lunes, 12 de agosto de 2013

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No sé para que sube dice Camilo mientras se ubica. Y cuando Gustavo está por preguntarle por qué le molesta que su padre suba, el chico cuenta me pusieron un diez en cívica, fue el único diez. A medida que describe el trabajo, Camilo cobra aplomo, crece, piensa Gustavo, un pez en el agua. Gustavo lo proyecta hacia adelante ¿político?, ¿abogado? Ojalá Nacho pudiera expresarse así. Gustavo espera, atento, alguna señal. Camilo dice papá me felicitó, pero siempre me felicita resopla  por cualquier cosaHoy comentaste que no sabías por qué tu papá subía con vos. Camilo, volcado sobre el respaldo, los brazos tras la nuca, de golpe se endereza. ¿Te molesta? pregunta él y como no obtiene respuesta insiste ¿por qué te molesta? El rostro de Camilo se endurece ¿no te das cuenta?, me trata como a un nene, tengo trece años. Gustavo permanece en silencio, mirándolo, qué decir. Ya sé lo que estás pensando lo encara el chico cómo me va a dejar solo si soy rengo va subiendo la voz  pero siempre voy a ser rengo, entonces tengo que aprender aprieta los dientes me asfixia, me ahoga se deja caer con violencia sobre el respaldo. Cuando el silencio ya se hace demasiado tenso Gustavo pregunta ¿qué pasó? El chico lo mira. Hace meses que tu papá te acompaña, ¿a qué viene ahora tu enojo? No pasó nada. Tratemos de pensar por qué justamente hoy te irritan sus cuidados. El chico se muerde los labios, la vista en el piso. Gustavo, la suya en los jacarandás, reflexiona, Camilo jamás mostró hostilidad hacia su padre, al contrario, respeto, cariño, admiración. Entonces lo observa.  El sol cae de lleno sobre el cabello rubio.  Las mejillas coloradas, los pómulos marcados, la boca delineada como con pincel. Tan bello que impresiona. Camilo, con un movimiento brusco, eleva la cabeza y lo mira. Tanta ira en los ojos color miel que Gustavo, instintivamente, baja la vista.  Cuando vuelve a elevarla, los ojos de Camilo siguen ahí, clavados en él. Y aunque a Gustavo le duele cada poro, siente que su pecho se abre para recibir ese odio que, aunque no es hacia él, necesita ser alojado. Y así quedan, mirándose de pleno, casi sin pestañear, por un tiempo inmensurable. Hasta que el timbre los exime. Seguimos la próxima dice Gustavo, incorporándose. Camilo, mientras busca las muletas, masculla si es que vengo. Gustavo abre la  puerta, ¿Todo bien? pregunta el padre.

Gustavo se acuesta en el diván. El corazón le late fuerte. La situación ha sido de una extraña violencia. Se acomoda un almohadón debajo de la cabeza.  Debió seguir  presionándolo dirá seguramente Ana María. ¿Es un logro aumentar la angustia de un paciente? De un chico, además. Se oprime los ojos cerrados. Precisa un respiro. El timbre. Lo torturan los timbres. La gota de agua de los chinos. Se levanta. Abre la puerta. El olfato precede a la vista. María Inés.

4 comentarios:

  1. Gustavo se perfila como un terapeuta que, en su juventud profesional, se deja influir por las historias de sus pacientes. Cuando uno es joven la profesión es demasiado dura, falta el esperable refuerzo de la epidermis emocional.

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    1. Sí, justamente la idea es ver como os conflictos de cada uno de los pacientes se conecta con propios conflictos del analista.

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