María Inés le
tiende el paraguas. Qué original dice Gustavo e inmediatamente se arrepiente. Me lo trajo Gerardo de Europa aclara
ella el mango es de asta de ciervo.
Él lo coloca en el paragüero. Entran juntos al consultorio. Ella se saca el
piloto, lo cuelga con cuidado en el perchero, y sin hacer ningún comentario se
acuesta en el diván, jean y suéter ceñidos, botas de cuero. ¿Cansada? inquiere él. Arrasada
contesta ella cruzando las manos bajo la nuca. Gustavo está molesto. María Inés
se acostó sin siquiera consultarle. Él no es un analista ortodoxo. Y si así lo
fuera, su propio sillón debería ubicarse a espaldas de ella, fuera de su campo
visual. No sabe cómo manejar la situación. ¿Debe pedirle que se siente?, ¿debe
reubicarse él? Ella, tendida frente a él, lo mira. Él traga saliva, intenta
relajarse. ¿Querés contarme? sugiere.
Desde el miércoles pasado duermo en el
cuarto de huéspedes explica ella. ¿El colchón es incómodo? trata él de
aflojar la tensión. Ella hace un gesto
de fastidio. Es incómodo a los treinta años vivir vacila, busca la palabra alzada y calla. ¿Alzada? pregunta él, impactado, cuando le queda claro que ella
no seguirá hablando. No aguanto estar a su lado sin que me toque toma
un almohadón y lo coloca bajo su cabeza me
da vergüenza, no sé cómo explicártelo. María Inés cierra los ojos soy como un hueco que late. ¿Ser mujer es
solo ser un hueco? Ella hace un gesto despectivo con los hombros. No me
alcanza con tocarme, soy un agujero que precisa ser llenado. Te sentís un
agujero reformula él. Qué más da; me consumo,
noche tras noche me consumo. Gustavo inspira hondo, vaya con la sesión
liviana. ¿Pudiste transmitirle a él esto
que me estás diciendo? ¿Para qué?, ¿para que vuelva a decirme que soy una
enferma?; no sé si estoy enferma pero te aseguro que si sigo así me voy a
enfermar dice ella y calla. Se pone de lado y le clava la mirada. A él la
situación se le torna insoportable. Carraspea. Se sirve un vaso de agua. Está por
preguntarle si antes de Gerardo también se sentía así cuando ella añade anoche volví; él lo
intentó pero no pudo. ¿No pudo? Ella recoge las piernas, se las abraza. No se le paraba precisa. ¿Entonces? Me lamió, como si fuera un perro
me lamió. Gustavo siente que el
sexo le late. Cruza las piernas. Se
imagina un mar de cucarachas avanzando hacia él. El atisbo de erección cede.
Por suerte ella abandona descripciones y urde planes. Gustavo verifica,
aliviado, que ya casi son las cinco.
Gustavo la
despide, aturdido. Avergonzado. ¿Podrá contárselo a Ana María? Es que María Inés
es como una gata en celo, intenta justificarse. La transferencia erótica de María
Inés se hace oír, reformula. La idea lo tranquiliza. No es mi culpa, piensa. Abre
la heladera y se sirve un vaso de coca-cola. Le agrega hielo. Tiene hambre,
además. Corta un trozo de queso. Buenísimo este fontina. Corta otro pedazo. Necesita
reponerse para enfrentar a Raúl. Alguno de los dos siempre termina violentándose.
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