar le dio 10 hace una pausa y luego agrega
no le comenté que Luquitas progresó mucho;
hace una semana que duerme de un tirón, parece menos tenso. ¿A qué lo atribuís?
Yo también dormí mejor, me dijo Ariel que un par de veces se levantó para ir al
baño y que yo no me di cuenta. Te repito la pregunta, ¿a qué lo atribuís? Ella
se queda un rato en silencio. ¿Supone que
tiene algo que ver con lo que trabajamos acá? inquiere luego. Gustavo
sonríe y gira ambas palmas hacia arriba. Varias
veces durante esta semana me propuse hablar con mi mamá, pero no me animé; veo
la ternura con que trata a mi hijo y me pregunto si también conmigo fue así,
¿cómo reclamarle a estas alturas que no me haya protegido de mi viejo? No se
trata de reproches sino de aceptación de la realidad; lo que ocurrió, ocurrió,
y aunque no le permitas acceder a la conciencia, desde la oscuridad sigue
actuando; a lo mejor a tu madre le alivia hablar de lo que, de alguna manera,
debe constituir un peso para ella. Daniela apoya la cara entre las manos. No quiero dañarla. Me parece que para tu
mamá será un regalo saber que podés amarla sin necesidad de tergiversar la
verdad. Puede ser comenta Daniela le prometo que lo intentaré. No te confundas,
Daniela, no lo harías por mí sino por vos. Ya lo sé admite ella sonriendo pero usted me da fuerzas. Te veo el
miércoles determina Gustavo levantándose.
Gustavo maneja inmerso
en el relato de Daniela. Experimenta una extraña envidia. Como si hubiera
transcurrido por la vida rodeado por una capa amortiguadora del dolor. ¿Cuándo
se sintió tan vivo como Daniela pariendo a su hijo? Desde la alegría, porque el
engaño de Cecilia logró sacudirlo hasta las vísceras. Ni hablar de la
enfermedad de Martina.
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