¿Cómo sigue la nena? pregunta Ana María, aun antes de sentarse. Fuera de peligro informa él. Ella
sonríe. Veo que al fin logró percibir la
existencia del riesgo. No mucho, no se crea, flirteé con la idea; es a lo más
que pude acercarme; me resisto a contemplar la posibilidad de que necesite
dializarse indefinidamente. Sin embargo lo está diciendo. Gustavo recuerda
una remota sesión con Daniela y la copia hasta
aquí llego en este momento; no me
pida más de lo que puedo. Ella, como él lo hiciera, levanta ambas palmas. Cada uno conoce sus límites acuerda. Él
se sirve un vaso de agua. Tuve una tarde
muy intensa; trabajé con todos mis pacientes la relación primaria con sus
padres; se desarmaron; algunos lloraron y otros se enojaron conmigo; creo que
por primera vez me quedé contento con todas las sesiones; bah, contento no es
la palabra; padecí junto con ellos; fue raro, me costó salir del consultorio. Ella
sonríe de una manera que enciende en él la señal de peligro. Tal vez llegó la hora de que usted resuelva ocuparse
de su propia relación filial. Este no es mi primer análisis, Ana María, ya
trabajé sobre mi infancia explica Gustavo. No lo suficiente, aunque, es un buen síntoma que le haya costado salir
del consultorio. No la entiendo reclama él, irritado. Es el único espacio en el
que, luego de casi quince años, puede desarrollarse laboralmente fuera de la
mirada de su padre. Él recibe el golpe en silencio. A ella le encanta
atacarlo en este flanco. La voz de Ana María interrumpe sus pensamientos. ¿Cómo actuaría frente a un paciente que
estuviera en su situación? Gustavo recuerda a Raúl. Trataría
de que se independizara admite. ¿Qué
lo detiene? Él ensaya varias respuestas que le permitan conservar frente a
ella su dignidad. Luego de un interminable silencio, los ojos de Ana María
implacables sobre él, Gustavo admite tengo
miedo. ¿De qué? De no conseguir otro trabajo. ¿Lo intentó? En ningún lado
ganaré lo que en la fábrica. ¿A costa de seguir siendo un niño que obedece a su
papá? ¿Hace falta destruirme justo en este momento? No lo pienso yo, Gustavo,
lo piensa usted. Quizá, pero tengo una familia que depende de mí, de qué otra
cosa podría trabajar. ¿De psicólogo? Gustavo siente un golpe en la nuca. No puedo vivir de eso responde. ¿De veras lo piensa? Él la mira. Le aseguro, Gustavo, que no he trabajado de
ninguna otra cosa. Él necesita reafirmarse frente a ella, por eso le cuenta
hace unos días me llamó un amigo para
derivarme un paciente pero le tuve que decir que no; no me quedan horarios por
la tarde y el hombre trabaja a la mañana.
¿No se planteó sumar otro día? pregunta ella. Gustavo la mira
sorprendido. ¿Dejamos aquí? propone
Ana María. Él se tropieza al levantarse.
Gustavo camina hacia
el auto a paso vivo. Saca el celular de
vibrador. Mensaje de Nacho. No te olvides
de la cena. Otro eslabón en su cadena de responsabilidades. Cuántas ganas
de echarse en un rincón oculto y taparse hasta la cabeza. No puedo con mi vida,
admite.
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