Daniela, el
abrigo puesto, muy seria informa ayer tuvimos la cita. Qué velocidad,
Gustavo sabía que Grieco no iba a fallarle. ¿Cómo
les fue? Pregunta. Daniela amaga con
abrir los labios pero las palabras no salen de su boca. Permanece inmóvil, congelada
piensa él, el aire se pone denso. Él carraspea. Ella se cubre el rostro con las
manos. Daniela dulcifica la voz qué les dijo. Ella se descubre, lo mira
fijo y sin manifestar emoción alguna, apagada, relata en cuanto entramos, el doctor Grieco pidió desde el escritorio, ¨Lucas, alcanzame
la pelota¨, pero el nene ni lo miró, entonces el pediatra se paró, se agachó,
se acercó y se la volvió a pedir, pero nada; después Lucas se sentó en el
suelo, sacó todos los autitos del canasto y los puso en fila, el hombre se
arrodilló, sacó uno y le dijo ¨qué te parece si con este vamos a pasear; Lucas
se lo arrancó y lo devolvió a la fila; cuando el hombre insistió, el nene pegó
un grito, el médico volvió al escritorio,
nos preguntó mil cosas, dio vueltas y vueltas, nos aclaró que no era un
especialista y después nos recomendó uno. Daniela se sirve un vaso de agua,
lo toma con parsimonia. Recién entonces
emitió la sentencia dice al fin. ¿La
sentencia? Daniela, la vista perdida en los jacarandás, informa forzando la
dicción síndrome a precisar del espectro autista. La puta que te parió, piensa Gustavo y como no puede decirlo
pregunta ¿a quién les recomendó? Al
doctor Álvarez Campos los ojos de Daniela de pronto vivos ¿lo conoce? Gustavo asiente, va a
contarle que lo tuvo de profesor en la facultad pero cambia de idea. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta. Daniela lo mira hasta que, como si la hubieran
golpeado en el abdomen, se dobla sobre sí misma. La cabeza sobre las rodillas.
Gustavo se para y se sienta a su lado. Le pone una mano sobre el cabello. Ella,
entonces, solloza.
Sentado en Sigi, Gustavo intenta distenderse. Pasa revista a sus pacientes. Todos le
generan conflicto. Lo aterra equivocarse. ¿Debería sumar otra sesión de
control? La rabia de Camilo y de Raúl. El tedio con Laura. Insoslayable lo que
le sucedió con María Inés. Cecilia. Para obviar a su mujer pide la cuenta. Paga
y se levanta. Todavía es temprano. Camina por Salguero. Entra en una panadería,
sin suerte. En la cuadra siguiente intenta con otra. Solo quedó uno relleno dice la vendedora. Para justificar la exigua
compra él le cuenta que es un antojo de su hija. Qué lindo tener un papá así dice la mujer sonriente mientras le
tiende el mínimo paquete.
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