domingo, 10 de agosto de 2014

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Hoy le dieron el alta a Martina inicia Gustavo la sesión. ¿A dónde la llevaron? A Gustavo le extraña la pregunta. A casa, por supuesto contesta. ¿Quién va a cuidarla? Entre todos. ¿Quiénes son todos? Yo, en primer lugar; Juana viene todos los días y además está mi vieja y Cecilia, claro. O sea que Cecilia se va a instalar en su casa. Yo no estoy diciendo eso. ¿Cuidará a la nena a control remoto? Gustavo hace un gesto de fastidio. No estoy de humor para bromas. Es una característica suya obviar las situaciones hasta que se le imponen. Gustavo recuerda las advertencias de Ana María y su confusión ante el intempestivo regreso de Cecilia. ¿Cecilia está en su casa ahora? Sí. ¿Qué sucederá cuando usted llegue? Gustavo se queda desconcertado. Todavía no lo pensé admite. Es una buena oportunidad comenta ella. Supongo que Cecilia se irá en cuanto yo llegue. Ajá comenta ella. ¿Qué cree usted que debería hacer yo? pregunta él sumamente irritado. La sonrisa de Ana María aumenta su fastidio. No importa lo que yo crea sino lo que usted sienta. Soy un imbécil, piensa Gustavo, llevé más agua para su molino. Como si yo supiera lo que siento admite. Solo intento conectarlo con sus auténticos sentimientos para que, cuando llegue el momento de actuar, no sea solo producto de sus impulsos. Tiene razón acepta a su pesar cuando estoy con ella trato de congelarme; habría sido imposible atravesar  la enfermedad de la nena si, además de la angustia por ella, hubiera estado pendiente de lo que Cecilia me generaba. Sin embargo la crisis ya pasó insiste Ana María y por lo que usted relata pudieron atravesarla codo a codo. Los ojos de Gustavo se llenan de lágrimas. Ana María agrega ¿qué sintió por ella durante todos estos días? Admiración es la primera palabra que acude a su mente noches y noches sin dormir, llorando entre mis brazos en un instante y en el siguiente sonriendo frente a la nena; siempre pendiente de Nacho  hace una pausa, le duele decirlo siempre pendiente de mí; hoy, por ejemplo, mientras desayunábamos en la clínica me preguntó por mi consultorio; yo le comenté que tenía ganas de dedicarme a tiempo completo y ella me dijo que ahora ganaba muy bien y que podía hacerse cargo de los gastos de los chicos mientras yo iba consiguiendo más pacientes. Quizá Cecilia considera que llegó el momento de que ella asuma sus responsabilidades. Él se yergue en el sillón. ¿Qué quiere decir? Tal vez ella reconoce que al imponerle una familia lo obligó a relegar su profesión y quiere, ahora, ayudarlo a recuperar el tiempo perdido. Gustavo esconde la cabeza entre las manos esta de ahora es la Cecilia de siempre, no sé qué mierda le pasó todos estos meses. Ana María le ofrece agua. Beben. ¿Evaluó aceptar su ofrecimiento? Ocurrió esta mañana, todavía no tuve oportunidad para pensar. La tiene ahora. Él la mira, confuso. ¿Usted considera que tengo que aceptar? Ana María agita la cabeza. No insista. Gustavo, no es una decisión que me competa, no soy yo la involucrada. Él experimenta una suerte de vértigo. Como si el cuerpo se le hubiera llenado de aire y comenzara a ascender. No me puedo ver de otra manera que yendo a la fábrica todas las mañanas.  Protestando  dice ella y ante las cejas levantadas de él añade usted bien sabe que todo mal tiene sus beneficios secundarios sonríe ampliamente y dictamina dejamos aquí por hoy. Él trastabilla al levantarse.

Gustavo, la mano sobre la llave, no se decide  a girarla. Abrumador descubrir que tiene el poder de modificar su vida. Tanto más fácil atribuir a otros la responsabilidad. Cómo puede ser que sus pacientes, por momentos, le resulten transparentes y que sea incapaz de mirarse a sí mismo con sinceridad. Pone el auto en contacto. Busca entre los CD y elige uno. Arranca. Cuadras después decide encender el reproductor. No debemos de pensar que ahora es diferente. 

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