viernes, 1 de agosto de 2014

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Benicio durmió toda la noche informa Mariana en cuanto se sienta. ¿Qué hiciste de distinto para que esto sucediera? pregunta Gustavo. Me acosté en la cuna con él, pensé que era por un ratito pero cuando abrí un ojo eran las seis de la mañana; él todavía dormía; lo estuve observando un largo rato; es tanto más lindo cuando no llora; por primera vez desde que nació lamenté no haberlo amamantado; ni bien se despertó me sonrió; se me cayeron las lágrimas, pobre hijo mío, por qué no podía quererlo como él se merece. Gustavo se queda reflexionando unos segundos. Luego comenta es alentador como utilizaste los verbos. No comprendo. Dijiste ¨no podía quererlo¨, usando el pretérito, sin embargo, con respecto al nene, empleaste el presente ¨merece¨; eso me hace pensar que quizá sentís que tu imposibilidad desapareció mientras que reconocés que los derechos de él siguen  vigentes. Ahora es ella la que se queda pensando. Desde el embarazo temí no poder quererlo. Gustavo busca su mirada. Recién al conseguirla, dice cuando era chiquita, ¿creías que tu mamá no te quería? No sé qué suponía en ese momento pero mirándolo retrospectivamente, es obvio que si me hubiera querido no se habría alejado de mí durante años. ¿Alguna vez le preguntaste los motivos? Ya te conté, los padres estaban enfermos. Ahora no sos una nena, sino una mujer inteligente con una profesión en tu haber, ¿seguís considerando que ese es un motivo plausible? Ella lo mira, parece sorprendida. Parecería  que no contesta en voz muy baja. Sin embargo, no te interesa conocer los reales motivos. Yo no dije eso lo corrige ella y luego de una larga pausa agrega asumo que la causa debe ser lo suficientemente dolorosa como para que hayan decidido ahorrármela. Pero a Benicio no logran engañarlo. Me parece que te estás desbarrancando. Tal vez el nene percibe la endeblez de tus cimientos  e intenta obligarte a abrir los ojos. Mariana se incorpora. Demasiadas hipótesis por el día de hoy; ¿estás seguro de que estás habilitado a decir cuanto pasa por tu imaginación?, ¿evaluás los costos de tus enunciaciones o solo pretendés lucirte ante vos mismo? Mariana busca la cartera. Nos vemos el miércoles anuncia y  se dirige a la salida. Gustavo, desconcertado,  la sigue, pero la puerta se abre y se cierra antes de que él logre reaccionar.


Gustavo se apoya en la pared del pasillo y cierra los ojos. No, no sabe si está habilitado. Mariana tiene razón: está actuando movido por impulsos sin evaluar previamente las consecuencias de sus intervenciones. Por suerte Ana María no puede verme, piensa y resuelve que, por el momento, no le contará lo que está modificando en su consultorio. Suspira hondo y va hasta la cocina. Precisa un buen café. 

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