Daniela comenta que cambió de opinión, y cuando
Gustavo ya está pensando: de nuevo, se va, agrega no voy a dejar el trabajo. ¿Cómo es eso? inquiere, aliviado. Mi mamá me contó que se había quedado muy mal, pero que las fuerzas no le daban; dijo que teníamos que encontrar una
solución porque era imprescindible que yo siguiera trabajando; mientras tanto,
mi jefe me hizo llamar, dijo que lamentaba muchísimo que me fuera, que cuál era
el motivo; le conté que no podía estar fuera de casa tanto tiempo porque tenía
un hijo autista, así se lo dije, nadie del trabajo lo sabía; me pidió que se lo
dejara pensar y al día siguiente me ofreció trabajar tres días desde casa y dos
en la oficina sin modificarme el sueldo; le di pena concluye. ¿Pena? pregunta Gustavo debés ser una empleada muy eficiente,
seguramente confía en que trabajarás de manera responsable, aunque nadie te
esté controlando. Daniela hace un gesto despectivo y comenta en cuanto se enteró, mamá ofreció ocuparse
de Lucas los otros dos días y que, de última, si la situación se le ponía muy difícil, ella se encargaría de contratar
a alguien para que la ayudara; recién ahí tomé conciencia del sacrificio que
había hecho durante dos años y como me resistí a su propuesta, repitió que era
imprescindible que yo trabajara; finalmente acepté, tiene razón. ¿No podrían
vivir solo con el sueldo de tu marido? pregunta Gustavo. Sí contesta ella deberíamos ajustarnos en muchas cosas, por eso te había dicho de dejar
la terapia, pero sí, podríamos, Ariel tiene un buen sueldo y un trabajo muy
estable en una empresa importante. ¿Por qué, entonces, sería imprescindible que
trabajaras? Eso lo dijo mi mamá le aclara Daniela pregúnteselo ella. ¿Y por qué te parece que puede haberlo
dicho? Ella eleva los hombros, sin embargo, al cabo de un rato contesta creo que
tiene miedo de que mi marido me deje. ¿Tu mamá te hizo algún comentario al
respecto? averigua. No, pero estoy
segura de que lo piensa. ¿Y por qué tu marido habría de dejarte? Por Lucas contesta
ella con energía mamá sabe que Ariel no
lo quiere. ¿Tu madre te lo comentó? No, pero es fácil darse cuenta. Gustavo
se queda reflexionando y luego comenta es
interesante, ponés en la cabeza de tu mamá tus propios pensamientos; me parece
que sos vos la que teme ser abandonada. Daniela se queda en silencio un
largo rato y luego comenta cuando estuve
en Ramsay vi varias mujeres que habían sido abandonadas. Sí recuerda Gustavo comentaste la de la chiquita Down. Lucas solo me tiene a mí dice Daniela con convicción yo debo ser capaz de cuidarlo y de
mantenerlo. Lucas no te tiene solo a vos la corrige él tu madre lo cuida desde que nació y, que yo sepa, Ariel sigue estando a
tu lado. Pero no al lado del nene
aclara ella elevando la voz. ¿No contemplás
la posibilidad de que Ariel, como tu madre, pueda estar asustado, de que pueda
sentirse torpe, incapaz de saber cómo actuar con Lucas? arriesga Gustavo. Daniela
endereza la espalda. Nunca me lo había
planteado admite. Antes de que comenzaran las dificultades con
el nene, ¿tu marido se hacía cargo de él? Ella niega con la cabeza. Yo siempre fui muy obsesiva con Luquitas confiesa
recuerdo que cuando Ariel quería tenerlo
en brazos me preguntaba ¨¿me lo prestás?¨ Gustavo se sirve agua. Parece que consideraras que solo es hijo tuyo dice. Él
nunca lo quiso se justifica Daniela. A
lo mejor nunca le permitiste que lo quisiera dice Gustavo y experimenta una
extraña opresión. Ella lo mira, las cejas muy arqueadas. ¿Dejas al nene con Ariel? pregunta Gustavo mientras se oprime con
un dedo la boca del estómago. Ella baja
la vista. ¿Nunca? insiste él. Bueno, sí, cuando me baño. ¿Qué podría pasar
si los dejaras a solas? Daniela no
contesta. ¿Tenés miedo de que Ariel le
haga daño al nene? Ella chasquea con la lengua. Mire las cosas que dice. ¿De qué tenés miedo, entonces? No sé dice
ella y cierra los ojos un instante. ¿Me
querés hablar de tu padre? y ante el silencio de ella insiste ¿se ocupaba de vos? Ella se lleva una mano a la frente. Luego de
un rato cuenta mi papá era alcohólico, pero
hace más de veinte años que no bebe una gota; mi mamá está muy orgullosa de que
él haya podido superarlo; mis padres se aman, todavía se aman. ¿Tenés hermanos?
No, tuvieron miedo de reincidir; dice mamá que papá tenía terror de que yo
naciera defectuosa. ¿Desde cuándo era alcohólico? Poco después de que se casaron a mi padre lo
despidieron, se angustió mucho y empezó a beber; para colmo yo decidí nacer,
pobre mi mamá, la debe haber pasado demasiado mal. Mientras ella saca un
paquete de pastillas del morral Gustavo piensa que seguramente el alcoholismo
era anterior, causa del despido, no consecuencia. ¿Le tenías miedo a tu papá? Ella calla. ¿Te pegaba? Mi mamá no lo
hubiera permitido. Daniela se oprime la boca del estómago, cierra los ojos.
¿Te sentís mal? pregunta Gustavo. Es el dolor de siempre, no tiene importancia
contesta ella. ¿Lo consultaste con el
médico? Sí, alguna vez, gastritis. ¿Y te duele más cuando te pones nerviosa?
Puede ser contesta ella. ¿Querés un
té? ofrece él, sintiéndose absurdamente culpable. No, gracias, ya va a pasar. Gustavo permanece en silencio,
reflexionando. No puede equivocarse. Daniela
dice al fin no necesitás defender a Lucas de Ariel como suponés que tu mamá te defendió
de tu papá; el autismo de tu hijo no tiene nada que ver con el alcoholismo de tu padre; mirame
ella lo obedece tu historia es otra;
no obstaculices la relación de Ariel con el nene; Lucas lo necesita. Los
ojos de Daniela se empañan. Me da tanta
vergüenza dice. ¿Qué te da vergüenza?
Daniela se incorpora. No me siento
bien dice prefiero irme. Gustavo
también se para. Cuando están en la puerta, él la toma del brazo y le ofrece si necesitás hablar conmigo no dudes en
llamarme. Gracias dice ella muchas
gracias y cuando intenta sonreír le ruedan dos lágrimas.
Estoy abrumado, reconoce Gustavo. Jamás va a poder
ayudar a sus pacientes si en lugar de ponerle el nudo al hilo sigue enhebrando
más y más agujas. Busca las fichas e intenta volcar lo ocurrido en las
distintas sesiones. Me supera, decide, no logro apartar lo accesorio de lo
fundamental. Se da cuenta de que carece de objetivos. Estuvo toda la tarde
sentado frente a sus pacientes como un barco sin timón. Llamará a Ana María
para cancelar la sesión. La pagará con alegría. Suspira, aliviado. Recuerda,
entonces, que le pidió que le adelantara el horario. Mira el reloj. Se levanta.
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