Coloca la oreja
sobre la puerta cerrada. En cuanto pone la llave en la cerradura se escuchan
ladridos. Abre. Lacán le hace fiestas. ¿Sos vos? pregunta Cecilia desde la
cocina. La encuentra, con delantal, revolviendo una salsa. Cena especial dice me dieron
ganas de cocinar. Él la besa levemente en los labios. Martina llega
corriendo y lo abraza. Papi, ¡me pusieron nueve en el mapa! Él le
entrega el paquetito. ¡Yo sabía que me lo
ibas a traer! Está encendiendo la luz del baño cuando escucha la voz de
Nacho. ¿Viste, pa, que Independiente
empató? Lacán, sentado a su lado, jadeando, lo mira lavarse las manos. Marti, guarda el churro para el postre, que
ya vamos a comer indica Cecilia desde la cocina. Mil momentos como este quedan en mi mente.
Novela por entregas. Gustavo está iniciando su carrera de terapeuta. Miércoles a miércoles, su propia vida y la de sus cinco pacientes se va modificando. ¿Los acompañamos?
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- Entregas acumuladas en orden
- Sesiones de Joaquín
- Sesiones de Mariana
- Entregas acumuladas. Segunda parte.
Datos personales
jueves, 29 de agosto de 2013
23
Gustavo ha comenzado
por Camilo. ¿Fue atinado mencionar el accidente? Ana María cruza las piernas con
elegancia creo que se precipitó; yo
hubiera ido preguntando sobre los distintos elementos del sueño; quizás de ese
modo hubiese logrado que fuera el mismo chico el que nombrara el accidente. Es
que, más allá de la permanente alusión a la renguera o a las muletas, es la
primera vez en meses en que percibí que Camilo me abría una puerta replica él. Ana María despliega su sonrisa. Más tarde o más temprano Camilo va a aludir
al tema que atraviesa su vida. Sí, pero los meses siguen corriendo se
justifica Gustavo el otro día me llamó la
madre, no supe qué decirle. Un terapeuta ha de saber esperar las manifestaciones del inconsciente, porque el inconsciente
siempre insiste; quédese tranquilo, Gustavo, el tratamiento avanza. Él
inspira hondo, quisiera poder transmitirle lo que experimenta frente al chico. Es
feroz cuando se irrita explica. A
pesar de que Camilo aún no lo explicite, el enojo hacia su padre sigue operando en la transferencia. Lo
comprendo en la teoría pero me resulta difícil acorazarme ante su rabia. Su
hijo tiene esa edad, ¿no? Gustavo, alerta, asiente con la cabeza pero ella,
luego de cruzar las piernas en sentido contrario, lo que hace flamear su larga
pollera, abandona el tema y comenta qué
sueño transparente; creo que, más allá de la obvia importancia de las pesas, la
clave está en la tardanza. Él la mira, sorprendido. ¿Por qué lo supone? ¿Qué fue lo último que dijo el chico al despedirse?
Que era tarde. ¿Qué le dijo el padre cuando lo llamó a comer? Que era tarde tiene
que reconocer él. Ella sonríe, se
encoge de hombros y agrega vamos bien.
Él,
entonces, le habla de la agresión de Raúl, está orgulloso de no haberse
alterado. Otra vez le toca a usted hacer
de padre, dos hijos a falta de uno bromea Ana María, qué extraño. ¿Y Laura? pregunta de improviso. Gustavo
comenta, de algún modo molesto por haberla obedecido, que le planteó el
estancamiento de la terapia. Cuando le refiere su comentario final sobre el
hijo, ella inquiere ¿está buscando un
argumento para retenerla? y ante la cara de desconcierto de él insiste ¿por qué le cuesta tanto soltar a sus
pacientes? Él le dice que no es así, que de Raúl, por ejemplo, quisiera liberarse. Le cambio, entonces, la pregunta, ¿por qué
le cuesta tanto separarse de Laura? Él recibe el impacto. Le entra por los
poros. Se parece a mi mamá admite.
Lamentablemente es la hora
informa ella otro tema que le queda para
analizar. Gustavo se incorpora, aliviado. No hubo tiempo para hablar de
María Inés.
Camina hacia el auto a paso vivo. Hace mucho
frío. Mientras calienta el motor, enciende la radio. Vicentico. Paisaje. Gustavo sube el volumen. No se piensa en el verano cuando cae la
nieve, deja que pase un momento y volveremos a querernos. Tararea. Tú, no podrás faltarme… Un bocinazo le
avisa que el semáforo ya está en verde. Pone primera. Qué tema. Le pedirá a
Nacho que se lo grabe. Cuando termina la canción apaga la radio. Le duele la
cabeza. Una batidora. Laura, Ana María, Camilo, Raúl. Cecilia.
miércoles, 28 de agosto de 2013
22
Daniela, el
abrigo puesto, muy seria informa ayer tuvimos la cita. Qué velocidad,
Gustavo sabía que Grieco no iba a fallarle. ¿Cómo
les fue? Pregunta. Daniela amaga con
abrir los labios pero las palabras no salen de su boca. Permanece inmóvil, congelada
piensa él, el aire se pone denso. Él carraspea. Ella se cubre el rostro con las
manos. Daniela dulcifica la voz qué les dijo. Ella se descubre, lo mira
fijo y sin manifestar emoción alguna, apagada, relata en cuanto entramos, el doctor Grieco pidió desde el escritorio, ¨Lucas, alcanzame
la pelota¨, pero el nene ni lo miró, entonces el pediatra se paró, se agachó,
se acercó y se la volvió a pedir, pero nada; después Lucas se sentó en el
suelo, sacó todos los autitos del canasto y los puso en fila, el hombre se
arrodilló, sacó uno y le dijo ¨qué te parece si con este vamos a pasear; Lucas
se lo arrancó y lo devolvió a la fila; cuando el hombre insistió, el nene pegó
un grito, el médico volvió al escritorio,
nos preguntó mil cosas, dio vueltas y vueltas, nos aclaró que no era un
especialista y después nos recomendó uno. Daniela se sirve un vaso de agua,
lo toma con parsimonia. Recién entonces
emitió la sentencia dice al fin. ¿La
sentencia? Daniela, la vista perdida en los jacarandás, informa forzando la
dicción síndrome a precisar del espectro autista. La puta que te parió, piensa Gustavo y como no puede decirlo
pregunta ¿a quién les recomendó? Al
doctor Álvarez Campos los ojos de Daniela de pronto vivos ¿lo conoce? Gustavo asiente, va a
contarle que lo tuvo de profesor en la facultad pero cambia de idea. ¿Cómo te sentiste vos? pregunta. Daniela lo mira hasta que, como si la hubieran
golpeado en el abdomen, se dobla sobre sí misma. La cabeza sobre las rodillas.
Gustavo se para y se sienta a su lado. Le pone una mano sobre el cabello. Ella,
entonces, solloza.
Sentado en Sigi, Gustavo intenta distenderse. Pasa revista a sus pacientes. Todos le
generan conflicto. Lo aterra equivocarse. ¿Debería sumar otra sesión de
control? La rabia de Camilo y de Raúl. El tedio con Laura. Insoslayable lo que
le sucedió con María Inés. Cecilia. Para obviar a su mujer pide la cuenta. Paga
y se levanta. Todavía es temprano. Camina por Salguero. Entra en una panadería,
sin suerte. En la cuadra siguiente intenta con otra. Solo quedó uno relleno dice la vendedora. Para justificar la exigua
compra él le cuenta que es un antojo de su hija. Qué lindo tener un papá así dice la mujer sonriente mientras le
tiende el mínimo paquete.
lunes, 26 de agosto de 2013
21
Hace casi media
hora que Gustavo escucha hablar a Raúl sobre política. Ahora sobre la
conferencia de Stiglitz en Económicas.
Es
lo que yo siempre le digo a Lisa, ninguna
economía se recupera a través de la austeridad. Gustavo lo mira,
interesado. Explicame pide. Lisa cree que reducir los gastos nos va a
solucionar los problemas, pero es totalmente al revés. No te sigo. Hay que pensar en grande, no reducirse, invertir
los gestos de Raúl son enérgicos, ampulosos es la única manera de despegar. Gustavo busca un anzuelo. Para invertir se necesita un capital. Raúl
detiene sus movimientos, lo mira. ¿Qué querés
decirme? ¿Qué creés que quiero decirte? Raúl aprieta las manos cruzadas. Dejemos de jugar al gran bonete; me saca que
repitas todo lo que digo sonríe, despectivo a veces me pregunto si me sirve para algo gastar tanta plata viniendo
acá. La teoría de Lisa acota
Gustavo. Se me está acabando la
paciencia. Lo que te irritó fue la
mención del capital, ¿estoy en lo cierto? Raúl calla. ¿Qué representa para vos el capital? Silencio. ¿Quién lo representa? Más
silencio. ¿El rey de Textilandia? Basta,
Gustavo, estoy harto de que me jodas. Raúl se incorpora, busca el dinero en
el bolsillo y lo deja sobre la mesa con brusquedad. De acuerdo dice Gustavo continuaremos
la semana que viene.
Gustavo está
satisfecho. Raúl no consiguió alterarlo. Ha recuperado su imagen, tan
debilitada por la sesión anterior. Se acerca al teléfono. Hola, papi la vocecita de Martina. ¿Con quién estás, preciosa? Nacho
fue a la librería, ya vuelve. ¿Y mamá?
Vino hace un rato pero volvió a salir contesta
la nena. ¿Adónde fue? ¡Ni idea, preguntale a ella! los ladridos del perro de
fondo ¿cuándo venís vos? Alrededor de las
nueve y media Gustavo escucha la puerta del ascensor ¿qué querés que te lleve? El timbre. Churros rellenos con dulce de leche. Él cabecea sonriendo. ¡Algo más fácil, Marti! pide. ¡¡Porfi, papi!!
domingo, 25 de agosto de 2013
20
María Inés le
tiende el paraguas. Qué original dice Gustavo e inmediatamente se arrepiente. Me lo trajo Gerardo de Europa aclara
ella el mango es de asta de ciervo.
Él lo coloca en el paragüero. Entran juntos al consultorio. Ella se saca el
piloto, lo cuelga con cuidado en el perchero, y sin hacer ningún comentario se
acuesta en el diván, jean y suéter ceñidos, botas de cuero. ¿Cansada? inquiere él. Arrasada
contesta ella cruzando las manos bajo la nuca. Gustavo está molesto. María Inés
se acostó sin siquiera consultarle. Él no es un analista ortodoxo. Y si así lo
fuera, su propio sillón debería ubicarse a espaldas de ella, fuera de su campo
visual. No sabe cómo manejar la situación. ¿Debe pedirle que se siente?, ¿debe
reubicarse él? Ella, tendida frente a él, lo mira. Él traga saliva, intenta
relajarse. ¿Querés contarme? sugiere.
Desde el miércoles pasado duermo en el
cuarto de huéspedes explica ella. ¿El colchón es incómodo? trata él de
aflojar la tensión. Ella hace un gesto
de fastidio. Es incómodo a los treinta años vivir vacila, busca la palabra alzada y calla. ¿Alzada? pregunta él, impactado, cuando le queda claro que ella
no seguirá hablando. No aguanto estar a su lado sin que me toque toma
un almohadón y lo coloca bajo su cabeza me
da vergüenza, no sé cómo explicártelo. María Inés cierra los ojos soy como un hueco que late. ¿Ser mujer es
solo ser un hueco? Ella hace un gesto despectivo con los hombros. No me
alcanza con tocarme, soy un agujero que precisa ser llenado. Te sentís un
agujero reformula él. Qué más da; me consumo,
noche tras noche me consumo. Gustavo inspira hondo, vaya con la sesión
liviana. ¿Pudiste transmitirle a él esto
que me estás diciendo? ¿Para qué?, ¿para que vuelva a decirme que soy una
enferma?; no sé si estoy enferma pero te aseguro que si sigo así me voy a
enfermar dice ella y calla. Se pone de lado y le clava la mirada. A él la
situación se le torna insoportable. Carraspea. Se sirve un vaso de agua. Está por
preguntarle si antes de Gerardo también se sentía así cuando ella añade anoche volví; él lo
intentó pero no pudo. ¿No pudo? Ella recoge las piernas, se las abraza. No se le paraba precisa. ¿Entonces? Me lamió, como si fuera un perro
me lamió. Gustavo siente que el
sexo le late. Cruza las piernas. Se
imagina un mar de cucarachas avanzando hacia él. El atisbo de erección cede.
Por suerte ella abandona descripciones y urde planes. Gustavo verifica,
aliviado, que ya casi son las cinco.
Gustavo la
despide, aturdido. Avergonzado. ¿Podrá contárselo a Ana María? Es que María Inés
es como una gata en celo, intenta justificarse. La transferencia erótica de María
Inés se hace oír, reformula. La idea lo tranquiliza. No es mi culpa, piensa. Abre
la heladera y se sirve un vaso de coca-cola. Le agrega hielo. Tiene hambre,
además. Corta un trozo de queso. Buenísimo este fontina. Corta otro pedazo. Necesita
reponerse para enfrentar a Raúl. Alguno de los dos siempre termina violentándose.
jueves, 22 de agosto de 2013
19
Vine solo informa el chico y luego agrega bah, subí solo. Lo cual es bastante lo
reafirma Gustavo. Camilo se desplaza
con inusual soltura y se instala en
el diván. ¿Cómo anduvo esa semana? El
chico lo mira. Bien, en la escuela muy
bien responde al cabo de un rato y calla. ¿Y en lo demás? Camilo se
encoge de hombros, normal dice y
sumerge la mirada en los estantes de la biblioteca. ¿Algo
que me quieras contar? El chico le
habla de la tablet que le prometieron
para el cumpleaños. Él es el encargado del estudio de mercado. Describe con
minuciosidad modelos, precios, propiedades. Es como Nacho, piensa Gustavo, bytes en la sangre. El chico está comentando los
videos pesan mucho cuando queda como suspendido, los ojos muy abiertos. ¿Qué pasa, Camilo? El chico parpadea
repetidamente y dice me vino a la cabeza
el sueño de anoche. El pulso de Gustavo
se acelera. Me gustaría mucho escucharte.
Camilo lo mira un instante pero después fija la vista en la ventana. Yo estoy en el piso levantando pesas, todo
sudado, los brazos me tiemblan y escucho
la voz de papá que dice Camilo vení a comer que es muy tarde y yo me distraigo
y las pesas se me caen encima y me aplastan y yo trato de levantarlas pero no
puedo y lo quiero llamar a papá para que me ayude y la voz no me sale y me doy
cuenta de que me voy a morir porque ya no puedo respirar. Gustavo intenta
memorizar palabra por palabra. Luego de un largo rato pregunta ¿entonces? Entonces me despierto informa
Camilo jugueteando con sus orejas, la vista baja. ¿La situación te recuerda algo? El chico abandona las orejas y
sacude la cabeza. Gustavo decide jugarse el todo por el todo y pregunta ¿cómo fue el accidente? No me acuerdo. ¿Perdiste la conciencia? Camilo
se endereza de golpe. ¡¡Te dije que no sé!! Gustavo llena un
vaso de agua y se lo ofrece. Camilo toma un trago, mira su reloj. Igual ya es tarde dice. Apoya una pierna
y se incorpora.
Gustavo sale al
balcón. Cae una llovizna helada. Puede divisar, entre medio del follaje, al
padre descendiendo del auto y al chico, rechazando la ayuda, tirar las muletas
sobre el asiento y subir solo. Recién cuando el auto arranca, Gustavo entra. Lo confunde la rabia de Camilo. Lo turba. Más
allá de la terapia, es difícil conectarse con los chicos de esa edad, buscando
torpemente la independencia. Nacho está imposible. Va hasta la cocina. Se moja
la cara con agua y se seca con el repasador. Mira el cronograma. Sí, María
Inés. Se promete no forzarla. Necesita una sesión liviana. Frente al espejo del
pasillo se acomoda el cabello e intenta aflojar el cuello de la polera. Tendría
que haberla cambiado. Siempre le molestó
la lana.
18
El lunes firmé el contrato con la editorial cambia
Laura de tema calculan que las pruebas estarán en un mes, todavía no me puedo
convencer se saca los anteojos y se
pone una patilla en la boca la otra noche, el mismo miércoles, hubo
festejo familiar en lo de mi hija mayor lo mira, como testeándolo, y le aclara por el libro. Me imaginaba añade Gustavo, sonriendo. Luis se apareció con un ramo de flores inmenso; mi yerno, con bombones;
un lujo la comida. Gustavo se reacomoda en el sillón. Laura se explaya:
ingredientes, recetas, vino, bromas. Una apretada cadena de palabras, ¿cuándo
respira? Gustavo mira con disimulo el reloj. Pocos minutos por delante. Laura la interrumpe todo parece ir muy bien, su libro
encaminado, la familia de diez. Ella lo mira, de pronto seria. ¿Por qué dice parece? Él sonríe. Porque si ya superó los conflictos con la
escritura, motivo de la consulta, no sé en
qué más la puedo ayudar. ¿Me está echando? De ninguna manera, le propongo que
durante esta semana piense en si hay algo más en lo que podamos trabajar. Ambos se
incorporan. La puerta del ascensor abierta, Gustavo le comenta hace mucho que no me habla de su hijo. Ella
amaga abrir la boca pero solo se encoge de hombros. Se tropieza al subir al
ascensor. Cierra sin mirarlo.
Llama desde el
teléfono del consultorio al del estudio. Al escuchar la voz de Cecilia corta. No
se reconoce, boludo como un adolescente. Va
a la cocina. Encuentra sobre la mesada una nota de Juana: necesita dinero para
comprar detergente y limpiavidrios. Pone
agua a hervir y se prepara un té. Ana
María tiene razón, él no quiere que se vaya Laura. Primera paciente, y primera, también, que logró alcanzar el objetivo buscado en la
terapia. Objetivos limitados. ¿Hay un límite
para los objetivos? Se instala con la taza en el escritorio. Inspira
profundamente. Repasa la ficha de Camilo.
La semana pasada se fue tan enojado. ¿Vendrá?
miércoles, 21 de agosto de 2013
17
Miércoles 15
Se despierta y aún
con los ojos cerrados palpa la cama. Lo tranquiliza rozar el cabello de
Cecilia. Ha sido una semana tranquila. La escapada a McDonald´s y la charla
posterior la hicieron entrar en razones. Ni una llegada tarde. Tuvieron buena
cama, además. Gustavo la observa bajo la tenue luz que entra por la ventana. El
cabello desparramado sobre la almohada, el rostro relajado, el escote del
piyama dejando entrever el nacimiento de los senos. Él siente un súbito calor
en la entrepierna. La alarma suena. Ella la apaga, se despereza con holgura y
se incorpora. ¿Desayunás con nosotros?
propone. Me quedo otro rato en la cama.
Gustavo se cubre la cabeza para sofocar los gritos que sobrevendrán. ¡Arriba, chicos, es tarde!
Se pone la
polera de lana que le regalaron sus hijos para el cumpleaños. Cinco grados de
sensación térmica. Camina por Cabildo hasta Virrey del Pino. Entra en Van Gogh.
Pide, como siempre, un café con leche con dos medialunas de grasa que consume
hojeando el Clarín. ANSES, AFIP, INDEC,
SUBE, AFA. Boudou, De la Rúa, Mihanovich, Messi, Schoklender, Oyarbide,
Stornelli, Stiglitz. Recorre los
titulares sin que las letras atraviesen su epidermis. Dobla el diario y lo deja
a un costado. Mira por el ventanal. La gente se apura, empezó a lloviznar. Recién
le avisaron que se suspendía el curso, o sea, tiene la mañana libre. Hace días
que Santiago lo está llamando para concretar un encuentro. Abre el celular y
pulsa el número de Cecilia. El contestador. La boca del estómago se le frunce.
Instantes después el aparato suena. Atiende, aliviado. Pero no es ella. Lo
resolveré mañana, papá, estoy en el curso. Corta fastidiado. No hay manera de hacerle entender que
los miércoles no existe. La lluvia ya
es franca. Pide un cortado y saca el libro de Rolón. Había desestimado el
ofrecimiento pero su madre, como de costumbre, se salió con la suya y se lo regaló.
Para mis treinta y cinco piensa.
Avala y critica el texto a medida que se deslizan las páginas. Hace
marcaciones. Deja el libro y busca el celular. Estaba en una reunión, ya iba a contestarte, qué querías. A Gustavo
se le acelera el corazón. Como la pausa ya es sospechosa ofrece ¿ almorzamos juntos?, empiezo a atender recién a las dos. También la pausa de ella
es desmedida. Qué lástima dice al
cabo cité a un cliente a la una. Gustavo
corta mortificado. No logra adaptarse
al segundo puesto. Ahora el laburo es lo más importante para
ella. Ya no llueve. Llama al mozo.
Se sube el
cuello del piloto y aprieta el paso, sorteando los charcos. Qué boludo, zapatos
de gamuza. El bochinche de Cabildo le
impide pensar con claridad. En Echeverría, dobla. Repasa mentalmente la agenda.
María Inés. Está costando abrirle los ojos, ¿habrá hablado con el marido? Laura
sí que tiene suerte con el suyo. Veinticinco años sin quiebres. La familia ejemplar.
Sin embargo, ahora que lo piensa, nunca habla del hijo. Raúl tampoco habla de
los suyos. Lisa es el centro de su mundo. Textilandia. Espera que hoy retome el
tema del viejo. Si es necesario, lo inducirá. Padres e hijos, el quid de la
cuestión. El nene terminará costándole el matrimonio a Daniela, casi podría
firmarlo. Difícil para una pareja transitar la minusvalía de un hijo. Qué le
habrá pasado a Camilo con su padre. Se fue tan enojado la semana pasada. Como
Nacho, siempre irritado con él. Con él y con Martina, con la madre tiene otro trato.
¿Cecilia ya estará con el cliente? Cuando busca la llave en el bolsillo del piloto descubre un agujero. Le pedirá a su vieja que se lo cosa. Abre la puerta del consultorio. Levanta todas las persianas. El sol está luchando por colarse entre las nubes. Mira el reloj. Justo la una.
martes, 20 de agosto de 2013
16
Gustavo se mira
en el espejo del ascensor. El cuello de la camisa arrugado, la sombra de la
barba, ojeras. Así lo dejan los miércoles. Se detiene en el palier. Silencio
absoluto. Alarmado, abre. Lacán se precipita ladrando. Dice mamá que la llames grita Nacho desde su cuarto. Gustavo se
quita el saco y lo deja caer sobre un sillón. Mira el reloj de péndulo: nueve y
cuarto. Se acerca al teléfono. Hola, soy
Cecilia; no puedo atenderte, dejá un mensaje, por favor. Corta, fastidiado,
y se dirige al cuarto del chico. Hola,
hijo saluda desde la puerta ¿mamá te
dijo algo? Nacho, enfrascado en la computadora, informa que venía a las diez, que fuéramos
preparando algo. Martina llega corriendo y se aferra de la cintura del
padre. ¡Yo sé hacer salchichas!
Gustavo intenta controlar la bronca. Inspira profundamente. ¿Qué les parece si cenamos en McDonald’s?
propone. Dale contesta Nacho moviendo
el mouse. Martina parece preocupada. ¿Vale
igual la merienda de mañana? averigua. ¿Qué
merienda? pregunta Nacho sin mirarlos.
Ese es un asunto que tengo con tu hermana contesta Gustavo guiñando un ojo.
La nena, la boca ladeada, devuelve torpemente el guiño.
¡Martina! grita Gustavo desde el palier.
Ya voy, me estoy peinando. Nacho
revolea los ojos y llama al ascensor. La nena llega corriendo. Huele a perfume.
¿Le dejamos una nota a mami? propone.
No hace falta determina Gustavo,
abriendo el ascensor. Que se joda.
Gustavo sentado
en la cama, corrige su trabajo para el curso. Modelos de la relación mente-contexto. Los chicos duermen. La
puerta de calle, finalmente, se abre. Luego la de la cocina. Controla el reloj,
son casi las once. Instantes después Cecilia entra al dormitorio. ¿Ya cenaron? pregunta sacándose el
abrigo. Él la mira, serio. ¿Y a vos qué
te parece? Como no encontré nada en la cocina… Perdón, no te dejamos el plato preparado. El rictus de Cecilia
cambia en un instante. Qué pasa, se me hizo tarde, por una vez en catorce años se me
hizo tarde, qué, ¿me voy a ir al infierno? No hay mejor defensa que un buen ataque, registra
Gustavo. Trata de serenarse. ¿Dónde
estuviste? pregunta en mejor tono. ¿No
te contó Nacho?, este chico siempre igual.
No es él quien tiene que darme explicaciones. Tuvimos una reunión con el
socio de Fridman, el de la filial de Córdoba, parece que se trasladará acá y yo
pasaría a ser su secretaria privada, me
duplicarían el sueldo, una oportunidad increíble. ¿Por qué no me comentaste nada? Vos nunca me preguntás por mi trabajo. Cecilia
se saca los zapatos de taco, las pulseras, los aros. Gustavo recibe el impacto.
Es cierto, no suelen hablar del trabajo de ella. Del de él, sí. ¿Fueron a cenar? pregunta. No, bueno, en realidad algo así, empezamos
tomando café pero como se extendió la reunión terminamos comiendo unos
sándwiches. Y no pudiste avisar. No me di cuenta de que era tan tarde. La
bronca de Gustavo se va transformando en tristeza. Como si tuviera ensartado un
gancho en el abdomen que lo empujara hacia abajo. Me voy a duchar informa Cecilia. Está en el marco de la puerta
cuando se da vuelta y pregunta ¿adónde
fueron? A McDonald’s. ¿Cómo la pasaron? Gustavo tarda en contestar. Fue raro, de repente estaba sentado con los
dos chicos comiendo hamburguesas y me vi como si otro me estuviera viendo y
¿sabés qué? la mira fijo antes de
agregar me dio miedo. Cecilia se
acerca, se sienta junto a él. Mirá que
sos zonzo, Gus dice mientras le roza la mejilla. Él la abraza.
lunes, 19 de agosto de 2013
15
La pollera
larga, con vuelo, de Ana María lo precede. El discreto perfume, un par de
escalones por delante, lo guía. Ambas manos derechas deslizándose, sincrónicas,
por la baranda de madera. Frente a la puerta del consultorio, ella gira y con
una sonrisa insondable y un leve gesto
de sus uñas pintadas lo invita a pasar. Un tapiz incaico a modo de alfombra, leve
olor a incienso. Luego de seis meses de ir todos los miércoles, la extraña
sensación de observar todo por primera vez. Los sentidos agudizados. Gustavo se
sienta. Ella carraspea. Señal suficiente para que él confiese hoy tuve ganas de trompearlo a Raúl. Y ante
el entrecejo fruncido de ella, aclara, sonriendo no se asuste, no llegué a las manos; fue solo una sensación, una fuerte
sensación; nunca me había pasado algo así, ¿es normal? Ella recoge sus
palabras ¿qué significa que una actitud
sea normal?; sería inadmisible que agrediera físicamente a un paciente, aunque
es más frecuente de lo que uno quisiera suponer, que un terapeuta agreda
verbalmente. Tampoco lo insulté bromea Gustavo levantando las manos con las
palmas extendidas aunque sé que usted no se refiere a eso. Ana María cierra los párpados
y asiente con la cabeza. ¿Podría contarme
lo que sucedió? Después de varios meses de hablar casi con exclusividad de la
relación con su esposa, Raúl me reveló que hace meses que está sin trabajo. ¿Y
qué fue lo que desencadenó su ira? Gustavo
reflexiona. Se burló de mí confiesa luego. ¿Cómo fue eso? Él se refirió a su padre como al ¨rey de Textilandia¨ y
yo le pregunté si Textilandia era su empresa. Gustavo traga saliva, le
cuesta referirle me dijo que yo tomaba
las cosas al pie de la letra; me hizo sentir un infeliz. Parece una reacción
desmedida ante esa frase. Sí admite Gustavo. ¿Podría precisarme lo que fue sintiendo en el transcurso de la sesión?
Gustavo le relata con detalle lo sucedido. Quizás
fue la alusión a la relación de Raúl con su padre lo que a usted lo alteró.
Gustavo se siente repentinamente vulnerable, querría encontrar un recurso que
le permitiera desviar la conversación sin embargo admite sí, es posible, tengo conflictos con mi padre. Es imprescindible
reconocer cuando la historia de un paciente nos remite a la propia, fundamental
mantener la distancia emocional; ¿está trabajando el tema de su padre en su análisis? Hace un mes que
mi analista está enfermo, pero sí, en eso estábamos. Su ira fue una llamada de
atención, seguiremos atentos con esta cuestión. Gustavo se sirve un vaso de
agua. Cuando logra serenarse le habla de Daniela. No sé si fue correcto que le diera el teléfono del pediatra de mis
hijos. Ana María sonríe al decir hay
circunstancias en las cuales debemos hacerle un guiño a la teoría; no hay
ninguna duda de que la prioridad es que esa criatura reciba un tratamiento
adecuado lo antes posible; tranquilícese, Gustavo, trate de confiar más en su
intuición.
Sube al auto
pero en realidad necesita otro café. Una sesión demasiado intensa. Además de Raúl
y Daniela, Laura ¿No será que llegó la
hora de darle el alta? A él no le gustó escucharla y defendió la
continuidad. Hay que aprender a desprenderse
de los pacientes. Para tratar de amortiguar el malestar Gustavo rescata los
réditos. Ha conseguido que Camilo transfiera
sobre usted el resentimiento contra el padre. Una perla para atesorar. Ya
por Cabildo presta mucha atención. No volverá a pasarse.
viernes, 16 de agosto de 2013
14
Anoche me desperté sobresaltada sigue diciendo
Daniela me levanté a oscuras y fui al
cuarto del nene, fue….sobrenatural cobija la cara entre las palmas de la
mano y calla. Así, sin mirarme, trata de describirme
todo lo que viste pide él. El velador
daba una luz muy tenue, entre amarilla y rosada, un cono luminoso en la
oscuridad, podía ver las partículas de polvo flotando Gustavo retiene la
respiración, la voz de ella es un susurro
estaba descalza, sentía el piso frío bajo los pies, me apreté los
brazos con las manos. Luego de unos segundos de silencio él pregunta, tan
suavemente como puede ¿Y Lucas? Los
bracitos en alto, en puntas de pie, daba interminables vueltas alrededor de su
mesa; lo llamé, le hablé, pero no me veía, no me escuchaba, parecía un duende
en su piyamita con patas, entonces…. ¿Entonces? Me arrodillé y lo abracé,
recién ahí me miró, me empujó y se acostó en su cama; me quedé así, sentada en
la alfombra al lado de su cama, no sé cuánto rato hasta que lo escuché a Ariel.
¿Te llamaba? Ella cabecea y, con tensión en la voz, contesta roncaba. Gustavo se toma su tiempo
antes de preguntar ¿cómo te sentiste?
Desolada contesta ella, apretándose las sienes con los índices y luego lo
mira ¿qué piensa de mi hijo? ¿Qué pensás
vos? Hay algo que anda mal contesta ella.
¿Qué opina el pediatra? Que tengamos paciencia, que ya va a madurar. ¿Dice alguna palabra?
Ella sacude la cabeza. Ni siquiera mamá. Él teme que Ana María lo objete, él es el terapeuta
de ella, no del nene, pero arriesgándose dice creo que deberían hacer otra consulta. ¿Conoce a alguien? pregunta ella,
con tanta entrega en la voz que Gustavo se conmueve. Entonces, sabiendo, de
nuevo, que no debe, busca en la agenda
el teléfono del pediatra de sus chicos. Es el mejor. ¿Es muy caro? averigua ella. No
te preocupes dice él sabiendo que llamará a Grieco y le explicará la
situación. Excelente profesional y mejor persona.
Gustavo está inmóvil
frente a la ventana, las manos en los bolsillos, mirando hacia el cielo. Anochece.
Lo único bueno de ver sufrir a otro es la posibilidad de redimensionar los
propios padeceres. Después de días de alimentarla con cientos de lo que recién
ahora logra calificar de detalles, la bronca contra Cecilia palidece. Experimenta un repentino acceso de
buen humor. Falta casi una hora para ir a lo de Ana María. Gratificará su
espera con un buen café express. En Sigi.
Se lo merece. Está orgulloso de sí mismo, cosa extraña. Lleva jarra y vasos a
la cocina. Los está enjuagando cuando su celular vibra. Martina. Abre el
mensaje, inquieto. Submarino tostado jugo
de naranja. Gustavo inspira hondo y exhala con lentitud. Sonríe al teclear de todo, dos. Es mi hija, piensa mientras
apaga las luces. Sale. Ya arriba del auto recuerda su promesa de la semana
anterior. Luego de unos instantes de duda, arranca. En algún lado conseguirá estacionar.
miércoles, 14 de agosto de 2013
13
Raúl se dedica a
lo que Gustavo ya ha referido a Ana María como maniobras dilatorias. Anécdotas, bromas. Gustavo asiente, pasivo
pero al acecho. Hasta que Raúl, de la nada, dice Lisa parece una puta y luego calla. Gustavo se endereza. Es un comentario extraño, explicate. Solo coje cuando traigo plata a casa. La
madre del borrego, piensa Gustavo. ¿Tuvieron relaciones esta semana? pregunta. Anoche
se tiñó el pelo, anteanoche ordenó el placar, y así, y así, la puta que te
parió. Raúl cruza los brazos, cabecea.
Debo deducir entonces, que esta semana no aportaste dinero. Raúl se encorva, como
un caracol califica Gustavo, y agrega ni esta, ni la otra, ni la anterior. Solo
me dijiste que sos arquitecto, contame en qué trabajás inquiere Gustavo
y ante el rictus de Raúl se rectifica de
qué solés trabajar. A ver Raúl tamborilea
los dedos cómo explicarte esquiva la
mirada de lo que venga ¿Y qué
hacés cuando no viene nada?
pregunta Gustavo luego de un rato. Raúl sonríe, burlón ¿Lisa te pasó letra? Gustavo solo lo mira, intencionalmente muy
serio. Me pudre, no necesito que me digan
lo que tengo que hacer. Por qué no me
contás qué es lo que tenés que hacer.
Si fuera por Lisa, seguir adosado a mi viejo de por vida. ¿Y si
fuera por vos? Toda la vida dependí de mi viejo, necesito abrirme de mi viejo.
Una descarga de adrenalina para Gustavo.
Tu viejo… Gustavo arrastra
adrede la palabra nunca lo mencionaste.
¿Nunca te hablé del rey de Textilandia? Gustavo percibe el contraste entre
la amplitud de la sonrisa y la tensión en la mandíbula. ¿Textilandia es su empresa? Raúl lanza una carcajada, carente de
alegría, evalúa Gustavo. Vos tomás las
cosas al pie de la letra. Me gustaría trompearlo, piensa Gustavo y se alarma por
pensarlo. Mi viejo tiene varias empresas textiles, no sé exactamente cuántas se
tira sobre el respaldo más de cinco y
menos de diez, digamos. Un par largo, diría Nacho. Gustavo controla el
reloj y anuncia lamentablemente, tenemos que dejar acá; la semana que viene retomaremos
el tema. Me salvo el gong dice Raúl sonriendo y se incorpora.
Lo último que Gustavo
ve de Raúl son los mocasines desvencijados. Va hasta el espejo del pasillo. Se
aprieta el cinturón, endereza el cuello de la camisa nueva, lleva a su justo centro
el escote en v del chaleco. Apenas unas canas. Busca luego el teléfono. ¿Está mamá? pregunta antes de saludar a la nena. Estoy yo, por si te interesa, que no parece. Últimamente Martina lo
sorprende, está creciendo demasiado rápido. Él repasa su jueves. Reunión con el jefe de personal. La aplazará para el viernes. Mañana voy a buscarte al colegio y después te invitó
a merendar. Los gritos de alegría de la nena lo conmueven. A pesar de que
escucha el timbre se da tiempo para despedirse de su hija como corresponde.
martes, 13 de agosto de 2013
12
Hace casi media
hora que María Inés habla sobre el próximo festejo de su cumpleaños. Treinta.
Gustavo la escucha, en automático, define. A su madre quizás le interesara. Y a Cecilia también. Las
mujeres aman las fiestas. ¿Todas?
Añade a Martina. Mis mujeres, se corrige. Aprovechando una ligera pausa de
María Inés le pregunta ¿cómo van las
cosas con tu marido? Ella sonríe raro cuando cuenta anoche me acosté desnuda, lo apreté fuerte desde atrás pero se hizo el
dormido, entonces… Cinco, diez, quince segundos de silencio. ¿Entonces? Entonces lo mordí, en el hombro
lo mordí, le saqué sangre; al menos conseguí que así gritara dice María
Inés y luego calla. ¿Y después? Por más
que siga contándote no se soluciona. Gustavo se siente involucrado, en qué está fallando. No sé
para qué sigo viniendo agrega ella y a él le duele, tanto le duele. Cauto,
debo ser muy cauto, se indica. Cuando logra reponerse pregunta ¿para qué te parece que venís? Ella, al
instante, contesta porque me gusta y
su sonrisa es tan irresistible que Gustavo se siente ridículamente orgulloso.
No sabe qué decir. Sonríe. Ella agrega aquí
siempre me siento bien, hasta cuando me hacés llorar me siento bien. Él,
recuperada la lucidez profesional, dice tal
vez si también te permitieras llorar frente a Gerardo conseguirías sentirte
mejor. Él es el que llora confiesa
ella, la vista baja. Qué interesante, considerás
que las lágrimas de él invalidan las tuyas añade Gustavo mientras se echa
el cabello hacia atrás. Alguien tiene que
ser fuerte. ¿Y por qué la fuerte tenés que ser vos? Él está satisfecho, el
tratamiento se desliza en la dirección correcta. Aunque faltan unos minutos
determina terminamos por hoy. Ella lo
mira arqueando las cejas. Él sonríe, apenas. Ella, obediente, se incorpora.
Mientras María
Inés espera el ascensor, la puerta entornada, él la mira de atrás. Parece
una modelo. Antes de subir ella gira. El
cierra la puerta con brusquedad. Se reclina sobre el sillón del escritorio, los
brazos cruzados apoyados tras la nuca. Unos instantes. Luego busca las tres fichas
y vuelca las sesiones. Con detalle, pulcramente. No debe confiar en su memoria.
No solamente. Mira el reloj. Guarda los papeles.
lunes, 12 de agosto de 2013
11
No sé para que sube dice Camilo mientras
se ubica. Y cuando Gustavo está por preguntarle por qué le molesta que su padre
suba, el chico cuenta me pusieron un diez
en cívica, fue el único diez. A medida que describe el trabajo, Camilo
cobra aplomo, crece, piensa Gustavo, un
pez en el agua. Gustavo lo proyecta hacia adelante ¿político?, ¿abogado? Ojalá
Nacho pudiera expresarse así. Gustavo espera, atento, alguna señal. Camilo dice
papá me felicitó, pero siempre me
felicita resopla por cualquier cosa. Hoy
comentaste que no sabías por qué tu papá subía con vos. Camilo, volcado
sobre el respaldo, los brazos tras la nuca, de golpe se endereza. ¿Te molesta? pregunta él y como no
obtiene respuesta insiste ¿por qué te
molesta? El rostro de Camilo se endurece ¿no te das cuenta?, me trata como a un nene, tengo trece años.
Gustavo permanece en silencio, mirándolo, qué decir. Ya sé lo que estás pensando lo encara el chico cómo me va a dejar solo si soy rengo va subiendo la voz pero
siempre voy a ser rengo, entonces tengo que aprender aprieta los dientes me asfixia, me ahoga se deja caer con
violencia sobre el respaldo. Cuando el silencio ya se hace demasiado tenso Gustavo pregunta ¿qué pasó? El chico lo mira. Hace
meses que tu papá te acompaña, ¿a qué viene ahora tu enojo? No pasó nada. Tratemos de pensar por qué justamente hoy te irritan sus cuidados. El
chico se muerde los labios, la vista en el piso. Gustavo, la suya en los jacarandás,
reflexiona, Camilo jamás mostró hostilidad hacia su padre, al contrario,
respeto, cariño, admiración. Entonces lo observa. El sol cae de lleno sobre el cabello rubio. Las mejillas coloradas, los pómulos marcados,
la boca delineada como con pincel. Tan bello que impresiona. Camilo, con un
movimiento brusco, eleva la cabeza y lo mira. Tanta ira en los ojos color miel que
Gustavo, instintivamente, baja la vista.
Cuando vuelve a elevarla, los ojos de Camilo siguen ahí, clavados en él.
Y aunque a Gustavo le duele cada poro, siente que su pecho se abre para recibir
ese odio que, aunque no es hacia él, necesita ser alojado. Y así quedan,
mirándose de pleno, casi sin pestañear, por un tiempo inmensurable. Hasta que el
timbre los exime. Seguimos la próxima dice
Gustavo, incorporándose. Camilo, mientras busca las muletas, masculla si es que vengo. Gustavo abre la puerta, ¿Todo bien? pregunta el padre.
Gustavo se
acuesta en el diván. El corazón le late fuerte. La situación ha sido de una
extraña violencia. Se acomoda un almohadón debajo de la cabeza. Debió
seguir presionándolo dirá seguramente
Ana María. ¿Es un logro aumentar la angustia de un paciente? De un chico,
además. Se oprime los ojos cerrados. Precisa un respiro. El timbre. Lo torturan
los timbres. La gota de agua de los chinos. Se levanta. Abre la puerta. El
olfato precede a la vista. María Inés.
viernes, 9 de agosto de 2013
10
La franca sonrisa de Laura. Brilla. Gustavo le da la mano y la
acompaña hasta el diván. Ella cuelga el
blazer en el perchero thonet y
se sienta. Hoy se la ve de mejor humor.
¿Se me nota? Hasta se permite coquetear, piensa Gustavo y acota a usted todo se le nota. Me llamaron de Alfaguara. Laura desliza una palma sobre otra, sonríe apretando
los labios, entrecruza ahora los dedos. Por fin anuncia me aceptaron la novela. Caramba,
qué noticia dice él sonriendo sobre todo para una principiante. Ella
se echa hacia atrás, fresca su
carcajada. La semana que viene firmaré el
contrato. Mientras la escucha hablar de cláusulas y condiciones Gustavo
evalúa si logrará terminar el trabajo del curso para el miércoles próximo. Tendrá que conseguir una prórroga. Calculé
mal, se dice pero luego se desdice y atribuye la
demora a la imposibilidad de concentrarse, hace días que está alterado. Cecilia lo altera. Laura, ahora,
comenta una cena familiar. Vinieron todos,
una alegría verlos juntos dice Laura
y continúa describiendo los detalles. Gustavo
solo asiente, de vez en cuando. De pronto percibe el silencio y fija la mirada
en ella. Laura entonces le sonríe, con dulzura piensa él, y dice gracias. ¿Gracias? pregunta, aumentando
el contorno de los ojos. Sin su apoyo no
me hubiera atrevido a presentarla confiesa. Gustavo mira, ahora, por la
ventana. Una tarde soleada. Se distrae observando el cielo unos instantes,
quizás demasiados, porque cuando vuelve a mirarla, ella ya no sonríe mientras
dice poniéndose el blazer Luis tiene una tos bárbara, anoche casi no
durmió.
Necesita recostarse aunque sea unos minutos. No entiende qué
le pasa con Laura. No logra concentrarse. Lo amodorra su manera de hablar. Cierra
los ojos. Segundos después recupera un recuerdo. Su madre lo reta. Él, ¿diez,
doce años?, la escucha en silencio. Cuando ella al fin se interrumpe, él dice
señalando el reloj pulsera, te faltan
diez minutos para llegar a la hora, ¿por qué no seguís? Siempre fue
infernal la vieja puesta a hablar. Las palabras de las mujeres tienen otra
densidad. ¿El gusto por el continente más que por el contenido? Cecilia también
es así. La habilidad de hablar indefinidamente sorteando el meollo. Está envenenado con Cecilia, todo lo que proviene de ella le
molesta. ¿Cuánto más puede demorar el enfrentamiento? El timbre. Por suerte,
Camilo. Él sí que nunca lo irrita. Se incorpora y alisa el diván.
jueves, 8 de agosto de 2013
9
Miércoles 8
El despertador
lo arranca de su sueño. Gustavo trata de retener las imágenes, pero es inútil.
Bosteza. Miércoles. El curso de terapia
sistémica, pasar por el banco, sus cinco pacientes al hilo. Ana María. La
alarma suena por segunda vez. Extiende la mano hacia su izquierda. Cecilia ya no está. Lacán se acerca meneando
la cola. Las patas sobre el acolchado.
Interesantísima
la clase. Cibernética. El todo es más que
la suma de las partes. Cada vez que sale del curso la sensación se repite.
El dolor por el tiempo perdido, el apremio por recuperarlo. Hace seis meses,
cuando Laura, su primera paciente después de diez años de recibido, entró en el
consultorio, creyó tocar el cielo con las manos. Pero ya no le alcanza con que
su padre le conceda un día a la semana. Está caminando hacia el banco cuando
decide que no. Los miércoles son sagrados. Ni un segundo de su miércoles va a
prestarle a su padre. Mañana hará el depósito. Se siente, de pronto, pletórico
de energía. Que la fábrica reviente.
Que su viejo reviente. Una urgencia punzante por llegar a Melián. El todo es más que la suma de las partes. Se
pregunta cuál será el momento apropiado para citar a los padres de Camilo. Apura
el paso.
martes, 6 de agosto de 2013
8
Cuando se quiere
acordar, está en Juramento. Cada día más pelotudo. Retoma Cabildo en la
dirección contraria en medio de un tránsito infernal, mete el auto en la
cochera y sube. A través de la puerta le llega la voz de los chicos. Peleando. ¿Dónde mierda
está Cecilia? Siente un fuerte impulso de retroceder. Aprieta los puños. Al
abrir la puerta, Lacán se le abalanza revoleando la cola. Él lo acaricia detrás de
las orejas. Gritos desde la cocina. Hacia allí va. Encuentra a Martina parada
en un banquito, frente a la hornalla. ¿Qué
está pasando aquí? pregunta enojado. Nacho
no me quiere ayudar, yo siempre tengo que hacer todo protesta la nena Él le
saca los fósforos de la mano. No me gusta
que estés cerca del fuego dice y enciende el quemador. Mamá me pidió que pusiera agua a hervir. Tu madre arranca Gustavo pero se detiene porque escucha el ruido
del ascensor. Los ladridos del perro. Cecilia aparece en la cocina. Traje ravioles dice mostrando las
cajitas de cartón, sostenidas con ambas manos. Martina le rodea la cintura. Buenísimo, mami. Estoy liquidada informa Cecilia me
saco esta ropa y enseguida vengo. Recién entonces él la observa. Un vestido
que no reconoce, tacos altísimos, el
pelo recogido. Un par de mechones cayendo sobre la nuca desnuda. Gustavo
quisiera rozarla. Ama ese largo cuello. ¿Hay
crema, Marti? pregunta ella de
camino al dormitorio.
Gustavo entra al
dormitorio y cierra la puerta. Cecilia, ya en la cama, se desmaquilla. Él se
sienta sobre el acolchado, a su lado. ¿Qué
pasa? pregunta Cecilia poniéndose crema en la cara. Eso es lo que quisiera saber, qué está
pasando. No
te pongas dramático, Gus, en estos días se juega mi ascenso dice ella
masajeándose las mejillas tené paciencia
y ayudame con los chicos, hago lo que puedo. Él la mira fijo. Charla postergada concede pero que te quede claro que solo conseguiste
una prórroga. Trato hecho dice ella sonriendo mientras levanta la palma
encremada. Él, muy serio, se incorpora.
lunes, 5 de agosto de 2013
7
Lo escucho pide Ana María en cuanto él
termina de sentarse. Y él, que solo querría cerrar los ojos y dormir, se obliga
a informar una semana dura, mejor ni
hablar del día de hoy. ¿Por qué
piensa que es mejor no hablar del día de hoy? reformula ella y él que
quisiera decirle que está harto, de ella, de él, de Freud, de la asociación
libre y de la atención flotante le resume mucho
de todo, como dice Martina cuando le ofrecen helado y va a continuar cuando ella acota qué interesante, es la primera vez que
antepone su hija a sus pacientes. Está
equivocada dice él maravillado de su perspicacia hoy padecí toda la tarde por tener que postergarla. Gustavo le
habla de su tedio con Laura, de las lágrimas de Camilo que ella aprecia
enfáticamente. Cuando le está hablando sobre Daniela, Ana María lo interrumpe. Las intervenciones de un terapeuta siempre
deben abrir, no cerrar; ¿cuánto sabe sobre los verbos? Gustavo, desconcertado, responde bastante, hace poco los estuve estudiando
con mi hija. No es lo mismo ordenar ¨hablame¨, como usted hizo con Daniela, que
preguntar ¨querés hablarme¨ o, mejor aún, ¨quisieras hablarme¨; ¨háblame¨ corresponde
al modo imperativo, el de las órdenes, ¨querés hablarme¨ al indicativo, el de
los hechos reales, y ¨quisieras hablarme¨ al modo subjuntivo, el de los deseos
y las dudas; y de eso, justamente, se trata una terapia; por otro lado, si manifiesta
¨me gustaría que me contaras¨, deposita el deseo en usted mismo; si pregunta ¨¿te
gustaría contarme?¨, el deseo será el de su paciente; nuestra herramienta es el
lenguaje, Gustavo, por eso hay que cuidarlo tanto.
Camina cinco
cuadras hasta Salguero. Última vez que va con el auto. Villa Freud no da para más.
Ya frente al volante, tarda en arrancar. ¿Por qué no le planteó a Ana María lo que le pasa con María Inés? Para eso
va. Pero no puede escucharla atribuirlo a
la transferencia erótica. Quizá debería independizarse un poco de sus juicios.
En plena sesión se descubre permanentemente pensando cómo evaluará su control
tal o cual intervención. ¿No será,
Gustavo, que está queriendo descontrolarse? casi la escucha decir.
sábado, 3 de agosto de 2013
6
Jean, zapatillas,
sonrisa triste en la cara lavada. El pelo lacio y pardo. Como un gorrión, diría Serrat. Atraviesan el escritorio. Ya en el consultorio Gustavo
le señala el diván. ¿Me siento? Siempre que quieras podés acostarte responde
él. Ella niega enérgicamente con la cabeza y se ubica. Gustavo, enfrente, le
sonríe. Toma una ficha y una birome. Daniela,
¿no? Sí, Daniela Godoy. ¿Edad? Veintiséis años. Mientras sigue
aportando los datos que le solicitan, ella
cruza y descruza los dedos. Una y otra vez. Terminado el interrogatorio y luego
de unos segundos de silencio Gustavo pregunta ¿por qué viniste? Estoy mal responde ella sin mirarlo. ¿Mal por qué? Algo no anda bien con mi hijo ¿Cuántos
años tiene? Dos, dos años y cinco meses. Contame un poco pide Gustavo y
como ella calla él intenta ¿vos no andás
bien con él? Ella endereza bruscamente la espalda. Él no anda bien conmigo lo corrige. ¿Y cómo es eso? No me deja que lo toque, que lo abrace, algo le pasó
de repente. ¿Por qué decís de repente? Antes no era así. ¿Antes cuándo? busca
Gustavo precisiones. Cuando era chiquito.
¿Y ahora es grande? Ella cabecea, sonriendo, pero luego se le endurece el
gesto. Cambió mucho luego del año y
medio. ¿Hubo alguna situación familiar coincidente? Daniela niega con la
cabeza y agrega ya le dije, fue de
repente. ¿Solo cambió con vos? No entiendo. ¿Con el padre sigue siendo
afectivo? Con el padre nunca fue afectivo, bah, el padre tampoco nunca fue
afectivo con él. ¿Con vos tampoco? El rostro de Daniela se ilumina. Conmigo es un dulce. ¿Se llevan bien
entonces? En líneas generales, digamos que sí. ¿Y en líneas particulares? Ella
ladea la cabeza y afirma el problema es
Lucas. Sí, me comentaste que por eso habías venido. El problema entre nosotros
es Lucas precisa mientras busca algo en su cartera. Parece una chiquilina,
piensa Gustavo. Difícil imaginársela con una criatura a cargo. Daniela extrae
un paquete de pastillas. Se me seca la
garganta se justifica y ofrece ¿quiere?
Él hace un gesto negativo. Cuando la ve nuevamente concentrada le pide hablame sobre Lucas. Como
ella calla, la mirada en la alfombra, él se rectifica hablame de lo que quieras. Ella
se endereza y lo mira él es lo que más
quiero en el mundo. Gustavo opta por el silencio, se recuesta en su sillón
y le sonríe. Luego de un buen rato ella cuenta ayer herví una calabaza, la pelé
y la metí en la procesadora. Él la escucha, extrañado. En cuanto apreté el botón escuché un aullido de animal; fui corriendo al cuarto del nene; Lucas,
tirado en el piso, se tapaba los oídos con las dos manos; quise abrazarlo pero él
me empujó, con tanta fuerza me empujaba, como si me odiara. Se queda
callada, la vista perdida. ¿Entonces?
pregunta Gustavo cuando percibe que ella ya no hablará. Entonces
corrí hasta a la cocina y tiré del cable del aparato; mágicamente los chillidos
pararon. Daniela, de nuevo, calla; los labios apretados, la vista en la
ventana. Daniela, ¿qué pasó después? Ella
lo mira, se pasa la lengua por los labios y cuenta cuando volví al cuarto, Lucas había sacado todas las zapatillas del
placar y las estaba poniendo en fila, una recta perfecta; ni me miró se
echa el cabello hacia atrás con las dos manos justo en ese momento oí que se abría la puerta de calle; era Ariel que
desde el living me preguntaba qué había para la cena. ¿Le contaste? Sí ella sonríe displicente que había pollo con puré de calabaza. Gustavo
va a repreguntar cuando mira su reloj. Junta ambas manos y se oprime los
nudillos. ¿Te parece que la sigamos el
miércoles que viene a la misma hora? propone. Ella asiente con la cabeza y
se incorpora. Parece cohibida. Nunca hice
terapia, ¿se paga cada vez o por mes? al fin pregunta.
Gustavo se apoya
en la puerta, aliviado. Última. Va hasta la cocina y prepara café. Taza en mano
se deja caer sobre el diván. Demasiados
pacientes en el día para comenzar había dictaminado Ana María. El rostro de
Gustavo se desarma. Ana María. Se olvidó del cambio de horario El celular vibra. Cecilia,
piensa. En la pantalla aparece la cara de Santiago. Otra vez. No está de humor
para su amigo. Deja la taza sobre la mesita, reacomoda los almohadones y se acuesta.
Cinco minutos, piensa. Cierra los ojos.
viernes, 2 de agosto de 2013
5
Gustavo acaba de
leer El lenguaje de los gestos por
eso observa con atención a Raúl, sentado con soltura en el diván. Como si fuera suyo, piensa. Está reclinado
sobre el respaldo, la sonrisa franca, la pierna derecha apoyada sobre la
rodilla izquierda. Un hombre concluye él, qué duda. Recuerda las piernas cruzadas de María Inés, también su postura
es acorde a lo descripto para su género. Gustavo se pregunta cómo se sentará el
marido de ella. Hoy lucís satisfecho
inicia la sesión. Anoche finalmente
cojimos dice Raúl. Se te nota
comenta Gustavo. En cuanto entré a casa
después de mi primera vez, la vieja me preguntó “¿te pasó algo?”, ¿será que se
me queda pegado el olor a sexo? ¿Será que tengo buen olfato con los pacientes? bromea Gustavo. Raúl
ríe. Gustavo repara en que es la primera
risa en tres meses de tratamiento. ¿Debe reír él? Solo acentúa la sonrisa y
después pide contame. Aunque no puedas creerlo, fue ella la que
vino al pie; yo ya ni la buscaba, estoy harto de me deje pagando. ¿Pasó algo
que explique el cambio de actitud de Lisa? ¿De veras considerás que vale la
pena hacer el esfuerzo de intentar comprender a las mujeres? Raúl ríe de
nuevo y después refiere con sumo detalle todo lo acontecido en la cama, se
regodea describiendo sus habilidades amatorias. Cuando Gustavo considera que ya
es más que suficiente y se dispone a interrumpirlo, Raúl, de la nada, informa le dije a Lisa que estaba pensando en irme
de casa. Al fin, piensa Gustavo. Sin embargo, solo comenta entonces el sexo fue resultado de una
amenaza. Amenaza, no se defiende
Raúl lo estoy pensando en serio. Lo estabas pensando lo corrige él y la
sonrisa de Raúl se congela. Le arruiné la alegría, piensa Gustavo. Siempre conseguís joderme se lo confirma
Raúl. ¿Trayéndote a la realidad? ¿Qué es
la realidad? se enoja Raúl. El
proyecto de irte de tu casa se va a pique porque tu esposa aceptó tener sexo con vos dice Gustavo. ¿Habrá sido demasiado agresivo?
Si Ana María lo escuchara, ¿lo retaría? La sombra permanente de su propia
analista. ¿Vos querés que me vaya de
casa? pregunta Raúl. ¿Vos creés que
deberías irte de tu casa? reformula Gustavo. Raúl apoya los codos en las
rodillas, junta las manos y se proyecta hacia adelante mientras dice a lo mejor es la única manera de que ella
descubra que me necesita. ¿Entonces? pregunta
Gustavo. No puedo irme. ¿Por qué? Raúl entierra la vista en la alfombra. ¿Por quién? Los ojos de Raúl describen
una trayectoria curva hasta que enfrentan a Gustavo. Soy yo el que no puede vivir sin
ella confiesa en voz muy baja. Hace
meses que estás viviendo sin ella. Raúl parece tan abatido que Gustavo mira
su reloj y aunque faltan unos minutos determina lo dejamos por hoy.
Ocho minutos por
delante. ¿Martina o Cecilia? Desde el celular y parado llama a Cecilia,
ella debe ocuparse de la nena. ¿Se puede
saber dónde corno estás? le larga antes de saludarla. En una reunión. ¿Qué reunión? ruge Gustavo. Cecilia corta. Él
insiste, descontrolado. El celular
solicitado está apagado o fuera del área de servicio. Marca el número de su
casa. Hola, pa contesta Nacho. ¿No
estabas en lo de un amigo? Sí, pero mamá me pidió que volviera a cuidar a Marti,
diez años tiene la bebita. Gustavo escucha
el ruido del ascensor y pese a la voz de la nena exigiendo pasame con papi, corta. Al arreglarse el cuello de la camisa se
roza la carótida. Bombea. Mal estado para estrenar a Daniela. Otra derivación del
compañero de golf de su padre. ¿Le sobran los pacientes o es solo por hacerle
un favor a mi viejo?, piensa. Cuando abre la puerta se sorprende. No parecía tan
jovencita por teléfono. Frágil.
jueves, 1 de agosto de 2013
4
Gustavo roza la
mejilla de María Inés. ¿Cómo estás? le
pregunta. Regular contesta ella sin
mirarlo, avanza majestuosa por el escritorio, entra al consultorio, deja la
cartera sobre el diván y, con extremada parsimonia, se quita el tapado. ¿Naranja?,
¿coral?, evalúa Gustavo mientras se ubica en su sillón al tiempo que ella cruza
con arte las piernas. Regular por qué
pregunta. Mientras ella refiere con sumo detalle una discusión con la mucama,
Gustavo la observa. Medias negras pero transparentes. Negros los zapatos de
taco alto. Fino y alto. La vista de él sube. Negra la pollera. Negra y corta.
Negra la polera. Negra, ceñida y mórbida. Dan ganas de tocarla. María
Inés sigue enfrascada en las disputas domésticas. Con la cocinera además de con la mucama. La
vista de él, ahora, pasando por el collar de perlas, largo, de dos vueltas,
llega a los ojos. Negros. Almendrados,
maquillados y negros. ¿Es solo eso lo que
te tiene regular? decide interrumpirla. Ella arquea las cejas. Estoy casi segura contesta Gerardo tiene otra. Él, satisfecho, inquiere en qué se basa tu seguridad. Hace dos semanas que no me toca afirma
ella, la vista baja. ¿Y eso es nuevo? averigua él mientras
piensa: dios mío, qué imbécil. No aguanto
más dice ella y llora. Gustavo repara en que es el tercer paciente al hilo
que llora, ¿su culpa o su mérito? Cuando ella se extiende para alcanzar la caja
de pañuelos que él le ofrece, la pollera trepa y ofrece los muslos mientras
ella confiesa elevando la voz no, no es
nuevo, lo de siempre pero más. Pero
menos la corrige él. Pero nada lo
recorrige ella y el llanto se acentúa. Él quisiera decirle: no llores por él,
es un imbécil, sin embargo solo agrega ¿y
siempre tuvo otra? Ella lo mira
fijo y él, de pronto, se ilumina, qué
torpe, ni siquiera se lo había planteado.
¿Podrías hablarme del sexo entre ustedes? propone. Ella, la vista baja, cuenta
desde el principio, desde que éramos
novios, sentí que era yo quien lo forzaba momento en el que él, que ha
seguido recordando situaciones, refuerza su suposición, quizás Gerardo no es
solo un imbécil. Me trata como a una
enferma dice ella y luego se
interrumpe. Gustavo siente que vibra el bolsillo de su pantalón. Seguro que es
Martina, piensa, al tiempo que exige no
te detengas, María Inés, enferma de qué. Dice que soy ninfómana. ¿Y vos le creés? A veces reconoce ella y llora más pero él no le da tregua a veces cuándo y aunque su celular sigue vibrando sabe que no lo
atenderá porque María Inés acaba de
decir y suena desafiante cuando me
masturbo. El portero eléctrico los sobresalta. Gustavo no puede creerlo.
Lo que nunca, se
pasó de la hora. Tanto que el ascensor que debe llevarse a María Inés le trae a
Raúl. Debo evitar estas desprolijidades, rumia Gustavo cuando ambos pacientes
se sonríen en el relevo. Además, ni un minuto para hablar con la nena. Ya
entrando Raúl comenta qué mina, guardadita
te la tenías, voy a llegar siempre
temprano pero a él no le causa gracia. Ninguna gracia.
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