lunes, 11 de noviembre de 2013

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Laura, luego de un buen rato de describir la reunión con su editora, comenta ayer Paula, mi hija menor, nos contó que está por poner un jardín de infantes con dos amigas; Luis ofreció prestarle dinero, pero ella no quiere saber de nada; dijo que ya habían conseguido un inversor que estaba muy interesado en el proyecto y que prefería mantener la independencia económica con respecto a nosotros; me estuvo contando la propuesta educativa; el rasgo distintivo del jardín va a ser el desarrollo del pensamiento lógico en las criaturas; ya diseñaron un montón de juegos; están pensando en publicar un librito. Laura se detiene, está agitada de tanto hablar, Gustavo le ofrece agua. Ambos toman. Ajá dice Gustavo, sonriendo de costado. ¿De nuevo se burla de mí? Gustavo levanta ambas palmas y se encoge de hombros. No podía creer que esa que estaba hablando frente a nosotros, no solo de pedagogía, sino también de habilitaciones, inspecciones, rentabilidad, punto de equilibrio fuera mi chiquita. Gustavo la mira durante unos segundos, en silencio. ¿Le puedo hacer una pregunta? inquiere. Venga contesta Laura entrecerrando los ojos. Por un momento, por un brevísimo momento, ¿se sintió orgullosa de su hija? Pregunta denegada informa ella ni se sueñe que le voy a dar el gusto de decirle que sí. Segundos después Laura vuelve a hablar de su libro: ya le dieron las primeras pruebas.  Gustavo controla el reloj, solo unos minutos por delante. Laura ¿intentó contactarse con su hijo?  El rostro de ella, en un instante, gana diez años. No me animo informa.


Llegó la cuenta de la luz informa Juana y luego agrega sí, ahora se lo paso. Hola, hijo, cómo estás. Bien, pa. ¿Cómo te fue en el colegio? Bien. ¿Comiste? Estoy en eso. ¿Precisás algo? No. Llamame cualquier cosa. OK. Gustavo corta. Imposible comunicarse con ese pibe. Se queda mal cuando corta.  El lenguaje es fuente de malentendidos, recuerda.

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