jueves, 12 de diciembre de 2013

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Miércoles 24
Nacho está bajando del auto cuando se agarra la cabeza con las manos. ¡Si seré boludo! ¿Qué pasó? pregunta Gustavo mirando por el espejo retrovisor.  ¡Me dejé el trabajo de geografía sobre la mesa de la cocina!; me van a poner un uno y tengo que levantar nota. Gustavo mira el reloj, la puta madre en un rato te lo traigo ofrece. Nacho lo mira, atónito. ¿De veras, pa? En el primer semáforo Gustavo busca el celular.  Retrasado media hora escribe.  Estaciona el auto sobre Cabildo, pone las luces de emergencia y le pide al portero que se lo mire. En la cocina encuentra a Juana lavando las tazas del desayuno y a Lacán muy concentrado comiendo, pero no al trabajo. Lo llevé al dormitorio de Nachito, está sobre el escritorio informa ella.  Sale corriendo. En el ascensor descubre que está transpirado. ¡Maldición! dice en voz alta. Al salir encuentra una infracción por mal estacionamiento pero no al portero. Puteando sube al auto, qué tiene en la cabeza el pendejo. Llega al colegio, estaciona sobre la raya amarilla de la entrada y toca el timbre.  Un hombre le pregunta en qué segundo está el chico. Gustavo no lo sabe. Su cara de desesperación es tan elocuente que el hombre se compromete a entregar el trabajo.  Gustavo se deja caer sobre el asiento del coche, las manos húmedas. Suena el celular. No, San, hoy no puedo, después te explicó con su única neurona sobreviviente propone  ¿por qué no te venís a cenar así ves a los chicos? Arranca bruscamente, maneja por Cabildo y luego por Santa Fe. Dobla por Coronel Díaz. Da un par de vueltas buscando un hueco para el auto pero luego decide que ya fue demasiado estrés por ese día y opta por una playa de estacionamiento.  Antes de salir del coche se pasa un pañuelo por la frente. Busca desodorante en la guantera. Se acomoda el cabello con las manos y baja.

Natalia baja a abrirle. Sin cartera, registra Gustavo. Lo besa en la mejilla. ¿Desayunamos en casa? propone cuando volvía de llevar al nene al colegio compré medialunas. Cuánta razón tenía Ana María, solo es cuestión de dejarse conducir. Mientras suben en el ascensor, con un hombre gordísimo, Gustavo la observa con atención. Pollera corta, tacos altos, los labios pintados.  Como marcando el centro de un tiro al blanco. Porque sabe que allí aterrizará, más tarde o más temprano, su propia boca. ¿Me gusta?, se pregunta. Es una linda mina, intenta ser objetivo. Mientras Natalia gira para abrir la puerta, él baja la mirada. Piernas de diez. Gustavo apaga el celular. Está ligeramente excitado.


 Muebles negros, profusión de adornos dorados, cortinados pesados.  La mesa puesta con esmero para el desayuno. A Gustavo le enternece el ramito de jazmines entre ambas tazas. Cómo no le traje flores, se reta. Recuerda la conversación con Camilo. O un chocolate, o bombones. La culpa la tiene Nacho, se justifica. ¿Me ayudás? lo convoca ella.  Él va hacia la cocina, reluciente y blanca. Ella le señala el plato con las facturas mientras lleva hacia el comedor la cafetera y la lechera de porcelana.  Se ubican alrededor de la mesa. Él le pregunta por sus pacientes. Ella se explaya, entusiasmada. ¿Regresaron los padres de Camilo? averigua Natalia.  No volví a tener consultorio desde que nos vimos informa él.  Cierto dice ella solo los miércoles, sesión; ¿querés más café? ofrece.  Él niega y ella se incorpora para levantar la mesa. Él la ayuda. Qué absurdo, piensa, compartiendo tareas domésticas. Natalia deja todo en la pileta y propone mejor nos sentamos en el living y lo guía hacia el sillón de tres cuerpos. Ya ubicados, ella lo mira. Su sonrisa es una ofrenda, piensa Gustavo que se inclina hacia ella y la besa en los labios. Natalia, los ojos cerrados, abre la boca. Él se sumerge en ella. Sus manos abriendo botones, bajando cierres. Minutos después ella, sosteniéndose la blusa entreabierta, lo conduce al dormitorio. Él la sigue, el pantalón delatando su rotunda erección.

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