miércoles, 30 de julio de 2014

161


Miércoles 12 de diciembre
El despertador lo sobresalta.  Le lleva unos segundos recordar que terminaron las clases. Va al baño, orina, se lava los dientes y se afeita. El espejo lo sorprende. Como si hubiera envejecido varios años durante estas semanas. Se palpa las ojeras. De camino hacia la cocina pasa por el cuarto de Nacho. Dejó la puerta abierta, qué raro. Lo observa dormir. Nunca se había dado cuenta de que adopta la misma postura que Cecilia. Le duele el cuerpo al recordarla acostada exactamente así. Las dos manos bajo la almohada, la mejilla izquierda apoyada, la boca entreabierta. El chico parece percibir su mirada porque abre los ojos y se incorpora. ¿Pasa algo, pa? No, solo te miraba, dormí tranquilo. Va hasta la cocina y se prepara un café. No tiene hambre. Lleva la taza al dormitorio y bebe mientras se viste. Quedó en estar a las ocho pero la inquietud galopa por sus venas, alterándole el pulso. Deja arriba de la mesa una nota para Nacho, nuevamente dormido y el dinero que le pidió Juana. Recién llega a las ocho.

El contraste entre el calor de la calle y el aire acondicionado le provoca un escalofrío. Lo altera que demore el ascensor. Piso doce, gracias por su visita. Abre la puerta sin golpear. Primero divisa a Martina, profundamente dormida. Mirándola así, es la de siempre. Luego descubre a Cecilia, en el sillón. Es una réplica de su hijo. Como él, parece adivinarlo y entreabre los ojos. Al verlo se sienta como un resorte, tapándose el pecho con la sábana. ¿Me quedé dormida? pregunta. Él, un dedo cruzando los labios dice descansá otro rato; soy yo el que me adelanté. Ella se deja caer sobre la almohada y bosteza. A Gustavo le duele su cercanía. Es imposible dormir acá se justifica ella entran cada cinco minutos; ya me levanto. Tranquila, no hay apuro; yo salgo un rato. Se sienta en un sillón del pasillo. Un rato después, Cecilia le hace señas. Él se aproxima y la besa en la mejilla. Lo sacude su olor. Dijeron que en cuanto el médico firme el alta podemos llevarla; nunca antes de las ocho y media, ¿me acompañás a tomar un café?, la nena está dormidísima. Planta baja, gracias por su visita los despide el ascensor compartido con varias enfermeras. ¿Desayunaste? pregunta ella en cuanto se sientan. Un café bebido contesta él al tiempo que percibe su estómago vacío. Ahora sí que muere por unas medialunas. Ella me devolvió el apetito, piensa. Hace días que no come bien. ¿Cómo van tus cosas? le pregunta en cuanto el mozo se retira. ¿A qué te referís? Al príncipe de Gales. No seas agresivo, Gus. Perdoname, en serio me interesa. Ella se queda pensando un buen rato. Le dije a Ricardo que en este momento no tengo espacio más que para la nena; me ofreció venir para acompañarme pero yo no quise, él no tiene nada que ver con todo esto. Gustavo, ridículamente, se pone contento. Hace rato que no estaba contento. ¿Y Natalia? pregunta ella. El ánimo de él decae. Bruscamente. Estamos en la misma contesta sonriendo me di cuenta de que no tengo nada para darle; ni siquiera para recibir; solo puedo relacionarme con quienes aman a la nena; hay amigos a los que no quiero ver. Ella asiente. Cuando el silencio empieza a ser molesto Cecilia pregunta ¿cómo va el consultorio?  Gustavo le cuenta sus progresos. Cada vez me cuesta más ir a la fábrica concluye. ¿No te planteaste dedicarte en exclusivo a ser sicólogo? Lo estoy viendo en mi propia terapia. ¿Retomaste con Andrés? No, estoy trabajando con Ana María consultorio y vida privada. ¿Por qué no? Él arquea las cejas. Por la guita, claro; de aquí a que pueda vivir del consultorio faltan años luz. Ella se queda pensando. Yo estoy ganando muy bien, me puedo hacer cargo de los gastos de los chicos hasta que tu profesión funcione. Él no puede creer lo que está escuchando. Mil gracias dice lo voy a pensar y como está conmovido agrega ya son ocho y media mejor vayamos subiendo y llama al mozo.

lunes, 28 de julio de 2014

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Traé el pase, no me dejan entrar escribe Gustavo. Minutos después baja Cecilia. Después de discutir con el empleado logran que les permitan subir a los dos. ¿Cómo anduvo la nena? pregunta él en el ascensor. Dijo Grieco que mañana tendrán que volver a dializarla. Él ánimo de Gustavo desciende como jalado por un gancho. ¿Martina ya lo sabe? Cecilia niega con la cabeza.  No tuve el coraje de contárselo dice, los brazos bajos, los ojos cerrados hay veces que siento que no puedo más y quisiera salir corriendo. Gustavo la abraza. Ella apoya la mejilla en su pecho y solloza. Piso doce, gracias por su visita informa el ascensor. Cecilia se aparta. Ambos salen. Me quedo afuera comunica ella no quiero que me vea así. Él le acaricia el cabello y abre la puerta de la habitación. ¡Hola, papi!, ¡tardaste mucho, mucho! Gustavo la besa en ambas mejillas, en la punta de la nariz, en los ojitos cerrados. Ya me aburrí de estar acá, me quiero ir, ¿no sabés cuándo me sacan? Él, como Cecilia, quisiera salir corriendo, poder llorar sobre un pecho que lo amparara. No todavía, muñequita. ¿Y cuánto tengo que esperar? No sabemos, hay que ir viendo cómo vas recuperándote.  Pero hace días que no me conectan a la máquina, eso es porque ya estoy bien.  Gustavo se marea. Me bajó la presión, determina. Se sienta en la cama. Cuánto desea irse. Que se arregle Cecilia con la nena. Se para para ir a buscarla pero luego se arrepiente. Soy un adulto, se dice, basta del nene que trabaja con papá. Ahora yo soy el papá. Martina lo mira. Él vuelve a sentarse y le agarra las manitos. Los análisis de hoy no dieron muy bien, muñequita, mañana tendrán que dializarte. La cara de la nena se transforma. ¿Vos sabés lo que es estar conectada a esa máquina cuatro horas sin poder salir de la silla?, ¿no se puede hacer otra cosa, papá? No por ahora, hijita, hay que tener paciencia un poco más. ¿Cuánto más?; me parece que todos me están engañando y que no voy a poder salir del hospital nunca. Gustavo la abraza. No sabe qué decirle por eso no le dice nada. La puerta se abre. La nena se desprende. ¡Abuela Susana!. ¡te estaba esperando!, ¿trajiste el dominó? Claro que sí, prepárate que te voy a ganar todas las partidas. Gustavo se aparta. Los ojos de Martina brillan. Es increíble el poder de recuperación de los chicos, piensa él, ojalá pudiera contagiárselo. Cecilia te espera abajo informa la mujer no la dejaron subir. Me voy, muñeca, te dejo en buenas manos; mañana tempranito vengo. Si estoy en la máquina anda verme allí pide la nena sonriendo. Prometido dice él mientras la abraza.

Cecilia lo espera en el hall de abajo. Ya le dije informa Gustavo. ¿Cómo se lo tomó? Se puso chocha, imaginate. ¿Por qué me contestás así? Perdoname, la pasé muy mal. ¿Querés que vayamos a tomar algo? propone Cecilia. A él le dan ganas, necesita que alguien lo consuele. Ella sabe cómo hacerlo. Vaya si a él le consta. Le prometí a Nacho cenar afuera dice. Es increíble cómo revertiste la relación con él; por lo menos traza un círculo con las manos todo este absurdo sirvió para algo. Él no entiende a qué se refiere. Pero ya no quiere estar allí. Me voy informa te debo un café. La besa en la mejilla y se aparta. Da un par de pasos y gira. ¿Te alcanzo a algún lado? Traje el auto informa ella.

sábado, 26 de julio de 2014

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¿Cómo sigue la nena? pregunta Ana María, aun antes de sentarse. Fuera de peligro informa él. Ella sonríe. Veo que al fin logró percibir la existencia del riesgo. No mucho, no se crea, flirteé con la idea; es a lo más que pude acercarme; me resisto a contemplar la posibilidad de que necesite dializarse indefinidamente. Sin embargo lo está diciendo. Gustavo recuerda una remota sesión con Daniela y la copia hasta aquí llego en este momento; no me pida más de lo que puedo. Ella, como él lo hiciera, levanta ambas palmas. Cada uno conoce sus límites acuerda. Él se sirve un vaso de agua. Tuve una tarde muy intensa; trabajé con todos mis pacientes la relación primaria con sus padres; se desarmaron; algunos lloraron y otros se enojaron conmigo; creo que por primera vez me quedé contento con todas las sesiones; bah, contento no es la palabra; padecí junto con ellos; fue raro, me costó salir del consultorio. Ella sonríe de una manera que enciende en él la señal de peligro. Tal vez llegó la hora de que usted resuelva ocuparse de su propia relación filial. Este no es mi primer análisis, Ana María, ya trabajé sobre mi infancia explica Gustavo. No lo suficiente, aunque, es un buen síntoma que le haya costado salir del consultorio. No la entiendo reclama él, irritado. Es el único espacio en el que, luego de casi quince años, puede desarrollarse laboralmente fuera de la mirada de su padre. Él recibe el golpe en silencio. A ella le encanta atacarlo en este flanco. La voz de Ana María interrumpe sus pensamientos. ¿Cómo actuaría frente a un paciente que estuviera en su situación? Gustavo recuerda a Raúl.  Trataría de que se independizara admite. ¿Qué lo detiene? Él ensaya varias respuestas que le permitan conservar frente a ella su dignidad. Luego de un interminable silencio, los ojos de Ana María implacables sobre él, Gustavo admite tengo miedo. ¿De qué? De no conseguir otro trabajo. ¿Lo intentó? En ningún lado ganaré lo que en la fábrica. ¿A costa de seguir siendo un niño que obedece a su papá? ¿Hace falta destruirme justo en este momento? No lo pienso yo, Gustavo, lo piensa usted. Quizá, pero tengo una familia que depende de mí, de qué otra cosa podría trabajar. ¿De psicólogo? Gustavo siente un golpe en la nuca. No puedo vivir de eso responde. ¿De veras lo piensa? Él la mira. Le aseguro, Gustavo, que no he trabajado de ninguna otra cosa. Él necesita reafirmarse frente a ella, por eso le cuenta hace unos días me llamó un amigo para derivarme un paciente pero le tuve que decir que no; no me quedan horarios por la tarde y el hombre trabaja a la mañana.  ¿No se planteó sumar otro día? pregunta ella. Gustavo la mira sorprendido. ¿Dejamos aquí? propone Ana María. Él se tropieza al levantarse.


Gustavo camina hacia el auto a paso vivo.  Saca el celular de vibrador. Mensaje de Nacho. No te olvides de la cena. Otro eslabón en su cadena de responsabilidades. Cuántas ganas de echarse en un rincón oculto y taparse hasta la cabeza. No puedo con mi vida, admite.

viernes, 25 de julio de 2014

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¿Su hija ya está bien? pregunta Daniela, no más entrar. Mejor, por suerte. Ella pasa y se ubica. ¿Cómo anduviste esta semana? pregunta Gustavo. Como si caminara unos centímetros sobre el suelo. ¿Podrías explicármelo? Una sensación muy extraña; me hice cargo del nene, trabajé, me acosté con Ariel, pero una parte de mí vibraba en otra dimensión; como si me hubiera quedado colgada de la infancia; esta semana estuve caminando por allí pero no logré recordar nada. ¿Alguna percepción difusa? Sí, la sensación de estar alerta; creo que siempre estoy alerta; no sé cómo no me di cuenta antes de lo de Lucas, me falló el sensor. No estoy de acuerdo, percibiste la dificultad pero el pediatra lo desestimó, y aun así, viniste aquí buscando ayuda; recuerdo ahora tu fantasía de que Ariel te engañaba, podemos pensarlo que fue un producto de tu estado de alerta. Sí admite ella nunca puedo terminar de relajarme; hasta mi sueño es muy liviano, Ariel dice que no se puede dar vuelta en la cama sin que yo me incorpore inmediatamente. ¿Cuándo es preciso estar alerta? Ella lo mira con intensidad. Se toma unos segundos  antes de contestar frente al peligro, supongo. Suponés bien, entonces, ¿cuál es el peligro que permanentemente te ronda? Ninguno concreto pero siempre hay infinitos peligros. Y cuando detectás el peligro, ¿actúas con eficiencia? Daniela se queda pensando. A veces  contesta luego de un rato otras me paralizo. Como cuando se accidentó el nene. ¡No me haga acordar!  Quizá cuando te quedabas a solas con tu padre, por más que estuvieras alerta, no era mucho lo que podías hacer por protegerte. ¿Usted cree que mi papá me pegaba? No sé si te pegaba pero es seguro que la niña que eras captaba su violencia interior. Papá siempre está a punto de estallar. ¿Cómo te das cuenta? Porque se le hinchan las venas del cuello. Daniela se agarra la cabeza con las dos manos. ¡Me daban tanto asco!, creía que se iban a reventar y que la sangre saldría a chorros. Asco y miedo. Sí, me daba terror; se contenía, como ahora, pero yo no sabía si se iba a contener. Casi siempre se contenía. ¿Qué querés decir? ¿Nunca te pegó? ¡Cómo me iba a pegar si era mi papá! ¿Porque era alcohólico? Daniela se dobla sobre sí misma como si la hubieran trompeado en el abdomen. Solloza. Tu papá no te va a pegar más, nadie volverá a pegarte, Daniela, sos una mujer fuerte, capaz de huir de quienes te dañan, ya podés defenderte. De a poco ella se va tranquilizando. ¿No se lo contabas a tu mamá? Pobre mamá, que iba a hacer, tenía que trabajar, además papá no me pegaba insiste ella. Ahora sos madre, ¿dejarías a Lucas con un hombre alcohólico? ¡No!, por supuesto que no. ¿No pensás que esa nena además de miedo debe haber sentido bronca ante la imposibilidad de su mamá de defenderla? ¡¿Qué quiere de mí?! pregunta ella, por primera vez agresiva. Que puedas reconocer en vos ese miedo y esa rabia acumulada que no te permiten descansar en paz. ¡Yo los amo a mis viejos! Nadie te niega ese sentimiento, tus padres deben haber hecho lo mejor que pudieron arrastrando sus propias historias; no te estoy pidiendo que los juzgues sino que los admitas tal cual son; en algún momento de tu infancia tu padre te aterrorizó y tu madre no pudo protegerte, pero vos los quisiste y podrás seguir queriéndolos a pesar de eso; viviste cientos de cosas buenas con ellos, que siguen a tu lado, apoyándote, pero lo que sucedió, sucedió y no alcanzarás la paz sin admitirlo. Me voy informa Daniela cuando logra serenarse. Cuando están en la puerta Gustavo le recuerda. Si me necesitás, llamame. Siempre lo necesito aclara ella antes de darse vuelta.


¿Alguna novedad? teclea porque no tiene fuerzas para escuchar a Cecilia. Todo igual, la nena te espera, ansiosa. Llego antes de las nueve, te aviso si me hacen problema para entrar. Escribe besos pero después los borra. Está agotado. Una tarde demasiado intensa. Navego en otros mares, piensa. Apaga las luces, acomoda y mientras sale, decide que es un absurdo que tenga que esperar una semana para volver al consultorio. Acá es donde quiero estar, reconoce.

jueves, 24 de julio de 2014

172

¿Qué hacés por acá? la sorpresa de su padre se torna en alarma ¿pasó algo con la nena? No, recién me doy cuenta de que se viene fin de año y no acordamos las vacaciones; hoy les quiero avisar a mis pacientes. El padre hace un gesto despectivo. No se van a morir en un mes. A Gustavo se le comprime el pecho. No puedo largarlos duros de un día para el otro. Suena el teléfono y el padre atiende. Cuando corta, intempestivamente, pregunta ¿te separaste de Cecilia? Gustavo lo mira, azorado.  Eso parece  contesta luego de unos segundos. ¿Parece?  Él ladea la cabeza. Sí, hace meses que estamos distanciados. No me lo contaste, bueno, en realidad, nunca me contás nada. Jamás preguntás se justifica Gustavo. Ambos callan y el silencio se hace tan denso que él pregunta ¿me tomo enero?; calculo que la semana próxima cierro varias operaciones pendientes y no hay nada importante para las próximas semanas; supongo que Martín, como siempre, podrá hacerse cargo sin problemas. ¿Se van a algún lado? Gustavo se queda confuso. Serán las primeras vacaciones sin Cecilia.  La nena no está en condiciones de apartarse del circuito médico explica, justificándose. Sabés cómo son los chicos; seguro que en unos días la vemos hecha una ardilla. Ojalá, pero nos dijeron que la recuperación será un proceso lento. ¿Por qué no postergás las vacaciones para febrero? propone su padre. Estoy destruido, necesito urgente descanso; además, quiero aprovechar para quedarme con Martina a full. El silencio pesa. Gustavo busca qué decir. ¿Cómo va el consultorio? lo sorprende su padre. Bien, por suerte comenta él ya di algunas altas y pude reponer a los pacientes. De repente Gustavo experimenta la necesidad de abrirse.  He descubierto a los treinta y cinco que sirvo para esto; espero con ansiedad cada miércoles;  me maravilla la posibilidad de influir sobre la vida de otros. Su padre lo mira en silencio. Estoy pensando en agregar otro día el año próximo dice Gustavo, para su propia sorpresa ¿qué opinás? ¿Como padre o como jefe? A Gustavo le duele tanto el jefe que mirando el reloj dice se me hizo tardísimo, lo hablamos mañana se levanta y huye sin saludar al padre. 

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Daniela, vestidito de verano, parece una adolescente. ¿Cómo está su hija? le pregunta antes de sentarse. Mucho mejor, esta mañana le dieron el alta. ¡¿Qué hace usted acá?!  Gustavo se siente repentinamente culpable. Está con la madre se justifica, momento en el que descubre que si Cecilia siguiera en Chile, él hubiera tenido que dejar de trabajar.  ¿Por qué le pareció tan lógico que fuera ella quien pospusiera sus obligaciones? Porque, encima, a ella le gusta trabajar, reconoce él. comenta Daniela los hombres tienen dos lugares en el cerebro, uno para el trabajo y otro para los hijos; las mujeres no tenemos esa posibilidad, los hijos nos invaden todo. Gustavo está a punto de contestarle cuando recuerda que no está allí para debatir ideas. Explicame cómo es eso; ¿no hay nada que puedas hacer sin transportarlo a Lucas? Daniela asiente con la cabeza. Así es, exactamente; el hijo es una mochila que las madres nos ponemos al hombro cuando nacen y de la cual no logramos desembarazarnos jamás. Se desembarazan en el parto. Ella sonríe. Estás equivocado, el parto no rompe nada; absurdo pensar en que separan algo cuando cortan el cordón; a veces me entra una angustia profunda, quisiera por un segundo olvidarme de que tengo un hijo, prescindir internamente de él, pero no lo logro: necesitaría cortar el cordón inmaterial que nos mantiene ligados pero no sé cómo hacerlo; es abrumador. Sin embargo un par de sesiones atrás comentaste que deseás tener otro hijo. La cara de ella se ilumina. Claro, no hay nada que el ser humano busque más que la intensidad. ¿Aunque traiga aparejada el dolor? La intensidad es el dolor mismo; no puedo explicarle; el parto es la síntesis; un dolor desconocido, de otra dimensión, que te obliga a replegarte, el mundo deja de existir, los otros no existen, solo existe ese dolor que te animaliza hasta que, en un instante, se rompen las compuertas, te inunda una energía cósmica y ya no sos una mujer, sos una hembra que grita y empuja hasta que tu cuerpo se abre para parir a tu hijo. Gustavo queda sobrecogido por la intensidad del relato brotando de esa mujer de menos de cincuenta kilos. ¿Cómo pueden pretender que yo no quiera otro hijo? Otro parto no es lo mismo que otro hijo. No, es solo el comienzo; nací para esto, Gustavo, no tengo la menor duda. Él intenta asimilar lo descripto a los partos de Cecilia pero no lo logra, ¿Quién fue tu obstetra? pregunta. Quien iba a ser, dirás, porque parí a mi hijo sola; cuando llegué al sanatorio subí a la habitación a esperar a que la partera, que estaba en camino, llegara; me quedé sola  mientras Ariel terminaba con los trámites; me acosté en la cama hasta que el dolor me obligó a bajar y a ponerme en cuatro patas; después perdí la noción de todo, cuando la partera entró, Lucas ya estaba prendido de la teta; después ella me ayudó a subir a la cama y se ocupó del cordón y de la placenta; cuando llegó el médico todo había terminado. ¿El bebé estaba bien? No se preocupe, Gustavo, no es de ahí el autismo: el test de Apgar le dio 10 hace una pausa y luego agrega no le comenté que Luquitas progresó mucho; hace una semana que duerme de un tirón, parece menos tenso. ¿A qué lo atribuís? Yo también dormí mejor, me dijo Ariel que un par de veces se levantó para ir al baño y que yo no me di cuenta. Te repito la pregunta, ¿a qué lo atribuís? Ella se queda un rato en silencio. ¿Supone que tiene algo que ver con lo que trabajamos acá? inquiere luego. Gustavo sonríe y gira ambas palmas hacia arriba. Varias veces durante esta semana me propuse hablar con mi mamá, pero no me animé; veo la ternura con que trata a mi hijo y me pregunto si también conmigo fue así, ¿cómo reclamarle a estas alturas que no me haya protegido de mi viejo? No se trata de reproches sino de aceptación de la realidad; lo que ocurrió, ocurrió, y aunque no le permitas acceder a la conciencia, desde la oscuridad sigue actuando; a lo mejor a tu madre le alivia hablar de lo que, de alguna manera, debe constituir un peso para ella. Daniela apoya la cara entre las manos. No quiero dañarla. Me parece que para tu mamá será un regalo saber que podés amarla sin necesidad de tergiversar la verdad. Puede ser comenta Daniela  le prometo que lo intentaré. No te confundas, Daniela, no lo harías por mí sino por vos. Ya lo sé admite ella sonriendo pero usted me da fuerzas. Te veo el miércoles determina Gustavo levantándose.

Gustavo maneja inmerso en el relato de Daniela. Experimenta una extraña envidia. Como si hubiera transcurrido  por la vida rodeado  por una capa amortiguadora del dolor. ¿Cuándo se sintió tan vivo como Daniela pariendo a su hijo? Desde la alegría, porque el engaño de Cecilia logró sacudirlo hasta las vísceras. Ni hablar de la enfermedad de Martina.

165


Tiene mejor aspecto, evalúa Gustavo cuando le abre la puerta a María Inés. Ella lo besa en la mejilla, pasa y se ubica en el diván. Me encontré con mi vieja informa. ¿Cómo te fue? Empezó defendiéndose, diciendo que ni se imaginaba lo que pasaba con mi abuelo; mientras yo le contaba con detalles ella se tapaba los oídos; hasta que se quebró y empezó a sollozar; me contó que esa noche había soñado con que su padre la miraba, ¿te das cuenta?, lo mismo que soñé yo; pero recién en ese momento recuperó un par de escenas en las cuales su padre la tocaba; no podía parar de llorar; cuando logró calmarse me abrazó y me pidió perdón. Cuando Gustavo percibe que ella no seguirá hablando, comenta es extraordinario lo que conseguiste. Sí, pero tampoco te creas que la toqué con la varita mágica y se transformó; después de que tomamos un té me pidió que le prometiera que no se lo iba a contar a nadie; lo único que le importa es guardar las apariencias. Él reflexiona mucho antes de comentar no seas tan dura con ella; tampoco vos hablaste con tus amigas sobre tus dificultades sexuales con Gerardo. ¿Es un reproche? De ninguna manera, es solo una observación; lo importante es no depender de la aceptación de los otros para valorarse a sí mismo; ¿qué puede pasar si sacás de la sombra la relación con tu marido. ¿Qué puede pasar?, ¡puedo destruirlo! Creo que estás equivocada; probablemente le harías un favor, debe ser una condena para él verse obligado a ocultar su condición sexual; ¿pensás que va a  perder clientes?, por suerte soplan vientos nuevos, se está poniendo fin a la discriminación de género. Llega mañana informa María Inés no sé qué mierda voy a hacer. ¿De qué tenés miedo? ¡De todo!, temo vivir sin él, temo el escándalo, temo perder el tren de vida, temo que mi viejo no me perdone. Pero a pesar de todo eso sentís la necesidad de actuar. No puedo seguir así, Gustavo, voy a terminar matándome. Si pensaras que la única solución es matarte no vendrías. María Inés calla durante un largo rato. Mientras estoy aquí me siento a salvo; vos me protegés de mí misma. No soy yo; es la parte tuya que lucha por salir a la luz. ¡Qué parto más difícil! exclama ella con una sonrisa ¡y ni siquiera me ponés anestesia! Ambos ríen.

Gustavo, de repente, se siente agotado. Se deja caer sobre el diván. Todavía le faltan dos pacientes y su propia sesión con Ana María. Aunque lo peor vendrá después. ¿Cómo sobrellevar esa primera noche con Martina en casa? Quizá debiera pedirle a su madre que le hiciera compañía. No seas pelotudo, Gustavo, se reta, sos un hombre grande, si le dieron el alta a la nena será porque los médicos están seguros de que no corre ningún riesgo. El portero eléctrico lo sobresalta.

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El viernes le pegué a mi hermana cuenta Camilo. ¿Cómo es eso? La perseguí alrededor de la mesa y le di con la muleta en las piernas; se cayó al piso y le sangró la rodilla; chilló como un animal; mi mamá vino corriendo  y me encajó una cachetada, nunca me había pegado; le dije que era una bestia y me mandó al cuarto; además no me dejó salir durante todo el fin de semana. Vamos por partes dice Gustavo ¿por qué le pegaste a tu hermana? Encontró una carta que yo le había escrito a Sofía y empezó a leerla en voz alta y a burlarse; yo no quería pegarle, solo se la quería sacar pero me puso tan furioso que no me pude controlar. ¿Se lo explicaste a tu mamá? No, me preguntó qué había pasado y no quise decírselo, creo que eso es lo que más la enojó; además tampoco consiguió que Luciana le contara. ¿Cómo quedaste con tu hermana? Todo bien; ella me pidió perdón y yo también le pedí perdón,  la verdad es que se lo merecía; mil veces me jodió y nunca le hice nada, se le van a pasar las ganas de joderme dice Camilo, sonriendo. No parece que el episodio te haya angustiado comenta Gustavo. El chico frunce el ceño. Para nada reconoce. ¿Me querés contar lo que sentiste? Alivio. ¿Alivio? Sí, me porté muy mal y no pasó nada. Recibiste una cachetada y un castigo. Sí, pero a mamá ya se le pasó. Te sigue queriendo comenta Gustavo, mirándolo a los ojos. Como vos después de mis insultos dice el chico con una sonrisa encantadora, se queda pensando un largo rato y después, muy serio admite me gustó que me pegara. ¿Por qué? Porque si me pudo pegar es porque me vio fuerte, normal desde el accidente todos me tratan como si fuera de cristal. ¿Luciana también? Camilo se ríe. ¡No!, ella no, ¡no ves que siempre me joroba! Entonces te gusta que te jorobe. ¡Tampoco la pavada!, es pesadísima pero con ella todo es como antes, yo la quiero a mi hermana, ¿sabés?, en el fondo nos entendemos. Gustavo sirve agua, ambos beben. ¿Cómo reaccionó tu papá? No se metió, él no se mete entre mamá y nosotros, la deja hacer. ¿Te preguntó algo? Nada. ¿Y eso cómo te cae? Camilo se encoge de hombros. Me cansé del tema dice. De acuerdo, ¿de qué querés charlar? Ayer viajé solo en colectivo dice el chico y comienza a describir, entusiasmado, su aventura.

Gustavo suspira satisfecho, apoyado sobre la puerta cerrada. Algo que sale bien. Busca el celular. Está por llamar pero se arrepiente y escribe: ¿Cómo está la nena? Segundos después lee: Ahora está durmiendo; vino mamá y jugaron un rato al dominó. Gustavo recibe la información, molesto. ¿Qué tiene que hacer su exsuegra en su casa? Cecilia ni le consultó. Se cree que sigue siendo su casa, piensa, irritado.

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Gustavo, frente al volante, experimenta una fuerte opresión en el pecho. Sostenida por Cecilia, Martina camina con dificultad. Las piernitas de alambre. Aturdido, se baja a ayudarlas. La cara de la nena resplandece. La de Cecilia, no. Tiene los ojos húmedos. La recuestan en el asiento de atrás. Es porque hace mucho que no me muevo, papi, ya me voy a poner bien, el doctor Grieco me dijo. Gustavo le abre la puerta a Cecilia que, en cuanto se sienta, deja que las lágrimas resbalen. Él le oprime la mano antes de cerrar. Ella sonríe. ¡A sacar las alas para llevar a mi muñeca! exclama mientras arranca. Martina se sienta. ¡Ya estamos volando, papi!


Como antes, los cuatro sentados alrededor la mesa. Nacho y Martina comparten información sobre un nuevo juego en el celular. Gustavo observa a Cecilia. Más delgada, la cara lavada. Percibe su fragilidad. Cuando la nena se incorpora, él se precipita a ayudarla. Yo puedo, papi. Sosteniéndose en los muebles y la pared, Martina se dirige a su cuarto. Nacho la sigue. ¿Estás segura de que te arreglas sola? pregunta Gustavo a Cecilia. Por supuesto, además está Juana. Me voy al consultorio, entonces, tengo una paciente a las dos. ¿Laura? No, ya terminé con ella, es una paciente bastante nueva. Ah comenta Cecilia ya no los conozco. En el tono de su voz, los meses de abismo entre ellos. Gustavo se levanta y va a despedirse de los chicos.

160

Estoy en cinco escribe Gustavo. Cuando estaciona frente a su casa, Nacho ya está abajo. Muero de hambre dice el chico ¿adónde vamos? ¿Qué tenés ganas de comer? pregunta Gustavo. Me clavaría un asadito. ¿Vamos a ¨Siga la vaca¨? De una. Ya frente al vacío y las papas fritas Gustavo pregunta ¿qué fue lo que pensaste? Nacho traga lo que tiene en la boca y toma un sorbo de cocacola. Estuve mirando por Internet; si a Marti la están dializando es porque tiene una insuficiencia renal y eso es para toda la vida, a menos que le hagan un trasplante de riñon. Hijo, nadie habló de eso, todavía es muy reciente, confiemos en que pueda recuperarse. Esperemos que sí, pero te quiero decir una cosa Gustavo lo mira si hay que trasplantarla, yo le regalo un riñón. Gustavo siente que se le agolpan las lágrimas. Jamás podrá perdonar sus catorce años de desamor.  Este pibe es una joya, piensa.

Gustavo ya está acostado cuando busca el celular y teclea Te felicito por Nacho. Está por apagar la luz cuando el teléfono suena. También es tu hijo lee.

miércoles, 23 de julio de 2014

156

No estaba seguro de si tenía que venir aclara Joaquín en cuanto se sienta. ¿Por qué no me llamaste? pregunta Gustavo. No sé, me pareció que no daba. Preferiste venir hasta aquí arriesgándote a que yo no estuviera. Igual no tenía nada que hacer se justifica el chico. Es excepcional que yo cancele un encuentro, lamento muchísimo no haber podido atenderte. Joaco se encoge de hombros. No pasa nada, estoy acostumbrado. ¿A qué estás acostumbrado? Nada, es un decir. ¿Estás acostumbrado a sentirte postergado? El chico baja la vista, se come las uñas. Me contaste que tenés un hermano más chico. Sí, tiene catorce. Hablame de él pide Gustavo. ¿Qué querés que te cuente? ¿Se llevan bien? Maso. ¿Qué es lo que te molesta de él? El chico lo mira, parece sorprendido. Nada, yo no te dije nada. Habrá cosas de él que te gusten menos que otras. Joaquín esboza una sonrisa extraña. Difícil, Maxi es perfecto. ¿Se llama Maximiliano? No, Máximo. Y vos sos más grande pero te sentís mínimo frente a él. No me jodas pide el chico. ¿A él también lo insulta tu papá? ¡Cortala! eleva Joaco la voz mientras se balancea rítmicamente. Gustavo obedece pero luego de una larga pausa insiste ¿suponés que tu papá lo quiere más? ¡Estoy seguro! ¿Y tu mamá? No sé, mi mamá es muy buena conmigo pero a lo mejor es que me tiene lástima. A Gustavo se le estruja el alma. ¿Lástima por qué? Porque todo me sale mal. ¿Qué es todo? El colegio, las chicas, todo. ¿Le contaste a tu mamá que te va mal con las chicas? No, cómo le voy a contar, pero ella siempre sabe todo, no sé, parece que me espiara,  le pregunta a mis amigos, llama a sus madres. ¿Vos le avisaste que eso te molesta? Para qué, lo va a hacer igual. ¿Qué opinás de la actitud de tus padres? Ellos creen que lo hacen por mi bien. ¿Estás seguro de lo que estás diciendo? Joaco calla. Vuelve a comerse las uñas. ¿Te sirve que tu papá te humille? Mi papá no me humilla. ¿Tampoco cuando te dice ¨tan pelotudo como siempre¨ porque se te rompió un vaso?; ¿te sirve que tu mamá, a tus diecisiete años, te controle llamando a las madres de tus compañeros? No sé para qué mierda te conté nada, vos entendes todo mal. Quizá me lo contaste para poder observarlos a través de mis ojos. ¡No sos nadie para juzgar a mis papás! Yo no estoy juzgando a tus padres, estoy tratando de que percibas qué de su actitud te hace daño. Joaquín se agarra la cabeza con ambas manos. Eso solo hacen mal trata de disculparlos. Por supuesto que han hecho muchísimas cosas buenas por vos, por supuesto que te quieren, aunque a veces lo dudes; lo que estoy intentando es que, en lugar de adjudicarte las  fallas a vos puedas ver que , a lo mejor, ellos depositan en vos sus propias inseguridades. ¿Por qué lo decís?  Gustavo se pregunta, ¿hasta dónde debe retroceder? ¿Qué relación tenés con tu abuelo? A veces me siento un mosquito al lado suyo, él sí que es súper. Seguramente no fue fácil para tu papá tener un padre así. Joaquín endereza bruscamente la cabeza. Nunca lo había pensado. ¿Tu papá nunca te contó cosas de cuando era chico? Casi nada, no se acuerda. ¿Por qué te parece que no tiene recuerdos? No sé. A veces cuando los recuerdos son duros, la mente los saca de la conciencia, pero en el inconsciente sobreviven y siguen actuando, tratando de reparar los sufrimientos. ¡Claro! exclama al chico ¡por eso me jode a mí! Pero él no puede evitarlo porque no se da cuenta. ¿Por qué no lo traigo aquí y se lo decís vos? Yo no soy el terapeuta de él sino el tuyo; tampoco soy el dueño de la verdad; lo que estoy diciendo es solo lo que yo supongo que ha sucedido. ¡Pero tenés razón!, ¡cuando lo dijiste algo se me sacudió en la panza! Te propongo que vayas a tu casa, que reflexiones sobre todo lo que charlamos aquí, que intentes acercarte a tu padre; si eso no funciona y sentís que querés hablar con él y no te lo permite o vos mismo no te lo permitís, podríamos pensar juntos si es una buena idea que tu papá venga acá. Dale dice Joaquín levantándose. Antes de salir con la vista baja dice seguro que no me voy a animar.


Gustavo reflexiona: Mariana y el abandono de su madre; Camilo y el imperativo de excelencia; María Inés entregada por su madre; Joaquín y su autoestima desvastada por sus padres; Daniela y el alcoholismo de su padre. ¿Cómo trabajar con el presente antes de decodificar la infancia? Imposible comenzar por el final. Pero es difícil luchar contra la resistencia de sus pacientes de viajar hacia atrás. Exhala bruscamente. Va a la cocina y se prepara un té.

155

Perdoname por suspender nuestro encuentro del miércoles pasado se disculpa Gustavo. No es nada dice María Inés. ¿Cómo estás? No tan grave como tu hija, parece. A Gustavo le da rabia. Carraspea. Tu estado puede ser modificado por vos misma dice mi hija estuvo luchando por su vida. La mirada de María Inés se ablanda. ¿Cómo está ahora? Mejor, pero sigue internada; cancelé la sesión solo porque era imprescindible, entiendo perfectamente lo difícil de tu situación. Me arreglé sola informa ella. Contame, por favor. El miércoles pasado al salir de aquí no sabía adónde ir; empecé a caminar y cuando me quise acordar estaba frente a la casa de mis padres; subí; mi madre se sorprendió mucho, nunca voy sin avisar; fue raro verla en bata, despeinada, sin maquillar; yo había borrado todo lo que me habías dicho el miércoles anterior pero cuando  la tuve enfrente me cayó todo encima, como un baldazo; le pregunté si sabía que el abuelo había abusado de mí; se quedó muda, la boca le temblaba; hasta que le pregunté si su padre también había abusado de ella; se transfiguró, me dijo que estaba loca, creí que iba a pegarme; luego me pregunto si se lo había contado a alguien; evidentemente lo único que le importa es guardar las apariencias; me fui dando un portazo. Gustavo le ofrece un vaso de agua que ella acepta. Está por decirle que el hecho de que él no hubiera podido atenderla removió el abandono de su madre cuando decide que no, mejor no. Celebro que hayas podido hablar con tu madre; debe haber sido un terrible impacto para ella; quizá cuando se reponga acceda a contarte qué fue lo que ella vivió. Después de una semana, me llamó antes de venir para acá cuenta María Inés quedé en ir cuando salga. Se instala un silencio que, sin embargo, no es molesto. ¿Qué pasó con Gerardo? pregunta Gustavo luego de un largo rato. Por suerte está de viaje informa ella no me pidas tanto; de a uno por vez sonríe por primera vez y, mostrando los puños en alto, añade este round es con mi madre. ¿Querés que dejemos aquí? propone él. accede ella necesito ver a mi madre ya. Ambos se incorporan. Frente a la puerta abierta del ascensor, María Inés gira. Que tu hija se mejore, tiene suerte de tener un padre como vos.


Gustavo va hasta el teléfono. Hola, pa atiende Nacho ¿pasó algó con Marti? No, solo quería escucharte. Se produce un largo silencio. ¿Estás ahí? pregunta Gustavo, arrepentido de su impulso. Sí, pa; algo pensé, a la noche te cuento. Cuando salgo de la clínica te paso a buscar y vamos a comer algo. ¡Pero a Mc no! pide el chico. Ambos ríen.

martes, 22 de julio de 2014

154

Camilo llega diez minutos tarde. Después de aquí me voy a lo de Leo y no encontraba la carpeta que tengo que llevar se disculpa al entrar. Se sienta, saca del bolsillo el celular y lo pasa de una a otra mano, una y mil veces. ¿En qué estás pensando? le pregunta Gustavo luego de unos minutos. En nada contesta Camilo sin interrumpir su actividad. ¿Seguís enojado? Las mejillas del pibe se enrojecen al instante. Te tengo que pedir perdón dice al rato, la vista en el piso. ¿Por qué? Ahora sí lo mira. ¿Por qué?, ¿no te acordás de lo que pasó?, ¡te insulté! Me alegra que hayas podido hacerlo. ¿Me estás burlando? De ninguna manera, es muy importante que hayas permitido, por unos minutos, que escapara toda esa rabia que anida en vos. Camilo agita la cabeza. No es cierto, te dije boludeces. Gustavo se toma unos segundos. Luego pregunta ¿te acordaste durante la semana de lo que pasó aquí el miércoles pasado? El chico asiente con la cabeza. ¿Qué pensaste? Me moría de vergüenza, no quería venir hoy, pero si no venía le tenía que contar a mis papás por qué y eso era todavía peor. ¿Qué es lo que te provoca tanta vergüenza? Que me hayas visto así. ¿Fuera de control? Es que yo no soy así. Vos también sos así; pudiste comprobar que, a pesar de que manifestaste tu rabia, el mundo no se acabó. Camilo guarda el celular en el bolsillo. El mundo no se acaba, obvio, pero vos ya no me querés igual. ¿El terapeuta puede querer a sus pacientes? Gustavo posterga sus propios interrogantes y aclara no te quiero igual, te quiero mejor porque te conozco más.  Camilo lo mira de frente, por primera vez en la sesión. La entrega de sus ojos conmueve a Gustavo. ¿De veras? Claro que sí. El chico hace una inspiración prolongada. ¿Pensás que si tus papás descubren que a veces podés ser agresivo te van a querer menos? Camilo calla. ¿Ya no te enoja que te lo diga? El pibe niega con la cabeza.  Ahora que parecés comprender que tu actitud no va a modificar el cariño de tus padres, ¿te sentís capaz de  hacer una rabieta frente a ellos si, por ejemplo, tu hermana te molesta? Camilo se queda pensando. Es que ellos ya tienen demasiados problemas para que yo les dé otro más. ¿Cuál considerás que es el principal problema que tienen tus papás? Que yo esté rengo contesta Camilo inmediatamente. Me equivoco o te sentís culpable de haberles arruinado la vida. Es que es así. Antes del accidente, ¿también ocultabas tus verdaderos sentimientos? Sí, pero no tanto, era mucho más chico. Camilo, mirame el chico obedece el accidente no arruinó tu vida ni la de tus padres, solo la modificó; de últimas, el principal interesado sos vos, ¿por qué habrías de tener que proteger a los demás? ¡Porque soy así! grita el chico. Que hayas actuado de una manera hasta este momento no implica que debas seguir haciéndolo el resto de tu vida; aunque ya tengas trece años, todavía sos un chico, tus padres son adultos; ellos se pueden cuidar solos, tienen herramientas para afrontar las dificultades que les vaya presentado la vida; son dos personas sensibles pero fuertes; nada malo les va a pasar porque te escuchen  peleando con tu hermana o porque en alguna prueba no saques diez; ellos siempre te van a querer. Los ojos de Camilo enrojecen. No quiero llorar otra vez, vas a pensar que soy un bebé. Todos tenemos derecho a llorar: los niños y los adultos; los hombres y las mujeres; es un privilegio poder permitírselo. ¿Vos también llorás? Claro contesta Gustavo. ¿Y no te da vergüenza?  ¿Puede mentirle? Un poco, pero lloro igual. Camilo sonríe entre las lágrimas.  Ya te dije, sos un grande.

Me quedé con ganas de abrazarlo, piensa Gustavo. Qué difícil es saber qué corresponde, cuáles son las emociones que deben controlarse. ¿Habría sido contraproducente que el chico hubiera recibido su abrazo? ¿Qué le pasaría a Nacho por dentro?, ¿él también reprimiría sentimientos por temor a no ser amado? ¿Y Martina? A Gustavo se le para un instante el corazón. ¿Qué habría sentido durante todos esos días?, ¿no la habrían obligado sin darse cuenta a ser demasiado valiente? Le duele el cuerpo de ganas de abrazar a sus hijos. De ampararlos. De hacerles saber que los ama con todas sus imperfecciones. Necesito hablar con Nacho, piensa, contarle lo que le pasó con él durante todos estos años, legitimizar lo que el chico, en consecuencia, debe haber sentido. Duele vivir, piensa. 

lunes, 21 de julio de 2014

153

Viniste comenta Gustavo mientras la hace entrar. No, soy un espejismo dice y luego de unos segundos  en otro tono agrega si no, te hubiera llamado. Hay algunos que no pueden ni avisar aclara él. Estoy sin dormir comenta ella al sentarse. Gustavo la observa con atención. Sí, está ojerosa. ¿Por qué? le pregunta. Me fui de joda. A lo mejor es lo que hubieras querido añade él. ¡Por supuesto!, no de joda en sí, lo que hubiera querido era irme. ¿Benicio lloraba? ¿Si lloraba?, ¡aullaba! ¿Lo estás amamantando? No, no tuve leche, lo intenté en el sanatorio pero ya allí empezaron a darle mamadera. ¿Cómo fue tu parto? Una cesárea, pero todo bien. ¿Por qué te hicieron cesárea? Estaba programada; el bebé era grande y con mi edad… Gustavo va a repreguntar pero se detiene. No es ese el camino. Inspira hondo. ¿Recordás mi propuesta del encuentro anterior? Ella lo mira con ¿desdén? Claro dice todavía conservo mis facultades mentales. ¿De que trabajaba tu padre? ¿Y eso que tiene que ver con los gritos de Benicio? ¿De qué trabajaba? Ella resopla. Era, bah, es, odontólogo. Como vos. Chocolate por la noticia. Gustavo experimenta una fuerte y repentina irritación. Él ya tiene bastantes problemas, ¿qué mierda le importan los padres de Mariana? Inspira profundamente, se pasa la lengua por los labios y pregunta ¿y tu madre? Ella hace un gesto despectivo. Mi vieja nunca hizo nada, vivió de él toda la vida. ¿Quién dice eso? Mariana lo mira, parece sorprendida. ¿Cómo quién dice eso?, ¿me estás cargando?, yo lo estoy diciendo. Nunca y toda la vida parecen remitir a un tiempo anterior a tu existencia. Sí, desde que se casaron ella vivió panza arriba; antes era maestra. Te repito la pregunta ¿quién dice eso? No te entiendo; yo. ¿Quién te lo contó? Ella se echa el cabello hacia atrás y deja las manos apoyadas sobre la cabeza. Luego de unos instantes contesta siempre lo supe, supongo que habrá sido mi papá, no creo que mamá admitiera voluntariamente que era una vaga. ¿Cómo fue tu nacimiento? No sé reconoce ella. ¿Tu madre te amamantó? No sé repite. Durante el embarazo y nacimiento de Benicio, ¿tu madre no hizo ningún comentario con respecto a tu propio nacimiento y lactancia? Si los hizo, no la oí, tenía otras preocupaciones; durante el embarazo tuvimos un caso importantísimo y desde que nació el nene, lo único que escucho son gritos. Me dijiste que dejabas al bebé con tu mamá. Sí, pero eso no significa que hable con ella. ¿Tenés hermanos? No, soy hija única. ¿Por qué? Mariana esboza una sonrisa desdeñosa y contesta porque no tengo hermanos. Gustavo sabe que ella busca irritarlo por eso sonríe a su vez  y repregunta. ¿Por qué?  Ella se pone seria. No sé. ¿Nunca lo preguntaste? Parece que no. Él tiene una corazada. ¿Vos vivías con tu mamá? Ella arquea las cejas. Cuando yo tenía unos seis años papá consiguió trabajo en una clínica odontólogica muy importante en Buenos Aires. ¿Dónde vivían? En Trenque Lauquen, ¿no te conté?; yo me vine con él. ¿Y tu mamá? Ella se tuvo que quedar porque sus padres estaban enfermos. ¿Durante cuánto tiempo?  No sé exactamente, unos tres o cuatro años, hasta que mis abuelos murieron cuenta ella con total normalidad. ¿Durante ese tiempo no viste a tu madre? No. ¿La extrañabas? ¿Yo?, no, estaba acostumbrada. ¿Quién se hacía cargo de vos? Mi papá, claro. Me imagino que tu padre trabajaría bastante. Por supuesto, es el día de hoy que labura de ocho a ocho. ¿Quién te despertaba, te preparaba el desayuno y te llevaba al colegio? Ella despliega una sonrisa extraña. Mi papá ponía el despertador todas las noches; yo me levantaba, me vestía, tomaba la leche que ya estaba en mi taza y salía; el colegio quedaba en la esquina. Gustavo recuerda los dos vasos de Nesquik y las cuatro tostadas saltando al mismo tiempo. ¿Con qué edad hacías todo eso? Desde los seis años; no me parece que sea la muerte de nadie. ¿Dónde almorzabas? En el colegio. ¿Quién te preparaba la merienda? Casi siempre teníamos alguna empleada; cuando no, yo me servía un vaso de leche y comía galletitas. ¿Tu papá? Llegaba como a las ocho y cenábamos juntos; yo me bañaba y se acababa el día. A Gustavo lo sorprende la falta de emoción del relato. ¿No tenías miedo? ¿De qué? Mariana, eras una nena muy solita. Ella hace otro gesto despectivo. Cerrá los ojos le indica él. Ella, para sorpresa de Gustavo, obedece al instante. Tratá de recordarte; imaginate que estás en la casa de tu infancia, mirando la puerta de calle, esperando a tu papá; ves que la luz se va ocultando pero tu papá no llega; te preguntás si va a volver, si será cierto que va a volver. Mariana se aprieta los brazos con ambas manos, comienza a balancearse. Hasta que, por fin, tu papá regresa; ¿qué hacés cuando escuchás la llave en la cerradura? Voy al baño a lavarme la cara; no quiero que papá me vea llorar contesta. ¿Qué puede pasar si tu papá te ve llorar? Él siempre me dice que soy valiente como un soldadito, si me ve llorar no me lo va a decir más. Gustavo decide permanecer en silencio. Un largo rato después comenta resulta muy difícil para un soldado ser una mamá.  Mariana, mansamente, comienza a llorar.

¿Martina está despierta? le pregunta a Cecilia. Instantes después escucha papi, todavía no viniste. Él cierra los ojos. Estoy trabajando, muñequita, pero no dejo de pensar en vos. La nena parlotea. Como antes, piensa él. Antes. Si pudiera retroceder tres semanas. Si pudiera retroceder cuatro meses, en realidad. Te veo a la nochecita promete. Corta y llama a su casa. Hola, hijo, ¿cómo te fue en la escuela? ¿No te acordás que no fui? Cierto recuerda él soy un tonto. Me acosté de nuevo y dormí hasta que Juana me despertó con el almuerzo. Bien hecho comenta él y sin haberlo planeado le pregunta ¿cómo estás? Silencio. ¿Yo? pregunta el chico luego de un rato ni idea, tendría que pensarlo. A Gustavo lo impacta la respuesta. Pensalo y a la noche lo charlamos; te mando un abrazo fuerte. Gracias, pa.

viernes, 18 de julio de 2014

152

¿Cómo está la nena? le pregunta Natalia en cuanto se ubican en el sillón. Mejor, pero todavía no descartaron una deficiencia renal crónica. ¿Y de ánimo? Hoy me pidió que no permitiera que la conectaran a la máquina, refiriéndose a la diálisis; me parte el alma. Gustavo apoya los brazos sobre las rodillas separadas y la mira. El silencio se prolonga. Vos me querés decir algo, ¿no? lo encara ella. Él baja la vista. ¿Viniste a despedirte? Me encanta estar con vos, Natalia, pero no quiero hacerte daño. Volviste con tu mujer afirma ella mirándolo de frente. No dice él. No todavía lo corrige ella. Él se agarra la cabeza. En este momento Martina es el centro de mi universo, no me imaginé que se pudiera querer tanto a un hijo, que se pudiera querer tanto a alguien, en realidad; haría cualquier cosa por ella, le daría ya mismo mis riñones si eso pudiera solucionar sus males. ¿Si ella te lo pidiera volverías con tu mujer? Ella lo pide con cada una de sus actitudes, a veces pienso que se enfermó para juntarnos. ¿Entonces? No sé, no entiendo nada, no sé qué es lo que debería hacer. Lo que querés hacer. No se trata solo de deseos; todavía no hablé nada con Cecilia, nuestra situación quedó congelada el día en que Martina se enfermó. ¿Qué te pasa a vos con Cecilia? No sé, Natalia, y no quiero joderte a vos mientras lo descubro. No necesito que me protejas; soy grande y puedo cuidarme sola; si querés terminar con esto no me vendas que lo hacés por mí, tené la valentía de asumir que, más allá de tu hija y de mí, tu genuino deseo es volver con tu esposa. Como si solo dependiera de mí. Natalia se incorpora. Tenés razón, mejor andate. Gustavo, desconcertado, se para. No quiero que te enojes. No pienses que podés lastimarme y quedar ante vos y ante mí como bueno; andate, Gustavo, andate de una vez. Él se dirige a la puerta. Los brazos caídos.


Antes de subir al auto compra pan y fiambre. Ni bien arranca, enciende la radio.  Sube el volumen. Abre la ventanilla. El aire fresco lo revitaliza. Canta. Está logrando no pensar. Cuando llega al consultorio también pone música. Va a la cocina y se prepara un sándwich. En cuanto se le asoma la imagen de Natalia decide buscar la ficha de Mariana. Mastica leyéndola con atención. Mientras se filtra el café llama a Cecilia. Martina duerme. Comió bien. Voy cerca de las nueve informa él. Ya me lo dijiste comenta ella. Como a Gustavo no se le ocurre qué agregar, corta.

miércoles, 16 de julio de 2014

150

Miércoles 5 de diciembre

Pa, ¿Marti va a quedar bien? pregunta Nacho mientras le pone manteca a la tostada. Gustavo apoya la taza de café con leche. Claro contesta. No me mientas que no soy un nene, ya estuve mirando en Internet. Es cierto, su hijo ya no es una criatura. Cada uno de los quince días de este infierno lo sorprendió con su madurez, con su insospechable responsabilidad. Sí, es una enfermedad seria, pero pasó lo peor, ya no hay compromiso de vida. No te estoy preguntando si se va a morir sino cómo va a quedar; ¿hasta cuándo la van a conectar a esa máquina?; a ustedes no les dice nada porque no los quiere preocupar, pero cuando se queda conmigo me cuenta que es horrible y no para de llorar. Gustavo piensa que Ana María esta vez se equivocó.  Él, y cómo le cuesta contenerse,  no puede ponerse a llorar junto con el chico. Decide ser sincero. Nacho se lo merece. Los médicos de la clínica no están seguros de que Martina pueda recuperarse totalmente, pero el doctor Grieco apuesta a que sí. ¡Grieco es un grosso!, yo a él sí que le creo dice el pibe masticando la tostada. Gustavo mira el reloj. Se está haciendo tarde, hijo indica Gustavo, levantándose. Esperá, pa dice Nacho hay algo muy importante que te quiero contar. Gustavo se sienta. Te escucho. La culpa de lo de Marti es mía confiesa el chico, la vista baja. ¡¿Qué disparate decís?! Una tarde la llevé a McDonald’s sin permiso y yo sé que esto es por la carne picada cruda. Gustavo siente en la piel el dolor del chico y celebra que haya intentado sacárselo de encima. Le levanta con delicadeza el mentón. Se topa con unos ojos llenos de lágrimas. Hijo, no es por eso, quédate tranquilo, si hay algún lugar donde la carne está cocida es en Mc; ya lo hablamos con Grieco, hay mil posibles causas, entre otras, que Martina estaba con las defensas bajas; si hubiera sido por las hamburguesas vos también te habrías enfermado. ¡Pero yo soy mucho más fuerte, pa! exclama Nacho, la cara iluminada. Vení acá  pide Gustavo dame un abrazo. El chico esconde la cara en el pecho del padre, pero instantes después se separa. Pa, ¿te puedo pedir algo? Gustavo inspira profundamente, cuánto más va a resistir sin largarse a llorar. ¿Me dejás faltar a la escuela? Gustavo sonríe.

martes, 15 de julio de 2014

149

¡Papi, al fin viniste! lo recibe Martina como si hubieran transcurrido  varios años sin verse. Él la besa con delicadeza pero ella, con los bracitos de alambre, se le cuelga del cuello. Hola, pa dice Nacho recostado en el sillón y al rato agrega me fue bien. Gustavo intenta, sin éxito, recordar la materia, el tema. ¿Qué te tomaron? pregunta, tanteando. Dos ejercicios de Thales y dos de Pitágoras, creo que los hice todos bien. Gustavo se acerca y le revuelve el cabello. ¿La abuela? Mamá la llevó a tomar algo; yo me quedé cuidando a Marti. Dice Nacho que Lacán se la pasa acostado en mi cama, ¡pobrecito! ¡No sé quién te sacará las pulgas! comenta Gustavo justo cuando la puerta se abre. Hola, hijo se acerca su madre a saludarlo ya tenemos de vuelta a nuestra princesa. Cecilia le hace señas. Gustavo besa a su madre y anuncia salgo un ratito. ¡Ufa! protesta Martina. ¿Qué pasó? pregunta él.  ¿Vamos a tomar un café? propone Cecilia. Estuve charlando con Grieco dice ella espera que el mozo se retire y añade los últimos análisis de la nena dieron mal; tendrán que dializarla de nuevo; los médicos temen que derive en una insuficiencia renal crónica pero Grieco es optimista, pero ya sabemos que Grieco siempre es optimista y me parece que esta vez se está equivocando oculta la cabeza entre las manos Martina en diálisis permanente, no lo puedo soportar. Gustavo le aprieta ambas manos. No te me derrumbes, eso sí que yo no lo voy a poder soportar. Gustavo recuerda a Ana María. Tiene a los tres sobre los hombros, ¿cómo mierda quiere que él se pueda aflojar?

¿Seguro que querés que me vaya? insiste Cecilia con la cartera ya en el hombro. Andá tranquila, necesitás descansar indica él. Mañana te quedás vos propone Martina ¡y pasado, los dos! Cecilia le da un último beso a la nena y sale. Gustavo recibe los dos mensajes. Uno, y como siempre, el intento de reunirlos. Otro, y este sí que lo alarma, es la resignación. Martina descuenta que estará internada dos días más. Acostate aquí conmigo, papi la nena se corre hacia el borde y señala el lugar vacío contame un cuento. Pero no tenemos ningún libro ¡Inventalo, entonces! Gustavo baja la luz del velador, apoya la cabeza sobre la almohada y comienza: Había una vez…

jueves, 10 de julio de 2014

146

Gustavo corre hasta el auto. Quince minutos después no sabe ni cómo, está entrando a la clínica. Qué suerte que viniste lo recibe Cecilia si no le daban el alta de terapia antes de las cinco, lo dejaban para mañana; vení, te acompaño adonde tenés que firmar. Bajan solos en el ascensor. Ambos mirando hacia adelante. Él, sin darse cuenta, apoya la mano sobre el hombro de Cecilia. Ella, sin darse vuelta, toma esa mano con su propia mano. Gustavo cierra los ojos.

Papi, ¡me liberaste! lo recibe la nena, ya en su habitación. No fui yo, muñeca dice él mientras la abraza con precaución porque sigue la madeja de tubos. Sí, no podía salir porque vos no querías. ¿Quién te dijo ese disparate? Yo lo oí, no querías firmar. Gustavo se sienta en la cama. No es así, estaba trabajando; vine en cuanto mami me avisó. ¿Y Nacho? Ahora le voy a pedir a la abuela Isabel que lo traiga. ¿Por qué no lo traés vos? Me tengo que ir al consultorio. ¡No! Te prometo que vuelvo rapidito decide él mientras la besa. ¿Y con quién me quedo? Con mamá, fue a buscarse un café, ya viene. Confirmando sus palabras la puerta se abre. La carita de la nena se ilumina. ¡Mi mami querida!


En el ascensor Gustavo teclea: Te espero en el consultorio, como siempre. De acuerdo contesta Daniela cuando él está subiendo al auto. Antes de arrancar escribe: recién me  desocupo, Joaco, perdóname. Te veo el miércoles. Llamame cuando quieras. Gustavo lo lamenta tanto. Este chico no está para padecer más desamores. Pero mi hija está primero, intenta aliviar su conciencia. Pone el auto en marcha. La vio más animada a Martina. Pronto estará de diez, se promete.

martes, 8 de julio de 2014

144

Yo tenía razón, sos lo más inicia Camilo la sesión. ¿Por qué lo decís? pregunta Gustavo, sonriendo. Resultó y ante el gesto interrogativo de Gustavo agrega la vi a Sofía; fui a explicarle matemática a Leo y estaba; merendamos los tres juntos; quedé en volver mañana. ¿Cómo te sentiste? Qué sé yo, más que nada nervioso, no sabía qué decirle. Eso es raro viniendo de vos. ¿Cómo? Por lo que me contaste te eligieron delegado del curso porque sos el que mejor habla. Hablar con la cabeza es fácil. Es muy interesante lo que dijiste, tratá de explicármelo mejor. El chico se encoge de hombros. Vos sabés, es fácil hablar de lo que uno sabe o de lo que uno ve. ¿Y qué es difícil? Hablar desde adentro. Gustavo carraspea. ¿Te resulta difícil hablar desde adentro solo con Sofía? No sé, antes no lo pensé. ¿Nunca le contaste a un amigo cómo te sentías? Creo que no. ¿Y a tus padres? Menos que menos. ¿Por qué? El chico lo mira, parece desconcertado. Luego de un rato dice ellos tampoco me cuentan cómo se sienten. Aquí los tres han hablado de sus sentimientos. ¡Porque vos nos obligaste!; cuando volvemos a casa es como si nada hubiera pasado. Creo que no es tan así; a partir de todo lo que salió a luz aquí, hubo movimientos importantes en tu familia. Sí, ya sé, pero si vos no estás yo no puedo decirles lo que siento, ni siquiera me doy cuenta de que lo siento, y vos no podés estar siempre, entonces a lo mejor no sirve para nada venir acá. Gustavo piensa que no está en condiciones de soportar que Camilo se vaya, Él sí que no. ¿Qué te gustaría poder decirles a tus papás? pregunta. Camilo juega con los dedos mientras piensa. Que yo no soy tan bueno como ellos piensan. ¿Cómo es eso? inquiere Gustavo, profundamente interesado. Ellos siempre me alaban ante los demás, que si soy inteligente, que si soy bueno, que si soy maduro; y yo sé que los estoy engañando. ¿Por qué? Porque adentro no soy así. ¿Cómo sos adentro? Tengo algo que me empuja y que quiere salir. ¿Y qué te parece que es eso? A  veces, cuando me hace enojar, Luciana dice que tengo las orejas coloradas, entonces me voy y me quedo solo porque tengo miedo de explotar. ¿Qué es lo que te da tanta rabia? ¡Que yo siempre tenga que ser el bueno! ¿Y quién te dice que tenés que ser el bueno? Nadie, pero yo lo sé. ¿Porque eso es lo que esperan de vos? Camilo asiente con la cabeza, la vista baja. ¿Qué podría pasar si alguna vez te cansás de parecer bueno? No sé. ¿No te van a querer más? ¡Basta! las orejas de Camilo se encienden  ¡yo te estaba contando de Sofía y vos me hacés decir boludeces!, ¡sos un pelotudo!, ¡y encima te pagan!, ¡yo no voy a venir más! Camilo busca las muletas, se para y se dirige a la ventana. Queda de espaldas a Gustavo, la frente apoyada contra el vidrio. Gustavo pierde la noción del tiempo. Hasta que suena el portero eléctrico. El chico no parece registrarlo. Gustavo se incorpora y se acerca a él. Le toca el hombro. Camilo lo convoca. El chico da vuelta la cara, bañada en lágrimas. ¿Querés que le avise a tu papá que bajás dentro de un rato? propone Gustavo. Camilo niega con la cabeza,  se seca la cara contra el brazo y busca su mochila. Ya ante la puerta abierta el chico pregunta ¿puedo volver? Gustavo, a su vez, le pregunta ¿por qué no habrías de poder volver? Los ojos del chico, de nuevo, se empañan.


Gustavo siente el pecho oprimido. Se dirige al consultorio y apoya la frente en la ventana, ¿Cómo hacer para saber ayudar? Controla el celular, en vibrador. Mensaje de Cecilia. Llamame urgente. La opresión de Gustavo recrudece. ¿Qué pasó? pregunta agitado. Hasta que vos no firmés también la autorización no pueden pasarla a sala. Él inspira hondo. Voy en cuanto pueda informa. Manda mensajes a Joaquín y Daniela. Se me presento una emergencia, no sé si podré atenderte; te aviso en cuanto tenga la certeza. Recibe enseguida un oki y minutos después gracias por avisarme, espero que no sea nada serio. Suena el portero.

viernes, 4 de julio de 2014

142

A las doce menos cinco la sala de espera es un hervidero de gente. Cuando llega su turno, Gustavo entra. Hola, papi hace un esfuerzo por sonreír Martina ¿cuándo me vas a sacar de acá? Dijo el doctor Grieco que tratará de que sea pronto contesta él acariciándole el cabello. Sí, a mí también me dijo pero escuché que estaban esperando la autorización del padre, ¿vos no querés que yo me vaya? ¡Cómo decís eso, muñeca, es que todavía yo no había llegado! ¿Te habías ido y me habías dejado sola acá? No, cómo te iba a dejar sola, mami estaba afuera. ¡Es que yo quiero que estén los dos! Pero a veces tengo que ir al trabajo, me tengo que ocupar de Nacho. ¿Por qué no viene a verme?, ¿está enojado? No dejan entrar a los chicos. ¡Pero él ya es grande! En cuanto te pasen a una habitación va a venir a visitarte. Decile que lo traiga a Lacán; ahora ándate, que me contó mamá que están esperando la tía y las abuelas y cuando suena el timbre se acaba todo. Gustavo aparta la sonda y la abraza con cuidado. Está tan flaquita que siente cada uno de sus huesos.

Finalmente les dan el parte. Todos los parámetros están un poco mejor. La pasaran a una habitación a la nochecita. ¿Habrá que dializarla de nuevo? pregunta Cecilia. Veremos cómo evoluciona en las próximas veinticuatro horas, pero es probable. Gustavo siente que Cecilia se oprime contra él. La agarra del hombro. ¿Y a mí quién me sostiene?,  piensa. Levanta la vista. Entre el gentío descubre a Santiago.


Llega al consultorio dos menos cuarto. Apenas un rato para prepararse. Le parece increíble que solo haya transcurrido una semana desde la última vez. El celular suena. ¿Cómo está Marti? pregunta Nacho. Mejor, hijo, creo que a la noche la pasan a una habitación; me dijo que quería verte. ¿De veras?, ¡se nota que está enferma!, ¿cómo hago para ir? Arreglo con tu mamá y te aviso; ah, me pidió que le llevaras a Lacán. ¡Loca como siempre la Marti!  Gustavo cuelga con una sonrisa. 

martes, 1 de julio de 2014

139

Mientras sube en el ascensor piensa que Martina lo ha entrampado. Imagina la cena de a cuatro y se revuelve de rabia. En cuanto abre la puerta, Cecilia se acerca. Ya lo mandé a Nacho a lo de Tomás; te preparé un sándwich, anda comiendo mientras levanto a la nena. A Gustavo lo sorprende el silencio de su casa. Ni Lacán se acercó a saludarlo. Obediente, se lava las manos y, de parado en la cocina, come el sándwich. De pollo. Riquísimo, tiene que reconocer a su pesar. ¿Podés venir? lo llama Cecilia desde el dormitorio de Martina. Alzala, por favor, no la puedo despertar y para mí es muy pesada. Gustavo mira a la nena y se asusta. Está amarilla dice. Sí, ya sé. Gustavo observa que Cecilia mete ropa en un bolso. Por las dudas explica al notar su mirada. Él carga a la nena. Estoy muy mal, papi. A Gustavo no le cabe la culpa en el cuerpo.

Cecilia se sienta atrás. La cabeza de Martina sobre su falda. ¿Cuándo se puso tan mal? pregunta él mirando el espejo retrovisor.  Cuando te avisé; antes lo había llamado  a Grieco pero me dijo que estaba en una conferencia y que igual era mejor que la llevara a la clínica porque habrá que hacerle análisis; hice mal en esperarte, me tendría que haber tomado  un taxi, no sé qué me pasó. Quedate tranquila dice él actuaste como debías dice él y piensa cómo se las habría arreglado si le hubiera tocado estando solo.

Por suerte los atiende el mismo médico. Veinticuatro horas de guardia les explica. Escucha con atención el reporte de Cecilia mientras revisa a la nena. ¿Orinó? le pregunta. Cecilia se queda pensando. Ahora que me dice, desde que llegamos a casa no fue al baño, al menos que yo la haya visto; Martina, ¿hiciste pis? No sé, no me acuerdo. Le vamos a hacer una ecografía abdominal y habrá que sacarle sangre. ¡No quiero! dice la nena. Nunca le sacaron explica Cecilia. Siempre hay una primera vez dice el hombre y dirigiéndose a la nena intenta tranquilizarla ni te vas a dar cuenta. A los pocos minutos entra una enfermera. Gustavo se sienta con la nena en brazos. Recién al tercer pinchazo,  la mujer logra sacarle sangre. Martina llora mansamente. Golpean la puerta. Es Grieco. Gustavo suspira de alivio.


Una hora después la nena duerme en una camilla en un box de la sala de guardia. Cecilia y Gustavo están sentados, uno a cada lado. Grieco entra y les hace una seña. Ambos salen.  Ya están los resultados informa Grieco con una voz que Gustavo desconoce se quedará internada. ¿Qué tiene? pregunta Cecilia. Síndrome urémico hemolítico. Eso es grave, ¿no? dice ella. contesta Grieco quizás haya que dializarla. Cecilia se tambalea. Grieco la sostiene. Cuando el médico se aleja, Cecilia comienza a sollozar. Gustavo la abraza.