Laura,
luego de un buen rato de describir la reunión con su editora, comenta ayer Paula, mi hija menor, nos contó que
está por poner un jardín de infantes con dos amigas; Luis ofreció prestarle dinero, pero ella no quiere saber de nada; dijo
que ya habían conseguido un inversor que estaba muy interesado en el proyecto y
que prefería mantener la independencia económica con respecto a nosotros; me
estuvo contando la propuesta educativa; el rasgo distintivo del jardín va a ser
el desarrollo del pensamiento lógico en las criaturas; ya diseñaron un montón
de juegos; están pensando en publicar un librito. Laura se detiene, está
agitada de tanto hablar, Gustavo le ofrece agua. Ambos toman. Ajá dice Gustavo, sonriendo de costado. ¿De nuevo se burla de mí? Gustavo
levanta ambas palmas y se encoge de hombros. No podía creer que esa que estaba hablando frente a nosotros, no solo de
pedagogía, sino también de habilitaciones, inspecciones, rentabilidad, punto de
equilibrio fuera mi chiquita. Gustavo la mira durante unos segundos, en silencio. ¿Le puedo hacer una pregunta? inquiere. Venga contesta
Laura entrecerrando los ojos. Por un
momento, por un brevísimo momento, ¿se sintió orgullosa de su hija?
Pregunta denegada informa ella ni se
sueñe que le voy a dar el gusto de decirle que sí. Segundos después Laura
vuelve a hablar de su libro: ya le dieron las primeras pruebas. Gustavo controla el reloj, solo unos minutos
por delante. Laura ¿intentó contactarse
con su hijo? El rostro de ella, en
un instante, gana diez años. No me animo informa.
Llegó la cuenta de la luz
informa Juana y luego agrega sí, ahora se lo paso. Hola, hijo, cómo estás. Bien, pa. ¿Cómo te fue en el colegio? Bien.
¿Comiste? Estoy en eso. ¿Precisás algo? No. Llamame cualquier cosa. OK. Gustavo
corta. Imposible comunicarse con ese pibe. Se queda mal cuando corta. El lenguaje es fuente de malentendidos, recuerda.
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