jueves, 24 de octubre de 2013

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Daniela comenta que cambió de opinión, y cuando Gustavo ya está pensando: de nuevo, se va, agrega no voy a dejar el trabajo. ¿Cómo es eso? inquiere, aliviado. Mi mamá me contó que se había quedado muy mal, pero que las fuerzas no le daban; dijo que teníamos que encontrar una solución porque era imprescindible que yo siguiera trabajando; mientras tanto, mi jefe me hizo llamar, dijo que lamentaba muchísimo que me fuera, que cuál era el motivo; le conté que no podía estar fuera de casa tanto tiempo porque tenía un hijo autista, así se lo dije, nadie del trabajo lo sabía; me pidió que se lo dejara pensar y al día siguiente me ofreció trabajar tres días desde casa y dos en la oficina sin modificarme el sueldo; le di pena concluye. ¿Pena? pregunta Gustavo debés ser una empleada muy eficiente, seguramente confía en que trabajarás de manera responsable, aunque nadie te esté controlando. Daniela hace un gesto despectivo y comenta en cuanto se enteró, mamá ofreció ocuparse de Lucas los otros dos días y que, de última, si la situación se le ponía muy difícil, ella se encargaría de contratar a alguien para que la ayudara; recién ahí tomé conciencia del sacrificio que había hecho durante dos años y como me resistí a su propuesta, repitió que era imprescindible que yo trabajara; finalmente acepté, tiene razón. ¿No podrían vivir solo con el sueldo de tu marido? pregunta Gustavo. contesta ella deberíamos ajustarnos en muchas cosas, por eso te había dicho de dejar la terapia, pero sí, podríamos, Ariel tiene un buen sueldo y un trabajo muy estable en una empresa importante. ¿Por qué, entonces, sería imprescindible que trabajaras? Eso lo dijo mi mamá le aclara Daniela pregúnteselo  ella. ¿Y por qué te parece que puede haberlo dicho?  Ella eleva los hombros, sin embargo, al cabo de un rato contesta creo que tiene miedo de que mi marido me deje. ¿Tu mamá te hizo algún comentario al respecto? averigua. No, pero estoy segura de que lo piensa. ¿Y por qué tu marido habría de dejarte? Por Lucas contesta ella con energía mamá sabe que Ariel no lo quiere. ¿Tu madre te lo comentó? No, pero es fácil darse cuenta. Gustavo se queda reflexionando y luego comenta es interesante, ponés en la cabeza de tu mamá tus propios pensamientos; me parece que sos vos la que teme ser abandonada. Daniela se queda en silencio un largo rato y luego comenta cuando estuve en Ramsay vi varias mujeres que habían sido abandonadas. Sí  recuerda Gustavo comentaste la de la chiquita Down. Lucas solo me tiene a mí  dice Daniela con convicción yo debo ser capaz de cuidarlo y de mantenerlo. Lucas no te tiene solo a vos la corrige él tu madre lo cuida desde que nació y, que yo sepa, Ariel sigue estando a tu lado. Pero no al lado del nene aclara ella elevando la voz. ¿No contemplás la posibilidad de que Ariel, como tu madre, pueda estar asustado, de que pueda sentirse torpe, incapaz de saber cómo actuar con Lucas? arriesga Gustavo. Daniela endereza la espalda. Nunca me lo había planteado admite.  Antes de que comenzaran las dificultades con el nene, ¿tu marido se hacía cargo de él? Ella niega con la cabeza. Yo siempre fui muy obsesiva con Luquitas confiesa recuerdo que cuando Ariel quería tenerlo en brazos me preguntaba ¨¿me lo prestás?¨  Gustavo se sirve agua. Parece que consideraras que solo es hijo tuyo dice.  Él nunca lo quiso se justifica Daniela. A lo mejor nunca le permitiste que lo quisiera dice Gustavo y experimenta una extraña opresión. Ella lo mira, las cejas muy arqueadas. ¿Dejas al nene con Ariel? pregunta Gustavo mientras se oprime con un dedo la boca del estómago.  Ella baja la vista. ¿Nunca? insiste él. Bueno, sí, cuando me baño. ¿Qué podría pasar si los dejaras a solas?  Daniela no contesta. ¿Tenés miedo de que Ariel le haga daño al nene? Ella chasquea con la lengua. Mire las cosas que dice. ¿De qué tenés miedo, entonces? No sé dice ella y cierra los ojos un instante. ¿Me querés hablar de tu padre? y ante el silencio de ella insiste ¿se ocupaba de vos?  Ella se lleva una mano a la frente. Luego de un rato cuenta mi papá era alcohólico, pero hace más de veinte años que no bebe una gota; mi mamá está muy orgullosa de que él haya podido superarlo; mis padres se aman, todavía se aman. ¿Tenés hermanos? No, tuvieron miedo de reincidir; dice mamá que papá tenía terror de que yo naciera defectuosa. ¿Desde cuándo era alcohólico?  Poco después de que se casaron a mi padre lo despidieron, se angustió mucho y empezó a beber; para colmo yo decidí nacer, pobre mi mamá, la debe haber pasado demasiado mal. Mientras ella saca un paquete de pastillas del morral Gustavo piensa que seguramente el alcoholismo era anterior, causa del despido, no consecuencia. ¿Le tenías miedo a tu papá? Ella calla. ¿Te pegaba? Mi mamá  no lo hubiera permitido. Daniela se oprime la boca del estómago, cierra los ojos. ¿Te sentís mal? pregunta Gustavo. Es el dolor de siempre, no tiene importancia contesta ella. ¿Lo consultaste con el médico? Sí, alguna vez, gastritis. ¿Y te duele más cuando te pones nerviosa? Puede ser contesta ella. ¿Querés un té? ofrece él, sintiéndose absurdamente culpable. No, gracias, ya va a pasar. Gustavo permanece en silencio, reflexionando. No puede equivocarse. Daniela  dice al fin no necesitás defender a Lucas de Ariel como suponés que tu mamá te defendió de tu papá; el autismo de tu hijo no tiene nada que ver con el alcoholismo de tu padre; mirame ella lo obedece tu historia es otra; no obstaculices la relación de Ariel con el nene; Lucas lo necesita. Los ojos de Daniela se empañan. Me da tanta vergüenza dice. ¿Qué te da vergüenza? Daniela se incorpora. No me siento bien dice prefiero irme. Gustavo también se para. Cuando están en la puerta, él la toma del brazo y le ofrece si necesitás hablar conmigo no dudes en llamarme. Gracias dice ella muchas gracias y cuando intenta sonreír le ruedan dos lágrimas.


Estoy abrumado, reconoce Gustavo. Jamás va a poder ayudar a sus pacientes si en lugar de ponerle el nudo al hilo sigue enhebrando más y más agujas. Busca las fichas e intenta volcar lo ocurrido en las distintas sesiones. Me supera, decide, no logro apartar lo accesorio de lo fundamental. Se da cuenta de que carece de objetivos. Estuvo toda la tarde sentado frente a sus pacientes como un barco sin timón. Llamará a Ana María para cancelar la sesión. La pagará con alegría. Suspira, aliviado. Recuerda, entonces, que le pidió que le adelantara el horario. Mira el reloj. Se levanta.

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