Pensé mucho en lo que dijiste admite Mariana. ¿A qué te referís? A la causa por la que mi
mamá me abandonó. ¿A qué conclusiones llegaste? Nada me cierra, se me confunden
las fechas, las situaciones; ya no sé cuándo nos vinimos a Buenos Aires, ni
cuándo regresó mamá. ¿Intentaste hablar con ella? Mariana lo observa. Parece perpleja. Yo no hablo con mi mamá. Sin embargo le
confías tu hijo. Solo cuando vengo acá; se lo dejo a las corridas y cuando lo
retiro, Benicio llora tanto, que imposibilita cualquier intercambio. Gustavo
sonríe. Tu hijo colabora con vos. Ella amaga empezar a hablar pero termina
riendo. Tenés razón, es un niño utilísimo
cuando se quiere evitar el diálogo. El miércoles pasado comentaste que el nene
había dormido toda la noche, ¿se repitió? Sí responde ella a condición de que me acueste con él. ¿Tu
marido protesta? ¡Qué va!, a esta altura lo único que le preocupa es poder
dormir tranquilo; no te olvides de que yo todavía no trabajo pero que él, cada
mañana a las seis y media, se tiene que levantar. Todos contentos, entonces.
Tengo que reconocer que también de día Benicio se está portando mejor. ¿Qué
significa portarse bien?, ¿no reclamar? Ya hemos hablado de este tema pero yo
no soy la madre Teresa de Calcuta; más allá del bienestar del nene pretendo,
mínimamente, tener vida propia. Claro, te debe resultar muy difícil entregarle
a tu hijo lo que suponés que tu madre no te dio. Lo que mi madre no me dio. No
sabés qué paso cuando eras bebé. Si me hubiera querido de bebé no hubiera
podido dejarme nunca. ¿Eso es lo que te preocupa? Mariana lo mira. ¿Temés que si te permitís amarlo nunca más puedas alejarte de él? Ella
se queda pensando un largo rato. Tenés
razón admite me da terror depender de
alguien. Los soldados no pueden permitirse debilidades. Ella lo mira fijo y
luego pregunta si puede ir al baño. Te
quería comunicar que en enero no voy a atender comenta Gustavo en cuanto
ella regresa. ¿¡Cómo!?, ¿así me lo decís?
A Gustavo lo sorprende la crispación de su rostro. Quizá debería habértelo advertido antes, pero con el tema de mi hija
los días se me fueron pasando se justifica e inmediatamente se arrepiente
de las explicaciones. Deberías haberlo pensado antes de levantar
el avispero; me hacés zambullir en la mierda de mi infancia y dentro de una
sesión te mandás a mudar. Gustavo reconoce que el razonamiento es válido.
No tuvo en cuenta los tiempos en la organización de sus estrategias
terapéuticas. No tuve en cuenta nada, piensa, me largué a la pileta sin medir
los riesgos. Si me necesitás podríamos,
eventualmente, seguir trabajando; en
realidad no me voy de vacaciones. Yo
no necesito a nadie declara ella, terminante solo que me fastidia tu falta de profesionalidad. Él podría
explicarle que es la primera vez que tiene que contemplar las vacaciones desde
que tiene consultorio pero solo calla. Perdoname dice Mariana luego de una
largo rato es que odio sentirme
vulnerable sonríe y agrega y no me
vengas con lo del soldado. Te pido que durante esta semana pienses en si
precisás que, de alguna manera, continuemos con estos encuentros; quizás enero
te venga bien para intentar acercarte a tu madre o a tu padre; clarificar tu
infancia es el punto fundamental. ¡No trates de convencerme, encima, de que me
abandonás por mi propio bien! exclama ella, sonriendo mientras busca su
cartera y se incorpora.
Gustavo, mientras toma
un té, se plantea si las vacaciones deben extenderse al consultorio. Yo
disfruto atendiendo, piensa, por qué privarme de ello. Sería maravilloso ocuparse de sus pacientes a
tiempo completo; poder dedicar todas las
horas necesarias a evaluar el desarrollo de los distintos tratamientos, a
diseñar estrategias. Desde la enfermedad de la nena que no dedica a su
profesión más que las estrictas horas de las sesiones. Ya no llena las fichas,
no controla las sesiones con Ana María. Mariana tiene razón : falta de
profesionalismo puro. Sin embargo, siente que algo muy vivo y profundo surgió
en su consultorio. Suspira y se levanta para atender a Camilo.
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