Camilo se estira
los dedos, resopla, la vista clavada en la ventana. Parece
que estás de mal humor sugiere Gustavo y recuerda a Martina, en la próxima
pausa tratará de calmarla. Re admite
el chico. ¿Me querés contar por qué? La
profe de Cívica nos mandó un trabajo superlargo para mañana y al final lo tengo
que hacer yo solo. Qué tal si me explicás desde el principio. Camilo se endereza en el asiento, lo mira.
Me tocaba
con Leo, pero yo tuve que venir para acá; él me invitó a dormir para
hacerlo a la noche pero yo no quise. El chico saca el celular del bolsillo,
lo abre, vuelve a guardarlo. Se rasca
la nariz. ¿Por qué no quisiste ir? El chico se ruboriza Leo tiene una hermana. ¿Entonces? Las mujeres molestan, no te dejan
estudiar. Gustavo, divertido, agrega vos
también tenés una hermana. Pero es
chica dice Camilo mientras juega con la malla del reloj. ¿Y la de Leo? Es más grande que yo, está en
segundo¿Cómo se llama? Sofía contesta y las mejillas ya son dos frambuesas.
A Gustavo le cuesta ocultar una sonrisa. Contame
cómo es. Morocha, alta, con el pelo por la cintura la mirada de Camilo se
entierra en el piso linda, relinda y
dos lagrimones comienzan a rodar. Al
cabo de un buen rato Gustavo pregunta ¿por
qué llorás? El chico levanta la cara mojada. ¿No te das cuenta?, por estas muletas de mierda. Gustavo siente el
impulso de abrazarlo. No, tras dos meses de intentarlo Camilo pudo quebrarse,
de ninguna manera debe consolarlo. Piensa y piensa hasta que le llega la frase
correcta. Un alivio. Está por decir vos no sos tus muletas, cuando el chico se
limpia las mejillas con la manga y pregunta ¿puedo
ir al baño? Gustavo asiente, lamentándolo. Cuando lo ve de espaldas,
alejándose, se acuerda de Nacho. Cierra los ojos. ¿Cuál era Tomás?, ¿el
rubiecito que llevaron a Pinamar? Cuando la llame a Martina se lo preguntará. Solita
en casa, qué peligro. Cecilia está loca, le hubiera avisado a Juana. Gustavo
escucha las muletas. Parpadea. Camilo se acomoda. Él intenta ¿en qué estás pensando? y no se
sorprende cuando Camilo, como si le hubieran apretado un botón, arranca en el trabajo de Cívica, tenemos que buscar
en los diarios notas sobre la discriminación y después comentarlas. Gustavo
podría intentar relacionarlo con las muletas pero el momento ya pasó. Habrá que
tener paciencia. Camilo sigue
hablando de lo que planea escribir. Qué lúcido es este pibe, evalúa Gustavo y
escucha con interés los proyectos cívicos de Camilo.
Cierra la puerta
tras chico y padre. Inspira hondo. Se acerca al escritorio, busca el teléfono y llama a su casa. Sin
éxito. El pulso se le acelera. Recién al tercer intento obtiene el jadeo de
Martina. Me estaba duchando. ¿Cómo vas a bañarte estando sola?, ¡mirá si
te pasaba algo! Vení, entonces. Ya te explique que los miércoles tengo pacientes.
Qué me importa, deciles que me enfermé. Gustavo va a retarla cuando suena
el timbre. Te dejo, preciosa informa.
Papi, ¡me hiciste salir mojada del baño!
Vuelvo a llamarte en cuanto pueda promete. ¿Dónde mierda está Cecilia? ¡Papá! grita la nena pero el timbre insiste y él tiene que cortar.
No le gusta hacer esperar a sus pacientes. Se acomoda el cuello de la camisa a
cuadros y se pasa los dedos entreabiertos por el cabello. Ensaya ante el espejo
su sonrisa de analista. Abre. El perfume de María Inés lo arrasa. Se le humedecen las manos.
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