Daniela se sienta en el diván, la vista en la
alfombra. Luego de un silencio prolongado Gustavo pregunta ¿cómo estás hoy? Ella se toma unos segundos y dice tengo que decirle algo. Te escucho. No voy a
seguir viniendo informa ahora sí mirándolo. Él siente una puntada en algún
lugar de sí mismo. Falló, otra vez falló, con Daniela también falló. La
perdimos, había dicho Martina de Cecilia. Si ya ahí la había corregido internamente, ahora
no le queda más remedio que admitir la perdí, a Daniela también la perdí. Se
quiere ir de ahí. O echarla en ese mismo instante. Que se corte la luz. Un
temblor de tierra. No tener que contarle a Ana María que una paciente lo dejó.
Que los pacientes también lo abandonan. Inspira profundamente, exhala con
lentitud y propone me gustaría que me
contaras por qué mientras se clava
las uñas en las palmas apretadas. Mi mamá
me dijo que no puede seguir cuidando a Lucas, después de dar mil vueltas y
excusas terminó confesándome que le da miedo, su único nieto de dos años le da
miedo. Él podría proponerle que viniera con el nene, por qué no, sería
interesante pero sabe que Daniela, como su madre, también está buscando
excusas, la abuela no debe ser la única posibilidad de dejarlo por una hora,
una vez en la semana. Aceptá tu fracaso
Gustavo, se dice. Entonces la mira con atención. Daniela está pálida, ojerosa,
desencajada. Gustavo logra apartarse de su propia frustración y piensa en ella,
sabe por propia experiencia qué difícil es enfrentar a un analista para
interrumpir un tratamiento, intentará hacérselo lo más fácil posible. Le sonríe
ampliamente. La cara de Daniela, como en automático, se distiende. Lo de mi mamá me mató, era la única en
quien me podía apoyar; estoy sola con mi hijo. Está Ariel le recuerda él.
Ella agita la cabeza. Con
todo lo demás sí, pero no con el nene. ¿Con quién lo dejaste? Con mamá, con
quién si no. Te lo cuida ahora para que puedas despedirte. Ella lo mira con
extrañeza. No, un rato no tiene problema,
a lo que no está dispuesta es a seguir haciéndose cargo del nene cuando voy a
trabajar, todavía no puedo creer que mi madre tampoco lo quiera a Lucas. Gustavo
entrecruza los dedos, gira los pulgares. Me
parece, Daniela, que estás confundiendo las cosas, que tu mamá haya decidido
que no tiene fuerzas para ocuparse de su nieto, no significa que no lo quiera. Ella
frunce el ceño. ¿Las madres de todas tus
amigas se hacen cargo de los nietos mientras sus hijas trabajan? Daniela se
queda pensativa. ¿Cuántos años tiene tu
mamá? Sesenta y dos. ¿Siempre te cuidó el nene? Ella hace un gesto
afirmativo. ¿No te parece que una mujer
de esa edad tiene derecho a estar cansada luego de cuidar dos años a una
criatura todas las mañanas de su vida? Pero yo se lo llevo. ¡Menos mal! Daniela sonríe. Él la mira con intensidad y le repite que tu
madre se anime a decirte que ya no tiene fuerzas físicas o anímicas no significa
que no quiera al nene, de lo que viene dándote muestras hace dos años y medio.
La sonrisa de Daniela, se extiende, la cara se le ilumina. Me parece que no es tu mamá el motivo por el cual decidís interrumpir
el tratamiento arriesga él. Ella se pone seria de repente. Sí, si mi mamá no quiere Gustavo sonríe
con intención y ella se rectifica no
puede y continúa cuidarme más al nene yo no voy a poder
seguir trabajando, imposible dejarlo en una guardería, y si no puedo trabajar,
vamos a tener que ajustarnos con los gastos, sobre todo ahora que, más allá de
la ayuda del certificado de discapacidad, deberemos afrontar el tratamiento de
Luquitas. ¿Entonces? Entonces no voy a poder seguir pagándole. Gustavo
siente que sus pulmones se dilatan. Inspira
profundamente. Hubieras empezado por ahí dice.
Ella lo mira extrañada ¿y por dónde
empecé? pregunta. El cerebro de Gustavo trabaja a mil. ¿Vos quisieras seguir con el tratamiento? Claro contesta Daniela este es el único lugar donde no necesito
mostrarme fuerte, nunca dejaré de agradecerle que me haya… obligado Daniela
sonríe a reconocer que mi hijo es autista
y que me haya impulsado a que buscara ayuda, al menos me deja encaminada. Yo no te estoy
dejando la corrige él, emocionado. Bah,
cuestión de palabras. De palabras se nutre este tratamiento. Yo no te estoy
abandonando le repite él y tu madre tampoco. Los hechos pesan más que
las palabras dice ella. A él se le aparece el rostro de su mamá. Si hay
algo en lo que nunca pensó la vieja fue en la plata. Se queda en silencio un
largo rato. No me parece que sea el
momento indicado para interrumpir el tratamiento; no te preocupes por el
dinero, me lo pagarás cuando puedas. Daniela arquea las cejas Mil gracias, Gustavo, pero me parece que no
corresponde. La imagen de su madre troca en la de Ana María. Él tampoco
sabe si corresponde. ¿Vos soportarías
contraer una deuda?, ambos sabemos
que precisás ayuda. Siempre evité contraer deudas, me pesan demasiado, pero lo
intentaré. ¿De acuerdo entonces? pregunta Gustavo mirándola fijamente. De acuerdo contesta ella sonriendo Dios lo puso en mi camino.
Está estacionando, luego de diez minutos de dar vueltas, cuando suena su celular. No te olvides
del pollito. Ya me estoy relamiendo escribe. Mira su reloj. Diez minutos no
dan para ir a tomar un café. Apaga el motor y enciende el DVD. No debemos de pensar que ahora es diferente.
Apaga con bronca. Baja.
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