jueves, 1 de agosto de 2013

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Gustavo roza la mejilla de María Inés. ¿Cómo estás? le pregunta. Regular contesta ella sin mirarlo, avanza majestuosa por el escritorio, entra al consultorio, deja la cartera sobre el diván y, con extremada parsimonia, se quita el tapado. ¿Naranja?, ¿coral?, evalúa Gustavo mientras se ubica en su sillón al tiempo que ella cruza con arte las piernas. Regular por qué pregunta. Mientras ella refiere con sumo detalle una discusión con la mucama, Gustavo la observa. Medias negras pero transparentes. Negros los zapatos de taco alto. Fino y alto. La vista de él sube. Negra la pollera. Negra y corta. Negra la polera. Negra, ceñida y mórbida. Dan ganas de tocarla. María Inés sigue enfrascada en las disputas domésticas.  Con la cocinera además de con la mucama. La vista de él, ahora, pasando por el collar de perlas, largo, de dos vueltas, llega a los ojos. Negros.  Almendrados, maquillados y negros. ¿Es solo eso lo que te tiene regular? decide interrumpirla. Ella arquea las cejas. Estoy casi segura contesta Gerardo tiene otra. Él, satisfecho, inquiere en qué se basa tu seguridad. Hace dos semanas que no me toca afirma ella,  la vista baja. ¿Y eso es nuevo? averigua él mientras piensa: dios mío, qué imbécil. No aguanto más dice ella y llora. Gustavo repara en que es el tercer paciente al hilo que llora, ¿su culpa o su mérito? Cuando ella se extiende para alcanzar la caja de pañuelos que él le ofrece, la pollera trepa y ofrece los muslos mientras ella confiesa elevando la voz no, no es nuevo, lo de siempre pero más. Pero menos la corrige él. Pero nada lo recorrige ella y el llanto se acentúa. Él quisiera decirle: no llores por él, es un imbécil, sin embargo solo agrega ¿y siempre tuvo otra? Ella lo mira fijo y él, de pronto, se ilumina,  qué torpe, ni siquiera se lo había planteado. ¿Podrías hablarme del sexo entre ustedes? propone. Ella, la vista baja, cuenta desde el principio, desde que éramos novios, sentí que era yo quien lo forzaba momento en el que él, que ha seguido recordando situaciones, refuerza su suposición, quizás Gerardo no es solo un imbécil. Me trata como a una enferma dice ella y luego se interrumpe. Gustavo siente que vibra el bolsillo de su pantalón. Seguro que es Martina, piensa, al tiempo que exige no te detengas, María Inés, enferma de qué. Dice que soy ninfómana. ¿Y vos le creés? A veces  reconoce ella y llora más pero él no le da tregua a veces cuándo y aunque su celular sigue vibrando sabe que no lo atenderá  porque María Inés acaba de decir y suena desafiante cuando me masturbo. El portero eléctrico los sobresalta. Gustavo no puede creerlo.


Lo que nunca, se pasó de la hora. Tanto que el ascensor que debe llevarse a María Inés le trae a Raúl. Debo evitar estas desprolijidades, rumia Gustavo cuando ambos pacientes se sonríen en el relevo. Además, ni un minuto para hablar con la nena. Ya entrando Raúl comenta qué mina, guardadita te la tenías, voy a llegar siempre temprano pero a él no le causa gracia. Ninguna gracia.

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