Hoy le dieron el alta a Martina inicia Gustavo la
sesión. ¿A dónde la llevaron? A
Gustavo le extraña la pregunta. A casa,
por supuesto contesta. ¿Quién va a
cuidarla? Entre todos. ¿Quiénes son todos? Yo, en primer lugar; Juana viene
todos los días y además está mi vieja y Cecilia, claro. O sea que Cecilia se va
a instalar en su casa. Yo no estoy diciendo eso. ¿Cuidará a la nena a control
remoto? Gustavo hace un gesto de fastidio. No estoy de humor para bromas. Es una característica suya obviar las
situaciones hasta que se le imponen. Gustavo recuerda las advertencias de
Ana María y su confusión ante el intempestivo regreso de Cecilia. ¿Cecilia está en su casa ahora? Sí. ¿Qué
sucederá cuando usted llegue? Gustavo se queda desconcertado. Todavía no lo pensé admite. Es una buena oportunidad comenta ella. Supongo que Cecilia se irá en cuanto yo
llegue. Ajá comenta ella. ¿Qué cree usted
que debería hacer yo? pregunta él sumamente irritado. La sonrisa de Ana
María aumenta su fastidio. No importa lo
que yo crea sino lo que usted sienta. Soy un imbécil, piensa Gustavo, llevé
más agua para su molino. Como si yo
supiera lo que siento admite. Solo
intento conectarlo con sus auténticos sentimientos para que, cuando llegue el
momento de actuar, no sea solo producto de sus impulsos. Tiene razón acepta
a su pesar cuando estoy con ella trato de
congelarme; habría sido imposible atravesar
la enfermedad de la nena si, además de la angustia por ella, hubiera
estado pendiente de lo que Cecilia me generaba. Sin embargo la crisis ya pasó insiste
Ana María y por lo que usted relata
pudieron atravesarla codo a codo. Los ojos de Gustavo se llenan de
lágrimas. Ana María agrega ¿qué sintió
por ella durante todos estos días? Admiración es la primera palabra que
acude a su mente noches y noches sin
dormir, llorando entre mis brazos en un instante y en el siguiente sonriendo
frente a la nena; siempre pendiente de Nacho hace una pausa, le duele decirlo siempre pendiente de mí; hoy, por ejemplo,
mientras desayunábamos en la clínica me preguntó por mi consultorio; yo le
comenté que tenía ganas de dedicarme a tiempo completo y ella me dijo que ahora
ganaba muy bien y que podía hacerse cargo de los gastos de los chicos mientras
yo iba consiguiendo más pacientes. Quizá Cecilia considera que llegó el momento
de que ella asuma sus responsabilidades. Él se yergue en el sillón. ¿Qué quiere decir? Tal vez ella reconoce que
al imponerle una familia lo obligó a relegar su profesión y quiere, ahora,
ayudarlo a recuperar el tiempo perdido. Gustavo esconde la cabeza entre las
manos esta de ahora es la Cecilia de
siempre, no sé qué mierda le pasó todos estos meses. Ana María le ofrece
agua. Beben. ¿Evaluó aceptar su
ofrecimiento? Ocurrió esta mañana, todavía no tuve oportunidad para pensar. La
tiene ahora. Él la mira, confuso. ¿Usted
considera que tengo que aceptar? Ana María agita la cabeza. No insista. Gustavo, no es una decisión que
me competa, no soy yo la involucrada. Él experimenta una suerte de vértigo.
Como si el cuerpo se le hubiera llenado de aire y comenzara a ascender. No me puedo ver de otra manera que yendo a
la fábrica todas las mañanas. Protestando dice ella y ante las cejas levantadas de él
añade usted bien sabe que todo mal tiene
sus beneficios secundarios sonríe ampliamente y dictamina dejamos aquí por hoy. Él trastabilla al
levantarse.
Gustavo, la mano sobre
la llave, no se decide a girarla.
Abrumador descubrir que tiene el poder de modificar su vida. Tanto más fácil
atribuir a otros la responsabilidad. Cómo puede ser que sus pacientes, por
momentos, le resulten transparentes y que sea incapaz de mirarse a sí mismo con
sinceridad. Pone el auto en contacto. Busca entre los CD y elige uno. Arranca.
Cuadras después decide encender el reproductor. No debemos de pensar que ahora es diferente.
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