Cuando llega, encuentra a Natalia tras la puerta de
vidrio. Mientras ella se acerca al auto,
el corazón de él se agita. Cómo puedo ser tan boludo, piensa. Qué puntual comenta Natalia, ya sentada
a su lado, mientras lo besa en la mejilla. ¿Adónde
vamos? pregunta él. Hay un
restaurante muy tranquilo a un par de cuadras; si estás de acuerdo, yo te guío.
Gustavo recuerda las palabras de Ana María y se le escapa una sonrisa. Quizá
percibiéndola, ella agrega o a donde vos
quieras. Mientras conduce, obediente, Gustavo se tranquiliza. Natalia
habla. Del tránsito, del clima. En cuanto se instalan ella ofrece ¿picoteamos unas rabas?, aquí las hacen
riquísimas; ¿un vinito blanco? Pedí lo que quieras; yo no tomo cuando manejo dice
y se siente como el rey de los pelotudos; ella es la que maneja, la que lo
maneja. Contame de vos propone él, tratando de tomar la iniciativa. Soy de capricornio informa ella, echa la
cabeza hacia atrás y ríe. ¿Alguna otra
pista? Me separé en enero, tengo un nene de cinco años; antes trabajaba en la empresa de mi marido por eso es que
ahora retomé la sicología informa mientras hace girar el índice derecho
sobre la copa aún vacía. Muchos cambios
en tu vida comenta él. Sí, como dice
Lerner, fue un volver a empezar. ¿Divorcio de común acuerdo? averigua
él. Descubrí
que hacía dos años que tenía otra mina: la secretaria; yo, por supuesto, la
conocía; una chica jovencita. El mozo se acerca con el vino. Gustavo no lo detiene cuando le sirve. ¿Te
arrepentiste? pregunta ella en cuanto el hombre se aleja. Él
se encoge de hombros y eleva la copa. Brindan en silencio. Es tu turno indica ella. Estoy
casado, tengo una hija de diez años y un pibe de catorce. ¡Qué grandes! comenta
ella ¿cuántos años tenés? Treinta y cinco informa él, incómodo. ¿Felizmente
casado? pregunta Natalia. Si así
fuera no estaría aquí, sino cenando con mi esposa. Contame exige ella. La
llegada de las rabas los interrumpe. Dale,
te escucho pide Natalia alzando el tenedor. Mi mujer está en Chile él duda, solo lo ha hablado con Santiago y Ana
María, ¿ debe confesarse ante una desconocida? Ya que fuiste sincera te devuelvo con la misma moneda al fin decide
mi mujer está allí trabajando con su
amante, algo así como su jefe; ¿te suena la historia?; regresa en un mes,
supongo. ¿Suponés? Eran sus planes pero
no estamos en contacto. ¿Y los pibes? Gustavo siente vergüenza al confesarle los dejó, están conmigo. Como reforzando
sus palabras, suena el celular. Perdón pide
él es mi hija. Papi donde estás lee. Cenando, más tarde te veo. Besos, muñequita escribe y luego apaga
el aparato. La nena es muy demandante
explica. ¿Todavía no resolvió el Edipo? plantea ella, burlona. Ambos ríen.
La conversación se vuelca, entonces, hacia sus respectivos pacientes. Gustavo
le describe con detalle la visita de los padres de Camilo. Ahora sí se siente
como pez en el agua. Le encanta hablar con ella sobre su consultorio mientras desfilan el pollo, el helado y el café. Es aguda, inteligente, sensible. De
pronto Gustavo mira el reloj. Las doce de la noche. Es tardísimo comenta dejé a
los chicos con mi mamá. Llama al
mozo y, pese a las protestas de ella, paga.
Salen y caminan en silencio la cuadra hasta el auto. Cuando llegan frente a la casa de ella,
Natalia le da un beso en la mejilla. Él la toma del mentón y roza levemente sus
labios. Te llamo le dice. Ella
sonríe, triste, y baja del coche.
Gustavo abre la puerta de calle intentado no hacer
ruido. Inútilmente. Lacán se abalanza revoleando la cola y ladrando. ¡Sh! intenta calmarlo. ¿Papi?,
¿sos vos? le llega desde el cuarto de Martina. Gustavo, contrariado, menea
la cabeza. Sonamos, se dice, y se dirige cabizbajo, seguido por el perro, hacia
la voz. ¿Adónde fuiste? lo recibe la nena. Callate que vas a despertar a la abuela le
ordena él, con un dedo sobre los labios. Estaba despierta comunica su madre desde la otra camita, encendiendo el velador.
Tuve que cenar con una compañera del
curso informa Gustavo, que odia mentir. ¿Por qué? Demasiado para él. Para terminar un trabajo pendiente decide suavizar la situación. ¡Ufa! protesta Martina. ¡A dormir que es tarde! ordena
él. Mira entonces a su madre. Sus ojos son un par de lanzas. Buenas noches las saluda mientras entorna
la puerta.
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