En cuanto abre la puerta, Martina llega corriendo con un vigilante en
la mano. Me lo estaba por comer pero te
lo guardé dice tendiéndoselo. Él la
toma por la cintura, la eleva y la hace girar. Dale, papi, comételo que ya
vamos a cenar. Él la baja. La nena le introduce la factura en la boca. No griten que estoy hablando por teléfono dice
Nacho a pasos de ellos. No te había visto
se disculpa Gustavo. Como de costumbre dice el chico y vuelve a
su conversación. Qué cagada, chabón, bueno, nos vemos mañana. Nacho corta y se mete en su habitación. Marti, poné la mesa indica Cecilia desde
la cocina. Él, masticando el vigilante gomoso, se deja caer en el sillón. Caída
libre, piensa mientras mira a la nena afanándose con platos y cubiertos.
Ya está la comida servida cuando aparece Nacho. ¿Averiguó Tomás cómo les fue en el trabajo
práctico? pregunta Cecilia. Seis informa
él sin mirarla mientras presiona el sifón.
¿Solo seis? comenta la nena. Al menos
aprobó dice Cecilia. No le enseñés a
conformarse con tan poco se irrita
Gustavo. Nacho se levanta de la mesa. ¡Hijo!
dice Cecilia y cuando escucha el portazo se levanta y va hacia el cuarto del chico. Están todos locos comenta Martina con la
boca llena. Él siente náuseas. El vigilante no casa con la tortilla, determina.
Gustavo se ducha y se pone el piyama. Duda antes de
salir del baño. No sabe qué decir. Entra al dormitorio. Vacío. Se dirige al
living igual de vacío y llega a la cocina. Cecilia está sirviendo café. Cerrá dice y dispone las tazas sobre la
mesita. Él se sienta. Ella, camisón, robe y chinelas, se ubica frente a él. Acá estamos dice. Sonríe y agrega perdoname por lo de esta mañana. Él la
mira, arqueando las cejas. Porque me fui.
Él se encoge de hombros, como si eso fuera lo importante. Está a punto de
preguntarle qué piensa hacer cuando repara en que eso sería habilitarla a que
considere que puede hacer lo que se le ocurra. ¿Cuáles son los límites de él?
Su madre no presentó opciones, adúlteros al paredón. ¿Qué estás pensando? pregunta ella. Porque las mujeres siempre
quieren saber en qué están pensando los hombres. Psicólogas sin licencia. Él no
contesta y apura el café. Está rico. Caliente, dulce y fuerte. Ella sabe cómo
le gusta el café. Ella sabe todo lo que a él le gusta. Hoy tuvimos reunión con la plana mayor informa, lo mira y ante su
falta de reacción continúa arrancamos el
veinte de este mes. Gustavo hace
cuentas, sí, hoy es cinco, exactos
quince días por delante. ¿Te vas, entonces? Ya te dije que sí, son solo
dos meses, después iré a la oficina nueva de aquí, en Puerto Madero. ¿Y los
chicos? Ella lo mira, parece
sorprendida. Si vos no querés hacerte cargo, los dejaré con
mamá; ya la consulté, está dispuesta a recibirlos. La indignación de Gustavo se desborda como la
espuma de un vaso de cerveza. Veo que ya tenés todo cuidadosamente planeado,
al margen de mí, soy solo un detalle. ¡Qué tonterías decís! lo desestima ella.
Hablaste con tu madre antes que conmigo,
¡¿pero qué te creés?!, ¿que somos figuritas que acomodás a tu antojo? La
cara de ella se va desarmando, piensa él, caen las comisuras, la nariz se
dilata, las cejas descienden. Hago lo que puedo dice. Lo
que querés la corrige él. No sé si es
lo que quiero, es lo que no puedo dejar de hacer y el temblor de su voz
delata la angustia. Él siente que la espuma baja. Me mueve una fuerza que no domino; ¿sabés lo que es por una vez en la
vida no tener miedo?; estoy dispuesta a tirarme de cabeza desde el trampolín.
¿A costa de nosotros tres? Ya no podía quererlos bien, Gustavo, quizá salvarme
sea la única manera en que puedo preservar el amor que les tengo. Que nos
tuviste. Que les tengo, son parte de mí. ¿A quién incluye tu plural? A los
chicos y a vos. ¿Así que me querés? él proyecta el labio inferior hacia
adelante extraña manera de demostrármelo.
Ella agita la cabeza, los cabellos
le cruzan la cara. Necesito irme primero por el trabajo, al que no estoy dispuesta a
renunciar dice y luego calla. ¿Y segundo? A partir de este momento de mi
vida no estoy dispuesta a renunciar a ninguna pasión; pocas veces el destino
nos ofrece la oportunidad de sentirnos demencialmente vivos y es un delito
dejarlos pasar; siempre midiendo los pasos, los actos, la plata, los tiempos,
las cuotas; el maldito fantasma de la seguridad, si me porto bien, si hago
todos los deberes, nada malo podrá sucederme; nada más que enmohecerme en el
intento; quién tiene comprada la vida, en qué momento pasamos al otro lado
mientras los sueños siguen postergados hasta que baje la inflación, hasta que
suban las propiedades, hasta que los chicos crezcan. Él ya no resiste y la
interrumpe veo que estás decidida a
resignarlos. Yo nunca los voy a abandonar, pero tampoco me voy a inmolar por
ellos. ¿Cuáles son tus planes? Me voy a Chile, me sumerjo por dos meses en mi
trabajo y pruebo qué ocurre con mi relación con Jorge; si funciona, adelante
con los faroles, sino, al menos lo intenté. Gustavo no puede creer lo que está escuchando,
la que está escuchando. ¿Dónde estaba metida esta mujer? Puede percibir la
tensión en cada músculo de ella. Vibra. Se
siente viejo de repente. Gastado, seco. Casi mineral. Aunque un agónico dolor
surge de sus entrañas y lo redime, devolviéndolo al reino de los humanos. ¿Y si
la relación no resulta pensás que aquí estaremos ansiosos por darte la bienvenida? Sé
que los chicos estarán, pase lo que pase siempre seguiré siendo su madre; no
necesito contártelo a vos, mirá la relación que tenés con tu papá. ¿Y yo? pregunta él,
agitado veo que ni figuro en el reparto. Ya no éramos
una pareja, Gustavo, dos buenos amigos, dos excelentes hermanos. Él siente
una patada directa a los testículos. Necesita ser brutal. ¿Dos hermanos que cojen un par de veces por
semana? Eso es fisiológico, Gus; de nuestro sexo rutinario a la pasión que
teníamos los primeros tiempos hay más distancia que de aquí a la Luna; no voy a
resignarme a los treinta y cuatro años;
voy a jugarme y si sale mal, será
cuestión de volver a empezar. No te reconozco. Pues deberías hacerlo, ya una
vez me viste así. Él la mira con sorpresa, ¿Cuándo? balbucea. Cuando quedé embarazada de Nacho. El techo
termina de aplastarlo. Las deudas no perimen. Daniela. Ana María.
En esta entrega estás evidenciando lo que los hombres siempre comentamos en el café. Cuando un hombre se enamora de otra mujer estando casado se enloquece de culpas pero cuando eso sucede a la inversa, como sucede con Cecilia: la mujer no tiene piedad, pudor ni compasión, no se guarda nada y te tira con toda la verdad desnuda aunque te arranque la piel...
ResponderEliminarQuizá porque la mayor parte de las veces, cuando una mujer engaña cuando considera que tiene motivos. Es el último recurso, Se siente justificada. Los hombres engañan cuando se sienten atraídos, independientemente de lo que le suceda con su mujer. Generalizacioes, por supuesto. Cada ser humano es diferente,
Eliminar