martes, 13 de agosto de 2013

12

Hace casi media hora que María Inés habla sobre el próximo festejo de su cumpleaños. Treinta. Gustavo la escucha, en automático, define. A su madre  quizás le interesara. Y a Cecilia también. Las mujeres aman las fiestas. ¿Todas? Añade a Martina. Mis mujeres, se corrige. Aprovechando una ligera pausa de María Inés le pregunta ¿cómo van las cosas con tu marido? Ella sonríe raro cuando cuenta anoche me acosté desnuda, lo apreté fuerte desde atrás pero se hizo el dormido, entonces… Cinco, diez, quince segundos de silencio. ¿Entonces? Entonces lo mordí, en el hombro lo mordí, le saqué sangre; al menos conseguí que así gritara dice María Inés y luego calla. ¿Y después? Por más que siga contándote no se soluciona. Gustavo se siente involucrado,  en qué está fallando.  No sé para qué sigo viniendo agrega ella y a él le duele, tanto le duele. Cauto, debo ser muy cauto, se indica. Cuando logra reponerse pregunta ¿para qué te parece que venís? Ella, al instante, contesta porque me gusta y su sonrisa es tan irresistible que Gustavo se siente ridículamente orgulloso. No sabe qué decir. Sonríe. Ella agrega aquí siempre me siento bien, hasta cuando me hacés llorar me siento bien. Él, recuperada la lucidez profesional, dice tal vez si también te permitieras llorar frente a Gerardo conseguirías sentirte mejor. Él es el que llora confiesa ella, la vista baja. Qué interesante, considerás que las lágrimas de él invalidan las tuyas añade Gustavo mientras se echa el cabello hacia atrás. Alguien tiene que ser fuerte. ¿Y por qué la fuerte tenés que ser vos? Él está satisfecho, el tratamiento se desliza en la dirección correcta. Aunque faltan unos minutos determina terminamos por hoy. Ella lo mira arqueando las cejas. Él sonríe, apenas. Ella, obediente, se incorpora.


Mientras María Inés espera el ascensor, la puerta entornada, él la mira de atrás. Parece una  modelo. Antes de subir ella gira. El cierra la puerta con brusquedad. Se reclina sobre el sillón del escritorio, los brazos cruzados apoyados tras la nuca. Unos instantes. Luego busca las tres fichas y vuelca las sesiones. Con detalle, pulcramente. No debe confiar en su memoria. No solamente. Mira el reloj. Guarda los papeles. 

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