domingo, 25 de agosto de 2013

20

María Inés le tiende el paraguas. Qué original  dice Gustavo e inmediatamente se arrepiente. Me lo trajo Gerardo de Europa aclara ella el mango es de asta de ciervo. Él lo coloca en el paragüero. Entran juntos al consultorio. Ella se saca el piloto, lo cuelga con cuidado en el perchero, y sin hacer ningún comentario se acuesta en el diván, jean y suéter ceñidos, botas de cuero. ¿Cansada? inquiere él. Arrasada contesta ella cruzando las manos bajo la nuca. Gustavo está molesto. María Inés se acostó sin siquiera consultarle. Él no es un analista ortodoxo. Y si así lo fuera, su propio sillón debería ubicarse a espaldas de ella, fuera de su campo visual. No sabe cómo manejar la situación. ¿Debe pedirle que se siente?, ¿debe reubicarse él? Ella, tendida frente a él, lo mira. Él traga saliva, intenta relajarse. ¿Querés contarme? sugiere. Desde el miércoles pasado duermo en el cuarto de huéspedes  explica ella. ¿El colchón es incómodo? trata él de aflojar la tensión.  Ella hace un gesto de fastidio.  Es incómodo a los treinta años vivir vacila, busca la palabra alzada y calla. ¿Alzada? pregunta él, impactado, cuando le queda claro que ella no seguirá hablando.  No aguanto estar a su lado sin que me toque toma un almohadón y lo coloca bajo su cabeza me da vergüenza, no sé cómo explicártelo. María Inés cierra los ojos soy como un hueco que late. ¿Ser mujer es solo ser un hueco? Ella hace un gesto despectivo con los hombros.  No me alcanza con tocarme, soy un agujero que precisa ser llenado. Te sentís un agujero reformula él. Qué más da; me consumo, noche tras noche me consumo. Gustavo inspira hondo, vaya con la sesión liviana. ¿Pudiste transmitirle a él esto que me estás diciendo? ¿Para qué?, ¿para que vuelva a decirme que soy una enferma?; no sé si estoy enferma pero te aseguro que si sigo así me voy a enfermar dice ella y calla. Se pone de lado y le clava la mirada. A él la situación se le torna insoportable. Carraspea. Se sirve un vaso de agua. Está por preguntarle si antes de Gerardo también se sentía así cuando ella añade anoche volví;  él lo intentó pero no pudo. ¿No pudo? Ella  recoge las piernas, se las abraza. No se le paraba precisa. ¿Entonces? Me lamió, como si fuera un perro me lamió. Gustavo siente  que el sexo  le late. Cruza las piernas. Se imagina un mar de cucarachas avanzando hacia él. El atisbo de erección cede. Por suerte ella abandona descripciones y urde planes. Gustavo verifica, aliviado, que ya casi son las cinco.


Gustavo la despide, aturdido. Avergonzado. ¿Podrá contárselo a Ana María?  Es que María Inés es como una gata en celo, intenta justificarse. La transferencia erótica de María Inés se hace oír, reformula. La idea lo tranquiliza. No es mi culpa, piensa. Abre la heladera y se sirve un vaso de coca-cola. Le agrega hielo. Tiene hambre, además. Corta un trozo de queso. Buenísimo este fontina. Corta otro pedazo. Necesita reponerse para enfrentar a Raúl. Alguno de los dos siempre termina violentándose.

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