viernes, 16 de agosto de 2013

14

Anoche me desperté sobresaltada sigue diciendo Daniela me levanté a oscuras y fui al cuarto del nene, fue….sobrenatural cobija la cara entre las palmas de la mano y calla. Así, sin mirarme, trata de describirme todo lo que viste pide él. El velador daba una luz muy tenue, entre amarilla y rosada, un cono luminoso en la oscuridad, podía ver las partículas de polvo flotando Gustavo retiene la respiración, la voz de ella es un susurro estaba descalza, sentía el piso frío bajo los pies, me apreté los brazos con las manos. Luego de unos segundos de silencio él pregunta, tan suavemente como puede ¿Y Lucas? Los bracitos en alto, en puntas de pie, daba interminables vueltas alrededor de su mesa; lo llamé, le hablé, pero no me veía, no me escuchaba, parecía un duende en su piyamita con patas, entonces…. ¿Entonces? Me arrodillé y lo abracé, recién ahí me miró, me empujó y se acostó en su cama; me quedé así, sentada en la alfombra al lado de su cama, no sé cuánto rato hasta que lo escuché a Ariel. ¿Te llamaba? Ella cabecea y, con tensión en la voz, contesta roncaba. Gustavo se toma su tiempo antes de preguntar ¿cómo te sentiste? Desolada contesta ella, apretándose las sienes con los índices y luego lo mira ¿qué piensa de mi hijo? ¿Qué pensás vos? Hay algo que anda mal contesta ella. ¿Qué opina el pediatra? Que tengamos paciencia, que ya va a madurar. ¿Dice alguna palabra? Ella sacude la cabeza. Ni siquiera mamá. Él teme que Ana María lo objete, él es el terapeuta de ella, no del nene, pero arriesgándose dice creo que deberían hacer otra consulta. ¿Conoce a alguien? pregunta ella, con tanta entrega en la voz que Gustavo se conmueve. Entonces, sabiendo, de nuevo, que no debe,  busca en la agenda el teléfono del pediatra de sus chicos. Es el mejor. ¿Es muy caro? averigua ella. No te preocupes dice él sabiendo que llamará a Grieco y le explicará la situación. Excelente profesional y mejor persona.


Gustavo está inmóvil frente a la ventana, las manos en los bolsillos, mirando hacia el cielo. Anochece. Lo único bueno de ver sufrir a otro es la posibilidad de redimensionar los propios padeceres. Después de días de alimentarla con cientos de lo que recién ahora logra calificar de detalles, la bronca contra Cecilia  palidece. Experimenta un repentino acceso de buen humor. Falta casi una hora para ir a lo de Ana María. Gratificará su espera con un buen café express. En Sigi. Se lo merece. Está orgulloso de sí mismo, cosa extraña. Lleva jarra y vasos a la cocina. Los está enjuagando cuando su celular vibra. Martina. Abre el mensaje, inquieto. Submarino tostado jugo de naranja. Gustavo inspira hondo y exhala con lentitud. Sonríe al teclear de todo, dos. Es mi hija, piensa mientras apaga las luces. Sale. Ya arriba del auto recuerda su promesa de la semana anterior. Luego de unos instantes de duda, arranca. En algún lado conseguirá estacionar.

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