Anoche me desperté sobresaltada sigue diciendo
Daniela me levanté a oscuras y fui al
cuarto del nene, fue….sobrenatural cobija la cara entre las palmas de la
mano y calla. Así, sin mirarme, trata de describirme
todo lo que viste pide él. El velador
daba una luz muy tenue, entre amarilla y rosada, un cono luminoso en la
oscuridad, podía ver las partículas de polvo flotando Gustavo retiene la
respiración, la voz de ella es un susurro
estaba descalza, sentía el piso frío bajo los pies, me apreté los
brazos con las manos. Luego de unos segundos de silencio él pregunta, tan
suavemente como puede ¿Y Lucas? Los
bracitos en alto, en puntas de pie, daba interminables vueltas alrededor de su
mesa; lo llamé, le hablé, pero no me veía, no me escuchaba, parecía un duende
en su piyamita con patas, entonces…. ¿Entonces? Me arrodillé y lo abracé,
recién ahí me miró, me empujó y se acostó en su cama; me quedé así, sentada en
la alfombra al lado de su cama, no sé cuánto rato hasta que lo escuché a Ariel.
¿Te llamaba? Ella cabecea y, con tensión en la voz, contesta roncaba. Gustavo se toma su tiempo
antes de preguntar ¿cómo te sentiste?
Desolada contesta ella, apretándose las sienes con los índices y luego lo
mira ¿qué piensa de mi hijo? ¿Qué pensás
vos? Hay algo que anda mal contesta ella.
¿Qué opina el pediatra? Que tengamos paciencia, que ya va a madurar. ¿Dice alguna palabra?
Ella sacude la cabeza. Ni siquiera mamá. Él teme que Ana María lo objete, él es el terapeuta
de ella, no del nene, pero arriesgándose dice creo que deberían hacer otra consulta. ¿Conoce a alguien? pregunta ella,
con tanta entrega en la voz que Gustavo se conmueve. Entonces, sabiendo, de
nuevo, que no debe, busca en la agenda
el teléfono del pediatra de sus chicos. Es el mejor. ¿Es muy caro? averigua ella. No
te preocupes dice él sabiendo que llamará a Grieco y le explicará la
situación. Excelente profesional y mejor persona.
Gustavo está inmóvil
frente a la ventana, las manos en los bolsillos, mirando hacia el cielo. Anochece.
Lo único bueno de ver sufrir a otro es la posibilidad de redimensionar los
propios padeceres. Después de días de alimentarla con cientos de lo que recién
ahora logra calificar de detalles, la bronca contra Cecilia palidece. Experimenta un repentino acceso de
buen humor. Falta casi una hora para ir a lo de Ana María. Gratificará su
espera con un buen café express. En Sigi.
Se lo merece. Está orgulloso de sí mismo, cosa extraña. Lleva jarra y vasos a
la cocina. Los está enjuagando cuando su celular vibra. Martina. Abre el
mensaje, inquieto. Submarino tostado jugo
de naranja. Gustavo inspira hondo y exhala con lentitud. Sonríe al teclear de todo, dos. Es mi hija, piensa mientras
apaga las luces. Sale. Ya arriba del auto recuerda su promesa de la semana
anterior. Luego de unos instantes de duda, arranca. En algún lado conseguirá estacionar.
conmovedor
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