Mientras sube las escaleras, detrás de ella, Gustavo
se pregunta qué es lo que cambiará. Como atender la puerta en piyama, piensa. Y
sonríe, sonríe a solas mientras asciende el último escalón. Ana María cierra la puerta. Con levedad, evalúa Gustavo, todo en
ella es delicado. Se sienta y la mira, ligeramente turbado. ¿De qué tengo que hablar? pregunta, sonriendo. Las manos de ella describen un
semicírculo. Es extraña la situación; me
siento busca la palabra que se le escapa desprotegido. ¿Cómo es eso? Como estar en la escribanía a punto de
firmar un poder general, ¿De qué poderes estaría invistiéndome? Recién, cuando
subía me vi a mí mismo en piyama confiesa él, sonriendo. Es una imagen peculiar, ¿qué representa para
usted el piyama? Lo que somos, sin corbata, sin perfume, sin ropa interior contesta
Gustavo. Sería maravilloso si pudiéramos
iniciar este nuevo espacio desde allí. No cantemos victoria replica él es doblemente difícil para mí; necesito que
me respete como profesional y estoy a punto de darle carta blanca para que conozca
mis miserias. Todavía está a tiempo, Gustavo dice ella, muy seria quizá su propuesta de la semana pasada
surgió en un momento de… confusión interna del cual ha logrado sobreponerse. Él
apoya los codos en las rodillas y se sostiene la cabeza. Suelo citar una frase de Proust, decía algo así como que las decisiones importantes de la vida siempre
se toman en estados de ánimo pasajeros busca las palabras agitando las
manos, las palmas hacia arriba, los dedos extendidos soy un ovillo de inquietudes. Será
cuestión de empezar a desovillarlo ella sonríe ¿por dónde empezamos? Cecilia se fue dice él al tiempo que se
endereza y cruza los brazos ayer se fue y
nos dejó. ¿Cómo lo dejó a usted? Con bronca admite Gustavo todavía no logro convencerme; dejó a los pibes, los abandonó. Que se
haya ido no significa que los haya abandonado. Las palabras de Cecilia comenta
él, irritado ¿las mujeres establecen un
pacto secreto de defensa mutua? No la estoy defendiendo aclara Ana María solo considero que ir unos meses a trabajar
no significa que haya abandonado a sus hijos. ¿Tampoco a mí? replica, sumerge
la cabeza entre las dos manos y agrega evidentemente
hoy no tengo paciencia, ¿y sabe qué? se descubre la cara todo el tiempo me pregunto en qué fallé. ¿Y
qué se contesta? No lo sé, mi vida es mi familia, más allá de algún café con
Santiago, no viví más que para laburar por
ellos; tengo treinta y cinco años, Ana María, y hace catorce que vivo para
ella. Hace un hijo que vive para ella. Gustavo se endereza contra el
respaldo. ¿Cómo dice? Su hijo tiene
catorce años, ¿o me equivoco? Acaba de cumplirlos admite él hoy a la hora del desayuno lo miré y fue
como si lo viera por primera vez; ya no es un nene; fue muy raro, yo los
desperté, yo les preparé el Nesquik, yo los llevé al colegio; como descubrir
una vida paralela que se vivía en mi casa sin mí. ¿Mientras usted dormía? Gustavo se queda mirándola. ¿Hace
catorce años que Cecilia se ocupa de todo eso antes de ir a trabajar mientras
usted duerme? Es que antes ella no trabajaba. ¿Hace cuánto? Gustavo se
queda haciendo cuentas. Sí, cuando
Martina entró al jardín. Ocho años informa,
ligeramente avergonzado, carraspea y consulta ¿le puedo contar sobre mi consultorio? Ana María sonríe, con desdén, califica
Gustavo, y dice por supuesto. Solo con
usted puedo compartirlo. No necesita disculparse aclara ella. Es
sobre Daniela anticipa y luego le sintetiza
la sesión. ¿Por qué dio por hecho
que Daniela defiende a Lucas de Ariel como su madre la defendió de su padre si
ella no dijo nada que lo habilitara? Gustavo queda desconcertado. Se me ocurrió hacer esa construcción, ¿está
mal? Lo mismo con respecto al fantasma del alcoholismo, si bien es interesante,
al vincularlo tan rápido con Lucas, en lugar de desplegar el conflicto puede inducir a que lo suprima. Gustavo se desmorona. Quisiera cerrar los ojos y abrirlos
hace quince años. Recuerda a Kundera. Su vida entonces era leve. Dejamos acá indica Ana María
incorporándose. En el momento de despedirse Gustavo informa Camilo fue a la fiesta. Lo suponía comenta
ella, sonriendo.
Ni bien sube al auto, busca su teléfono. Hola, mamá, no sabía que estabas. Sí contesta su madre me pidió Martina que viniera; llegué a las ocho; le dije a Juana que podía irse,
¿hice mal? Hiciste bien, en media hora estoy por allí, ¿hace falta algo? Arranca.
Maneja despacio, buscando una confitería abierta. A su madre le encantan los
bombones de fruta.
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