Jean, zapatillas,
sonrisa triste en la cara lavada. El pelo lacio y pardo. Como un gorrión, diría Serrat. Atraviesan el escritorio. Ya en el consultorio Gustavo
le señala el diván. ¿Me siento? Siempre que quieras podés acostarte responde
él. Ella niega enérgicamente con la cabeza y se ubica. Gustavo, enfrente, le
sonríe. Toma una ficha y una birome. Daniela,
¿no? Sí, Daniela Godoy. ¿Edad? Veintiséis años. Mientras sigue
aportando los datos que le solicitan, ella
cruza y descruza los dedos. Una y otra vez. Terminado el interrogatorio y luego
de unos segundos de silencio Gustavo pregunta ¿por qué viniste? Estoy mal responde ella sin mirarlo. ¿Mal por qué? Algo no anda bien con mi hijo ¿Cuántos
años tiene? Dos, dos años y cinco meses. Contame un poco pide Gustavo y
como ella calla él intenta ¿vos no andás
bien con él? Ella endereza bruscamente la espalda. Él no anda bien conmigo lo corrige. ¿Y cómo es eso? No me deja que lo toque, que lo abrace, algo le pasó
de repente. ¿Por qué decís de repente? Antes no era así. ¿Antes cuándo? busca
Gustavo precisiones. Cuando era chiquito.
¿Y ahora es grande? Ella cabecea, sonriendo, pero luego se le endurece el
gesto. Cambió mucho luego del año y
medio. ¿Hubo alguna situación familiar coincidente? Daniela niega con la
cabeza y agrega ya le dije, fue de
repente. ¿Solo cambió con vos? No entiendo. ¿Con el padre sigue siendo
afectivo? Con el padre nunca fue afectivo, bah, el padre tampoco nunca fue
afectivo con él. ¿Con vos tampoco? El rostro de Daniela se ilumina. Conmigo es un dulce. ¿Se llevan bien
entonces? En líneas generales, digamos que sí. ¿Y en líneas particulares? Ella
ladea la cabeza y afirma el problema es
Lucas. Sí, me comentaste que por eso habías venido. El problema entre nosotros
es Lucas precisa mientras busca algo en su cartera. Parece una chiquilina,
piensa Gustavo. Difícil imaginársela con una criatura a cargo. Daniela extrae
un paquete de pastillas. Se me seca la
garganta se justifica y ofrece ¿quiere?
Él hace un gesto negativo. Cuando la ve nuevamente concentrada le pide hablame sobre Lucas. Como
ella calla, la mirada en la alfombra, él se rectifica hablame de lo que quieras. Ella
se endereza y lo mira él es lo que más
quiero en el mundo. Gustavo opta por el silencio, se recuesta en su sillón
y le sonríe. Luego de un buen rato ella cuenta ayer herví una calabaza, la pelé
y la metí en la procesadora. Él la escucha, extrañado. En cuanto apreté el botón escuché un aullido de animal; fui corriendo al cuarto del nene; Lucas,
tirado en el piso, se tapaba los oídos con las dos manos; quise abrazarlo pero él
me empujó, con tanta fuerza me empujaba, como si me odiara. Se queda
callada, la vista perdida. ¿Entonces?
pregunta Gustavo cuando percibe que ella ya no hablará. Entonces
corrí hasta a la cocina y tiré del cable del aparato; mágicamente los chillidos
pararon. Daniela, de nuevo, calla; los labios apretados, la vista en la
ventana. Daniela, ¿qué pasó después? Ella
lo mira, se pasa la lengua por los labios y cuenta cuando volví al cuarto, Lucas había sacado todas las zapatillas del
placar y las estaba poniendo en fila, una recta perfecta; ni me miró se
echa el cabello hacia atrás con las dos manos justo en ese momento oí que se abría la puerta de calle; era Ariel que
desde el living me preguntaba qué había para la cena. ¿Le contaste? Sí ella sonríe displicente que había pollo con puré de calabaza. Gustavo
va a repreguntar cuando mira su reloj. Junta ambas manos y se oprime los
nudillos. ¿Te parece que la sigamos el
miércoles que viene a la misma hora? propone. Ella asiente con la cabeza y
se incorpora. Parece cohibida. Nunca hice
terapia, ¿se paga cada vez o por mes? al fin pregunta.
Gustavo se apoya
en la puerta, aliviado. Última. Va hasta la cocina y prepara café. Taza en mano
se deja caer sobre el diván. Demasiados
pacientes en el día para comenzar había dictaminado Ana María. El rostro de
Gustavo se desarma. Ana María. Se olvidó del cambio de horario El celular vibra. Cecilia,
piensa. En la pantalla aparece la cara de Santiago. Otra vez. No está de humor
para su amigo. Deja la taza sobre la mesita, reacomoda los almohadones y se acuesta.
Cinco minutos, piensa. Cierra los ojos.
fue corto, o quizás mejor me desdigo, o como dicen en las Cámaras para que nadie se entere,"borren de actas" - para que no figure-, creo que lo voy a releer aprovechando que es sábado voy a ir poniéndole imagén, cara, sonido, gestos y todo lo demás que tiene la gente, así voy armando todos los personajes de ficción, tienen la ventaja de parecerse a la gente que uno desea encontrar en la vida.
ResponderEliminarDe eso se trata la literatura. La libertad del lector de inventar también a sus personajes. Los personajes son como los ve cada lector.
ResponderEliminarSí, y dejan de ser parte del escritor... Somos los lectores los que los recrean.
ResponderEliminarBorges escribió:
"A quien leyere
Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector de la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor."
Por eso la literatura estimula la imaginación casi más que cualquier arte.
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