sábado, 26 de julio de 2014

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¿Cómo sigue la nena? pregunta Ana María, aun antes de sentarse. Fuera de peligro informa él. Ella sonríe. Veo que al fin logró percibir la existencia del riesgo. No mucho, no se crea, flirteé con la idea; es a lo más que pude acercarme; me resisto a contemplar la posibilidad de que necesite dializarse indefinidamente. Sin embargo lo está diciendo. Gustavo recuerda una remota sesión con Daniela y la copia hasta aquí llego en este momento; no me pida más de lo que puedo. Ella, como él lo hiciera, levanta ambas palmas. Cada uno conoce sus límites acuerda. Él se sirve un vaso de agua. Tuve una tarde muy intensa; trabajé con todos mis pacientes la relación primaria con sus padres; se desarmaron; algunos lloraron y otros se enojaron conmigo; creo que por primera vez me quedé contento con todas las sesiones; bah, contento no es la palabra; padecí junto con ellos; fue raro, me costó salir del consultorio. Ella sonríe de una manera que enciende en él la señal de peligro. Tal vez llegó la hora de que usted resuelva ocuparse de su propia relación filial. Este no es mi primer análisis, Ana María, ya trabajé sobre mi infancia explica Gustavo. No lo suficiente, aunque, es un buen síntoma que le haya costado salir del consultorio. No la entiendo reclama él, irritado. Es el único espacio en el que, luego de casi quince años, puede desarrollarse laboralmente fuera de la mirada de su padre. Él recibe el golpe en silencio. A ella le encanta atacarlo en este flanco. La voz de Ana María interrumpe sus pensamientos. ¿Cómo actuaría frente a un paciente que estuviera en su situación? Gustavo recuerda a Raúl.  Trataría de que se independizara admite. ¿Qué lo detiene? Él ensaya varias respuestas que le permitan conservar frente a ella su dignidad. Luego de un interminable silencio, los ojos de Ana María implacables sobre él, Gustavo admite tengo miedo. ¿De qué? De no conseguir otro trabajo. ¿Lo intentó? En ningún lado ganaré lo que en la fábrica. ¿A costa de seguir siendo un niño que obedece a su papá? ¿Hace falta destruirme justo en este momento? No lo pienso yo, Gustavo, lo piensa usted. Quizá, pero tengo una familia que depende de mí, de qué otra cosa podría trabajar. ¿De psicólogo? Gustavo siente un golpe en la nuca. No puedo vivir de eso responde. ¿De veras lo piensa? Él la mira. Le aseguro, Gustavo, que no he trabajado de ninguna otra cosa. Él necesita reafirmarse frente a ella, por eso le cuenta hace unos días me llamó un amigo para derivarme un paciente pero le tuve que decir que no; no me quedan horarios por la tarde y el hombre trabaja a la mañana.  ¿No se planteó sumar otro día? pregunta ella. Gustavo la mira sorprendido. ¿Dejamos aquí? propone Ana María. Él se tropieza al levantarse.


Gustavo camina hacia el auto a paso vivo.  Saca el celular de vibrador. Mensaje de Nacho. No te olvides de la cena. Otro eslabón en su cadena de responsabilidades. Cuántas ganas de echarse en un rincón oculto y taparse hasta la cabeza. No puedo con mi vida, admite.

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