Gustavo roza la
mejilla de María Inés. ¿Cómo estás? le
pregunta. Regular contesta ella sin
mirarlo, avanza majestuosa por el escritorio, entra al consultorio, deja la
cartera sobre el diván y, con extremada parsimonia, se quita el tapado. ¿Naranja?,
¿coral?, evalúa Gustavo mientras se ubica en su sillón al tiempo que ella cruza
con arte las piernas. Regular por qué
pregunta. Mientras ella refiere con sumo detalle una discusión con la mucama,
Gustavo la observa. Medias negras pero transparentes. Negros los zapatos de
taco alto. Fino y alto. La vista de él sube. Negra la pollera. Negra y corta.
Negra la polera. Negra, ceñida y mórbida. Dan ganas de tocarla. María
Inés sigue enfrascada en las disputas domésticas. Con la cocinera además de con la mucama. La
vista de él, ahora, pasando por el collar de perlas, largo, de dos vueltas,
llega a los ojos. Negros. Almendrados,
maquillados y negros. ¿Es solo eso lo que
te tiene regular? decide interrumpirla. Ella arquea las cejas. Estoy casi segura contesta Gerardo tiene otra. Él, satisfecho, inquiere en qué se basa tu seguridad. Hace dos semanas que no me toca afirma
ella, la vista baja. ¿Y eso es nuevo? averigua él mientras
piensa: dios mío, qué imbécil. No aguanto
más dice ella y llora. Gustavo repara en que es el tercer paciente al hilo
que llora, ¿su culpa o su mérito? Cuando ella se extiende para alcanzar la caja
de pañuelos que él le ofrece, la pollera trepa y ofrece los muslos mientras
ella confiesa elevando la voz no, no es
nuevo, lo de siempre pero más. Pero
menos la corrige él. Pero nada lo
recorrige ella y el llanto se acentúa. Él quisiera decirle: no llores por él,
es un imbécil, sin embargo solo agrega ¿y
siempre tuvo otra? Ella lo mira
fijo y él, de pronto, se ilumina, qué
torpe, ni siquiera se lo había planteado.
¿Podrías hablarme del sexo entre ustedes? propone. Ella, la vista baja, cuenta
desde el principio, desde que éramos
novios, sentí que era yo quien lo forzaba momento en el que él, que ha
seguido recordando situaciones, refuerza su suposición, quizás Gerardo no es
solo un imbécil. Me trata como a una
enferma dice ella y luego se
interrumpe. Gustavo siente que vibra el bolsillo de su pantalón. Seguro que es
Martina, piensa, al tiempo que exige no
te detengas, María Inés, enferma de qué. Dice que soy ninfómana. ¿Y vos le creés? A veces reconoce ella y llora más pero él no le da tregua a veces cuándo y aunque su celular sigue vibrando sabe que no lo
atenderá porque María Inés acaba de
decir y suena desafiante cuando me
masturbo. El portero eléctrico los sobresalta. Gustavo no puede creerlo.
Lo que nunca, se
pasó de la hora. Tanto que el ascensor que debe llevarse a María Inés le trae a
Raúl. Debo evitar estas desprolijidades, rumia Gustavo cuando ambos pacientes
se sonríen en el relevo. Además, ni un minuto para hablar con la nena. Ya
entrando Raúl comenta qué mina, guardadita
te la tenías, voy a llegar siempre
temprano pero a él no le causa gracia. Ninguna gracia.
Me atrapa.
ResponderEliminarQuiero seguir leyendo....
ResponderEliminarMe alegra que te interese.
Eliminarquiero mas sesiones!
ResponderEliminarNo te preocupes que tendrás. Todavía falta presentar dos pacientes.
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