El lunes firmé el contrato con la editorial cambia
Laura de tema calculan que las pruebas estarán en un mes, todavía no me puedo
convencer se saca los anteojos y se
pone una patilla en la boca la otra noche, el mismo miércoles, hubo
festejo familiar en lo de mi hija mayor lo mira, como testeándolo, y le aclara por el libro. Me imaginaba añade Gustavo, sonriendo. Luis se apareció con un ramo de flores inmenso; mi yerno, con bombones;
un lujo la comida. Gustavo se reacomoda en el sillón. Laura se explaya:
ingredientes, recetas, vino, bromas. Una apretada cadena de palabras, ¿cuándo
respira? Gustavo mira con disimulo el reloj. Pocos minutos por delante. Laura la interrumpe todo parece ir muy bien, su libro
encaminado, la familia de diez. Ella lo mira, de pronto seria. ¿Por qué dice parece? Él sonríe. Porque si ya superó los conflictos con la
escritura, motivo de la consulta, no sé en
qué más la puedo ayudar. ¿Me está echando? De ninguna manera, le propongo que
durante esta semana piense en si hay algo más en lo que podamos trabajar. Ambos se
incorporan. La puerta del ascensor abierta, Gustavo le comenta hace mucho que no me habla de su hijo. Ella
amaga abrir la boca pero solo se encoge de hombros. Se tropieza al subir al
ascensor. Cierra sin mirarlo.
Llama desde el
teléfono del consultorio al del estudio. Al escuchar la voz de Cecilia corta. No
se reconoce, boludo como un adolescente. Va
a la cocina. Encuentra sobre la mesada una nota de Juana: necesita dinero para
comprar detergente y limpiavidrios. Pone
agua a hervir y se prepara un té. Ana
María tiene razón, él no quiere que se vaya Laura. Primera paciente, y primera, también, que logró alcanzar el objetivo buscado en la
terapia. Objetivos limitados. ¿Hay un límite
para los objetivos? Se instala con la taza en el escritorio. Inspira
profundamente. Repasa la ficha de Camilo.
La semana pasada se fue tan enojado. ¿Vendrá?
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