Miércoles
19
El despertador hiere sus oídos. Gustavo enciende el
velador. Se despereza. Se sienta en la cama buscando fuerzas para levantarse.
Recién logró dormirse a las tres, ¿cómo enfrentará su día? Lacán le lame los dedos de los pies. Él lo
empuja con violencia. El perro se va agachando la cabeza, la cola entre las
patas. Pobrecito, piensa Gustavo, pero no tiene energías para llamarlo. Va al
baño. Orina largamente. Se mira en el espejo. ¿Me afeito antes o después?, se
pregunta. Instantes después la maquinita se desliza por sus mejillas. Luego va
al cuarto de la nena. Levanta las cortinas. Se sienta en la cama y le hace cosquillas. Un rato más, mami pide Martina, tapándose con la frazada.
Gustavo inspira profundamente. Que abra
los ojos mi muñequita pide. La nena se incorpora con presteza. Papi,
¡sos vos! Martina se levanta. Sobre la silla la ropa de gimnasia que
Cecilia dejó preparada. Gustavo abre la puerta del cuarto de su hijo. Desde
allí indica arriba, Nacho. Como no
obtiene respuesta insiste arriba, hijo.
Ya voy contesta el chico sin abrir los ojos. Gustavo se dirige a la cocina.
Controla la lista adherida a la heladera. Nesquik tibio para Martina, frío para
Nacho. Introduce dos rebanadas de pan en la tostadora, él desayunará con
Santiago. Minutos después los tres están sentados a la mesa de la cocina. ¿Me hacés otra, papi?, con frutilla pide
Martina. Come la mía dice Nacho no tengo hambre. Gustavo entonces lo
mira. El pelo rubio, revuelto, los ojos con sueño. Qué lindo está. Se parece
tanto a ella, piensa. Siente el impulso de acomodarle el cabello pero lo reprime. Ya es demasiado
grande.
Se fue ayer
a la tarde informa Gustavo.
Santiago traga un trozo de medialuna. Con la boca aún llena pregunta ¿cómo fue la despedida? No sé; por una vez
preferí estar en la fábrica que en casa; ¨acompañala a Ezeiza¨ me insistía mi
viejo. Le contaste que se iba. Sí, pero solo por el trabajo; lo mismo que a mi
madre, pero me parece que ella mucho no se lo traga. ¿Cómo estás? Aliviado, la última
semana fue insoportable; me fui a dormir al living. ¿Qué le dijiste a los
chicos? Que tenía trabajo para hacer y que no quería despertar a la mamá; odio
mentirles, mirá que sicólogo trucho; es que no soy yo el que tiene que dar
explicaciones; cuando Cecilia regrese será la encargada de dar la cara; es una
hija de puta, los dejó así, sin más Gustavo mira el reloj tengo curso explica justo en miércoles me toca debutar de hombre orquesta; en fin Gustavo llama al mozo subordinación y valor.
Gustavo participa activamente de la clase. Sí, está
mejor. Le sobreviene una punzante lucidez. El profesor parece sorprendido. Habrá
creído que yo era un imbécil, piensa Gustavo. Al salir lo deslumbra el
espléndido mediodía de invierno. Hoy es
el primer día del resto de mi vida. Qué lugar común. Aunque en realidad,
sí. Su vida cambió. No tengo mujer, se dice y después piensa que le sacaron
algo. La costilla de Adán. Se llevó mi costilla, decide, por eso me duele el
pecho. La falta. Me falta. Cuando la conocí aún no estaba terminado. Ella me
modeló. Ella me sacó algo mío y rellenó el agujero con abrazos; me dio comida y
cobijo como la Edurne de Serrat.
Pollo al curry, sábanas perfumadas. Recuerda la primera vez. Estaban
estudiando en un bar y se cortó la luz.
Vayamos a casa, propuso él, sin recordar que había dejado todo hecho un
quilombo. Hacia allí fueron. En el ascensor comenzaron a besarse, hasta ahora
solo castos compañeros. Al llegar al décimo piso, ardían. Él fue al baño a
verificar la existencia de eventuales preservativos. Cuando salió, su casa ya
era otra. Ella era un hada que con su varita había hecho la cama con pericia de
enfermera, había recogido la ropa del piso y la había doblado sobre la silla.
Desde ese primer segundo, ella se había hecho cargo de él. A cambio de su
costilla, claro. Ella no tenía aún los diecinueve. Final de
neurofisiología. Y sobre las sábanas
prolijamente estiradas, para infinita sorpresa de él, ella dejó la huella de su
virginidad perdida. Se manchó hasta el colchón. Ella luego, aún desnuda, trató
con cepillito de uñas y jabón, arrodillada, de borrar los rastros. Fue inútil.
Quedó la aureola. Quizá por eso él nunca quiso cambiar esa cama, en la que
habían dormido juntos durante quince años. Como un pacto mágico. Tal vez ahora
desapareciera la mancha. Cuando volviera a su casa lo iba a verificar. Mil
momentos como este quedan en mi mente. Mira hacia arriba. Lo cobija el
techo verde de Melián. Pone la llave en la cerradura. Lleva en la mano una
bolsita con dos empanadas.
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