miércoles, 11 de diciembre de 2013

96

Cuando llega, encuentra a Natalia tras la puerta de vidrio.  Mientras ella se acerca al auto, el corazón de él se agita. Cómo puedo ser tan boludo, piensa. Qué puntual comenta Natalia, ya sentada a su lado, mientras lo besa en la mejilla. ¿Adónde vamos? pregunta él. Hay un restaurante muy tranquilo a un par de cuadras; si estás de acuerdo, yo te guío. Gustavo recuerda las palabras de Ana María y se le escapa una sonrisa.  Quizá percibiéndola, ella agrega o a donde vos quieras. Mientras conduce, obediente, Gustavo se tranquiliza. Natalia habla. Del tránsito, del clima. En cuanto se instalan ella ofrece ¿picoteamos unas rabas?, aquí las hacen riquísimas; ¿un vinito blanco? Pedí lo que quieras; yo no tomo cuando manejo dice y se siente como el rey de los pelotudos; ella es la que maneja, la que lo maneja.  Contame de vos propone él, tratando de tomar la iniciativa. Soy de capricornio informa ella, echa la cabeza hacia atrás y ríe. ¿Alguna otra pista? Me separé en enero, tengo un nene de cinco años; antes trabajaba  en la empresa de mi marido por eso es que ahora retomé la sicología informa mientras hace girar el índice derecho sobre la copa aún vacía. Muchos cambios en tu vida comenta él. Sí, como dice Lerner, fue un volver a empezar. ¿Divorcio de común acuerdo? averigua él.  Descubrí que hacía dos años que tenía otra mina: la secretaria; yo, por supuesto, la conocía; una chica jovencita. El mozo se acerca con el vino.  Gustavo no lo detiene cuando le sirve.  ¿Te arrepentiste? pregunta ella en cuanto el hombre se aleja.  Él se encoge de hombros y eleva la copa. Brindan en silencio.  Es tu turno indica ella.  Estoy casado, tengo una hija de diez años y un pibe de catorce. ¡Qué grandes! comenta ella ¿cuántos años tenés? Treinta y cinco informa él, incómodo.  ¿Felizmente casado? pregunta Natalia. Si así fuera no estaría aquí, sino cenando con mi esposa. Contame exige ella. La llegada de las rabas los interrumpe. Dale, te escucho pide Natalia alzando el tenedor.  Mi mujer está en Chile  él duda, solo lo ha hablado con Santiago y Ana María, ¿ debe confesarse ante una desconocida? Ya que fuiste sincera te devuelvo con la misma moneda al fin decide mi mujer está allí trabajando con su amante, algo así como su jefe; ¿te suena la historia?; regresa en un mes, supongo.  ¿Suponés? Eran sus planes pero no estamos en contacto. ¿Y los pibes?  Gustavo siente vergüenza al confesarle los dejó, están conmigo. Como reforzando sus palabras, suena el celular. Perdón pide él es mi hija. Papi donde estás lee. Cenando, más tarde te veo. Besos, muñequita escribe y luego apaga el aparato. La nena es muy demandante explica. ¿Todavía no resolvió el Edipo? plantea ella, burlona. Ambos ríen. La conversación se vuelca, entonces, hacia sus respectivos pacientes. Gustavo le describe con detalle la visita de los padres de Camilo. Ahora sí se siente como pez en el agua. Le encanta hablar con ella sobre su consultorio mientras desfilan el pollo, el helado y el café. Es aguda, inteligente, sensible.  De pronto Gustavo mira el reloj. Las doce de la noche. Es tardísimo comenta dejé a los chicos con mi mamá.  Llama al mozo y, pese a las protestas de ella, paga.  Salen y caminan en silencio la cuadra hasta el auto.  Cuando llegan frente a la casa de ella, Natalia le da un beso en la mejilla. Él la toma del mentón y roza levemente sus labios. Te llamo le dice. Ella sonríe, triste, y baja del coche.


Gustavo abre la puerta de calle intentado no hacer ruido. Inútilmente. Lacán se abalanza revoleando  la cola y ladrando. ¡Sh! intenta calmarlo. ¿Papi?, ¿sos vos? le llega desde el cuarto de Martina. Gustavo, contrariado, menea la cabeza. Sonamos, se dice, y se dirige cabizbajo, seguido por el perro, hacia la voz.  ¿Adónde fuiste? lo recibe la nena.  Callate que vas a despertar a la abuela le ordena él, con un dedo sobre los labios.  Estaba despierta comunica su madre  desde la otra camita, encendiendo el velador. Tuve que cenar con una compañera del curso informa Gustavo, que odia mentir.  ¿Por qué?  Demasiado para él. Para terminar un trabajo pendiente  decide suavizar la situación. ¡Ufa!  protesta Martina.  ¡A dormir que es tarde! ordena él. Mira entonces a su madre. Sus ojos son un par de lanzas.  Buenas noches las saluda mientras entorna la puerta.

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