martes, 26 de agosto de 2014

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Miércoles 26 de diciembre
Gustavo, adormilado, palpa la cama. Se incorpora bruscamente. Nueve y cuarenta y cinco en su reloj. Se levanta de un salto. Quedó a las diez con Santiago. No se siente bien. Recuerda el vithel toné, la sidra y el pan dulce y se incrementan sus naúseas. Va hasta el baño y toma un digestivo. En la cocina lo recibe Juana. ¿cómo pasó la nochebuena? pregunta él. Tranquila, en casa con mi marido y los chicos, no es noche para trasladarse; ayer almorzamos en lo de mi madre; ¿le preparo un café? No, ya salgo, cualquier cosa me llaman  indica él.


¡Feliz navidad! lo recibe Santiago, en la mesa contra la ventana. Van Gogh está extrañamente vacío, dada la hora. Gustavo se sienta, bostezando. ¿Resaca? Le pregunta su amigo. Indigestión, solo un par de copas de sidra. Yo me tomé todo; pasé la nochebuena en la casa de Marisa. ¿Cómo te fue? De diez; son cuatro hermanos y quichicientos sobrinos. Te veo mal comenta Gustavo. ¿Por qué? Hasta que Marisa no te encaje media docena de críos no parará. Ambos ríen. La vieja se puso furiosa continúa Santiago primera Nochebuena sin su hijito; compensé dedicándoles todo el 25, sin Marisa, obvio, para calmar las aguas ríe ¿y vos? Nochebuena pasamos en lo de mi madre; el 25 almorzamos en lo de mi viejo y  cenamos con la familia de Cecilia. ¿Cómo es eso? inquiere Santiago con el ceño fruncido. Estás muy atrasado de noticias dice Gustavo girando para llamar al mozo esperá que me pido algo. Dale, largá, no te hagas el interesante reclama Santiago cuando llega el té. Sabés que Cecilia se estaba quedando en casa por pedido de la nena. Sí, pero el miércoles pasado me dijiste que era la última noche. Gustavo baja la vista. No me digas nada, soy capaz de adivinarlo, para festejar que era la última noche terminaron durmiendo en la misma cama. Gustavo calla. ¿Acerté? y como Gustavo no reacciona Santiago agrega estaba cantado, en esas circunstancias solo era cuestión de tiempo; ¿sigo adivinando o me contás? Vos todo lo trivializás dice Gustavo, irritado. ¿Querés que traiga unos violines así todo suena más romántico? Gustavo amaga con levantarse. Santiago lo retiene con una mano sobre el brazo. ¡Qué poco sentido del humor!, tu problema es que te tomás la vida demasiado en serio. Y el tuyo que seguís boludeando a los treinta y cinco años. Quedate tranquilo, Marisa ya me echó el lazo, pero ¡quién me quita lo bailado!  Gustavo, a su pesar, termina sonriendo. Lo vamos a intentar, Santiago, los chicos se lo merecen; todo es muy raro, ¿me querés creer que ninguno de los dos preguntó por qué Cecilia no seguía durmiendo en el living?; todavía no hablamos con ellos, ni siquiera hablamos demasiado entre nosotros, nos estamos dejando llevar; veremos cómo resulta. Santiago levanta el vasito con agua y lo choca con el de Gustavo. Brindo por los cuatro, pero sobre todo brindo por vos; Cecilia no es mujer para perderla; además, qué otra va a bancar que yo sea tu amigo del alma. Gustavo le empuja el hombro hacia atrás. Mirá que sos pelotudo dice.  Ambos ríen.

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