viernes, 25 de octubre de 2013

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Mientras sube las escaleras, detrás de ella, Gustavo se pregunta qué es lo que cambiará. Como atender la puerta en piyama, piensa. Y sonríe, sonríe a solas mientras asciende el último escalón. Ana María cierra la puerta. Con levedad, evalúa Gustavo, todo en ella es delicado. Se sienta y la mira, ligeramente turbado. ¿De qué tengo que hablar? pregunta,  sonriendo. Las manos de ella describen un semicírculo. Es extraña la situación; me siento busca la palabra que se le escapa desprotegido. ¿Cómo es eso? Como estar en la escribanía a punto de firmar un poder general, ¿De qué poderes estaría invistiéndome? Recién, cuando subía me vi a mí mismo en piyama confiesa él, sonriendo. Es una imagen peculiar, ¿qué representa para usted el piyama? Lo que somos, sin corbata, sin perfume, sin ropa interior contesta Gustavo. Sería maravilloso si pudiéramos iniciar este nuevo espacio desde allí. No cantemos victoria replica él es doblemente difícil para mí; necesito que me respete como profesional y estoy a punto de darle carta blanca para que conozca mis miserias. Todavía está a tiempo, Gustavo dice ella, muy seria quizá su propuesta de la semana pasada surgió en un momento de… confusión interna del cual ha logrado sobreponerse. Él apoya los codos en las rodillas y se sostiene la cabeza. Suelo citar una frase de Proust, decía algo así como que  las decisiones importantes de la vida siempre se toman en estados de ánimo pasajeros busca las palabras agitando las manos, las palmas hacia arriba, los dedos extendidos soy un ovillo de inquietudes. Será cuestión de empezar a desovillarlo ella sonríe ¿por dónde empezamos? Cecilia se fue dice él al tiempo que se endereza y cruza los brazos ayer se fue y nos dejó. ¿Cómo lo dejó a usted? Con bronca admite Gustavo todavía no logro convencerme; dejó a los pibes, los abandonó. Que se haya ido no significa que los haya abandonado. Las palabras de Cecilia comenta él, irritado ¿las mujeres establecen un pacto secreto de defensa mutua? No la estoy defendiendo aclara Ana María solo considero que ir unos meses a trabajar no significa que haya abandonado a sus hijos. ¿Tampoco a mí? replica, sumerge la cabeza entre las dos manos y agrega evidentemente hoy no tengo paciencia, ¿y sabe qué? se descubre la cara todo el tiempo me pregunto en qué fallé. ¿Y qué se contesta? No lo sé, mi vida es mi familia, más allá de algún café con Santiago, no viví más que para laburar  por ellos; tengo treinta y cinco años, Ana María, y hace catorce que vivo para ella. Hace un hijo que vive para ella. Gustavo se endereza contra el respaldo. ¿Cómo dice? Su hijo tiene catorce años, ¿o me equivoco? Acaba de cumplirlos admite él hoy a la hora del desayuno lo miré y fue como si lo viera por primera vez; ya no es un nene; fue muy raro, yo los desperté, yo les preparé el Nesquik, yo los llevé al colegio; como descubrir una vida paralela que se vivía en mi casa sin mí. ¿Mientras usted dormía?  Gustavo se queda mirándola.  ¿Hace catorce años que Cecilia se ocupa de todo eso antes de ir a trabajar mientras usted duerme? Es que antes ella no trabajaba. ¿Hace cuánto? Gustavo se queda haciendo cuentas.  Sí, cuando Martina entró al jardín. Ocho años informa, ligeramente avergonzado, carraspea y consulta ¿le puedo contar sobre mi consultorio?  Ana María sonríe, con desdén, califica Gustavo, y dice por supuesto. Solo con usted puedo compartirlo. No necesita disculparse aclara ella.  Es sobre Daniela anticipa y luego le sintetiza  la sesión. ¿Por qué dio por hecho que Daniela defiende a Lucas de Ariel como su madre la defendió de su padre si ella no dijo nada que lo habilitara? Gustavo queda desconcertado. Se me ocurrió hacer esa construcción, ¿está mal? Lo mismo con respecto al fantasma del alcoholismo, si bien es interesante, al vincularlo tan rápido con Lucas, en lugar de desplegar el conflicto puede inducir a que lo suprima. Gustavo se desmorona. Quisiera cerrar los ojos y abrirlos hace quince años. Recuerda a Kundera. Su vida entonces era leve. Dejamos acá indica Ana María incorporándose. En el momento de despedirse Gustavo informa Camilo fue a la fiesta. Lo suponía comenta ella, sonriendo.


Ni bien sube al auto, busca su teléfono. Hola, mamá, no sabía que estabas. Sí  contesta su madre me pidió Martina que viniera; llegué a las ocho; le dije a Juana que podía irse, ¿hice mal? Hiciste bien, en media hora estoy por allí, ¿hace falta algo? Arranca. Maneja despacio, buscando una confitería abierta. A su madre le encantan los bombones de fruta.

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