Gustavo se sorprende de que el perro no acuda a recibirlo. Cecilia lo saluda desde la cocina. Él responde hola mientras se dirige al living. La mesa puesta para cuatro. Por suerte se fue mi suegra, piensa. Mi exsuegra, se corrige. ¡Vení, papi! lo convoca Martina desde el pasillo de los dormitorios. En un extremo Nacho, en el otro Lacán, Martina camina desde uno hasta el otro. Estoy practicando explica me dijo Grieco que tengo que ejercitar los músculos; por las dudas que me caiga, ellos me cuidan. Gustavo experimenta un cúmulo de emociones imposibles de decodificar. Besa a sus hijos y acaricia al perro. Martina se abraza a su cintura. ¡Qué bueno que viniste, ya estamos todos juntos! Regresa su sensación de que todo es un manejo de la nena pero se arrepiente al instante. Inconmensurable el costo para ella. Voy a lavarme las manos informa. Mientras se seca las manos escucha la voz de Cecilia. ¡A comer!, ¡rápido que se enfría! Gustavo no necesita que lleguen las fuentes para adivinar el menú. ¡Me hiciste el pollito, mami! ¡Hoy es un gran festejo!, ¡te tenemos en casa! Gustavo recuerda a Ana María y experimenta un ligero mareo. La abuela Susana me dijo que muchos pensaban que se iba acabar el mundo porque es el doce del doce del doce ¡pero por suerte no pasó nada! comenta la nena. Solo que los pelotudos de los bosteros decretaron que es el día internacional del hincha de Boca, ¡qué mierda se creen! ¡Nacho! lo reta Cecilia ¿qué es esa manera de hablar? Por qué no dejarse estar, disfrutar del instante. Ni el mañana tan incierto nos ha preocupado. Papi, ¿en dónde estás? interrumpe la nena sus pensamientos. Cuando levanta la vista del plato se topa con los ojos de Cecilia. Haciendo un esfuerzo se involucra en la conversación. Observa a Cecilia. Como pez en el agua, piensa y le molesta. Porque necesita reafirmarse en su rol ordena ¡a la cama, Martina!, ya tuviste demasiado baile por hoy. La nena se levanta de la mesa refunfuñando. Llevo los platos a la cocina y voy a ayudarte le dice Cecilia. Dejá, me ocupo yo la frena él, sin poder determinar qué lo pone más incómodo, si verla adueñarse de la cocina o de sus propios hijos. ¿Incómodo o celoso? Está terminando de lavar los platos cuando Cecilia entra a la cocina. Martina me pidió que me quedara dice. Ana María se lo advirtió, los hechos lo están asaltando sin que él tenga posición tomada. Gustavo cierra la canilla y se seca las manos. Pone el agua para hacer el café. ¿Me escuchaste? insiste ella. Gustavo siente una llamarada de rabia. Las dos lo ponen entre la espada y la pared. ¿Qué puede decir?, ¿tiene alguna opción? Resopla. También es incómodo para mí admite Cecilia. Él se encoge de hombros y levanta ambas palmas. Aunque sea por esta noche; yo tampoco me iba a ir tranquila. ¿Pensás que no puedo ocuparme de ella?, hace unos meses no consideraste lo mismo necesita él herirla. Cecilia cierra los ojos un instante y a Gustavo le da tanta pena. Entiendo tu rabia, tenés todo el derecho del mundo; valoro enormemente lo que hiciste por ellos, pero, ¿sabés una cosa?, yo tampoco me animaría a quedarme sola con Martina esta noche se abraza con ambas manos y añade tengo miedo. ¿Por la profecía maya? dice él con una sonrisa, intentando aflojar la situación. Desde que se enfermó que casi no duermo; en cuanto apago la luz empiezo a tener un miedo que poco a poco se va convirtiendo en terror; cuando me quedaba en la clínica, mil veces me levantaba para ver si respiraba; solo me aliviaba cuando entraban las enfermeras que me confirmaban que todo estaba bien; tantas veces creí que se nos moría, Gustavo. Nunca me dijiste nada. Lo único que te faltaba era hacerte cargo de mi pánico. Él gira porque no resiste mirarla. ¿Te sirvo un café? propone. Dale acepta ella mientras busca las tazas. ¿Me puedo quedar, entonces? Él asiente con la cabeza. Le voy a avisar a la nena y vuelvo.
Gustavo se levanta para ir al baño. Hizo mal en tomar tanto café. Orina y, cuando sale, recorre el pasillo. La puerta de Nacho, cerrada. Martina, el velador encendido, duerme. Está por retroceder cuando avanza hacia el living. Cecilia tampoco apagó la lámpara. Gustavo se recuesta en el marco de la puerta y la observa. Las dos manos bajo la almohada, la mejilla izquierda apoyada, la boca entreabierta. Gustavo cierra los ojos. Le duelen las manos de ganas de tocarla.
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