viernes, 4 de octubre de 2013

48

En cuanto abre la puerta,  Martina llega corriendo con un vigilante en la mano. Me lo estaba por comer pero te lo guardé dice tendiéndoselo. Él  la toma por la cintura, la eleva y la hace girar.  Dale, papi, comételo que ya vamos a cenar. Él la baja. La nena le introduce la factura en la boca. No griten que estoy hablando por teléfono dice Nacho a pasos de ellos. No te había visto se disculpa Gustavo.  Como de costumbre dice el chico y vuelve a su conversación.  Qué cagada, chabón, bueno, nos vemos mañana. Nacho corta y se mete en su habitación. Marti, poné la mesa indica Cecilia desde la cocina. Él, masticando el vigilante gomoso, se deja caer en el sillón. Caída libre, piensa mientras mira a la nena afanándose con platos y cubiertos.

Ya está la comida servida cuando aparece Nacho. ¿Averiguó Tomás cómo les fue en el trabajo práctico? pregunta Cecilia. Seis informa él sin mirarla mientras presiona el sifón. ¿Solo seis? comenta la nena. Al menos aprobó dice Cecilia. No le enseñés a conformarse con tan poco  se irrita Gustavo. Nacho se levanta de la mesa. ¡Hijo! dice Cecilia y cuando escucha el portazo se levanta  y va hacia el cuarto del chico. Están todos locos comenta Martina con la boca llena. Él siente náuseas. El vigilante no casa con la tortilla, determina.


Gustavo se ducha y se pone el piyama. Duda antes de salir del baño. No sabe qué decir. Entra al dormitorio. Vacío. Se dirige al living igual de vacío y llega a la cocina. Cecilia está sirviendo café. Cerrá dice y dispone las tazas sobre la mesita. Él se sienta. Ella, camisón, robe y chinelas, se ubica frente a él. Acá estamos dice. Sonríe y agrega perdoname por lo de esta mañana. Él la mira, arqueando las cejas. Porque me fui. Él se encoge de hombros, como si eso fuera lo importante. Está a punto de preguntarle qué piensa hacer cuando repara en que eso sería habilitarla a que considere que puede hacer lo que se le ocurra. ¿Cuáles son los límites de él? Su madre no presentó opciones, adúlteros al paredón. ¿Qué estás pensando? pregunta ella. Porque las mujeres siempre quieren saber en qué están pensando los hombres. Psicólogas sin licencia. Él no contesta y apura el café. Está rico. Caliente, dulce y fuerte. Ella sabe cómo le gusta el café. Ella sabe todo lo que a él le gusta. Hoy tuvimos reunión con la plana mayor informa, lo mira y ante su falta de reacción continúa arrancamos el veinte de este mes.  Gustavo hace cuentas, sí, hoy es cinco,  exactos quince días por delante.  ¿Te vas, entonces? Ya te dije que sí, son solo dos meses, después iré a la oficina nueva de aquí, en Puerto Madero. ¿Y los chicos?  Ella lo mira, parece sorprendida.  Si vos no querés hacerte cargo, los dejaré con mamá; ya la consulté, está dispuesta a recibirlos.  La indignación de Gustavo se desborda como la espuma de un vaso de cerveza.  Veo que ya tenés todo cuidadosamente planeado, al margen de mí, soy solo un detalle. ¡Qué tonterías decís! lo desestima ella. Hablaste con tu madre antes que conmigo, ¡¿pero qué te creés?!, ¿que somos figuritas que acomodás a tu antojo? La cara de ella se va desarmando, piensa él, caen las comisuras, la nariz se dilata, las cejas descienden.  Hago lo que puedo dice.  Lo que querés la corrige él. No sé si es lo que quiero, es lo que no puedo dejar de hacer y el temblor de su voz delata la angustia. Él siente que la espuma baja. Me mueve una fuerza que no domino; ¿sabés lo que es por una vez en la vida no tener miedo?; estoy dispuesta a tirarme de cabeza desde el trampolín. ¿A costa de nosotros tres? Ya no podía quererlos bien, Gustavo, quizá salvarme sea la única manera en que puedo preservar el amor que les tengo. Que nos tuviste. Que les tengo, son parte de mí. ¿A quién incluye tu plural? A los chicos y a vos. ¿Así que me querés? él proyecta el labio inferior hacia adelante extraña manera de demostrármelo.  Ella agita la cabeza, los cabellos le cruzan la cara.  Necesito irme primero por el trabajo, al que no estoy dispuesta a renunciar dice y luego calla.  ¿Y segundo?  A partir de este momento de mi vida no estoy dispuesta a renunciar a ninguna pasión; pocas veces el destino nos ofrece la oportunidad de sentirnos demencialmente vivos y es un delito dejarlos pasar; siempre midiendo los pasos, los actos, la plata, los tiempos, las cuotas; el maldito fantasma de la seguridad, si me porto bien, si hago todos los deberes, nada malo podrá sucederme; nada más que enmohecerme en el intento; quién tiene comprada la vida, en qué momento pasamos al otro lado mientras los sueños siguen postergados hasta que baje la inflación, hasta que suban las propiedades, hasta que los chicos crezcan. Él ya no resiste y la interrumpe veo que estás decidida a resignarlos. Yo nunca los voy a abandonar, pero tampoco me voy a inmolar por ellos. ¿Cuáles son tus planes? Me voy a Chile, me sumerjo por dos meses en mi trabajo y pruebo qué ocurre con mi relación con Jorge; si funciona, adelante con los faroles, sino, al menos lo intenté.  Gustavo no puede creer lo que está escuchando, la que está escuchando. ¿Dónde estaba metida esta mujer? Puede percibir la tensión en cada músculo de ella. Vibra. Se siente viejo de repente. Gastado, seco. Casi mineral. Aunque un agónico dolor surge de sus entrañas y lo redime, devolviéndolo al reino de los humanos.  ¿Y si la relación no resulta pensás que aquí estaremos ansiosos por darte la bienvenida? Sé que los chicos estarán, pase lo que pase siempre seguiré siendo su madre; no necesito contártelo a vos, mirá la relación que tenés con tu papá. ¿Y yo?  pregunta él, agitado  veo que ni figuro en el reparto. Ya no éramos una pareja, Gustavo, dos buenos amigos, dos excelentes hermanos. Él siente una patada directa a los testículos. Necesita ser brutal. ¿Dos hermanos que cojen un par de veces por semana? Eso es fisiológico, Gus; de nuestro sexo rutinario a la pasión que teníamos los primeros tiempos hay más distancia que de aquí a la Luna; no voy a resignarme a los treinta  y cuatro años; voy a jugarme y si  sale mal, será cuestión de volver a empezar. No te reconozco. Pues deberías hacerlo, ya una vez me viste así. Él la mira con sorpresa,  ¿Cuándo?  balbucea.  Cuando quedé embarazada de Nacho. El techo termina de aplastarlo. Las deudas no perimen. Daniela. Ana María.

2 comentarios:

  1. En esta entrega estás evidenciando lo que los hombres siempre comentamos en el café. Cuando un hombre se enamora de otra mujer estando casado se enloquece de culpas pero cuando eso sucede a la inversa, como sucede con Cecilia: la mujer no tiene piedad, pudor ni compasión, no se guarda nada y te tira con toda la verdad desnuda aunque te arranque la piel...

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    1. Quizá porque la mayor parte de las veces, cuando una mujer engaña cuando considera que tiene motivos. Es el último recurso, Se siente justificada. Los hombres engañan cuando se sienten atraídos, independientemente de lo que le suceda con su mujer. Generalizacioes, por supuesto. Cada ser humano es diferente,

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