En cuanto se ubica, media hora tarde, María Inés dice no me explico cómo te diste cuenta. ¿De qué?
pregunta Gustavo; ella no articula bien. No
pongas esa cara de yo no fui; me saca que te hagas el tonto cuando tu maldita
agudeza es lo que me destruyó la vida. Él recibe la agresión,
desconcertado. María Inés se echa el cabello hacia atrás con las dos manos. ¿A qué te referís? A la segunda pregunta del
estribo aclara ella. Entonces Gustavo inmediatamente comprende. El bendito
dueño de la A. María Inés toma un
trago de agua y, mientras recorre con un dedo el borde del vaso, cuenta con
parsimonia Gerardo me había avisado que
no vendría a cenar porque tenían que redactar un expediente; yo estaba comiendo
una ensalada en la cocina cuando vi, colgando del llavero de la pared, el
duplicado de la llave del estudio; estuve mirándola como hipnotizada un largo
rato, hasta que me acordé de vos, de tu pregunta; agarré la llave, busqué el
blazer y la cartera y salí sin apagar la luz; tomé un taxi; mientras subía en
el ascensor el corazón me retumbaba; abrí la puerta sin hacer ruido y entré;
avancé descalza sobre la moquet María Inés deja el vaso sobre la mesa, se
incorpora y comienza a caminar frente a Gustavo, de un lado a otro, una y otra
vez. Como una autómata, piensa él y se agarra del brazo del sillón para evitar
decirle que se quede quieta. Ella, por fin, se detiene detrás de él, dice entonces los vi y calla. Gustavo,
incomodísimo, gira hacia ella. María Inés, sentate le ordena. Ella
obedece. Permanece en silencio, extrañamente rígida. ¿Qué viste? pregunta Gustavo luego de un buen rato. ¿Hace
falta que te lo diga? Sí indica él,
rotundo. Trataré de ser gráfica, entonces
anuncia, burlona. Gerardo estaba
apoyado contra la pared, los ojos cerrados, la bragueta abierta, las manos
sobre la cabeza de Alberto, que, arrodillado sobre la alfombra, lo agarraba de la cadera mientras le chupaba la pija con fruición. Luego de unos segundos sonríe con amargura y añade eso
sí, los dos de riguroso traje y corbata. ¿Qué hiciste vos? pregunta Gustavo
tratando de que no se perciba su conmoción. Me
fui; estaban tan entretenidos que no se dieron cuenta. ¿Y después? Llegué a
casa, tomé un Rivotril
y me acosté; me desperté a las nueve y él, obvio, ya se había ido; tomé otro
par y dormí hasta las tres; me duché, me
vestí, Gustavo la observa: está tan
producida como de costumbre tomé un café continúa y vine para
acá. Entonces lo que me contaste ocurrió anoche. Sí, claro, ¿no te lo
dije? Gustavo niega con la cabeza. ¿Cómo te sentís? pregunta. No siento nada, ¿De cuánto era el Rivotril
que tomaste? No sé. ¿Quién te lo recetó?
Nadie, se lo olvidó una amiga hace unos días; tengo la tirita acá lo saca todavía quedan un montón, por suerte
mira con atención el blíster de dos miligramos son. Dámelo ordena
Gustavo. Ella lo mira, arqueando las
cejas.
¿Por qué? pregunta cerrando el puño. Él extiende su mano, la palma
hacia arriba. María Inés, dámelo insiste,
sereno pero categórico. Ella niega
con la cabeza. Suena el
portero eléctrico y María Inés amaga incorporarse. Él la detiene con un gesto. Es tarde dice ella. No
importa; haré esperar a mi paciente hasta que me lo des. María Inés, muy
lentamente, va abriendo el puño.
Novela por entregas. Gustavo está iniciando su carrera de terapeuta. Miércoles a miércoles, su propia vida y la de sus cinco pacientes se va modificando. ¿Los acompañamos?
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- Entregas acumuladas. Segunda parte.
Datos personales
jueves, 31 de octubre de 2013
67
Tras un largo rato de hablar sobre la película que vio
el fin de semana, Camilo informa ayer le
pregunté a mi papá por qué había llegado tarde el día del accidente. Como calla, Gustavo inquiere
¿qué te contestó? Camilo sonríe de
costado que no se acordaba; empezó a decir boludeces; me dio vergüenza. ¿Vergüenza? Por él contesta el chico, se echa el
cabello hacia atrás y agrega por suerte
mamá nos llamó a comer. Se queda un rato mirando por la ventana y luego
dice no sé por qué mierda no me miente.
¿Cómo es eso? Que es un boludo, hubiera inventado cualquier cosa así no lo
jodía más. Camilo lo mira a los ojos y plantea ¿qué te parece que pasó? ¿Y a vos? repregunta Gustavo. Algo
malo, si no me lo diría. ¿Cómo qué? ¡Qué sé yo! dice en mal tono ¡y qué mierda me importa!, no quiero hablar más. Busca las muletas,
se incorpora, camina hasta la ventana, apoya la frente en el vidrio. Salió el sol informa y luego agrega capaz que hoy voy a estudiar a lo de Leo, tenemos
que hacer un trabajo sobre los griegos. ¿De qué depende? De nada, voy. Gustavo revisa en sus neuronas. Entonces Sofía no va a estar. Camilo
gira bruscamente, tanto que trastabilla. ¿Quién
te dijo? Vos comentaste que la hermana de Leo se llama Sofía. Te dije tantas
cosas, ¿cómo te acordás? Porque me hablaste bastante de ella. ¿Sí? Dijiste que
era muy linda. Las mejillas de Camilo se encienden. Me contaste, también, que las mujeres no dejaban estudiar, ¿qué te hizo
cambiar de opinión? El chico se
encoge de hombros. ¿Para qué me preguntás
lo que ya sabés? dice mientras se apoya nuevamente en la ventana ahí llegó mi papá informa y agrega,
sonriendo, pícaro como vos siempre decís,
la seguimos la próxima. A este pibe lo
quiero, descubre Gustavo.
Ya subi al
micro lee Gustavo. Avisame
cuando llegues a casa, muñequita teclea. Las manos en los bolsillos,
Gustavo se ubica en el sitio que Camilo dejó vacante. La frente sobre el
cristal. Qué estará haciendo Cecilia. Ya más de una semana sin ella. Sin ella dice en voz alta. Sobrevivo,
piensa, mientras los dedos descubren un papelito arrugado. Lo extrae, intenta
alisarlo. El ticket de la tintorería. Le tiene que pedir a Juana que retire el
pantalón. Si no salió la mancha, tendrá que comprarse otro. La grasa de
bicicleta es infernal. A la de Martina se le sale la cadena a cada rato.
Siempre le compraba los pantalones Cecilia. Mismo modelo, distinto color. Ni sabe cuál es su talle.
miércoles, 30 de octubre de 2013
66
Sí sonríe Laura no
hace falta que me lo pregunte, sigo con mi personal trainer. Cuenta que ya
ha aceptado que su hija no le cobre. Iré
todos los miércoles, al salir de
aquí, comenta aunque no creo que sea
el día más apropiado. ¿Por qué? inquiere Gustavo. Usted suele dejarme de cama dice sonriendo. Quizás es justo eso lo que precisa: un lugar para descansar; descansar
de su exigencia para con sus hijos que, en definitiva, es una extensión de la
exigencia con usted misma. Como si fuera tan fácil. Sé que no es fácil, por eso estamos trabajando tan
duro que usted queda de cama. Laura se echa hacia atrás y ríe con alegría. El sábado vino a cenar mi sobrino, hacía
meses que no lo veía, antes nos encontrábamos seguido; es mi ahijado explica.
Gustavo piensa que ya no se fastidia con Laura. Sabe que, más tarde o más
temprano, volverá al nudo. ¿Aprendí a
tener paciencia?, se pregunta. Ni bien se recibió de ingeniero entró a
trabajar en la Ford; se despierta a las cinco de la mañana porque a las siete tiene
que estar en Pacheco; vuelve a su casa a las diez de la noche; muchas veces
trabaja los fines de semana; hace dos años que esa es su vida; le pregunté si
seguía con su novia; ¨no, tía, no tengo tiempo ni energías; ella se cansó¨; le
pagan muy bien, eso sí; ¨si consigo mantener este ritmo otro dos años podré
sacar un crédito y comprarme un departamento¨; a las diez dijo que se iba;¨
estoy muerto¨ se disculpó ¨ sueño con meterme en la cama y no levantarme hasta
el lunes¨; veintiséis años tiene. Laura se interrumpe, toma un vaso de agua. Estaban mis hijas, con sus parejas continúa las vi vitales, relajadas; nos quedamos
charlando hasta las mil y quinientas; arreglaron para ir a San Pedro al día
siguiente; los cuatro juntos ¿Por qué me cuenta todo esto? Ella lo mira. ¿Sabe, Gustavo?, mi sobrino me partió el
alma; ¿quién le devuelve estos dos años que le entregó al trabajo?; no quisiera
esa vida para ninguno de mis hijos. ¿A pesar de que su sobrino es profesional?
Si no la gana, la empata dice Laura meneando la cabeza usted me cansa, Gustavo, me agota.
Gustavo controla su buzón de entrada. Mensaje de
Nacho. Lo abre, alarmado. Saqué 10 en el
trabajo. Gracias por ayudarme. No
borra el mensaje. Conmovido, lo guarda. Me
alegra contesta ¿cenamos afuera para
festejar? Instantes después recibe copado
pa. Tampoco lo borra.
martes, 29 de octubre de 2013
65
Miércoles
26
Gustavo escucha el despertador. Lacán también porque
segundos después se presenta en el dormitorio, las patas sobre la cama, la
lengua afuera, la saliva goteando sobre el acolchado. Él lo acaricia pero luego
lo echa. Va al baño, se afeita, despierta a los chicos. Ya en la cocina no
precisa mirar la lista. Prepara café y los nesquiks. Frío, para Nacho. Pone dos
rebanadas de pan en la tostadora y luego otro par. Unta dos con mermelada de
durazno para Nacho y dos de frutilla, una para la nena y otra para él. Primero llega Nacho, luego Martina. Mientras
mastica Gustavo pone más pan a tostar. Pa, tendrías que conseguir una tostadora en la que entren cuatro panes a la
vez sugiere Nacho. Mami las hacía
todas primero y después las calentaba en el microondas explica Martina.
Gustavo vislumbra su imagen preparando carradas de tostadas a las siete de la
mañana, día tras día, mes tras mes, año tras año. Recuerda un episodio de Alf, tostando pan
compulsivamente. Pa, ya saltaron le
avisa Nacho. ¿Me hacés una con mantequita
y azúcar? solicita la nena. Gustavo experimenta un súbito cansancio.
Yo quiero
solo un café en jarrito le explica
Gustavo a su amigo desayuné con los
chicos. Los estás domesticando. No te
entiendo. ¿Leíste ¨El principito¨? pregunta Santiago. Ah, sí; lo del zorro comenta Gustavo sin darle importancia y
pregunta ¿qué pasó con la auditoría?
Mientras moja las medialunas en el café con leche Santiago habla de su negocio.
Cuando termina pregunta ¿qué sabés de
Cecilia? Nada, sé que habla con los chicos pero yo no quiero ni escucharla.
¿Los pibes cómo están? Los veo bien, nos vamos arreglando; tengo que hacerle un
monumento a mi vieja, está al pie del cañón. Como siempre comenta Santiago.
Pesadísima, eso sí. ¡Como siempre! ríe
Santiago y luego pregunta ¿cómo va tu
consultorio? Gustavo lo mira, arqueando
las cejas. Nunca me preguntás por mis
pacientes. Ayer me preguntó Marisa.
¿Hablaban de mí? ¿Está prohibido? No, pero me sorprende explica Gustavo elevando
los hombros yo nunca le contaba a Cecilia
lo que charlaba con vos. ¡Pero Marisa no
es mi mujer, todavía es mi novia! ¿Todavía? comenta Gustavo, ¡ya te tiró los
galgos! Ambos ríen.
Gustavo participa activamente de la clase. Utilización de las resistencias. Plantea
el caso de María Inés. Todos lo escuchan,
le hacen preguntas. A la salida, varios van a tomar café. Una mujer, de unos
cuarenta años, sentada a su lado, comenta que está empezando a ejercer la
profesión. Yo también soy principiante admite
Gustavo y se acuerda de Ana María. Reprime una sonrisa. Estoy de buen humor, se
dice, extrañado.
Estaciona el auto en la esquina. Camina por Melián. Se
nota en el aire que llegó la primavera. Un día soñado, diría su mamá. Se acoda
en el balcón hasta que ve aparecer a Laura, caminando a paso vivo. Jogging y zapatillas.
Gustavo sonríe.
lunes, 28 de octubre de 2013
64
Encuentra a su madre en la cocina. A mi madre y a mi
hija, piensa. Juana había dejado un pollo preparado, pero Nacho me pidió canelones. Y
yo quería tortilla protesta la nena. Pero
él me los pidió primero; te prometo que la próxima te doy el gusto a vos. Siempre malcriándolos dice él. ¿Para qué están las abuelas? Gustavo se
dirige al living. La mesa ya está puesta. Cuatro. Va hasta el cuarto de Nacho.
La puerta está cerrada. Golpea. ¿Se
puede? Pasá. Nacho está acostado, a oscuras. ¿Dormías? No. Gustavo se queda parado, no sabe qué hacer. ¿Estás bien? pregunta. Sí,
cansado. ¿Ya te bañaste? No. ¿Querés que te prepare un baño? Ni ahí dice algo tiene de bueno que no esté mamá. ¿Enciendo la luz? No. ¿Te sentís bien? insiste.
No
me jodas, papá. Gustavo regresa al
living. Es tanto más fácil hablar con Camilo, piensa.
Su mamá, sentada en el lugar de Cecilia, sirve la
comida. Estos canelones están mortales,
abuela, sos lo más dice Nacho con
energía. ¿Cómo festejan el día de la primavera? pregunta
su madre. Gustavo recuerda la conversación con Camilo. Registra, sorprendido,
que no se le había ocurrido pensar qué iba a hacer su propio hijo. Íbamos a ir al country de Tomás, pero al
padre se le rompió la camioneta y no entramos todos en el auto de la mamá. ¿Dónde queda? averigua su abuela. En Pilar contesta. Pueden ir en colectivo comenta ella. Sí, pero a un par no los dejan. Gustavo
se pregunta si Nacho habría consultado con Cecilia; él, ni enterado. ¿Y si le pedís a tu papá que los lleve?
Las miradas de padre e hijo se cruzan, fugazmente. No da comenta
Nacho. ¿Por qué? insiste la abuela. Papá trabaja. Gustavo percibe tres pares de ojos sobre él. Está
atontado. Si es tempranito los puedo
llevar propone luego de unos instantes. ¡¿De veras, pa?! pregunta Nacho con tal
esperanza en la voz que Gustavo no entiende cómo no se le ocurrió a él mismo
ofrecerse. ¿Cuántos son? averigua. Cinco contesta el chico, y como el
padre no reacciona agrega podemos amucharlos atrás y yo voy adelante con vos.
Buen plan comenta Gustavo. Nacho se levanta y va corriendo al teléfono. ¡Le
voy a avisar a Tomy! Gustavo levanta
la mirada y se encuentra con la de su madre. Se siente avergonzado. Solo falta
que ella diga: ¨así me gusta¨. Nosotras
vamos a hacer un picnic en el jardín de Nati dice Martina y ante la cejas levantadas de su
padre añade no te preocupes, papi, la
mamá nos lleva desde el colegio y mami ya le pidió a Juana que me fuera a
buscar. ¡Dice el papá de Tomás que del regreso se ocupa él! grita Nacho
desde el teléfono. Todo encaminado comenta
la abuela, oprimiendo la mano de Gustavo.
Gustavo se estira en la cama. Es la única ventaja de dormir solo, piensa. Cecilia dice entre dientes. Y de repente
es tanta su añoranza que se pone de lado, flexiona las piernas y se abraza a sí
mismo.
viernes, 25 de octubre de 2013
63
Mientras sube las escaleras, detrás de ella, Gustavo
se pregunta qué es lo que cambiará. Como atender la puerta en piyama, piensa. Y
sonríe, sonríe a solas mientras asciende el último escalón. Ana María cierra la puerta. Con levedad, evalúa Gustavo, todo en
ella es delicado. Se sienta y la mira, ligeramente turbado. ¿De qué tengo que hablar? pregunta, sonriendo. Las manos de ella describen un
semicírculo. Es extraña la situación; me
siento busca la palabra que se le escapa desprotegido. ¿Cómo es eso? Como estar en la escribanía a punto de
firmar un poder general, ¿De qué poderes estaría invistiéndome? Recién, cuando
subía me vi a mí mismo en piyama confiesa él, sonriendo. Es una imagen peculiar, ¿qué representa para
usted el piyama? Lo que somos, sin corbata, sin perfume, sin ropa interior contesta
Gustavo. Sería maravilloso si pudiéramos
iniciar este nuevo espacio desde allí. No cantemos victoria replica él es doblemente difícil para mí; necesito que
me respete como profesional y estoy a punto de darle carta blanca para que conozca
mis miserias. Todavía está a tiempo, Gustavo dice ella, muy seria quizá su propuesta de la semana pasada
surgió en un momento de… confusión interna del cual ha logrado sobreponerse. Él
apoya los codos en las rodillas y se sostiene la cabeza. Suelo citar una frase de Proust, decía algo así como que las decisiones importantes de la vida siempre
se toman en estados de ánimo pasajeros busca las palabras agitando las
manos, las palmas hacia arriba, los dedos extendidos soy un ovillo de inquietudes. Será
cuestión de empezar a desovillarlo ella sonríe ¿por dónde empezamos? Cecilia se fue dice él al tiempo que se
endereza y cruza los brazos ayer se fue y
nos dejó. ¿Cómo lo dejó a usted? Con bronca admite Gustavo todavía no logro convencerme; dejó a los pibes, los abandonó. Que se
haya ido no significa que los haya abandonado. Las palabras de Cecilia comenta
él, irritado ¿las mujeres establecen un
pacto secreto de defensa mutua? No la estoy defendiendo aclara Ana María solo considero que ir unos meses a trabajar
no significa que haya abandonado a sus hijos. ¿Tampoco a mí? replica, sumerge
la cabeza entre las dos manos y agrega evidentemente
hoy no tengo paciencia, ¿y sabe qué? se descubre la cara todo el tiempo me pregunto en qué fallé. ¿Y
qué se contesta? No lo sé, mi vida es mi familia, más allá de algún café con
Santiago, no viví más que para laburar por
ellos; tengo treinta y cinco años, Ana María, y hace catorce que vivo para
ella. Hace un hijo que vive para ella. Gustavo se endereza contra el
respaldo. ¿Cómo dice? Su hijo tiene
catorce años, ¿o me equivoco? Acaba de cumplirlos admite él hoy a la hora del desayuno lo miré y fue
como si lo viera por primera vez; ya no es un nene; fue muy raro, yo los
desperté, yo les preparé el Nesquik, yo los llevé al colegio; como descubrir
una vida paralela que se vivía en mi casa sin mí. ¿Mientras usted dormía? Gustavo se queda mirándola. ¿Hace
catorce años que Cecilia se ocupa de todo eso antes de ir a trabajar mientras
usted duerme? Es que antes ella no trabajaba. ¿Hace cuánto? Gustavo se
queda haciendo cuentas. Sí, cuando
Martina entró al jardín. Ocho años informa,
ligeramente avergonzado, carraspea y consulta ¿le puedo contar sobre mi consultorio? Ana María sonríe, con desdén, califica
Gustavo, y dice por supuesto. Solo con
usted puedo compartirlo. No necesita disculparse aclara ella. Es
sobre Daniela anticipa y luego le sintetiza
la sesión. ¿Por qué dio por hecho
que Daniela defiende a Lucas de Ariel como su madre la defendió de su padre si
ella no dijo nada que lo habilitara? Gustavo queda desconcertado. Se me ocurrió hacer esa construcción, ¿está
mal? Lo mismo con respecto al fantasma del alcoholismo, si bien es interesante,
al vincularlo tan rápido con Lucas, en lugar de desplegar el conflicto puede inducir a que lo suprima. Gustavo se desmorona. Quisiera cerrar los ojos y abrirlos
hace quince años. Recuerda a Kundera. Su vida entonces era leve. Dejamos acá indica Ana María
incorporándose. En el momento de despedirse Gustavo informa Camilo fue a la fiesta. Lo suponía comenta
ella, sonriendo.
Ni bien sube al auto, busca su teléfono. Hola, mamá, no sabía que estabas. Sí contesta su madre me pidió Martina que viniera; llegué a las ocho; le dije a Juana que podía irse,
¿hice mal? Hiciste bien, en media hora estoy por allí, ¿hace falta algo? Arranca.
Maneja despacio, buscando una confitería abierta. A su madre le encantan los
bombones de fruta.
jueves, 24 de octubre de 2013
62
Daniela comenta que cambió de opinión, y cuando
Gustavo ya está pensando: de nuevo, se va, agrega no voy a dejar el trabajo. ¿Cómo es eso? inquiere, aliviado. Mi mamá me contó que se había quedado muy mal, pero que las fuerzas no le daban; dijo que teníamos que encontrar una
solución porque era imprescindible que yo siguiera trabajando; mientras tanto,
mi jefe me hizo llamar, dijo que lamentaba muchísimo que me fuera, que cuál era
el motivo; le conté que no podía estar fuera de casa tanto tiempo porque tenía
un hijo autista, así se lo dije, nadie del trabajo lo sabía; me pidió que se lo
dejara pensar y al día siguiente me ofreció trabajar tres días desde casa y dos
en la oficina sin modificarme el sueldo; le di pena concluye. ¿Pena? pregunta Gustavo debés ser una empleada muy eficiente,
seguramente confía en que trabajarás de manera responsable, aunque nadie te
esté controlando. Daniela hace un gesto despectivo y comenta en cuanto se enteró, mamá ofreció ocuparse
de Lucas los otros dos días y que, de última, si la situación se le ponía muy difícil, ella se encargaría de contratar
a alguien para que la ayudara; recién ahí tomé conciencia del sacrificio que
había hecho durante dos años y como me resistí a su propuesta, repitió que era
imprescindible que yo trabajara; finalmente acepté, tiene razón. ¿No podrían
vivir solo con el sueldo de tu marido? pregunta Gustavo. Sí contesta ella deberíamos ajustarnos en muchas cosas, por eso te había dicho de dejar
la terapia, pero sí, podríamos, Ariel tiene un buen sueldo y un trabajo muy
estable en una empresa importante. ¿Por qué, entonces, sería imprescindible que
trabajaras? Eso lo dijo mi mamá le aclara Daniela pregúnteselo ella. ¿Y por qué te parece que puede haberlo
dicho? Ella eleva los hombros, sin embargo, al cabo de un rato contesta creo que
tiene miedo de que mi marido me deje. ¿Tu mamá te hizo algún comentario al
respecto? averigua. No, pero estoy
segura de que lo piensa. ¿Y por qué tu marido habría de dejarte? Por Lucas contesta
ella con energía mamá sabe que Ariel no
lo quiere. ¿Tu madre te lo comentó? No, pero es fácil darse cuenta. Gustavo
se queda reflexionando y luego comenta es
interesante, ponés en la cabeza de tu mamá tus propios pensamientos; me parece
que sos vos la que teme ser abandonada. Daniela se queda en silencio un
largo rato y luego comenta cuando estuve
en Ramsay vi varias mujeres que habían sido abandonadas. Sí recuerda Gustavo comentaste la de la chiquita Down. Lucas solo me tiene a mí dice Daniela con convicción yo debo ser capaz de cuidarlo y de
mantenerlo. Lucas no te tiene solo a vos la corrige él tu madre lo cuida desde que nació y, que yo sepa, Ariel sigue estando a
tu lado. Pero no al lado del nene
aclara ella elevando la voz. ¿No contemplás
la posibilidad de que Ariel, como tu madre, pueda estar asustado, de que pueda
sentirse torpe, incapaz de saber cómo actuar con Lucas? arriesga Gustavo. Daniela
endereza la espalda. Nunca me lo había
planteado admite. Antes de que comenzaran las dificultades con
el nene, ¿tu marido se hacía cargo de él? Ella niega con la cabeza. Yo siempre fui muy obsesiva con Luquitas confiesa
recuerdo que cuando Ariel quería tenerlo
en brazos me preguntaba ¨¿me lo prestás?¨ Gustavo se sirve agua. Parece que consideraras que solo es hijo tuyo dice. Él
nunca lo quiso se justifica Daniela. A
lo mejor nunca le permitiste que lo quisiera dice Gustavo y experimenta una
extraña opresión. Ella lo mira, las cejas muy arqueadas. ¿Dejas al nene con Ariel? pregunta Gustavo mientras se oprime con
un dedo la boca del estómago. Ella baja
la vista. ¿Nunca? insiste él. Bueno, sí, cuando me baño. ¿Qué podría pasar
si los dejaras a solas? Daniela no
contesta. ¿Tenés miedo de que Ariel le
haga daño al nene? Ella chasquea con la lengua. Mire las cosas que dice. ¿De qué tenés miedo, entonces? No sé dice
ella y cierra los ojos un instante. ¿Me
querés hablar de tu padre? y ante el silencio de ella insiste ¿se ocupaba de vos? Ella se lleva una mano a la frente. Luego de
un rato cuenta mi papá era alcohólico, pero
hace más de veinte años que no bebe una gota; mi mamá está muy orgullosa de que
él haya podido superarlo; mis padres se aman, todavía se aman. ¿Tenés hermanos?
No, tuvieron miedo de reincidir; dice mamá que papá tenía terror de que yo
naciera defectuosa. ¿Desde cuándo era alcohólico? Poco después de que se casaron a mi padre lo
despidieron, se angustió mucho y empezó a beber; para colmo yo decidí nacer,
pobre mi mamá, la debe haber pasado demasiado mal. Mientras ella saca un
paquete de pastillas del morral Gustavo piensa que seguramente el alcoholismo
era anterior, causa del despido, no consecuencia. ¿Le tenías miedo a tu papá? Ella calla. ¿Te pegaba? Mi mamá no lo
hubiera permitido. Daniela se oprime la boca del estómago, cierra los ojos.
¿Te sentís mal? pregunta Gustavo. Es el dolor de siempre, no tiene importancia
contesta ella. ¿Lo consultaste con el
médico? Sí, alguna vez, gastritis. ¿Y te duele más cuando te pones nerviosa?
Puede ser contesta ella. ¿Querés un
té? ofrece él, sintiéndose absurdamente culpable. No, gracias, ya va a pasar. Gustavo permanece en silencio,
reflexionando. No puede equivocarse. Daniela
dice al fin no necesitás defender a Lucas de Ariel como suponés que tu mamá te defendió
de tu papá; el autismo de tu hijo no tiene nada que ver con el alcoholismo de tu padre; mirame
ella lo obedece tu historia es otra;
no obstaculices la relación de Ariel con el nene; Lucas lo necesita. Los
ojos de Daniela se empañan. Me da tanta
vergüenza dice. ¿Qué te da vergüenza?
Daniela se incorpora. No me siento
bien dice prefiero irme. Gustavo
también se para. Cuando están en la puerta, él la toma del brazo y le ofrece si necesitás hablar conmigo no dudes en
llamarme. Gracias dice ella muchas
gracias y cuando intenta sonreír le ruedan dos lágrimas.
Estoy abrumado, reconoce Gustavo. Jamás va a poder
ayudar a sus pacientes si en lugar de ponerle el nudo al hilo sigue enhebrando
más y más agujas. Busca las fichas e intenta volcar lo ocurrido en las
distintas sesiones. Me supera, decide, no logro apartar lo accesorio de lo
fundamental. Se da cuenta de que carece de objetivos. Estuvo toda la tarde
sentado frente a sus pacientes como un barco sin timón. Llamará a Ana María
para cancelar la sesión. La pagará con alegría. Suspira, aliviado. Recuerda,
entonces, que le pidió que le adelantara el horario. Mira el reloj. Se levanta.
miércoles, 23 de octubre de 2013
61
Raúl se cruza con María Inés en el palier. Está mal
entrazado, califica Gustavo. El ruedo del jean deshilachado, la remera
arrugada, el taco de los mocasines gastado, sin afeitar. ¿Huele?
Se deja caer sobre el diván, se reclina sobre el respaldo y cierra los
ojos. Luego de un prolongado silencio Gustavo pregunta ¿te pasó algo? Raúl abre los ojos y sonríe. ¿Querés conocer la última del rey? Gustavo asiente. ¿Sabés de dónde surgieron los trabajitos que
estaba haciendo? Gustavo entiende, con las vísceras entiende. Me da vergüenza
contártelo, Lisa no lo sabe; como un pelotudo, me llené la boca diciendo que
había logrado algo al margen de mi viejo; ¿será Dios?, me lo choco por donde
vaya; si viajo al África me sorprende arriba de un camello; si me refugio en el
Polo, lo encuentro adentro del iglú; qué mierda tengo que hacer para que me
deje en paz; decímelo, Gustavo, para eso vine; te juro que por momentos me dan
ganas de matarlo; o de matarme; en este mundo no hay lugar para los dos. ¿Cómo
te enteraste? La otra tarde pasé por casa porque
era el cumpleaños de mi madre; me preguntó por el trabajo y le empecé a contar
que venía caliente por una discusión que
había tenido con los del volquete, que habían aparecido a las diez de la mañana;
¨sí¨, dijo mi viejo, ¨a las diez de la mañana esa zona es imposible¨; en un
segundo se me fue el alma al piso; ¨¿cómo conocés la zona?¨, le pregunté, ¨si
es la primera vez que te hablo de la obra¨; intentó un par de burdas
explicaciones pero sonreía; yo le conozco esa sonrisa; hubiera querido
sacársela de una trompada; me tuve que agarrar las manos. Manos con que se tapa la cara. ¿Qué hiciste? Me fui informa con el
rostro aún oculto. ¿Qué sentís en este momento? Vergüenza, ya te dije, toda la vida me
hizo sentir vergüenza de mí mismo, ¿vos
sabés lo que es vivir con eso?, ¿lo que es vivir tratando de que nadie se dé
cuenta de que hay algo que está mal en vos? ¿Y qué es lo que está mal en
vos? inquiere Gustavo. Una vez,
tendría unos seis años, mi mamá me pidió que le acercara un vaso de agua; yo
llené el vaso en la canilla de la cocina y se lo llevé, caminaba con mucho
cuidado, viste como son los chicos, estaba orgulloso; fui hasta el dormitorio,
mi mamá estaba recostada en la cama, me acuerdo bien, amamantando a mi hermano;
papá estaba sentado en un sillón, leyendo el diario; siempre que lo veía me
ponía nervioso, la cosa es que tropecé con su pie y le tiré el agua encima;
papá me apartó de un empujón, ¨este chico no sirve para nada¨, dijo, se levantó
y se fue. ¿Y qué hiciste vos? pregunta Gustavo luego de unos instantes. Me pillé; mi mamá me dijo ¨correte que estás
mojando la alfombra¨ y después me pidió que buscara un trapo; primero fui a mi
cuarto a cambiarme rápido para que papá no se diera cuenta, pero cuando me
estaba sacando el calzoncillo apareció; ¨encima te measte¨, dijo, ¨parece que
tenemos dos bebés¨; yo intenté ponerme de nuevo el calzoncillo porque no quería
que me viera desnudo; ¨andá a lavarte, no seas asqueroso¨, me ordenó y salió. Raúl se restriega los ojos con brusquedad. Al
cruzar las piernas tira un adorno que hay sobre la mesita. Se agacha y lo recoge.
¿Ves?, sigo igual de torpe. Parece que tu padre hizo un buen trabajo comenta
Gustavo. Los ojos de Raúl recuperan su viveza.
Te convenció de que no servís para
nada. Es que nunca serví para nada dice, hundiendo la cabeza entre los
hombros. A lo mejor no servís para lo que
tu padre querría reformula Gustavo.
Te juro que intenté apartarme del camino que él me había trazado, pero él me
condujo de nuevo a Miami. ¿Considerás que tu padre es mejor que vos? ¡Obvio! contesta Raúl con energía. ¿Hay algún frente en el que consideres que
lo superás? Raúl se queda pensando. Sabés
que no, hasta es bueno en los deportes. ¿Qué hubieras hecho si a tu hijo mayor
se le volcaba el agua al ver a su mamá amamantando al menor? ¿Si se hubiera tropezado con mi pie?
Supongamos acuerda Gustavo. Le
hubiera pedido perdón. ¿Y si lo hubieras encontrado cambiándose un calzoncillo
pillado? Esa sí que me tocó, salí en puntas de pie del cuarto, por suerte no me
vio. Ambos se quedan en silencio. Me parece que encontramos algo en lo que sos
mucho mejor que tu papá.
Qué lástima que sea mi paciente, piensa Gustavo, me
gustaría tanto hablarle de mi padre. Él
sí que lo entendería. Cómo se puede destruir a un hijo creyendo, encima, ser su
benefactor. ¿Qué hacía yo cuando Nacho se pillaba?, se pregunta. La mente en
blanco. ¿A qué edad había dejado los pañales?, ¿ya había nacido Martina? De
ella sí que se acuerda, un verano en Villa Gesell, qué rápido que había
aprendido. Esta nena fue rápida para todo, se dice. Va a sufrir mucho con la separación. Se me
parte el alma, siente. ¿Llegaste,
muñequita? le escribe. Va hasta la cocina. Abre la alacena y come un alfajor. Instantes después vibra el
celular. Me colgué sorry besoooo.
martes, 22 de octubre de 2013
60
María Inés intenta justificar su tardanza. Describe el
trayecto realizado, los semáforos titilantes, el piquete en la avenida. Gustavo
la escucha, en absoluto silencio. Silencio que prolonga cuando ella calla. ¿No vas
a hablar? pregunta María Inés ¿me estás castigando? ¿Por qué habría de
castigarte? dice Gustavo, sorprendido. Porque
no te cuento lo que pasó. Gustavo la mira. Ella se desprende los zapatos
con un movimiento armónico de los tobillos y luego se sienta sobre las piernas
recogidas. Gerardo se enojó muchísimo, me
preguntó si había enloquecido; ¨es ese sicólogo que te llena la cabeza de
disparates¨, no quiere que siga viniendo. ¿Te dan ganas de hacerle caso? Si
tengo que ser sincera, venir aquí me pone peor; desde que encontré la carta
estoy luchando por reconstruir mi pareja y vos, en lugar de ayudarme, me
sembrás dudas. Para que una semilla
germine la tierra tiene que estar preparada dice él. ¿Qué pretendés decirme? ¿Podría
yo hacerte dudar de la honestidad de tu madre? Ella se echa el cabello hacia atrás. Quiero recuperar la paz pide. Tampoco estabas en paz cuando iniciaste el
tratamiento le recuerda él. Vos no
podés retenerme. Por supuesto que no, la única manera de que una terapia
funcione es si está impulsada por el deseo. Ella sonríe con desdén. Yo soy una especialista en deseos
insatisfechos dice. Él calla. Vos estás convencido de que Gerardo es gay,
¿no? Gustavo junta las palmas y apoya el mentón sobre los dedos. Creo que lo importante, más allá
del motivo por el cual eso ocurre, es que parece que Gerardo no puede
satisfacerte. Ella esconde la cabeza
entre las dos manos. No doy más; encima mañana se va a Rosario,
tienen un caso importante; le propuse acompañarlo, pero me dijo que van a estar
a full, no tiene sentido. ¿Con quién se va? Con el socio; igual me va a venir
bien distenderme un poco; mañana voy al
teatro con unas amigas, hace mucho que no salgo sin él. ¿Te llevás bien
con Alberto? María Inés lo mira con
sorpresa. Qué memoria que tenés comenta
y como suena el portero eléctrico se incorpora. Ya saliendo, ella comenta claro, fue
la otra pregunta del estribo.
Gustavo se pregunta qué es lo que mantiene unida una
pareja. ¿La obstinación?, ¿la imposibilidad de reconocer que nos equivocamos al
elegirla, que nos seguimos equivocando día a día? ¿Qué pasa con María Inés? Ni
siquiera tienen hijos. Ella es joven, linda, sin problemas económicos. ¿Por qué sigue ligada a su marido? ¿Lo ama?
¿Ama él a Cecilia? Quizá su dolor está capitaneado por la humillación. Recién
en ese instante puede ponerlo en palabras: Cecilia me humilló. Tengo vergüenza. La
vergüenza está relacionada con la mirada de los demás, recuerda.
lunes, 21 de octubre de 2013
59
¿Viste que
lindo día? pregunta el
chico es que el viernes empieza la
primavera. Es cierto dice Gustavo y descubre que lo había olvidado ¿lo vas a festejar? Claro, como todos las
años, ¿por qué este año no habría de festejarlo? Gustavo lo mira fijo, en
silencio, un largo rato. El chico le sostiene la mirada. Vamos a la quinta de un
compañero, la misma de siempre dice de pronto y baja la mirada al agregar el año pasado no pude ir. ¿Por
qué? pregunta Gustavo preparándose para un exabrupto. Estaba internado contesta Camilo casi en un susurro. ¿Estuviste mucho tiempo internado? No me
acuerdo. Si no te acordás seguramente fueron unos pocos días intenta
Gustavo. Camilo agita el puño, la palma
hacia arriba, los dedos juntos. Sí,
seguro, la primera vez estuve como
dos meses; la segunda, en Estados Unidos, casi quince días. ¿Te operaron dos
veces? Sí, pero no me quiero acordar. ¿Por qué? Camilo lo mira con rabia ¿qué te pensás?, ¿qué la pasé de diez? Me imagino que no dice
Gustavo lamentando haber transportado al chico desde el picnic de la primavera
hasta la cama de hospital. Se sirve agua y le ofrece a Camilo. Beben los dos. ¿Dónde queda la quinta? pregunta. El
chico se encoge de hombros. Ni idea dice. Gustavo percibe, con pavor, que su mente se
ha quedado en blanco. No sabe qué decir, no intenta siquiera pensar qué decir.
Se instala el silencio. No de segundos, corren los minutos. Gustavo siente que
nunca podrá volver a hablar. Camilo juega con su celular. Lo pone y lo saca del
estuche, la vista baja. De pronto lo mira con intensidad. Fue un infierno dice te juro
que si hice algo mal ya lo pagué; bah, ese fue el anticipo, ahora lo sigo
pagando en cuotas. ¿Creés en Dios? Si, justo, ¿te parece que puedo creer en
Dios después de lo que me pasó? Quién tengo adelante, se alerta Gustavo,
ojo con este pibe, no me perdonará una simpleza. ¿Hablás con tus padres de lo que sentiste en esa época? Camilo
agita la cabeza. ¿Para qué?, todos la
pasamos mal. A lo mejor te alivia contar
lo que padeciste. Lo que quiero es olvidarme. ¿Y podés? No, cómo voy a
olvidarme si todavía me duele. Nunca comentaste nada, qué te duele. Todo; ¿te
animás a ver? Por supuesto contesta Gustavo. Estoy asustado, piensa. El
chico se levanta el pantalón. La pierna tiene la forma normal pero es un
rosario de cicatrices. Gustavo se asombra de haber pensado en un rosario. Vaya
con Dios, se tomó vacaciones. Te dio asco, ¿no?, seguro que te dio asco.
No, ¿por qué habría de darme asco?, se ve que ya está todo completamente
cicatrizado; ¿a vos te daba asco? Al principio no quería mirarme pero cuando
empecé a bañarme no me quedó más remedio que mirar; antes estaba mucho peor, mi
mamá al principio tampoco se animaba a mirarme, tenía que curarme mi papá; pero
en Houston me mejoraron bastante; me hicieron una microsurgical reconstruction,
¿sabés inglés? Bastante contesta
Gustavo. Cuando mi papá se volvió, era yo
el que hablaba con las enfermeras y los médicos, mi mamá se ponía tan nerviosa
que no entendía nada, eso que estudió muchos años. ¿Vos hablabas con los
médicos? Sí, a veces estaba mi tía que vive allá, estuvimos en su casa más de
un mes. ¿Te dolía mucho? No te lo puedo explicar, quería morirme, le pedía a mi
papá que me matara; una vez intenté asfixiarme con la almohada pero no
funcionó. Gustavo siente un sudor frío que le moja la camisa. Ojo con este
chico, se repite. ¿Por qué no funcionó? pregunta
mientras se abotona el chaleco. Cuando me empecé a ahogar tiré la almohada a
la mierda. Será que en el fondo no querías morirte. No podía pensar en nada,
estaba tomado por el dolor, como las películas de los demonios. ¿No te daban
calmantes? Acá me daban morfina, no sabés cómo esperaba que llegara la
enfermera, se terminaba todo, a veces me reía de mi dolor pero después él
volvía más furioso; cuánto más lo sacaban cuando volvía inventaba una tortura
peor. ¿Cómo te defendías?, ¿llorabas, gritabas? Al principio sí pero después
para lo único que me servía era para que mis papás se pusieran mal. ¿Estaban
siempre con vos? Siempre, a veces uno a veces los dos. ¿Y cuándo intentaste
ahogarte con la almohada? Mamá se había quedado dormida en la silla, pobrecita;
pero después el dolor se fue aliviando un poco, o será que me acostumbré; pero
cuando fui a Houston fue peor todavía; yo le pedía morfina al médico pero me
explicó que el dolor me iba a acompañar
mucho tiempo, era muy riesgoso que me acostumbrara a la morfina; me dieron
otras cosas, claro, pero como la morfina no hay, te deja como volando y sos
feliz, por un ratito sos feliz. ¿Y ahora cómo estás? Me parece que nunca más
voy a ser feliz. ¿Por el dolor? Eso es lo de menos, me duele pero se aguanta.
¿Y qué es lo demás? Ya no puedo estar contento. ¿Porque no podés caminar bien?
Sí, también por eso. ¿Y por qué más? No sé, a lo mejor porque ya no creo en
Dios. Camilo mira el reloj. Qué raro
que no vino mi papá, se pasó dos minutos. Busca las muletas, se para y se
acerca a la ventana. Te dije dice
sonriente está abajo. Cuando está
saliendo dice estuvo buena la fiesta.
Hola, pa,
recién llego contesta Nacho. ¿Está Juana? verifica Gustavo. Sí, está planchando, ¿querés que le diga
algo? No, dejá, ¿comiste? Sí, un sándwich en el cole. ¿Te fue bien? Como
siempre. Decile a tu hermana que me mande un mensajito en cuanto llegue. Dale. Gustavo
ya no sabe de qué hablarle. Llamame si
precisás algo ofrece. ¿No te
molesta cuando estás trabajando? No te preocupes, lo tengo en vibrador le aclara. Gustavo descubre que su hijo, en seis meses, no llamó ni una sola vez.
viernes, 18 de octubre de 2013
58
Laura, otra vez, con atuendo deportivo. Parece que aprobó a su personal trainer. No
estuvo mal dice ella, sonriente. Estuvo
bien, entonces la corrige él. Sí,
bastante bien. ¿Qué fue lo que no funcionó? Nada, no sé por qué me lo pregunta.
Por su bastante. Ella se encoge de hombros. Bah, es una manera de decir. Debo insistir, se dice él y vuelve a
la carga ajá, ¿quién no estuvo del todo
bien?, ¿ella o usted? Laura se
muerde el labio. No me enrede con juegos
de palabras; estuvo muy bien, solo que me costó seguirle el tren. ¿Cómo es eso?
Laura se vuelca sobre el respaldo. Me hizo dar mil vueltas alrededor del
parque, yo ya no podía más; claro, mucho tiempo sin hacer gimnasia; con esto
del libro llevo meses sentada; cada vez que empezábamos una vuelta, dudaba de
poder terminarla. ¿Ella no le preguntó si estaba cansada? Sí, claro, al
terminar cada circuito. ¿Entonces? Yo le decía que no. ¿Por qué le mentía?
Laura resopla, se la ve fastidiada. Usted
magnifica todo; ahora resulta que yo le miento a mi hija. Gustavo
entrecruza las manos y se echa atrás en su sillón. No debo abandonar, piensa. Le cambio la pregunta, ¿por qué no quiso
confesarle que estaba cansada? Ella
inspira profundamente, endereza la espalda. Vio
como es la gimnasia, hay que resistir; lo peor es que después de dar todas las
vueltas que ella consideró adecuadas fuimos a su gimnasio y me martirizó con
los abdominales; creí que iba a reventar. Él gira los dedos entrecruzados mientras comenta
pero no podía pedirle clemencia a su
hija, quizás porque eso hubiera sido admitir su debilidad. Sonriente le
pregunta ¿cuándo terminó la sesión de
tortura? Laura también sonríe al contestar cuando María dijo: me parece, mamá, que ya es demasiado por hoy, la
verdad es que estás bárbara. Y eso a usted la puso feliz. Ella agita la
cabeza. No, eso me hizo sentir que la
estaba engañando; yo sabía que lo iba a pagar caro, de hecho, al día siguiente
no me podía mover. ¿Qué podía pasar si por una vez mamá abandonaba su
omnipotencia? Estoy vieja dice Laura encorvando la espalda. Debió
ser extraño descubrir un ámbito en el cual su hija la superara. Es cierto admite
ella no es solo cuestión de edad; la veía
moverse con una elasticidad que le desconocía; todos sus movimientos eran
sensuales. ¿Sensuales? Sí, si por sensuales entendemos el placer; parecía que
mi hija disfrutaba de lo que estaba haciendo. ¿Parecía? él adelanta la
espalda hacia ella ¿por qué le resulta
tan difícil aceptar que su hija hace lo que hace por ella misma no en contra de
usted? Laura se sirve un vaso de agua, lo toma hasta la última gota. Después comenta comenzaron a llegar cinco o seis mujeres de mi edad, si viera con qué
afecto la saludaban; tiene muy lindo puesto el gimnasio. ¿Usted no lo conocía? No, hace poco que lo
alquiló; le quise pagar la clase pero no hubo caso; insistí hasta que se
impacientó; dejame que yo haga algo por vos, me pidió ya de mal modo; pero yo
no quiero robarle su tiempo. Qué hueso duro de roer piensa Gustavo y agrega
¿tanto le cuesta admitir que puede
recibir de su hija algo que usted no le podría dar? Laura se apoya en el
respaldo. Usted me cansa, Gustavo, y no
quiero decir que me aburre ni que me impacienta, me cansa, me agota pensar en
lo que no quiero pensar. ¿En qué no quiere pensar? Siempre sentí que mis hijos
eran prolongaciones mías, como un embarazo eterno; parte de mi cuerpo,
alimentados por mi sangre, sus corazones latiendo impulsados por el mío; mi
vida garantizaba la de ellos; no podía darme el lujo de dejar de respirar. ¿Y
ahora? Ya no me necesitan dice y se
abraza a sí misma con ambas manos. Sí, es cierto, ya no la necesitan para
respirar. No es solo eso, son autónomos; mi vida o mi muerte no afecta la vida
de ellos. No comparto su opinión; por supuesto que si usted se muere sus hijos
seguirán viviendo pero su vida sería menos rica; todavía tiene mucho para
darles, sus nietos aún no empezaron a nacer. El celular de Laura suena. Perdón pide mientras lee un mensaje de
texto. Sonríe mientras teclea. Era Paula dice
me pregunta qué le gusta más si el dulce
de batata o el de membrillo. ¿Y usted que le contestó? Batata; desde chiquita
le gusta más el de batata y nunca se acuerda. Gustavo sonríe ¿ve que todavía no puede morirse?, ¿cómo sabría ella lo que tiene que
comer? Los quiero tanto que duele dice mientras se restriega los ojos con
ambas manos. ¿No sería mejor que
aprendiera a quererlos sin dolor?, ¿qué se permitiera solamente disfrutar de su
amor?; están grandes, Laura; ya los crió; trate de confiar en su producto;
disfrute de su producción que, por lo
que cuenta, no es tan, tan mala. Laura baja la vista, entrelaza las manos. No se
burle de mí, Gustavo. Tenemos una dura tarea por delante: en el momento en que
admita que no son un defecto suyo sino ellos mismos, disminuirá su angustia y,
al mismo tiempo, ellos dejaran de portar el dolor inextinguible de saber que no
son lo que su madre deseaba. Lo que me dice me está matando. No es lo que yo
digo, es lo que usted dice. Me voy anuncia Laura levantándose ya es demasiado por hoy. Las palabras de
María le recuerda él. Ella mueve la
cabeza. Le prometo que voy a pensar en todo lo que me
dijo.
No debo pensar, se indica Gustavo, ni en mí como hijo
ni en mí como padre, no es el momento, como a Laura, me puede matar; deberé
estar atento con Ana María, siempre al acecho pero cuando termina de pensarlo
decide: soy un imbécil, como puedo estar frente a un consultorio cuando yo
mismo me planteo despistar a mi analista. Va hasta el baño. Se mira en el
espejo. Doy lástima, opina. Se moja la cara. La hunde en la toalla y se
presiona los párpados. Ya en el escritorio revisa la ficha de Camilo. ¿Habría
ido a la fiesta?
jueves, 17 de octubre de 2013
57
Miércoles
19
El despertador hiere sus oídos. Gustavo enciende el
velador. Se despereza. Se sienta en la cama buscando fuerzas para levantarse.
Recién logró dormirse a las tres, ¿cómo enfrentará su día? Lacán le lame los dedos de los pies. Él lo
empuja con violencia. El perro se va agachando la cabeza, la cola entre las
patas. Pobrecito, piensa Gustavo, pero no tiene energías para llamarlo. Va al
baño. Orina largamente. Se mira en el espejo. ¿Me afeito antes o después?, se
pregunta. Instantes después la maquinita se desliza por sus mejillas. Luego va
al cuarto de la nena. Levanta las cortinas. Se sienta en la cama y le hace cosquillas. Un rato más, mami pide Martina, tapándose con la frazada.
Gustavo inspira profundamente. Que abra
los ojos mi muñequita pide. La nena se incorpora con presteza. Papi,
¡sos vos! Martina se levanta. Sobre la silla la ropa de gimnasia que
Cecilia dejó preparada. Gustavo abre la puerta del cuarto de su hijo. Desde
allí indica arriba, Nacho. Como no
obtiene respuesta insiste arriba, hijo.
Ya voy contesta el chico sin abrir los ojos. Gustavo se dirige a la cocina.
Controla la lista adherida a la heladera. Nesquik tibio para Martina, frío para
Nacho. Introduce dos rebanadas de pan en la tostadora, él desayunará con
Santiago. Minutos después los tres están sentados a la mesa de la cocina. ¿Me hacés otra, papi?, con frutilla pide
Martina. Come la mía dice Nacho no tengo hambre. Gustavo entonces lo
mira. El pelo rubio, revuelto, los ojos con sueño. Qué lindo está. Se parece
tanto a ella, piensa. Siente el impulso de acomodarle el cabello pero lo reprime. Ya es demasiado
grande.
Se fue ayer
a la tarde informa Gustavo.
Santiago traga un trozo de medialuna. Con la boca aún llena pregunta ¿cómo fue la despedida? No sé; por una vez
preferí estar en la fábrica que en casa; ¨acompañala a Ezeiza¨ me insistía mi
viejo. Le contaste que se iba. Sí, pero solo por el trabajo; lo mismo que a mi
madre, pero me parece que ella mucho no se lo traga. ¿Cómo estás? Aliviado, la última
semana fue insoportable; me fui a dormir al living. ¿Qué le dijiste a los
chicos? Que tenía trabajo para hacer y que no quería despertar a la mamá; odio
mentirles, mirá que sicólogo trucho; es que no soy yo el que tiene que dar
explicaciones; cuando Cecilia regrese será la encargada de dar la cara; es una
hija de puta, los dejó así, sin más Gustavo mira el reloj tengo curso explica justo en miércoles me toca debutar de hombre orquesta; en fin Gustavo llama al mozo subordinación y valor.
Gustavo participa activamente de la clase. Sí, está
mejor. Le sobreviene una punzante lucidez. El profesor parece sorprendido. Habrá
creído que yo era un imbécil, piensa Gustavo. Al salir lo deslumbra el
espléndido mediodía de invierno. Hoy es
el primer día del resto de mi vida. Qué lugar común. Aunque en realidad,
sí. Su vida cambió. No tengo mujer, se dice y después piensa que le sacaron
algo. La costilla de Adán. Se llevó mi costilla, decide, por eso me duele el
pecho. La falta. Me falta. Cuando la conocí aún no estaba terminado. Ella me
modeló. Ella me sacó algo mío y rellenó el agujero con abrazos; me dio comida y
cobijo como la Edurne de Serrat.
Pollo al curry, sábanas perfumadas. Recuerda la primera vez. Estaban
estudiando en un bar y se cortó la luz.
Vayamos a casa, propuso él, sin recordar que había dejado todo hecho un
quilombo. Hacia allí fueron. En el ascensor comenzaron a besarse, hasta ahora
solo castos compañeros. Al llegar al décimo piso, ardían. Él fue al baño a
verificar la existencia de eventuales preservativos. Cuando salió, su casa ya
era otra. Ella era un hada que con su varita había hecho la cama con pericia de
enfermera, había recogido la ropa del piso y la había doblado sobre la silla.
Desde ese primer segundo, ella se había hecho cargo de él. A cambio de su
costilla, claro. Ella no tenía aún los diecinueve. Final de
neurofisiología. Y sobre las sábanas
prolijamente estiradas, para infinita sorpresa de él, ella dejó la huella de su
virginidad perdida. Se manchó hasta el colchón. Ella luego, aún desnuda, trató
con cepillito de uñas y jabón, arrodillada, de borrar los rastros. Fue inútil.
Quedó la aureola. Quizá por eso él nunca quiso cambiar esa cama, en la que
habían dormido juntos durante quince años. Como un pacto mágico. Tal vez ahora
desapareciera la mancha. Cuando volviera a su casa lo iba a verificar. Mil
momentos como este quedan en mi mente. Mira hacia arriba. Lo cobija el
techo verde de Melián. Pone la llave en la cerradura. Lleva en la mano una
bolsita con dos empanadas.
miércoles, 16 de octubre de 2013
56
Veni, papi. Gustavo se desembaraza de Lacan y se dirige a la
cocina. La nena, en un banquito, revuelve la cacerola con una cuchara de
madera. Cecilia, el pelo recogido con una gomita, delantal, cuela el arroz en
la pileta. Una nube de vapor asciende hacia su rostro. Él besa a la nena en el
cabello. Lo hice casi sola. Cecilia
lo mira, sonriente. Hola le dice él mientras tira la pastilla en el
cesto.
Gustavo, sentado en su lugar, usando su servilleta,
observa a su familia. A mi exfamilia,
piensa. Nacho conversa animadamente con Cecilia, sobre la fiesta que tendrá el
próximo sábado. Martina pasa el pan por la salsa. Qué rico que me salió dice viste,
papi, qué suerte, cuando mami se vaya a Chile yo ya puedo cocinar. La cabeza de Cecilia gira pero cuando nota que
Gustavo la está mirando desvía rápidamente la vista. Nacho aparta el plato a
medio comer. Me voy a bañar informa mientras se levanta. Mami,
cuando vuelvas lo vas a encontrar a papi más gordito. Ahora sí, las miradas
de Gustavo y Cecilia coinciden.
Gustavo se está secando cuando toma una decisión. El
piyama se resiste a deslizarse sobre su cuerpo todavía húmedo. Lo tironea.
Cuando entra al cuarto Cecilia se está desvistiendo. Él gira instintivamente la
cabeza. Dame unas sábanas para el sillón del living pide.
La cabeza de Cecilia emerge del camisón.
¿Por qué? Y vos me lo preguntás… ¿será porque me cansé
de compartir la cama con la amante de otro hombre?; ¿dónde están? reclama
de muy mal modo, momento en el que repara que ni siquiera sabe dónde se guardan las sábanas. No quiero que te vayas dice ella. ¿Me estás tomando el pelo? Ella se acerca y le apoya las manos en los
brazos. Tratemos de aprovechar los días
que nos quedan. Él se aparta. ¿Estás
loca o lo hacés de jodida? Bajá la voz pide Cecilia y luego agrega yo te sigo queriendo. Gustavo siente
que las piernas se le aflojan. Tengo ganas de pegarle, piensa. Traga saliva y
dice ¿te das cuenta de lo que me estás
haciendo?, te vas a Chile con tu amante, abandonás a los chicos y en lugar de
ayudarme a cortar lo que me une a vos, decís que me querés para que yo no pueda
desprenderme del amor que te tuve. Ella se echa el cabello hacia atrás. Tenés razón dice perdóname. ¡Papi! grita Martina ¿me traés soda? Gustavo va a la cocina. Cuando regresa del cuarto
de la nena, el sillón está abierto y la cama hecha. Se está metiendo entre las
sábanas llenas de princesas cuando escucha los pasos de Cecilia. ¿Tomamos un café? propone. Él quiere no estar, desaparecer, dejar de
existir pero la sonrisa de Cecilia, camisón rosa, chinelas, cabello alborotado,
es irresistible. Busca las pantuflas y se incorpora. La sigue a la cocina. No te voy a preguntar cómo estás porque te
vas a enojar pone el agua y el café en la máquina, saca los pocillos de la
alacena; luego agrega pero necesito saber
qué pensás, qué sentís. Claro, porque me querés dice él con sorna. Aunque no puedas entenderme, te quiero tanto
como siempre. El rostro de Gustavo se crispa. Lo único que conseguís así es irritarme; accedí a este café porque los
días van corriendo y todavía no solucionamos lo operativo. ¿Querés que los
chicos se queden aquí? pregunta al tiempo que sirve el café. Gustavo la
mira desconcertado, ¿esa es la mujer con quien vivió durante quince años? Se
clava las uñas en la palma de la mano. Por
lo visto considerás un dato menor el hecho de no desarraigar a tus hijos; ¿te
parece sumarle a tu ausencia un cambio de decorado?; malditas las ganas que
tengo de hacerme cargo de chicos y casa pero no se me pasa por la cabeza
sumarles otro dolor: Cecilia, ¿tan loca estás que ya no te importa lo que les
pase? Ella lo mira con intensidad al decir no te esfuerces porque no conseguirás hacerme sentir que los abandono;
me voy solo dos meses y los dejo en buenas manos, ya sean las tuyas o las de
las abuelas apura de un trago su café el
que más me preocupa es Nacho. A él
le sorprende el comentario. ¿Nacho?, a mí me aflige más Martina. Cecilia sonríe con sorna. Por eso me preocupa Nacho. No te
entiendo dice él mientras siente una opresión entre las costillas. Vos solo pensás en la nena, Nacho no forma
parte de tu mundo. La opresión ya es
una garra. Vos sí que
pensás en ellos. Sí, hace catorce años que son el centro de mis
pensamientos, los dos por igual, porque yo nunca hice diferencias entre mis
hijos. ¿Qué querés sugerir? No lo sugiero, lo digo, lo afirmo, lo firmo; vos no
los querés igual; ¿no te diste cuenta todavía? Gustavo quisiera poder contestarle que no es
cierto, que es un infamia pero solo dice ¿te
parece que este es justo el momento para que deliberemos sobre mis deficiencias
paternas cuando a vos te ne frega lo que les pase; sí, vos sos muy ecuánime
porque te importa tan poco una como el otro; tratemos de centrarnos en los
temas de índole práctica, horarios, instrucciones. Cecilia lo mira, con desprecio, cataloga,
Gustavo, y dice ya vengo mientras
abre la puerta. Regresa al rato con un cuaderno. Se sienta, lo abre y toma un
trago de café. Está frío comenta, lo
mira y explica te anoté los horarios de
las actividades; todos los números de teléfono que puedas precisar; los
remedios que toman para cada malestar; las fechas de las próximas pruebas, las
reuniones de padres, las citas con el dentista; con Juana ya hablé, le dejé los
menús preparados para todo este tiempo; ya llené el freezer y el placar del
baño explota de dentífricos y champús; ahora te muestro donde dejé unos regalos
para los eventuales cumpleaños de los amigos. Gustavo está azorado, nunca
pensó que fueran tantas las cosas en las que había que pensar. El hogar transformado
en una PyME. ¿Y se supone que él debe ocuparse de esa infinidad de ítems? Una
pesadilla. Creo que no faltará nada dice
Cecilia, satisfecha. No, quedate tranquila, solo faltarás vos. Los
ojos de Cecilia se humedecen. Mejor me voy a dormir dice y sale. Gustavo deja las tazas en la
pileta. Apaga la luz.
lunes, 14 de octubre de 2013
55
No sé por
dónde empezar arranca Gustavo estoy agotado. Ella solo sonríe. Tantos problemas que optar por alguno es
como exigirle a una madre que elija cuál hijo quiere salvar. Analizar esa sola
frase daría para un par de sesiones. ¿Por qué? inquiere él, sorprendido. Si ya se asume como madre será que la
separación se aproxima; me temo que está sumando a sus hijos biológicos, sus
pacientes; ¿cree que esta profesión nos hace omnipotentes?; usted debe
ser capaz de realizar una elección sabia
y deposita en mí la obligación de salvar al elegido, ¿no será
demasiado?, somos solo seres humanos no dioses. Daniela acaba de decirme que
Dios me había puesto en su camino. Gustavo le cuenta lo sucedido en la
sesión. Ya sé que me va a retar dice
Gustavo cuando concluye. ¿Por qué habría
de retarlo? Violé las leyes del análisis: terapia que no se paga, terapia que
no sirve. Una analista percibe cuando su trabajo sirve, cuando su trabajo es
necesario, más allá de los honorarios. ¿Qué hubiera hecho usted? No importa qué hubiera hecho yo, importa lo que hizo usted, lo que decidió usted; tampoco
en el análisis existe la obediencia debida. Eso va en su propia contra, se
supone que debo obediencia a mi control. Ambos comparten la sonrisa. Él
aprovecha la pausa para desviar la atención de Daniela y le cuenta lo sucedido
con Camilo. Me sorprenden sus recursos comenta
ella. Él se pone a la defensiva ¿en qué me
equivoqué? ¿Qué es un recurso para usted? pregunta ella. Algo que se utiliza para obtener un
determinado fin. ¿Cuál era su fin con Camilo? Que acepte su discapacidad pero
en su exacta medida, que comprenda el límite de sus limitaciones, que reconozca
su enorme potencial dice y luego calla. ¿Y
en lo inmediato? Que fuera a la fiesta. Creo
que el espejo fue un buen recurso, ¿cómo se le ocurrió? No sé Gustavo eleva
los hombros lo estaba descolgando antes
de pensarlo; necesité que se viera; es un chico demasiado bello. ¿Demasiado? Sí
él abre y cierra las manos un exceso
de dones concentrados en él, porque además es brillante. ¿Recuerda la anécdota
de la escultura de Moisés? Él sacude la cabeza. Cuentan que tal era su perfección que cuando la terminó, Miguel Ángel
la golpeó con su martillo, ordenándole que hablara; le provocó una marca en la
rodilla que lo hace aún más humano. El auto se excedió en su propósito comenta
Gustavo. Sí, pero el Moisés y Camilo
siguen siendo notables dice ella y sin cambiar la inflexión de la voz
propone volvamos a Daniela. El pulso
de Gustavo se acelera. Me da la sensación de que usted necesita
hacerse cargo de ella. ¿Lo dice por lo del dinero? No, desde el principio tengo
esta percepción Ana María lo mira
con intensidad ¿qué es lo que tanto lo
conmueve de Daniela? ¿Le parece poco que tenga un hijo autista?
dice él con rabia. ¿Usted tiene alguna
persona querida con discapacidad emocional? No dice Gustavo no sigamos invirtiendo tiempo en el tema, le
quiero comentar algo muy importante sobre María Inés. Ella ladea la cabeza y dice lo escucho. Hoy se planteó la posibilidad de
que su marido fuera gay. Usted lo vio venir desde la primera hora; ¿quiere
contarme? propone. Gustavo se explaya. Lo
que me desespera es que se van abriendo puntas que a su vez se bifurcan, no termino de detectar un conflicto cuando
surge otro y queda abandonado el primero; así nunca lograré concluir un
tratamiento. Luego de unos segundos de silencio ella dice el problema de tratar a los seres humanos es
que con ellos fracasa el método científico; cuando uno quiere analizar una
variable es imposible mantener constante las demás. Sí dice Gustavo somos amebas; emitimos permanentemente seudópodos
en toda dirección oculta la cara entre las manos y comenta el miércoles que viene Cecilia ya no estará
acá. ¿Se contactó con su terapeuta? pregunta ella. Sí contesta él le llevará
meses recuperarse; me dejó el número de un reemplazante. ¿Llamó? Él agita
la cabeza. No estoy en condiciones de
empezar de nuevo. Ajá solo dice ella. Gustavo, súbitamente, se ilumina. ¿Le parece que podríamos modificar la
modalidad del encuadre? ¿Cómo sería eso? Me temo que en este momento de mi
vida, mis pacientes son el menor de mis problemas. Como él calla ella
pregunta ¿qué quiere decir? Él se
reacomoda; apoya los codos sobre las rodillas separadas. Luego de un rato dice iniciamos estos encuentros con el objetivo
de que me supervisara en el inicio de esta profesión. Sí, lo se. No sé si usted
estará de acuerdo en el cambio del rumbo dice él mirando el tapiz incaico. Hable claramente, Gustavo. Qué difícil me la
hace señala él, levanta la vista y le sonríe ¿aceptaría convertirse en la analista de un hombre al que la vida se le
está partiendo en dos? Ana María sonríe y comenta como usted sostiene, somos amebas, en permanente mutación; lo espero el
miércoles próximo agrega mientras se levanta. Él se siente
extraordinariamente aliviado. ¿Podría ser
más temprano? solicita se me van a
complicar los horarios con los chicos.
Cuando está por Cabildo, detenido ante el semáforo de
Federico Lacroze, suena su celular. ¿A qué
hora llegás, papi? En cinco minutos, muñequita informa. Al bajar del auto se
pone una pastilla de menta en la boca.
54
Daniela se sienta en el diván, la vista en la
alfombra. Luego de un silencio prolongado Gustavo pregunta ¿cómo estás hoy? Ella se toma unos segundos y dice tengo que decirle algo. Te escucho. No voy a
seguir viniendo informa ahora sí mirándolo. Él siente una puntada en algún
lugar de sí mismo. Falló, otra vez falló, con Daniela también falló. La
perdimos, había dicho Martina de Cecilia. Si ya ahí la había corregido internamente, ahora
no le queda más remedio que admitir la perdí, a Daniela también la perdí. Se
quiere ir de ahí. O echarla en ese mismo instante. Que se corte la luz. Un
temblor de tierra. No tener que contarle a Ana María que una paciente lo dejó.
Que los pacientes también lo abandonan. Inspira profundamente, exhala con
lentitud y propone me gustaría que me
contaras por qué mientras se clava
las uñas en las palmas apretadas. Mi mamá
me dijo que no puede seguir cuidando a Lucas, después de dar mil vueltas y
excusas terminó confesándome que le da miedo, su único nieto de dos años le da
miedo. Él podría proponerle que viniera con el nene, por qué no, sería
interesante pero sabe que Daniela, como su madre, también está buscando
excusas, la abuela no debe ser la única posibilidad de dejarlo por una hora,
una vez en la semana. Aceptá tu fracaso
Gustavo, se dice. Entonces la mira con atención. Daniela está pálida, ojerosa,
desencajada. Gustavo logra apartarse de su propia frustración y piensa en ella,
sabe por propia experiencia qué difícil es enfrentar a un analista para
interrumpir un tratamiento, intentará hacérselo lo más fácil posible. Le sonríe
ampliamente. La cara de Daniela, como en automático, se distiende. Lo de mi mamá me mató, era la única en
quien me podía apoyar; estoy sola con mi hijo. Está Ariel le recuerda él.
Ella agita la cabeza. Con
todo lo demás sí, pero no con el nene. ¿Con quién lo dejaste? Con mamá, con
quién si no. Te lo cuida ahora para que puedas despedirte. Ella lo mira con
extrañeza. No, un rato no tiene problema,
a lo que no está dispuesta es a seguir haciéndose cargo del nene cuando voy a
trabajar, todavía no puedo creer que mi madre tampoco lo quiera a Lucas. Gustavo
entrecruza los dedos, gira los pulgares. Me
parece, Daniela, que estás confundiendo las cosas, que tu mamá haya decidido
que no tiene fuerzas para ocuparse de su nieto, no significa que no lo quiera. Ella
frunce el ceño. ¿Las madres de todas tus
amigas se hacen cargo de los nietos mientras sus hijas trabajan? Daniela se
queda pensativa. ¿Cuántos años tiene tu
mamá? Sesenta y dos. ¿Siempre te cuidó el nene? Ella hace un gesto
afirmativo. ¿No te parece que una mujer
de esa edad tiene derecho a estar cansada luego de cuidar dos años a una
criatura todas las mañanas de su vida? Pero yo se lo llevo. ¡Menos mal! Daniela sonríe. Él la mira con intensidad y le repite que tu
madre se anime a decirte que ya no tiene fuerzas físicas o anímicas no significa
que no quiera al nene, de lo que viene dándote muestras hace dos años y medio.
La sonrisa de Daniela, se extiende, la cara se le ilumina. Me parece que no es tu mamá el motivo por el cual decidís interrumpir
el tratamiento arriesga él. Ella se pone seria de repente. Sí, si mi mamá no quiere Gustavo sonríe
con intención y ella se rectifica no
puede y continúa cuidarme más al nene yo no voy a poder
seguir trabajando, imposible dejarlo en una guardería, y si no puedo trabajar,
vamos a tener que ajustarnos con los gastos, sobre todo ahora que, más allá de
la ayuda del certificado de discapacidad, deberemos afrontar el tratamiento de
Luquitas. ¿Entonces? Entonces no voy a poder seguir pagándole. Gustavo
siente que sus pulmones se dilatan. Inspira
profundamente. Hubieras empezado por ahí dice.
Ella lo mira extrañada ¿y por dónde
empecé? pregunta. El cerebro de Gustavo trabaja a mil. ¿Vos quisieras seguir con el tratamiento? Claro contesta Daniela este es el único lugar donde no necesito
mostrarme fuerte, nunca dejaré de agradecerle que me haya… obligado Daniela
sonríe a reconocer que mi hijo es autista
y que me haya impulsado a que buscara ayuda, al menos me deja encaminada. Yo no te estoy
dejando la corrige él, emocionado. Bah,
cuestión de palabras. De palabras se nutre este tratamiento. Yo no te estoy
abandonando le repite él y tu madre tampoco. Los hechos pesan más que
las palabras dice ella. A él se le aparece el rostro de su mamá. Si hay
algo en lo que nunca pensó la vieja fue en la plata. Se queda en silencio un
largo rato. No me parece que sea el
momento indicado para interrumpir el tratamiento; no te preocupes por el
dinero, me lo pagarás cuando puedas. Daniela arquea las cejas Mil gracias, Gustavo, pero me parece que no
corresponde. La imagen de su madre troca en la de Ana María. Él tampoco
sabe si corresponde. ¿Vos soportarías
contraer una deuda?, ambos sabemos
que precisás ayuda. Siempre evité contraer deudas, me pesan demasiado, pero lo
intentaré. ¿De acuerdo entonces? pregunta Gustavo mirándola fijamente. De acuerdo contesta ella sonriendo Dios lo puso en mi camino.
Está estacionando, luego de diez minutos de dar vueltas, cuando suena su celular. No te olvides
del pollito. Ya me estoy relamiendo escribe. Mira su reloj. Diez minutos no
dan para ir a tomar un café. Apaga el motor y enciende el DVD. No debemos de pensar que ahora es diferente.
Apaga con bronca. Baja.
viernes, 11 de octubre de 2013
53
Terminé con
la refacción del baño y me salió otra obrita cuenta Raúl del local de al lado,
les gustó lo que yo había hecho. Un nuevo trabajo que conseguís sin la
intervención de tu padre. Sí, eso es lo mejor, no sé cómo explicártelo, siento
que lo estoy jodiendo, mirá qué boludez, a él qué mierda le importa. Nunca es
una boludez lo que decimos; a lo mejor le importás y todo. Raúl cruza la
pierna sobre la rodilla, una postura tan suya. ¿De veras creés que no le
importás a tu padre?, todo lo que me contaste sobre él no habla de
indiferencia. A ver si nos entendemos, yo no pienso que mi viejo no me quiera,
lo que siento es que no me respeta; se cree que soy otra sucursal de
Textilandia, que puede disponer de mí, piensa que soy un inútil que precisa que
le estén marcando el camino para que no se equivoque; piensa que sin él yo no
sería nada, que sin su plata no sería nadie; ¨te mandé a Miami¨, delante de la
gente lo dice, ¿sabés lo que es tener un padre así? pregunta. Gustavo
siente las axilas empapadas, por suerte es oscuro el suéter, piensa. A veces siento que lo odio. ¿Y otras veces?
Mi viejo no es cualquier persona. Desde el momento en que es tu padre, jamás
podría ser cualquier persona para vos dice Gustavo mirándolo a los ojos.
Raúl niega con la cabeza. Quiero decir que no
es una persona del montón.; cuando él llega a un lugar ocupa todo el espacio.
¿Querés decir que otras veces lo admirás? Raúl se queda pensando. Siempre lo admiro contesta al cabo de
unos segundos para bien o para mal.
Explicate mejor pide Gustavo. Hay que estar muy seguro de uno mismo para
hacer las cosas que me hizo el viejo. ¿Vos no estás tan seguro de vos mismo?
Obvio confiesa Raúl por algo estoy aquí. Sin saber por
qué, Gustavo se encuentra diciendo me comentaste que tenés un hermano. Raúl
levanta las cejas, inclina apenas la cabeza.
Sí, tiene cinco años menos que yo. ¿Cómo te llevás con él? Qué decirte, no me
llevo Raúl hace una larga pausa es el
nene mimado. ¿El sí cumplió las expectativas paternas? Maradona le decía yo,
siempre de diez, aunque en realidad se parece más a Messi, porque de rebelde,
nada. ¿Trabaja en Textilandia? pregunta Gustavo, sonriendo. Veo que te gustó la palabrita; sí, por
supuesto, es el gerente de marketing, junta la guita en carretilla. ¿Lo
envidiás? arriesga Gustavo. El rostro de Raúl se crispa. Qué me decís, me da asco. ¿Asco? Es un
obsecuente, desde chico es un obsecuente. ¿Cómo es eso? pregunta Gustavo
sorprendido de que se sigan abriendo nuevos frentes. No llegaba a la mesa y ya sabía cómo manejar al viejo. ¿Y vos no? Yo nunca hice lo que mi viejo quería. ¿Aunque
coincidiera con tus reales deseos? No me entendés Raúl hace una mueca
despectiva. Explicame mejor, entonces
reclama Gustavo. Jorge, así se llama mi hermano, cedía en pavadas pero en lo importante
lograba convencerlo al viejo. Oyéndote parece que hubiera sido una actitud muy
inteligente. No dudo ni de su inteligencia ni de su falta total de escrúpulos. Gustavo
comprueba que ha dado en el blanco,
Raúl se muerde las uñas; está agitado. ¿No
contemplás la posibilidad de que a tu hermano realmente le gustaran las mismas
cosas que a tu padre? Sí dice Raúl con rabia están cortados por la misma tijera. Hay que insistir en el flanco
herido se dice Gustavo y lo invade una profunda sensación de cansancio. Abre y
cierra los ojos con fuerza y pregunta ¿te
acordás de cuando nació? Me encontraron empuñando un cuchillo entre los
barrotes de su cuna; fue la primera gran paliza de mi viejo. ¿Te pegaba? Claro.
¿Por qué decís claro? Yo era insoportable cuenta sonriente hacía un quilombo tras otro. Gustavo
cambia de posición. Para bueno estaba
Jorge dice difícil competir con él
si, como decís, estaba tan dotado para manejarlo. Raúl cabecea. Imposible, diría yo; una vez, para el día
del padre, vendí mi colección de estampillas para comprarle un encendedor que
yo sabía le encantaba, ¿sabés qué dijo mi hermano? Raúl golpea con los
dedos la palma de la otra mano ¨le pedí a
papá que de regalo de cumpleaños no fume más¨, ocho años tendría el pendejo; él
había ido conmigo a comprar el encendedor. ¿Y tu padre qué hizo? Me lo
devolvió, ¨cambialo por algo para vos¨, dijo; Jorgito sonreía. Raúl se hace
sonar los nudillos ¿Conoces la historia
de Caín? pregunta Gustavo. Raúl lo mirá desconcertado. Nunca supe por qué lo mató a Abel dice Raúl luego de unos
instantes. Porque Dios prefirió la oveja
que le regaló Abel al trigo de Caín aclara Gustavo. Jorge
sigue vivo dice Raúl sonriendo de lado. Pero
lo que sentiste ese día no debe de haber sido muy diferente de lo que sintió
Caín. Los ojos de Raúl se enrojecen mientras simula un bostezo. Luego se
queda mirando hacia la ventana. Se está
por largar a llover dice justo hoy
que están pintando el frente.
Papi,
pregunta mami si vas a venir a cenar. Gustavo duda, ¿está en condiciones
de soportar una cena de cuatro? Decile a
mamá que llegaré tarde. Luego de un rato Martina dice pero voy a preparar con mami pollito al curry, me va a enseñar; vení,
papi, porfi. Gustavo cierra los ojos. Está
bien dice mientras escucha el portero eléctrico.
miércoles, 9 de octubre de 2013
52
María Inés, hoy de vestido ceñido violeta, se acomoda en el sillón. Sus movimientos son
lentos, elásticos. Suntuosos, determina Gustavo. Estoy muy cansada informa y se desliza en el diván. Sostiene con
ambas manos la pierna flexionada.
También las botas son violetas.
La pollera trepa pero ella la acomoda. Por suerte, piensa él. ¿Por
qué estás tan cansada? le pregunta. Duermo
mal informa siempre duermo mal. Hoy
vamos a empezar por el final anuncia Gustavo. Ella baja la pierna, se
acomoda de lado y lo mira. No te entiendo.
Por el estribo dice Gustavo y ella
sonríe. Ella también sabe sonreír, tan
distinta de Ana María y sin embargo la sonrisa de alguna manera las
conecta. Gustavo decide permanecer en silencio. La
sesión entera si hace falta, se promete. Estuve pensando en tu pregunta dice ella
después de un buen rato y calla. ¿En cuál? ¿No te acordás? ella parece
extrañada. Sí, las recuerdo perfectamente, ¿a cuál de
ellas te referís? inquiere él. ¿Vos no te crees lo de la historia con la
clienta, no? ¿La creés vos? repregunta él que siente que el pulso se le
acelera. Estuve releyendo la carta informa ella. ¿La trajiste? No hace falta, me la sé de
memoria; tenés razón; qué es lo que él debería aceptar, cuando la leí por
primera vez no reparé en eso y después no quise volver a mirarla, no pude. ¿Y
cuándo pudiste? Recién hace unos días y desde entonces dejo de pensar en esa
frase. ¿Qué pensaste? Mil pavadas. ¿Me contás alguna? propone Gustavo. ¿Qué es aceptarse para vos? pregunta ella. No
importa lo que sea para mí, ¿qué es aceptarse, María Inés? Admitirse como uno
realmente es. Gustavo asiente con la cabeza, vamos bien, piensa. Me pregunto qué es lo que le cuesta admitir a Gerardo dice María Inés. ¿Y qué te contestás? No sé dice ella. ¿No sabés o no querés saber? Ella de nuevo se incorpora. Él calla.
Luego de un rato María Inés dice Gerardo
es un ganador, qué es lo que podría no gustarle de sí mismo reflexiona
ella, acostada de veras, no sé qué
pensar. Me parece que te estás haciendo trampa dice al fin Gustavo. ¿Trampa? ¿Qué es lo que menos te gusta de
Gerardo? Todo me gusta de él. Dios mío, cómo puede ser tan resistente
piensa Gustavo e intenta te cambio la
pregunta, ¿qué expectativas tuyas no cumple Gerardo? Solo la cama contesta
ella luego de buen rato. Me llama la
atención que digas solo cuando dedicamos varias sesiones al tema. Ella se
sienta en el diván como impulsada por un resorte. ¿Qué es lo que debe aceptar?, ¿qué ya no le gusto? Hace un par de
sesiones comentaste que desde el noviazgo sentiste que eras vos la que lo
forzabas. Bueno, no exageremos, forzarlo no es la palabra. Es la que utilizaste
vos. ¿Qué querés decirme?, ¿qué nunca le gusté? Tal vez sí le gustaste, sí le
gustás, pero eso no implica que lo excites. ¿Y por qué me habría elegido
entonces? Él calla. ¿Soy una mujer
incapaz de calentar a un hombre? Sabés perfectamente que sos muy atractiva,
comentaste que siempre supiste seducir a los hombres. ¿Entonces qué pasa con
Gerardo? inquiere ella. Gustavo la mira con intensidad y reformula su
pregunta ¿qué pasa con la sexualidad de
Gerardo? ¿Estás sugiriendo que es gay? Él opta por el silencio. Ella se tapa la cara. Es imposible, lo tendrías que ver, se parece a Banderas, todas mueren
por él. María Inés se incorpora. Esto
es absurdo toma la cartera me voy. Como prefieras dice Gustavo y la
acompaña hasta la puerta. Te veo el
miércoles la despide.
Me salí con la mía, piensa apoyado en la puerta
cerrada y en un instante su satisfacción profesional cae al piso como un vaso
desde una repisa. Se hace añicos. Le faltó decirle que él se había dado cuenta
desde el principio. Porque es muy inteligente. Reverendo pelotudo, piensa. Se
había dado cuenta de que el tipo era gay pero no se había dado cuenta de que la
mujer que compartía su propia cama se revolcaba con otro. Apoya la mano en su
corazón. Percibe su taquicardia. Inspira profundamente hasta que logra
apaciguarse. Mira el reloj. Ahora sí. Hola,
papi le contesta Martina estoy
tomando la leche con Nacho, Juanita preparó un budín de naranja que está
riquísimo; sí, me fue muy bien en el colegio; ¿te paso con Nacho? ¿no?, se me
enfría el Nesquik; volvé temprano que te cuento; un besito, papi, no, mejor
dos. Gustavo corta sonriente. Esta nena me puede, piensa.
martes, 8 de octubre de 2013
51
El sábado
es el cumple de Leo dice el chico
luego de hablar un buen rato sobre su nueva tablet.
¿Cómo lo festeja? Hace un baile. A Gustavo
le duele por anticipado lo que sabe que vendrá. Pero no voy a ir. Gustavo
está obligado a hacer la inútil pregunta ¿por
qué? Camilo lo mira. Ya
sabés por qué, no preguntes boludeces. ¿Qué es lo que supones que sé? y
vaya si Gustavo se siente boludo. Torpe, al menos. No puedo bailar contesta el chico por si no te diste cuenta. Pero sí podés escuchar música, sí podés
conversar. Claro, a las chicas les va a encantar quedarse sentadas dándome
charla. ¿Por qué no? dice Gustavo no
creo que haya demasiados chicos que hablen tan bien como vos, por algo te
eligieron como delegado le recuerda. Gustavo tiene un impulso. Se levanta y
descuelga el espejo del pasillo. Regresa. Acerca su sillón al diván y coloca el
espejo de modo que se refleje en él el rostro del chico. ¿Qué ves? le pregunta. A mí, obvio. Olvidate que sos vos, contame
qué ves. ¿Es un juego? pregunta Camilo. Supongamos
que sí. El chico se observa largamente. Es raro verse comenta uno nunca se mira. ¿Qué ves? insiste
Gustavo. Un chico. ¿Cómo es? Rubio, con el pelo bastante largo. ¿Los ojos?
Comunes, marrones. Miralos bien. Bueno, no son marrones, marrones; son más
claritos, casi amarillos, con puntitos verdes. ¿La nariz? Qué se yo, común.
¿Grande?, ¿torcida? El chico cabecea frente al espejo. Siempre
me dicen que la tengo respingada como mi mamá, es que yo me parezco mucho a mi
mamá. ¿Y cómo es tu mamá? Relinda. Gustavo baja el espejo, lo apoya en el
suelo. Camilo, mirame. El chico obedece. Bailar no es la única manera de
conquistar a una chica. Sí, pero… se interrumpe. ¿Pero
qué? Ellas quieren otras cosas. ¿Qué? Camilo
calla. ¿Qué las besen?, ¿qué las acaricien? Camilo mira el piso, la cara roja. ¿Pensás
que vos no lo vas a podés hacer?; el problema de tu pierna ¿te impide tener una
erección?, ¿te impide masturbarte? Ante la visible turbación del chico
Gustavo agrega no hace falta que me contestes.
Momento en que el chico levanta la vista. Camilo, vos no sos tus muletas ahora sí le dice. Quedan un rato en silencio hasta que el
chico luego de mirar el reloj dice mi
papá pidió que bajara cinco minutos antes busca las muletas y se incorpora.
En el momento de despedirse Camilo dice me
parece que voy a ir a la fiesta. La puerta ya cerrada, Gustavo sigue
sonriendo.
No tengo que pensar en Cecilia, determina Gustavo, no
ahora que debo seguir trabajando. Busca la ficha de María Inés. La lee con atención.
Muchas puntadas sin nudo. Las preguntas del estribo, como ella misma las
calificó, aun sin responderlas. Gustavo lee ¿fue
una niña mirada? Guarda la ficha en el cajón del escritorio y sale al
balcón. Hace frío. Un frío que lo revivifica. Acodado en la baranda ve a María
Inés bajar del auto, caminar apurada la media cuadra. Hoy no se me va a
escapar, determina.
50
Lo sorprende el atuendo de Laura. Jeans, zapatillas. Veo
que hoy se vino deportiva comenta, risueño ¿quiere empatizar con su hija? Cómo le gusta burlarse de mí Laura
ladea la cabeza pero sabe que sí, a la
salida paso por su casa y vamos a
Palermo; el médico me dijo que mi osteoporosis está avanzando, no me
queda otra que caminar. Claro, María le ahorrará un personal trainer. ¿Qué
quiere que le diga?, ¿qué la sesión del otro día me dejó patas para arriba?,
pues no le voy a dar el gusto hace una pausa y agrega no recuerdo cuándo fue la última vez que compartimos una actividad; de
chiquita le encantaba que fuéramos a andar en bicicleta pero se quejaba si
llevaba a alguno de sus hermanos en el canasto; lo mismo en la pileta, no
entendía que no podía nadar con ella, siempre tenía algún bebé en brazos. Quizá
cuando tenga hijos pueda entenderlo comenta Gustavo. Dice que no va a tenerlos aclara ella pero no le creo. ¿Por qué desestima sus decisiones? Lo hace para
mortificarme dice ella con repentina rabia en la voz sabe que es lo que más deseo en la vida, siempre hace cosas para
fastidiarme. ¿Estudiar Educación Física, por ejemplo? Era buenísima en el
colegio, de las primeras; no sé por qué decidió seguir justo lo que anulaba su
cerebro. ¿Por qué le gustaba, quizás? Ella hace un gesto despectivo. Laura, ¿usted cree sinceramente que María pudo
dedicarse a algo que no le interesa solo para perjudicarla ?, ¿que se prive de
tener un hijo para mortificarla? Las
mejillas de Laura se enrojecen. Se sirve un vaso de agua. ¿Usted cumplió con las expectativas de sus padres? arriesga
Gustavo. Creo que nunca esperaron
demasiado de mí, yo era el menor de sus problemas. Él duda, ¿es el momento
de encarar los vínculos filiales? ¿Usted
cumplió con sus propias expectativas? reformula la pregunta. Yo esperaba tanto de mí misma que es
imposible que pudiera colmarlas. ¿En qué considera que falló? Todos decían
que yo iba a hacer grandes cosas. ¿No era que sus padres no tenían expectativas
puestas en usted?, ¿o ese todos no los incluye? Ella cabecea. Él insiste ¿cuáles son las grandes cosas que no hizo? Laura se queda
reflexionando unos segundos y luego comenta en
cuanto terminé la tesis decidí que era un basta para mí; estaba por nacer
Paulita, sufría cada día de mi vida en que tenía que dejarlos para ir al
hospital; me planteé una pausa que terminó siendo un stop; no me arrepiento,
volvería a hacerlo; tuve que dejar la ciencia para poder disfrutar a mis hijos
con brutal intensidad. Qué adjetivo particular acota él. No hay nada en la vida que me haya provocado
tanta plenitud como la primera infancia de mis hijos; desde el instante en que
tuve a María experimenté una profunda
seguridad en mi aptitud para ser madre;
fue maravilloso comprobar que era capaz de satisfacer todos sus deseos, todas
sus necesidades; fue mágico; mis bebés dormían bien, comían bien, no se
enfermaban, eran precoces; si hubiera sido por mí habría tenido varios hijos
más; mis hijos eran perfectos. Y ya no lo son
dice Gustavo. El gesto de
Laura se endurece. Toma de nuevo agua.
Él intenta ¿y si usted no estuviera
siendo demasiado ecuánime con ellos? No
lo entiendo dice Laura. Considera que
usted estaba habilitada para relegar su carrera en aras de hacer lo que deseaba
pero que sus hijos no tienen el mismo derecho. Yo al menos estudié se defiende ella. Claro acota él al menos colgó un cuadrito con el título, al
menos sus padres pueden decir que tienen una hija profesional la mira pero
como ella calla él continúa es notable su
doble discurso, por un lado crucifica a sus hijos por no haber ido a la
universidad y por el otro, los crió demostrándoles que lo importante en la vida
es hacer lo que uno anhela; a lo mejor sus hijos se parecen a usted más de lo
que supone; ¿sabe qué?, me parece que sus hijos son muy valientes. Ella
ahora lo mira, los ojos húmedos. Como su
mamá concluye él. Necesito una tregua
pide ella sonándose la nariz. Él sonríe.
¿Cuándo sale el libro? pregunta
luego de un rato.
En cuanto despide a Laura, Gustavo se aproxima al
teléfono. Está por llamar a su casa cuando recuerda que Martina todavía está en
la escuela, solo Nacho regresa temprano. Debe internalizar los horarios. Tendré
que hacerme cargo de mis hijos, se dice. Lo único que no sabe es quién se va a
hacer cargo de él. En los minutos que le quedan repasa la ficha de Camilo. Es notable este pibe, piensa.
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