viernes, 6 de diciembre de 2013

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Hace un rato me llamó mi hermano comenta Raúl para invitarnos a comer un asado el sábado en su country. ¿Qué le dijiste? Que lo iba a consultar con Lisa, pero ni le pregunté, le voy a decir que no podemos, excusas siempre hay, y además el domingo es el día de la madre, andá a enganchar a los pibes dos días seguidos se excusa Raúl. ¿Festeja algo? No, comentó que hacía mucho que no nos veíamos, que era una lástima que los primos estuvieran tan distanciados; se ve que se golpeó la cabeza. ¿Por qué no querés ir? Raúl se atusa la barba. No tengo nada en común con mi hermano dice. ¿Ni siquiera el padre?  Raúl lo mira, levantando las cejas.  ¿Nunca le preguntaste si no le pesa trabajar con él? inquiere Gustavo. Jamás hablamos sobre nuestro viejo.  Gustavo permanece en silencio.  ¿No me vas decir que  tal vez llegó el momento? Gustavo sonríe. Parece que no hace falta dice. Raúl se echa el pelo hacia atrás, se restriega la cara y comenta me quedé rumiando en lo que charlamos el otro día; me di cuenta de que volver a engancharme en las empresas de mi viejo es tirar por la borda todo lo que venimos trabajando acá; por suerte un amigo me pidió un proyecto para refaccionarle la casa y, además, estuve pensando en lo del emprendimiento; ¿sabés lo que es Autocad? lo mira a Gustavo que niega con la cabeza un programa de dibujo que se utiliza en arquitectura; lo manejo con los ojos cerrados,  tengo mucha experiencia; se me ocurrió dar clases, ¿te parece un disparate? Gustavo sonríe. Parece una buena idea aprueba, satisfecho. Consigo mismo, satisfecho.


Apoyado en la puerta, duda de la decisión tomada.  ¿Tengo una cita?, se pregunta, ¿cuántos miles de años desde la última? Cecilia me robó la vida, decide, no tuve una sola cita de hombre adulto. A los veinte, la última.  Tendría que llamarlo a Santiago, piensa, pero cuando mira la hora descubre que ya no tiene tiempo. Ahora Daniela, luego, a las corridas, Ana María. Después Natalia, se dice en voz alta porque precisa escucharse. Ni siquiera sabe si le gusta.  Vibra el celular. Papi no me llamaste lee. Me olvidé de los chicos, comprueba. Va a cenar la abuela, llego tarde. Besos, muñequita teclea sintiéndose agudamente culpable. Abre el mensaje, cambia la última frase y lo reenvía. Chau, hijo.

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