jueves, 29 de agosto de 2013

24

Coloca la oreja sobre la puerta cerrada. En cuanto pone la llave en la cerradura se escuchan ladridos. Abre. Lacán le hace fiestas.  ¿Sos vos? pregunta Cecilia desde la cocina. La encuentra, con delantal, revolviendo una salsa. Cena especial dice me dieron ganas de cocinar. Él la besa levemente en los labios. Martina llega corriendo y lo abraza.  Papi, ¡me pusieron nueve en el mapa! Él le entrega el paquetito. ¡Yo sabía que me lo ibas a traer! Está encendiendo la luz del baño cuando escucha la voz de Nacho. ¿Viste, pa, que Independiente empató? Lacán, sentado a su lado, jadeando, lo mira lavarse las manos. Marti, guarda el churro para el postre, que ya vamos a comer indica Cecilia desde la cocina. Mil momentos como este quedan en mi mente.

23

Gustavo ha comenzado por Camilo.  ¿Fue atinado  mencionar  el accidente? Ana María cruza las piernas con elegancia creo que se precipitó; yo hubiera ido preguntando sobre los distintos elementos del sueño; quizás de ese modo hubiese logrado que fuera el mismo chico el que nombrara el accidente. Es que, más allá de la permanente alusión a la renguera o a las muletas, es la primera vez en meses en que percibí que Camilo me abría una puerta replica él. Ana María despliega su sonrisa. Más tarde o más temprano Camilo va a aludir al tema que atraviesa su vida. Sí, pero los meses siguen corriendo se justifica Gustavo el otro día me llamó la madre, no supe qué decirle. Un terapeuta ha de saber esperar las manifestaciones del inconsciente, porque el inconsciente siempre insiste; quédese tranquilo, Gustavo, el tratamiento avanza. Él inspira hondo, quisiera poder transmitirle lo que experimenta frente al chico.  Es feroz cuando se irrita explica. A pesar de que Camilo aún no lo explicite, el enojo hacia su padre sigue operando en la transferencia. Lo comprendo en la teoría pero me resulta difícil acorazarme ante su rabia. Su hijo tiene esa edad, ¿no? Gustavo, alerta, asiente con la cabeza pero ella, luego de cruzar las piernas en sentido contrario, lo que hace flamear su larga pollera, abandona el tema y comenta qué sueño transparente; creo que, más allá de la obvia importancia de las pesas, la clave está en la tardanza. Él la mira, sorprendido. ¿Por qué lo supone? ¿Qué fue lo último que dijo el chico al despedirse? Que era tarde. ¿Qué le dijo el padre cuando lo llamó a comer? Que era tarde tiene que reconocer él. Ella sonríe, se encoge de hombros y agrega vamos bien.  Él, entonces, le habla de la agresión de Raúl, está orgulloso de no haberse alterado. Otra vez le toca a usted hacer de padre, dos hijos a falta de uno bromea Ana María, qué extraño. ¿Y Laura? pregunta de improviso. Gustavo comenta, de algún modo molesto por haberla obedecido, que le planteó el estancamiento de la terapia. Cuando le refiere su comentario final sobre el hijo, ella inquiere ¿está buscando un argumento para retenerla? y ante la cara de desconcierto de él insiste ¿por qué le cuesta tanto soltar a sus pacientes?  Él le  dice que no es así, que  de Raúl, por ejemplo, quisiera liberarse. Le cambio, entonces, la pregunta, ¿por qué le cuesta tanto separarse de Laura? Él recibe el impacto. Le entra por los poros. Se parece a mi mamá admite.  Lamentablemente es la hora informa ella otro tema que le queda para analizar. Gustavo se incorpora, aliviado. No hubo tiempo para hablar de María Inés.


 Camina hacia el auto a paso vivo. Hace mucho frío. Mientras calienta el motor, enciende la radio. Vicentico. Paisaje. Gustavo sube el volumen. No se piensa en el verano cuando cae la nieve, deja que pase un momento y volveremos a querernos. Tararea. Tú, no podrás faltarme… Un bocinazo le avisa que el semáforo ya está en verde. Pone primera. Qué tema. Le pedirá a Nacho que se lo grabe. Cuando termina la canción apaga la radio. Le duele la cabeza. Una batidora. Laura, Ana María, Camilo, Raúl. Cecilia.

miércoles, 28 de agosto de 2013

22

Daniela, el abrigo puesto, muy seria informa ayer tuvimos la cita. Qué velocidad, Gustavo sabía que Grieco no iba a fallarle. ¿Cómo les fue? Pregunta.  Daniela amaga con abrir los labios pero las palabras no salen de su boca. Permanece inmóvil, congelada piensa él, el aire se pone denso. Él carraspea. Ella se cubre el rostro con las manos. Daniela dulcifica la voz qué les dijo. Ella se descubre, lo mira fijo y sin manifestar emoción alguna, apagada, relata en cuanto entramos, el doctor Grieco  pidió desde el escritorio, ¨Lucas, alcanzame la pelota¨, pero el nene ni lo miró, entonces el pediatra se paró, se agachó, se acercó y se la volvió a pedir, pero nada; después Lucas se sentó en el suelo, sacó todos los autitos del canasto y los puso en fila, el hombre se arrodilló, sacó uno y le dijo ¨qué te parece si con este vamos a pasear; Lucas se lo arrancó y lo devolvió a la fila; cuando el hombre insistió, el nene pegó un grito, el médico volvió al  escritorio, nos preguntó mil cosas, dio vueltas y vueltas, nos aclaró que no era un especialista y después nos recomendó uno. Daniela se sirve un vaso de agua, lo toma con parsimonia. Recién entonces emitió la sentencia dice al fin. ¿La sentencia? Daniela, la vista perdida en los jacarandás, informa forzando la dicción  síndrome a precisar del espectro autista. La puta que te parió, piensa Gustavo y como no puede decirlo pregunta ¿a quién les recomendó? Al doctor Álvarez  Campos los ojos de Daniela de pronto vivos ¿lo conoce? Gustavo asiente, va a contarle que lo tuvo de profesor en la facultad pero cambia de idea. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta.  Daniela lo mira hasta que, como si la hubieran golpeado en el abdomen, se dobla sobre sí misma. La cabeza sobre las rodillas. Gustavo se para y se sienta a su lado. Le pone una mano sobre el cabello. Ella, entonces, solloza.


Sentado en Sigi, Gustavo intenta distenderse. Pasa revista a sus pacientes. Todos le generan conflicto. Lo aterra equivocarse. ¿Debería sumar otra sesión de control? La rabia de Camilo y de Raúl. El tedio con Laura. Insoslayable lo que le sucedió con María Inés. Cecilia. Para obviar a su mujer pide la cuenta. Paga y se levanta. Todavía es temprano. Camina por Salguero. Entra en una panadería, sin suerte. En la cuadra siguiente intenta con otra. Solo quedó uno relleno dice la vendedora. Para justificar la exigua compra él le cuenta que es un antojo de su hija. Qué lindo tener un papá así dice la mujer sonriente mientras le tiende el mínimo paquete.

lunes, 26 de agosto de 2013

21

Hace casi media hora que Gustavo escucha hablar a Raúl sobre política. Ahora sobre la conferencia de Stiglitz en Económicas.  Es lo que yo siempre le digo a Lisa,  ninguna economía se recupera a través de la austeridad. Gustavo lo mira, interesado. Explicame pide. Lisa cree que reducir los gastos nos va a solucionar los problemas, pero es totalmente al revés. No te sigo. Hay que pensar en grande, no reducirse, invertir los gestos de Raúl son enérgicos, ampulosos es la única manera de despegar. Gustavo busca un anzuelo. Para invertir se necesita un capital. Raúl detiene sus movimientos, lo mira. ¿Qué querés decirme? ¿Qué creés que quiero decirte? Raúl aprieta las manos cruzadas. Dejemos de jugar al gran bonete; me saca que repitas todo lo que digo sonríe, despectivo a veces me pregunto si me sirve para algo gastar tanta plata viniendo acá. La teoría de Lisa acota Gustavo. Se me está acabando la paciencia. Lo que te irritó fue la mención del capital, ¿estoy en lo cierto? Raúl calla. ¿Qué representa para vos el capital? Silencio. ¿Quién lo representa?  Más silencio. ¿El rey de Textilandia? Basta, Gustavo, estoy harto de que me jodas. Raúl se incorpora, busca el dinero en el bolsillo y lo deja sobre la mesa con brusquedad. De acuerdo dice Gustavo continuaremos la semana que viene.


Gustavo está satisfecho. Raúl no consiguió alterarlo. Ha recuperado su imagen, tan debilitada por la sesión anterior. Se acerca al teléfono. Hola, papi la vocecita de Martina. ¿Con quién estás, preciosa? Nacho fue a la librería, ya  vuelve. ¿Y mamá? Vino hace un rato pero volvió a salir contesta la nena. ¿Adónde fue? ¡Ni idea, preguntale a ella! los ladridos del perro de fondo ¿cuándo venís vos? Alrededor de las nueve y media Gustavo escucha la puerta del ascensor ¿qué querés que te lleve? El timbre. Churros rellenos con dulce de leche. Él cabecea sonriendo. ¡Algo más fácil, Marti! pide. ¡¡Porfi, papi!!

domingo, 25 de agosto de 2013

20

María Inés le tiende el paraguas. Qué original  dice Gustavo e inmediatamente se arrepiente. Me lo trajo Gerardo de Europa aclara ella el mango es de asta de ciervo. Él lo coloca en el paragüero. Entran juntos al consultorio. Ella se saca el piloto, lo cuelga con cuidado en el perchero, y sin hacer ningún comentario se acuesta en el diván, jean y suéter ceñidos, botas de cuero. ¿Cansada? inquiere él. Arrasada contesta ella cruzando las manos bajo la nuca. Gustavo está molesto. María Inés se acostó sin siquiera consultarle. Él no es un analista ortodoxo. Y si así lo fuera, su propio sillón debería ubicarse a espaldas de ella, fuera de su campo visual. No sabe cómo manejar la situación. ¿Debe pedirle que se siente?, ¿debe reubicarse él? Ella, tendida frente a él, lo mira. Él traga saliva, intenta relajarse. ¿Querés contarme? sugiere. Desde el miércoles pasado duermo en el cuarto de huéspedes  explica ella. ¿El colchón es incómodo? trata él de aflojar la tensión.  Ella hace un gesto de fastidio.  Es incómodo a los treinta años vivir vacila, busca la palabra alzada y calla. ¿Alzada? pregunta él, impactado, cuando le queda claro que ella no seguirá hablando.  No aguanto estar a su lado sin que me toque toma un almohadón y lo coloca bajo su cabeza me da vergüenza, no sé cómo explicártelo. María Inés cierra los ojos soy como un hueco que late. ¿Ser mujer es solo ser un hueco? Ella hace un gesto despectivo con los hombros.  No me alcanza con tocarme, soy un agujero que precisa ser llenado. Te sentís un agujero reformula él. Qué más da; me consumo, noche tras noche me consumo. Gustavo inspira hondo, vaya con la sesión liviana. ¿Pudiste transmitirle a él esto que me estás diciendo? ¿Para qué?, ¿para que vuelva a decirme que soy una enferma?; no sé si estoy enferma pero te aseguro que si sigo así me voy a enfermar dice ella y calla. Se pone de lado y le clava la mirada. A él la situación se le torna insoportable. Carraspea. Se sirve un vaso de agua. Está por preguntarle si antes de Gerardo también se sentía así cuando ella añade anoche volví;  él lo intentó pero no pudo. ¿No pudo? Ella  recoge las piernas, se las abraza. No se le paraba precisa. ¿Entonces? Me lamió, como si fuera un perro me lamió. Gustavo siente  que el sexo  le late. Cruza las piernas. Se imagina un mar de cucarachas avanzando hacia él. El atisbo de erección cede. Por suerte ella abandona descripciones y urde planes. Gustavo verifica, aliviado, que ya casi son las cinco.


Gustavo la despide, aturdido. Avergonzado. ¿Podrá contárselo a Ana María?  Es que María Inés es como una gata en celo, intenta justificarse. La transferencia erótica de María Inés se hace oír, reformula. La idea lo tranquiliza. No es mi culpa, piensa. Abre la heladera y se sirve un vaso de coca-cola. Le agrega hielo. Tiene hambre, además. Corta un trozo de queso. Buenísimo este fontina. Corta otro pedazo. Necesita reponerse para enfrentar a Raúl. Alguno de los dos siempre termina violentándose.

jueves, 22 de agosto de 2013

19

Vine solo  informa el chico y luego agrega bah, subí solo. Lo cual es bastante lo reafirma Gustavo. Camilo se desplaza con inusual soltura y se instala en el diván. ¿Cómo anduvo esa semana? El chico lo mira. Bien, en la escuela muy bien responde al cabo de un rato y calla. ¿Y en lo demás?  Camilo se encoge de hombros, normal dice y sumerge la mirada en los estantes de la biblioteca.  ¿Algo que me quieras contar?  El chico le habla de la tablet que le prometieron para el cumpleaños. Él es el encargado del estudio de mercado. Describe con minuciosidad modelos, precios, propiedades. Es como Nacho, piensa Gustavo,  bytes en la sangre. El chico está  comentando los videos pesan mucho cuando queda como suspendido, los ojos muy abiertos. ¿Qué pasa, Camilo? El chico parpadea repetidamente y dice me vino a la cabeza el sueño de anoche.  El pulso de Gustavo se acelera. Me gustaría mucho escucharte. Camilo lo mira un instante pero después fija la vista en la ventana. Yo estoy en el piso levantando pesas, todo sudado, los brazos me tiemblan  y escucho la voz de papá que dice Camilo vení a comer que es muy tarde y yo me distraigo y las pesas se me caen encima y me aplastan y yo trato de levantarlas pero no puedo y lo quiero llamar a papá para que me ayude y la voz no me sale y me doy cuenta de que me voy a morir porque ya no puedo respirar. Gustavo intenta memorizar palabra por palabra. Luego de un largo rato pregunta ¿entonces? Entonces me despierto informa Camilo jugueteando con sus orejas, la vista baja. ¿La situación te recuerda algo? El chico abandona las orejas y sacude la cabeza. Gustavo decide jugarse el todo por el todo y pregunta ¿cómo fue el accidente? No me acuerdo. ¿Perdiste la conciencia? Camilo se endereza de golpe.  ¡¡Te dije que no sé!! Gustavo llena un vaso de agua y se lo ofrece. Camilo toma un trago, mira su reloj. Igual ya es tarde dice. Apoya una pierna y se incorpora.


Gustavo sale al balcón. Cae una llovizna helada. Puede divisar, entre medio del follaje, al padre descendiendo del auto y al chico, rechazando la ayuda, tirar las muletas sobre el asiento y subir solo. Recién cuando el auto arranca, Gustavo entra.  Lo confunde la rabia de Camilo. Lo turba. Más allá de la terapia, es difícil conectarse con los chicos de esa edad, buscando torpemente la independencia. Nacho está imposible. Va hasta la cocina. Se moja la cara con agua y se seca con el repasador. Mira el cronograma. Sí, María Inés. Se promete no forzarla. Necesita una sesión liviana. Frente al espejo del pasillo se acomoda el cabello e intenta aflojar el cuello de la polera. Tendría que haberla cambiado.  Siempre le molestó la lana.  

18

El lunes  firmé el contrato con la editorial cambia Laura de tema calculan que las pruebas estarán en un mes, todavía no me puedo convencer  se saca los anteojos y se pone una patilla en la boca  la otra noche, el mismo miércoles, hubo festejo familiar en lo de mi hija mayor  lo mira, como testeándolo, y le aclara por el libro. Me imaginaba añade Gustavo, sonriendo. Luis se apareció con un ramo de flores inmenso; mi yerno, con bombones; un lujo la comida. Gustavo se reacomoda en el sillón. Laura se explaya: ingredientes, recetas, vino, bromas. Una apretada cadena de palabras, ¿cuándo respira? Gustavo mira con disimulo el reloj. Pocos minutos por delante. Laura la interrumpe  todo parece ir muy bien, su libro encaminado, la familia de diez. Ella lo mira, de pronto seria. ¿Por qué dice parece? Él sonríe. Porque si ya superó los conflictos con la escritura, motivo de la consulta,  no sé en qué más la puedo ayudar. ¿Me está echando? De ninguna manera, le propongo que durante esta semana piense en si hay algo más en lo que podamos trabajar. Ambos se incorporan. La puerta del ascensor abierta, Gustavo le comenta hace mucho que no me habla de su hijo. Ella amaga abrir la boca pero solo se encoge de hombros. Se tropieza al subir al ascensor. Cierra sin mirarlo.


Llama desde el teléfono del consultorio al del estudio. Al escuchar la voz de Cecilia corta. No se reconoce, boludo como un adolescente. Va a la cocina. Encuentra sobre la mesada una nota de Juana: necesita dinero para comprar detergente y limpiavidrios.  Pone agua a hervir y se prepara un té.  Ana María tiene razón, él no quiere que se vaya Laura.  Primera paciente,  y primera, también,  que logró alcanzar el objetivo buscado en la terapia. Objetivos limitados.  ¿Hay un límite para los objetivos? Se instala con la taza en el escritorio. Inspira profundamente. Repasa  la ficha de Camilo. La semana pasada se fue tan enojado. ¿Vendrá?

miércoles, 21 de agosto de 2013

17

Miércoles 15

Se despierta y aún con los ojos cerrados palpa la cama. Lo tranquiliza rozar el cabello de Cecilia. Ha sido una semana tranquila. La escapada a McDonald´s y la charla posterior la hicieron entrar en razones. Ni una llegada tarde. Tuvieron buena cama, además. Gustavo la observa bajo la tenue luz que entra por la ventana. El cabello desparramado sobre la almohada, el rostro relajado, el escote del piyama dejando entrever el nacimiento de los senos. Él siente un súbito calor en la entrepierna. La alarma suena. Ella la apaga, se despereza con holgura y se incorpora. ¿Desayunás con nosotros? propone. Me quedo otro rato en la cama. Gustavo se cubre la cabeza para sofocar los gritos que sobrevendrán.   ¡Arriba, chicos, es tarde!

Se pone la polera de lana que le regalaron sus hijos para el cumpleaños. Cinco grados de sensación térmica. Camina por Cabildo hasta Virrey del Pino. Entra en  Van Gogh. Pide, como siempre, un café con leche con dos medialunas de grasa que consume hojeando el Clarín.  ANSES, AFIP, INDEC, SUBE, AFA. Boudou, De la Rúa, Mihanovich, Messi, Schoklender, Oyarbide, Stornelli,  Stiglitz. Recorre los titulares sin que las letras atraviesen su epidermis. Dobla el diario y lo deja a un costado. Mira por el ventanal. La gente se apura, empezó a lloviznar. Recién le avisaron que se suspendía el curso, o sea, tiene la mañana libre. Hace días que Santiago lo está llamando para concretar un encuentro. Abre el celular y pulsa el número de Cecilia. El contestador. La boca del estómago se le frunce. Instantes después el aparato suena. Atiende, aliviado. Pero no es ella.  Lo resolveré mañana, papá, estoy en el curso. Corta fastidiado. No hay manera de hacerle entender que los miércoles no existe. La lluvia ya es franca. Pide un cortado y saca el libro de Rolón. Había desestimado el ofrecimiento pero su madre, como de costumbre, se salió con la suya y se lo regaló. Para mis treinta y cinco piensa. Avala y critica el texto a medida que se deslizan las páginas. Hace marcaciones. Deja el libro y busca el celular. Estaba en una reunión, ya iba a contestarte, qué querías. A Gustavo se le acelera el corazón. Como la pausa ya es sospechosa ofrece ¿ almorzamos juntos?, empiezo a atender  recién a las dos. También la pausa de ella es desmedida. Qué lástima dice al cabo cité a un cliente a la una. Gustavo corta mortificado. No logra adaptarse al segundo puesto.  Ahora el laburo es lo más importante para ella. Ya no llueve. Llama al mozo.


Se sube el cuello del piloto y aprieta el paso, sorteando los charcos. Qué boludo, zapatos de gamuza. El bochinche de Cabildo le impide pensar con claridad. En Echeverría, dobla. Repasa mentalmente la agenda. María Inés. Está costando abrirle los ojos, ¿habrá hablado con el marido? Laura sí que tiene suerte con el suyo. Veinticinco años sin quiebres. La familia ejemplar. Sin embargo, ahora que lo piensa, nunca habla del hijo. Raúl tampoco habla de los suyos. Lisa es el centro de su mundo. Textilandia. Espera que hoy retome el tema del viejo. Si es necesario, lo inducirá. Padres e hijos, el quid de la cuestión. El nene terminará costándole el matrimonio a Daniela, casi podría firmarlo. Difícil para una pareja transitar la minusvalía de un hijo. Qué le habrá pasado a Camilo con su padre. Se fue tan enojado la semana pasada. Como Nacho, siempre irritado con él. Con él y con Martina, con la madre tiene otro trato. ¿Cecilia ya estará con el cliente?  Cuando busca la llave en el bolsillo del piloto descubre un agujero. Le pedirá a su vieja que se lo cosa. Abre la puerta del consultorio. Levanta todas las persianas. El sol está luchando por colarse entre las nubes. Mira el reloj. Justo la una.

martes, 20 de agosto de 2013

16

Gustavo se mira en el espejo del ascensor. El cuello de la camisa arrugado, la sombra de la barba, ojeras. Así lo dejan los miércoles. Se detiene en el palier. Silencio absoluto. Alarmado, abre. Lacán se precipita ladrando. Dice mamá que la llames grita Nacho desde su cuarto. Gustavo se quita el saco y lo deja caer sobre un sillón. Mira el reloj de péndulo: nueve y cuarto. Se acerca al teléfono. Hola, soy Cecilia; no puedo atenderte, dejá un mensaje, por favor. Corta, fastidiado, y se dirige al cuarto del chico. Hola, hijo saluda desde la puerta ¿mamá te dijo algo? Nacho, enfrascado en la computadora, informa que venía a las diez, que fuéramos preparando algo. Martina llega corriendo y se aferra de la cintura del padre. ¡Yo sé hacer salchichas! Gustavo intenta controlar la bronca. Inspira profundamente. ¿Qué les parece si cenamos en McDonald’s? propone. Dale contesta Nacho moviendo el mouse. Martina parece preocupada. ¿Vale igual la merienda de mañana? averigua. ¿Qué merienda? pregunta Nacho sin mirarlos. Ese es un asunto que tengo con tu hermana contesta Gustavo guiñando un ojo. La nena, la boca ladeada, devuelve torpemente el guiño.

¡Martina! grita Gustavo desde el palier. Ya voy, me estoy peinando. Nacho revolea los ojos y llama al ascensor. La nena llega corriendo. Huele a perfume. ¿Le dejamos una nota a mami? propone. No hace falta determina Gustavo, abriendo el ascensor. Que se joda.

Gustavo sentado en la cama, corrige su trabajo para el curso. Modelos de la relación mente-contexto. Los chicos duermen. La puerta de calle, finalmente, se abre. Luego la de la cocina. Controla el reloj, son casi las once. Instantes después Cecilia entra al dormitorio. ¿Ya cenaron? pregunta sacándose el abrigo. Él la mira, serio. ¿Y a vos qué te parece? Como no encontré nada en la cocina… Perdón, no te dejamos el plato preparado. El rictus de Cecilia cambia en un instante.  Qué pasa, se me hizo tarde, por una vez en catorce años se me hizo tarde, qué, ¿me voy a ir al infierno?  No hay mejor defensa que un buen ataque, registra Gustavo. Trata de serenarse. ¿Dónde estuviste? pregunta en mejor tono. ¿No te contó Nacho?, este chico siempre igual.  No es él quien tiene que darme explicaciones. Tuvimos una reunión con el socio de Fridman, el de la filial de Córdoba, parece que se trasladará acá y yo pasaría a ser su secretaria privada,  me duplicarían el sueldo, una oportunidad increíble. ¿Por qué no me comentaste nada?  Vos nunca me preguntás por mi trabajo. Cecilia se saca los zapatos de taco, las pulseras, los aros. Gustavo recibe el impacto. Es cierto, no suelen hablar del trabajo de ella. Del de él, sí. ¿Fueron a cenar? pregunta. No, bueno, en realidad algo así, empezamos tomando café pero como se extendió la reunión terminamos comiendo unos sándwiches. Y no pudiste avisar. No me di cuenta de que era tan tarde. La bronca de Gustavo se va transformando en tristeza. Como si tuviera ensartado un gancho en el abdomen que lo empujara hacia abajo. Me voy a duchar informa Cecilia. Está en el marco de la puerta cuando se da vuelta y pregunta ¿adónde fueron? A McDonald’s. ¿Cómo la pasaron? Gustavo tarda en contestar. Fue raro, de repente estaba sentado con los dos chicos comiendo hamburguesas y me vi como si otro me estuviera viendo y ¿sabés qué?  la mira fijo antes de agregar me dio miedo. Cecilia se acerca, se sienta junto a él. Mirá que sos zonzo, Gus dice mientras le roza la mejilla. Él la abraza.

lunes, 19 de agosto de 2013

15

La pollera larga, con vuelo, de Ana María lo precede. El discreto perfume, un par de escalones por delante, lo guía. Ambas manos derechas deslizándose, sincrónicas, por la baranda de madera. Frente a la puerta del consultorio, ella gira y con una sonrisa  insondable y un leve gesto de sus uñas pintadas lo invita a pasar. Un tapiz incaico a modo de alfombra, leve olor a incienso. Luego de seis meses de ir todos los miércoles, la extraña sensación de observar todo por primera vez. Los sentidos agudizados. Gustavo se sienta. Ella carraspea. Señal suficiente para que él confiese hoy tuve ganas de trompearlo a Raúl. Y ante el entrecejo fruncido de ella, aclara, sonriendo no se asuste, no llegué a las manos; fue solo una sensación, una fuerte sensación; nunca me había pasado algo así, ¿es normal? Ella recoge sus palabras ¿qué significa que una actitud sea normal?; sería inadmisible que agrediera físicamente a un paciente, aunque es más frecuente de lo que uno quisiera suponer, que un terapeuta agreda verbalmente. Tampoco lo insulté bromea Gustavo levantando las manos con las palmas  extendidas aunque sé que usted no se refiere a eso. Ana María cierra los párpados y asiente con la cabeza. ¿Podría contarme lo que sucedió? Después de varios meses de hablar casi con exclusividad de la relación con su esposa, Raúl me reveló que hace meses que está sin trabajo. ¿Y qué fue lo que desencadenó su ira? Gustavo  reflexiona. Se burló de mí  confiesa luego. ¿Cómo fue eso? Él se refirió a su padre como al ¨rey de Textilandia¨ y yo le pregunté si Textilandia era su empresa. Gustavo traga saliva, le cuesta referirle me dijo que yo tomaba las cosas al pie de la letra; me hizo sentir un infeliz. Parece una reacción desmedida ante esa frase. Sí admite Gustavo. ¿Podría precisarme lo que fue sintiendo en el transcurso de la sesión? Gustavo le relata con detalle lo sucedido. Quizás fue la alusión a la relación de Raúl con su padre lo que a usted lo alteró. Gustavo se siente repentinamente vulnerable, querría encontrar un recurso que le permitiera desviar la conversación sin embargo admite sí, es posible, tengo conflictos con mi padre. Es imprescindible reconocer cuando la historia de un paciente nos remite a la propia, fundamental mantener la distancia emocional; ¿está trabajando el tema de su padre en su análisis? Hace un mes que mi analista está enfermo, pero sí, en eso estábamos. Su ira fue una llamada de atención, seguiremos atentos con esta cuestión. Gustavo se sirve un vaso de agua. Cuando logra serenarse le habla de Daniela. No sé si fue correcto que le diera el teléfono del pediatra de mis hijos. Ana María sonríe al decir hay circunstancias en las cuales debemos hacerle un guiño a la teoría; no hay ninguna duda de que la prioridad es que esa criatura reciba un tratamiento adecuado lo antes posible; tranquilícese, Gustavo, trate de confiar más en su intuición.


Sube al auto pero en realidad necesita otro café. Una sesión demasiado intensa. Además de Raúl y Daniela, Laura ¿No será que llegó la hora de darle el alta? A él no le gustó escucharla y defendió la continuidad. Hay que aprender a desprenderse de los pacientes. Para tratar de amortiguar el malestar Gustavo rescata los réditos. Ha conseguido que Camilo transfiera sobre usted el resentimiento contra el padre. Una perla para atesorar. Ya por Cabildo presta mucha atención. No volverá a pasarse.

viernes, 16 de agosto de 2013

14

Anoche me desperté sobresaltada sigue diciendo Daniela me levanté a oscuras y fui al cuarto del nene, fue….sobrenatural cobija la cara entre las palmas de la mano y calla. Así, sin mirarme, trata de describirme todo lo que viste pide él. El velador daba una luz muy tenue, entre amarilla y rosada, un cono luminoso en la oscuridad, podía ver las partículas de polvo flotando Gustavo retiene la respiración, la voz de ella es un susurro estaba descalza, sentía el piso frío bajo los pies, me apreté los brazos con las manos. Luego de unos segundos de silencio él pregunta, tan suavemente como puede ¿Y Lucas? Los bracitos en alto, en puntas de pie, daba interminables vueltas alrededor de su mesa; lo llamé, le hablé, pero no me veía, no me escuchaba, parecía un duende en su piyamita con patas, entonces…. ¿Entonces? Me arrodillé y lo abracé, recién ahí me miró, me empujó y se acostó en su cama; me quedé así, sentada en la alfombra al lado de su cama, no sé cuánto rato hasta que lo escuché a Ariel. ¿Te llamaba? Ella cabecea y, con tensión en la voz, contesta roncaba. Gustavo se toma su tiempo antes de preguntar ¿cómo te sentiste? Desolada contesta ella, apretándose las sienes con los índices y luego lo mira ¿qué piensa de mi hijo? ¿Qué pensás vos? Hay algo que anda mal contesta ella. ¿Qué opina el pediatra? Que tengamos paciencia, que ya va a madurar. ¿Dice alguna palabra? Ella sacude la cabeza. Ni siquiera mamá. Él teme que Ana María lo objete, él es el terapeuta de ella, no del nene, pero arriesgándose dice creo que deberían hacer otra consulta. ¿Conoce a alguien? pregunta ella, con tanta entrega en la voz que Gustavo se conmueve. Entonces, sabiendo, de nuevo, que no debe,  busca en la agenda el teléfono del pediatra de sus chicos. Es el mejor. ¿Es muy caro? averigua ella. No te preocupes dice él sabiendo que llamará a Grieco y le explicará la situación. Excelente profesional y mejor persona.


Gustavo está inmóvil frente a la ventana, las manos en los bolsillos, mirando hacia el cielo. Anochece. Lo único bueno de ver sufrir a otro es la posibilidad de redimensionar los propios padeceres. Después de días de alimentarla con cientos de lo que recién ahora logra calificar de detalles, la bronca contra Cecilia  palidece. Experimenta un repentino acceso de buen humor. Falta casi una hora para ir a lo de Ana María. Gratificará su espera con un buen café express. En Sigi. Se lo merece. Está orgulloso de sí mismo, cosa extraña. Lleva jarra y vasos a la cocina. Los está enjuagando cuando su celular vibra. Martina. Abre el mensaje, inquieto. Submarino tostado jugo de naranja. Gustavo inspira hondo y exhala con lentitud. Sonríe al teclear de todo, dos. Es mi hija, piensa mientras apaga las luces. Sale. Ya arriba del auto recuerda su promesa de la semana anterior. Luego de unos instantes de duda, arranca. En algún lado conseguirá estacionar.

miércoles, 14 de agosto de 2013

13

Raúl se dedica a lo que Gustavo ya ha referido a Ana María como maniobras dilatorias. Anécdotas, bromas. Gustavo asiente, pasivo pero al acecho. Hasta que Raúl, de la nada, dice Lisa parece una puta y luego calla. Gustavo se endereza. Es un comentario extraño, explicate. Solo coje cuando traigo plata a casa. La madre del borrego, piensa Gustavo. ¿Tuvieron relaciones esta semana? pregunta.  Anoche se tiñó el pelo, anteanoche ordenó el placar, y así, y así, la puta que te parió. Raúl cruza los brazos, cabecea. Debo deducir entonces, que esta semana  no aportaste dinero. Raúl se encorva, como un caracol califica Gustavo, y  agrega ni esta, ni la otra, ni la anterior.  Solo me dijiste que sos arquitecto, contame en qué trabajás inquiere Gustavo y ante el rictus de Raúl se rectifica de qué solés trabajar. A ver Raúl tamborilea los dedos cómo explicarte esquiva la mirada de lo que venga ¿Y qué hacés cuando no viene nada? pregunta Gustavo  luego de un rato. Raúl sonríe, burlón ¿Lisa te pasó letra? Gustavo solo lo mira, intencionalmente muy serio. Me pudre, no necesito que me digan lo que tengo que hacer. Por qué no me contás qué es lo que tenés que hacer.  Si fuera por Lisa, seguir adosado a mi viejo de por vida. ¿Y si fuera por vos? Toda la vida dependí de mi viejo, necesito abrirme de mi viejo. Una descarga de adrenalina para Gustavo.   Tu viejo… Gustavo arrastra adrede la palabra nunca lo mencionaste. ¿Nunca te hablé del rey de Textilandia? Gustavo percibe el contraste entre la amplitud de la sonrisa y la tensión en la mandíbula. ¿Textilandia es su empresa? Raúl lanza una carcajada, carente de alegría, evalúa Gustavo. Vos tomás las cosas al pie de la letra. Me gustaría trompearlo, piensa Gustavo y se alarma por pensarlo. Mi viejo tiene varias empresas textiles, no sé exactamente cuántas se tira sobre el respaldo más de cinco y menos de diez, digamos. Un par largo, diría Nacho. Gustavo controla el reloj y anuncia  lamentablemente, tenemos que dejar acá; la semana que viene retomaremos el tema. Me salvo el gong dice Raúl sonriendo y se incorpora.


Lo último que Gustavo ve de Raúl son los mocasines desvencijados. Va hasta el espejo del pasillo. Se aprieta el cinturón, endereza el cuello de la camisa nueva, lleva a su justo centro el escote en v del chaleco. Apenas unas canas.  Busca luego el teléfono. ¿Está mamá? pregunta antes de saludar a la nena. Estoy yo, por si te interesa, que no parece. Últimamente Martina lo sorprende, está creciendo demasiado rápido. Él repasa su jueves. Reunión con el jefe de personal. La aplazará para el viernes. Mañana  voy a buscarte al colegio y después te invitó a merendar. Los gritos de alegría de la nena lo conmueven. A pesar de que escucha el timbre se da tiempo para despedirse de su hija como corresponde. 

martes, 13 de agosto de 2013

12

Hace casi media hora que María Inés habla sobre el próximo festejo de su cumpleaños. Treinta. Gustavo la escucha, en automático, define. A su madre  quizás le interesara. Y a Cecilia también. Las mujeres aman las fiestas. ¿Todas? Añade a Martina. Mis mujeres, se corrige. Aprovechando una ligera pausa de María Inés le pregunta ¿cómo van las cosas con tu marido? Ella sonríe raro cuando cuenta anoche me acosté desnuda, lo apreté fuerte desde atrás pero se hizo el dormido, entonces… Cinco, diez, quince segundos de silencio. ¿Entonces? Entonces lo mordí, en el hombro lo mordí, le saqué sangre; al menos conseguí que así gritara dice María Inés y luego calla. ¿Y después? Por más que siga contándote no se soluciona. Gustavo se siente involucrado,  en qué está fallando.  No sé para qué sigo viniendo agrega ella y a él le duele, tanto le duele. Cauto, debo ser muy cauto, se indica. Cuando logra reponerse pregunta ¿para qué te parece que venís? Ella, al instante, contesta porque me gusta y su sonrisa es tan irresistible que Gustavo se siente ridículamente orgulloso. No sabe qué decir. Sonríe. Ella agrega aquí siempre me siento bien, hasta cuando me hacés llorar me siento bien. Él, recuperada la lucidez profesional, dice tal vez si también te permitieras llorar frente a Gerardo conseguirías sentirte mejor. Él es el que llora confiesa ella, la vista baja. Qué interesante, considerás que las lágrimas de él invalidan las tuyas añade Gustavo mientras se echa el cabello hacia atrás. Alguien tiene que ser fuerte. ¿Y por qué la fuerte tenés que ser vos? Él está satisfecho, el tratamiento se desliza en la dirección correcta. Aunque faltan unos minutos determina terminamos por hoy. Ella lo mira arqueando las cejas. Él sonríe, apenas. Ella, obediente, se incorpora.


Mientras María Inés espera el ascensor, la puerta entornada, él la mira de atrás. Parece una  modelo. Antes de subir ella gira. El cierra la puerta con brusquedad. Se reclina sobre el sillón del escritorio, los brazos cruzados apoyados tras la nuca. Unos instantes. Luego busca las tres fichas y vuelca las sesiones. Con detalle, pulcramente. No debe confiar en su memoria. No solamente. Mira el reloj. Guarda los papeles. 

lunes, 12 de agosto de 2013

11

No sé para que sube dice Camilo mientras se ubica. Y cuando Gustavo está por preguntarle por qué le molesta que su padre suba, el chico cuenta me pusieron un diez en cívica, fue el único diez. A medida que describe el trabajo, Camilo cobra aplomo, crece, piensa Gustavo, un pez en el agua. Gustavo lo proyecta hacia adelante ¿político?, ¿abogado? Ojalá Nacho pudiera expresarse así. Gustavo espera, atento, alguna señal. Camilo dice papá me felicitó, pero siempre me felicita resopla  por cualquier cosaHoy comentaste que no sabías por qué tu papá subía con vos. Camilo, volcado sobre el respaldo, los brazos tras la nuca, de golpe se endereza. ¿Te molesta? pregunta él y como no obtiene respuesta insiste ¿por qué te molesta? El rostro de Camilo se endurece ¿no te das cuenta?, me trata como a un nene, tengo trece años. Gustavo permanece en silencio, mirándolo, qué decir. Ya sé lo que estás pensando lo encara el chico cómo me va a dejar solo si soy rengo va subiendo la voz  pero siempre voy a ser rengo, entonces tengo que aprender aprieta los dientes me asfixia, me ahoga se deja caer con violencia sobre el respaldo. Cuando el silencio ya se hace demasiado tenso Gustavo pregunta ¿qué pasó? El chico lo mira. Hace meses que tu papá te acompaña, ¿a qué viene ahora tu enojo? No pasó nada. Tratemos de pensar por qué justamente hoy te irritan sus cuidados. El chico se muerde los labios, la vista en el piso. Gustavo, la suya en los jacarandás, reflexiona, Camilo jamás mostró hostilidad hacia su padre, al contrario, respeto, cariño, admiración. Entonces lo observa.  El sol cae de lleno sobre el cabello rubio.  Las mejillas coloradas, los pómulos marcados, la boca delineada como con pincel. Tan bello que impresiona. Camilo, con un movimiento brusco, eleva la cabeza y lo mira. Tanta ira en los ojos color miel que Gustavo, instintivamente, baja la vista.  Cuando vuelve a elevarla, los ojos de Camilo siguen ahí, clavados en él. Y aunque a Gustavo le duele cada poro, siente que su pecho se abre para recibir ese odio que, aunque no es hacia él, necesita ser alojado. Y así quedan, mirándose de pleno, casi sin pestañear, por un tiempo inmensurable. Hasta que el timbre los exime. Seguimos la próxima dice Gustavo, incorporándose. Camilo, mientras busca las muletas, masculla si es que vengo. Gustavo abre la  puerta, ¿Todo bien? pregunta el padre.

Gustavo se acuesta en el diván. El corazón le late fuerte. La situación ha sido de una extraña violencia. Se acomoda un almohadón debajo de la cabeza.  Debió seguir  presionándolo dirá seguramente Ana María. ¿Es un logro aumentar la angustia de un paciente? De un chico, además. Se oprime los ojos cerrados. Precisa un respiro. El timbre. Lo torturan los timbres. La gota de agua de los chinos. Se levanta. Abre la puerta. El olfato precede a la vista. María Inés.

viernes, 9 de agosto de 2013

10

La franca sonrisa de Laura. Brilla. Gustavo le da la mano y la acompaña hasta el diván. Ella cuelga el  blazer en el perchero thonet y se sienta. Hoy se la ve de mejor humor. ¿Se me nota? Hasta se permite coquetear, piensa Gustavo y acota a usted todo se le nota. Me llamaron de Alfaguara. Laura desliza una palma sobre otra, sonríe apretando los labios, entrecruza ahora los dedos. Por fin anuncia me aceptaron la novela. Caramba, qué noticia dice él sonriendo  sobre todo para una principiante. Ella se echa hacia atrás,  fresca su carcajada. La semana que viene firmaré el contrato. Mientras la escucha hablar de cláusulas y condiciones Gustavo evalúa si logrará terminar el trabajo del curso para el miércoles próximo. Tendrá que conseguir una prórroga. Calculé mal,  se dice pero luego se desdice y atribuye la demora a la imposibilidad de concentrarse, hace días que está alterado. Cecilia lo altera. Laura, ahora, comenta una cena familiar. Vinieron todos, una alegría verlos juntos dice Laura y continúa describiendo los detalles. Gustavo solo asiente, de vez en cuando. De pronto percibe el silencio y fija la mirada en ella. Laura entonces le sonríe, con dulzura piensa él, y dice gracias. ¿Gracias? pregunta, aumentando el contorno de los ojos. Sin su apoyo no me hubiera atrevido a presentarla confiesa. Gustavo mira, ahora, por la ventana. Una tarde soleada. Se distrae observando el cielo unos instantes, quizás demasiados, porque cuando vuelve a mirarla, ella ya no sonríe mientras dice poniéndose el blazer Luis tiene una tos bárbara, anoche casi no durmió.


Necesita recostarse aunque sea unos minutos. No entiende qué le pasa con Laura. No logra concentrarse. Lo amodorra su manera de hablar. Cierra los ojos. Segundos después recupera un recuerdo. Su madre lo reta. Él, ¿diez, doce años?, la escucha en silencio. Cuando ella al fin se interrumpe, él dice señalando el reloj pulsera, te faltan diez minutos para llegar a la hora, ¿por qué no seguís? Siempre fue infernal la vieja puesta a hablar. Las palabras de las mujeres tienen otra densidad. ¿El gusto por el continente más que por el contenido? Cecilia también es así. La habilidad de hablar indefinidamente sorteando el meollo. Está envenenado con Cecilia, todo lo que proviene de ella le molesta. ¿Cuánto más puede demorar el enfrentamiento? El timbre. Por suerte, Camilo. Él sí que nunca lo irrita. Se incorpora y alisa el diván.

jueves, 8 de agosto de 2013

9

Miércoles 8

El despertador lo arranca de su sueño. Gustavo trata de retener las imágenes, pero es inútil. Bosteza.  Miércoles. El curso de terapia sistémica, pasar por el banco, sus cinco pacientes al hilo. Ana María. La alarma suena por segunda vez. Extiende la mano hacia su izquierda.  Cecilia ya no está. Lacán se acerca meneando la cola. Las patas sobre el acolchado.


Interesantísima la clase. Cibernética. El todo es más que la suma de las partes. Cada vez que sale del curso la sensación se repite. El dolor por el tiempo perdido, el apremio por recuperarlo. Hace seis meses, cuando Laura, su primera paciente después de diez años de recibido, entró en el consultorio, creyó tocar el cielo con las manos. Pero ya no le alcanza con que su padre le conceda un día a la semana. Está caminando hacia el banco cuando decide que no. Los miércoles son sagrados. Ni un segundo de su miércoles va a prestarle a su padre. Mañana hará el depósito. Se siente, de pronto, pletórico de energía. Que la fábrica reviente. Que su viejo reviente. Una urgencia punzante por llegar a Melián. El todo es más que la suma de las partes. Se pregunta cuál será el momento apropiado para citar a los padres de Camilo. Apura el paso.

martes, 6 de agosto de 2013

8

Cuando se quiere acordar, está en  Juramento.  Cada día más pelotudo. Retoma Cabildo en la dirección contraria en medio de un tránsito infernal, mete el auto en la cochera y sube. A través de la puerta le llega  la voz de los chicos. Peleando. ¿Dónde mierda está Cecilia? Siente un fuerte impulso de retroceder. Aprieta los puños. Al abrir la puerta, Lacán se  le abalanza revoleando la cola. Él lo acaricia detrás de  las orejas. Gritos desde la cocina. Hacia allí va. Encuentra a Martina parada en un banquito, frente a la hornalla. ¿Qué está pasando aquí? pregunta enojado. Nacho no me quiere ayudar, yo siempre tengo que hacer todo protesta la nena Él le saca los fósforos de la mano. No me gusta que estés cerca del fuego dice y enciende el quemador. Mamá me pidió que pusiera agua a hervir. Tu madre arranca Gustavo pero se detiene porque escucha el ruido del ascensor. Los ladridos del perro. Cecilia aparece en la cocina. Traje ravioles dice mostrando las cajitas de cartón, sostenidas con ambas manos. Martina le rodea la cintura. Buenísimo, mami. Estoy liquidada informa Cecilia me saco esta ropa y enseguida vengo. Recién entonces él la observa. Un vestido que no reconoce,  tacos altísimos, el pelo recogido. Un par de mechones cayendo sobre la nuca desnuda. Gustavo quisiera rozarla. Ama ese largo cuello. ¿Hay crema, Marti? pregunta ella  de camino al dormitorio.

Gustavo entra al dormitorio y cierra la puerta. Cecilia, ya en la cama, se desmaquilla. Él se sienta sobre el acolchado, a su lado. ¿Qué pasa? pregunta Cecilia poniéndose crema en la cara. Eso es lo que quisiera saber,  qué está pasando. No te pongas dramático, Gus, en estos días se juega mi ascenso dice ella masajeándose las mejillas tené paciencia y ayudame con los chicos, hago lo que puedo. Él la mira fijo. Charla postergada concede pero que te quede claro que solo conseguiste una prórroga. Trato hecho dice ella sonriendo mientras levanta la palma encremada. Él, muy serio, se incorpora.


lunes, 5 de agosto de 2013

7

Lo escucho pide Ana María en cuanto él termina de sentarse. Y él, que solo querría cerrar los ojos y dormir, se obliga a informar una semana dura, mejor ni hablar del día de hoy. ¿Por qué piensa que es mejor no hablar del día de hoy? reformula ella y él que quisiera decirle que está harto, de ella, de él, de Freud, de la asociación libre y de la atención flotante le resume mucho de todo, como dice Martina cuando le ofrecen helado y va a continuar cuando ella acota qué interesante, es la primera vez que antepone su hija a sus pacientes. Está equivocada dice él maravillado de su perspicacia hoy padecí toda la tarde por tener que postergarla. Gustavo le habla de su tedio con Laura, de las lágrimas de Camilo que ella aprecia enfáticamente. Cuando le está hablando sobre Daniela, Ana María lo interrumpe. Las intervenciones de un terapeuta siempre deben abrir, no cerrar; ¿cuánto sabe sobre los verbos?  Gustavo, desconcertado, responde bastante, hace poco los estuve estudiando con mi hija. No es lo mismo ordenar ¨hablame¨, como usted hizo con Daniela, que preguntar ¨querés hablarme¨ o, mejor aún, ¨quisieras hablarme¨; ¨háblame¨ corresponde al modo imperativo, el de las órdenes, ¨querés hablarme¨ al indicativo, el de los hechos reales, y ¨quisieras hablarme¨ al modo subjuntivo, el de los deseos y las dudas; y de eso, justamente, se trata una terapia; por otro lado, si manifiesta ¨me gustaría que me contaras¨, deposita el deseo en usted mismo; si pregunta ¨¿te gustaría contarme?¨, el deseo será el de su paciente; nuestra herramienta es el lenguaje, Gustavo, por eso hay que cuidarlo tanto.



Camina cinco cuadras hasta Salguero. Última vez que va con el auto. Villa Freud  no da para más. Ya frente al volante, tarda en arrancar. ¿Por qué no le planteó a Ana  María lo que le pasa con María Inés? Para eso va. Pero no puede escucharla atribuirlo a  la transferencia erótica. Quizá debería independizarse un poco de sus juicios. En plena sesión se descubre permanentemente pensando cómo evaluará su control tal o cual intervención. ¿No será, Gustavo, que está queriendo descontrolarse? casi la escucha decir. 

sábado, 3 de agosto de 2013

6

Jean, zapatillas, sonrisa triste en la cara lavada. El pelo lacio y pardo.  Como un gorrión, diría Serrat. Atraviesan el escritorio. Ya en el consultorio Gustavo le señala el diván. ¿Me siento? Siempre que quieras podés acostarte responde él. Ella niega enérgicamente con la cabeza y se ubica. Gustavo, enfrente, le sonríe. Toma una ficha y una birome. Daniela, ¿no? Sí, Daniela Godoy. ¿Edad? Veintiséis años. Mientras sigue aportando  los datos que le solicitan, ella cruza y descruza los dedos. Una y otra vez. Terminado el interrogatorio y luego de unos segundos de silencio Gustavo pregunta ¿por qué viniste? Estoy mal responde ella sin mirarlo. ¿Mal por qué? Algo no anda bien con mi hijo ¿Cuántos años tiene? Dos, dos años y cinco meses. Contame un poco pide Gustavo y como ella calla él intenta ¿vos no andás bien con él? Ella endereza bruscamente la espalda. Él no anda bien conmigo lo corrige. ¿Y cómo es eso? No me deja que lo toque, que lo abrace, algo le pasó de repente. ¿Por qué decís de repente? Antes no era así. ¿Antes cuándo? busca Gustavo precisiones. Cuando era chiquito. ¿Y ahora es grande? Ella cabecea, sonriendo, pero luego se le endurece el gesto. Cambió mucho luego del año y medio. ¿Hubo alguna situación familiar coincidente? Daniela niega con la cabeza y agrega ya le dije, fue de repente. ¿Solo cambió con vos? No entiendo. ¿Con el padre sigue siendo afectivo? Con el padre nunca fue afectivo, bah, el padre tampoco nunca fue afectivo con él. ¿Con vos tampoco? El rostro de Daniela se ilumina. Conmigo es un dulce. ¿Se llevan bien entonces? En líneas generales, digamos que sí. ¿Y en líneas particulares? Ella ladea la cabeza y afirma el problema es Lucas. Sí, me comentaste que por eso habías venido. El problema entre nosotros es Lucas precisa mientras busca algo en su cartera. Parece una chiquilina, piensa Gustavo. Difícil imaginársela con una criatura a cargo. Daniela extrae un paquete de pastillas. Se me seca la garganta se justifica y ofrece ¿quiere? Él hace un gesto negativo. Cuando la ve nuevamente concentrada le pide hablame sobre Lucas. Como ella calla, la mirada en la alfombra, él se rectifica hablame de lo que quieras.  Ella se endereza y lo mira él es lo que más quiero en el mundo. Gustavo opta por el silencio, se recuesta en su sillón y le sonríe. Luego de un buen rato ella cuenta ayer herví una  calabaza, la pelé y la metí en la procesadora. Él la escucha, extrañado. En cuanto apreté el botón escuché un aullido de animal; fui corriendo al cuarto del nene; Lucas, tirado en el piso, se tapaba los oídos con las dos manos; quise abrazarlo pero él me empujó, con tanta fuerza me empujaba, como si me odiara. Se queda callada, la vista perdida. ¿Entonces? pregunta Gustavo cuando percibe que ella ya no hablará.  Entonces corrí hasta a la cocina y tiré del cable del aparato; mágicamente los chillidos pararon. Daniela, de nuevo, calla; los labios apretados, la vista en la ventana. Daniela, ¿qué pasó después? Ella lo mira, se pasa la lengua por los labios y cuenta cuando volví al cuarto, Lucas había sacado todas las zapatillas del placar y las estaba poniendo en fila, una recta perfecta; ni me miró se echa el cabello hacia atrás con las dos manos justo en ese momento oí que se abría la puerta de calle; era Ariel que desde el living me preguntaba qué había para la cena. ¿Le contaste? ella sonríe displicente que había pollo con puré de calabaza. Gustavo va a repreguntar cuando mira su reloj. Junta ambas manos y se oprime los nudillos. ¿Te parece que la sigamos el miércoles que viene a la misma hora? propone. Ella asiente con la cabeza y se incorpora. Parece cohibida. Nunca hice terapia, ¿se paga cada vez o por mes? al fin pregunta.


Gustavo se apoya en la puerta, aliviado. Última. Va hasta la cocina y prepara café. Taza en mano se deja caer sobre el diván. Demasiados pacientes en el día para comenzar había dictaminado Ana María. El rostro de Gustavo se desarma. Ana María. Se olvidó  del cambio de horario El celular vibra. Cecilia, piensa. En la pantalla aparece la cara de Santiago. Otra vez. No está de humor para su amigo. Deja la taza sobre la mesita, reacomoda los almohadones y se acuesta. Cinco minutos, piensa. Cierra los ojos. 

viernes, 2 de agosto de 2013

5

Gustavo acaba de leer El lenguaje de los gestos por eso observa con atención a Raúl, sentado con soltura en el diván. Como si fuera suyo, piensa. Está reclinado sobre el respaldo, la sonrisa franca, la pierna derecha apoyada sobre la rodilla izquierda. Un hombre concluye él, qué duda. Recuerda las piernas cruzadas de María Inés, también su postura es acorde a lo descripto para su género. Gustavo se pregunta cómo se sentará el marido de ella. Hoy lucís satisfecho inicia la sesión. Anoche finalmente cojimos dice Raúl. Se te nota comenta Gustavo. En cuanto entré a casa después de mi primera vez, la vieja me preguntó “¿te pasó algo?”, ¿será que se me queda pegado el olor a sexo? ¿Será que tengo buen olfato con los pacientes? bromea Gustavo. Raúl ríe. Gustavo repara en que  es la primera risa en tres meses de tratamiento. ¿Debe reír él? Solo acentúa la sonrisa y después pide contame. Aunque no puedas creerlo, fue ella la que vino al pie; yo ya ni la buscaba, estoy harto de me deje pagando. ¿Pasó algo que explique el cambio de actitud de Lisa? ¿De veras considerás que vale la pena hacer el esfuerzo de intentar comprender a las mujeres? Raúl ríe de nuevo y después refiere con sumo detalle todo lo acontecido en la cama,  se regodea describiendo sus habilidades amatorias. Cuando Gustavo considera que ya es más que suficiente y se dispone a interrumpirlo, Raúl, de la nada, informa le dije a Lisa que estaba pensando en irme de casa. Al fin, piensa Gustavo. Sin embargo, solo comenta entonces el sexo fue resultado de una amenaza. Amenaza, no se defiende Raúl lo estoy pensando en serio. Lo estabas pensando lo corrige él y la sonrisa de Raúl se congela. Le arruiné la alegría, piensa Gustavo. Siempre conseguís joderme se lo confirma Raúl. ¿Trayéndote a la realidad? ¿Qué es la realidad? se enoja Raúl. El proyecto de irte de tu casa se va a pique porque  tu esposa aceptó tener sexo con vos dice Gustavo. ¿Habrá sido demasiado agresivo? Si Ana María lo escuchara, ¿lo retaría? La sombra permanente de su propia analista. ¿Vos querés que me vaya de casa? pregunta Raúl. ¿Vos creés que deberías irte de tu casa? reformula Gustavo. Raúl apoya los codos en las rodillas, junta las manos y se proyecta hacia adelante mientras dice a lo mejor es la única manera de que ella descubra que me necesita. ¿Entonces? pregunta Gustavo.  No puedo irme. ¿Por qué? Raúl entierra la vista en la alfombra. ¿Por quién? Los ojos de Raúl describen una trayectoria curva hasta que enfrentan a Gustavo. Soy yo el  que no puede vivir sin ella confiesa en voz muy baja. Hace meses que estás viviendo sin ella. Raúl parece tan abatido que Gustavo mira su reloj y aunque faltan unos minutos determina lo dejamos por hoy.


Ocho minutos por delante. ¿Martina o Cecilia?  Desde el celular y parado llama a Cecilia, ella debe ocuparse de la nena. ¿Se puede saber dónde corno estás? le larga antes de saludarla. En una reunión. ¿Qué reunión? ruge Gustavo. Cecilia corta. Él insiste, descontrolado. El celular solicitado está apagado o fuera del área de servicio. Marca el número de su casa.  Hola, pa contesta Nacho. ¿No estabas en lo de un amigo? Sí, pero mamá me pidió que volviera a cuidar a Marti, diez años tiene la bebita. Gustavo escucha el ruido del ascensor y pese a la voz de la nena exigiendo pasame con papi, corta. Al arreglarse el cuello de la camisa se roza la carótida. Bombea. Mal estado para estrenar a Daniela. Otra derivación del compañero de golf de su padre. ¿Le sobran los pacientes o es solo por hacerle un favor a mi viejo?, piensa. Cuando abre la puerta se sorprende. No parecía tan jovencita por teléfono. Frágil.

jueves, 1 de agosto de 2013

4

Gustavo roza la mejilla de María Inés. ¿Cómo estás? le pregunta. Regular contesta ella sin mirarlo, avanza majestuosa por el escritorio, entra al consultorio, deja la cartera sobre el diván y, con extremada parsimonia, se quita el tapado. ¿Naranja?, ¿coral?, evalúa Gustavo mientras se ubica en su sillón al tiempo que ella cruza con arte las piernas. Regular por qué pregunta. Mientras ella refiere con sumo detalle una discusión con la mucama, Gustavo la observa. Medias negras pero transparentes. Negros los zapatos de taco alto. Fino y alto. La vista de él sube. Negra la pollera. Negra y corta. Negra la polera. Negra, ceñida y mórbida. Dan ganas de tocarla. María Inés sigue enfrascada en las disputas domésticas.  Con la cocinera además de con la mucama. La vista de él, ahora, pasando por el collar de perlas, largo, de dos vueltas, llega a los ojos. Negros.  Almendrados, maquillados y negros. ¿Es solo eso lo que te tiene regular? decide interrumpirla. Ella arquea las cejas. Estoy casi segura contesta Gerardo tiene otra. Él, satisfecho, inquiere en qué se basa tu seguridad. Hace dos semanas que no me toca afirma ella,  la vista baja. ¿Y eso es nuevo? averigua él mientras piensa: dios mío, qué imbécil. No aguanto más dice ella y llora. Gustavo repara en que es el tercer paciente al hilo que llora, ¿su culpa o su mérito? Cuando ella se extiende para alcanzar la caja de pañuelos que él le ofrece, la pollera trepa y ofrece los muslos mientras ella confiesa elevando la voz no, no es nuevo, lo de siempre pero más. Pero menos la corrige él. Pero nada lo recorrige ella y el llanto se acentúa. Él quisiera decirle: no llores por él, es un imbécil, sin embargo solo agrega ¿y siempre tuvo otra? Ella lo mira fijo y él, de pronto, se ilumina,  qué torpe, ni siquiera se lo había planteado. ¿Podrías hablarme del sexo entre ustedes? propone. Ella, la vista baja, cuenta desde el principio, desde que éramos novios, sentí que era yo quien lo forzaba momento en el que él, que ha seguido recordando situaciones, refuerza su suposición, quizás Gerardo no es solo un imbécil. Me trata como a una enferma dice ella y luego se interrumpe. Gustavo siente que vibra el bolsillo de su pantalón. Seguro que es Martina, piensa, al tiempo que exige no te detengas, María Inés, enferma de qué. Dice que soy ninfómana. ¿Y vos le creés? A veces  reconoce ella y llora más pero él no le da tregua a veces cuándo y aunque su celular sigue vibrando sabe que no lo atenderá  porque María Inés acaba de decir y suena desafiante cuando me masturbo. El portero eléctrico los sobresalta. Gustavo no puede creerlo.


Lo que nunca, se pasó de la hora. Tanto que el ascensor que debe llevarse a María Inés le trae a Raúl. Debo evitar estas desprolijidades, rumia Gustavo cuando ambos pacientes se sonríen en el relevo. Además, ni un minuto para hablar con la nena. Ya entrando Raúl comenta qué mina, guardadita te la tenías, voy a llegar siempre temprano pero a él no le causa gracia. Ninguna gracia.