Estuve hablando con mi tío Raúl dice Joaco luego de charlar
durante un buen rato de las cuatro materias que se lleva a examen. ¿Sobre qué? averigua Gustavo. Le pregunté de cuando eran chicos; me contó
que el abuelo era muy severo, superexigente y que su favorito era mi viejo; el
tío era como yo, el de repuesto, será por eso que siempre nos entendimos. ¿El
de repuesto?, ¿Raúl lo dijo? No, yo. ¿Qué significa? El chico baja la vista. Me da vergüenza contarte. Gustavo en silencio, espera. Cuando era chico pensaba que si mi hermano
se moría me iban a prestar atención a mí; que lo habían tenido a él cuando se
dieron cuenta de que yo venía fallado; mirá lo que te digo, soy un pelotudo.
¿Intentaste hablar con tu padre? Él no puede entenderme; él forma parte de los
de arriba, de los que en todo son de diez. No creo que para tu padre haya sido
fácil cumplir con las exigencias paternas; no es sencillo hacer siempre todo
bien. El chico lo mira con atención. ¿De
veras creés eso? Sí, preguntáselo a él; Raúl nunca sabrá lo que es estar en ese
sitio; sería interesante que también intentaras conversar con tu hermano;
ningún lugar es fácil en una familia. Se van a reír de mí. Quizá se sientan
aliviados de poder compartir con otro sus propios padecimientos. Joaquín se
queda un largo rato en silencio. Lo voy a
pensar dice.
En casa de herrero, cuchillo de palo. Nunca más cierto un
dicho. Jamás charló con su padre.
Comparte con él nueve horas diarias desde hace quince años y sin embargo no
tiene la más remota idea de qué pasa por la cabeza de su viejo. Pobre Joaco, le
está exigiendo a los diecisiete lo que él a sus treinta y cinco es incapaz de
encarar. Recuerda a Ana María. Ella lo está cercando. Quizá no vaya hoy. Quiere
regresar más temprano para ver cómo se organiza con Martina. No seas pelotudo,
Gustavo, se dice, lo que tenés es miedo.
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