viernes, 9 de agosto de 2013

10

La franca sonrisa de Laura. Brilla. Gustavo le da la mano y la acompaña hasta el diván. Ella cuelga el  blazer en el perchero thonet y se sienta. Hoy se la ve de mejor humor. ¿Se me nota? Hasta se permite coquetear, piensa Gustavo y acota a usted todo se le nota. Me llamaron de Alfaguara. Laura desliza una palma sobre otra, sonríe apretando los labios, entrecruza ahora los dedos. Por fin anuncia me aceptaron la novela. Caramba, qué noticia dice él sonriendo  sobre todo para una principiante. Ella se echa hacia atrás,  fresca su carcajada. La semana que viene firmaré el contrato. Mientras la escucha hablar de cláusulas y condiciones Gustavo evalúa si logrará terminar el trabajo del curso para el miércoles próximo. Tendrá que conseguir una prórroga. Calculé mal,  se dice pero luego se desdice y atribuye la demora a la imposibilidad de concentrarse, hace días que está alterado. Cecilia lo altera. Laura, ahora, comenta una cena familiar. Vinieron todos, una alegría verlos juntos dice Laura y continúa describiendo los detalles. Gustavo solo asiente, de vez en cuando. De pronto percibe el silencio y fija la mirada en ella. Laura entonces le sonríe, con dulzura piensa él, y dice gracias. ¿Gracias? pregunta, aumentando el contorno de los ojos. Sin su apoyo no me hubiera atrevido a presentarla confiesa. Gustavo mira, ahora, por la ventana. Una tarde soleada. Se distrae observando el cielo unos instantes, quizás demasiados, porque cuando vuelve a mirarla, ella ya no sonríe mientras dice poniéndose el blazer Luis tiene una tos bárbara, anoche casi no durmió.


Necesita recostarse aunque sea unos minutos. No entiende qué le pasa con Laura. No logra concentrarse. Lo amodorra su manera de hablar. Cierra los ojos. Segundos después recupera un recuerdo. Su madre lo reta. Él, ¿diez, doce años?, la escucha en silencio. Cuando ella al fin se interrumpe, él dice señalando el reloj pulsera, te faltan diez minutos para llegar a la hora, ¿por qué no seguís? Siempre fue infernal la vieja puesta a hablar. Las palabras de las mujeres tienen otra densidad. ¿El gusto por el continente más que por el contenido? Cecilia también es así. La habilidad de hablar indefinidamente sorteando el meollo. Está envenenado con Cecilia, todo lo que proviene de ella le molesta. ¿Cuánto más puede demorar el enfrentamiento? El timbre. Por suerte, Camilo. Él sí que nunca lo irrita. Se incorpora y alisa el diván.

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