Raúl se cruza con María Inés en el palier. Está mal
entrazado, califica Gustavo. El ruedo del jean deshilachado, la remera
arrugada, el taco de los mocasines gastado, sin afeitar. ¿Huele?
Se deja caer sobre el diván, se reclina sobre el respaldo y cierra los
ojos. Luego de un prolongado silencio Gustavo pregunta ¿te pasó algo? Raúl abre los ojos y sonríe. ¿Querés conocer la última del rey? Gustavo asiente. ¿Sabés de dónde surgieron los trabajitos que
estaba haciendo? Gustavo entiende, con las vísceras entiende. Me da vergüenza
contártelo, Lisa no lo sabe; como un pelotudo, me llené la boca diciendo que
había logrado algo al margen de mi viejo; ¿será Dios?, me lo choco por donde
vaya; si viajo al África me sorprende arriba de un camello; si me refugio en el
Polo, lo encuentro adentro del iglú; qué mierda tengo que hacer para que me
deje en paz; decímelo, Gustavo, para eso vine; te juro que por momentos me dan
ganas de matarlo; o de matarme; en este mundo no hay lugar para los dos. ¿Cómo
te enteraste? La otra tarde pasé por casa porque
era el cumpleaños de mi madre; me preguntó por el trabajo y le empecé a contar
que venía caliente por una discusión que
había tenido con los del volquete, que habían aparecido a las diez de la mañana;
¨sí¨, dijo mi viejo, ¨a las diez de la mañana esa zona es imposible¨; en un
segundo se me fue el alma al piso; ¨¿cómo conocés la zona?¨, le pregunté, ¨si
es la primera vez que te hablo de la obra¨; intentó un par de burdas
explicaciones pero sonreía; yo le conozco esa sonrisa; hubiera querido
sacársela de una trompada; me tuve que agarrar las manos. Manos con que se tapa la cara. ¿Qué hiciste? Me fui informa con el
rostro aún oculto. ¿Qué sentís en este momento? Vergüenza, ya te dije, toda la vida me
hizo sentir vergüenza de mí mismo, ¿vos
sabés lo que es vivir con eso?, ¿lo que es vivir tratando de que nadie se dé
cuenta de que hay algo que está mal en vos? ¿Y qué es lo que está mal en
vos? inquiere Gustavo. Una vez,
tendría unos seis años, mi mamá me pidió que le acercara un vaso de agua; yo
llené el vaso en la canilla de la cocina y se lo llevé, caminaba con mucho
cuidado, viste como son los chicos, estaba orgulloso; fui hasta el dormitorio,
mi mamá estaba recostada en la cama, me acuerdo bien, amamantando a mi hermano;
papá estaba sentado en un sillón, leyendo el diario; siempre que lo veía me
ponía nervioso, la cosa es que tropecé con su pie y le tiré el agua encima;
papá me apartó de un empujón, ¨este chico no sirve para nada¨, dijo, se levantó
y se fue. ¿Y qué hiciste vos? pregunta Gustavo luego de unos instantes. Me pillé; mi mamá me dijo ¨correte que estás
mojando la alfombra¨ y después me pidió que buscara un trapo; primero fui a mi
cuarto a cambiarme rápido para que papá no se diera cuenta, pero cuando me
estaba sacando el calzoncillo apareció; ¨encima te measte¨, dijo, ¨parece que
tenemos dos bebés¨; yo intenté ponerme de nuevo el calzoncillo porque no quería
que me viera desnudo; ¨andá a lavarte, no seas asqueroso¨, me ordenó y salió. Raúl se restriega los ojos con brusquedad. Al
cruzar las piernas tira un adorno que hay sobre la mesita. Se agacha y lo recoge.
¿Ves?, sigo igual de torpe. Parece que tu padre hizo un buen trabajo comenta
Gustavo. Los ojos de Raúl recuperan su viveza.
Te convenció de que no servís para
nada. Es que nunca serví para nada dice, hundiendo la cabeza entre los
hombros. A lo mejor no servís para lo que
tu padre querría reformula Gustavo.
Te juro que intenté apartarme del camino que él me había trazado, pero él me
condujo de nuevo a Miami. ¿Considerás que tu padre es mejor que vos? ¡Obvio! contesta Raúl con energía. ¿Hay algún frente en el que consideres que
lo superás? Raúl se queda pensando. Sabés
que no, hasta es bueno en los deportes. ¿Qué hubieras hecho si a tu hijo mayor
se le volcaba el agua al ver a su mamá amamantando al menor? ¿Si se hubiera tropezado con mi pie?
Supongamos acuerda Gustavo. Le
hubiera pedido perdón. ¿Y si lo hubieras encontrado cambiándose un calzoncillo
pillado? Esa sí que me tocó, salí en puntas de pie del cuarto, por suerte no me
vio. Ambos se quedan en silencio. Me parece que encontramos algo en lo que sos
mucho mejor que tu papá.
Qué lástima que sea mi paciente, piensa Gustavo, me
gustaría tanto hablarle de mi padre. Él
sí que lo entendería. Cómo se puede destruir a un hijo creyendo, encima, ser su
benefactor. ¿Qué hacía yo cuando Nacho se pillaba?, se pregunta. La mente en
blanco. ¿A qué edad había dejado los pañales?, ¿ya había nacido Martina? De
ella sí que se acuerda, un verano en Villa Gesell, qué rápido que había
aprendido. Esta nena fue rápida para todo, se dice. Va a sufrir mucho con la separación. Se me
parte el alma, siente. ¿Llegaste,
muñequita? le escribe. Va hasta la cocina. Abre la alacena y come un alfajor. Instantes después vibra el
celular. Me colgué sorry besoooo.
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